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Los Inmigrantes

ue antes de 1920 cuando comenzaron a llegar con toda la familia al puerto de Buenos Aires. Desde allí eran trasladados al Hotel de Inmigrantes, centro de concentración de quienes atravesaban el mar para llegar a esta tierra allá desconocida. La conocían a través de referencias cargadas de anécdotas espeluznantes, donde resaltaba la barbarie de los indios y de los gauchos, en su país -que allá en Europa -se creía similar al continente africano.

Miraban todo con curiosidad y asombro. La ciudad, era distinta a lo que se había imaginado y hablando e sus dialectos itálicos, hacía rápidos proyectos.

Casi la totalidad de ellos eran artesanos, que por la organización existente en los reinos europeos, prácticamente no tenían acceso a las aulas universitarias. Eran gente imaginativa y valiente. La unión familiar y de vecinos se prolongaba desde,  la península que les había visto partir, hasta el lugar de destino.

Ya en Buenos Aires, comenzaban a elegir el sitio donde habían de afincarse. Perdidas las dudas, y sintiéndose partícipes del destino de la joven Nación, muchos marcharon hacia el desconocido interior. Así llegaron a Salta, los primeros remendones. Alegres, rubicundos, incansables, comenzaron a incorporar al canto de los gallos, el golpear  casi constante del martillo. La "trincheta" apenas descansaba de sus manos ágiles. De noche, en la pequeña pieza, bajo una débil luz, continuaban sin cesar su labor de artesanos simples, cargados de emociones y esperanzas.

Todo su esfuerzo estaba dedicado a la familia, generalmente numerosa, que mientras el colocaba medias suelas y cosía zapatos de todo tipo, se iba incorporando rápidamente a nuestro medio social.

No salían de su trabajo, simple, sencillo y hasta humilde si se quiere, si no era para comer y descansar unas horas. Pero sentíanse dueños de si mismos, disfrutando una total libertad individual.

De noche, a veces, salía a caminar detrás de sus "cachimbas" humeantes por la Plaza 9 de Julio, luciendo sus atuendos  de pana, que llamaba la atención de los vecinos salteños.

Fueron acogidos con cariño, y ellos sumáronse entusiastas a una nueva dimensión social de Salta, que estaban gestando sin saberlo.

Quizás, el ejemplo de los inmigrantes que aportaron su sangre y su talento, a través de sus hijos, fue Mirici. Se radicó en Córdoba, donde ganábase la vida vendiendo verduras por las calles de la docta. Iba incansable empujado su carrito, pregonando con su acento meridional, la frescura de las verduras que ofrecía por monedas. Su hijo concurrió a la escuela, cursó sus estudios secundarios, cuando ya su cabello comenzaba a ponerse blanco, su hijo ingresó a la universidad "II Filio dotore", su sueño de inmigrante, se cumplió poco tiempo después.

Su humilde casa ese día lució rebosante de alegría, lágrimas de gozo  rodaron por sus mejillas y bebió su vino espumante, distribuyendo apretones de manos y abrazos. Pocos años más tarde, su hijo destacábase como uno de los médicos más capacitados del país, y su fama científica se hizo internacional, por  su técnica  operatoria del hígado, difícil intervención quirúrgica, que en la mayoría de los casos costaba la vida del paciente.

Así como en el caso de Mirici, el hecho se repitió a lo largo y lo ancho del país.

En Salta, llegó a ser algo común esperado y habitual. Pero poco a poco fue dejando de sonar el martillo y ha quedado quieta la " trincheta", porque ellos se fueron para siempre, tal vez siguiendo las vueltas ascendentes del acre humo de sus "cachimbas".

 

Fuente: "Crónica del Noa" - 18/09/1981

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá

 

 

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