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Julio César Rodríguez de la Vega (Rovega)

Por Andrés Mendieta

l cementerio de Rosario de Lerma es custodio de los restos de una de las figuras más destacadas de las plumas del periodismo argentino: Julio César Rodríguez de la Vega.

Este periodista: fue un hombre de respeto, autoridad, bondadoso y sencillo; apasionado, vehemente, virulento y combativo convencía frente a los micrófonos de una radiodifusora, de la pantalla chica o en las columnas de la prensa escrita –Julio César de la Vega o “el flaco Rovega”- convocaba a miles de interesados en estar al tanto de la realidad histórica del momento. Sus opiniones se las atesoraba como la de un maestro, sin condicionamientos de los códigos que reclaman la profesión.

Al apostolado del periodismo lo abrazó a los catorce años en San Fernando del Valle de Catamarca, su tierra natal, colaborando con un taller donde se imprimía los principales acontecimientos del quehacer provinciano. En La Plata estudió Derecho pero, más fuerte era su vocación informativa. Firmaba con el pseudónimo de “Rovega”, en la mayoría de los casos pero, cuando su trabajo era encendido lo refrendaba con su nombre bautismal. Sabía sacar el pecho y afrontar con gallardía su sagacidad. Establecido en Salta trabajó en “El Tribuno”, Canal 11 y como corresponsal de los diarios “La Nación”, de Buenos Aires; y “La Gaceta”, de Tucumán.

Se desempeñó como docente en Comunicaciones Sociales de la Universidad Católica de Salta y dirigió su propia revista “El otro país”; durante la segunda gestión del intendente Víctor Abelardo Montoya el cargo de director de prensa.

Obtuvo premios distinguidos por su labor profesional. También incursionó el campo gremial ansioso por jerarquizar los hombres de prensa, mediante cursos y jornadas de especialización como secretario general del Sindicato Argentino de Prensa – filial Salta, siendo además anfitrión de congresos de perfeccionamiento organizados desde Buenos Aires por la FATPREN (Federación Argentina de Trabajadores de Prensa).

Finalmente, “Rovega” –con quien me unía una férrea amistad por espacio de más de cuarenta años, cuanto juntos “pateábamos la calle” en la búsqueda de la noticia- tenía por lema que “para ser un buen periodista era necesario ser limpio de cuerpo y alma, llevar consigo la luz de un ideal, poner carácter de temple toledano y contar con una voluntad inflexible que haya gustado el amargo sabor del infortunio, de la vicisitud, del sacrificio, del fracaso, de la ingratitud y de la injusticia”.

Al jubilarse. En 1992, se retiró al descanso en Cerrillos donde hacía correr las horas con selectas lecturas y distrayéndose creando imágenes como ebanista, herrero artístico y la marroquinería. A este novel artesano su corazón se detuvo a los 79 años.

 

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