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La Iguanzo

Por Marcelo José Farfán


Esta glosa es, en gran medida,  una especie de centón de citas extraídas o reelaboradas de:

Frías, Bernardo: Historia del General Martín Güemes. Ts. I y II. Ed. Depalma, Bs. As., 1971
Gálvez, Lucía: Martín Güemes, Baluarte de la Independencia. Ed. Aguilar, Bs. As., 2007.
Güemes, Luis: Güemes documentado. Tomos I y II. Ed. Plus Ultra, Bs. As., 1979
Newton, Jorge: Güemes, el caudillo de la guerra gaucha. Ed. Plus Ultra, Colección Los Caudillos,  Bs. As., 1986

Los Romances VI y VII presentan una anomalía cronológica: el primero  (La Iguanzo) corresponde a un hecho acaecido en 1812 y el segundo a un suceso ocurrido en noviembre de 1810. Suponemos que razones formales llevaron al poeta a invertir el orden natural que deberían haber tenido estos dos poemas. Es que el romance V y VII (“Carga gaucha en el río” y “Suipacha” ) son tan vibrantes ambos, que posiblemente Luzzato  decidió intercalar entre ambos un romance más íntimo (el Romance VI, La Iguanzo), para descomprimir la tremenda carga expresiva y emotiva que de otro modo hubiera tenido.

Queremos abundar un poco en todos los acontecimientos previos a estos dos fundamentales incidentes y la participación de Güemes en ellos, antes de sintetizar a qué se refieren los dos romances citados.

El 10 de marzo de 1808, Güemes, pidió licencia en Bs. As., para volver a su ciudad natal. Había avanzado mucho en su formación militar, en la teoría y en la práctica, al haber tenido una destacada actuación durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807. El 14 de noviembre de 1807, había muerto su padre. Y él mismo estaba ahora enfermo. Posiblemente, las agotadoras jornadas nocturnas de patrullaje del río que le había sido asignada dirigiendo una partida de guerreros, habían minado su salud. Llega a Salta en diciembre de 1808. En 1809 Güemes retoma sus actividades militares en actividades de frontera.

"Güemes Cadete" Tinta de Jorge Klix Cornejo

El movimiento de mayo de 1810 en la capital del virreinato llega como novedad a Salta el 18 de junio. El Cabildo, reunido al día siguiente, declaró su adhesión a la Junta elegida en Bs. As., convirtiéndose así en la primera ciudad que aprobó el nuevo gobierno. El capitán de Granaderos Martín Güemes, con 25 años, se presta de inmediato para actuar actuar a favor de la nueva causa. Seguramente, en su larga estadía en Bs. As. tiene que haber participado de las tertulias donde las ideas libertarias iban ganando terreno.

Se conoce a poco la insubordinación de Córdoba, quedando así Salta entre dos fuegos:  por el norte (Alto Perú) y por el sur (Córdoba) están confabulándose los enemigos de la revolución. Había que evitar la reunión de las dos fuerzas contrarrevolucionarias, comandadas por Nieto en el Norte y por Liniers en el sur. La revolución de mayo estaba en peligro.

El 8 de julio se despacharon a Salta varios oficios de la Junta. Uno en especial iba dirigido a Diego Pueyrredón, hermano de Juan Martín, haciéndolo responsable de evitar el contacto entre los contrarrevolucionarios. Güemes, en sus años en Bs. As., había trabado fuerte amistado con los hermanos Pueyrredón.

El 11 de agosto el coronel Pueyrredón da cuenta que había logrado reunir unos cincuenta hombres, al mando del teniente Martín Güemes, para patrullar la Quebrada de Humahuaca. Güemes es así el que comanda las primeras acciones en 1810 en defensa de la patria naciente.  El pequeño grupo fue aumentando día a día con los milicianos de la zona legando a ser más de un centenar.

A principios de agosto de 1810, Güemes establece su cuartel general en Humahuaca, tradicional vía de acceso al Alto Perú, donde recibe el decidido apoyo del Alcalde Pastor y del Sacerdote Alberro, que se suman al movimiento revolucionario, con todo el prestigio que tenían entre los pobladores de la zona.

La región abarca distintas geografías: cumbres, desfiladeros y altiplanos hacia occidente, selvas impenetrables por el oriente. Desde allí sus hombres controlan una extensión de 96 leguas. Los exploradores o “bomberos” vigilan constantemente los posibles pasos e impiden que se infiltren elementos realistas, observando los movimientos del enemigo e informando cuanta novedad se producen. Aquí juegan los 6 años de formación militar adolescente de Martín, pues conocía ya como la palma de su mano esa bella e inhóspita región, y el alma  y las costumbres de su gente.

Desde entonces y durante diez largos años Salta, Jujuy, la Quebrada de Humahuaca y la puna,  serán el escenario principal de las guerras de la independencia.

Güemes, adhiriendo de inicio a la causa americana, comprende como todos que la revolución necesita de fuerzas militares para sostenerse contra sus enemigos armados. Pero a diferencia de muchos, vislumbra desde un inicio el original papel que iban a jugar en Salta los defensores del movimiento revolucionario, y, proponiéndoselo conscientemente o no, a la par de sus eficaces trabajos militares, comienza a generar y desarrollar su ascendiente popular y su personalidad de caudillo.

Desde este primer paso, revela ya el plan de defensa que luego habría de salvar la revolución: emplear contra el enemigo que amenazaba descolgarse con poderosas tropas desde el Potosí, los recursos estratégicos y tácticos que su ingenio militar va pergeñando, en feliz combinación con  la naturaleza de aquellos parajes que él tan bien conoce, desde Tucumán hasta el Alto Perú, atravesando montes, sierras, montañas, quebradas, torrentes,  espacios como preparados a propósito para las sorpresas y ataques repentinos, destinados con el tiempo a infundir pavor en los guerreros más experimentados, pero habituados a enfrentamientos de ejércitos de línea. Todos estos accidentes, que él tan bien conoce, son por cierto también conocidos por los habitantes del país,, que saben de memoria los pasos precisos, sus ventajas e inconvenientes, las sendas que unen sus diversos extremos en todas direcciones. Desde allí, Güemes fue concibiendo la Guerra de recursos y la Guerra de guerrillas que será la que a la postre, y contradiciendo las posturas de muchos jefes y oficiales del Ejército Auxiliar que se estaba formando, las que salvarán a la revolución.  Aunó así su sólida formación militar, con la singularidad  que su inteligencia y el conocimiento de la zona y de su gente, le permitieron. En esa guerra, Güemes demostrará ser un consumado maestro, superando notables antecedentes militares y populares de otros lugares y tiempos, como el de los ingleses conducidos por Robin Hood frente a la invasión normanda, o el Empecinado, Juan Martín Diez, durante la insurrección española.

En esta concepción militar, en el genio organizador de las fuerzas, en la intuición original que guió siempre su accionar, en el amor real y no actuado por su gente y el profundo conocimiento de ellos, como en el amor que su gente fue sintiendo por él, tanto como en la política admirablemente sabia que supo desarrollar después durante su gobierno, el caudillo de Salta se presenta más grande que aquellos sajones, que aquellos españoles, y más que sus compañeros de gloria y sus subalternos en las armas. Conocimiento y convencimiento este, que le valdrían no pocos enfrentamientos en el futuro próximo con los jefes que no comprendían ni compartían tal convencimiento  ni conocimiento.  Él sabe desde el primer momento, que en esta región del mundo la guerra no tiene que librarse en campo abierto, a la descubierta, sino que tiene que ser una guerra de recursos, al propio tiempo que de acciones realizadas con tanta rapidez como audacia.

La primera formación que para la lucha que se avecina  organiza Güemes, es la Partida de Observación, llamada Escuadrón de los Salteños.

Establece como ya fue dicho su cuartel central en la villa de Humahuaca, convirtiéndola con el apoyo de sus pobladores y líderes políticos y religiosos locales, en un centro de operaciones de vigilancia, opción claramente estratégica, pues era como una especie de capital de todas aquellos poblados sembrados a lo largo de la quebrada de Humahuaca, (León, Tumbaya, Purmamarca, Incahuasi, Maimará, San Pedrito, Tilcara, Huacalera, Uquía , Tres cruces por el sur; y Negra muerta, Abra Pampa, Puesto del Marqués, Yavi por el norte), conocidos hasta entonces como jalones comerciales en el largo camino del Perú, poblados que se unen por uno y otro rumbo al cuartel de Humahuaca, formando una escala prolongada de defensa, de apoyo y de recursos de todo género.

La Partida de Observación comandada por Güemes, está integrada por gauchos salteños y pobladores de la Quebrada de Humahuaca, de quienes se vale para tener la frontera norte invadida de espías, de partidas volantes que se movilizan sin que el enemigo pueda ubicarlas.
Apareciendo y desapareciendo por entre los valles y las cumbres de la Quebrada, los efectivos de la Partida de Observación son como centinelas fantasmas, que están en todas partes y en ninguna, que de pronto se reúnen para cubrir determinado paso del camino, y se esfuman un momento después, como si en lugar de hombres fuesen sombras, o simplemente nubes.

Gracias a estas observaciones, pudo conocerse el poder de reacción realista del Alto Perú, y evitar una conjunción con la de Córdoba,  evitando así que pereciera la libertad en su cuna.

Por comunicación al doctor Feliciano Chiclana, se puede inferir que Güemes, como Jefe de la Partida de Observación, desempeña hasta cierto punto la función de jefe organizador  de la vanguardia del Ejército Patriota que se encuentra en marcha hacia el Alto Perú. En ese informe, Güemes habla de las tropas que “van llegando de la Capital”.

Los dos bandos en pugna, los realistas que mantienen el dominio del Alto Perú después de haber reprimido sangrientamente la rebelión un año antes, y los revolucionarios de mayo, se movilizan hacia la Quebrada de Humahuaca, porque se trata de un punto clave, único para las comunicaciones entre los dos virreinatos con que contara España en el sur del continente americano. 

Todos comprenden el valor de este especie de tajo abierto en la montaña, fácil de cubrir, de defender, de fortificar, pero difícil de ser franqueado, si lo ocupa un enemigo poderoso.  Todos comprenden, pero nadie actúa con tanta rapidez como Güemes, que se anticipa a los hechos avanzando para enfrentarse con los poderosos realistas, sin más que un puñado de gauchos, en su mayoría de condición humilde.

Aparte del fundamental apoyo del cura Alberro y el alcalde Pastor, la relación más importante con miras al objetivo patrio fue la que se dio entre Martín Güemes y su primo Fernández Campero, marqués de Yavi y de Tojo, que en un principio dudaba entre seguir fiel a Fernando VII o pasarse a las filas patriotas. Desde los primeros días, Güemes recibió ayuda de su pariente, brindando generosamente primero sus cuantiosos bienes, y pasándose después personalmente a la lucha, al frente de su peonada, convirtiéndose en una pieza fundamental para el engranaje de la avanzada hacia el Alto Perú.

Entre tanto, el Ejército Patriota que avanza desde Buenos Aires llega a Salta, bajo el mando del general Antonio González Balcarce, quien tiene órdenes de la primera Junta de continuar hasta las provincias del Alto Perú.

Debe aclararse que este ejército expedicionario, no era lo que hoy entendemos por un ejército de línea. Formado de la Guardia Cívica de Buenos Aires y de los otros contingentes enviados por las provincias cuando ocurrían las invasiones inglesas, apenas había podido alcanzar una muy deficiente instrucción militar, y la oficialidad que lo dirigía, desde los oficiales generales hasta los subalternos más inferiores, pecaban de los mismos defectos. Y muchos eran militares improvisados, poco conocedores de la ciencia y del arte de la guerra. Belgrano, Martín Rodríguez o French, entre ellos. Las tropas y sus jefes, llenos de valor y de entusiasmo, carecían de disciplina propiamente militar. Y si bien González Balcarce era militar de carrera, todos los datos concuerdan en que no era un militar sapiente.

Desde que partió de Bs. As. en su marcha al norte, el ejército va recibiendo los votos de los pueblos por los que transita. Pero de Córdoba en adelante, el entusiasmo popular es vivísimo e intenso. Particularmente en Santiago y más aún en Salta. Chiclana da referencias del aporte monetario y en caballadas y peonada que se unían al ejército.

Balcarce, llegado a Salta, le encomienda a Güemes ocupar con su Partida de Observación la población de Tarija, lo que hace sin resistencia alguna porque aquel pueblo abrigaba los mismos sentimientos de independencia que sus hermanos.

Allí forma una división de voluntarios tarijeños, organizando además el Ejército de los Vallistos.

A fines de 1810, los informes de Güemes a Pueyrredón desde la Quebrada de Humahuaca lo muestran animoso y desbordando seguridad en sí mismo, características que lo acompañarán toda su vida, aún en las circunstancias más dramáticas. En un parte dirá  “Hemos formado una fuerza respetable frente a las tropas forzadas y mal contentas del Perú”.

Era tal la actividad desplegada por  Güemes, que Pueyrredón le escribe a Chiclana el 13 de setiembre: “El teniente Güemes es oficial infatigable y creo que no sería fuera del caso estimularlo a mayores empresas concediéndole el grado de capitán”. El 30 de setiembre, efectivamente, Güemes fue ascendido a capitán. 

El Romance VII, Suipacha, refiere el primer triunfo de las armas patrias frente a las fuerzas realistas (7 de noviembre de 1810), donde Güemes y sus gauchos tienen un papel fundamental. En el poema de Luzzatto, casi puede visualizarse la batalla. Hoy, año a año, se escucha este poema al recordar in situ la batalla en cada aniversario.

Fue un gran triunfo luego del cual los enemigos, con el general Nieto a la cabeza, huyen precipitadamente para no parar hasta llegar al Perú. En el campo de batalla dejaron abandonados casi todos sus cañones, 2000 cartuchos, 70.000 tiros de fusil, el dinero que el mariscal Nieto había mandado retirar de Potosí, la bandera de La Plata (tomada por los hermanos Gallardo, oriundos de Salta) y 150 prisioneros. Como consecuencia de este triunfo todos los pueblos del Alto Perú y las cuatro intendencias al sur del Río Desaguadero, se pronunciaron por la revolución. 

Pero allí comenzarán las desinteligencias y desavenencias, que de una y otra forma pondrán tantas trabas al triunfo de la revolución, jalonando de dificultades la empecinada lucha de Güemes. El héroe protestará por la “criminalísima demora” en que se cae después del triunfo en Suipacha, que permitirá a Goyeneche reforzar su vencido y deshilachado ejército “con siete mil combatientes”, según comentará el mismo Güemes en un oficio al Director Supremo Álvarez Thomas en octubre de 1815. Producto de estas desavenencias, Güemes es desvinculado del Ejército patrio el 8 de enero de 1811. El descalabro que preveía Güemes por esta “criminalísima demora” llegó el 20 de junio de 1811, con el desastre de Huaqui, donde se perdió casi todo lo logrado en Suipacha. La guerra, que hasta entonces era ofensiva, se tornó defensiva.

Güemes es nuevamente convocado por la Junta grande para auxiliar a los restos del ejército derrotado y atajar a los desertores en la Quebrada de Humahuaca. Allí, al enterarse de que su amigo Juan Martín de Pueyrredón, a quien no veía desde 1807, huía llevando el tesoro del Potosí para ponerlo a salvo de los realistas, marcha a encontrarlo en Tarija, atravesando desiertos y selvas, con el fin de protegerlo. Pueyrredón nunca olvidó ese gesto audaz y desinteresado, y cuando por pedido de la Junta pasó a hacerse cargo del Ejército Auxiliar del Norte, en octubre de 1811, nombró a Güemes segundo jefe de la vanguardia, comandada por Eustaquio Díaz Vélez. Pero Belgrano, que reemplazará a Pueyrredón a fines de marzo de 1812, dejándose llenar la cabeza (como él mismo reconocerá tiempo después) por vaya a saber qué comentarios, sancionará a Güemes en noviembre de 1812, por los amoríos que el joven oficial mantenía con la señora Juana Iguanzo. De esto trata el Romance VI: La Iguanzo. El fino poema de Luzzatto, (que da cuenta tanto de la relación entre el joven oficial y la joven esposa de otro oficial, como de lo absurdo de su sanción) logra poner un suave bálsamo poético para amortiguar los grandes acontecimientos militares de Güemes que resuenan en los Romances V y VII.

Pero los hechos en sí no fueron precisamente suave bálsamo.

Güemes y otros oficiales, habían sido enviados a Santiago del Estero para procurar  caballada y reclutas para sumar a la lucha. Envía la caballada y las provisiones obtenidas a Tucumán en lugar de Córdoba, al ser avisados de que han decidido enfrentar al enemigo, sin obedecer la orden del Gobierno Central de retroceder hasta Córdoba. Güemes se apresta a volver al teatro de operaciones, donde seguramente, por su conocimiento del terreno, su experiencia anterior, y su concepción militar que ya ha comenzado a desarrollarse, hubiera sido de fundamental importancia, cuando sin darle explicación alguna ni tener posibilidad de defensa, recibe la orden perentoria de Belgrano de trasladarse castigado y confinado a Buenos Aires, el 10 de noviembre de 1812.

Güemes fue cabeza de turco de las luchas intestinas que dos facciones patriotas tenían en Santiago del Estero, y una de ellas, con llegada a Belgrano, llenan de infundios referidos al salteño la cabeza del general, llevándolo a tomar medidas sin mayores fundamentos y  sin dar conocimiento previo al inculpado ni oportunidad de defenderse  y sin la debida sustanciación del caso: le ordenó que partiera inmediatamente para Buenos Aires a presentarse al Superior Gobierno, ante quien justificó su medida con el citado oficio del 10 de noviembre de 1812:

“Habiéndome informado el alcalde de la ciudad de Santiago don Germán Lugones de la escandalosa conducta del teniente coronel graduado don Martín Güemes, con doña Juana Iguanzo, esposa de don Sebastián Mella, teniente de dragones en el ejército de mi mando, por vivir ambos en aquella ciudad aposentados en una sola mansión,  habiendo adquirido noticias que este oficial, ha escandalizado públicamente mucho antes de ahora con esta mujer en la ciudad de Jujuy (…) he tomado la resolución de mandarle a Güemes, como lo hago con esta fecha, que dentro de veinticuatro horas de recibida mi orden se ponga en camino para esa ciudad en donde se deberá presentar a vuestra excelencia por convenir así al servicio de la patria; y al teniente gobernador de Santiago le oficio previniéndole, que le haga saber a doña Juana Iguanzo, que dentro de tres días (…) salga para esta ciudad a unirse con su esposo (…) Espero que vuestra excelencia se dignará aprobar estas medidas en que sólo he tenido por objeto la conservación del orden, el respeto a la religión, y el crédito de nuestra causa, que ha padecido sobremanera por la tolerancia de algunos jefes y magistrados en la conmiseración de esta clase de delitos”.

Esa decisión lleva a apartar de la lucha patria a Güemes, no participando de la batalla de Salta (que de cualquier modo fue victoriosa), pero especialmente privando a la patria del más avezado guerrero y estratega para continuar los avances exitosamente ya en territorio altoperuano, pues hemos dicho que si había alguien que conocía la zona y las tácticas y estrategias a emplear, era el joven militar y futuro caudillo salteño. De allí vinieron los desastres de Vilcapugio y Ayohuma.

Pero como no hay mal que por bien no venga, esa obligada estadía en Bs. As. que Güemes resistió y cuestionó por las vías correspondientes, le permitió sin embargo trabar contacto con San Martín y adentrarse en el pensamiento sanmartiniano. Si bien no hay pruebas documentales que confirmen esto, dos cuestiones hacen prácticamente segura esta inferencia: 1) Güemes era familia, por rama paterna, de los Escalada, familia con la que San Martín habría de intimar hasta llegar a casarse con la joven Remeditos, de 15 años. Y 2) cuando en 1814 nombran a San Martín para secundar a Belgrano en la reorganización del derrotado Ejército del Norte,  el padre de la patria pedirá explícitamente que autoricen al joven militar salteño a sumarse a sus huestes. Y a partir de allí Güemes jugará un papel fundamental para rechazar y vencer la - hasta ese momento - victoriosa invasión de las fuerzas realistas comandadas por Pezuela.

 

 

 

 

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