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EL RESENTIMIENTO: EFECTO NO DESEADO DEL IGUALITARISMO

Por Mg. Lucía Solís Tolosa

Palabras clave: venganza; violencia social; valores

Resumen

Nietzsche introdujo en filosofía el concepto de resentimiento. Adjudica a los resentidos una impotencia para actuar por iniciativa propia; ellos solo reaccionan, pero tardíamente, después de guardar en silencio su envidia, su despecho, su rencor. En algún momento disfrazan estos sentimientos negativos como sed de justicia, de igualdad y de bondad; encienden su fuego íntimo y desatan su violencia; son capaces de los peores crímenes contra quienes pueden lograr sus propios fines con acciones positivas y eficaces. 
            Partiendo de algunos de sus criterios, Max Scheler desarrolla ampliamente el estudio del resentimiento. Entre sus aportes, destaca la precisión respecto a que solo quienes se sienten iguales se resienten frente a los privilegiados o favorecidos. Es la difusión de la conciencia de tener sus mismos derechos lo que genera resentimiento entre los que no los pueden disfrutar; en algún momento esa impotencia puede generar reacciones violentas. A veces, sin embargo, el resentimiento es “gratuito”, inmotivado.
            Este trabajo procura desentrañar la naturaleza del resentimiento, no solo como estado psicológico que genera malestar, sino como componente de una moral que, partiendo de una percepción individual del igualitarismo, justifica reacciones violentas destinadas, muchas veces, a producir cambios en el orden social. La vigencia del tema se relaciona con la violencia y la criminalidad en las sociedades actuales.
            En el tratamiento ético hay un cierto cuestionamiento de las jerarquías en el orden macro social, e incluso internacional; una referencia a la asignación de culpa a quienes tienen lugares considerados superiores, y una reflexión sobre el discernimiento de valores.

Con cierta frecuencia se adjudica al resentimiento la raíz de actos violentos o dañinos, en ámbitos privados o públicos, contra personas, edificios, instituciones, o simplemente contra víctimas al azar. Cabe preguntar qué es el resentimiento y qué poder tiene para inducir a alguien a actuar de tal manera. Cuando se dice de alguien que es resentido, se espera de él conductas incómodas o agresivas para los demás, como si quisiera ocupar lugares que no le son propios, lograr algún desquite o compensación, o que intentan lograr algún tipo de justicia.
            Tomando el término del francés, Nietzsche introdujo en filosofía el concepto de resentimiento; lo hizo uno de los pilares de la moral de los esclavos, de los sometidos, de quienes son incapaces de actuar por su iniciativa sino que solo reaccionan, si lo hacen, después de guardar y cultivar dolor y rencor por su impotencia. Contrapone la actitud del hombre noble, “aristócrata de nacimiento”, confiado y franco frente a sí mismo, volcado con naturalidad hacia la acción ligada a la felicidad, a la actitud del hombre resentido que se siente inferior, se encoje, se esconde, calla, se envenena y se empequeñece transitoriamente, esperando y elaborando una forma de desquite.
            En La genealogía de la moral (I, §10)  Nietzsche toma como modelo de “bien nacidos” a la aristocracia griega. Ellos experimentaban por el pueblo bajo una cierta lástima, una indulgencia, que se refleja en términos traducidos como “infeliz”, “desgraciado”. Se sentían naturalmente felices, no tenían que construir su felicidad o mentírsela mirando a los demás; esa felicidad los hacía necesariamente activos: “no sabían separar la actividad de la felicidad”. Los miembros de esta clase viven con una despreocupación que les permite lanzarse a ciegas ante el peligro, tener reacciones súbitas y espontáneas de cólera, amor, respeto, agradecimiento o venganza. Viven con confianza y franqueza. Tienen de sí un “concepto básico totalmente impregnado de vida y de pasión”. Cualquier motivo de resentimiento, en el noble, se agota inmediatamente: por eso no envenena. No toma en serio por mucho tiempo sus contratiempos o sus fechorías; los olvida enseguida. Es audaz. Respeta a sus enemigos ya que los elige entre quienes tienen mucho para honrar. Se sacude de un solo golpe los gusanos: no los anida. La moral noble “nace de un triunfante sí dicho a sí mismo”. 
            En cambio, para Nietzsche el modelo de los resentidos son principalmente los judíos,  cuyo espíritu se prolonga y se hace como más refinado en los cristianos. Su apocamiento les inhibe de afirmarse a sí mismos, les impide la acción. Necesitan mirar hacia afuera, hacia los otros, tener un estímulo externo para actuar, pero “su acción es, de raíz, reacción”. No miran de frente sino de reojo; su espíritu ama los escondrijos, los caminos tortuosos, las puertas falsas. Su mundo se hace de lo encubierto y tiende a callar, a guardar, a no olvidar; se empequeñece y humilla transitoriamente. Las personas de esta clase tienden a ser más inteligentes, a venerar la inteligencia que le ayuda a elaborar su inferioridad. De ese laboratorio surge la inversión de los valores (I §14). La debilidad es transformada en mérito; la impotencia, en bondad; la bajeza, en humildad; la sumisión a quien se odia, en obediencia, el tener que esperar de modo inofensivo, en paciencia que es la virtud. “El no-poder-vengarse se llama no-querer-vengarse, y tal vez incluso perdón”. En ese “taller donde se fabrican ideales” y que “apesta a mentiras”, los  débiles “animales de sótano, llenos de venganza y de odio”, dicen que ellos son los buenos, los justos; los nobles son los malvados. Lo que piden no se llama desquite sino “triunfo de la justicia”, y esperan la victoria del Dios justo sobre los ateos.
            Para Nietzsche, los judíos eran “el pueblo sacerdotal del resentimiento par excellence” (I §16), que se enfrentó a Roma y, en cierto sentido, la venció convirtiendo sus valores en mayoritarios. Pero la lucha entre una visión y otra continúa, dice.

            En su obra El resentimiento en la moral publicada en 1912, Max Scheler encuentra dos elementos significativos: El primero indica que se trata de una reacción emocional frente a otro: volver a vivir la misma emoción, volver a sentir; esto es, re-sentir. El segundo, que esta emoción es negativa, tiene un componente de hostilidad; quizá sería apropiado identificarla con el rencor. Aunque reconoce que Nietzsche es el más profundo entre quienes reflexionan sobre el origen de los juicios de valor, y que el resentimiento es una fuente de esos juicios, no comparte que la moral cristiana, y en particular su visión del amor, sea la más fina “flor del resentimiento”.
            De acuerdo a Scheler, desde el punto de vista psicológico el resentimiento es una autointoxicación, con causas y consecuencias bien definidas. En tanto actitud psíquica permanente, surge al reprimir sistemáticamente la descarga de ciertas emociones y afectos que en sí mismos son normales, propios de la naturaleza humana. Las consecuencias son ciertas propensiones permanentes a engaños valorativos y juicios de valor correspondientes a tales engaños.
            El resentimiento tiene su punto de partida en el impulso de venganza. Va precedido de un ataque u ofensa, que aunque genere cólera, furia o indignación, no produce un contraataque o defensa inmediatos. Por el contrario, presenta dos caracteres esenciales: por una parte, el contraimpulso se refrena, se detiene; por otra, la contrarreacción se aplaza. Ese refrenarse se produce por un sentimiento de impotencia, por la percepción de que una contrarreacción sería perjudicial, no sería eficiente;  impotencia que, en algún punto, es cosa del “débil”, de quien tiene o cree que tiene una debilidad física o espiritual, o que tiene miedo a quien le produjo ese sentimiento negativo. La venganza, que tiene finas diferencias con otros sentimientos como el rencor, la envidia, la ojeriza o la perfidia, guarda la conciencia de “esto por esto”; como la envidia, tiene objetos determinados. La ojeriza no está ligada a objetos determinados; en la perfidia, el impulso detractivo, dice Scheler, se ha hecho más hondo y más íntimo.
            Si el ofendido o maltratado puede desahogarse, no guarda resentimiento. Si no puede hacerlo, cultiva su encono, se convierte en una persona amargada o envenenada. Su estado se agrava cuando el impulso de venganza se transforma en sed de venganza. La semilla del resentimiento es una susceptibilidad particular que brota como síntoma de un carácter vengativo. Esa sensibilidad suele estar acompañada de un gran orgullo, de grandes pretensiones internas, unidos a una posición social inferior. Sin embargo, entre ofendido y ofensor debe haber una cierta igualdad de nivel que le permita a aquel compararse con este.
               Desde el punto de vista sociológico, expone Max Scheler, el resentimiento puede ser como una dinamita acumulada, tanto mayor cuanto mayor sea la diferencia entre la situación de derecho o valor público que corresponda a los grupos de acuerdo a la constitución política o a la “costumbre”, y las relaciones efectivas de poder. El resentimiento, al menos el social, sería escaso en una democracia política que tendiera a la igualdad económica; también lo sería en una sociedad de castas. En cambio, habrá un alto grado de resentimiento en aquella sociedad en la que –“como la nuestra”, dice Scheler- los derechos políticos y la igualdad social públicamente reconocida, coexisten con diferencias muy notables en el ámbito del poder, de la riqueza y la educación verdaderamente efectivos. Esto es, una sociedad en la que cualquier persona puede compararse con cualquier otra en cuanto a sus derechos, pero no puede compararse de hecho (Scheler, 1938: 24).
            Cuando el sentimiento de venganza se convierte en un estado permanente, “ofensivo” para la persona pero ajeno a su voluntad, la ofensa es sentida como un sino. A veces, una persona o un grupo sienten su misma existencia o condición como algo que “clama venganza”: es el caso, señala Scheler, de enanos, discapacitados, judíos. Podría decirse ahora también, agregamos: los excluidos del sistema económico social, o los países más pobres que no pueden conseguir desarrollarse.
            La crítica resentida tiene origen en la percepción de una opresión social permanente como fatal. Esta crítica consiste en que no encuentra satisfacción en ningún remedio que se quiera aplicar a las situaciones malas; al contrario, el intento de mejorar las condiciones adversas provoca descontento porque corta las alas al placer de un puro denigrar, de una pura negación. En realidad, no se quiere en serio lo que se pretende querer; el crítico resentido no critica para remediar el mal, sino que lo utiliza como pretexto para desahogarse. Es el caso de algunos partidos políticos a los que lo que más indignaría, dice el filósofo, sería que obtuvieran lo que están pidiendo, que se realizara una parte de sus programas, o que la complacencia de la “oposición sistemática” que ejercen se frustrara por la inclusión real de alguno de sus líderes en la vida pública.
            Scheler dedica un apartado a caracterizar la envidia diferenciándola del resentimiento. La envida surge del sentimiento de impotencia que se opone a la aspiración hacia un bien, porque otro lo posee. El conflicto entre aspiración e impotencia solo conduce a la envidia cuando se percibe al poseedor del bien como causa de que nosotros no poseamos –dolorosamente- ese bien. Sin esa relación causal, no hay envidia.
            La envidia no genera resentimiento sino cuando, “tratándose de valores y bienes inaccesibles por naturaleza, están estos, sin embargo, colocados en la esfera de comparación entre nosotros y los demás” (Scheler, 1914: 28). La envidia que puede suscitar mayor resentimiento es la que tiene por objeto el ser y existir de otra persona: la envidia existencial. Es la que parecería dedicar a la persona envidiada un reproche por ser justamente quien el envidioso quiere ser, lo que él quiere ser. En definitiva, que “yo” no sea “tú”. Los casos son raros, y la única forma de superarlos es con amor, sostiene. Fuera de estos casos, son las dotes innatas de naturaleza y de carácter de los individuos y de los grupos, las que suscitan con más frecuencia la envidia de resentimiento; “la envidia a la belleza, a la raza, a los valores hereditarios de carácter es, pues, suscitada en mayor medida que la envidia a la riqueza, a la posición, al nombre o los honores” (Ídem).
            Otra forma de proceder que origina resentimiento, es la comparación valorativa. Todos realizamos comparaciones de nuestro propio valor con los valores ajenos, dice Scheler. En este punto remite a la teoría de Jorge Simmel sobre el “distinguido” o “noble”. (Simmel, 1939: 319ss.). Este sociólogo y filósofo por momentos parece evocar a Nietzsche, pero no se ata a su caracterización porque apunta a describir cómo la nobleza realiza una acertada articulación entre carácter de grupo, heredado, y autonomía personal. En el distinguido o noble, dice Simmel, la aprehensión del valor propio y del ajeno nunca tiene por fundamento la “medición” comparativa. Él tiene de su propio valor y plenitud una conciencia ingenua, irreflexiva, que llena de continuo los momentos conscientes de su vida, pero esto no tiene nada que ver con el orgullo, que en realidad surge cuando se ha experimentado una disminución en la conciencia ingenua. El distinguido se apropia tranquilamente de los valores positivos de los miembros de su linaje, como si le correspondieran por el solo hecho de pertenecer a él: su conciencia de valor, anterior a cualquier experiencia, se refiere a su ser, a su existencia misma, y no se compone de distintas cualidades. No le dificulta reconocer los valores en otros.
            Max Scheler contrapone a esta caracterización del tipo del noble, la manera de ser del “vulgar”. La aprehensión que el “vulgar” tiene de su propio valor, está fundada en la comparación con el valor ajeno. Se apropia solo de aquellos “posibles” valores que le permitan establecer una diferencia que le favorezca: vive los valores mediante la comparación. No puede aprehender en otros ningún valor sin medirlo, sin tomarlo como “superior” o “inferior”, como “mayor” o “menor” respecto de sí mismo. Hay dos subtipos de quienes valoran vulgarmente: si es fuerte, es ansioso; si es débil, es resentido.  
            El ansioso no es quien ansía vigorosamente bienes valiosos: poder, riqueza, honores u otros, sino aquel para quien ser más, valer más que los otros constituye el fin de su ansia. No busca poseer cualquier bien por el bien mismo, sino porque le proporciona la ocasión de cancelar el opresivo sentimiento de ser menos. Esta forma de ser puede trasladarse a una sociedad, dice Scheler: cuando todos se mueven para ser más y valer más en todo, cuando la manera “ansiosa” de aprehender los valores es la dominante, se trata de un “sistema de la concurrencia”. En un sistema tal, todo “puesto” es un punto de tránsito en esa carrera general. La motivación de cada uno ya no es un valor; los bienes se conciben como mercancía y todo apunta a poder traducirlos en dinero. Esta caracterización permite entender las actitudes vacías de valores de ciertos sectores e individuos en las sociedades actuales, que acaparan poder económico y político –y tras él, honores y posesiones de todos tipo-.
            El otro subtipo del vulgar, el resentido, aparece cuando la valoración relativa se enlaza con la impotencia, cuando la conciencia de inferioridad no puede generar una conducta activa. El resentido trata de solucionar la tensión resultante mediante el engaño estimativo que le permita lograr una conciencia de superioridad o, al menos, de igualdad. Lo consigue o bien rebajando engañosamente el valor del objeto de la comparación –sería el caso de la zorra ante las uvas-, o bien “cegándose” para esas cualidades, o mediante la mixtificación y falseamiento de los valores mismos que el objeto deseado posee. Eventualmente, cuando ya no puede ambicionar algo, la resignación oportuna permite conceder valor al objeto. 
            Para el resentido, dice Scheler, los valores siguen existiendo como positivos y elevados, pero de alguna manera se le presentan como recubiertos por los valores ilusivos, lo que los hace lucir débilmente, como si se trasparentaran. De esta manera el resentido vive un mundo apócrifo, aparente, y no logra reunir la fuerza necesaria para traspasarlo y percibir su verdadero ser. El resentimiento representa siempre, finalmente, un fenómeno de “vida descendente”. Según el filósofo, hay situaciones de “peligro de resentimiento”; por ejemplo, en las mujeres relegadas en la familia; en la generación vieja frente a la joven. En las clases, hay mayor peligro entre los artesanos, en la pequeña burguesía y en la burocracia inferior. Hay signos de resentimiento en todo modo de pensar que atribuye fuerza creadora a la mera negación y crítica. También en el alma romántica, cuando la nostalgia de una época histórica no descansa en los valores de esa época sino que le sirve para desvalorizar la propia.
            Scheler considera que la sociedad ofrece medios para descargar el resentimiento: las instituciones parlamentarias, la justicia penal, el duelo, la prensa. Hoy se incluirían sin duda las redes sociales, que también sirven como vehículo para manifestar el resentimiento personal o social. Advierte también sobre la represión, que consiste en impedir la descarga del impulso negativo, en el ámbito personal y social. Cuando la represión es constante, tiende a perderse el objeto que produjo el sentimiento negativo; se produce entonces un estado de angustia indeterminada.
            Nietzsche encontraba en el resentimiento el origen de la moralidad. Para Max Scheler, en el resentimiento no pueden basarse los verdaderos juicios morales de valor porque se generan juicios falsos basados en errores de valoración. Evoca a Pascal, para quien hay un “orden del corazón”, una “lógica del corazón”: el orden eterno de la conciencia humana que el genio moral descubre en fragmentos de la historia. El resentimiento derroca ese orden eterno, es un fuerte error en la aprehensión de ese orden. Argumenta que, si Nietzsche habla de “falsificación de las tablas de valores”, es que las hay verdaderas.
           
Lejos del extenso desarrollo de Max Scheler, encontramos otros aportes interesantes para la comprensión del resentimiento. Para Julio Caro Baroja (1983) es “la pasión más oscura del hombre”. Comparte con Saavedra Fajardo la idea de que “resentirse es reconocerse agraviado”, y añade que el resentido se agravia por todo o casi todo.
Gregorio Marañón (1952) concuerda con Unamuno en que el resentimiento es el más grave de los pecados capitales, más que la ira y la soberbia; pero para él no sería un pecado sino una pasión; pasión de ánimo que puede conducir, dice, al pecado y, a veces, a la locura o al crimen. Una agresión de los hombres o de la vida puede producir una reacción de dolor, de fracaso o cualquier sentimiento de inferioridad. En condiciones normales, ese sentimiento desaparece; pero a veces queda escondido en el fondo de la conciencia. Allí incuba y fermenta su acritud; se infiltra en todo el ser de la persona y acaba rigiendo su conducta. Esto es el resentimiento. No depende de la calidad de la agresión, sino de cómo el individuo la recibe.
El resentido, dice Marañón, es siempre una persona sin generosidad, que es la virtud contraria al resentimiento. El perdón puede ser impuesto por un imperativo moral a una persona no generosa; entonces es virtud, y no pasión. El generoso no suele tener necesidad de perdonar porque lo comprende todo, y es inaccesible a la ofensa. La última raíz de la generosidad es la comprensión; solo es capaz de comprenderlo todo el que es capaz de amarlo todo. La cantidad de maldad necesaria para que alguien incube el resentimiento, no es nunca excesiva. “El resentido es, en suma, allá en el plano de las causas hondas, un ser mal dotado para el amor; y, por lo tanto, un ser de mediocre calidad moral” (Marañón, 1952: 26).
Carlos Gurméndez (1994), autor de una Teoría de los sentimientos, es el único pensador entre los consultados que aporta un punto de vista positivo sobre el resentimiento. Para él, el resentido tiene una constante memoria y puede volver sobre los motivos que le han afectado. Pertenece a la clase de los sentimentales más puros porque padecen y callan consintiendo. ¿Qué se puede aprender de ellos? Entiende que al re-sentir los sentimientos que se desvanecen, se recupera la soñada eternidad de lo vivido. Piensa que es nuestra tarea aunar lo que fuimos dejando en el transcurso de la vida, para percibir su sentido. Vale entonces “re-sentir sin resentimiento ni amargura para consolidar nuestro ser y proyectarnos hacia un esperanzado futuro”.

Esta interpretación positiva nos parece acertada por cuanto reconstruir lo que se vivió y se sintió en el pasado puede ser saludable para las personas y las comunidades pequeñas y grandes: puede constituir un ejercicio de memoria sanadora si mediante esa reconstrucción se rescatan los valores más elevados que animaron las acciones personales o colectivas, y si ese ejercicio se practica como un modo efectivo de descomprimir las tensiones, y desprenderse de cualquier dolor escondido, de un encono o deseo de venganza. Re-sentir así, con libertad y apertura de espíritu, puede contribuir a consolidar algunas fibras importantes de la propia identidad. Por ejemplo, si se procura rescatar las intenciones más profundas, los valores que movieron a los protagonistas de nuestras luchas por la independencia nacional, re-sentir lo que ellos vivieron, puede ayudar a comprender mejor no solo el valor de su obra, sino cuánto tiene de sustancial para sostener nuestras instituciones y nuestra convivencia actual. Re-sentir los valores que inspiraron nuestros esfuerzos en la primera juventud, quizá nos aporte elementos relevantes para comprender el sentido de nuestra vida, nuestras opciones, logros o fracasos. Como dice Gurméndez, “re-sentir sin resentimiento”.
Sin embargo, está más extendida la visión negativa y todos sabemos a qué nos referimos cuando decimos de alguien “es un resentido”. Comprendemos que sus actitudes o sus acciones manifiestan ese rincón oscuro de dolor, malestar u odio que sale en forma de pequeñas o grandes violencias contra quien le ofendió alguna vez, o contra quien cree que es el causante de sus males. En el plano personal, quizá un consejero o terapeuta podría ayudarle a superar ese mal que amarga su vida y la de los demás. 
En cuanto a la forma “distinguida” o “noble” de conducirse respecto al honor o la ofensa, la visión de Nietzsche nos parece harto simplificadora. Su descripción de los resentidos tiene el valor de un “descubrimiento” pero no puede sostenerse como herramienta de comprensión de procesos históricos y, en particular, de la cultura occidental. La teoría de Simmel, mucho más elaborada y más amplia de lo que sintetizamos en este trabajo, y que se expone en cuanto le sirve a Max Scheler, está mejor fundada históricamente y da cuenta de un fenómeno social tras las conductas individuales.    
El aporte de Scheler nos parece muy relevante para comprender la dinámica de resentimiento activo que se revela en muchas sociedades actuales. El igualitarismo proclamado por las democracias modernas está lejos, y pareciera que cada vez más lejos, de garantizar igualdad real a todos los ciudadanos y sus hijos. El papel degradado de las elites –gobernantes, productivas, intelectuales, culturales- las muestra como desprovistas de valores o distorsionándolos. En muchos casos, personas que acceden a los niveles de mayor poder o mayor exposición pública, pasan factura a la sociedad por sufrimientos infligidos a su familia, a su sector social o a su pueblo minoritario, se conducen con un pragmatismo revanchista, desconocen valores consagrados por el pacto político y las tradiciones civiles, dejan de lado cualquier exigencia ética y usan sus puestos para beneficio propio y de su círculo cercano. Cobran en efectivo y en corto tiempo sus antiguos resentimientos. 
Aquí y allá los brotes de violencia colectiva, la inseguridad creciente en los núcleos urbanos –incluso en los pequeños-, el odio asesino de minorías religiosas, socialmente relegadas o no, incluso las guerras internas más sangrientas de las últimas décadas, parecen claras manifestaciones de resentimientos reactivados. Se culpa con frecuencia a las elites, pero las explosiones de los sustratos sociales más bajos suelen ser impredecibles, incontrolables, no sujetas a reglas.
Al interior de nuestro país, como en países de la región, se impone un compromiso de todos por lograr mejores oportunidades para la igualdad: lucha contra la corrupción, mejor y más trasparente distribución del presupuesto en los servicios sociales básicos, mejores medios para la expresión de todos. Evitar cuidadosamente los “relatos” que destruyen la imagen y la voz de los otros. Y sin duda, exige difundir y consolidar las prácticas de respeto, buen trato y solidaridad entre las personas para hacer más pacífica la convivencia, promover la cohesión social y favorecer la promoción personal de cada ciudadano.

Bibliografía sumaria
- Caro Baroja, Julio. (1983) “Apotegmas III: del resentimiento”. EL PAIS, 23 de abril de 1983.
- Fisher, María Raquel. (2009) “Aportes schelerianos para una fenomenología del resentimiento”. Actas del IV Coloquio Latinoamericano de Fenomenología. Círculo Latinoamericano de Fenomenología. Lima, Pontificia Universidad Católica del Perú; Morelia (México), Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. 2009 - pp.621-635.
- Gurméndez, Carlos. “Sentimientos y resentimientos”. EL PAIS, Madrid, 17 de marzo de 1994.
- Marañón, Gregorio. (1952) Tiberio. Historia de un resentimiento. Madrid, Espasa Calpe. 1ª edición: 1939.
- Nietzsche, Friedrich. (1992) La genealogía de la moral. Madrid, Alianza Editorial. 14ª reimpresión. Original: Zur Genealogie der Moral. (1887) Eine Streitschrift.
- Scheler, Max. (1938) El resentimiento en la moral. Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina. Traducción del alemán de José Gaos.       Original: Über ressentiment und moralisches werturteil (1912) Leipzing, W. Engelmann.  
- Simmel, Jorge. (1939) Sociología. Estudios sobre las formas de socialización. Tomo II. Buenos Aires, Espasa Calpe Argentina. Original: Sociology (1908) Leipzing, Duncker & Humblot. 

Publicado en TEMAS Nº 18. Salta, CEFISA, 2016

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