¿Dónde
estará doña Anselma? Hace unos años
era una mujer conocida de las afueras de la ciudad.
El pobrerío la había glorificado en vida
contándose muchas cosas de la anciana de edad
indefinida, que en su rancho junto a la calle polvorienta,
protagonizaba hechos increíbles para la gente
que vive a pocas cuadras - si diez cuadras se consideran
pocas - donde la vida tiene matices diferentes a los
de los suburbios, ya en vías de desaparecer urbanamente
por lo menos. Nadie recuerda cuando comenzó con
sus prácticas de curanderias la vieja vecina
de las afueras.
Doña Anselma, como se la conocía,
no a todos prestaba atención, y pasaba las horas
del día dentro de su casita humilde, con el clásico
"caschi", al que le hablaba y parecía
entenderla. Era su verdadera compañía
de todos los momentos. Agachada, como cediendo el paso
de los años, se desplazaba, con lentitud apoyándose
en un curioso bastón de palo que lo había
hecho de alguna rama que llegara con la leña
del pie del cerro, que un día lejano la llevaron
hasta la puerta de su casa. Tenía amarillentos
retratos, donde manteníase estereotipado parte
de su desconocido pasado, a los que cuando estaba sola,
volvía a mirarlos con larguedad, acariciándolos
con sus dedos temblorosos, insertos en sus manos sarmentosas.
Según decían era especialista en huesos.
Mucha gente contaba, con acento de asombro
en su voz, que habían sufrido una "recalcadura
" o una quebradura, y habían acudido al
médico, si no habían llevado a la víctima
del accidente directamente al hospital. La historia
casi siempre se repetía. Los tratamientos no
hacían ceder las molestias o complicación
de la lesión ósea, y el paciente, como
también sus familiares, cansados de peregrinar
sin encontrar rápida solución al afligente
problema, llegaban hasta la casa de doña Anselma.
Generalmente ello ocurría en horas de la tarde,
cuando la luz vacilante de la llama de una vela pintaba
gigantes y movedizas en las paredes cubiertas de cal
ahumada, que tomaba especial fisonomía con la
escasa luz y abundante sombra.
El diálogo entre los pacientes y doña
Anselma, se cumplía en un tono exaltadamente
provinciano resaltando la "tonada", pronunciada
por sobre el tono habitual de la voz, para salvar la
barrera de la creciente sordera de la anciana. La charla
cobraba una escala especial en los sonidos, que mostraban
con toda crudeza el desvío vocal que suelen tener
los salteños, con respecto al uso de la lengua
castellana. Escuchaba las quejas y explicaciones del
visitante y comenzaba el tratamiento. Generalmente era
la "tironiada", lo que aplicaba en su terapéutica
vernácula. Los gritos de dolor del "recalcao",
eran acallados con expresiones de consuelo, hechas en
el mismo tono con que la gente del campo suele apaciguar
a los vacunos inquietos. Terminado el breve y drástico
tratamiento con su voz cascada decía que debían
volver a los tres días. Antes de que se vaya
el paciente y sus acompañantes, entregábales
un pequeño paquete de papel de astrasa, donde
colocaba unas hojas secas de un yuyo desconocido, recomendando
al esperanzado enfermo, que tomara unos "tres teses"
por día antes de retornar. Nuevos tironeos en
el miembro lesionado, y al cabo de poco tiempo, después
de que doña Anselma los despidiera diciéndoles:
"ya no hace falta que vuelvas". El lesionado
recuperaba en forma rápida y misteriosa el uso
normal del miembro afectado.
Ello daba lugar a comentarios que corrían
de boca en boca, aditándole cada cual algo de
su "cosecha", cuando repetía el "caso"
a algún intrigado vecino. También solía
curar enfermedades, como el "empacho" y hasta
gente que afirmaba que muchos médicos llegaron
a su humilde vivienda, llevando a algún pequeño
hijo suyo, para que la vieja curandera los librara de
este mal que desaparecía misteriosamente cuando
les tiraba el "cuerito", en una forma que
solo ella sabía hacerlo. Cómo todas las
viejas salteñas, en el interior de su dormitorio
pobre tenía imágenes del Señor
y la Virgen del Milagro, con un vaso con flores con
el tallo sumergido en agua y una vela encendida frente
a las estampas. También tenía una fotografía
- recortada de una revista - de Eva Perón.
Nunca decía nada sobre sus simpatías
políticas, pero este detalle era demasiado elocuente
para dudar de sus inclinaciones cívicas. Si alguna
vez cometió un error con alguno de sus pacientes,
nadie lo supo. El barrio - y la gente que la frecuentó
- solamente comentaba sus aciertos y el hálito
de sencillo misterio que la rodeaba en ese ranchito
donde su caschi de ojos tristes la seguía sumiso
en su lento deambular bajo los techos.
Doña Anselma dejó de ejercer
este extraño oficio que le llegaba desde el fondo
de su ancestro americano. Nadie sabe cómo comenzó
su oficio, ni nadie sabe cómo lo terminó.
Solamente quedan las mentas de su ciencia primitiva
y el agradecimiento de quienes se consideran curados
por la magia inexplicable de la anciana silenciosa y
humilde, que habitaba en las afueras de la vieja ciudad
de Salta.
FUENTE: CRONICA DEL
NOA. SALTA, 27-01-1982.