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Biblioteca Atilio Cornejo

Chacarita

Chacarita comenzó a tomar personalidad cuando concurría al Colegio Belgrano allá por los años 30. Porque el nombre le vino de alguno de sus compañeros que todo el día encontrábanse en una especie de incansable gimnasia mental, descubriendo apodos, mediante comparaciones con personas, animales y cosas del reducido medio que frecuentaban.

Recién habían terminado los cursos primarios, y comenzaba la aventura, un tanto excitante, del bachillerato, que era algo así como la despedida a la niñez, el comienzo de la adolescencia y más tarde, el gran salto hacia las lejanas universidades. De cabello castaño enrulado, siempre sonriendo, llegaba en una bicicleta que había desvencijado su curiosidad de mecánico incipiente.

Una gorra de visera horizontal de color claro, siempre estaba agarrada en su cabeza. Vestía el tradicional guardapolvo gris y usaba, como todos los muchachos de su época, esas medias largas. Las "parias", como se las denominaba. Todavía en esa edad se jugaba a las "cañitas", a los "trompos" y a las "bolillas". En torno de los canteros circulares del patio de recreo, en cuyo centro de erguían unos pinos, los muchachos jugaban un especial juego de bolillas que bautizaron con el nombre de la " Vuelta al mundo". A la "troya" que se disputaba con trompos de madera, se jugaba solamente fuera del colegio, sobre el asfalto de la calle que casi no tenía tráfico durante ciertas horas del día.

Las travesuras eran la comidilla permanente de los grupos de jóvenes adolescentes, que llenaban las aulas del colegio alineadas en una larga galería frente al amplio patio de ladrillos. Por la tarde varios se detenían mirando al cerro San Bernardo, en cuya ladera Oeste veíase levantar una inesperada columna de humo escuchándose, unos segundos después el estampido sordo de una explosión.

Eran cargas de dinamita con que estaban comenzando a abrir la cornisa para el camino de automóviles que hoy llega hasta la cumbre del cerro que domina la ciudad. Por esos años todos los chicos estaban obsesionados con el álbum Nestlé. El de los chocolatines y juntaban apasionadamente las figuras engomadas que venían dentro de la oscura golosina, para llenar el álbum, lo que una vez logrado significaba la tenencia de una pelota de fútbol del número cinco.

Siempre faltaba el "camaleón", el "guerrero Nº 8" y "el dirigible". Había algunos pocos privilegiados que lograban alguna de estas figuritas y las mostraban en el hueco de la mano, sin permitir que nadie la toque, mientras el corrillo bullicioso enmudecía y miraba maravillado la pequeña lámina, fugitiva y prófuga, que no llegaba a llenar los últimos claros de los álbumes.

Así iba transcurriendo el año hasta que comenzaban los anuncios de la fiesta de San Agustín, patrono tutelar del establecimiento. La generosidad de los padres de los alumnos se traducía en la llegada de los lechones, pavos, pollos, chorizos, una "tamberita" qué el alumno hijo del ganadero anunciaba orgulloso, poniéndose de pie junto a su banco, y dirigiéndose al profesor que presidía la clase, quién con palabras de asombro y agradecimiento, pronunciadas con fuerte acento español, tomaba cuidadosa nota del ofrecimiento como de la identidad del donante.

Ese año llegó el día de la celebración precedido de un entusiasmo pocas veces visto entre el alumnado, como en el cuerpo de profesores, integrado por los padres lateranenses. Una enorme mesa fue tendida en la "cancha" como le llamaban al amplio campo de deportes, a uno de cuyos costados se extendía una larga fila de robustos árboles, que brindaban generosa y fresca sombra.

La algarabía llegó al paroxismo, cuando un pequeño avión arrendado por los profesores del colegio, en vuelo rasante pasaba raudo, arrojando chocolatines con figuritas, como pelotas para jugar a la "vasca" como le decían a la pelota a pelota. Fue una tarde inolvidable, en la cual Chacarita logró un "empacho" que lo alejó del colegio por unos quince días. Todos sus compañeros preguntaban por él, preocupados por su ausencia.

Regresó pálido, agachado y más silencioso, comentando que no había sido el "empacho" lo que le había afectado más, sino una extraña enfermedad que le había diagnosticado el médico de la familia y que él no alcanzaba a pronunciar la denominación. Llegó la primavera llenando de pequeños cálices azules los tarcos de las calles y avenidas, y los muchachos compañeros de Chacarita, parecían cobrar idéntico vigor que el reino vegetal. Se veían más fuertes, más alegres y audaces, y cada día "más insoportables" como afirmaban entre risueños y severos los profesores enfundados en sus negras sotanas.

Llegaron los exámenes con estudios a marcha forzada, y luego el umbral de las vacaciones. Ya salían atropellándose a la calle cuando preguntó: "¿Che y Chacarita?". El hermano portero contestó: "¿No saben? murió de peritonitis hace dos días". El bullicio se calló de golpe y todos con la cabeza gacha se alejaron sin cambiar palabra, deseando no volver en mucho tiempo.

FUENTE: Crónica del Noa. Salta, 14 de Abril de 1982.


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