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Biblioteca Atilio Cornejo

Dn. Guillermo Usandivaras

Hasta no hace mucho tiempo don Guillermo Usandivaras, mostraba su silueta de preocupado andar por las aceras de Salta. Eternamente distraído, con sus pequeños ojos entornados, deambulaba pensado seguramente en la combinación de colores que había de utilizar en su próximo cuadro o recordando años ya idos, donde vagaba la fígura de quienes fueron sus amigos.

Don "Guillo", como le llamaban últimamente sus numerosas amistades, fue pintor de nacimiento nació con ese raro don que suele otorgar la naturaleza a unos pocos, que con asombrosa soltura interpretan y estampan formas y colores de todo lo que les rodea. Su carácter era bondadoso, y su espíritu ingenuo como el de un adolescente. Seguramente debíase a que la mayor parte de sus horas, su mente estaba ocupada de sus anhelos artísticos, de su pintura.

Vivía como un auténtico bohemio solitario y en alguna buhardilla o vieja casona, rodeado de su paleta, pinceles, telas y pomos de pintura. Gustaba juntarse con amigos más jóvenes que él, y muchas veces, dando interminables vueltas en torno de la plaza 9 de Julio, exponía con una vehemencia extraña en su carácter, sus puntos de vista sobre estética, la moral y otras disciplinas. También hacía evocaciones de personajes y amigos que ya no estaban presentes. Sus ocurrencias y relatos, solían arrancar francas carcajadas a sus contertulios, sin que él nunca se inmutara, ni siquiera indagara sobre la causa de tanta hilaridad.

Una noche, durante uno de esos interminables paseos de ronda, relató pasajes de la vida de un juez que había estado en Salta a donde había llegado desde la provincia de Entre Ríos. Habló de la rectitud y honestidad de procedimientos del para entonces desaparecido magistrado. Finalmente contó que en forma casual, encontrándose en Buenos Aires, leyó que el juez de su relato había fallecido, y que esa mañana sería el sepelio. Asistió al triste acto que contó con muy escasa concurrencia, viendo como colocaban el féretro en una covacha, retirándose todos los asistentes. Remató el relato diciendo: " Entonces pensé... ¡he ahí una vida encajonada!". Posiblemente fuera uno de los pocos artistas que subvenía a sus necesidades con la venta de sus cuadros. Un día confesó que se inclinaba por las figuras de apreciables dimensión, porque había comenzado a perder la vista.

Sus amigos hacíanle blanco de innumerables cuentos en los que lo hacían aparecer como protagonista. Sonriendo atendí con verdadero interés estos cuentos, disfrutando del ingenio humorístico de sus amigos. Reía francamente cuando culminaba el relato y entre risas felicitaba indirectamente al autor del mismo. Como anécdota protagonizada por don Guillo, uno de sus ocurrentes amigos, contaba una peripecia que había sufrido a causa de los vaivenes de la política que se registraron en su tiempo.

Resulta que la legislatura convocó a los pintores para que pintaran un cuadro del entonces presidente Perón. Don Guillo resultó triunfador, con un magnifico retrato de regulares dimensiones, donde lucía la efigie del presidente ataviado con su uniforme de gala. La excelente realización de la obra movió a numerosas entidades políticas seguidoras del presidente, a solicitarle copias de este cuadro. Como los pedidos arreciaban, don Guillo decidió pintarlos en serie. Hizo varios, y pensaba entregarlos a todos más o menos en el mismo día. Pero hete aquí que estalló la revolución de septiembre de 1955, y las perspectivas de venta de los cuadros se esfumaron de la noche a la mañana.

Don Guillo había invertido sus pocos pesos en telas y pinturas para ejecutar este trabajo. Pero la solución vino pronto - según afirmaba el autor de la anécdota - al hacerse un llamado para la entrega de cuadros sobre el general Güemes. Rápidamente en un intenso trabajo nocturno, don Guillo cambió el uniforme presidencial por atuendo gaucho y cubrió el rostro con una florida barba negra. Así - terminaba el cuento - metamorfoseó al depuesto presidente transformándolo en el aguerrido rostro de don Martín Miguel. Así, dentro de ese ambiente vivió toda su vida en Salta, rodeado del cariñoso afecto de sus numerosos amigos que siempre lo acompañaron.

Una cruel enfermedad lo postró, anciano ya, y expiró llevándose en sus púpilas el paisaje que siempre admiraba y que lo retuvo toda su vida en el ámbito incomparable de su Valle de Lerma.

FUENTE: Crónica del Noa. Salta, 24 - 11 - 1981

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