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Los Boxeadores

LA HISTORIA DE PEDRO PEPERNALES

orrían los comienzos de la década de los años 30, en esa Salta tranquila, de pocas calles asfaltadas, donde el empedrado gris y redondo, hacía saltar las bicicletas que se internaban en estas calles que mantenían el aire colonial de años anteriores, con la guarda verde de pasto entre las lajas desparejas de las veredas, también grises de piedra, que en las noches se perdían en la penumbra porque la luz del alumbrado público descendía de intensidad a medida que se alejaba del asfalto. De ese asfalto que se ablandaba en las siestas veraniegas, donde las gruesas paredes de abobe de los antiguos caserones permitían un alivio de frescura misteriosa en las mansiones de patios con madreselvas, damas de noche y jazmines del Paraguay.

Pedro Pepernales andaba en la Salta de esos años, con calles recorridas por coches de plaza tirados por caballos de andar monótono, mecanizado, porque marcaban un compás constante con sus herraduras sobre el pavimento no muy duro de la zona céntrica. Pedro Pepernales  apareció en el centro desde la oscuridad del barrio pobre que rodeaba un sector de la ciudad. Era fuerte, de músculos marcados con cierta reciedumbre, y sus anchas espaldas revelaban al muchacho aguantador, tan común de aquellos años. Tenía el privilegio de contar con un par de duros puños y un coraje tozudo, que siempre lo llevaba hacia delante. El boxeo era el deporte que comenzaba a levantarse a la sombra de la popularidad del fútbol, y allí encontró su ubicación. Había aprendido a manejar sus puños en las peleas callejeras, que eran algo infaltable en los barrios de Salta. Cada uno de éstos contaba con una "barra", agrupación juvenil que se autoconvertía en una especie de cuerpo de seguridad de la zona y de sus vecinos. Dentro de una de esas "barras" se había destacado Pepernales. No se admitían intrusos en la barriada, sobre todo en horas de la noche, y el grupo escarmentaba a los que se aventuraban a turbar la tranquila nocturnidad de la zona, en alguna esquina, estos muchachones hacían rueda comentando hechos deportivos o casos lindantes con el más allá. Su actuación en la "barra" le había demostrado su capacidad  física, y poco a poco llegó hasta los lugares frecuentados por quienes organizaban los espectáculos boxísticos. La primera vez que subió a un ring calzando guantes toda la "barra" estuvo anhelante en el improvisado estadio. La presencia de sus amigos pobres y entusiastas, asomados sobre la tapia del baldío, daba especiales bríos a sus brazos y piernas, y atropelló con secos golpes cortos -en gancho, como él decía- arrollando a su rival que no esperaba la arremetida toruna del muchacho robusto, de ceño contraído, que comenzaba a abrirse paso en la vida a fuerza de golpes. No pasó mucho tiempo y ya había adquirido fama de buen boxeador. Rápidamente asimilaba las enseñanzas de púgiles veteranos que llegaban a Salta, ayudaban a organizar el espectáculo y ofrecían su experiencia a estos jóvenes aficionados que ávidamente escuchaban sus indicaciones, como los relatos, muchas veces fantásticos, de los triunfos del entrenador de rostro aplastado a golpes de puño, nariz torcida y cejas abultadas, que siempre otorgaban a esto héroes del ring una inocente expresión de estupidez, al parecer esculpida a fuerza de "cros", "uppercut" y "revoliaos".

Por ese mismo tiempo hacía las peleas de fondo Miguel Kliver, un muchacho salteño que nació boxeador de calidad indiscutida. Fuerte pegador, hábil técnico y ágil pugilista, era el "plato fuerte" de las noches deportivas de entonces. También estaba la figura desgarbada del "Monito Matus", que con sus swings" inesperados ponía término abruptamente a una pelea si llegaba a dar con exactitud en el rostro del adversario.

Pedro Perpenales cruzó guantes con el "Monito" varias veces. La primera vez lo vio delgado, flaco y desgarbado, y lo arrolló con su potencia de criollo fuerte y sólido. Pero se llevó una sorpresa ante los esquives y poderosos "revoliaos" del "Monito", que le hicieron detener sus ataques demoledores. Muchas veces ambos protagonizaron la pelea clásica y sus nombres se pronunciaron juntos, al mismo tiempo.

Cuando tuvo que dejar el ring ingresó a la Policía, en sección investigaciones. Allí pasó varios años trabajando regularmente y recordando sus momentos de emoción en los primitivos rings de la Salta de los años '30. Muchos se olvidaron del muchacho fuerte y corajudo que brindó noches de emoción a los aficionados del viril deporte. Hoy está ausente, su entrecejo contraído y el mérito de haberse abierto paso en la vida a golpes de puño, a lo varón.

Fuente: "Crónica del Noa" - 22/07/1982

 

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá

 

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