Hace bastante tiempo recorría las calles de Salta con el ceño adusto, sucio, sumamente guarango y con una especie de pasión por hacer algo que estuviere al margen de las buenas costumbres o de la ley. Le decían el "Loquito", o el "Loco Golondrina". Era más bien bajo y con tendencia a la obesidad, y se dedicaba a vender diarios y revistas. Miraba siempre fijamente con el ceño fruncido como si hubiera nacido enojado contra todo el mundo. Vivía en las afuera de la ciudad. Donde la calle Urquiza por aquel entonces perdía hasta su nombre, entre yuyos, zanjones y algunos algarrobos que todavía luchaban por no desaparecer. Por allí había un bodegón que emergía de las tinieblas como un faro de los temulentos, mostrando una luz amarillenta por pequeñas ventanas sin vidrio de forma triangular, hechas en la pared de adobe. Este "rancho-bar" se llamaba precisamente " La Golondrina ". A menudo el "Loco Golondrina", protagonizaba incidentes callejeros, y no siendo muy hábil para defenderse solía recibir escarmentadoras palizas que lo dejaban machucado por algún tiempo. Esto lo ponía fuera de si, y comúnmente golpeaba a los canillitas más pequeños que él, cuando estaban esperando la salida de los diarios. Rara vez era el día en que no recibía un certero y escarmentador puñetazo. Pero no cejaba en su conducta diabólica y agresiva. Era como si una fuerza interna lo empujara a cometer perversidades, que en muy contadas ocasiones quedaban sin su merecido. Como todos los de su calaña, desde muy joven se dio a la bebida, y era común verlo en las noches, con los ojos inyectados en sangre, deambular por las calles del centro, sin ofrecer sus diarios y revistas, como si estuviera obsesionado por alguna idea maligna. Salía de esta especie de estupor para insultar o agredir a alguien, y matemáticamente recibía una contundente respuesta que lo hacía rodar por el suelo. Más de una vez estuvo detenido por agresión, lesiones, hurto de gallinas, y otras fechorías de poca importancia. Conocía los calabozos y "amansadoras" de todas las comisarías que funcionaban en la ciudad y guardaba respeto a los agentes y oficiales de la policía, porque sabía que con esa gente no lo pasaría bien con sus groserías de costumbres.
Hubo algunas personas que ingenuamente llegaron a firmar que se trataba de una buena persona, pero que sufría las consecuencias de la "malacrianza". La verdad es que se trataba de un personaje inaceptable, agresivo y obsceno, que era rechazado de continuo por toda la población de Salta. Así y todo, su figura se convirtió en algo familiar en las calles de la ciudad, y mucha gente lo citaba en sus conversaciones diarias generalmente para relatar alguna de sus pillerías, o los detalles de la última paliza que alguien le había propinado luego de ser blanco de sus insultos procaces. Muchos años anduvo por las calles, sin que nadie nunca le conociera un amigo. Al parecer detestaba a la gente, a la cual se acercaba para agraviarla, o par venderle sus diarios y revistas, pero sin pronunciar palabra, pues cada vez que se decía algo iniciaba un incidente de consecuencias. Los años no lo amansaron, se mostraba más lerdo en sus movimientos, más desaseado, pero nunca más educado. Por el contrario, su repertorio de malas palabras se incrementaba a medida que transcurría el tiempo. Sus borracheras también eran más frecuentes, pero menos agresivas, puesto que el alcohol lo había embrutecido más de la cuenta, ya que, desde muy chico exhibía su falta de inteligencia o imaginación.
Llegó un momento en el que era común encontrarlo sucio, con la barba a medio crecer, rotoso y maloliente, sentado en la vereda, dormido, con la cabeza apoyada contra la pared y abrazando con un solo brazo la carga de diarios y revistas, que en esa jornada no vendía. Hubo un momento en que se ausentó de las calles. El boliche " La Golondrina ", había cerrado sus puertas en la noche, porque la dueña había muerto, y ese oasis de bebedores empedernidos se extinguió en las afueras de la ciudad, que se comenzaba a poblar poco a poco. Después retornó a su peregrinar de siempre, estaba más pálido y decía que había estado en el hospital. No pasó mucho tiempo cuando volvió a ausentarse del movimiento ciudadano, pero esta vez no regresó. Se afirma que sus huesos descansan en la vieja fosa común del cementerio. Cuando corrió la noticia de su muerte, nadie tuvo un buen recuerdo para el "Loco Golondrina", que llegó odiando a todos y se fue llevando el menosprecio de todos los que lo conocieron.
Fuente: "Crónica del Noa"- 22/12/1981