LLANEROS EN SALTA

Por Rafael Gutierrez

            La guerra es uno de los fenómenos culturales que ocasiona el intercambio entre comunidades que, de lo contrario, hubieran permanecidos aisladas.

            Dentro de la historia de Salta, uno de esos intercambios se produjo con posterioridad a la guerra de independencia, durante los conflictos internos ocasionados por los enfrentamientos entre unitarios y federales que se disputaban la organización nacional.

            Como es sabido, cuando el General San Martín llegó al Perú necesitaba del avance de un ejército que marcharía desde el actual territorio argentino hacia el entonces Alto Perú, cerrando en una maniobra de pinzas el último valuarte realista. Sin embargo, el encargado de la organización de tal ejército se vio obstaculizado por las otras provincias que ya participaban de la disputa entre unitarios y federales y, poco tiempo después, por un complot que acabó con su vida.

            De ese modo el General San Martín se quedó sin el apoyo del General Güemes y debió apelar al otro ejército independentista, el que venía del norte. O sea que tuvo que olvidarse del apoyo de los gauchos y tratar de negociar el apoyo de los llaneros de Bolivar. Entonces fue cuando se produjo la famosa entrevista de Guayachil, de la que tanto se especula y tan poco se sabe. Sea como sea, el resultado fue que no hubo acuerdo de alianza entre San Martín y Bolivar, por ello el primero relegó el mando de sus tropas y el segundo asumió la tarea histórica de concluir la derrota de los realistas en Sud América.

            La batalla decisiva que puso fin a la guerra de independencia fue la que libró el General Sucre en los campos de Ayacucho. Por tal motivo, a la actual República de Bolivia llegaron los llaneros de la Gran Colombia.

            Entre ellos revistaba el teniente Domingo López de Matute, al frente de un cuerpo de caballería compuesto por ciento sesenta granaderos. Según las crónicas de la época, terminada la guerra de independencia fue ofendido cuando se lo postergó en los ascensos con que fueron premiados otros oficiales. Tras lo cual, reunió a su tropa y desertó hacia el sur, a lo que en aquel momento eran las indefinidas fronteras de un también indefinido estado que no terminaba de conformarse.

            El Coronel Francisco Burdett O’Connor fue el encargado de perseguir a los desertores que se habían internado en el territorio de la provincia de Salta. Matute esperó y emboscó a su perseguidor cerca de Rosario de Lerma, derrotándolo de modo aplastante.

            O’Connor y los sobrevivientes de sus tropas se presentaron ante el gobernador de Salta, don Juan Antonio Álvarez de Arenales –veterano de las guerras de independencia, reconocido oficial de las tropas sanmartinianas- para reclamar su ayuda para capturar a los desertores. Pero Matute se había adelantado y había conseguido incorporarse a las tropas provinciales.

            El gobernador de Salta no sólo no entregó a Matute sino que protestó ante el gobierno de Sucre por la intromisión de tropas extranjeras en territorio nacional sin autorización.

            A partir del 19 de diciembre de 1826, Salta contaba con una tropa de llaneros que junto a otros veteranos de la guerra de independencia se sumarían a las fuerzas que organizaba el General La Madrid para combatir a Facundo Quiroga, Bustos e Ibarra.

            Durante las primeras décadas del siglo XIX la Argentina no terminaba de asegurar su independencia de España que ya se encontraba disputando sobre cuál habría de ser la forma en que consolidaría la unidad nacional. Esta disputa no fue pacífica sino que estuvo signada por la guerra.

            Unitarios y federales eran dos formas de comprender la organización nacional que arrastraba un montón de pasiones consigo.

            En ese enfrentamiento la Provincia de Salta, adhirió a la primera Constitución Nacional de corte unitario promulgada en 1919.

Las provincias federales que se oponían al gobierno unitario se enfrentaron en el campo bélico durante varios años, hasta que el Gobernador de Buenos Aires, Don Juan Manuel de Rosas, restauró la paz interior.

Por esos años, el teniente Domingo López de Matute se había incorporado a las filas del ejército de Salta, gobernada por el General Juan Antonio Álvarez de Arenales. El gobernador destinó al desertor de las tropas bolivarianas a sumarse al ejército del General La Madrid que en Tucumán aprestaba fuerzas contra Quiroga, Bustos e Ibarra.

De camino a su comisión, Matute se encontró con Dionisio Puch, en Pozo Verde. Este último consiguió convencer al llanero de integrarse a las fuerzas que estaba organizando para derrocar a Arenales.

El gobernador envió una tropa de trescientos hombres al mando de Coronel Bedoya, quien se enfrentó contra una fuerza de ochocientos disidentes en la decisiva batalla de Chicoana, el 7 de febrero de 1827. La derrota de las tropas oficialistas ocasionaron que  Arenales y sus partidarios se exiliaran en Bolivia.

Con el triunfo, Puch y los Gorriti se posesionaron en el gobierno de Salta y accedieron al pedido de tropas de La Madrid, enviando a Matute nuevamente para cumplimentar su comisión inconclusa.

El llanero continuó a las órdenes de La Madrid hasta que fue derrotado por Facundo Quiroga en la batalla de Rincón, por lo que regresó a Salta.

En la ciudad conoció a Luisa Ibazeta, hija de un comerciante español emparentado con los Figueroa, lo que marcaba una diferencia social considerable en la época, acentuado por los rasgos indígenas de Matute.

Ante la situación el oficial decidió apresurar el matrimonio, raptando a la novia en medio de un baile.

La familia de la niña, disconforme con el abrupto matrimonio, aprovechó los desconfiables antecedentes que Matute tenía y puso en conocimiento del gobierno de Salta un complot que lideraba el llanero para derrocarlo.

El Cabildo de Salta llamó al traidor a dar explicaciones, pero tan pronto como llegó fue detenido y sometido a Consejo de Guerra que lo condenó a muerte.

El sentenciado pidió asistir a misa el 17 de setiembre de 1827 y allí se apoderó del cáliz consagrado, amenazando derramarlo si no se lo perdonaba. Ante tamaño sacrilegio los sacerdotes interrumpieron la misa y consultaron a las autoridades eclesiásticas, hasta que el Canónigo Gorriti sentenció: “Fusílenlo con el cáliz”.

Matute, después de haber sobrevivido a tantas batallas que lo trajeron desde los lejanos llanos de la Gran Colombia hasta los valles de Salta, se dio por vencido y devolvió el copón.

Por costumbre, la ejecución debía llevarse a cabo en la plaza mayor, pero la niña Ibazeta se encontraba embarazada y el gobierno quería evitarle el terrible espectáculo, por lo que llevaron al reo hasta la chacra de las Costas, al sur de las colinas de Medeiros.

Pero el horror del guerrero que caía lejos de su tierra no terminó con su muerte, sino que su cadáver fue mutilado. Los pies de la víctima fueron cortados antes de sepultar el cuerpo porque estaban tan trabados en los grilletes que no se podían desprender las cadenas.

Los documentos detienen la historia allí, no sabemos que fue de aquellos que lo acompañaron ni de la viuda, ni de su hijo a quien los abuelos negaron el apellido del padre.




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