Tercer Arzobispo de Salta
Nació en Esperanza, provincia de Santa Fe, el 4 de setiembre de 1923; ordenado sacerdote el 14 de diciembre de 1947; elegido obispo titular de Belali y auxiliar de Río Cuarto el 13 de febrero de 1960 por Juan XXIII; ordenado obispo el 24 de abril de 1960, en la catedral de Salta por Mons. Nicolás Fasolino, arzobispo de Santa Fe (co-consagrantes: Mons. Alfonso María Buteler, obispo de Mendoza y Mons. Manuel Marengo, obispo de Azul); trasladado como obispo diocesano de Río Cuarto el 6 de setiembre de 1962; promovido a arzobispo de Salta el 7 de enero de 1984, tomó posesión de esta sede el 31 de marzo de 1984. Renunció por edad el 6 de agosto de 1999; nombrado administrador apostólico de la arquidiócesis de Santa Fe de la Vera Cruz el 1 de octubre de 2002 hasta el 30 de marzo de 2003. Lema episcopal: “Servir incansablemente”
El
8 de abril de 1987, al llegar al Aeropuerto Internacional "Martín
Miguel de Güemes" de Salta, Argentina, y descender del avión,
Juan Pablo II, besó la tierra mientras lo aclamaban 600 mil personas.
Inmediatamente se trasladó
al Hipódromo de Limache donde lo estaban esperando los fieles reunidos
para celebrar “El V Centenario de la Evangelización de América
Latina”. Entre ellos, había indios quechuas, tobas, matacos y
chiriguanos llegados de todo el Noroeste de la Argentina, además de
todo el pueblo de Salta.
El arzobispo de aquel entonces,
monseñor Moisés Julio Blanchoud, dio la bienvenida al Santo
Padre y él pronunció una homilía sobre la Evangelización
. La misa fue concelebrada y contó con la participación del
Coro Polifónico de Salta, dirigida por la profesora Margarita Grosso.
Después ingresó a la ciudad de Salta, donde cenó y durmió
en la sede del Arzobispado, un bello edificio de estilo colonial, ubicado
a la izquierda de la Catedral salteña.
Por la mañana, 9 de
abril de 1987, se trasladó a la Iglesia Matriz – no estaba previsto
en el programa oficial – y se reclinó para rezar al pie de las
imágenes del Señor y de la Virgen del Milagro, patronos de Salta.
Tras adorar al Santísimo, Juan Pablo II se dirigió a los religiosos
allí reunidos, invitándolos a meditar sobre el misterio de la
redención.
Después, en un acto
privado, recibió de manos del entonces gobernador de Salta, Roberto
Romero, un regalo: el tradicional poncho salteño, que es de color rojo
y tiene dos franjas de color negro, al igual que los flecos, el cuello y la
línea central.
El poncho que Salta le regaló
a Juan Pablo II había sido hecho a mano por don Alfonso “Tero”
Guzmán, prestigioso tejedor de “El Colte”, Seclantás,
en el corazón de los Valles Calchaquíes salteños. Es,
en verdad, el “ponchero más famoso y cotizado” de Salta.
Juan Pablo II y el
Gobernador de Salta Dn. Roberto Romero
El Santo Padre se lo colocó
inmediatamente, y he aquí la foto muy poco difundida, con el tradicional
poncho salteño que ahora se pasea por todo el mundo, incluido Washington
DC, Estados Unidos.
DISCURSO DE SU SANTIDAD EL PAPA
JUAN PABLO II EN SALTA CON MOTIVO DEL V CENTENARIODE LA EVANGELIZACIÓN
“Les predique que era
necesario arrepentirse y convertirse a Dios, manifestando su conversión
en obras” (Act 26,20)
Amadísimos hermanos
y hermanas:
1.Con estas palabras recogidas
en el libro de los Hechos de los Apóstoles, el mismo San Pablo, el
Apóstol de las Gentes, compendia el contenido de su predicación.
El había ido por el mundo para difundir el mensaje de Jesús
entre los hombres de su tiempo, repitiendo la invitación apremiante
del Maestro: “Se ha cumplido ya el tiempo, y el Reino de Dios está
cerca haced penitencia, y creed la buena nueva” (Mc 1,15).
Toda la Iglesia, a lo largo
de estos casi ya dos milenios de s peregrinación por esta tierra, no
cesa de anunciar a toda la humanidad ese mensaje de penitencia y conversión
a Dios.
Queridos hermanos y hermanas
que me escucháis:
Mi agradecimiento a Dios por
hallarme entre vosotros, es al mismo tiempo agradecimiento por estos siglos
de Evangelización de la Argentina, que aquí en Salta se hacen
particularmente visibles en su continuidad con los orígenes. En los
hombres y mujeres de esta tierra, en sus costumbres y estilo de vida, hasta
en su arquitectura, se descubren los frutos de aquel encuentro de dos mundos,
que tuvo lugar cuando llegaron los primeros españoles y entraron en
contacto con los pueblos indígenas que vivían en esta región,
y en particular con la cultura quechua-aimará.
De este fructífero
encuentro ha nacido vuestra cultura, vivificada por la fe católica
que desde el principio arraigó tan hondamente en estas tierras. La
proximidad del V Centenario de la Evangelización de América
Latina es una gran ocasión para renovar nuestro agradecimiento a Dios
por la herencia de fe y amor que habéis recibido, y para llenaros del
santo y ardiente deseo de que ese patrimonio sea muy fecundo en vuestras vidas
y en las de vuestros hijos. ¡La gracia de Dios, y la protección
de la Santísima Virgen, de los Ángeles y de los Santos, no os
faltarán!
3. Acabamos de escuchar a San Pablo que, tras narrar la historia de su conversión
al Rey Agripa, agrega: “Desde ese momento, rey Agripa, nunca fui infiel
a esta visión celestial” (Act. 26,19). La Iglesia, a pesar de
las debilidades de alguno de sus hijos, siempre será fiel a Cristo
y, apoyada en el poder de su Fundador y Cabeza – quien estará
con sus discípulos hasta el fin del mundo (cf. Mt 28, 20)-, seguirá
proclamando el Evangelio y bautizando a los hombres en el nombre del Padre
y del Hijo y del Espíritu Santo.
Al contemplar cómo
el mandato de predicar y bautizar se ha hecho realidad en este continente,
la Iglesia confiesa humildemente que ha recibido la misión y la autoridad
de Cristo para continuar a través de los siglos su obra redentora.
Como dije en Santo Domingo, “la Iglesia, en lo que a ella se refiere,
quiere acercarse a celebrar este centenario con la humildad de la verdad,
sin triunfalismos ni falsos pudores”. (Homilía, 12 de Octubre
de 1984, II.3). Esa verdad sobre el ser y el destino de América me
hace afirmar, con renovada convicción, que este es un continente de
esperanza, no solo por la calidad de sus hombres y mujeres, y las posibilidades
de su rica naturaleza, sino principalmente por su correspondencia a la Buena
Nueva de Cristo. Por eso, cuando está a punto de empezar el tercer
milenio del cristianismo, América ha de sentirse llamada a hacerse
presente en la Iglesia Universal y en el mundo con una renovada acción
evangelizadora, que muestra la potencia del amor de Cristo a todos los hombres,
y siempre la esperanza cristiana en tantos corazones sedientos de Dios vivo.
4. Así, mirar hacia el pasado de la Evangelización en esta bendita
nación Argentina, no es una muestra de sentimentalismo nostálgico,
ni un llamado al inmovilismo. Por el contrario, es reconsiderar la presencia
permanente de Cristo en vuestro pueblo y profundizar en esta vital conexión
con la perenne novedad del Evangelio, que fue sembrado en esta tierra argentina
a los pocos años del descubrimiento de América, con las expediciones
de Magallanes, Caboto, Mendoza, Almagro, Núñez del Prado y otros.
Desde entonces, y gracias al tesón de los primeros evangelizadores,
la Palabra y los Sacramentos de Cristo no han cesado de edificar la Iglesia
Argentina: Los descendientes de los naturales de estas tierras se fueron convirtiendo
y bautizando en gran número y se unieron a los hijos de España,
que han dejado en herencia las hondas raíces cristianas de su cultura.
Muestra originalísima
de las potencialidades humanas y cristianas de este proceso de creación
de un “Nuevo Mundo”, fueron las justamente célebres misiones
guaraníticas. Desde el principio, la evangelización fue de la
mano con la promoción humana en todos los terrenos: cultural, laboral,
asistencial. Y ha de seguir así especialmente en la evangelización
de los más necesitados, entre los que no pocas veces se encuentran
los descendientes de los primeros habitantes de estas tierras. Es necesario
hacer llegar a ellos el mensaje cristino de modo que vivifique eficazmente
sus propios valores tradicionales.
A lo largo del período
colonial, la Iglesia se fue asentando, no sin dificultades en diversas regiones
en vuestra vasta geografía. Al ver los edificios religiosos y civiles
de Salta, sus patios de laja y su maciza rejería, parece como si nos
trasladásemos a aquellos siglos, en los que tantos celosos misioneros
trabajaron heroicamente en la obra del Evangelio. No puedo dejar de mencionar
la vida sencilla, alegre, llena de amor por los indígenas, de San Francisco
Solano, y de ese modelo de acción apostólica que fue el Beato
Roque González de Santa Cruz, que selló con su sangre la fidelidad
a Cristo.
En casi dos siglos de vida
nacional independiente, la evangelización ha seguido avanzando, tanto
en extensión territorial-hasta acabar todo el país, desde el
extremo norte hasta la Patagonia-, como en organización eclesiástica
y, sobre todo, la intensificación de la vida cristiana. Las grandes
corrientes migratorias, al paso que daban una fisonomía cosmopolita
a esta gran Nación y la conectaban singularmente con Europa, confirmaron
la identidad cristiana con el país, siempre unido en torno a la fe
bautismal de la mayoría de los que han venido a habitar el suelo argentino.
Ciertamente no han faltado obstáculos en la tarea evangelizadora, sobre
todo por las múltiples manifestaciones de esa mentalidad que pretende
prescindir de los valores cristianos en la configuración humana e institucional
de vuestra Patria. Sin embargo, esa misma dificultad se ha convertido en fuente
de madurez y en estímulo constructivo para los cristianos argentinos.
Quisiera evocar, como momento
clave de la historia de la Iglesia en Argentina durante este siglo, como llamado
a renovar vuestra confianza en Dios es cara al futuro aquel gran Congreso
Eucarístico Internacional, al que vino como legado pontificio el Cardenal
Pacelli, futuro Papa Pío XII de venerada memoria. En este memorable
evento, se puso de manifiesto, una vez más, que el centro de toda la
vida de la Iglesia es la Santísima Eucaristía, que no ha dejado
de venerarse desde aquellas primeras Misas en las costas patagónicas
en 1519, durante el viaje de Magallanes.
5. Este proceso de progresiva maduración en la fe bautismal, que se
ha llevado a cabo en la Evangelización de Argentina, debe madurar también
en la vida de cada cristiano. Para esto debemos actualizar la memoria del
propio bautismo. Ello nos dará ocasión de renovar nuestra fidelidad
personal a la vocación cristiana que nace de ese sacramento.
Durante este tiempo de Cuaresma,
nuestra Madre la Iglesia nos anima a “anhelar..., con el gozo de habernos
purificado, la solemnidad de la Pascua, para que...por la participación
en los misterios que nos dieron nueva vida, alcancemos la gracia de ser con
plenitud hijos de Dios” (Prefacio de Cuaresma I). La liturgia nos llama
a crecer en esa nueva vida que recibimos en el momento del bautismo, participando
en los misterios de la Muerte y Resurrección nuestro Salvador.
Estos cuarenta días
de penitencia y conversión que preceden cada año a la Pascua,
recuerdan, con particular intensidad, que para vivir como cristianos no basta
haber recibido la gracia primera del bautismo, sino que es preciso crecer
continuamente en esa gracia. Además ante la realidad del pecado, aún
presente cada día en la existencia humana, resulta necesario arrepentirse
y convertirse a Dios, manifestando la conversión en obras (cf. Act
26,20).
Es lo que San Pablo hacía
presente en su defensa ante Agripa, cuando contaba cómo Jesús
le mostró los horizontes de su apostolado: “Te envío para
que les abras los ojos, y se conviertan de las tinieblas a la luz y del Imperio
de Satanás a al verdadero Dios, y por la fe en Mi, obtengan el perdón
de los pecados y su parte en la herencia de los Santos” (Act 26,17-18).
Ese paso de las tinieblas a la luz, del pecado a la gracia, de la esclavitud
del demonio a la amistad con Dios, tuvo lugar en las aguas de nuestro bautismo,
y se vuelve a realizar cada vez que se recupera la gracia mediante el sacramento
de la penitencia.
Queridos hermanos y hermanas:
¡Vale la pena volver al Padre para ser perdonados!.
El camino de regreso hacia
la casa del Padre, comporta arrepentimiento, hacer propósitos de nueva
vida, confesarnos ante el ministro de Cristo y reparar por nuestros pecados
mediante las obras de penitencia; es un camino que cuesta recorrerlo pero
que nos conduce a una alegría y a una paz que son la alegría
y la paz del mismo Cristo.
6. El futuro de la Evangelización en la Argentina requiere continua
conversión a Cristo de todos los hijos de Dios que forman parte de
esta Nación. Será posible afrontar los grandes retos de la hora
presente si todos luchamos por participar cada vez más hondamente en
los misterios de Cristo, muerto y resucitado por la salvación de los
hombres.
La enseñanza de San
Pablo que hemos oído en la lectura bíblica es siempre actual:
“Hemos de manifestar nuestra conversión en obras” (cf.
Act 26,20). Obras propias de la nueva vida de los hijos de Dios en Cristo,
en las que se ejercen las tres virtudes teologales, que son como el entramado
de la existencia cristiana: la fe, la esperanza y la caridad.
“Te envío para
que les abras los ojos, y se conviertan de las tinieblas a la luz” (Act.
26, 17-18). Vuestros Obispos han querido subrayar que han venido a la Argentina
como mensajero de la fe, para confirmar a mis hermanos argentinos en la fe
de quien es único Maestro, el mismo Cristo (cf.Mt 23,8). Con los ojos
de la fe descubriréis el sentido divino de vuestra nueva vida, y veréis
que ninguna noble realidad humana queda al margen de los designios salvíficos
de Dios. El Papa os exhorta a que crezcáis en vuestro conocimiento
del depósito de la verdad revelada, y que vuestra fe se muestre siempre
con obras (cf. Sant 2, 14-19), como claro testimonio del Evangelio que debe
iluminar todos los instantes de vuestra existencia cotidiana y también
vuestra actitud ante las grandes oposiciones que plantea el presente y el
futuro de la Nación.
“Te envío para
que... obtengan... su parte en la herencia de los Santos” (Act 26, 17-18).
El mensaje del Evangelio transmite la única esperanza capaz de colmar
las ansias de bien y de felicidad a todo ser humano: la esperanza de participar
en la herencia de los Santos, que hemos recibido como germen en nuestro bautismo.
Y esa herencia es Dios mismo, al que, si somos fieles a esta vida, conoceremos
cara a cara y amaremos por toda la eternidad, participamos de esa herencia,
y gozamos de un anticipo de las realidades celestiales. De ahí que
nuestra esperanza también nos faltará la protección y
la ayuda amorosa y paternal del Altísimo, para peregrinar gozosamente
hasta nuestro destino final. Dios es nuestro Indio, y quiere que reluzca su
potencia en esta amada Nación. Este es el mensaje de esperanza que
os deja el Papa.
El mismo San Pablo, en su
carta a los Corintios (cf. Cap.11), enseña que por encima de la fe
y de la esperanza y de todo otro don divino, se encuentra la virtud de la
caridad, del amor a Dios y al prójimo. La caridad jamás se acaba,
y sin ellas las demás virtudes carecen de valor., El amor cristiano
ha sido, queridos hermanos, el alma de la evangelización de América
y de la Argentina; la caridad apostólica ha sido la fuerza divina que
ha movido a los misioneros y evangelizadores, y que ha de seguir impulsando
el crecimiento de la obra de Cristo entre vosotros, en la que todos los fieles
estáis llamados a participar en virtud de vuestra vocación bautismal
al apostolado.
Este amor a Dios, y a los
demás por Dios, os llevará a permanecer siempre unidos al Señor
y a vuestros hermanos. Con la caridad de Cristo combatiréis el pecado,
que es el gran obstáculo para esta unión, y llevaréis
a cabo una honda y sólida reconciliación entre todos los argentinos,
basada en la reconciliación de cada uno con su Padre Dios.
7. “Yo he recibido por
todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt. 28,18): son palabras de
Jesús, con las que muestra el fundamento de toda la misión de
la Iglesia. Ante esas palabras se disipa cualquier duda o temor que, a la
vista de las dificultades de la vida presente pudiera anidarse en nuestro
corazón. El Señor nos acompaña, Él está
siempre presente con su Palabra y con los Sacramentos, que aseguran su acción
salvífica en medio de nosotros hasta el fin de los tiempos (cf. Mt
28,20).
Reunidos aquí en Salta
para dar gracias a Dios por los cinco siglos de Evangelización en el
continente americano, elevamos nuestra plegaria de alabanza al Padre, al Hijo
y al Espíritu Santo, porque las promesas de Jesús se han cumplido
abundantemente en estas tierras. Y, por la intercesión de la Madre
de Dios, pedimos al Señor de la Historia una renovada conversión
de la Argentina y de toda América la Evangelio de Nuestro Señor
Jesucristo, y que su conversión se manifieste en obras. Amén.
Salta,
8 de Abril de 1987
EL TESTIMONIO DE ANDRES MENDIETA
En el semanario Nueva Propuesta,
de Salta, Argentina, Andrés Mendieta, académico, historiador
y periodista, columnista de Argentina Universal, ante la consulta de esa publicación
recordó la visita del Santo Padre a Salta, en estos términos:
Mi vivencia más que
periodística fue como católico. Deseché la entrada para
un palco especial ubicado en el Aeropuerto de El Aybal para mezclarme con
mi familia (mi esposa y ocho hijos, en ese entonces, pues ahora son nueve)
entre los miles de devotos y nos ubicamos frente a la posible entrada del
papamóvil al club hípico donde se cumplirían los actos
centrales. Ocupábamos un lugar privilegiado: la primera fila. El Vicario
de Cristo al notar este bullicioso grupo familiar hizo detener el vehículo
y desde el mismo nos dio su bendición. Dimos gracias a Dios por tanta
misericordia y, un oficial de policía, nos advirtió en voz baja
que no nos apartáramos del lugar porque por ahí volvería
a salir Juan Pablo II. Nuevamente, y por el apropiado lugar donde nos encontrábamos,
Su Santidad repitió su gracia. ¿Qué más esperar
de tanta belleza?
Días antes de la llegada
del séquito papal un sacerdote nos sugirió que tanto el doctor
Juan Antonio Urrestarazu Pizarro, entonces director de la radioemisora, y
yo dejáramos una tarjeta personal , no del medio al que pertenecíamos
consignando especialmente el teléfono particular en la consejería
del hotel donde se alojaría toda la comitiva y consignada para el vocero
papal Navarro Valls, con la siguiente leyenda: “Joaquín, para
lo que nos necesites. Totus Tuus”.
Conciliar el sueño nos fue difícil después de tanta euforia.
A la mañana siguiente, antes de la seis sonó el teléfono
y una voz nos dijo –a Urrestarazu y a mí: “Hola soy Joaquín.
Los espero a las 7 a desayunar juntos en el hotel”. ¿Era una
broma? Y sin discurrir mucho nos encontramos con él.
Vestía traje oscuro
y una especie de un jazmín en el ojal. Intercambio de abrazos y comenzamos
a desayunar. De pronto la conversación se interrumpe en razón
que lo requerían en la planta alta donde se encontraban los cardenales.
Cerca de las 8 bajó
y nos dijo: “Ustedes serán recibidos por el Santo Padre”.
Nos dirigimos a la Curia Eclesiástica y con unos golpes que parecían
santos y seña nos abrieron las puertas. Los esperamos en el hall y
luego nos entregó una estampa con un saludo del prelado, después
un rosario con la cruz y el escudo papal y finalmente nos anunció que
seríamos recibidos por el Santo Padre.
De inmediato nos ubicó
junto a los miembros del clero anunciándonos que el fotógrafo
del Vaticano nos tomaría una nota y las remitiría directamente
a nuestros respectivos domicilios.
Al bajar las escalinatas la
figura del Santo Padre parecía agigantarse. Me parecía fallecer
ante lo que percibía con mis ojos. De mi garganta salían gritos
de nerviosismo, mientras brotaban lágrimas que recorrían mi
rostro. Ya frente mío tras tocarme la cabeza me dio la bendición,
acción que también la repitió con mi rosario. ( Idéntico
gesto tuvo con Antonio Urrestarazu Pizarro)
Más tarde, Navarro
Valls nos permitió ingresar a la Catedral y participar de un mensaje
a los sacerdotes y religiosas de la Arquidiócesis, donde dijo el Santo
Padre: Sigan adelante, van por el buen camino. En esta visita pastoral, vengo
a anunciaros el mensaje del evangelio, el mismo mensaje que predicaron en
estas tierras hace ya casi quinientos años, los primeros misioneros
llegados de España. Condenó las injusticias sociales y la desocupación.
Por última
vez que recibí su bendición, muy cerca de él, fue minutos
antes de su partida en la estación aérea cuando dijo a la multitud
el Padre Santo que se había dado cita a El Aybal: “Bendigo en
el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo a todos los aquí
presentes, a todos los que habitan esta ciudad, esta diócesis, arquidiócesis
y a toda la región de Salta. Veo que la fe y el amor de Cristo a su
madre están profundamente arraigados en el corazón de este pueblo.
Lo único que puedo decirles, amigos, es simplemente: ¡Gracias
Dios!”
Juan Pablo II en Salta
Por Ernesto Bisceglia
Una historia tan rica en sucesos espirituales como la que signó a Salta, no podía dejar de contar entre sus acaudalados anales con signo tan distintivo y privilegiado como fue la visita de un Pontífice: Juan Pablo II.
La visita del Papa Viajero comenzó a gestarse en primera instancia como una iniciativa del gobierno que encabezaba entonces Don Roberto Romero, a instancias de quien se organizó un viaje de peregrinaje de salteños a Roma con el fin de invitar al Santo Padre a visitar esta ciudad.
Para hacer posible tan cara inquietud se organizó un vuelo charter y el Banco de la Provincia de Salta abrió una línea de crédito para quienes quisieran viajar; no pocos de esos préstamos no se devolverían nunca. El hecho positivo es que el gobernador viajó a Buenos Aires para volver a bordo de un Boeing Jumbo 747, un avión que nunca antes se había posado sobre la pista del Aeropuerto El Aybal en virtud de sus dimensiones. En ese aparato partirían con rumbo a Italia los peregrinos. El contingente estuvo formado por prelados de la Diócesis, reconocidas figuras ligadas al quehacer de la Curia, dirigentes de asociaciones católicas y algunos fieles que pudieron solventar el viaje. Aquella jornada, la salteñidad se congregó en las terrazas de la antigua estación aérea para ver por primera y única vez un avión semejante. No se hablaba de otra cosa; incluso, en la idiosincrasia un tanto pueblerina llegó a hablarse de dar asueto en los colegios confesiones porque llegaba a Salta el avión que transportaría a los peregrinos a Roma, algo que por supuesto no llegó a consumarse. Así partieron y fueron recibidos en el Vaticano por el Papa, quien aceptó la invitación y comprometió su visita a la ciudad de Salta en ocasión del que sería su segundo viaje a la República Argentina. La primera vez que Juan Pablo II había visitado Buenos Aires, lo había hecho por imperio de las circunstancias; tropas argentinas se batían con las fuerzas de tareas inglesas durante el conflicto de Malvinas en 1982. (Foto: Monseñor Moisés Julio Blanchoud con el Gobernador Romero).
Juan Pablo II tenía proyectada una visita a Chile, Uruguay y Argentina. La idea del gobierno salteño era que dentro del itinerario pontificio en Argentina se incluyera a Salta. Efectivamente, tal inclusión se logró y se proyectó para el mes de abril de 1987.
La provincia se movilizó desde el día en que la noticia fue conocida y comenzó la preparación especialmente de la juventud en los colegios y escuelas, en las asociaciones católicas. Gobierno provincial y la Curia nombraron comisiones para un trabajo en conjunto. Quien escribe estas líneas estuvo a cargo de una parte del montaje de medios de prensa, sector del Arzobispado que estaba bajo la responsabilidad del malogrado sacerdote, Ernesto Urbano Martearena, quien ocupaba el cargo de Secretario Canciller de la Curia y tenía a su cargo la Pastoral de Medios de Comunicación, además de una intensa labor social, como no se tenga memoria en esta Diócesis. En la semana se emitían micros televisivos por el canal de televisión local, transmitiendo noticias y adelantando cómo iban lo preparativos. Otros grupos se ocupaban de la logística para atender a los miles de peregrinos, no sólo del interior de la provincia sino de las vecinas que vendrían para estar cerca -como única oportunidad en su vida- de un Papa. Algún malestar y comentarios nunca bien dilucidados provocó una cadena de kioscos de comida que se dispuso a lo largo del recorrido desde la rotonda de Limache hasta el centro y que estuvieron supuestamente manejados -monopolizados- por algún personaje ligado al gobierno.
Otros se encargaron de preparar los lugares para dar cobijo a los peregrinos que vendrían; el Ejército puso a disposición sus cuadras en los cuarteles, las Instituciones Intermedias todas apoyaron desde sus sectores con lo que podían. En las misas se iba preparando a la feligresía en los cánticos y oraciones escritos para entonar esa jornada, en fin, se puede decir que nadie quedó fuera de esta singular e irrepetible sensación que flotaba en el ambiente: un Papa visitaría la ciudad de Salta, algo que no había sucedido en 400 años de vida, y cuántos más pasarían para que volviera a ocurrir algo similar.
El Papa pernoctaría en la Curia donde se había acondicionado un dormitorio muy sobrio, tal como había pedido el Papa, desde donde partiría al día siguiente rumbo a Buenos Aires donde el día domingo se celebraría la Jornada Mundial de la Juventud como cierre de la visita a la Argentina.
También comenzó a prepararse un viaje a la Capital Federal para participar de esa Jornada; también allí tuvimos responsabilidades, de hecho uno de los cuarenta colectivos que partieron estaban bajo nuestra responsabilidad.
Finalmente llegó el día tan esperado. Juan Pablo II llegó al Aeropuerto El Aybal donde fue recibido por las principales autoridades políticas y eclesiásticas. Una multitud rodeaba la estación aérea y se derramaba a lo largo de la ruta por varios kilómetros por ambos lados. A la salida del aeropuerto, en un cartel indicador de rutas que cruza la ruta, se colgó una pancarta en letras azules que rezaba el lema del escudo papal: "Totus Tus".
La primera concentración masiva se hizo en el predio que entonces albergaba al hipódromo del Jockey Club, hoy convertido en campo de golf. En las tribunas se montó el gran altar y dentro del círculo que era la pista se concentró la multitud para escuchar las primeras palabras del Papa. Allí se celebró una misa concelebrada que contó con la participación del Coro Polifónico de Salta, dirigida por la profesora Margarita Grosso