Carlos
Luis García Bes fue un salteño que, entre
su bohemia interminable y su vocación de artista
plástico, dejo una importante herencia cultural
para Salta.
Difícil debe resultar para muchos aceptar
que en sus largas horas de bohemia, haya podido llevar
a la realidad una obra didáctica de envergadura,
como lo es la Escuela de Bellas Artes Tomás Cabrera,
que hoy goza de bien ganada reputación. Siempre
estuvo atraído por las artes plásticas,
vocación que le impulsó toda su vida.
De carácter risueño y travieso,
protagonizó innumerables anécdotas, todas
hilarantes, que sus amigos comentaban a diario, unos
riéndose de sus ocurrencias y otros alarmados
por su audacia, al sobreponerse a normas espectables
de una época que iba desapareciendo. Tal vez
sus mejores aventuras de artista las haya vivido junto
a su gran amigo Manuel J. Castilla, el poeta de Salta.
Un día cualquiera mientras conversaban con otros
amigos en una parrillada, se le ocurrió a ambos
conocer países sudamericanos. - ¿Qué
le parece sinos vamos por Bolivia hasta Perú?".
-Preguntó- Castilla. Ninguno de los dos contaba
con recursos para el viaje en aquellos años.
Solamente tenían su talento y su ingenio. Días
mas tarde entusiasmados con la idea, en un café
discutían detalles de una gira que ya habían
programado.
Pajita llevaría un teatro de títeres
cuyos muñecos manejarían ambos, y Castilla,
por su parte, escribió varias conferencias sobre
Mariano Moreno, que dictaría en ciudades bolivianas
y peruanas, donde el prócer argentino había
actuado políticamente. Un buen día partieron
y estuvieron ausentes alrededor de dos meses. Cuando
regresaron, contaban las peripecias del viaje, y trajeron
una invalorable experiencia, que volcaron en sus trabajos
artísticos. Relataban - entre los hechos que
vivieron - que una noche en las afueras de Lima, vieron
una especia de parrillada, en cuya puerta una mujer
ataviada con ropas típicas, cuidaba una gran
olla humeante. La gente se acercaba y pedía "
Un rostro ". Acercáronse. Pajita hizo el
mismo pedido. La mujer le estiró el brazo, con
algo que pendía de su mano. Pajita lo tomó
dio un grito - en una forma que érale muy caracteristica
- largando al suelo que le habían entregado.
Castillo, lo recogió. Tratábase de una
cabeza de cordero hervida, donde lucían impávidos
los ojos muertos bajo la luz lunar. Pajita había
visto esos ojos yertos y dio su grito de horror que,
lógicamente, cuaso hilaridad entre quienes andaban
por el lugar.
Comenzó su escuelita, como él
la llamaba cariñosamente, en una pieza del domicilio
de sus familiares. Su primer alumno fue Ramiro Dávalos,
hoy destacado artista plástico. Fue aumentando
tenazmente las dimensiones de la escuelita, hasta que,
cuando ocupaba la gobernación de Salta don Carlos
Xamena, respondiendo a su pedido, y la de numerosas
personas, el gobernador suscribió el decreto
creando la Escuela de Bellas Artes Tomás Cabrera.
EL nombre fue elegido por el risueño fundador,
para rendir homenaje al primer pintor de Salta.
Pasaron los años y fue puliendo su
arte hasta llegar a perfeccionar los tapices con motivos
básicos nativos. Hizo contactos en el exterior,
y realizó con verdadero éxito una exposición
en París, en el corazón artístico
del mundo. Cuando retornó a Salta lleno de experiencia
y justas satisfacciones, traía como algo casi
sagrado, un boceto que le regalara Picasso. La única
obra del pintor que debe existir en nuestra provincia.
Su fin fue inesperadamente trágico,
su ausencia de las peñas artísticas y
de las interminables charlas nocturnas, dispersó
a los que se reunían para hablar de tantas cosas,
fueron estas trágicas o bellas. Pajita se fue,
cuando justamente comenzaba a disfrutar del éxito
que la dedicación de artista le estaba devolviendo,
a cambio de una vida dedicada a la búsqueda de
lo bello y de lo bueno.
FUENTE: Crónica del
Noa , Salta, 15-11-1981