Decíamos
–y lo repetimos- que los pueblos del interior
de la provincia, siempre cuentan con algún personaje
propio, con algo de misterio en sus quehaceres como
en su misma presencia. Uno de éstos es Carqueja.
Lo conocen así, con este sobrenombre breve de
indudable origen vegetal. Se lo pusieron precisamente
porque vende yuyos, ofreciendo su mercancía por
el sur de la provincia. Su periplo lo cumple entre El
galpón, Metán y Rosario de la Frontera,
llegando su fama de acertado “yuyero”, hasta
lugares lejanos. Tiene una edad indefinida, es alto,
magro de carnes, con una ropa que pareciera que envejeció
sobre su cuerpo. Su cabeza siempre está cubierta
con una gorra del mismo género que la boina,
que llagaron al Norte argentino con los primeros inmigrantes
italianos.
Nadie sabe exactamente dónde vive Carqueja.
Suele aparecer temprano, como saliendo de los altos
árboles del monte, dónde en verano resuena
incansable el órgano silvestre de los coyuyos,
y donde en invierno los cursos de agua se tornan cristalinos,
y el terciopelo verde del musgo aparece junto a las
orillas, trepando sobre las raíces de algún
sauce. Nunca camina apurado, sus pasos son regulares
y lentos, y sin pregonar sus mercancías que lleva
en un cesto de poleo, va por junto a las casa. Se detiene
cuando alguien lo llama, o le hace señas de que
tiene interés en comprarle algo. Y muestra su
farmacopea silvestre: Quipe, para las infecciones, tilo
para los nervios, o también flor saúco,
boldo para el hígado, manzanilla para las ronchas,
coca para el dolor de barriga, carqueja para los riñones,
yerba del siervo para cuidarse del hígado y los
riñones, poleo para té, hojas de palta
para contener las diarreas, etc. La larga lista de sus
yerbas que recoge de todos lados, pueden cubrir cualquier
necesidad o dolencia, y prevenir en otros casos, males
que puedan estar amenazando al comprador. Poco y nada
conversa con su clientela. En los amaneceres solían
verlo inclinado en algún potrero escogiendo los
yuyos que integrarían sus reservas medicinales,
entre las cuales incluía “anillos de cola
de caraguay”, amuleto de múltiples virtudes,
muy apreciado por la gente del campo. Carqueja, además
de su conocimiento sobre las virtudes curativas de las
hierbas, es una especie de Cupido, pues no faltan mozos
y mozas que lo consulten sobre brebajes para curar el
“mal de amor”, o para “engualichar”,
cuando sus sentimientos no son correspondidos. Su proverbial
reserva en estas situaciones sentimentales, le abrió
un amplio horizonte en este terreno de las curas sentimentales,
pero nadie puede arrancarle nombres, y menos el relato
de estos anónimos romances, que tienen lugar
en el bucólico paisaje de esta zona de Salta,
donde las labores agrarias giran entre el arroz, maíz,
trigo y poroto.
En la actualidad nadie sabe a ciencia cierta
cuándo apareció en la escena lugareña,
como tampoco cuál es el rancho o tapera donde
descansa. Carqueja aparece y desaparece como si surgiera
de la tierra misma, siempre silencioso y prudente. Su
paso despierta curiosidad entre los chicos, que a veces
gritan su nombre entre un intento de burla y un llamado
cargado de simpatía. Los hombres le tienen respeto
y observan callados su paso. Las mujeres le tienen fe.
Creen a pie juntillas lo bueno de sus recetas y aceptan
los yuyos que él ofrece para combatir males familiares.
El “palo azul”, es quizás uno de
los elementos mas reclamados, pues la mayoría
de las mujeres cuidan a sus maridos afectos al vino,
y sostienen que un buen “potro” de palo
azul en la mañana, antes del desayuno, le saca
los residuos “malos” del vino al impenitente
trasnochador.
Nadie puede negar que Carqueja cumple con
una misión de importante contenido social. Muchos
de sus yuyos –tal como él lo afirma- tienen
propiedades curativas. No en gran medida por supuesto,
pero sí en apreciable proporción. Su figura
continúa apareciendo y desapareciendo por los
callejones y calles de estas localidades del sur salteño,
y la gente lo considera como algo perteneciente no sólo
al paisaje, sino a las costumbres y necesidades lugareñas.
FUENTE: Cónica
del NOA. Salta.15/ 12/1981