Ricardo Day, el Negro Day para todos los salteños, al parecer nunca fue chico, dicho esto en el sentido de que siempre tuvo, como estereotipo en el rostro, el sentido de la responsabilidad. Aunque le gustaban las chanzas, que le hacían sonreir mostrando sus dientes de "lobo" - como le decían - su ceño no abandonaba un gesto severo, como si estuviera prestó a responder o escarmentar cualquier ofensa. Sin embargo, era de carácter tranquilo, y modales armónico, suave y hasta despacioso si se quiere. Emanaba ello de una característica gauchesca.
Una característica de gaucho salteño. Y eso era el Negro Day, y que amaba los caballos, a los que conocía y dominaba con facilidad, como, si estuviera dotado de un especial don que le hacía imponer su voluntad sobre las bestias. Conocía todos los detalles de las faenas del campo, y el manejo de los arreos, como el mejor de los piadores o domadores. Pero sobre todo era un eximio jinete, un inigualable domador.
Cuando llegaban los veranos en la zona de San Luis, donde se encuentra la finca de La Merced, comenzaba a buscar potros cerriles, que por los años 30 no faltaban en el lugar. Paisanos comedidos del lugar, juntábanse a los Day, que en bulliciosa cabalgata, acompañados de muchachos vecinos, galopaban entre churquis reverdecidos, ayudando a arriar los potros hacia el corral que daba sobre el camino. Allí el Negro Day, alerta y parsimoniosamente, luego de dominar al potro con el lazo y el bramadero, procedía a ensillarlo, observando tenso, cada una de las reacciones del animal. Una vez ensillado montaba rápidamente, clavaba las espuelas en los ijares del potro, y a los golpes de talero y otros gritos imperativos, comenzaba la lucha sin cuartel, entre el animal y el jinete. No pasaban muchos minutos, cuando el potro comenzaba a ceder, mientras el jinete le exijía más lucha. Finalmente el animal, ya vencido corría por un alfalfar al galope tendido. Poco a poco era dominado y el potro volvía obedeciendo a la guía firme y segura del jinete, hasta el corral, donde el Negro, sonriente, comentando uno que otro detalle del potro, lo largaba para iniciar la doma de otro. Hasta cinco potros se le veía montar y dominar en una sola tarde.
Su baquía, como sus maneras auténticamente criollas de hablar con la gente, le valieron el respeto, y la admiración de todo el Valle de Lerma, donde siempre era nombrado con afecto por el gauchaje que iba quedando. Pero la destreza del Negro Day, no paraba ahí. Siendo estudiante universitario asistía, a las instalaciones del Club Universitario de Buenos Aires. El C.U.B.A. como le decían los estudiantes. Allí le gustó la práctica de box. En poco tiempo destacóse entre los que asistían a las sesiones de ese deporte, por decisión, resistencia física y habilidad en el manejo de los puños, todo eso unido a un perfecto dominio muscular.
Tanto progreso en esta práctica deportiva, que llegó un momento en que no había quién haga guantes - de igual a igual - con el Negro Day. Eso llevó al encargado de la sección de Box del C.U.B.A., a hacer encuentros, exhibiciones, entre el Negro Day y los mejores púgiles "welter" de ese tiempo, como lo fueron Raúl Landini y Jacinto Invierno. En el cuadrilátero del C.U.B.A. el negro enfrentó a ambos, ante la ansiedad de la "colonia salteña y devolvió golpe por golpe, en los emocionantes rounds de los cuales todavía muchos salteños deben acordarse, con el mismo orgullo con que relataban este hecho, extraordinario para los muchachos de esos lejanos años de 1930.
Cuando obtuvo su título de abogado ejerció la profesión en Salta, con la misma tranquilidad con que encara todo lo que iniciara y realizara en su vida. Pocos sabían de sus poderosas habilidades boxísticas, por la simple razón de que jamás echó mano de ellas para apabullar o humillar a nadie. Por el contrario, siempre fue la voz de la temperancia, entre quienes se exaltaban por hechos fútiles.
Fue Juez en lo penal, y retornó luego al ejercicio de la abogacía. Enfermó gravemente. Su fortaleza física le prolongó aún más los sufrimientos de su dolencia, que sobrellevó con admirable estoicismo, sin quejas, hasta que serenamente, como vivió dejó su recuerdo entre tanta gente que supo apreciar sus virtudes de auténtico caballero salteño.
FUENTE: Crónica del Noa. Salta, 15-10-1981