Don
César Arias fue uno de los últimos señores
gauchos que prolongaron una conducta especial de Salta,
allá por la década de los años
30 y 40, en el departamento de Chicoana, en su solar
de la finca "Campo Alegre".
Gaucho de costumbres profundamente argentinistas,
configuraba el arquetipo de nuestro hombre de campo,
franco, sufrido y de corazón amplio, donde la
desgracia o los malos momentos no hacían mella
porque siempre campeaba en su espíritu un sano
optimismo, lleno de ocurrencias cómicas, con
las cuales ponía sal y pimienta a sus horas difíciles.
Con voz ronca y arrastrada risa de fumador empedernido,
relataba algún inocente cuento campero que le
dictaba su imaginación de hombre simple y honesto.
Vivía feliz sentado muchas horas del
día en la amplia galeria de la "sala"
de su finca ubicada de Campo Alegre, junto al camino
polvoriento, donde podían verse las piedras más
grande del ripio, como palomas "bumbunas"
asentadas sobre la áspera arena. El mate era
su compañero habitual y solía adormitarse
mirando hacia los confines del valle, mientras recordaba
con nostalgia tiempos más jóvenes que
se le fueron de entre los dedos.
Cuando tenía sus rubicundos veinte años,
incorporóse a las filas de la FF.AA. y el número
que le correspondió le hizo viajar a Buenos Aires
para integrarse a las filas de la Armada Nacional.
Fragata
Presidente Sarmiento
Sus anécdotas de gaucho joven enfrentado
con la ciudad gigantesca y con la experiencia nunca
soñada del mar, llenaba de risas a los contertulios
que le escuchaban con avidez. También venían
desde el fondo de sus recuerdos los momentos en que
tuvo el alma en vilo, al ser informado lacónicamente
que integraba desde ese día en más la
tripulación de la "Fragata Sarmiento”,
nuestro legendario barco escuela. Una mañana
soleada de pie en uno de los mástiles saludaba
con su boina mientras el público en el muelle
despedía a la gallarda nave. En esos años,
la fragata cumplía un prolongado viaje de circunnavegación.
Conoció los cinco continentes y las ciudades
más importantes del mundo. Bebió vino
o lo que hubiere, en tabernas de todos los países
que visitó la fragata, y al llegar al puerto
de Nueva York, con asombro, entre el público
que esperaba al navio, vio un rostro salteño.
Era don Benjamín Dávalos Leguizamón
que, a la sazón, allí vivía con
su joven esposa y su pequeño hijo Jack. Todo
esto lo relataba con cierto dejo de nostalgia y con
muchos detalles llenos de comparaciones camperas. Al
término de su relato la pregunta era obligada:
"¿Cuál es el lugar que más
le gustó don César?". La respuesta
era lenta, sentenciosa y definitiva. Don Cesar Arias
respondia con acento de profundo convencimiento: "El
mejor lugar del mudo es Chicoana".
Con poca suerte manejaba su predio rural, en
tiempos en que el tabaco comenzaba a adquirir dimensiones
de importancia dentro de la producción agraria
del Valle de Lerma. Mermaba la superficie plantada con
maíz, y aumentaban las parcelas del tabaco. Pero
había que contar con capital para comenzar la
nueva actividad. Lo exigían las instalaciones
especiales y otros elementos de labranza que no existían
en sus galpones. La compañía inglesa solía
otorgar créditos, pero exigía garantías
que don César no tenía o, simplemente,
no admitía ofrecer o comprometer.
El era militante del radicalismo y por esos
años gobernaba a su modo el conservadorismo.
Estábase en vísperas de elecciones. Una
tarde, pensativo sorbia sus mates vespertinos sentado
en la galeria de la sala de su finca. Un jinete ataviado
de gaucho con traje blanco y sombrero del mismo color,
montando un moro de buen andar se detuvo en la puerta
y saludo: "¡Que te anda pasando gaucho Arias!”.
Salió a ver quién era, y sonriendo le
contestó: "Y nada, que me va a pasar don
Néstor”. El visitante era don Néstor
Patrón Costas, caudillo conservador y afamado
productor tabacalero. "No siás zonzo, vos
necesitas garantía para trabajar "Así
es don Néstor pero no tengo ", respondióle
don César. El gaucho visitante, todavía
montado, le extendió un papel diciéndole:
"Tomá esto, llenalo y me los devolvés
cuando tengas una buena cosecha". Era un cheque
en blanco firmado por el caudillo. Don César
apretó los dientes y le gritó: "Yo
no soy conservador. Ya sé - fue la respuesta
- , vos sos mi amigo y yo tengo la obligación
de tenderte la mano". Don César abrió
la boca para responder, pero ya el moro y su jinete
se alejaban a buen paso por el camino polvoriento. Una
lágrima silenciosa le rondó por la mejilla
curtida. ¡ Cha que lo tiró! Fue lo único
que acertó a decir.
FUENTE: Crónica
del NOA. 20/04/1982.