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cementerio de Rosario de Lerma es custodio de los restos de una
de las figuras más destacadas de las plumas del periodismo
argentino: Julio César Rodríguez de la Vega.
Este periodista: fue un hombre de
respeto, autoridad, bondadoso y sencillo; apasionado, vehemente,
virulento y combativo convencía frente a los micrófonos
de una radiodifusora, de la pantalla chica o en las columnas de
la prensa escrita –Julio César de la Vega o “el
flaco Rovega”- convocaba a miles de interesados en estar al
tanto de la realidad histórica del momento. Sus opiniones
se las atesoraba como la de un maestro, sin condicionamientos de
los códigos que reclaman la profesión.
Al apostolado del periodismo lo
abrazó a los catorce años en San Fernando del Valle
de Catamarca, su tierra natal, colaborando con un taller donde se
imprimía los principales acontecimientos del quehacer provinciano.
En La Plata estudió Derecho pero, más fuerte era su
vocación informativa. Firmaba con el pseudónimo de
“Rovega”, en la mayoría de los casos pero, cuando
su trabajo era encendido lo refrendaba con su nombre bautismal.
Sabía sacar el pecho y afrontar con gallardía su sagacidad.
Establecido en Salta trabajó en “El Tribuno”,
Canal 11 y como corresponsal de los diarios “La Nación”,
de Buenos Aires; y “La Gaceta”, de Tucumán.
Se desempeñó como docente
en Comunicaciones Sociales de la Universidad Católica de
Salta y dirigió su propia revista “El otro país”;
durante la segunda gestión del intendente Víctor Abelardo
Montoya el cargo de director de prensa.
Obtuvo
premios distinguidos por su labor profesional. También incursionó
el campo gremial ansioso por jerarquizar los hombres de prensa,
mediante cursos y jornadas de especialización como secretario
general del Sindicato Argentino de Prensa – filial Salta,
siendo además anfitrión de congresos de perfeccionamiento
organizados desde Buenos Aires por la FATPREN (Federación
Argentina de Trabajadores de Prensa).
Finalmente, “Rovega”
–con quien me unía una férrea amistad por espacio
de más de cuarenta años, cuanto juntos “pateábamos
la calle” en la búsqueda de la noticia- tenía
por lema que “para ser un buen periodista era necesario ser
limpio de cuerpo y alma, llevar consigo la luz de un ideal, poner
carácter de temple toledano y contar con una voluntad inflexible
que haya gustado el amargo sabor del infortunio, de la vicisitud,
del sacrificio, del fracaso, de la ingratitud y de la injusticia”.
Al jubilarse. En 1992, se retiró
al descanso en Cerrillos donde hacía correr las horas con
selectas lecturas y distrayéndose creando imágenes
como ebanista, herrero artístico y la marroquinería.
A este novel artesano su corazón se detuvo a los 79 años.