Por
Diego Cornejo Castellanos
ace muy pocos días falleció en su estancia "El Bordo de las Lanzas", Dpto. de Güemes, provincia de Salta, -como era su mayor deseo- el Dr. Darío Felipe Arias Cornejo quien en su fecunda existencia dejó el elocuente ejemplo de su hombría de bien, de su testimonio permanente de católico auténtico y de su amor renovado por su tierra y por Salta.
Me acongojó intensamente recibir la noticia de su muerte, pero de igual manera este hecho lamentable debido a la penosa enfermedad que padeció y soportó con fortaleza y dignidad, hoy me permite efectuar una reflexión serena, desapasionada, acerca de su personalidad, multifacética, destacando las numerosas obras y emprendimientos que dejó plasmados a favor de Salta y el Norte argentino. Cabe consignar que el Doctor Arias fue una figura clave para la creación de muchas instituciones relacionadas con los sectores productivos de Salta, de igual modo que otras de índole cultural o religioso.
Fue criollo por sangre y convicción, nacido el 20 de setiembre de 1921, su padre fue el Ing. Víctor Arias, reconocido profesional, quien murió muy joven cuando Darío contaba con apenas cuatro años de edad y quedó bajo la protección de su madre doña Hortensia Cornejo Mollinedo fallecida a mediados de la década de los 70`. Su abuelo paterno el Dr. Darío Arias con cariño y paciencia suplantó esa temprana ausencia, transformándose en su guía espiritual y consejero de ese niño inquieto por aprender y conocer las raíces de sus mayores.
De manera casual, en compañía de su abuelo, pudo conocer y escuchar a personajes ya ancianos que los salteños veneraban con unción y respeto, tal es el caso de las nietas del Gral. Martín Miguel de Güemes y a otras múltiples figuras señeras de la Salta de mediados del Siglo XX, según me relataba mientras yo le mostraba fotografías que recreaban aquella etapa de una ciudad impregnada por sus rasgos hispanos que hicieron de Salta un reflejo nítido del esplendor hispanoamericano.
Aquellos momentos compartidos junto a Darío quedarán indelebles en mi espíritu y mi memoria, porque gracias a él aprendí cosas relevantes acerca de diversos temas, su diálogo sereno, sin jactancia y sus conocimientos sobre materias de cualquier índole marcarán mi existencia y en ese intercambio de ideas también contribuyó sin duda nuestra comunidad de criterios en torno a la visión de nuestro país. Hasta último momento mostró vivo interés por los acontecimientos cotidianos de su tierra natal, como de los múltiples cambios que se generaba en la Argentina, al tiempo que estuvo atento al curso de los sucesos de orden mundial. Su prodigiosa memoria le posibilitó evocar personajes, acontecimientos y hasta recitar estrofas de viejos cancioneros populares cuyos orígenes se remontan a tiempos pretéritos, aquellos que de generación en generación, los salteños de su época fueron acuñados para perpetuarlos en la memoria colectiva de nuestra provincia.
Un atributo distintivo de su carácter fue su temperamento un tanto introvertido, su predisposición al diálogo con cualquier miembro o sector de la comunidad; sereno pero firme en hablar, categórico al momento de tomar decisiones. Recuerdo que fue el único diputado provincial que durante el primer gobierno justicialista de Salta, se negó a que los legisladores se incrementasen sus dietas parlamentarias. Él destinó esos montos a obras en el Departamento de La Caldera.
Como todo hombre público fue blanco de aplausos y reproches, carga de la cual ningún hombre que transite por los ámbitos del poder puede quedar exento, pero jamás ni sus más enconados adversarios pudieron cuestionar su señorío, ni la característica estrictez que severamente se impuso Darío Arias tanto en el desempeño de sus funciones en el ámbito estatal como en los cargos que ocupó en múltiples organizaciones relacionadas de Salta y Jujuy. Le cupo desempeñarse como gobernador de Jujuy durante la primera etapa de la revolución argentina, bajo la presidencia del Teniente General Juan Carlos Onganía. Los resultados de su gestión como gobernante de Jujuy constituyen hoy el recuerdo más evidente de su labor progresista y ejecutiva. Como tampoco trepidó en apoyar en diversas ocasiones obras de bien público para Salta, brindándoles su aporte desinteresados tanto espiritual como económico.
Posteriormente volcó todos sus afanes a sus tareas agrícolo-ganaderas, también fue hasta su muerte un consecuente benefactor del municipio de Campo Santo, que casi tres siglos atrás supo ser la tierra que cobijó a sus antepasados los Fernández Cornejo en el denominado Valle de Siancas.
Contrajo matrimonio con Graziela Iturrieta quien fue su apoyo y compañera incondicional, de cuyo matrimonio nacieron diez hijos, la mayoría de ellos casados profesionales, son los que desde hace unos años continúan administrando la Estancia "El Bordo de las Lanzas" y otras empresas que consolidó su padre.
Darío ya no está entre nosotros pero su memoria está viva, más viva que nunca y parafraseando al célebre novelista francés Víctor Hugo, lo despido con una de sus frases memorables: "Morir no es terminar, es la mañana suprema". Darío descansa en paz.