El 20 de febrero de 1813 se enfrentaron
las tropas patriotas al mando del Gral. Belgrano y las realistas
comandadas por el Gral. Tristán. En ambos bandos habían
españoles y americanos, el mismísimo Tristán
era peruano e inicialmente había estado del lado de la revolución
pero, según Bernardo Frías, la dureza de Castelli
lo volcó al campo realista participando en Desaguadero, desastre
patriota.
Del lado de la revolución
combatió Arenales, que era español. También
en la población salteña había una profunda
división entre patriotas y realistas, independientemente
del lugar de nacimiento.
En la batalla de Salta se desplegó
por primera vez en combate la bandera celeste y blanca creada por
Belgrano, “la cual según su profético deseo
de hacía un año, estaba reservada para aparecer cubriendo
las tropas de la independencia el día de la gran victoria
“.
La participación de las mujeres,
como siempre en Salta, fue fundamental para obtener la victoria
de las armas patriotas. Esta consistió en:
a) la
participación directa en el combate, como Martina
Silva de Gurruchaga, “que aquella mañana montaron
a caballo, y que apoyándose en la pequeña fuerza que
había preparado, recorrieron la tierra que quedaba a espaldas
de aquellas lomas, que eran muy pobladas de campesinos agricultores,
los recogieron a todos y los arriaron a la batalla”, esta
acción fue decisiva para forzar la retirada del Marqués
de Yavi (comandaba el ala izquierda del ejército realista),
quien ya había rechazado la primer carga de Dorrego.
b) la
conquista de la voluntad del enemigo, particularmente del Marqués
de Yavi. Este personaje (nacido en el Alto Perú) era lo que
hoy definimos como un panqueque, se había dado vuelta varias
veces, en 1810 adhirió a la revolución y a partir
de entonces dio varias volteretas. Por su rango de Marqués
tenía que mantener tropa propia para cuando el Rey requiriera
sus servicios, así que quien conquistara al Marqués
tenía como yapa las tropas. “Esta era por excelencia,
entre todos los oficiales peruanos que las mujeres de Salta se propusieron
seducir, la conquista codiciada, que la valerosa doña Juana
Moro tomó por obra suya el conseguirla. Era ésta
una señora de alta posición, de mucha audacia, y cuyos
servicios por estas y otras notables cualidades suyas, iban a ser
grandes durante el transcurso de la guerra”. No le quitamos
mérito a Dorrego, pero el Marquéz ya estaba “pasado”,
al respecto cuenta el General Andrés García Camba, que actuó en la guerra y escribiera "Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú" : “Muy general fue la creencia de que había habido
seducción en Salta, particularmente de algún jefe
y de varios oficiales, cuya posibilidad debió haber previsto
Tristán para procurar disminuir la perniciosa influencia
de una población abundante en mujeres de conocido mérito
y en extremo insinuantes”, ¿qué tal las salteñas?.
Otra anécdota que refleja
lo fraternal de la lucha está referida a la amistad de Belgrano
con Tristán, cuenta Frías que : “ Al fin, tocóle
el turno de rendirse al general del rey. Tristán apeóse
del caballo y avanzó hacia Belgrano para entregar la espada,
cuando éste, conmovido con el inmenso infortunio en que padecía
el que en España había sido su condiscípulo
y más íntimo amigo – como que eran dos que habían
vivido en Madrid bajo un mismo techo y alimentado común amor
por la misma odalisca – no le sufrió más el
corazón tratarlo con tanta dureza: tendió los brazos
a Tristán y lo estrechó contra su corazón......”.
¿qué me cuentan lo de la odalisca?.
Rendición
de Tristán
Frías destaca
que lo más duro de la batalla se libró en el ala derecha
realista ocupada por el Real de Lima, formado exclusivamente por
españoles al cual Belgrano enfrentó con el Regiminto
Número Uno, “su preferido, cuyos oficiales y tropas,
todos porteños, se hicieron notables aquel día portándose
con una bravura y una bizarría no menor que la del enemigo
y pereciendo gran parte de ellos.”
Para terminar, “...la
asamblea decretó se le entregara a Belgrano cuarenta mil pesos
del tesoro público, en premio a sus servicios, los que el noble
y desinteresado campeón de la revolución, en su grande
pureza, aceptó, mas no para sí, sino para establecer
con ellos escuelas públicas de primeras letras en las ciudades
de Tarija, de Jujuy, de Tucumán y de Santiago del Estero..”