Por Ricardo N. Alonso
Es increíble que no haya quedado casi ninguna información sobre esta impactante mujer. No la registran ni diccionarios ni el mundo de la web. Su extraordinaria vida hay que recogerla a retazos de citas indirectas, recuerdos, transmisión oral y unos pocos datos sueltos. ¡A cuenta gotas! Annie fue una mujer cowboy de la Puna que estuvo relacionada con la explotación minera de los boratos. Una de las tantas mujeres anónimas del mundo de la minería. Era hija de padres irlandeses que migraron a la América del Norte. Annie nació en los Estados Unidos en 1866, el mismo año en que vio la luz en Salta la genial artista universal Lola Mora quien por azares del destino también se dedicaría al final de su vida a la minería y a la explotación de esquistos bituminosos.
No llegaron a conocerse, aunque anduvieron por los mismos lugares con un par de décadas de por medio.
Annie Mulryan O’Neil era hija de Peter Mulryan y Mary O’Neil, originarios de Dublín (Irlanda). Las penurias y hambrunas de mediados del siglo XIX, donde murieron un millón de personas por la peste de la papa, llevaron a sus padres a emigrar a los Estados Unidos, probablemente en la década de 1850.
Del far west a la Puna
La “Gran hambruna” de Irlanda y la “Fiebre del oro” en California, son más o menos sincrónicas. Al parecer Peter y Mary fueron a California atraídos por la fiebre del oro que prometía riquezas rápidas a los que se atrevían a cruzar los territorios del salvaje oeste. Annie nació en aquel salvaje oeste.
Parece que en esas aventuras, la joven de belleza deslumbrante, se hizo muy avezada en el uso de las armas. Y no era para menos en un teatro de rudos mineros propensos al whisky barato y a mascar tabaco. Luego de algunos años habrían intentado suerte en Panamá, más tarde siguieron a Perú y, buscando mejor fortuna, llegaron al norte argentino, probablemente en la década de 1880. Siempre de acuerdo con algunas memorias orales habrían pasado por Santa Catalina y Rinconada en Jujuy, famosas por sus aluviones auríferos y por haberse encontrado en Rinconada una pepita de 8 kilogramos de oro puro. Lo cierto es que en aquellos años del siglo XIX, Annie llegó con sus padres a la región de Salinas Grandes y se instaló en la localidad de El Moreno. Se casó con Antonio Sorich, un inmigrante de la costa dálmata nacido en el antiguo imperio austrohúngaro y con él tuvo seis hijos: Luis, Pedro, Antonio que fallece al nacer, Antonio, que recibe el nombre de su hermanito muerto, Carlota y Sofía.
Al parecer Annie quedó viuda joven y tuvo que hacerse cargo de las propiedades que habían adquirido en El Moreno, San José de Chañi y también en la entrada de Purmamarca, en el paraje de Finca La Puerta. Este último sitio sufrió los embates de un flujo denso o volcán de barro en 1902 que lo dejó destruido. Barbarita Cruz, el ícono artístico de Purmamarca, no llegó a conocerla pero contaba las vívidas anécdotas que se recordaban de Annie en aquellos tiempos.
El historiador salteño Antonio Sorich, bisnieto de Annie, conversó bastante con Barbarita Cruz en Purmamarca y de esas memorias y las propias de su familia provienen algunos de los rasgos que se pueden reconstruir del perfil emblemático de aquella aguerrida mujer. Se comenta que era una bella dama extranjera, que hablaba con inconfundible acento, andaba siempre a caballo, vestía pantalones largos, camperón de cuero, usaba revólver al cinto y no se separaba de su rifle Winchester. Era diestra en el uso del lazo y del látigo. Una “Indiana Jones” femenina que se internaba en la cordillera por el camino de los arrieros. También que tenía un carácter fuerte e ideas adelantadas a su tiempo.
La energía de una dama
Quien la conoció personalmente en 1903 fue el famoso sabio y arqueólogo sueco Eric Boman, que la menciona en su clásico libro “Antigüedades de la región andina de Argentina y el desierto de Atacama”, publicado en dos tomos en París (1908). Boman la describe como una mujer norteamericana de inusitada energía que ponía orden en los asuntos de los 300 indígenas que estaban a su cargo en El Moreno. Pero dejemos que sea él quien lo explique de primera mano: “La posición de los indios frente a sus amos es casi la misma que antes bajo los encomenderos españoles. Estos habían conservado ciertos usos emanados de las leyes de los Incas, como por ejemplo el derecho de los curacas a casar las indias como les pareciera. Todavía encontramos este uso hoy en la Puna de Jujuy, así como otras supervivencias de la legislación Inca. Tuve la oportunidad de verlo en El Moreno, cerca de las Salinas Grandes. La dueña de este dominio, patrona de unos 300 indios, era una norteamericana, que se había casado muy joven en el país. Mujer de inusitada energía, gobernaba a sus indios como una autócrata y no dudaba en darles vigorosas palizas con su fusta cuando se lo merecían. Vivía en la Quebrada de Humahuaca, pero personalmente hacía sus visitas de inspección a El Moreno.
Una vez al año, reunía allí a todos los jóvenes indios y luego abría una investigación formal sobre las relaciones románticas que habían tenido durante el año. Las jóvenes que habían tenido hijos debían declarar quién era el padre, y si el joven denunciado no confesaba, se llamaba a testigos. En el caso de que intentara echarle la culpa a otro, o si la mujer tuviera varios amantes conocidos, la propietaria hacía llevar al niño y dictaba sentencia según encontrara parecido con uno u otro de los acusados. La “instrucción” había terminado, la patrona decidía quién se casaba y con quién. Estas decisiones eran definitivas, y las parejas debían acudir de inmediato a Tumbaya, donde funcionaba la oficina del registro civil del departamento.
Según lo que me comentaron no había ningún ejemplo de que estos pronunciamientos de la enérgica propietaria de El Moreno hubieran sido desobedecidos. Se cuenta que tuvo un entredicho con un cura de apellido Fuenteseca y Annie ordenó que lo estaquearan como castigo.
También debieron conocerla personalmente los viajeros de la misión sueca del conde Eric von Rosen y el barón Erland Nordenskiold, quienes estuvieron varios meses en El Moreno en 1901 y pasaron por Purmamarca, donde acamparon, pero curiosamente no la mencionan en sus viajes y memorias. Sí, en cambio aparece mencionada en el diario “Tribuna Popular” (Salta), del domingo 6 de noviembre de 1904 (Año I, Nº 77), dirigido por Casiano Hoyos, en un largo artículo titulado “Boratera Triunvirato”, donde se describen los trabajos que se estaban realizando entonces en esa faena minera de la provincia de Jujuy. Menciona ese artículo que la boratera Triunvirato, con 92 pertenencias mineras, estaba ubicada en Salinas Grandes, en la zona de Tres Morros, dentro de la finca El Moreno de propiedad de la señora Annie Mulryan de Sorich. La boratera “Triunvirato” pertenecía entonces a una empresa de Buenos Aires, los señores Rigolín, Cortese y Cía., y tenía como administrador general al señor Urbieta. Resalta el artículo periodístico la importancia que tenían los boratos entonces, cuyos usos principales eran para “la fabricación de telas, de hierro enlozado, de loza y porcelana, de jabón, velas de esperma, fósforos de cera, pintura y masilla y en mil otras industrias que sería largo enumerar; esto aparte de que la sustancia química que de él se extrae, o sea el ácido bórico, cada día tiene más aplicación en la farmacia”. Las minas de boratos de Tres Morros llegaron a tener varios centenares de obreros con un enorme y moderno campamento, vías Decauville y Monorriel para sacar el borato crudo del interior de la salina, hornos de secado y de calcinación, galpones para el acopio de hasta 6.000 bolsas de mineral, almacenes y proveeduría, panadería, comedor, baños, galpones para forraje de los animales, herrería, carpintería, caballeriza para 30 animales, corral para ganado, gallinero, hospital con veinte camas para enfermos; en fin, un importante complejo minero en plena Puna de Jujuy. Toda esta explotación minera estuvo bajo el ojo avizor y el control de Annie.
Al quedar viuda, Annie se hizo cargo de sus pequeños hijos y debió fallecer en los últimos años de la década de 1910. Se dice que fue víctima del cólera y está enterrada en el Oratorio de El Moreno. Al fallecer los niños quedaron a cargo de abogados albaceas que se habrían quedado con todos los bienes. Con sus luces y sus sombras, Annie es una de las páginas curiosas y desconocidas de la historia de la Puna.