La era de los motores a explosión, y la instalación de la línea de montaje ideada por Henry Ford, creó un nuevo gremio en todo el mundo civilizado. Este gremio fue el de los chóferes -hoy taximetreros- que fueron una prolongación de los solemnes cocheros, que pasaban la mayor parte de las horas del día viendo el lomo del caballo enjaezado con los característicos arneses, que rítmicamente se balanceaban al paso del animal.
En Salta, como en todas las ciudades del país, y aún del mundo, los chóferes fueron el producto de la aparición de los primeros automóviles de uso práctico. Es decir automóviles que se desplazaban varios kilómetros sin exigir tozudamente la atención de un mecánico, especialista poco menos que desconocido por ese tiempo en nuestro medio.
El primer chofer en Salta, fue sin dudar, el encargado de manejar el vehículo a algún acaudalado vecino, que resolvió dejar su coche de dos caballos, con su consabido cochero, para desplazarse entre las exposiciones atronadoras de los primeros motores, cuyo sonido inconfundible atraía a la gente a puertas, balcones y ventanas, para ver el paso de la maravilla mecánica que nos llegaba desde lejanas tierras. Poco a poco, por la década de los años 20, las calles de Salta, fueron poblándose de ruidosos "machinatos", con sus bocinas de sonido metálico, y con el estrepitoso ronroneo de sus motores. Los chóferes eran personajes especiales, respetados y hasta temidos, que usaban extrañas reglas de cortesía, y dejaban insinuar escabrosas aventuras amorosas, que al parecer les facilitaban sus condiciones de hábiles pilotos de los metálicos vehículos sin caballos.
Los años pasaron y los automóviles mejoraron notablemente, a la vez que los chóferes aprendieron rudimentos de mecánica, que les permitía el fácil y cómodo mantenimiento de los automóviles. Pero los primeros "tacheros", con sus autos de alquiler, recién hicieron su aparición e escena cuando comenzaba la década de los años 30. La primera "parada", se ubicó en la plaza 9 de julio, sobre la acera Oeste, donde se alineaban unos cinco automóviles "doble faetón", vendidos por vecinos que iban renovando, sus modelos de vehículos. Entre los chóferes de la "actividad privada", se puede mencionar al "Negro Aroldo", siempre cuidando el coche de su patrón sobre la calle Mitre. Los chóferes de alquiler, que comenzaban a competir con los "aurigas", se destacaban por su agresividad, sus famas de guapos y varones fuertes, que hacían gala de su machismo en conversaciones hechas a voz de cuello, donde se relataba inverosímiles encuentros a puño limpio, que se desarrollaban en el "bajo", cuyas penumbras comenzaban a unas cinco cuadras de la plaza central. En este grupo se destacó, durante varios años, "Muerte Atrevida". Su apodo da lugar a pensar en lo que sería este espécimen, algo así como embajador de la violencia, poseedor de unos músculos dignos de u gorila, y una total falta de piedad para con sus adversarios. Enorme de grande, cuando se sentaba al volante, daba la impresión que la mitad de sus espaldas quedaba fuera del automóvil, que se inclinaba quejoso hacia el lado donde se sentaba el conductor, al achatar éste los elásticos con su peso de troglodita. Su presencia inspiraba temor, y se relataba hechos espeluznantes, donde los golpes de puño de "Muerte Atrevida", sembraban chichones y moretones por rostros y cráneos de sus infelices adversarios, que en incomprensible actitud suicida, osaban enfrentar su furia de quebracho viviente.
Pero en realidad ninguna persona podía jurar haberlo visto al temible conductor en un instante épico de esos, donde quedaba erguido en el centro del campo de batalla, rodeado de los cuerpos inertes de sus pobres adversarios. De haber sido verdad la frecuencia con que golpeaba a desconocidos enemigos, las cifras estadísticas hubieran revelado que para corroborar ello, tendría que aporrear a la totalidad de la población de Salta y aún algún pueblito jujeño de la vecindad. La cuestión es que el personaje existió, y partió de la escena en su envejecido doble faetón, hacia un desconocido garaje de donde no retornó jamás. Los autos de alquiler -como se los llamaba- se prolongaron hasta comienzo de la década de los años 60. Fue entonces cuando comenzaron las exigencias -hoy considerando hábitos exigibles- con la pintura especial de los coches, la concesión de paradas y la colocación de taxímetros para el cobro de los viajes.
Son muchos los nombres de los chóferes de ese tiempo, como los hermanos Comoglio, Pérez y tantos otros, cuyo recuerdo se prolonga en la presencia del "Ñato Bazán", tal vez el último de aquellos chóferes que rodaron incansables por las calles de la ciudad.
Fuente: "Crónica del Noa" -05/03/1982.