Rogelio Wenceslao SARAVIA TOLEDO
Cuando gentil y amablemente la Escuela de la Magistratura del Poder Judicial de Salta, me invitó a participar con una charla en este Ciclo de homenaje a Martín Miguel de Güemes, no dudé un instante en aceptar la propuesta ya que la misma, no sólo me sacaba del, en alguna medida, tedioso trajinar cotidiano con el derecho, la judicatura y la docencia universitaria sino porque reverdecía mi siempre presente inquietud por la historia, tanto local como nacional y, al mismo tiempo me trajo muy agradables, aunque nostalgiosos, recuerdos de la ya lejana época de mi ejercicio profesional en el fuero provincial como abogado, Juez de Instrucción o miembro directivo en las diversas asociaciones profesionales que nuclean a tantos amigos que hoy veo presentes en esta sala.
Sin embargo, al brindárseme la oportunidad de elegir el tema a exponer, por sobre los que podían referirse a la incuestionable y trascendente labor militar, política o gubernativa de Martín Miguel de Güemes o su, aún hasta hoy, no suficientemente reconocida actuación en las luchas por la independencia de nuestro país, opté por un tópico más íntimo, más personal el cual, se podría decir, está menos relacionado con su accionar en la gesta libertaria, escogiendo uno que estimo no fue investigado ni tratado suficiente ni profundamente, salvo por un par de honrosas excepciones.
Este es, el del rostro, la fisonomía facial del prócer, si es y hasta dónde o con qué grado de aproximación, el que habitualmente vemos reflejado en distintos retratos pictóricos colgados en dependencias oficiales o públicas, museos, escuelas, etc., o en fotografías en los libros de historia o en los monumentos o bustos que honran su memoria.
Es verdad sabida que Martín Miguel de Güemes no fue retratado en vida, ni al óleo ni al lápiz y menos aún existió la posibilidad de reproducir su imagen a través del sistema ideado por el decorador teatral y físico francés Louis Jacques Daguerre (nac. 1787, fall.1851) quien asociado en 1829 con otro físico, en el año 1839 inventara la Daguerrotipia (método de revelado de imágenes al vapor de mercurio de yoduro y bromuro de plata contenidos en una plancha de cobre plateado y fijando la combinación con cianuro), pues, el invento llegó tarde, es decir, 18 años después de la muerte del prócer.
El no haber posado para que se lo pintara pudo haber respondido a múltiples y variadas causas, o circunstancias, todas conjeturales o meras suposiciones, tales como el hecho de haber vivido nada más que escasos 36 años (nació en 1785 y falleció en 1821) de los cuales pasó su infancia en Salta y su adolescencia en Buenos Aires, regresando recién en 1809, a los 24 años de edad, a su ciudad natal para emprender poco tiempo después de lleno, sin pausa ni descanso, su afanosa y heroica gesta de la lucha por la liberación del dominio español, lapso vital éste de azarosos escasos 12 años transcurridos entre batallas y ajetreos políticos que, obviamente, no le dejaron resquicio de tiempo alguno ni sosiego para someterse a la tediosa tarea de posar para un retrato o talvez porque pensó que ya habría oportunidades en el futuro o quizá no le interesaba pues no pensó tampoco que tendría tan prematura muerte y menos aún en las circunstancias en que ésta aconteció.
Carlos Murua y Avelino Costas Figueroa
Al respecto pienso que la muerte de un estratega de su talla habituado a la lucha de guerrilla, conocedor de atajos, selvas, valles, quebradas, montes, ríos y montañas sólo puede explicarse porque fue una emboscada en plena ciudad, es decir, fuera de aquél su hábitat de guerrero, en el cual, no dudo, hubiera eludido la misma y la mortífera descarga que pusiera fin a su vida.
Además, estimo que en aquellos tiempos, no abundaban artistas plásticos en nuestra patria y que, los pocos que hubieran habido, tampoco andarían ofreciendo por doquier sus capacidades pictóricas en tan dilatado territorio y menos aún en nuestra Salta tan lejana, para aquel entonces, del puerto de Buenos Aires.
Hay también otro prócer, Dn. Manuel Belgrano, que tampoco habría sido retratado en vida y la primera vez que aparece su efigie lo fue en el famoso cuadro del abrazo entre Belgrano y Pío Tristán (y que fuera reproducido en un bajo relieve del monumento 20 de Febrero inaugurado por allí de 1912-15), que se sostiene habría sido obra del pintor francés Ernest Chartón, personaje sobre el cual existe un trabajo del historiador Marcos Estrada publicado en el n° 7 del año 1959 del Boletín del Instituto Bonaerense de Numismática, en el que se habla de su labor pictórica en el noroeste y que alrededor de 1876 ya habría pintado en Tucumán un retrato del creador de nuestra bandera.
También cabe mencionar, como mera información, que en 1845 el plástico Mauricio Rugendas ya había pintado un retrato de Belgrano y lógicamente sin que el prócer hubiera posado a tales efectos pues sabemos que había fallecido en 1820 para luego, mucho tiempo después, Cafferata ejecutar la estatua de éste que se encuentra en la plaza de nuestra ciudad que lleva su nombre.
Volviendo al rostro de Martín Miguel de Güemes, se sabe que el citado pintor francés Chartón que en 1876 invitado se encontraba en Tucumán ejecutando diversas obras, era apoyado en su tarea pictórica por el Dr. Juan María Gutiérrez, hombre público, poeta, político, historiador nacido en 1809 y fallecido en 1878 en Buenos Aires que fue Ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina (1854-1860) y Rector de la Universidad de Buenos Aires (1861-1863), literato autor de poesías, obras críticas, prólogos diversos (entre otros a las “Bases” de Juan B. Alberdi y al Dogma Socialista de Esteban Echeverría), el cual tenía una gran amistad con un salteño con quien mantenía un asiduo intercambio epistolar, el Dr. Juan Martín Leguizamón Goicoechea, nacido en 1833 y fallecido en Buenos Aires en 1881, casado con Emilia Todd Gurruchaga, quien fuera Presidente de la legislatura provincial, Ministro de Gobierno de los Gobernadores don Benjamín Dávalos y don Miguel Francisco Aráoz, gobernador interino en 1878, etc. y que escribiera sobre temas históricos y geográficos siendo precursor de la arqueología en nuestro país (de ahí su nombre al Museo Antropológico de Salta), encargado del Departamento de Escuelas, creador del Consejo de Instrucción Pública (luego Consejo de Educación) donante del edificio para éste que queda frente a nuestra plaza 9 de julio y fundador de la Sociedad Científica Argentina, junto con Estanislao Zeballos etc., todos datos que brindo sobre estos personajes mencionados, a fin de destacar la valía, la relevancia, el protagonismo más sobresaliente de la actividad de nuestro país en esa época, de dos personalidades vivamente interesadas en lograr un retrato del general Martín Miguel de Güemes que perpetuara su rostro para el reconocimiento de las futuras generaciones de argentinos.
Así las cosas, como producto de la referida amistad y el común interés por nuestra historia y en especial por el tema que hoy nos ocupa, Juan María Gutiérrez le escribe en 1876 desde Buenos Aires a Leguizamón, manifestándole: “Creo que Ud. podrá satisfacer ahora su viejo deseo de ver pintado un cuadro del general Güemes, retrato que acaso pudiese confeccionarse directamente allí, bajo la dirección eficaz de Ud. que sabrá proporcionar los materiales” y agrega: “El pintor francés, Monsieur Ernest Chartón, que es persona en la que creo pueda Ud. concretar su aspiración, ha pasado actualmente a Tucumán donde permanecerá un tiempo en busca de antecedentes para un óleo que se propone realizar sobre Marco Avellaneda, tal como lo ha hecho de Echeverría. Es posible que Monsieur Chartón pinte otros cuadros en Tucumán y Ud. podrá obtener la manera de llevarlo a Salta, donde los Tedín también lo atenderán”.
Efectivamente, según el referido Estrada, el pintor francés ya había realizado en 1874 dos trabajos, uno al lápiz y otro al pastel y un retrato al óleo que existe en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, del escritor y político autor de “La Cautiva”, “El matadero” y el ya citado “Dogma Socialista”, entre otras obras, don José Esteban Echeverría.
Ante ello Leguizamón habría viajado de inmediato hacia la vecina Tucumán, conociendo al pintor con quien se vinculara estrechamente e interesándolo en pintar al héroe gaucho, por lo cual éste se trasladó ese año a Salta a fin de realizar un retrato del Gral. Güemes, según lo refiere la tradición oral transmitida por familiares del Dr. Juan Martín Leguizamón.
Como ya expresáramos, el prócer no dejó en vida perduración fisonómica, pero sus contemporáneos y familiares conservaban en sus memorias su imagen, su rostro, y muchos de estos afirmaban, por aquellos años de 1876, que entre las personas que más se le parecían estaban sus hijos, don Martín del Milagro Güemes Puch (el primogénito y que llevaba tal nombre por haber nacido el 15 de setiembre de 1819 y falleciera a fines de 1859 y fuera gobernador interino de Salta en dos oportunidades, en 1856 y luego desde 10/6/1857 a 1859, legislador provincial y Presidente de la Sala de Representantes, etc.) y don Luis Güemes Puch, como así también, don Carlos Murúa Figueroa (nacido alrededor de 1838-40) quien era hijo de don Miguel Gerónimo Murúa Costas y de doña María Mercedes Figueroa Güemes (bautizada el 30-9-1810), hija ésta a su vez, de Sebastián Fructuoso de Figueroa y Toledo (bautizado el 4.1.1782) quien contrajo matrimonio, el 30-4-1809, con doña Francisca Güemes Goyechea hermana del general Güemes, o sea que el referido Carlos Murúa era nieto de dicha dama y, consecuentemente, sobrino nieto del prócer.
Previamente, antes de adentrarnos en el análisis de hasta qué punto, porqué y de qué manera, fueron utilizados el rostro, la fisonomía, la imagen de los mencionados parientes en la confección del primer retrato que se realizara sobre Güemes producto del tesón que al respecto pusiera don Juan Martín Leguizamón para concretar su, desde hacía tiempo anhelado y loable proyecto, cabe resaltar que si bien se carecía de un retrato tomado del natural, son varias las referencias literarias e históricas que describen físicamente al prócer, algunas de contemporáneos que lo conocieron personalmente y otros por referencias.
Así el relato que realiza Juana Manuela Gorriti en su “Güemes - Recuerdos de la Infancia” escrito y publicado en 1853, reiterado posteriormente en su serie “Perfiles”, (año 1892) y que se puede consultar en el Tomo III de sus “Obras Completas” (págs. 106/109) publicados por la Fundación del Bco. Noroeste Ed. Agosto de 1994. Allí expresa, que siendo niña en su Horcones natal, al escuchar un rumor de voces y el galope de caballos, miró hacia el sendero que llevaba a la casa y vio arribaban dos jinetes. Uno de ellos era “un guerrero alto, esbelto, de admirable apostura, de cabellera negra, de largos bucles y una barba rizada y brillante, encuadraban su bello rostro de perfil griego y expresión dulce y benigna”... “montaba con gracia infinita un fogoso caballo negro”, mientras “grupos de hombres del campo y algunos soldados”.... precipitáronse a su encuentro, clamando con delirante entusiasmo, ¡Güemes!, ¡Viva Güemes....!”.
Tal relato, a pesar de haber sido escrito mucho tiempo después del suceso que describe y que había acontecido cuando la notable escritora salteña era una niña de corta edad, aunque denota un fuerte contenido emocional y romántico pues la misma autora refiere que “miraba embebecida”... “la brillante aparición que tenía ante los ojos”, sin duda nos indica rasgos fisonómicos del prócer tales como su cabellera, su barba, su mirada, su porte, etc., indiscutibles por ser una versión de la única persona que lo describe habiéndolo tenido ante su presencia salvo, las referencias que de M. M. de Güemes hace Dionicio Puch, en una carta familiar, pero concidentes con la caracterización de J. M. Gorriti, esto es, “de talla esbelta, cabellera negra de largos bucles, barba entera, larga y rizada, brillantes ojos pardos, tez de color blanco pálido”, etc. El resto de los que a su fisonomía se refieren, como es el caso de los historiadores Bernardo Frías, Joaquín Carrillo, Vicente Fidel López, Atilio Cornejo, Miguel Solá, Luis Colmenares, etc. concuerdan cuando al rostro del prócer se refieren, con las características antedichas, esto es elevada estatura, cabello y barba negra y crecida, ojos pardos llenos de animación, piel color blanco pálido, de firme y aguzada mirada, lógicamente dentro de un relato épico histórico, pero que fueron dejando una impronta sobre el rostro de Güemes.
1. Martín del Milagro Güemes Puch
2. Luis Güemes Puch
3. Carlos Murúa Figueroa
También, como se expresa en la obra “Güemes Documentado”, T. XII Ed. 1990 en ese afán de develar la incógnita fisonómica del prócer, se realizó por parte del Gabinete Scopométrico y químico de la Policía Federal Argentina, un análisis de un mechón de sus cabellos y dado el tiempo transcurrido, tal valiosa colaboración no pudo tener la contundencia que afanosamente se buscaba, como tampoco el Identi-Kit que se realizara en base a las descripciones ya comentadas el cual, sin embargo, llega a la conclusión de que la talla de Güemes oscilaría en 1,83 mts. o más.
Volviendo a los parecidos con M. M. de Güemes que familiares, parientes y allegados de este notaban y resaltaban que tenían con éste los nombrados hijos del Caudillo norteño, en especial con su primogénito Martín y también con el ya citado sobrino nieto don Carlos Murúa Figueroa, era costumbre desde siempre, y aún hoy, escuchar en cualquier ámbito familiar expresiones y manifestaciones tales como: “fulanito cada día está más parecido a mi abuelo”, o “está igualito a su padre o es el retrato vivo de su tío zutano” o “a tu hijo le floreció el mal genio, mal humor, tozudez o engreimiento de los perenganos”, o “se le trepó la opería de los menganos” o “a quien te hace acordar la bondad, la mirada, el andar, el porte, los ademanes, la sonrisa, sus gestos, el buen carácter, o su habilidad o inquietudes para tal o cual habilidad artística o intelectual de zutanito, expresiones a las cuales inveteradamente se contestaba, ¡¡es el aire de familia!! o “lo habrá heredado o le vendrá por el lado de los hermanos de su abuela materna” etc., etc.
Obviamente tales observaciones y consecuentes manifestaciones sobre parecidos entre personas parientes de distintas y aún distantes generaciones entre sí y que se trasmitían oralmente como también en forma escrita a través del epistolario familiar, son fruto de contactos cotidianos directos, a lo largo de sucesivas y hasta lejanas convivencias en común, entre los componentes de cualquier grupo familiar, siendo fruto de sencillas y espontáneas, observaciones hasta intuitivamente y sin sospechar siquiera que sus aseveraciones tenían y tienen sustento y apoyatura científica. ¡Son los genes!, la unidad básica de la herencia, que saltan, afloran y se patentizan en cada persona proviniendo de nuestros ancestros, aún lejanos y por nosotros ni siquiera conocimos talvez ni fotográficamente, los cuales se tramiten de generación en generación tanto por línea paterna cuanto materna y que desde la aparición de la Genética (cuyas bases estableció Gregor Mendel, biólogo y religioso austriaco 1822-1884 con ensayos y estudios que pasaron inadvertidos hasta 1901) esa rama de la biología que estudia los fenómenos hereditarios, los procesos relacionados con la herencia y que abarca aspectos tales como lo molecular, los cromosomas constituidos por ADN, la transmisión de genes, etc., que en definitiva, demuestra la herencia de los caracteres.
Así las cosas, el citado pintor Chartón en Salta (había nacido en 1815 en Sens, Yonne - Francia- donde falleció en 1877 y que fuera al mismo tiempo también escritor y amante de aventuradas travesías que supo narrar en distintos folletos llegando en sus andanzas hasta Chile donde pintó, entre otras obras, “Panorama de Valparaíso”, “La Plaza de Armas” de Santiago y “el Velatorio del angelito” trabajo este que trajo hasta Buenos Aires y que su adquirente donó al Museo Nacional de Bellas Artes, fue nombrado por el referido Rector de la Universidad de Buenos Aires profesor de dibujo en el Colegio Nacional de ella dependiente, instalado ya en Salta luego de su periplo por varias provincias argentinas, entre ellas Tucumán donde como dijimos, efectuó varios retratos, se dice montó su taller provisorio en la propia residencia de Leguizamón y allí tomando como modelo a don Carlos Murúa dado el evidente parecido que existía entre éste y su tío abuelo y teniendo también en cuenta la fotografía del hijo mayor del prócer, don Martín del Milagro Güemes Puch, reconstruyó, en base a ellos y a sus parecidos con aquél, la imagen, el rostro de Martín Miguel de Güemes.
Tal versión, quien les habla supo, en varias oportunidades, escucharla en su niñez y adolescencia de boca del pintor salteño, que bien podría bautizárselo “el retratista por antonomasia de Güemes”, don Guillermo A. Usandivaras Murúa (1900-1976) hermano de mi abuela materna y mi padrino de bautismo el cual, a su vez era bisnieto de don Miguel Gerónimo Murúa Costas y de su esposa Mercedes Figueroa Güemes padres del referido modelo y por ende tataranieto de Sebastián Fructuoso de Figueroa y de su esposa Francisca Güemes Goyechea, casados el 30-4-1809, hermana del general Martín Miguel de Güemes o sea, cercanísimos parientes del prócer. De allí es que tengo en mi poder, un añejo álbum con sus tapas nacaradas, sus hojas de cartón con bordes dorados, con antiguas (es de alrededor de los años 1870-80) fotografías color sepia, con la inscripción a su pié “M. Romero y Cía. - Salta”, posiblemente el tomador de las imágenes de las damas y caballeros en él insertas y pertenecientes a mis ancestros Murúa, Costas, Usandivaras, Aráoz, Figueroa Güemes, etc.
1. Óleo de Güemes de Guillermo Usandivaras (1975)
2. Óleo de Güemes de Guillermo Usandivaras (1972)
3. Cuadro de Güemes de J. V. Ovalle (1921)
En el mismo encontré esta foto de don Carlos Murúa Figueroa, tío abuelo del pintor Usandivaras, que vemos a mi izquierda juntamente con otras, dos de ellas de los mencionados hijos de Güemes y con algunas de pinturas del rostro del héroe gaucho de afamados plásticos argentinos.
Observándolas podemos constatar en todas ellas, la misma poblada barba, su idéntica mirada profunda y aguzada, su frente amplia, su cabellera negra, su gesto adusto de guerrero indomable que plasma el citado Chartón en su retrato a lápiz que confeccionara en su estadía en nuestra ciudad en el cual, sin embargo, Güemes aparecía, con indumentaria gaucha y habría sido obsequiado, conforme a distintas tradiciones orales que así lo aseveran, por el Dr. Juan Martín Leguizamón al Dr. Ángel Justiniano Carranza fundador del Museo Histórico Nacional quien también había sido tentado por varios plásticos para reproducir al Gral. Güemes pero vestido con su uniforme blanco con alamares y pelliza mordoré de húsar, iniciativas que vaya a saber porque no se concretaron a pesar de que al citado notable historiador no le había resultado de su total complacencia el realizado por el pintor francés pues su deseo era el de un Güemes vestido de militar. Las vueltas de la vida hicieron, sin saberse el motivo o la causa, que al referido primer retrato a lápiz del prócer no se lo viera nunca más ni tampoco se conociera su paradero o destino final.
Sin embargo, existen ciertos datos que indicarían que inspirándose en el cuadro de Chartón, el artista salteño don Casiano Hoyos y también tomando como modelo a don Carlos Murúa, confeccionó otro dibujo a lápiz de Güemes en uniforme, como el que a manera de bosquejo o boceto también a lápiz, había encargado el Dr. Carranza y fuera firmado con las iniciales FG que algunos atribuyen a don Flavio García y otros, tal como Juan Martín Leguizamón, al religioso franciscano Fray Luis Gorgi, afamado artista y escultor italiano. En todos ellos está la impronta del retrato de Chartón y de sus modelos Murúa y los hijos del Gral. Güemes.
Al lado y abajo de las fotografías ya mencionadas, observamos una del retrato ejecutado en 1902 por el destacado pintor Eduardo Schiaffino que se encuentra en el museo histórico del Cabildo en nuestra ciudad y que es el que prácticamente aparece en todos los libros de historia como retrato oficial del general M. M. de Güemes. A continuación vemos las pertenecientes a los cuadros realizados por don Guillermo Usandivaras, en la última etapa de su vida, de quien podemos hoy contemplar sus anteriores retratos del prócer en distintas y variadas instituciones privadas y reparticiones, oficinas y despachos públicos o en los museos de Salta y de otros lugares del país, tales como los que se encuentran en el aeropuerto El Aybal, del año 1949, que le fuera encargado en dicho año por decreto del entonces gobernador de Salta don Emilio Espelta, en Gendarmería Nacional, en museos locales, en la Sirio Libanesa o dos de ellos en la Auditoría General de la Provincia, en el Club 20 de Febrero, etc. en todos los cuales sean óleos o al lápiz graso acompaña a su firma la leyenda “Del dibujo oficial de E. Schiaffino”, apelativo este que se le asignó por mera tradición o costumbre desde siempre al confeccionado por éste en el citado año 1902, ya que recién tal retrato fue legalizado como oficial por Decreto Provincial N° 8998 de fecha 15/6/1965 durante el Gobierno del Dr. Ricardo Durand que lleva la firma de su Ministro de Gobierno, el Dr. Guillermo Villegas.
Sin embargo Usandivaras fue fiel al dibujo que motivara sus pinturas sobre el rostro de Güemes, hasta que, como podemos ver en una de estas otras dos fotografías en colores de sus cuadros, el que lleva fecha 1972 y que se encuentra en el Club 20 de Febrero, que si bien reitera tal leyenda notamos que comienza a variar, aunque respetando aquella imagen o rostro del cuadro de Schiaffino los rasgos del prócer, haciéndolo con mirada más profunda aún, con gesto más adusto y bravío, talvez, más guerrero, lo cual plasma nuevamente en 1975, un año antes de su fallecimiento, en su último retrato que hace del general Güemes y en el cual tal leyenda dice: “Del dibujo oficial con modificaciones y agregados”. Esta obra es de propiedad de mi madre y se encuentra en nuestra casa paterna a la espera de que dada su envergadura, calidad plástica y expresividad del retratado, alguien se percate que merece estar presidiendo algún salón de alguna dependencia oficial o museo de nuestra provincia o de la Nación.
Esta otra, es un óleo que representa “La Muerte de Güemes”, como se lo denomina y es obra del célebre pintor Antonio Alice, nacido en Buenos Aires el 23/2/1886 y fallecido el 24/8/1943, quien becado estudió en Turín - Italia con grandes maestros, cuadro este con el cual obtuviera la medalla de oro de la Exposición del Centenario en Buenos Aires en el año 1910.
Tal artista realizó, además, exitosas exposiciones en Europa (Italia-Francia-Estados Unidos) siendo de excelente factura, entre otras su “Los Constituyentes del 53”, imponente cuadro que fuera comprado por el Congreso de la Nación y destinado al Salón de los Pasos Perdidos de la Cámara de Diputados. “La Muerte de Güemes” fue adquirido, a su vez, por el Gobierno de Salta y se encuentra desde 1911 en el recinto de sesiones de la Legislatura Provincial.
Las otras dos fotografías expuestas que nos quedan por referir, una de ellas es obra del pintor J. V. Ovalle, confeccionada en 1921, en donde Güemes aparece empuñando el mango de su espada pero tapado su uniforme militar con un poncho blanco, posiblemente de vicuña, con rayas y flecos de idéntica factura de color marrón y pañuelo blanco al cuello. Era común en aquellas lejanas épocas de la vida del prócer y aún hasta avanzados los primeros treinta años del reciente siglo XX pasado, la usanza de ponchos blancos, marrones claros, azules, etc. de vicuña. Lo del poncho color sangre de toro tan usual hoy en Salta, es de más reciente aparición y esa es otra historia. También realizaron retratos del general Güemes, otros muchos relevantes artistas plásticos, así el estudio de Lorenzo Gigli, montando el prócer un brioso caballo o el retrato a pluma hecho por nuestro comprovinciano Jorge Hugo Román.
Dibujo a tinta de Jorge Hugo Román
Considero que a partir de Chartón, pasando por Schiaffino, Alice, Usandivaras, etc., en todos los retratos referidos se logra una casi exacta aproximación a la fisonomía, que no se había podido tomar del natural, del general don Martín Miguel de Güemes. Sea en estos más adusto su rostro o más o menos severo, sea su mirada más profunda y aguzada, sea su cabellera y barba más renegrida y abultada o no, sea su expresión desencajada y su mirada perdida como en la obra de Alice en la cual su rostro aparece como avizorando su muy próxima e inexorable muerte, todos representan el rostro del prócer salteño, en una imagen pergeñada en base a la memoria de sus contemporáneos, del parecido con sus hijos o con su sobrino nieto Carlos Murúa. Por ello, al observar cualquier retrato que lo represente, resulta imposible confundirlo con algún otro prócer guerrero de la independencia o caudillo de nuestra patria; harto imposible se piense se trate de Juan Lavalle, Pancho Ramírez, Chacho Peñaloza o Facundo Quiroga, etc. Es el rostro del general Martín Miguel de Güemes y así perdurará hasta el fin de los tiempos y si acaso su faz hubiera sido, en realidad, con barba menos poblada y cabellera menos renegrida o su porte diferente y su mirada algo menos profunda, ello no haría en absoluto mella alguna ni mengua de ninguna especie, a la invalorable gesta en la lucha por la independencia de nuestro país del dominio español, llevada a cabo por ese rostro, el rostro del general Güemes.
Así también lo es el rostro de las dos excelentes obras, esta acuarela y este pastel-acrílico que acompañan, junto a la exposición de magníficas fotografías que adornan la sala de conferencias de estas jornadas de homenaje a Güemes, pues su autora, Adriana Rodríguez con maestría de plástica destacada, con su técnica depurada, su imaginación, su visión de artista y su simple recuerdo de la imagen del prócer que desde siempre vio en distintos lugares de nuestra Salta, logra la misma imagen y que es, sin duda, el rostro de Martín Miguel de Güemes.
Fuente: Boletín Nº 33 del Instituto Güemesiano de Salta