Fue por la década de los años treinta cuando llegó a Salta el primer arzobispo de la flamante Arquidiócesis. El prelado era Monseñor Roberto J. Tavella joven aún ya vestía la púrpura de los dignatarios de la Iglesia.
Su presencia, desde un primer momento, cambio un tanto la óptica con que se miraba al Palacio Arzobispal, hasta entonces quieto y venerable. Monseñor Tavella trajo un dinamismo desconocido entre los salteños, que al principio, como feligreses se veían desbordados por los impulsos de hacer que traía el arzobispo. Estudiosos de la historia y gran observador, fue recopilando sus experiencias en extensos escritos que iba acumulando en su mesa de trabajo.
La política le interesó siempre y supo actuar de acuerdo a las épocas que le tocó vivir en Salta. Epocas de cambios bruscos y drásticos que impactaron notablemente entre la gente de esos agitados días, que fueron desde el año 1943. El gobierno surgido después de la revolución que derrocó al presidente Ramón S. Castillo, subió al sillón de Rivadavia, anunciando que protegería la religión Católica, Apostólica, Romana. Esta actitud fue llevada a la práctica por las autoridades, y como es lógico, la Iglesia aceptó este apoyo que se le brindaba.
Pasó el tiempo y paulatinamente fue cambiando la actitud gubernamental como también la actitud de la Iglesia Argentina, y la de sus responsables.
En el lapso comprendido entre esas dos épocas, Monseñor Tavella, dedicóse de lleno a la obtención de adelantos y beneficios para Salta, logrando la iniciación del nuevo seminario Conciliar, cuyo viejo edificio había perdido actualidad para las funciones a que estaba destinado. El gobierno nacional ayudaba en esta obra, hasta que un día, en una pequeña reunión el arzobispo anunció que los trabajos serían costeados directamente por el Arzobispado. Tal vez este fue el anuncio de la ruptura que sé aproximada entre la Iglesia y el Estado.
El R.P. Dunphy, a poco de esto, desde un púlpito de la provincia de Santa Fe, hizo graves denuncias al gobierno, sobre atropellos que se estaban cometiendo en contra de la Iglesia. Y comenzó el largo enfrentamiento donde, abiertamente, el gobierno atacó a la Iglesia, llegándose al sacrilegio incendio de templos y ornamentos en los templos de Buenos Aires.
En estos días la figura de monseñor Tavella se alzó como una bandera que se agitaba en defensa del acervo espiritual del Salta. Desde el púlpito, con valentía denunciaba ante los feligreses lo que iba aconteciendo, invitando a la oración para que todo llegue a su fin. Como si sus plegarias hubieran sido escuchadas, al cumplirse la procesión del Milagro de 1955, llegaba a Salta el anuncio del levantamiento del general Lonardi en Córdoba. Así se anunció el epílogo de esa época, de la cual el arzobispo fue protagonista directo.
Poco después, iniciaba su gestión en pro de lograr la instalación en Salta de una casa de estudios superiores. Bregó con la constancia que supo poner siempre en sus acciones y consiguió ver funcionando al Instituto de Humanidades.
Poco después, comenzaba otra tarea de suma importancia para la provincia toda. Fue cuando accediendo a lo solicitado por la familia Patrón Costas, gestionó ante el Vaticano, la autorización papal, para la creación y funcionamiento en Salta de una Universidad Católica. Efectuó para ello viajes a Roma, donde deliberó con altos dignatarios. No descansó en sus gestiones, hasta que finalmente consiguió la venia del Santo Padre, luego de lo cual inició, otras gestiones para interesar en esta importante realización a la Compañía de Jesús, para que tome a su cargo la organización y funcionamiento de esta casa de estudios superiores, la primera que entró en funcionamiento en Salta, llenando una sentida necesidad de todo el Norte.
Así pasó su vida, trabajando intensamente en su arquidiócesis, hasta que agobiado por una larga dolencia dejó de existir confortado espiritualmente por su fe, y por su obra, que la cumplió como tributo a Jesús y a la Iglesia de que formó parte.
FUENTE: Crónica del Noa, Salta, 17-10- 1981