Don
Baltasar Guzmán fue un gaucho en el sentido que
en Salta se otorga a los caballeros del campo. A quienes
resaltan en su medio por sus dones varoniles y su conducta
de caballero, sencillo y hasta rústico pero sereno,
prudente y sabio a su manera.
Don Baltasar Guzmán más conocido
por "don Balta" por
su amigos vivía en su lejana finca ubicada en
Anta. En esa tierra bravía que todavía
esconde en su floresta auténticos gauchos, quienes
con ellos conservan tradicionales costumbres de caballerosidad
que han mantenido incólumes a través del
tiempo. Largos años trabajo en su predio, en
donde en forma especial se dedicaba la cría de
ganado vacuno, que después comerciaba en los
mercados de las provincias de Salta y Jujuy.
Solía hacer un verdadero culto de las
costumbres tradicionales de nuestro campo y permanentemente
recordaba a los héroes de nuestra tierra. Amaba
las cosas del campo de las que sentíase orgulloso
y hasta responsable de cuidarlas y cultivarlas.
Su personalidad patriarcal y generosa, sobrepasó
los lindes de su retiro campero, para abarcar todo el
ámbito de la Provincia donde se le nombraba con
respeto y afecto. Amigo de los artistas de Salta, disfrutaba
cuando era visitado por éstos, a quienes alojaba
en su amplia casona levantada a la vera del monte, donde
menudeaba el asado criollo, con su fogón nochero
y la rueda amenizaba con la guitarra y el canto auténticamente
salteños. Allí en ese rincón muchas
zambas tomaron forma, para pasar al pentagrama y a la
voz de los cantores de todo el país. Manuel J.
Castilla frecuentaba a menudo la casa y la hospitalidad
de don Balta y allí se inspiro en letras memorables,
que Falú le tejió el encaja musical con
su guitarra.
Una noche - lo contaba el mismo - llegaron
unos jinetes desconocidos a su casa, pidieron alojamiento
y poco de llegar desenfundaron sus "winchester"
reduciendo a la peonada allí presente y don Balta,
a quien ataron en un grueso bramadero. Los asaltantes
apoderándose de todo lo que pudieron cargar y
perdiéndose en el monte. Largas horas permaneció
amarrado, corriendo el riesgo de ser víctima
de alguna fiera que saliera del bosque, hambrienta y
cebada, en busca de saciar su hambre. Fue liberado por
su propia gente y en vano trató de encontrar
a los bandidos que se esfumaron por las sendas de la
maraña.
Metán, Rosario de la Frontera, lo veían
a menudo llegar a don Balta, rodeado de amigos, a quienes
agasajaba en forma permanente. Solía venir hasta
la ciudad de Salta, donde su figura, siempre luciendo
las prendas gauchas tradicionales, resaltaba entre el
público de los lugares que frecuentaba. Siempre
rodeado de amigos llegaba a clubes o confiterías
céntricas, donde se producía un verdadero
revuelo, ya que habitualmente, convidaba a mucha gente,
con ese gesto generoso y patriarcal, que solía
ser costumbre de los hacendados salteños de años
atrás.
Muchas veces, con sus amigos, organizaba una
caravana para ir a determinado lugar una vez fue hasta
Orán - llevando en camionetas vituallas y una
gran heladera alimentada a kerosén. Así
cuando arribaba a destino, descargaba sus bocados preferidos
y su cocinero. Luego de conseguir le sea alquilada la
cocina del sitio, preparaba lo que llevaba en su heladera,
que generalmente tratábase de lechón,
cordero o cabrito. Estos eran acompañados con
bebidas finas y vinos, que también portaba como
parte de sus vituallas.
Fue una especie de mecenas gaucho que prodigaba
ayuda a todos los que se acercaban, especialmente a
los que, cultivaban las artes vernáculas y la
poesía, porque en el fondo era un poeta más,
que se extasiaba con el canto de las cosas de su tierra,
a la que quería entrañablemente y a la
cual sentíase atado por lazos invisibles que
le venían desde el fondo de la historia.
Los años fueron transcurriendo con toda
la dura realidad que encierran y don Balta, estoicamente
afrontó los embates de los años que iban
arrebatando amigos de su lado. Llegó un momento
en que se aisló allá en su rincón
preferido de Anta y allí quedó para siempre,
arrullado por el canto monótono de los coyuyos,
bajo la sombra centenaria de los árboles que
lo vieron nacer un lejano día.
FUENTE: Crónica
del NOA. 18/02/1982