Hay
un salteño que es español. Se llama don
Virgilio García, y todavía vive entre
nosotros, como siempre lo hizo, enamorado de este rincón
de la República que eligió, años
ha, cuando llegó a esta tierra desde la vieja
España. Don Virgilio afincóse en la ciudad
de Salta, trayendo consigo las habilidades de su oficio
de barbero. Ser barbero por aquellos años, requería
varias cualidades especiales de quien lo practicaba.
Además de maestría para manejar
la siempre amenazante navaja, debía saber de
política, de hechos y situaciones de actualidad
y mantener conversaciones con su clientela, que por
lo demás, ocupaba siempre un plano de importancia,
entre los vecinos de la ciudad, todavía aldea,
que era Salta.
Su establecimiento estaba en la recova del
Cabildo Histórico. Tal vez eligió el lugar,
porque la solidez de la arquitectura del edificio le
recordaría algún lugar de la lejana madre
patria. Allí era el lugar obligado de reunión
de mucha gente importante, y don Virgilio mantenía
al día su repertorio de comentarios y noticias,
tomándolas, con gentiles maneras, de quienes
llegaban en busca de sus habilidades de fígaro
elegante.
Pasaron los años y de pronto su nombre
sobresalió en Salta como el de un auténtico
"self-made-man". Fue a poco de comenzar la
ultima guerra. Se hacían toda clase de comentarios,
sobre su extraordinaria habilidad y experiencia para
los negocios. En realidad nadie daba detalles exactos
de la técnica bursátil utilizada por el
bueno de don Virgilio, pero era evidente que había
encontrado la senda segura para la prosperidad de su
actividad comercial. No transcurrió mucho tiempo,
y sobresalía entre los comerciantes fuertes de
Salta. Su generosidad personal, le llevó a efectuar
realizaciones sociales con el personal de su establecimiento,
que se adelantaron en mucho a las leyes que rigieron
después sobre esta materia en el país.
Hizo un club para sus empleados, donde los
fines de semana se realizaban bailes familiares. Fue
- puede decirse - un pionero de la avenida Belgrano,
pues allí construyó su residencia, cuando
todavía era parte del camino que unía
la ciudad con San Lorenzo. Siempre sintióse no
solamente consustanciado con Salta, sino preocupado
en devolver - en una actitud de sincero agradecimiento
- parte de lo que esta le había brindado. Así
fue efectuara generosas donaciones a entidades de bien
público, donaciones que culminaron en la construcción
de la escuela, que aún hoy funciona en la vecina
villa de San Lorenzo.
Pasó el tiempo, y los avatares de la
vida, y vaivenes económicos, le fueron quitando
de entre las manos la fortuna que había logrado
acumular con su esfuerzo y su talento. Poco a poco fue
perdiendo sus bienes, hasta quedar reducido a los mismos
recursos con que contaba cuando llegó para adoptar
como patria a esta tierra soleada de Salta. Su nueva
situación no le hizo cambiar. Continuó
siendo el mismo hombre bueno y sencillo que siempre
fue, ahora orgulloso de lo que hizo, orgullo que renace
cada vez que alguien, con gesto de agradecido afecto,
le saluda en la calle, como recordando el bien que hizo
a la comunidad salteña.
No hace mucho, en la escuela que él
donara, fue agasajado como el benefactor de los niños
de San Lorenzo, a quienes les legó esas aulas,
donde varias generaciones han aprendido a iniciar su
camino por la vida. Todavía anda erguido y sonriente
entre nosotros, contento de su suerte y de su sino,
en esta Salta que eligió para pasar el arduo
camino de la vida.
Cuando lo encuentren, con cabeza coronada
de cabellos que emblanquecieron bajo nuestros celajes,
salúdelo con el reconocimiento que se merecen
los ciudadanos de bien, que han pensado más en
este terruño que en sí mismos.
FUENTE: Crónica
del Noa. Salta, 12-10-1981