CAPÍTULO I
Una vieja antinomia: tradicional - moderno

A pesar de la magnitud de los cambios ocurridos en los albores del siglo XX, Salta parecía continuar su siesta provinciana, solo interrumpida por bochincheras jornadas electorales, trifulcas producidas entre conservadores y radicales, pequeñas puebladas en las que, debilidad y prepotencia se enfrentaban ante la anomia y el temor generalizados.

Pareciera anacrónico hacer referencia al proceso histórico de modernización por cuanto, tal proceso, es inherente a la historia de toda sociedad. Sin embargo, la vieja dicotomía, nos permitirá analizar en su medio y en sus propios términos, la historia social de Salta.

Su estudio hará posible entrever etapas reveladoras y situarnos para comprender cómo se dio en nuestra provincia el enfrentamiento entre las concepciones de tradición y modernidad.

Existen excelentes investigaciones y publicaciones sobre la realidad social y política de Salta. Con todo, consideramos necesario insistir con el estudio de la historia social -como crítica- a cuestiones aparentemente entrañables pero anacrónicas. Tal, por ejemplo, el mito de la salteñidad, concepto en el que todo vale. El mismo, actualizado de tanto en tanto pero siempre vigente, no exalta valores, sino un sentimentalismo presuntuoso y frívolo. Encarna en cierta forma, el conocido refrán "más vale malo conocido, que bueno por conocer".

La salteñidad, linda palabra, una suerte de cajón de sastre en que se mezclan el poncho y el folclore, el locro, el vino, la Virgen del Milagro y la empanada con imágenes y frases de tarjeta postal:

¡Salta provincia chura! ¡Refugio de Poetas! Salta gaucha. Tierra Heroica. Capital de la Fe. ¡Salta, la linda! Etcétera.

Pero nada se dice de su gente bonachona y linda que practica la resignación y la prudencia, que no hace nada si no se lo ordenan y recibe la limosna o el látigo, la dádiva o las humillaciones con reconocida sumisión.

 Somos conscientes que el discurso sobre valores es semejante a un escrito en la arena, impreciso pero ruidoso. Ante la necesidad de enumerar los valores implícitos es casi imposible llegar a un acuerdo medianamente razonable.

De todas maneras la palabra salteñidad, tal como ha sido manejada, es un concepto profundamente reaccionario porque ha servido y sirve para encubrir otras tradiciones perdurables: pobreza y desigualdades, autoritarismo e injusticia, falta de salud y educación, desocupación, todos esos males que, hoy como ayer, siguen siendo el pan de cada día.

"El poder en Salta -dice Gregorio Caro Figueroa- desde la Colonia hasta ahora marginó, silenció, ocultó y discriminó"1.

Es verdad, lo hizo para defender sus privilegios y se ha valido para ello, entre otras cosas, de conceptos y símbolos como la salteñidad, útil al poder porque promueve la uniformidad y el conformismo, deja toda crítica de lado y cierra el camino hacia una verdadera toma de conciencia de la realidad. Caló profundo en el imaginario social y sirvió de anclaje a cuestiones tales como legitimización del reparto de poder, jerarquías y honores que convirtiéndose en tecnologías sociales sirvieron para impulsar empobrecimiento, temores, deseos y esperanzas; un orden social con instituciones y organización factibles de ser transgredidas.

Esta cuestión cristalizó en la mentalidad provinciana por los mensajes de gobernantes, funcionarios, escritores, periodistas, docentes, locutores de radio, cine y, desde la década de l960, con los animadores de televisión.

Un conocido periodista, en arrebato lírico, decía "a voz en cuello" y también en la prensa escrita:

"Salteñidad, linda palabra. De allí viene nuestra actitud, nuestra prestancia, esa jerarquía varonil que nos define, todo esto lo expresamos simplemente en dos palabras: soy salteño. Después afirmamos la definición con hechos, con actitudes bonachonas, que el salteño es eso, que en eso, totalmente en eso, reside la razón orgullosa de esta salteñidad que practicamos [...] Pero es que nosotros, aún integrando esta gran Argentina, con dignidad y orgullo, formamos parte de otro país, de un país que dio a la República hijos preclaros, acciones heroicas, y nobles gestos"2

Preguntamos a tres personas elegidas al azar: una anciana residente en la zona céntrica, un estudiante de lenguas vivas y un obrero de la construcción ¿Qué entiende usted por salteñidad? Y ¿Qué podría hacer para mantenerla?

Respuestas:

Anciana: Y bueno... la salteñidad está ligada a la fe. Salta es muy católica. Para mantener la salteñidad hay que hacer la novena y seguir con mucha fe la procesión para que el Señor del Milagro nos ayude a mantener nuestros valores.

Estudiante: La salteñidad es el folklore, hay que cantar y aprender música de aquí. A mí por ejemplo, me gusta escuchar a "Los Nocheros" porque hacen conocer la música de Salta en el mundo y venden muchos compacs"

Albañil: Ah doña qué va ser la "salteñidad" si nues la empanada, la humita y el vino patero. Si no hay patero, cualquiera, con tal que sea vino, ta bien.

Otro ejemplo, digno de inscribirse en el anecdotario de "la salteñidad", fue protagonizado no hace mucho por el secretario de Cultura municipal, don Leopoldo Castilla quién recibió el airado reclamo de una vecina:

Vecina: Vengo a denunciar, señor secretario, que hay una comparsa de bolivianos que van a desfilar con el poncho salteño ¡Esto es una vergüenza, no puede ser!... A ver si me hace las gestiones para que dejen de estropear la tradición y que el poncho no lo ande usando cualquiera.

Secretario de Cultura: Bueno... bueno señora no se aflija. Vamos a ver qué puede hacerse.4

A su manera, las respuestas señalan cuestiones vinculadas a la cultura general. Así devoción, música exitosa y gastronomía se conjugan, en el imaginario popular, para definir ese difuso concepto en el que todo cabe.

Lo dicho no implica menospreciar la tradición, por el contrario, somos conscientes de su valor y de la necesidad de comprenderla para explicarnos la continuidad de la cultura. Al respecto, hacemos nuestra, la apreciación del escritor Carlos Fuentes cuando dice:

"El conocimiento de la tradición nos permite valorizar sin engaños la naturaleza del aparente cambio político no sólo al nivel cosmético de la ideología, sino al nivel total de la cultura"

Se trata de una concepción de la tradición como ideología dinámica. En nada semejante a la idea cristalizada, casi inamovible, manipulada hasta no hace muchos años, por algunos sectores de poder. La idea de tradición así operada, legitimaba el derecho del sector dominante a dirigir no sólo la vida pública, sino avanzar sobre la propiedad de los más débiles, manipular ideológicamente el mercado de las tierras, el mercado del trabajo, producir desplazamientos y migraciones del campo a la ciudad, pues la política se convirtió en empresa menuda, manejada por facciones enfrentadas, dentro del mismo grupo social. Debemos agregar la existencia de una ceguera voluntaria para no ver la diversidad étnica y aceptarla sin discriminaciones.

Desde fines del siglo XIX se nota, en nuestra provincia, la sosegada incorporación de individuos pertenecientes a otros sectores sociales que poco a poco irían configurando los sectores burgueses y medios.

Para dilucidar modestamente estas enredadas cuestiones proponemos el estudio de la historia social regional pues nos permitirá adentrarnos en el conocimiento de las variedades situacionales en las distintas localidades de la provincia.

En realidad no existe una, sino varias Saltas. Las ‘saltas urbanas y las saltas del interior’. Interesa, además, rescatar otra vieja dicotomía: centro- periferia. Es imposible ignorar el atraso y abandono del interior de la provincia frente a las innovaciones de la ciudad capital. Dicotomía que abreva en el viejo sistema impuesto por las potencias dominantes que hicieron prevaler el Puerto sobre el resto del país. Tal modelo convirtió a Salta en periferia de la periferia. El modelo se multiplicó en cada una de las pequeñas ciudades del interior donde se desdoblaba y reproducía en forma similar: Salta capital frente a sus jurisdicciones de la campaña y los municipios de campaña frente a sus propias periferias.

Volviendo a la dicotomía tradicional-moderno, su manejo permitirá visualizar como, algunos individuos pertenecientes al sector dominante, sintieron -quizás sin mucha convicción- la necesidad de prescindir de viejos esquemas, de agiornarse, para permitir un poco de equidad social y mantenerse en la cresta de la ola. Los más, sin embargo, opusieron enconada resistencia a la merma de sus privilegios. Frente a tal realidad, los partidarios de modernizar y reformar hacían esfuerzos desganados, por falta de estímulo y decisión.

Por otra parte, a pesar de las llamativas novedades de fines del siglo XIX en Salta (creación de los Bancos de la Nación y de la Provincia, Escuela Normal Nacional, Colegio Nacional y varios colegios confesionales) la atmósfera social seguía casi inalterable y las posibles reformas quedaron pospuestas para un futuro impreciso.

Hay que señalar también la inexistencia de canales de participación política y económica. La pobreza fue tanto más acentuada por ser una pobreza estructural que imposibilitaba la apertura de canales necesarios para satisfacer cuestiones básicas de trabajo medianamente remunerado, alimentación, salud y vivienda higiénica. ¡Imposible siquiera imaginar! derechos a la recreación y al ocio. Continuaban sin variantes la organización social y familiar, el trato opresivo para con la mujer, la consolidación de los poderes y los vanos intentos para conseguir un aparente consenso frente a la fuerza siempre omnipresente de la llamada oligarquía.

La voluntad política de modernización hubiera requerido:

a)       Participación social ampliada e incorporación al cuerpo político de los sectores sociales hasta entonces excluidos.

b)       Cambios en las tradicionales prácticas sociales y políticas para dar lugar a otras que respondieran a las necesidades y exigencias de sectores sociales en ascenso.

c)       Era preciso incorporar -no sólo al discurso maniqueo de algunos dirigentes políticos- sino al sistema mismo, reformas concretas que hicieran posible algo de bienestar para las mayorías.

d)       Dejar de lado, los intereses de las familias tradicionales poseedoras de poder político, riqueza y prestigio. Pretender el apoyo a la modernización de tales familias no era posible, pues su meta era, precisamente, conservar sus privilegios.

e)       La modernización implicaba, como mínimo, alfabetizar, instruir y preparar a los sectores medios y populares en el conocimiento de sus deberes y derechos, en la vida austera y en la ética del trabajo. Sólo así estarían en condiciones de respetar y exigir respeto por la Constitución y las normas legales y avanzar hacia formas más democráticas de vida.

f) Cambio de hábitos, mentalidades y conductas arraigados en los diferentes sectores sociales.

g)       Renuncia a la ceguera voluntaria para no ver la diversidad de etnias existentes.

h)       Y, por supuesto, es preciso insistir en la importancia del proceso de plasmación de todos los hechos sociales en términos de la dicotomía centro- periferia. La pobreza y el atraso relativo de las provincias se acentuaban en relación con la mayor o menor distancia de la ciudad Puerto. Esta dicotomía se repetía entre Salta capital y sus jurisdicciones del interior.

La vastedad geográfica de la provincia, la modestia de los medios de comunicación y transporte, la variedad de etnias existentes, las prácticas políticas, económicas, religiosas y, fundamentalmente, la "historia de las mentalidades" son factores que perpetuaban estas cuestiones y conspiraban contra los tibios intentos de los modernizadores.

A través de estas páginas sólo pretendemos seleccionar y ordenar una serie de discursos para acercarnos a la historia popular y romper el mito de que la reflexión y la crítica fueron monopolio exclusivo de un sector.

El presente trabajo tiene como eje las historias de vida. Varios interlocutores -ancianos pero lúcidos- nos dieron, entrelazados a sus vidas, una serie de testimonios relacionados con la época cuyo estudio proponemos.

Notas del capítulo 1

1       (1991) Caro Figueroa, Gregorio. Diario "El Tribuno" Salta, 18 de abril.

2       (1970) Perdiguero, César Fermín. "Cosas de la Salta de antes". Salta. Librería y Editorial El Estudiante Págs. 15 y 16.

3       Preguntas formuladas a una vecina del micro centro, a un estudiante de lenguas vivas y a un albañil. Comunicación hecha por personas no identificadas.

      (2002) Charla mantenida por el Director de Cultura de la Municipalidad de Salta, Señor Leopoldo Castilla, con una indignada contribuyente. .La profunda crisis que afecta hoy a nuestro país repercute dolorosamente en la provincia y lleva a muchos a la búsqueda de chivos expiatorios para explicar la falta de trabajo. Los bolivianos, otrora bien recibidos como mano de obra golondrina hoy son visualizados como gente que arrebata puestos de trabajo que debieran ocupar los argentinos y por ello son objeto de vergonzosas discriminaciones. Una larguísima trova que data de fines del siglo XIX, continuaba siendo cantada por los grupos populares en las primeras décadas del siglo XX, a tal punto que forma parte de la conocida recopilación de Juan Alfonso Carrizo .Una de sus virulentas estrofas dice así: "Son muchos los extranjeros/ que vienen a la Argentina. / Los coyas nos traen la ruina/ dándolas de caballeros./ Y son viles, traicioneros, / de borrachos son enfermos / y flojos, ya lo sabemos. / Son la mayor indecencia, / ellos son, por experiencia,/ la peor gente que tenemos" .(1987) "Selección del Cancionero Popular de Salta" de Juan Alfonso Carrizo. Buenos Aires. Editorial Dictio P. 80.

5       (1984) Fuentes, Carlos "El autor citado continúa "[...] los verdaderos cambios sólo existen a un nivel global que incluye las relaciones familiares y sexuales, la manera de comer y de vestir, los castigos y los premios, los monumentos y los arreglos florales, la vida psíquica y la vida política, el amor, las leyes y los deseos, tal como se sostienen, se expresan y se niegan o manipulan incluyendo el lenguaje hablado o escrito". "Las culturas portadoras de la vida posible" en Revista Nueva Sociedad. N° 73. Sociedad San José de Costa Rica y editada con licencia en Caracas, Venezuela. Págs. 96 / 99.

6       (1992) Ortega Noriega dice que "Al historiador de las mentalidades le interesa averiguar la manera como los hombres del pasado percibieron los hechos que vivieron. En otros tipos de historiografía se analizan los hechos -y se analizan muy bien- pero en historia de las mentalidades además de conocer los hechos, interesa saber algo más sobre los actores de los hechos: se pretende conocer de qué manera entendieron su mundo, y como esa preocupación influyó sobre sus comportamientos, ya estimulándolos ya inhibiéndolos [...]" en "El historiador frente a la Historia". México. UNAM Pág. 89.

 

CAPÍTULO 2
Preludios democráticos. Divertido testimonio oral