Hubo un caso en Salta que se originó en Orán. En la ciudad de San Ramón de la Nueva Orán , y en sus comienzos se tituló "Ejercicio Ilegal de la Medicina ". Fue en su epílogo un policial, pero antes de llegar a eso, durante su desarrollo, pasó por facetas que fueron despertando paulatinamente el interés de la gente, no sólo de ese rincón caliente de la provincia, sino de todo el territorio.
Corrían los años previos, inmediatos podríamos decir, a la revolución de 1955, que tomando como punto de apoyo a la ciudad de Córdoba, tumbó imprevistamente al que fuera omnipotente Partido Peronista. Las Delegadas Censistas habían cobrado una desmedida importancia en la vida cívica, y se las nombraba con temor, y con respeto, en muchos casos. Por ese tiempo llegó a Orán un súbdito hindú. Cómo todos los que llegaron al Norte del país, se llamaba Zing.
No porque fuera una familia, sino porque los Zing integraban - tal vez integran todavía - una tribu que había iniciado sus emigraciones hacia esta parte del continente. Nadie le vio llegar, pero todos suponían que arribó en tren, quizás de carga. Era alto, delgado, de rostro barbado y tez morena. Vestía ropas sueltas, que algún día fueron blancas, y su cráneo estaba cubierto por un turbante. Profundamente musulmán, dormía con la cabeza hacía La Meca , y saludaba tocándose los labios, la frente y el pecho con el índice y el mayor de la mano derecha.
Parco en palabras, en un escaso castellano, hacía sus contactos con la gente que se miraba con no disimulada curiosidad, cuando transitaba lentamente por las calles, observándolo todo. Una vez lo vieron jugar con una yarará, sin que el temible ofidio lo atacara, o siquiera mostrase intenciones de hacerlo. Su carácter bondadoso, y su natural respeto por las personas, lo incorporaron pronto a los afectos generales de la comunidad.
Un día alguien comentó que sabía curar cualquier mal. La noticia corrió como reguero de pólvora. Todo el que padecía alguna enfermedad, llenóse de esperanzas soñando con recuperar la salud perdida. Así comenzó la declinación de la estrella del hindú. Frente a su precaria vivienda, poco a poco fueron formándose largas, colas de personas que acudían en busca de un remedio para sus males.
Remedio que - por lo general- no habían encontrado en los consultorios médicos. Mucho de hablaba de estas curas consideradas poco menos que milagrosas, pero la mayoría de ellas eran magnificadas por la imaginería popular. Pero hubo un caso que puede calificarse realmente de extraño, o excepcional. Vivía allí en Orán el director de una escuela, que sentó sus reales por varios años en el lugar. Vivía junto con su padre, anciano ya, que padecía de asma.
La enfermedad al correr el tiempo había avanzado, y el hijo, desesperado, había recorrido todos los especialistas de la provincia, y aún de otros lugares del país, sin tener esperanza de aliviar a su padre enfermo. Una tarde le llegó una visita desde Salta, a quién alojó en su domicilio. Después de cenar, sentáronse en una galería bajo el calor de la noche de verano. De pronto el anciano sufrió uno de sus horribles ataques de asma, ante la consternación del visitante, que sentíase incomodo viendo la angustia de la familia, que hacía lo indecible para ayudar al enfermo.
Después del episodio volvió a Salta el visitante, trayendo en su imaginación las angustias padecidas por la familia de su amigo. Al año siguiente tuvo que volver a Orán, y fue, como el año anterior, a ver a su amigo. Conversaron de todo, hasta que penetró en el comedor un hombre de edad. "Este es mí padre", lo presentó el dueño de casa. Comieron juntos, y al ir a retirarse, el visitante preguntó por la salud del anciano: "Mira - le contestó el dueño de casa - hay que creer o reventar. Desesperado por lo que pasaba lo llamó al hindú. Lo vio a mi padre, púsose en una posición yoga, y le dio una pizca de un polvito que disolvió en una taza de té.
Desde entonces no volvió a sentir a sentir nada". Al poco tiempo, por denuncias hechas en la policía, el impasible musulmán fue detenido y conducido a la ciudad de Salta. Se mantuvo tranquilo, sumiso y silencioso. Voces de protesta se levantaron por Orán, y comenzaron a llegar los comentarios sobre las cualidades del hindú. Nadie podía probar que ejercía la medicina en forma ilegal, y nada hacía el detenido por defenderse. El jefe de Policía sufría de reuma, y los dolores lo agobiaban. Un día de tantos, desesperado de dolor, lo hizo llevar a su despacho. El hindú, antes de que le explicara el motivo de su comparendo, le dijo que padecía de reuma, sufría dolores muy intensos y que él lo curaría fácilmente.
Le hizo pedir una taza de té a la que agregó la pizca de polvitos. El jefe bebió la taza, y al poco rato quedó liberado de su padecimiento. Nunca se hizo conocer cuál fue el final de las andanzas del hindú en Salta. La detención le fue levantada, pero desapareció de la ciudad, sin retornar a Orán. Simplemente se fue y nadie supo a donde.
Quedó el recuerdo de sus poderes curativos, y la esperanza frustrada de muchos enfermos que no pudieron acudir a él en busca de la salud perdida.
FUENTE: Crónica del Noa. Salta, 29 de octubre de 1981.