Jacobo Regen, judío talentoso, excepcional amigo e inmenso poeta, dijo que Grinblat en la contratapa de su libro: ‘con honda devoción y sin alardes eruditos, don Isaías Grinblat logra aquí rescatar los avatares de una comunidad que fue forjando su destino en Salta desde su advenimiento hasta el presente. No ha pretendido –así lo reconoce- ser otra cosa que un cronista despojado de la solemnidad que en ciertos historiógrafos acartona la imagen y el recuerdo’.
‘Con paciencia y fervor ha exhumado los datos de unos pocos archivos y –lo más valedero- recogió testimonios palpitantes en comunión cordial con los protagonistas de estas memorias que trascienden la anécdota y la fábula. Quedan así, fijadas para siempre, huellas que de otro modo hubieran desaparecido. Conmueven estas páginas donde se imponen con vigencia perdurable, deponiendo su sombra y alentando increíbles esperanzas, ‘esos pequeños buhoneros’ llegados con un atadito al hombro y que, tras arduas migraciones, crearon comercios, industrias, transportes aportando además –en los lugares que generosamente supieron acogerlos- dignas contribuciones al arte y a las ciencias. Los jóvenes de ahora y de mañana hallarán en su obra el fiel trasunto de una vida consagrada a exaltar el credo y la pasión que abrevó desde niño en las raíces del movimiento jalutziano, en el que tuvo activa participación’.
Grinblat cuenta que ‘la comunidad comenzó alrededor de 1.910 con la llegada a Salta de sefardíes oriundos de –Siria, Líbano, Grecia, del Imperio Otomano, de Italia’. Nombra a los primeros inmigrantes, quienes según supone, fueron Jaime Adji, Jacobo Mandil y Schalom Adji. Agrega que después llegaron Simón, Marcos, Moisés, Elías, Menace, Abraham y David Zeitune; Moisés y Asher Abrebanel, Isaac Acreche; Tufic, Carlos y Simón Hasbani, Santos Apesoa, Bejor Charad, David Jassan, Isaac Albujer, Moisés y Mauricio Schatah, Isaac y Abraham Alfici; Sabetay, Isaac y Salvador Zevi, Roberto Hemoy y Frida de Halak.
El autor aclara que la comunidad sefardí fue mermando sus filas paulatinamente, ‘ya sea por instalarse sus miembros en otras provincias, pro cualquier otro fenómeno y hoy (1.985) son sólo unas 20 familias que a pesar del escaso número mantienen su estructura de comunidad, su templo, su salón de actos y el cementerio a su cargo’.
En cuanto a la comunidad ashkenazy, Grinblat explicó que se tuvo que basar en la tradición oral, porque no hay documentos que comprueben estos datos. Indicó que los primeros judíos ashkenazíes fueron Martin Berman, Said y Marcos Gonorasky, Pedro Felipoff, Manuel Abramovich, Neptalí y Riven Gertenfeld, Bernardo Kotler, Abraham e Isaac Steren, Jaime Rabich, Aaron Mamberg, Aaron Breslin, Samuel Regen, David Feldman, Luis Winograd, Herman Filquenstein, Samuel y Salomón Berezán, Julio Birman, José Treibach, Abraham y Besaled Kortzars, Alberto Tujman, Salomón Rud y Natan Rivac.
Cita también en forma especial a los maestros, empezando por Moisés Bojarski, primer director de la escuela laica de la comunidad y menciona a los docentes Adolfo Sclarovski, Meyer Berelsohn, Luis Barón, David y Dora Katz, Raquel de Kaufman, Bernardo Korman y su esposa; Zulema de Korman; Aaron Korenfeld, Baruj Efrati, Isaac Resch, Fanny Resch, Abraham Mrejen, Mauricio Balter y Beatriz de Balter. Entre esos maestros se desempeñó también Boris Latnik, autor de ‘Antes de la puesta del sol’, un libro que narra los avatares de su familia, víctima del holocausto de judíos durante el régimen nazi y uno de los pocos que se dedicaron a la política: fue concejal de la municipalidad capitalina durante el gobierno de Roberto Romero.
LOS QUE LLEGARON DESPUES
Pero Grinblat no sólo se limitó a nombrar a los pioneros de la colectividad. También recordó a los que llegaron después. A los que vinieron luego de la Segunda Guerra Mundial, especialmente a los que consiguieron sobrevivir a los horrores de los campos de concentración, pero a pesar de ello, no hay una sola palabra que señale intenciones revanchistas, que haga suponer deseos de venganza en el autor o en alguno de los miembros de la comunidad hebrea en Salta.
Es que allí, en su tolerancia para con las opiniones ajenas, en su disposición para superar agravios, es donde se descubre lo mejor de los judíos. NO obstante, fueron desde tiempos inmemoriales víctimas de acusaciones infundadas, de simples habladurías elevadas a la categoría de verdad revelada, de persecuciones inmotivadas y de injustas discriminaciones que terminaron por desparramar a los hijos de Sion por todo el mundo.
EN JUJUY
No hay en Jujuy un historiador de esa comunidad que hubiera investigado los nombres de los primeros judíos que se radicaron en la ciudad fundada por Francisco de Argañaraz. El autor de esta nota, que residió varios años en San Salvador, recuerda de sus tiempos de adolescente a los hermanos Svelitza –apellido que en la fonética hebrea suena Setliza-, uno de los cuales, ‘Cacho’, el menor, compañero de estudios secundarios, es actualmente médico y se desempeña en el Hospital Italiano de la Capital Federal. Por su parte, el mayor de los hermanos hace mucho que se radicó en Salta.
Eran igualmente conspicuos integrantes de la sociedad jujeña los Winograd, que también se trasladaban a Salta y a los Feilbogen, fallecidos lamentablemente muy temprano. Hoy sólo quedan en la capital jujeña alrededor de diez familias de origen judío, entre ellas las de Jaime Roberto Farja, Fernando Jarovsky, Samuel Beresovsky y Marcelo Celim Kastika, este último, de padre judío y de madre libanesa, de allí el nombre Celim, demuestra que la integración no es una palabra hueca para la mayoría de los jujeños. En efecto, entre las colectividades de origen árabe y hebrea de Jujuy, jamás hubo diferencias originadas en cuestiones raciales o religiosas.
Es que los judíos, como cabe esperar, son individuos como todos los demás, de buena gente y de no tan buena, pero todo aquel que conozca familias de esa colectividad, sabe que la mayoría son excelentes personas, gente que honra su palabra, que trabaja esforzadamente y que merece la amistad, el respeto y el afecto de todos.