José María Zuviría nació en la capital de la heroica provincia de Salta en 1830.
El furor de los opresores de la patria obligó a su padre, el patricio Dr. D. Facundo de Zuviría, a salir del país, cuando sus hijos eran todavía muy pequeños para soportar las penurias de aquellas largas y peligrosas travesías, por lo cual se dirigió sólo a sufrir su ostracismo, y se radicó en La Paz, buscando en la vida de la célebre Universidad Boliviana el ambiente de ilustración que necesitaba su cultura.
Poco tiempo después, nuestro ilustrado compatriota mereció ser nombrado Rector de aquella Universidad, y entonces llamó a los suyos a su lado. Allí se educó José María.
Devuelta al país la normalidad y el goce de los beneficios de la libertad con el triunfo de Caseros, la familia Ziiviría regresó a Salta, empezando el joven Dr. José María Zuviría a destacarse entre los hombres de su generación y de su época por sus talentos y bellas prendas de carácter.
Inicióse en la vida pública como diputado al Congreso Constituyente del año 1853, luego nombrado secretario, en la sesión del 23 de Febrero de 1853.
Entre las muchas cuestiones que ilustró con su palabra, merece recordarse su campaña por el aplazamiento de la aprobación de los tratados sobre la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay, que se firmaron en San José de Flores el 10 de Julio de aquel año. El Dr. Zuviría sostuvo sólo el aplazamiento, replicando a todos los impugnadores; y empezó su célebre discurso con las siguientes palabras:
“Supuesto que hay tanta oposición al aplazamiento que por primera vez, y solo por la enfermedad que me aqueja, he pedido, desde que soy diputado, retiro mi solicitud y hago uso de la palabra. Ni la enfermedad, ni la muerte me impedirán llenar mi deber... Por cuanto se ha expuesto ayer y hoy, y por la opinión pronunciada por la mayoría de los señores diputados, conozco que el proyecto que sostengo será rechazado por la votación. Con esta seguridad, la prudencia me aconsejaría abandonarlo si otros consejos más enérgicos e imperiosos que los de la prudencia no me impulsaran asostenerlo hasta que se agoten mis fuerzas físicas y morales. La voz del deber y de la conciencia mucho más sagrada que aquella, lamentará para llenar sus preceptos”
El Dr. Zuviría sostenía la tesis de que no era el Congreso Constituyente el que debía aprobar esos tratados, y reforzaba sus argumentos de orden insti
tucional, con otras de orden político, diciendo : « La aprobación de los tratados por quien no corresponde, y con violación de una ley fundamental, lejos de ser de pública conveniencia, es una arma contra los tratados mismos; y si como se ha dicho, se teme que Buenos Aires los ataque, no hay que darle esa arma; porque no hay arma tan cortante como el Derecho en manos del enemigo. »
Después de clausurarse el Congreso, el joven secretario fue nombrado Oficial Mayor del Ministerio de Hacienda, puesto que renunció el 22 de Mayo de 1855. Fue también secretario del gobierno de la Confederación, Juez Federal en el Rosario de Santa Fe y secretario de la Legación Argentina ante la Santa Sede.
Toda la vida de este ilustrado jurisconsulto, pensador, hombre de estado y diplomático, se ha desenvuelto en la mayor placidez, formándose alrededor de su nombre una verdadera aureola de consideración y de respeto.
Orador y literato distinguido, fue también amante apasionado de las musas, y obedeciendo a ese impulso repentino que busca expansión a los anhelos juveniles y desahogos al espíritu del hombre, buscó en las armonías del verso las formas más acordes para la expresión de sus sentimientos.
Su astro no es muy intenso, pero su inspiración es siempre honesta, apasible, rumorosa y buena. Según él mismo lo dice en el prólogo de su colección de poesías, (i) su escuela fue la lectura entusiasta de inspiraciones poéticas que lo deleitaban. Sin embargo, son bien perceptibles en sus versos las trazas del romanticismo de aquella época.
El poeta y escritor Martín García Mérou, haciendo el juicio crítico del poema Abel, decía: (2)
« Recorriendo sus páginas descriptivas, se encuentran consideraciones filosóficas, recuerdos históricos, arranques líricos subjetivos, pero raras veces inspirados por la naturaleza que lo rodea. Abel habla mucho
de las ciudades y poco de los campos. Al penetrar en Francia recuerda a Juana de Arco, Carlota Corday y Eloísa, y canta la guerra del 70; al penetrar en Londres nos muestra un cuadro de miseria y de dolor, al que sigue uno de muerte que oprime el corazón; Italia, que le ha dado tema para uno de los cantos más bellos del poema, le hace tributar un recuerdo de admiración a Dante, Virgilio, Ovidio, Tasso, Manzoni, Rafael y Miguel Ángel, En Roma describe el carnaval, en Venecia evoca una grandeza pasada para siempre, y solo al referirse al río Paraná, en un canto lleno de delicadeza e inspiración, trata de reflejar el colorido de la naturaleza que lo abriga. Esto, como he dicho, señala a Aie¿ una esfera especial de acción, un límite determinado en medio de otras producciones que le son semejantes.»
“El señor Zuviría ha cumplido el ideal de Longfellow. Su lira tiene cuerdas que vibran heridas por otros sentimientos que los puramente subjetivos. Canta las glorias de la patria, las heroínas de la caridad, la majestad de la naturaleza americana. Sus poesías pasan de lo sencillo a lo grave, de lo triste a lo humorístico, con transiciones tan felices como oportunas.»
Parece que el Dr. Zuviría eliminó intencionalmente de entre sus poesías todos los versos que escribió contra la tiranía, para no contribuir á reforzar el eco de aquella inmensa tortura que sufrió la patria; pero se puede apreciar el entusiasmo de su aversión a la causa de Rosas por las siguientes estrofas del himno con que celebró su caída:
El Dr. Zuviría murió en Buenos Aires el 9 de Noviembre de 1 891.
De su labor puede juzgarse por las siguientes obras
que dejó publicadas: «Religión de Religiones>; «LOS
Constituyentes de 1853», «Estudios sobre la Historia
Argentina»; «Anales Contemporáneos», «Sarmiento»
y un tomo de poesías.
TRES DE FEBRERO
HIBCNO
CORO
Patriotas ya sois libres
La frente levantad;
Cayó, cayó el Tirano
Gritemos Libertad.
De Palermo el Tirano ominoso
Ya lanzó su postrer alarido
Y en su frente feroz el vencido
Muestra solo miseria y baldón.
Ya soltó de su garra la presa
XIV
Que saciaba su instinto de fiera;
Halle solo en la tierra extrangera
Como aquí, maldición, maldición.
Argentinos no el odio abriguemos,
Somos libres, seremos hermanos ;
I/ibertad tienen ya nuestras manos,
Las de todos sean libres también.
Desplegando el azul estandarte
De la patria el gran himno cantemos ;
Y entre vivas, la palma llevemos
Del guerrero entrerriano a la sien.
Gloria al Héroe que marcha al oriente
Cual si fuera inspirado del cielo,
A librar de opresores un suelo
Fiel baluarte de la libertad.
Por do quiera triunfando sus huestes
Sin que arroje el cañón la metralla.
Corre a abrir la gloriosa muralla
De la heroica invencible Ciudad.
Ved cual teje a su palma de triunfo
De la paz los ansiados laureles ;
Vedle luego en guerreros bajeles
La ancha falda del Plata surcar.
El veloz Paraná sus legiones.
Ya conduce en su espalda gigante
Y la pampa le mira triunfante
Su región desvastada cruzar.
Ya en Casero el Ejército Aliado
Lanza al aire mortíferas balas,
Tres banderas desplegan sus alas
XV
A los gritos de unión y hermandad.
El Tirano se aterra a su aspecto ;
No es la viuda que llora a su oído,
Es de guerra el mortal estallido,
Es que pide el cañón libertad.
Y el que hiciera correr tanta sangre
Las cabezas cortando en las calles,
Ved cual huye, cruzando los valles,
Tan veloz como el raudo huracán.
La victoria pronuncia su fallo:
Doquier triunfan las huestes aliadas ;
Doquier cruzan las densas oleadas
De enemigos que prófugos van.
Al combate sucede la calma
Y de heridos la triste plegaria;
La llanura quedó solitaria
Como lóbrego y mudo panteón.
Mas un día de gozo y ventura
Tras la noche de luto amanece ;
El Tirano a su luz desparece,
Y sus huestes alcanzan perdón.
¡ Gloria a Urquiza ! en la tierra Argentina
Ni opresores hay ya ni oprimidos;
Vencedores, aliados, vencidos
De la Patria el gran himno cantad.
Sepa el mundo que el pueblo argentino
Al que un Rozas feroz oprimía.
Sepultando su atroz tiranía
Libertad tiene ya ¡ libertad !
J. M. Z.