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ALGUNAS CURIOSIDADES

“DOS CONDECORACIONES DE DOÑA JUANA MANUELA GORRITI”

Por GUSTAVO FLORES MONTALBETTI

En la publicación del periódico “El Sud Americano” del día 20 de noviembre de 1888 (Buenos Aires) se hace referencia a las dos medallas que le fueron conferidas a nuestra benemérita escritora, doña Juana Manuela Gorriti. Los merecimientos eran concernientes a que la eminente literata salteña había publicado hasta entonces, siete libros, y tenía en preparación cuatro volúmenes más. Señala además que doña Juana es miembro de varias instituciones de distintos países de América, indicando a “Ateneo” y “Amantes de la Instrucción” de la ciudad de Lima (Perú), “Asociación de Maestros” de Buenos Aires, y de “Asociación Julio” de la Paz (Bolivia), entre otras; en las que tuvo una descollante y altruista actuación. Por ello se hizo merecedora a dos medallas, una otorgada por el gobierno del Perú, la “Cruz del 2 de Mayo”; habiendo actuado con humanitaria abnegación en el servicio de enfermería de las baterías de El Callao durante el combate con fuerzas realistas en mayo de 1866.

El otro galardón le fue concedido por las “Damas de Beneficencia de Bs. As.”, en reconocimiento a su alto valor humano y literario expuesto en su libro “Sueños y Realidades”. Se exhibe una reproducción de estas dos valiosas y poco conocidas piezas numismáticas.

Pocos años después, doña Juana Manuela Gorriti, considerada entre las más destacadas escritoras de Hispanoamérica del siglo XIX, fallecía el 6 de noviembre de 1892. Una nota necrológica decía: “Salta la vio nacer en su ilustre cuna, y su vida fue salteando los escollos que a toda humana existencia se presentan hasta alcanzar las últimas y más altas ramas del frondoso árbol del saber, inundadas siempre de luz, sin dudas, porque están más cerca del cielo, la eterna patria de la ciencia eterna”

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Un Cuento de Juana Manuela:

Quien escucha su mal oye (confidencia de una confidencia)

     -Cuando hemos caído en una falta -me dijo un día cierto amigo- si la reparación es imposible, réstanos al menos, el medio de expiarla por una expiación explícita y franca. ¿Quiere usted ser mi confesor, amiga mía?
     -¡Oh! Sí -me apresuré a responder.
     -¿Confesor con todas sus condiciones?
     -Sí, aceptando una.
     -¿Cuál?
     -El secreto.
¿Oh! ¡mujeres!, ¡mujeres!, ¡no podéis callar ni aun a precio de vuestra vida!; ¡mujeres que profesáis, por la charla idólatra, culto!: ¡mujeres que. mujeres a quienes es preciso aceptar como sois!
     -Acúsome, pues -comenzó él, resignado ya a mi indiscreta restricción-, acúsome de una falta grave, enorme, y me arrepiento hasta donde puede arrpentirse un curioso por haber satisfecho esta devorante pasión.

I

     Conspiraba yo en una época no muy lejana y denunciado por los agentes del gobierno, vime precisado a ocultarme. Asilóme un amigo, por supuesto en el paraje más recóndito de su casa. Era un cuarto situado en el extremo del jardín y cuya puerta desaparecía completamente bajo los pámpanos de una vid.
     Sus paredes tapizadas con damasco carmesí tenían el aspecto de una grande antigüedad. Ha servido de alcoba al abuelo de la casa, cuyo inmenso lecho dorado, vacío por la muerte, ocupaba yo., mas ¡de cuán diferente manera! El Anciano caballero dormía -pensaba yo- un sueño bienaventurado entre las densas cortinas de tercipelo verde, agitadas ahora por el tenaz insomnio que circulaba con mi sangre de conspirador y de algo más: de curioso. Juzgue usted.
     Desde mi primera noche, en aquel cuarto, oía sin que me fuera posible determinar dónde, una voz, una suave y bella voz de mujer que hablaba mezclándose con voces de hombres; después de parecer sola, leía prosa y versos como hubiera declamado Rachel, y cantaba como Malibrán los trozos más sublimes del repertorio moderno, entre ellos una serenata de Schubert cuyas notas graves tenían una melodía celestial.
     Pasé varios días en investigaciones, escuchando entre las molduras doradas que ajustaban la tapicería, tentando las paredes y buscando por todas partes el sitio por donde me llegaba el eco de aquella voz.
     Parecióme, al fin, que acercándome a un grande armario colocado en un ángulo, oía más clara y cercana la voz, y no me preocupaba. Mas era aquel mueble tan pesado que juzqué inútil el intentar removerlo yo solo; pero de ninguna manera renuncié a la idea de conocer lo que había detrás.
     Así, cuando por la noche, el viejo negro encargado de servirme en mi escondite me hube traído el té, puse en su mano un doblón y le rogué me ayudara a cambiar de sitio aquel armario.
     Al escucharme, el negro abrió grandes ojos y palideció.
     -¡Ay! No, señor -exclamó con voz sorda-, ni por todo el oro de este mundo. La señora vieja está viva todavía; y si llegara a saber que por ahí ha pasado la infidelidad de su marido, sería capaz de adivinar también que yo, ¡ay, Jesús!, que yo fui quien abrió esa puerta para que el amo, ¡pobre señor!, entrara al monasterio. ¡María Santísima! No, no, señor. Además, el armario está incrustado en la pared, y es imposible moverlo.
     Costóme gran trabajo para calmar su espanto; y cuando le hube prometido un profundo secreto, me refirió cómo la casa vecina hizo en otro tiempo parte de un convento de monjas donde su amo tuvo la temeridad de amar a una esposa del señor y cómo, no contento con la enormidad de ese crimen, había profanado la casa de Dios con el auxilio de su esclavo albañil y carpintero, abriendo en la pared una puerta que correspondía al interior del armario.
     -Así es, señor -concluyó el negro-, que desde que el amo murió, este armario es mi pesadilla. Siempre temiendo que tire el diablo de la manta, siempre temblando de que una innovación a la casa descubra esta puerta y el nombre de su artífice, pues la señora sin duda me asaría vivo.
     -No temas, Juan -le dije para tranquilizarlo-. ¿Quién se lo diría? Yo seré callado como la muerte, y cuando me haya ido de aquí, el secreto se habrá ido conmigo para siempre.
     -¡Ah, señor! -repuso el negro, cediendo a pesar suyo al deseo de charlar-, ¡qué tiempos aquellos! El amor del amo duró toda la vida entera de la monjita, que por otra parte no fue larga. La pobre tortolita (así la llamaba el amo, y así llamaban entonces los galanes a su amada), la tortolilla cautiva amaba demasiado, y su amor no pudiendo respirar más la mefítica atmósfera del claustro, llevó su alma a otra región. El amo estuvo primero inconsolable; pero luego hizo lo que todos; olvidó a su tórtola, y fue a casa de otras que amó no menos, pero en cuyos amores no intervino ya su esclavo.
     -Juan -le dije, interrumpiendo sus confidencias-, recuerda que debes ayudarme y marcharte en seguida.
     Entonces el antiguo Mercurio del seductor de monjas, como quien lo entendía bien, abrió el armario; y quitando el tablero del fondo, dejó descubierta una puertecita cerrada por un postigo en el lado opuesto de la pared.
     El negro me mostró el resorte que le abría, y huyó de allí con terror.
     Al encontrarme solo y dueño de aquella misteriosa puerta, mi corazón latió con violencia, no sé si de gozo o de temor. Tenía ya en mi mano la extremidad del velo que tanto deseaba levantar.
     Pero ¿cómo hacerlo?, ¿con qué derecho iba yo a introducirme en la vida íntima de la persona que dormía confiada, a dos pasos de mí?
     La mano en el resorte y el oído atento, dudé largo tiempo entre la curiosidad y la discreción.
     De repente oí en el cuarto vecino el roce de un vestido, y la voz de siempre murmuró cerca de mí:
     -¡Dos meses sin noticia suya! El ingrato partió sin darme un adiós. ¿Dónde está ahora? En su helada indiferencia no ha creído necesario decirme el paraje donde mi amor podía ir a buscarlo; mas yo lo sabré. Esa ciencia cuyo poder niegan los hombres sin fe, y él entre ellos, esa ciencia me lo dirá. ¡Sí, yo lo quiero! -añadió con enérgico acento.
     Cerróse la puerta y todo quedó en silencio.
     ¡Cómo resistir a la invencible curiosidad que se apoderó de mí al oír la expresión de aquel amor singular, revelado en esas misteriosas palabras? Nada pudo ya detenerme; todo cedió ante el deseo de tocar con las manos los secretos de esa extraña existencia.
     Con la frente apoyada en el postigo, esperé un cuarto de hora. El mismo silencio: nada se movía allí. Entonces, arrojando lejos de mí todas las ideas que pudieran intimidarme, comprimí resueltamente el resorte que me había indicado el negro.
     El resorte, olvidado durante medio siglo, me asustó con un agudo chillido; pero cediendo al mismo tiempo abrió un postiguillo angosto como la portezuela de un carruaje, y yo, dando un paso, me encontré en la morada de mi vecina.

II
La alcoba de una excéntrica

     La pálida luz de una lamparilla alimentada con espíritu de vino y puesta sobre un velador a la cabecera de un pequeño lecho adornado con cortinas blancas, alumbraba suavemente el cuarto cerrado y desierto. Al pie del lecho y sobre el mármol de una cómoda, había una pequeña biblioteca cuya nomenclatura, en la que figuraban los nombres de Andral, Huffeland, Raspail y otros autores, entre cráneos de estudio y grabados anatómicos, habría hecho creer que aquella habitación pertenecía a un hombre de ciencia, si una simple mirada en torno no persuadiera de lo contrario; y aquí, sobre una canasta d labor, una guirnalda a medio acabar; allí, un velo pendiente de una columna del tocador; más allá, una falda de gasa cargada de cintas y arrojada de prisa sobre un cojín; flores colocadas con amor en vasos de todas dimensiones, el suave perfume de los extractos ingleses, el azulado humo del sahumerio exhalándose de un pebetero de arcilla, todo revelaba el sexo de su dueño.
     A la cabecera del lecho y al pie de un cuadro que representaba al niño Dios, estaba el retrato de un bello joven, y estas imágenes de las dos edades en que tanto amor se prodiga al hombre, parecían presidir en aquella sencilla y pobre morada artística.
     Las paredes de aquel cuarto desaparecían completamente bajo sombríos tableros de madera esculpidas; y el misterioso postiguillo era un medallón oblongo, cercado de una corona de rosas en relieve. Hallábame, pues, en la antigua celda de la monja: era un santuario de sus amores, templo ahora de un amor no menos apasionado. Había en esta coincidencia motivo para que la fantasía se echara a volar en pos de las escenas pasadas, ante los ojos inmóviles de las robustas cariátides y los mofletudos querubines de aquella vetusta escultura. Pero yo no tenía tiempo que perder. Pues que era criminal, no quería serlo a medias y había resuelto abrir un pasaje para que mis miradas pudieran penetrar a toda hora en la morada de mi excéntrica vecina.
     Fuime, pus, a su canasta de labor, que, dicho sea de paso, estaba en un espantoso desorden. Dedos nerviosamente crispados habían enredado las madejas de seda, al arrancar, más bien que cortar, las hebras; y más de diez agujas, que se revoloteaban entre blondas y cintas, me picaron los dedos al buscar las tijeras que encontré al fin, y con las que hice un agujero en el centro de una de las rosas esculpidas en el medallón.
+     Era ya tiempo; pues apenas cerré la puerta y me encontré en mi cuarto, saliendo del armario, mi huésped entró a hacerme la compañía ordinaria de la noche.
     Confieso que nunca la presencia del ser más antipático me fue tan insoportable como la de mi amigo en aquella ocasión. Su plática tan interesante y animada, pues era un hombre de talento y de vastos conocimientos, parecíame pesada y monótona. Mi malestar creció cuando sentí que en el cuarto vecino se abría una puerta. Sin duda era ella, su misteriosa habitadora. ¿Había cumplido su designio? ¿Cuál era esa ciencia de que hablaba y qué le habían revelado sus arcanos?
     El silencio que sucedió me parecía de mal agüero, ¡y yo, que clavado en un sillón delante de mi amigo, no podía averiguarlo! Consumíame de ansiedad, y respondía a mi amigo con una distracción, de la que éste se apercibió al fin.
     -¿Sufres? -me preguntó.
     -No, de ninguna manera -me apresuré a contestarle.
     -Pareces preocupado. En todo caso, duerme.
     -¡Hasta mañana!
     -¡Hasta mañana! -dije con una efusión tan pronunciada, que lo sorprendió, y se alejó sonriendo.
     Apenas me vi solo, corrí a encerrarme en el armario y miré por el agujero hecho por la tijera.
     Todo se hallaba en el mismo estado; pero el cuarto no estaba ahora solo. En el centro, y sentado en un sillón, un hombre paseaba en torno una mirada de asombro. Nada más decía esa mirada, nada tampoco la expresión de su grande boca de labios delgados y pálidos. Sólo su frente, ancha y elevada, habría preocupado mucho a un observador frenólogo.
     Abrióse de repente una pequeña puerta que cubría un tapiz encarnado, y en su fondo oscuro se dibujó la figura de una mujer. Era alta y esbelta. Cubierta de un largo peinador blanco, cuyos undosos pliegues sujetaba a medio lazo un cinturón azul, con sus negros cabellos arrojados en largos rizos sobre la espalda, con su paso rápido y su ademán ligero, habríasele creído el ser más feliz de la tierra; pero mirándola con más detención se conocía que había lágrimas tras de su sonrisa, y que <U< front son laissait couer au nuage>.
     Entrando en el cuarto, sus ojos posaron en los del hombre que allí se encontraba una mirada grave, fija y profunda que lo hizo estremecer. Muy luego los ojos del joven, como fascinados por aquella mirada, permanecieron clavados en ella, mientras una extraña languidez los fue cerrando por grados hasta sombrear con el párpado la mejilla.
     Entonces aquella mujer, acercándose a él, con paso lento pero seguro, elevó tres veces sobre sus ojos cerrados la mano derecha, haciéndola descender otras tantas a los largo del rostro y desviándola en seguida hacia el hombro, para elevarla de nuevo. Después, alargando horizontalmente la izquierda a la altura de la región posterior del pecho, dijo con blando pero imperioso acento:
     -¡Samuel!
     -¿Qué me quieres? -respondió el joven con voz oprimida.
     Ella alzó de nuevo y repetidas veces la mano sobre su pecho, y él añadió entonces:
     -¿Qué me quieres? Pronto estoy a obedecerte.
     -Pues bien -dijo ella colocando sobre la frente de aquél el pulgar y el índice de su mano derecha-, penetra ahora en mi corazón y busca en él una imagen.
     El joven inclinó la cabeza sobre el pecho y pareció dormir profundamente. Después, una convulsión violenta sacudió su cuerpo y sus labios murmuraron un nombre. Ella sonrió con tristeza, enviando al retrato que tenía enfrente una tierna mirada. Luego, asiendo la mano del dormido:
     -¡Samuel! .dijo-, penetre tu vista el inmenso horizonte en esta dirección (su mano señaló el Norte) y busque a aquel cuyo nombre acabas de pronunciar.
     La cabeza del hombre, dormido, cayó otra vez sobre su pecho; su respiración se volvió por grados anhelante, fatigosa, y copioso sudor bañó sus sienes.
     La mujer, de pie y con los brazos cruzados, seguía con una mirada tenaz e imperiosa las emociones que rápida y sucesivamente se pintaban sobre aquellos ojos cerrados.
     La hora, el lugar y los objetos que allí se presentaban, todo contribuía a dar a esa escena un carácter verdaderamente fantástico, y al contemplar a ese ser débil dominando con una influencia misteriosa al ser fuerte, al mirar a esa mujer envuelta en los largos pliegues de su flotante y vaporosa túnica, de pie y la mano extendida sobre la cabeza de ese hombre sometido al poder de su mirada, habríasele creído una maga celebrando los misterios de un culto desconocido.
     La misma convulsión vino a interrumpir la inmovilidad del dormido.
     -Hele allí .exclamó.
     -¿Dónde?
     Los rayos plateados de la luna juegan con las olas del inmenso río que pasea su plácida corriente entre el bosque y una ciudad fantástica cual un febril ensueño. A sus pies, y sujeto por pesadas anclas, un navío suavemente mecido por blandas oleadas envía hasta las frondas de la opuesta ribera los reflejos de una brillante iluminación. Sobre su ancha cubierta, adornada con verdaderas y perfumadas guirnaldas, cien hermosas mujeres, vestidas de blanco y coronadas de flores, se abandonan lánguidamente en los brazos de sus compañeros de placer a las ardientes emociones de la danza. ¡Oh! ¡cuán bellos son sus ojos! Diríanse que han robado al sol de los trópicos su deslumbrante fulgor.
     -Pero él, él, ¿dónde está?
     -¡Oh! -replicó el dormido con acento suplicante-, déjame ver el cuadro mágico de esta danza sobre las aguas y bajo un cielo de fuego. ¡Cuán hermosas son!. ¡cuán hermosas!. He allí una que se aparta del encantado torbellino. Aléjase hacia la proa con su caballero, e inclinándose sobre la borda tiende la mano para mostrarle la trémula imagen de las estrellas reflejada en el agua profunda. ¡Ah!
     -Samuel -dijo ella interrumpiéndolo, porque una convulsión violenta contrajo de repente las facciones inmóviles del dormido-. Samuel, ¿qué ves?
     -Es él, él, quien la acompaña.
     -¿Y por qué tiemblas?      -¡Oh! -repuso el dormido con sordo acento-, no lo preguntes. tú no debes saberlo.
     -No importa; ¡quiero que lo digas! ¡Dilo!
     Entonces, él bajó la cabeza con pesarosa resignación, pro al hablar empleó una lengua extranjera, quizá para que sus palabras sonaran menos dolorosas al corazón de aquella a quien obedecía con tan visible pesar.
     Mientras hablaba, una nube oscureció la frente de aquella mujer. Sus ojos brillaron como relámpagos de una tempestad y sus labios murmuraron palabras confusas e inarticuladas. Pero serenándose de repente:
     -Samuel -dijo-, lee en el corazón de ese hombre.
     El joven se reconcentró profundamente; habríase dicho que su espíritu había descendido a un abismo.
     Después, sus labios vertieron lentamente, como gotas de plomo, estas palabras:
     -Ama a esa mujer.
     Pero una nueva convulsión ahogó sus palabras cual si lo hubiese herido el mismo golpe que acababa de asestar al alma de aquella mujer.
     Ella, sin embargo, permaneció inmóvil y silenciosa; ni un solo músculo de su rostro se contrajo; y sin la extrema palidez que cubrió su semblante, nada habría revelado el dolor en ese corazón de extraña fortaleza.
     Paseóse dos o tres veces a lo largo del cuarto, acercóse al retrato, lo contempló largo tiempo con una mirada indefinible, y luego, cual si se arrancara un recuerdo querido, se llevó la mano a la frente, se echó hacia atrás los rizos de la cabellera, cubrió el retrato con un velo negro, y yendo a abrir una puerta enfrente de aquella por donde había entrado, volvióse al dormido tendiendo la mano y replegándola hacia sí, mientras él se levantaba y seguía la dirección que aquella mano le imprimía.
     Cuando hubo traspuesto el umbral, la puerta se cerró tras él, y oí la voz de aquella mujer que decía:
     -¡Samuel, despierta!
     Vila después sentarse al pie del lecho y ocultarse el rostro entre las manos.
     Nada tenía ya que ver ni averiguar allí; la lamparilla se había apagado, yo no veía a esa mujer, y permanecía aún pegado a aquel postigo que me separaba de ella; el silencio reinaba en torno; no obstante en mi cerebro zumbaba un ruido tumultuoso como el de las olas del mar en una borrasca. Eran los latidos de mi corazón, era una rabia inmensa, desesperada, que rugía en mi alma, era. eran los celos, era que yo amaba a esa mujer que amaba a otro con el amor ardiente que inspira un imposible; que la codiciaba para mí, en tanto que otro poseía su alma.
     -"Quien escucha su mal oye" -dije yo con el aire sentencioso de un confesor.
     La luz del día, penetrando en su cuarto, me la mostró en el mismo sitio. Ni ella ni yo habíamos cambiado de actitud.
     -Pero. ¿no oye usted? -dijo mi penitente, interrumpiéndose de improviso-. ¿No oye usted?
     -¿Qué?
     -El pito del tren. Hoy llega el vapor del Sur y debemos tener noticias interesantes de Arequipa.
     Dijo, y sin escuchar mis ruegos, mis gritos, mis protestas y la formal amenaza de negarle la absolución, el impío tomó su sombrero y en seguida la calle, embarcándose luego para islay, de donde dirigiéndose a Arequipa se deslizó furtivamente en la plaza, batióse en las trincheras el siete de marzo, y librándose milagrosamente de la carlanca "libertadora", pasó a Chile, donde es fama que por no perder la costumbre tomó parte activa en la revolución que poco después estalló en aquel país. Cuando la revolución fracasó, fuese a Europa, acompañó a Garibaldi en su expedición a Sicilia, siguióle también y cayó con él el Aspromonte , no muerto sino prisionero. Evadióse, y ahora anda extraviado como una aguja en esos mundos de Dios.
     ¡Incorregible conspirador! Guárdelo el cielo que un día termine su confesión, y podamos saber, bella Cristina, el fin de su culpable y bien castigado espionaje.

 

 

Para leer un libro de Juana Manuela haga clic :

EL ANGEL CAIDO

 

 

 

 

 

Juana Manuela Gorriti

Nació el 15 de junio de 1818 en Horcones, campamento fortificado situado en Rosario de la Frontera (Provincia de Salta). Hija del militar y gobernante, José Ignacio Gorriti, sobrina del guerrillero Francisco "Pachi" Gorriti y del sacerdote doctor Juan Ignacio Gorriti. Cursó estudios en un principio en el convento de las monjas Salesas de su provincia natal, y pasó luego a Tarija, donde contrajo matrimonio con Manuel Isidoro Belzú en 1833, caudillo militar de Bolivia que llegó a ser presidente del país y murió asesinado a raíz de una de las tantas revoluciones que dirigiera. Desde este matrimonio tuvo dos hijas: Edelmira y Mercedes.

Considerada como la primera novelista sudamericana, Juana Manuela Gorriti visibilizó desde sus textos a los excluidos de las sociedades latinoamericanas del siglo XIX como las mujeres, los indios y los negros.

Ha dejado un amplio legado que abarca cuentos, novelas, biografías y relatos de viaje. Como cuentista, tiene el honor de haber inaugurado el género fantástico en el continente. Amante de la libertad tanto en política como en literatura, rinde honor al Romanticismo, combinando a veces, en un mismo texto la política y la fantasía junto a la situación de sus congéneres. Sus cuentos y novelas fueron publicados y difundidos en Chile, Colombia, Venezuela y Argentina y -luego de la caída de Rosas-, también en Madrid y París.

La historia de la novela en Argentina se inicia con la publicación de su relato La Quena, en 1848. Otros títulos, como Sueños y realidades (1875), Don Dionisio Puch (1869), Panoramas de la vida (1876), Misceláneas (1878), La tierra natal, Perfiles (1892) y Veladas literarias de Lima (1892), integran su extensa producción.

Juana Manuela Gorriti falleció en Buenos Aires el 6 de noviembre de 1892.

La escritura velada
(historia y biografía de Juana Manuela Gorriti)

María Gabriela Mizraje
Universidad Nacional de Buenos Aires

...y todo lo que a él concierne
lo he oído referir a éste [a mi padre],
en las pláticas del hogar,
verdadero archivo de biografías

(JMG, Lo íntimo, 1893)

Gracias a Dios, hace tiempo
que yo digo como Madama Geofroid-
"Quand j'etais femme"

(JMG, Panoramas de la vida, 1876)

I- Relaciones

Un entramado de relaciones vitales y discursivas hace de los textos de Juana Manuela Gorriti (sin ninguna duda, la principal escritora argentina del siglo XIX) una pieza imprescindible para la reconstrucción de la cultura sudamericana -y especialmente argentina- del período. El circuito de los periódicos así como la poca correspondencia acequible, la exhibición de las tertulias y las relecturas de la historia nacional realizadas en torno a algunos personajes-clave del espesor de Rosas o Güemes la sitúan, empedernidamente mujer entre los hombres, en el límite en el que la épica patria, la biografía, la escritura memorialista y la ficción van a converger para escamotear los datos privados y elaborar el encomio de su genealogía. Patronímicos y gentilicios plurales sostienen su nombre para un contraste en el que los compatriotas, los políticos, la fiebre de la Bolsa de Comercio y las competencias del mundo intelectual resultan mezquinos, y la guerra de Independencia se convierte en indiscutido paradigma.

La escritora del triunfo de la femineidad y los derechos de la mujer queda, sin embargo, inmersa en las contradicciones que su contexto le imprime. Demasiado romántica para ser estéticamente vanguardista, demasiado emancipada para resultar tradicional, Juana Manuela Gorriti corre y descorre a lo largo de sus textos los perfiles de la mujer que idealiza para las demás (virgen, esposa, madre).

La suya, por lo tanto, es una escritura oscilante junto a los procedimientos que permiten a la autora y a la narradora sustraer el cuerpo y sustituir ese vacío pendiente en el espacio público con los episodios de la historia nacional, la historia de los otros (fundamentalmente de los varones: su padre o inclusive el Gral. Belzú, cuando el encuadre excede a la Argentina).

II- Generales de la ley

"La novia del muerto"

Una galería de personajes célebres la tendrá por custodia: Carmen Puch, el divino perfil de Camila O' Gorman, el Gral. Dionisio Puch, el Gral Vidal, el Gral. Mitre... Militares que entran en las generales de la ley (de los héroes). En este sentido, Belzú resulta tan inevitable como metonímico. Belzú, con su final más épico que el resto es, sin embargo, en un punto el antihéroe. La domesticidad le desdibuja los perfiles divinos (divino, por otra parte, en Juana Manuela, es un adjetivo más propio de mujeres), no se trata de una retórica alejandrinista, tampoco intimista, más sencillamente es la ancha elipsis que propicia el susurro: Belzú -la biografía lo delata- no se ha portado bien con la joven Gorriti. Y ella le guarda un secreto rencor.

Ojos y manos espías de su momento (que no hay muchos, la crítica contemporánea a Juana Manuela suele ser cuidadosa, recatada y propensa a las abstracciones), exhiben parte de ese secreto.

La breve biografía destinada a Belzú en Panoramas de la vida (1876) debería leerse junto a esas líneas esporádicas -que un insolente periódico reproduce- de una amistosa epístola de la viuda Gorriti forcejeando por resultar ecuánime:

"El 27 de marzo, dos días después de la fecha de la carta de Ud., Belzú, mi marido, el hombre que enlutó mi destino entero, vencedor de un combate en el que el pueblo derrotó al ejército, fue asesinado por el general que mandaba éste. Vinieron a decirme que Belzú había caído atravesadas las sienes de un balazo, y yo corrí en medio del combate; llegué hasta donde yacía el desventurado ya cadáver, lo levanté en mis brazos y en ellos lo llevé a casa: a ese hogar que él había abandonado tanto tiempo hacía! Con mis manos lavé su ensangrentado cuerpo, y acostándolo en su lecho mortuorio, lo velé y no me aparté de él hasta que lo coloqué en la tumba.

La misión de la esposa parecía ya acabada; mas he aquí el pueblo que me rodea y me pide más: me pide que lo vengue. Sí: lo vengaré con una noble y bella venganza, haciendo triunfar la causa del pueblo que era la suya".

Y poco después (1deg. de junio de 1865):

"Amigo querido: el 25 del pasado cuando escribí a Ud. las anteriores líneas, fui interrumpida por los clamores del pueblo que se había levantado en masa y me pedía a gritos unirme a él. Hemos levantado de nuevo barricadas, y en este momento esperamos al enemigo" (Cfr. Nación Argentina, 19/7/1865).

Las vicisitudes de la autora entran filtradas a los textos en relatos que saben de desplazamientos, atenuaciones, suspensiones y eufemismos.

Gorriti carga con el muerto Belzú. Belzú cadáver -ya adornado, ya hediondo- y casi siempre embalsamado en la actividad política. Desde allí es necesario narrarlo, allí es preciso que quede fijo para los lectores presentes y por venir. Para la descendencia compartida. Por ello hay que recuperar el espacio común: "lo llevé a casa...". Es la reunión de la muerte, lo saca de la muerte.

La elusión del pronombre es prolija: la casa de La Paz se sostiene sola, destruye el "mi", no enfrenta el "nuestra". Casa que rápidamente se transforma en "hogar", con velocidad y estructura análogas al "Belzú, mi marido"; "el hombre que enlutó mi destino" y "ese hogar que él había abandonado" tienen también funciones correlativas.

Se mira de lejos, a continuación se focaliza y luego se corroe la proximidad con la pena que tiene la forma de un reproche póstumo, que ejercita el contraste de la nobleza (de ella) frente al abandono (de él), del cumplimiento de su "misión de esposa" frente al incumplimiento del esposo.

Hasta la muerte se resignifica en el punto del intercambio. Belzú le está imponiendo doble luto: el luto irremediable de la hora histórica; el otro luto, previo e imperdonable, del hombre amado que le arruinó el destino. Ni muerto puede perdonarlo. Cumple con un deber histórico, social y literario, apenas femenino.

Juana Manuela trae muerto al cuerpo que se fue infiel, devuelve a lo privado al hombre público y ensaya una escritura levemente naturalista (escuela que ella despreciaba especialmente en una mujer, como lo muestran sus comentarios a Mercedes Cabello). Belzú expulsado de sus días es recuperado en su literatura; lo destierra de su vida y lo entierra en la sepultura real y en la permanencia de los textos. Ese destierro (simbólico), como los otros, es aparentemente una consecuencia no buscada que el destino impone y una posibilidad de la nostalgia en la escritura. Destierro que responde a la política de los afectos.

Contar la historia del marido es apropiarse del marido perdido. Conjura la muerte con el acto múltiple de su enfrentamiento y su escritura, pero también conjura la separación conyugal.

Moderna Antígona de la puna, Juana Manuela siempre hace las cosas por la solicitud ajena. En esta coyuntura el pueblo le pide más, así como en los otros casos los amigos le reclaman la edición de sus relatos o el periodismo la obliga a abrir sus veladas literarias... Mandato popular, exigencia del destino, misión divina o necesidad histórica, las acciones de Gorriti pasadas por los textos quedan ceñidas por los imperativos trascendentes que las fluctuaciones y los agentes de la vida le señalan.

Se construye un triunfo popular: el público aclama a la escritora para requerir de ella una acción política.

Asimilación, legado; como si el presidente le dejara a la masa en sucesión. El pueblo le entrega a Belzú y Belzú le da al pueblo.

Venganza moral, aristocrática y estética ("noble y bella"), para equilibrar la posibilidad del oxímoron. Lo que justifica la venganza es su belleza, sin embargo no habla de justicia o de reparación, asume la palabra venganza y la expropia para el sistema de valores que ella quiere defender; resulta en este aspecto revolucionaria, el paradigma en el cual se inscribe no corresponde a la retórica femenina decimonónica, e inclusive contradice algunas de las máximas principales que predica la autora. No la inhibe quedar del lado de la violencia, por más que los adjetivos la amortigüen, no le teme a la sangre (levanta con sus manos el cuerpo ensangrentado, como lo hará en su carácter de enfermera del 2 de Mayo y lo relatará).

La muerte bella, igual que en sus ficciones, deviene moral. La literatura tiene la posibilidad de conjurar ciertos `males' y ponerlos a su servicio.

Junto al mortuorio tálamo del `65 puede verse "La novia del muerto" que, ese mismo año, descansa con desasosiego en sus Sueños y Realidades, dedicada "A mi querido amigo Vicente Quesada".

Mortaja presidencial

Una mortaja para el presidente: Juana Manuela se pone literalmente a presidir la muerte de Belzú.

Lo amortaja en su carta (lo mata para el amigo), lo vivifica para el pueblo, lo glorifica para los lectores, lo venga para la historia. Y allí, otra vez ella, heroína entre hombres: irguiéndose en esposa póstuma, eligiéndose reparadora por encima del resentimiento, sopesando la historia personal y la historia latinoamericana para recordar que al fin de cuentas Lo íntimo (1) siempre debe estar al servicio de la historia (que compensatoriamente lo nutre).

Yo contaré la historia de Belzú, parece decir. Yo inscribiré su muerte en mis actos y, por lo tanto, yo que apenas si pude elegir con su vida, pondré el final de esta historia. [[questiondown]]Una historia más para Juana Manuela? A partir de ese momento, [[questiondown]]cómo contar la historia de Belzú sin que aparezca al final esa mujer que en barricadas se enfrentó al enemigo (del otro) y encabezó, tan drástica heroína, el movimiento que vengaría al presidente asesinado?

Acaso, entre tantas otras acciones valientes, sea éste el acto de mayor arrojo de Juana Manuela y sea, además, su principal ficción.

Habiendo regresado a Bolivia, en enero de 1877, Gorriti presenta un relato en Lo íntimo (p. 40 ss.):

"Un día, uno de los más trágicos de mi vida, encontrábame en medio del fragoroso tumulto de un combate; entre mis brazos yacía el cuerpo ensangrentado de un hombre que yo quería volver a la vida, y, próxima a desfallecer, tendía en torno mío una angustiosa mirada...

De repente, abriéndose paso entre los grupos de combatientes, un joven oficial vino hacia mí.

Traía en la manos un vaso de agua con la que roció alternativamente mis sienes y el rostro de aquel que era ya un cadáver".

El día final de Belzú, el día de la tragedia de la muerte de Belzú se convierte en uno de los días más trágicos de la vida de Juana Manuela. La actitud maternal o quizá viril expresada en la carta al amigo durante aquellas mismas jornadas, "lo levanté en mis brazos y en ellos lo llevé a casa", ahora, cuando se reitera después de una década, parece levemente más amante, si la otra mostraba algo del orden de la obligación moral, de la solidaridad, de la respuesta al mandato civil y religioso de un pacto contraído, ésta deja ver entre las heridas a un hombre al que quería (volver [a la vida]).

Tejerle una mortaja (textual) al primer mandatario es construir un atajo para la gloria, asegurarle la muerte: rematar su historia, al tiempo que mostrar el martirio de Belzú puede contribuir a tornarlo más heroico según la propia lógica de Lo íntimo, salvándolo del triunfo previo: "Héroe: El hombre puede serlo mientras lo envuelve la aureola del martirio. Desde que ésta se torna en aureola de triunfo, el hombre aparece lo que es: Miseria!" (LI, p. 126).

El "cuerpo ensangrentado" se repite intacto a través de los años. La sangre le mancha las manos: Gorriti a partir de entonces se sentará a escribir con esa tinta. Veremos la sangre derramada en Lo íntimo una y otra vez, desde José Ignacio, las hijas, los amigos hasta estas otras rojas huellas dactilares que destilan la historia en la que el lecho nupcial deviene lecho mortal.

Frágil pero firme se muestra la mujer vencida por el peso del cuerpo de aquel hombre. Cargar con él le acerca otro hombre, como si se tratara del segundo de los legados. Gorriti es casi una Verónica o ella misma la agonizante a la que el joven desconocido alivia en forma bautismal. Gorriti cuenta la historia con procedimientos análogos a los que utiliza para cualquiera de sus relatos ficcionales, genera misterio, suspende la acción, fragmenta para montar diferentes momentos que en la superposición logren el efecto perseguido. No falta la pregunta del enigma "quién era..." y el final, lógicamente, tampoco carecerá de su anagnórisis.

Otro general, otro presidente: Daza; otro aclamado de "porte arrogante" (cfr. LI, p. 41). Muchas de las cualidades valoradas por Juana Manuela aparecen en esa descripción que realiza la viajera sexuagenaria. El retrato, el movimiento y el carácter del joven apuesto y decidido responden al paradigma del héroe que Juana Manuela gusta trazar y al tipo de hombre que despierta su sexo (en la escritura).

Su relato inscribe un tajo en el amor que lo nombra. Por el tajo de la escritura, Juana Manuela dice lo que su vida calla y ataja los comentarios de la gente y las posibilidades de la historia. Amortajar al presidente es también, en el revés del ajuar, bordar los sentidos que reconocen el vínculo y perpetúan la historia.

Una misión sacra con los "restos" de Belzú. Lo que le resta a Juana Manuela es enterrar a su marido (y lo que Juana Manuela resta es Belzú). Con esos restos recompone el cuerpo de una historia ya muerta. Así como levantará sobre las ruinas la casa de Horcones.

A horcajadas de la historia, arruinada por las vicisitudes de su falta de salud, restada por las vicisitudes constantes que afronta, Juana Manuela, la restauradora, recompone en la escritura -por la escritura y para la escritura- las historias que ofrece y que la salvan. Si hay un espacio donde justificarse y proseguir es la escritura, si hay una dimensión en la cual los fragmentos pueden conjurar el vacío es la literatura.

"Sus obras [las del ser humano] [son] un mosaico formado con fragmentos de su propia existencia" (LI, p. 133).

III- En su lugar

"En fin, quien está trazando a lápiz estas tristes reflexiones las ha escrito al revés, y es forzoso rasgar las páginas que contienen para colocarlas en su lugar" (LI, p. 118).

Rasgar resulta al mismo tiempo restablecer el orden perdido, imposible. El seguimiento pormenorizado del montaje que proporciona Lo íntimo puede darle la razón a la sugerencia de la narradora. Así, al llegar al momento en que escribe su "pésame" por Eduardo Gutiérrez (p. 144), muerte acaecida supuestamente el 2 de agosto de 1889, la última fecha colocada por Gorriti había sido la del 30 de noviembre de 1890, en Luján. Tras varios fragmentos y el relato "Idilio y tragedia", Gorriti llora al autor de las "producciones tan argentinas y tan bellas", otro "vástago de una familia de genios, arrebatado por la muerte a la gloria de nuestra patria". No es un llanto anacrónico (el relato es de inmediatez, la autora prácticamente está velando al folletinista) sino un llanto fuera de lugar.

Más de una especularidad puede seguirse en este relato de muerte. Gorriti que llama y acaso teme la suya, que la desea y la anuncia, siempre forcejeante, cifra la propia en la sucesión de muertes de los otros, la estudia allí, en la experiencia del dolor contiguo, la interroga y la bebe. A propósito de Gutiérrez podemos ver con claridad una vez más su confianza en la trascendencia: sólo las obras salvarán al ser humano. En el caso de los autores, los textos les "darán perenne vida". Pasado y futuro del escritor argentino, pasado de familia ilustre y patriota más esmero literario (especialmente si de materia local se trata) vienen a implicar un porvenir asegurado en el panteón argentino.

Rasgar las páginas de lo íntimo es rasgar las vestiduras de la palabra (quedar al desnudo) y del propio afán de la memoria mientras quien escribe oscila; rasgar, al fin, las posibilidades de la muerte. La pluma de Juana Manuela corta mientras traza su letra empecinada. Recorta los datos imposibles de mostrar, selecciona los fragmentos narrables. Entrecorta la respiración en su ritmo escriturario, cuanto más se acerca al final, cuanto más la enfermedad la acecha, es la escansión jadeante de la bronconeumonía y del dolor la que impone los períodos narrativos. Corta Lo íntimo, lo suspende en puntos que demarcan con precisión el umbral de su muerte inmediata.

Su propuesta de lectura inserta en el texto acciona la multiplicación de un secreto. [[questiondown]]Qué significa realmente rasgar las páginas de Lo íntimo como su autora sugiere? Considerando que Lo íntimo intentaría ser la contracara de lo público y que al rasgar lo público se insinúa lo íntimo, [[questiondown]]qué podría entreabrir una última rasgadura fatal de lo íntimo, qué podría mostrar más allá sino la muerte misma, puesto que el sexo está velado?

Rasgar lo íntimo -que, por lo demás, vuelve a lo público- nos está hablando de una escritura en clave, de un esfuerzo de lectura. Paradigma habitual del siglo XIX, esa rasgadura se inscribe en la línea del enigma, de la esfinge, del misterio, de lo sombrío; y, si algo permite ver en los pasajes autobiográficos, es justamente el desgarro de Juana Manuela Gorriti.

Los rasgos insólitos no la descompensan en esa mostración. Lo que más puede sorprendernos responde a una veladura, a un camuflaje. Gorriti rasga la página del album de bellezas de un sobrino para confeccionar su personaje de Ema Berdier.

"...fui a buscar un album de bellezas limeñas que mi sobrino Federico Puch guardaba como un tesoro, tesoro para él de dulces recuerdos; y le robé el retrato de la más linda, de Isabel Bergman, beldad arrebatada por la muerte en los primeros albores de la existencia" (LI, p. 120).

Allí, cómplice de Bernabé Demaría, se superpone a la mujer elegida. Gorriti posee la belleza literaria de la invención y del gesto. Le pondrá, con su amigo letra a esta otra difunta.

Si morir tempranamente constituye un modelo romántico, Gorriti también vendrá a romper con su vida este molde que en literatura la seduce. Vieja mujer de letras, no se cansa de escribir ni de hablar de su vejez ni de contemplar, admirada, la juventud: allí se juega una posibilidad estética, tan vital como novelesca.

La escritora ironiza en su diario, se mira una y otra vez en el espejo. Opta por no envidiar (la sabiduría le impide o le contiene ese sentimiento), prefiere celebrar la juventud. Pero se queja. Tematiza también esa pérdida.

Lo íntimo es, en ciertos aspectos, el relato entrecortado e indecidible del fracaso de una triunfadora: ese fracaso es precisamente el de las pérdidas que Gorriti recapitula con minucia.

Pérdidas nacionales, bajas de la guerra, ausencia de familia y de amigos, nostalgia de la tierra dejada, ganado entregado, casa en escombros, primicia literaria que ya no se tiene (episodio con Santiago Estrada y Pardo Bazán, uno; con el doctor Balda y Clorinda Matto, otro), falta de dinero y sobre todo muertes. La salud perdida, la juventud perdida, la fuerza, la esperanza ([[questiondown]]de morir o de vivir?).

Lo único que nunca se pierde, que se sostiene, que la sostiene, es la escritura. Deja de escribir y se muere.

"Lo único que a mí me queda es esta pluma y los tres dedos que la sostienen en la obra de hacer libros" (LI, p. 147, enero de 1892).

Pierde el lugar de hermana, de esposa, el lugar de madre. Mantiene el de escritora, así quiere ser definida: hija del guerrero y literata, desde allí asegura su entrada al diccionario.

Alecciona desde la austeridad, desde el valor cívico, sin petulancia: Juana Manuela Gorriti, escritora (y) argentina.

La dama de los paisajes

Tres puntos estratégicos señalan el itinerario de Juana Manuela Gorriti en el mapa de Sudamérica, tres tierras ganadas por vínculos consanguíneos o adquiridos, por herencia o trabajo, por epístolas. Esos tres puntos terminan conformando una escansión que prácticamente va a crucificarla en dos sensaciones, en dos jadeos escriturarios, en dos apuestas de sobreviviente: el cansancio y la nostalgia. La falta irremediable, la alegría imposible: descompensada una y otra vez por los afectos ausentes, por los paisajes faltantes, por la sucesión de las historias. Por la literatura y por las muertes.

En la función de los viajes en Gorriti puede leerse la Argentina como el lugar de las partidas. Partidas, a su vez, de nacimiento y defunción: es decir, marca de la identidad que nunca se pierde y siempre se parte, se fragmenta. La vida sustraída al mapa local y la memoria en él; la demanda, el reproche a su tierra y la nostalgia y el reconocimiento paralelos. La historización y la fuga, el resentimiento y el deseo. Gorriti expulsa y atrae a la Argentina, se proscribe, la proscribe y la ciñe mientras no deja de escribirla.

La Argentina aparece en los puntos extremos de su vida (origen y muerte), tiene la impronta de lo irremediable, es el lugar azaroso, fatal, irreversible, donde Juana Manuela se presenta en su rol de hija y en su rol de anciana. Como hija, le corresponde la guerra; como anciana, la enfermedad: la Argentina le acerca ambos riesgos.

En segunda instancia está Bolivia, como lugar forzoso (forzosamente opcional), donde ser esposa y madre. Los riesgos allí son los que acarrean el amor, el poder, la política. Algunas determinantes, el abandono y la infidelidad de Belzú.

Cómo no habría de volver Gorriti una y otra vez a Perú -con el cuerpo o con el deseo y las palabras- si es el único sitio que en verdad elige en su vida. Y es el espacio de su rol más activo como escritora y el de su gente más amiga. La mujer más independiente es la que ella desempeña allí. En Perú, Juana Manuela realiza la elección del "lugar" que quiere ocupar.

Si en Argentina es la hija y la anciana, en Bolivia la esposa y la madre, en Perú es la profesional, es la escritora. Gorriti circula, oscila, sustrae el cuerpo, ostenta su fatiga, expone el cuerpo y es reconocida, lo esconde mediante los viajes y puede gracias a esa táctica vehiculizar su deseo y cumplir con necesidades.

Gorriti así se convierte en una silueta escurridiza, los fragmentos del diario ponen en la superficie ese desplazamiento. Escritura inasible en la que cronología y latitud se saltean y se apelmazan en un mosaico de colores tenues, raras veces vivaces, paleta que extrae de los cerros que recorre la cerrazón, la espectacularidad y el enigma, la propensión a lo divino como una de sus apuestas a lo trascendente. Marca puntos en el mapa extendido, escribe sobre él. Presente o de memoria; suspensa, en movimiento, todos los cruces entre su escritura y los caminos son dados. Siempre está por marcharse, siempre quiere volver, siempre el clima la maltrata o la historia la aqueja o la comparación entre el pasado y el presente la abruma o los muertos la oprimen. Siempre está por irse e, incluso, por morir. Siempre puede ser la última vez que pisa esa tierra, siempre a punto de enterrarse suspira. Siempre temerá y anhelará la pérdida y hará de ello un procedimiento de escritura. Sobrevivir puede ser tan pesado como sobrellevar la posibilidad de la muerte. Gorriti, en rigor, sobremuere a todos los que ama. Vive sobre la muerte de los otros, y muere sobre ellos. Sobremuere en su texto más íntimo. Anticipa una y otra vez lo plausible de su muerte inmediata, la aproxima, la mide, mientras sigue viviendo como de prestado, como si le prestara todavía un rato a la vida la vicisitud de su escritura, esa perplejidad leve de sus años, ese asombro y esa memoria, la gratitud difusa, la resignación prevenida, la abocada austeridad y el porvenir que se estudia como si fuera otra materia de la historia posible. Familiar. Emprendida.

Lo íntimo es, en todos sentidos, un texto de cruces. Sus libros testifican de manera constante tales vaivenes. Además de aquellos que narran explícitamente el tránsito, como La tierra natal (1889) o tematizan en la focalización una diversidad de ciudades y paisajes, como Panoramas de la vida (1876), el recorrido se atreve de manera singular en Lo íntimo (escrito hasta 1892) y vertiginosamente en Cocina ecléctica (1890). El cuerpo inasible de la escritora se refleja en una movilidad textual que esparce localidades en el afán de reproducción de cada olor autóctono. Decir definitivamente -fijando esa itinerancia- cada punto del recorrido "real" o literario. Juana Manuela no quiere dejar ningún punto sin tocar. Pasa y señala.

Cocina ecléctica (1890) puede recorrerse como pot-pourri de la memoria en que todo sucede hasta el hartazgo. Lugar donde probar lo local, otro mapa, un recorrido geográfico-gastronómico donde el plato puede funcionar como bandera, sinécdoque de la nacionalidad y excusa de las historias. Tradición de mujeres que (se) entregan (con) sus recetas. En Cocina ecléctica se guarda en verdad una receta literaria: cómo agotar las posibilidades de la femineidad en la escritura, la marca temática que constituye una decisión formal, lícita de imitaciones, como lo prueba Emilia Pardo Bazán.

A aquel texto puede acercársele modernamente la potenciación de la metáfora que ostenta. La cocina literaria de Juana Manuela Gorriti es, en efecto, ecléctica. Porque si las recetas recorren una geografía heterodoxa y proceden de diferentes manos, el circuito de lecturas, tradiciones y apuestas que cruza las decisiones literarias de Gorriti reconoce, por lo menos, las filiaciones indígenas y española, lo gauchesco y lo norteamericano, los gustos de Paris, de Italia, de Alemania. Gorriti mezcla en citas y referencias, en emulaciones e inhumaciones estos derroteros textuales de la cultura universal que le han acercado el doctor general -su padre-, el canónigo, el coronel, el otro doctor, la biblioteca de los franciscanos; Juana Manuela no ignora a Poe ni a George Sand, a La Rochefoucald ni al canto quichua, a José Hernández, a Ricardo Palma o a Emile Zola. Mujer de su tiempo, intelectual al día del circuito posible por estos puertos del Atlántico, dedica, difunde, alude y construye tales cruces.

Juana Manuela supo de más de un secreto literario: no fue una escritora inocente, careció del candor que en cambio sí tenían muchas de las mujeres asistentes a su tertulia.

Estuvo entrenada en crítica, en arte, en historia. Supo de las encrucijadas políticas y de las determinaciones económicas. Supo que la Bolsa de Comercio era una fagocitadora a la cual resultaba preciso temer (y esto lo entendió de manera absolutamente sagaz, moderna y previsora). Supo que el fin de siglo sacudiría las luces de toda la inmigración agazapada y que la inminencia política cambiaría algunos derroteros de la patria. Supo que el dandysmo achataba los méritos de la gesta patriótica de la Independencia y que los ponchos empezaban a caer allá donde se henchían las capas. Supo de la diferencia entre ser patricio terrateniente y ser aristócrata. Y supo, finalmente, que su apellido sufría un último destierro.

La oblación pretérita no la amparaba, ningún honor podía sustituirle las pérdidas. Y la entrega material no se veía siquiera compensada por un reconocimiento simbólico como el que ella habría deseado ([[questiondown]]pretendido o merecido?).

Juana Manuela le recuerda a su país -nos recuerda- una gran deuda. Enrostra los sacrificios de su padre y los logros de todos sus parientes. Reclama memoria, solicita reparación.

Juana Manuela se nos aparece como mujer primera y última de una estirpe. Ultima Gorriti entregada al país, primera novelista argentina.

Ultima en una gesta de hombres, primera en una tradición de mujeres.

III- La vida que te di

En los pliegues de la historia de los otros se construye la autobiografía de esta mujer. El movimiento es complementario: ocuparse del padre en el interior de esa especie de diario fragmentado y veloz que es Lo Intimo es desplazar la escritura autobiográfica a la biográfica a los efectos de, en un único gesto, salvar la vida del progenitor y reforzar la propia.

Qué autobiografía sería tan puramente autorreferencial que no se dedicara a rescatar o condenar los nombres del entorno, la restitución de los otros que atravesaron la vida que se presenta. El mismo género (discursivo) parece solicitarlo. Si la escritura autobiográfica construye inevitablemente su presunción, tampoco le es ajena la posibilidad de la ofrenda, la generosidad vital y literaria con la cual encadenar los nombres de los otros, los amados, al destino paradigmático que la primera persona acarrea.

En el caso de Gorriti, los procedimientos se enrarecen. La textura de Lo íntimo desdice más de una cosa que el género segrega como necesidad de su existencia. La anciana e infatigable escritora baraja los papeles como si fueran, en efecto, cartas o pájaros entre las manos de un prestidigitador habilidoso, coquetamente desprolijo, programática -y no por eso menos sinceramente- minusválido.

Juana Manuela se asoma al mundo y justifica la razón de su entrega: yo vieja, yo escritora y, sobre todo, yo desposeída.

La deuda patria es una deuda de sangre. Juana Manuela poseedora de una herencia de heroísmos familiares no puede ser menos. Recopilar y ordenar los sentidos que labraron su apellido en el mapa nacional será una tarea constante. Hincarse ante el paisaje y recorrerlo, colgarse de la historia y repetirla.

El terruño natal es el telón de fondo de esa apuesta: la épica reconoce en la naturaleza los rieles de la historia. Hay una enmienda, una causa para seguir. Es en este punto donde la escritura se convierte en desafío y la interpelación a los contemporáneos en demanda. La memoria de la deuda la obsede. El peso de kilómetros y moneda nacional, de ganado y tesoro no se cierra. El arca forma un doble hueco: donde yacen los héroes tumbados en olvido (José María, su padre; Juan María y Pachi, sus tíos, y tantos otros) y donde el dinero se ha vaciado por servir a la patria. Fomentar el valor de esas pérdidas de la urna funeraria y el cofre monetario es el complemento imprescindible para vehiculizar una escritura que si bien se sostiene por sí sola carece del soporte material y debe esperar de la beneficencia (tal es el caso de Sueños y realidades, 1865) o de una aleatoria y demasiado prosaica casa de seguros (como en Oasis en la vida, 1888 (2)) para acceder a la imprenta.

Las letras de molde dan forma sin cesar a las dificultades de una mujer en el siglo XIX para obtener el rango público de la escritura.

IV- "Cuando yo era mujer"

En el panteón heroico y familiar faltan mujeres, ellas apenas pasan, peregrinas, como las sombras de sus narraciones. Aquella filiación se desdibuja. Juana Manuela será Gorriti todo el tiempo (en tanto, la sincronía onomástica la dejará de cara a cara frente a Rosas: menos una fatalidad que una costumbre).

Gorriti abre sus páginas de Lo íntimo (tras el prólogo), trazando -de acuerdo a un paradigma autobiográfico- su genealogía. Allí, los Gorriti se lucen con su pasado de cargos y heroísmo.

Genealogía paterna, Gorriti no hace la de la madre (sin nombres tan retumbantes), a pesar de que por otras fuentes sabemos, por ejemplo, que se educa no sólo con su tío Juan Ignacio, el presbítero, sino también con el doctor Facundo de Zuviría, su tío materno. Este rasgo resulta aún más llamativo al advertir que de los diez miembros de la familia Gorriti sólo se seleccionan Juan Ignacio, José Ignacio, Celedonio y Francisco (Pache o Pachi), es decir los cuatro varones, mientras que las hermanas son silenciadas. Todos estos hombres tienen incidencia directa en la historia nacional. La sola excepción respecto de las seis mujeres la constituye Isabel, quien aparece como manteniendo los dos nombres de sus hermanos y de la cual lo único que se predica es en relación a ellos y al padre: "la menor de los hijos de Don Ignacio de Gorriti, apegada con filial afecto a su hermano canónigo, compañera suya durante toda su vida y tomando parte activa en la política de éste" (LI, p. 13).

Sigue la escritora con el árbol y llega al casamiento de sus padres y a la mención de sus hermanos. La historia se repite, hará las referencias correspondientes a Ramón, Pedro, Tadeo y Rafael (cuatro hermanos: cuatro víctimas de traición), olvidará a Juana María y a Carmen y sólo se detendrá en Mariana, quien quizá es salvada para la historia literaria de Lo íntimo por haber padecido una muerte póetica, romántica, con enigmas y jilgueros de los que le gustaban a Juana Manuela para sus ficciones.

Sin embargo, después hará algunas menciones esporádicas de las mujeres de su familia. Realizará una de las tantas estaciones del diario en el cementerio al cual desea penetrar y "...donde reposan mis hijos, donde reposa mi madre, donde reposa mi hermana..." (LI, p. 55). Mujeres muertas, [[questiondown]]y las hermanas vivas?, nunca habla de ellas.

Entre vivas

Juana Manuela Gorriti en su relación con las mujeres del entorno instaura un circuito de citas donde se cruzan la amistad y la consanguineidad, el reproche, el respeto profesional y la adulación, la imitación y la ayuda, el reconocimiento y el éxito, la preceptiva y la admiración, la pedagogía y la crítica, la ficción y el periodismo, las estadías y los viajes, los anfitriones y los huéspedes, las tertulias y las cartas y el diario, los homenajes y los olvidos, los apellidos y los hombres, el saludo y el epitafio.

Juana Manuela Gorriti, como la gran diva del movimiento literario argentino (y acaso latinoamericano) decimonónico, es la mujer del desafío y la ternura. Provocativa y maternal a un tiempo, consciente de su rol, de las determinaciones de su sexo, de las construcciones que en torno a él hacen sus contemporáneos. "Nada hay más despiadado para una mujer como su sexo", sentencia convencida frente a Lo íntimo que planeaba publicar. Sabe que todavía le falta contar algo, que su vida es interesante, y selecciona -en función de sus propios fervores y comodidades- nostalgias y polémicas -y acaso también en función de sus pudores-; decisión de escritura gracias a la cual es difícil llenar algún hueco pendiente.

Si una (auto)biografía es siempre el trazo de una memoria selectiva o una exhumación minuciosa y necesariamente fragmentada, un diario es el desafío de una perioricidad que se quiebra en los avatares del cansancio y las imposibilidades del presente. La (auto)biografía enfrenta las descomunales vallas que el pasado interpone; el diario, como escritura de la inmediatez y a veces hasta de la urgencia, tiene que pensar a futuro. La autobiografía oprime, el diario desgarra. El diario propicia el fragmento y la violación. La autobiografía, la monumentalidad y un sistema en donde lo conocido se resignifica. Pero, fundamentalmente, la autobiografía permite trazar causalidades que el diario, en sentido estricto, nunca podría prever, narrar los hechos primeros a la luz de los últimos.

V- Una presa del sepulcro

"Yo quisiera ocuparme de mi libro Lo íntimo; añadir algo a lo ya escrito, pero me encuentro tan mal que me es imposible. Soy una presa del sepulcro, por más que le dé vueltas a la vida" (LI, pp. 148-9).

En el repliegue del texto sobre sí mismo (Lo íntimo aludiendo a Lo íntimo) se inscribe el destino, "añadir algo a lo ya escrito" es también sumarle a lo determinado algo de la literatura, escribir más allá o por encima de esa escritura previa y fatal. Gorriti así sobreescribe (más que reescribe) su vida, y lo que sobra en esa escritura de la vida es precisamente la muerte.

Juana Manuela es una presa del sepulcro no sólo por hallarse al borde de la muerte sino mucho más aún por no poder dejar de hablar de ella, por repetir la muerte de los otros en sus textos una y otra vez (especialmente en Lo íntimo), por anunciar la propia. Una previsible disputa de lugares, [[questiondown]]la muerte se apropia de Gorriti o Gorriti de ella? Literatura que sabe de los romanticismos inherentes a las muertes pero también de su dolor irreversible. Juana Manuela escribe su propio epitafio.

Literalmente, con la tapa Lo íntimo llega a un tope. Escritura que se fuerza hasta el límite, límite de lo posible (de lo que el cuerpo le permite a la autora), límite de lo narrable (de lo que la literatura le permite a la narradora). La escritura demarca su propia sobrevivencia y defunción. La función del diario perece allí donde la vida anuncia estrepitosa su fin. Lo extratextual incontrolable irrumpe en el texto como materia que es preciso consignar. Puesto que no puedo narrar mi muerte (ni mi vida) narro mi enfermedad, el abandono de mis fuerzas, la (im)posibilidad de escribir.

La biografía deviene una thanatografía en la escritura recoleta de Lo íntimo.

Presa de la escritura, aferra la palabra mientras pierde vertiginosamente el cuerpo. La voz se apaga, la intimidad subleva su exhibición y su demanda.

La trascendencia perseguida la absuelve, los tres dedos que sostienen la pluma marcan ahora los tres puntos que la suspenden en la fase terminal, la última frase, que mientras enuncia su final paradójicamente lo conjura en la afirmación del "para siempre...".

NOTAS

(1) Cuando hable de diario en el caso de Lo íntimo no lo haré en sentido estricto, no resulta posible, tampoco como autobiografía; es preferible pensar este texto algo atípico como si el mismo título construyera su género. Todas las citas de Lo íntimo corresponden a la primera edición: Buenos Aires, Ramón Espasa, s/f (1893?).

(2) Editado por F. Lajouane, "impreso por la Compañía Sud-Americana de Billetes de Banco", y dedicado "A `La Buenos Aires'", que si apenas abierto

 

el libro encierra la ambigüedad suficiente como para pensar en el amor a la ciudad del Plata, transcurridas sus páginas una decisión inverosímil de la autora al interior del texto puede sacudir al lector. No es la pasión urbana sino la necesidad y las condiciones materiales de producción lo que determinan a Gorriti a escribir su texto para una compañía de seguros. F. Masiello se refirió a Oasis en la vida en "Voces de(l) Plata: dinero, lenguaje y oficio literario en la literatura femenina de fin de siglo", en Lea Fletcher (comp.), Mujeres y Cultura en la Argentina del siglo XIX, Buenos Aires, Feminaria Editora, 1994.

 

 

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