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Biblioteca Atilio Cornejo

El Hachador

El hachador fue un personaje legendario que vivió en las soledades del monte en distintos puntos de la región boscosa argentina. A pesar de no pertenecer a la misma provincia, este personaje mantenía en todos los lugares donde trabajaba características comunes, como si estuvieren unidos invisiblemente, entre si.

Entre los hacheros más mentados siempre se contaron los hachadores santiagueños. Procedentes de una región de clima seco, mantenía su estado físico en forma natural, sin padecer enfermedades que son propias de las regiones húmedas, las que, poco a poco suelen debilitar las fuerzas de la gente.

Generalmente el hachador era un hombre más bien de elevada talla, recia musculatura sin aparentar formas atléticas y como un distintivo, llevaba el bulto de un acullico debajo de una mejilla. Los obrajes abrían sus actividades en medio del monte, donde iban llegando de a poco. En Santiago del Estero estos bosques eran en su mayoría de quebracho colorado, duro como el hierro.

Los trabajadores, como siempre silenciosos, con precisos y potentes golpes de hacha iban sacando "tajadas" de la dura madera, cortando golpe a golpe el sólido tronco, hasta que lograban derribar el árbol que caía crujiendo, al romper en su caída las ramas de los árboles cercanos. Un breve descanso, y la tarea volvía a comenzar, estrellándose el filo del hacha contra la corteza dura de otro quebracho. A veces pasaba dos meses sin salir de la espesura. Cuando lo hacían, llegaban a los poblados con la paga completa de dos meses, y comenzaban una jornada licenciosa en los burdeles, que se prolongaba tanto como el dinero que llevaban en sus bolsillos. Agotados sus recursos, caminaban nuevamente por las sendas del monte en busca del obraje para reintegrarse a la tarea, donde sus brazos trabajaban casi mecánicamente, al aislarse del mudo que los rodeaba, aturdido por los efectos de la coca. La fuente de trabajo para estos hombres durante largo tiempo parecía inagotable. Los aserraderos exigían rollizos para cortar tablones de todo tipo y había obrajes que necesitaban siempre con urgencia, postes de quebracho o durmientes, para proveer de estos materiales a los ferrocarriles, que los necesitaban para mantener sus servicios. Al caer las sombras de la noche en medio del monte, los hacheros se replegaban poco a poco hacia el campamento central para comer y aprestarse a pasar la noche. En torno a un pequeño fogón se hacían reuniones, donde se relataban cuentos de aparecidos, mientras esperaban que se les llame para el "rancho". En carpas o rústicas chozas hechas de tablones y ramas dormían arrullados por los mil ruidos que aparecen en la selva después de ponerse el sol. El canto de los pájaros, y sus movimientos entre las ramas, los despertaban en instantes en que comenzaba la salida del sol. Después del mate cocido con galleta, cada uno sacaba su hacha, y partía a paso lento hacia el lugar donde el día anterior, al caer la tarde, habían interrumpido su trabajo.

El hachero no ha desaparecido de entre los oficios que se realizan en el interior, pero si ha cambiado mucho. El progreso ha ido eliminando poco a poco muchas de las formas de este rudo trabajo, al aparecer las sierras portátiles. Estos pequeños serruchos automatizados con un motor eléctrico, que cortan troncos y ramas con un esfuerzo mínimo del trabajador. Ya antes se usaban las grandes sierras manuales movidas por dos hombres, pero esa labor va siendo paulatinamente reemplazada por las sierras semiautomáticas, en una mecanización cada vez mayor que va ganando la floresta. El hachador ahora ha mejorado sus condiciones laborales, y ha cambiado su formación. En esto último han tenido mucha influencia las radios a transistores, y ahora las imágenes de la televisión, que están llegando a todos los rincones del país. El hachador se está haciendo más ordenado en sus costumbres, y ya no son muchos los que salen del monte dispuestos a gastar el jornal en los burdeles. Los cuentos de fogones, son reemplazados por la música que llega por las radios, y algunas veces por la imagen color de algún televisor instalado en el campamento. Todo esto va alejando cada vez del presente la imagen del hachador rudo y hosco, que con el ceño eternamente fruncido, iba jalonando su andar por la selva, con los rollizos que su fuerza y habilidad dejaban sobre las sendas y picadas.

Fuente: "Crónica del Noa" -01/12/1982


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