Su historia viene de lejos. De un pasado de Salta que ya se está desdibujando de la memoria de quienes lo protagonizaron. Eran días en que el vecindario se conocía entre sí, con todos los detalles de la vida de cada uno. La gente se saludaba de continuo cuando salía a la calle, y se mencionaban por sus nombres, o cariñosos sobrenombres.
Eran épocas en que el país estaba gobernado por la vieja Unión Cívica Radical, y los colores políticos - de gran importancia por aquellos días - solían convertirse en infranqueable barrera para la concordia o la amistad entre algunas familias, que militaban en uno u otro bando. Lo que unía siempre a todos los salteños, por lo menos durante nueve días al año, era las festividades de los Patronos de Salta, el Señor y la Virgen del Milagro.
El "Gancho" Alvarado, por aquellos años, era un elegante mozo solterón, de buena presencia, que se paseaba amablemente por las calles de la quieta ciudad, de calles adoquinadas y empedradas, que despertaban de su letargo, al son de los cascos de los caballos de los coches de plaza, que de rato en rato circulaban, especialmente por la zona céntrica. Era la época en que los balcones de las casas se abrían en las tardes de primavera y verano, para que los chicos salgan a ver la calle - único entretenimiento familiar de la niñez - mientras los mayores, en la "sala", tomaban té, una copita de licor casero, y comentaban las novedades diarias.
Fue en una de esas reuniones cuando se comentó que había caído gravemente enfermo el "Gancho" Alvarado. Las señoras y señores que comentaban la noticia, no sabían a ciencia cierta el diagnóstico del mal que lo aquejaba al conocido personaje, pero afirmaban que era incurable. Hablaban de un coágulo formado en una vena que, inexorablemente se dirigía hacía el corazón, lugar de su meta fatal, ya que, de suceder esto, el paciente moría irremediablemente.
El enfermo vivía aterrorizado, mientras sus sístoles y diástoles, le marcaba el ritmo a que se acercaba su último minuto. Pero pasaron los días y mejoró notablemente. Se reveló que ello obedecía a un milagro. El milagro le salvó la vida, pues recuperóse de su enfermedad. Luego explicaban que el "Gancho" había hecho una promesa, la cual consistía en vivir pobremente como un mendigo, orando siempre por la salvación de las almas.
Al año siguiente apareció en la procesión del Milagro, con la vista baja, el rostro barbado y el cabello le caía sobre los hombros, rezando fervorosamente el Santo Rosario. No levantaba la vista ni saludaba a nadie. Por esos días terminó abruptamente el gobierno radial y don Manuel R. Alvarado - hermano del "Gancho" - fue designado Ministro de Obras Públicas de la Nación. Se dio por descontado que lo primero que haría sería designar a su hermano el promesante, en un espléndido cargo público con alto sueldo y muy bajas obligaciones. Lo hizo efectivamente, pero el "Gancho" su hermano, fiel a su promesa rechazó la oferta y continuó con su vida de verdadero anacoreta urbano.
En todos los actos religiosos de importancia, aparecía su silenciosa figura, en actitud piadosa, pasando entre sus dedos las cuentas de un rosario, mientras imperceptiblemente se movían sus labios musitando con voz tenue las Aves Marías y Glorias. Pasaron los años, los lustros y las décadas, y su figura, al igual que siempre, continuaba apareciendo en las procesiones, y en actos religiosos, cumpliendo invariablemente su compromiso contraído en los umbrales del más allá con el Creador, que al parecer le ha confiado la misión de rezar por los pecadores de Salta, desde aquel lejano día en que inició su tarea piadosa
Hasta hace muy poco tiempo se le veía, de vez en cuando, caminando lentamente por las calles de Salta, convertido en un anciano que ha visto a través tiempo, los cambios que se han ido operando en la ciudad, en su aspecto y extensión urbana, como en las gentes, que ya no murmuraban cuando pasan por su lado.
Ahora tal vez ha logrado lo que buscaba en el comienzo de lo que podía llamarse su segunda vida. Un mendigo humilde e ignorado, que despierte compasión entre la gente.
FUENTE: Crónica del Noa. Salta, 16 - 10 - 1981