Los Olvidados de la Guerra |
Por Rafael Gutierrez En esta sección tomo como objeto de mis artículos a aquellos protagonistas de las guerras del siglo XIX que quedaron sumidos en el olvido o en un pobre recuerdo, opacado por los nombres que la historia consagró. Por un lado están las damas que si son parte de la historia se las recuerda como abnegadas mujeres que legaban joyas, cosían uniformes o curaban heridos, sin embargo las hubo bravas y espartanas, temibles como amazonas. Los indígenas, por otra parte, fueron blanco de un exterminio digitado primero desde Europa y luego desde la política centralista de Buenos Aires, por ello no convenía a la historia oficial rescatarlos como partícipes activos de las guerras de independencia. Los negros tampoco tuvieron lugar en las páginas de la historia de un país que se pretende blanco y de ascendencia europea, sin embargo sus cuerpos fragmentados y su sangre abonaron el terreno para la independencia de quienes después los negaron. Finalmente, un capítulo poco conocido es la los llaneros en Salta. Sueña raro decirlo porque se identifica a los llaneros con Venezuela y con las tropas de Bolívar, sin embargo un puñado de esos aguerridos hombres que hicieron la independencia de medio continente terminaron sus días en una guerra extraña en un país ajeno. LAS DAMAS DE LA GUERRA Cuando se habla de las mujeres durante la guerra de la independencia, en el imaginario colectivo se las recuerda bordando banderas, donando joyas o curando heridos. Como de costumbre, la fama y la gloria se la llevan los grandes guerreros como San Martín, Belgrano o Güemes. Sin embargo, escasa sería la grandeza de los héroes si no hubiera sido por aquellas olvidadas mujeres que lucharon en más frentes que los hombres. Unas pocas trascendieron, salvadas por la memoria popular, como el caso de Macacha Güemes, hermana mayor del prócer, o a la aguerrida Juana Azurduy de Padilla, que atacara a las tropas realistas para rescatar la cabeza de su marido y darle cristiana sepultura. Pero hubo muchas otras que constituyeron una temible red de espionaje y subversión que socavó una y otra vez la organización del ejército realista. Cada vez que Salta estuvo ocupada no había dato, por diminuto que fuera, que no llegara a las tropas de Güemes, porque las damas, las niñas, las mujeres de la servidumbre y las esclavas entablaban amistades y hasta amores con oficiales, suboficiales y soldados que sucumbían ante los encantos de las hermosas salteñas, aflojando la lengua y, a veces, hasta la voluntad llegando incluso a cambiar del bando realista al bando patriota-. Ante esta situación, los Altos Mandos Realistas tomaron severas medidas. Por ejemplo a Juana Moro, sospechada de espionaje, la emparedaron en su propia casa para que muriera de hambre. Este castigo ejemplar fue frustrado gracias a sus vecinos que, aunque realistas, no pudieron admitir tal barbarie y cavaron una pared para asistir a la condenada salvándole la vida. Los castigos, lejos de amedrentar a las patriotas, las llevaron a aguzar el ingenio con mil recursos de una creatividad tal que hoy humillarían a cualquier servicio de espionaje moderno. Loreta Peón mantuvo una red de comunicación entre las ciudades de Salta, San Salvador de Jujuy y Orán, llevando información oculta en sus polleras o utilizando un buzón secreto oculto en el árbol junto al río Arias. Las criadas encargadas de lavar la ropa en el río, llevaban las cartas al buzón; Luis Burela pasaba luego a retirarlas y dejaba a cambio los nuevos requerimientos de información. Los realistas nunca lo supieron. Loreta Sánchez de Peón con su cabello castaño y sus ojos azules no encontraba barrera que le impidiera trasponer las guardias de los cuarteles, a los que ingresaba con la excusa de vender pan a los soldados. Una vez dentro contaba las tropas valiéndose de bolsas de maíz cuyos granos servían de ábacos libres de sospecha. La esclava Juana Robles se encargó de difundir en Salta la noticia de que la ciudad de Montevideo había caído en manos patriotas, lo que socavaba la moral de las tropas realistas. Por su osadía fue apresada, juzgada y condenada a muerte. Sin embargo, la astuta morena salvó su vida haciendo creer a sus captores que estaba embarazada. Lo que no evitó que la humillaran públicamente, paseándola por la ciudad emplumada, semidesnuda bajo los insultos de la plebe y los soldados. El General Pezuela, harto de luchar contra un enemigo invisible que lo acosaba en todos los frentes, ordenó a los cabildos que hicieran un padrón de todos los sospechosos de conspiración para apresarlos y llevarlos al Callao y liberó las propiedades de los emigrados al saqueo de los soldados. En vano tomó tales resoluciones porque en los cabildos, antes que la obediencia a Pezuela, primó la amistad con los vecinos, lo que frustró el plan realista. Un capítulo aparte merecen las valientes que acompañaron a los ejércitos liderando ataques, rescatando heridos y proveyendo auxilio en las batallas, como lo hiciera Martina Silva de Gurruchaga durante la Batalla de Salta. Pero eso es otro capítulo de la historia. LOS GUERREROS DE COBRE Una metáfora de larga vida en la literatura considera a los americanos la raza de bronce, ya que los metales que componen esa aleación se adecuan para indicar a las razas que se dieron encuentro en estas tierras: el estaño representa el color blanco de los europeos y el cobre el color de los pueblos precolombinos. La raza de bronce es el mestizo que surge del encuentro entre Europa y América, la nueva estirpe que se levanta para llevar a cabo la gesta de las revoluciones emancipadoras del siglo XIX. Esa metáfora se fue forjando desde el siglo XIX hasta nuestros días como un modo de interpretar un fenómeno complejo que se inicia con la introducción del ideario iluminista en América. El lema de libertad, igualdad y fraternidad lo sintetizaba y quienes iniciaron los movimientos de 1810 adherían a esa propuesta. Libertad de la dominación española; la supresión de los títulos nobiliarios para que todos sean iguales en la sociedad y ante la ley; y fraternidad para que todos integren una gran hermandad dentro de un mismo Estado. Por ello los representantes de la 1ª Junta de Gobierno con sede en Buenos Aires llevaban proclamas a todos los pueblos de América, tanto en lengua española como en lenguas aborígenes porque la emancipación debía llegar para todos, para los criollos -descendientes de españoles- los mestizos, los negros y los nativos. La difusión del ideario de mayo llevó a que todos los que habían sido considerados súbditos de segunda, meros individuos o ganado, adhirieran con la esperanza de que se fundara un nuevo mundo de libertad, igualdad y fraternidad. Así es como se suman a la revolución los gauchos, los negros y los aborígenes. Pocas veces se ha prestado atención al componente indígena en el movimiento emancipatorio, lo que no es extraño si consideramos que la historia fue escrita desde el centro del país donde el nativo estaba totalmente segregado de la sociedad, era sólo una amenaza más allá de una frontera controlada militarmente. Sin embargo, en otras partes de las colonias españolas en descomposición, los indígenas estaban muy integrados a la sociedad; por ejemplo en el Alto Perú (actual Bolivia), el Perú y Paraguay. Los representantes de la 1ª Junta de Gobierno avanzaron por el territorio de Sur América leyendo bandos y proclamas con el respaldo de un ejército que fue creciendo a medida que sumaba adherentes. En lo que actualmente es el Norte Argentino y Bolivia, el Ejército del Norte fue reforzado por criollos, mestizos y nativos que se sumaron voluntariamente. Cuando Belgrano llegó a Potosí se granjeó el aprecio de los lugareños y de los nativos hasta tal punto que fue recibido por el Cacique Cumbay que dominaba la región del Chaco. Fruto de esa entrevista dos mil guerreros se sumaron a las tropas de Belgrano. Esta presencia muchas veces fue minimizada por los historiadores considerando que el elemento nativo era poco combativo dentro de los ejércitos decimonónicos. Sin embargo, el accionar de las tropas en territorios dominados por los realistas se hacía posible gracias al apoyo prestado por los nativos que conocían el terreno y que aprovisionaban a las tropas y, más aún, ante la retirada de los ejércitos regulares continuaban asediando a los realistas aún ante la escasez de recursos bélicos. Muchas veces combatían con las mismas armas que usaron sus ancestros: lanzas, flechas envenenadas, hondas y garrotes. Como es sabido el General Güemes basó su sistema de lucha en golpes rápidos de tropas reducidas, evitando el combate frontal y que esa estrategia fue empleada por los otros caudillos de lo que ahora es el NOA y Bolivia, como es el caso de Eustaquio Moto Méndez, Manuel Asencio Padilla y Juana Azurduy - por citar a los más famosos -, pero la diferencia fundamental estuvo en que mientras las montoneras de Güemes estaban integradas por gauchos, la mayor parte de los guerrilleros del Alto Perú eran nativos armados de arco y flecha, hostigando a las tropas realistas con el auxilio de un insuperable conocimiento del terreno. Como es sabido, el Ejército del Norte organizado desde Buenos Aires, al mando de oficiales designados por los gobiernos que se sucedieron en esa autoproclamada capital, fueron derrotados una y otra vez cuando se internaban en el territorio del Alto Perú y que la campaña emancipadora sólo pudo mantenerse gracias a la inquebrantable resistencia de guerrilleros criollos, mestizos y nativos, todos luchando por la causa de la libertad. Pero los nativos en especial se cobraban una revancha de cuatro siglos de abusos y explotación, eran los guerreros de cobre que desenterraron las armas de sus ancestros para continuar una guerra que para muchos de ellos aún no ha terminado. LOS GUERREROS DE ÉBANO De acuerdo con los ideales iluministas de los hombres que inspiraron la revolución de 1810, el 15 de mayo de 1812 un decreto firmado por Bernardino Rivadavia y Feliciano Chiclana prohibía y suspendía la introducción de expediciones con esclavos en las Provincias Unidas del Río de la Plata. Luego, la Asamblea General Constituyente de 1813 declaró libres a todos los negros nacidos luego de su fecha de instalación, 31 de enero, y estableció que los esclavos de países extranjeros por el solo hecho de pisar el suelo de las Provincias Unidas eran libres. Sin embargo, el entusiasmo filantrópico de la generación de Mayo no duró mucho porque bastantes esclavos aún mantuvieron su condición por haber nacido antes de los decretos de la Asamblea del Año XIII y porque las quejas del gobierno portugués llevaron al gobierno a decretar que los esclavos fugados de las plantaciones brasileñas se devolverían a sus amos. En medio de las contradicciones surgidas entre ideales programáticos y razones políticas, los negros fueron llevados a la Guerra de Independencia. A partir de 1810, con el inicio de las hostilidades, una forma de expresar adhesión a la causa era donar dinero, ganado, propiedades y esclavos, no sólo para servicios sino como tropa. Era parte de una costumbre, los pardos y morenos ya habían sido empleados como carne de cañón desde tiempos de la colonia, por lo que era una vieja práctica manumitirlos para que ingresaran al ejército o como premio por los servicios prestados en combate. Los hombres oscuros incorporados a las tropas revolucionarias, tuvieron también un destino oscuro, en la discriminación y el olvido. Lejos de ser, un grupo minoritario dentro de las fuerzas beligerantes, constituyeron por momentos la cuarta parte del total del ejército y su actuación fue heroica. Pocos historiadores registraron la heroicidad de estos hombres olvidados y rescataron los nombres de los escasos soldados que pudieron acceder a rangos militares de importancia como los coroneles Lorenzo Barcala, Domingo Sosa y José María Morales. |