La figura de don Arturo Gambolini pasó por Salta dejando una estela de recuerdos que todavía perduran. Fue uno de los periodistas realmente completos que tuvo la provincia, pues unía a su talento y universal cultura, el timbre de una voz musical, que le hizo resaltar como orador de primera línea, cuyo verbo apasionaba y deleitaba al público que lo escuchaba.
Por la década de los años 20 su pluma llenaba carillas en las publicaciones de su tiempo, alcanzando fama por la justeza de sus críticas, como por la indiscutida calidad de su estilo periodístico. Fue así que llegó a ocupar en su momento l dirección del diario Nueva Epoca, el diario de mayor importancia y circulación que había en Salta y que salía a la calle en horas de la tarde. Se trataba del vespertino más leído posiblemente en todo el interior de la República.
Era particularmente sensible a los valores artísticos, y personalmente él mismo era un artista, tanto de las letras como de la palabra. En repetidas oportunidades fue exigida su presencia en las tribunas, desde donde pronunciaba encendidos discursos, cargados de figuras líricas que exaltaban a quienes les escuchaban. La forma de expresarse en sus brillantes improvisasiones, como el timbre armonioso de su voz, llevaba a la gente a compararlo con Belisario Roldán, considerado en esos momentos como el mejor orador con que contó el país en toda su historia.
Junto a esta personalidad brillante que lo destacaba nitidamente de entre sus coterráneos, era un eterno bohemio. Noche a noche, junto a un grupo de improvisados amigos, pasaba las horas conversando sobre temas de interés, a la vez que acortaba el tiempo con las copas que cada día eran más numerosas. Cuando amanecía, muchas veces los madrugadores alcanzaban a verlo tambaleante con el cabello en desorden y los ojos vidriosos, que marchaba a su casa, donde había comenzado aflorar la aflicción de los suyos. La frecuencia de sus trasnochadas fue aumentando hasta hacerse habituales. Poco a poco había adquirido el hábito de beber, hasta llegar a convertirse en un alcoholísta crónico. Perdió su trabajo a causa de ello, y su condición descendió rápidamente de nivel. El deseo irrefrenable de beber lo arrastraba sobre todo en horas de noche, hacía los burdeles donde, de alguna manera, alguien le convidaba unas copas de vino, lo que le calmaba los nervios, y disminuía el temblor que se había apoderado de sus manos. Sufría anímicamente en forma inenarrable, pero la enfermedad lo había atrapado totalmente. Llegó un momento en que vagaba solo día y noche. Los antiguos amigos cambiaban de cera cuando lo veían acercarse, y los políticos que había favorecido con su pluma y su palabra, lo esquivaban, volviéndole la espalda cuando más necesitaba de ayuda. Así transcurrieron los últimos años de don Arturo Gambolini.
Fue a medidos de la década de los años 30 cuando subió por última vez a una tribuna. Ocurrió ello en las adyacencias de la plaza Alvarado, por entonces ubicada en las afueras de la ciudad. El partido conservador había organizado un acto en el lugar y una regular cantidad de prosélitos aguardaba los discursos de los candidatos. Unos de ellos lo reconocieron a Gambolini, que se encontraba cerca. Vestía de harapos, que tapaban mal su cuerpo, un sombrero raído lucía en su cabeza de cabellos despeinados y sucios, mientras que el rostro estaba circundado por una barba de una semana. Apestaba a vino fermentado.
Como haciendo un chiste, el que lo reconoció, entre risas de los asistentes al acto lo llamó diciéndole "Musolini". Entre las risas de los presentes, subió a la improvisada tribuna y miró el público que lo rodeaba. Las caras sonrientes, con una sonrisa de burla observaban al andrajoso orador que, con mirada atónita quedó en silencio algunos segundos quizás recordando sus momentos felices, en que su voz y su palabra electrizaba a los que los escuchaban. Comenzó a hablar, mostrando el violento temblor de sus manos. Poco a poco fue transformándose, hasta que brotaron fluidas y armoniosas las frases de sus labios. Hizo una figura comparativa de los legisladores actuales con los austeros senadores romanos y fustigó con acertados y severos conceptos a los "aventureros de la política".
Todos trocaron sus expresiones de sorna por otra de asombro; cuando terminó de hablar estallaron los aplausos. El orador bajó de la tribuna, con la cabeza gacha recibió un puñado de monedas, alejándose lentamente del lugar. Instantes más podía vérsele en un burdel de la esquina mirando fijamente una jarra de vino,con sus manos quietas ya sin temblores.
El espíritu de Baco había nuevamente llegado a sus destrozados nervios, y le llevaba la anestesia mortal que lo estaba desboronando por instantes. Después se le dejó de ver por las calles, fue su último discurso, ya en el ocaso total de su trayectoria de brillante intelectual, que lució con la luz breve de un meteorito. A los pocos mese corrió la noticia de que había muerto en el hospital.
FUENTE: Crónica del Noa. Salta, 21-11-1981