Personalidades del Norte Argentino

Yolanda Pérez de Carenzo (La Niña Yolanda)

a Niña Yolanda de la Zamba, hija del comandante Pedro José Pérez, dos veces gobernador de Jujuy, y de María Teresa Torres Portillo, una boliviana descendiente de los virreyes de Perú, Yolanda recibió en su casa ancestral —la misma en la que se gestó el Exodo Jujeño y en la que se firmó la paz de la Guerra del Chaco— todos los gestos necesarios para convertirse en una previsible y reaccionaria niña de la alta sociedad del noroeste. Y, sin embargo, ella eligió otro camino. Una ruta propia por la cual transitar.

Gordita y de baja estatura, indiferente a la coquetería, siempre risueña y bohemia, estudió música como tantas chicas de su San Salvador de Jujuy, donde nació casi con el siglo XX, un caluroso y seco 16 de febrero de 1902.

Fue maestra en la Escuela Belgrano de la capital provincial, compartió con otras mujeres una especie de avanzada feminista jujeña que se reunía en el Club Social y fue una amiga entrañable. Una de sus hermanas del alma fue la señora Cachorro Alvarez Soto, quien a fines de los 40 cayó rendida a los pies del músico Héctor Roberto Chavero, conocido como Atahualpa Yupanqui.

Niña Yolanda en su casa la Lozano (de vestido a lunares) al cumplir 50 años, flanqueada por su esposo -Dr. Carenzo- y Ariel Ramirez; en ocasión que el Cuchi Leguizamón Y Manuel Castilla, le regalan “Zamba de Lozano”. El pibe con sombrero es Gustavo Leguizamón.

La niña había trascendido apenas cuando, en el 36, ofreció una serie de conciertos. Primero, por Radio Municipal de Buenos Aires —donde se hizo amiga del famoso compositor Carlos Guastavino, autor musical de "Se equivocó la paloma" — y después en Salta, Tucumán, San Juan y Mendoza. Amaba desde siempre la música folclórica, pero también a Beethoven, Chopin y Paderewski y su piano fue un regalo de Alberto Williams.

Prefería eso que ahora se llama bajo perfil y que en sus tiempos se conocía sencillamente como modestia. A los lugareños  los consideraba sus hermanos. Hacía culto de la libertad. Con ellos compartía desde el respeto por la Pachamama hasta la sensibilidad por el charango y la quena.

El viajero que remontaba para Humahuaca no podía dejar de pasar por su casa, ubicada en Lozano, primera posta de este paisaje quebradeño, imponente y multicolor, que se avista desde la galería hogareña en la que se sentaba a tomar mate, recitar y cantar con amigos y familia. Así lo hicieron los premios Nobel y chilenos Pablo Neruda y Gabriela Mistral, Julio de Caro, el autor de la Canción con todos, Armando Tejada Gómez, el Cuchi Leguizamón, el excepcional pianista de jazz que fue Enrique Mono Villegas, Ariel Ramorez, Jaime Dávalos, Conrado Nalé Roxlo y una muchacha tucumanita a la que llamaban Mecha y que después se convertiría en figura internacional: la Negra Sosa. Con el tiempo, la finca de Lozano dejó de ser lugar de paso para convertirse en destino.

Cantaron con esta mujer de personalidad magnética —y comieron sus locros y empanadas— Jorge Cafrune, los Quilla Huasi, Eduardo Lagos, El Chúcaro y Norma Viola, Rolando Chivo Valladares, el legendario Agustín Lara y el tropical trío Los Panchos y Pedro Vargas. Pero también, Claudio Arrau, Narciso Yepes, el pianista alemán Detlef Kraus y Antonio de Raco. La condición para compartir sus veladas era levantar la guardia contra la soberbia intelectual y evitar de todas formas el aburrimiento. "Más vale un pobre yo que un gran remedo", dicen que repetía. Cuentan los que la escucharon que la Niña tocaba bastante bien los teclados y que para componer —una obra básicamente folclórica y casi desconocida, que Guastavino consideró"exquisita"— prefería la música pentatónica, esa cuyos acordes remiten a los sonidos de la montaña.

Era la gran anfitriona de las fiestas veraniegas de su finca de Lozano. Fue una de las primeras mujeres que manejó un automóvil y fumó cigarrillos públicamente en su provincia. "Y era extraordinariamente tierna", asegura su hijo.

Hay una anécdota que revela lo poco que le importaba el qué dirán. "Mi gorda", le dijo su esposo en una fiesta en la residencia del gobernador, su padre. "Tengo ganas de sentir un tango", escucharon horrorizadas las damas presentes. Y, decidida, bajo la mirada amorosa del capitán Pérez, Yolanda se sentó frente al piano y tocó, un tango de su propia cosecha en el que ironizaba sobre los personajes de la política.

Murió en Córdoba a los 66 años, mientras visitaba a su amigo, el padre jesuita Osvaldo Pol.

 

ZAMBA DE LOZANO

Música: Gustavo Leguizamón
Letra: Manuel Castilla

Canta: Melania Pérez

Cielo arriba de Jujuy
camino a la puna me voy a cantar
flores de los torales
bailan las cholitas el carnaval

En los ojos de las llamas
se mira solita la luna de sal
y están los remolinos
en los arenales dele bailar

Ramito de albahaca
niña Yolanda donde estará
atrás se quedó alumbrando
su claridad
flores de los tolares
bailan las cholitas el carnaval.

Jujeñita quien te vio
en la puna triste te vuelve a querer
mi pena se va al aire
y en el aire llora su parecer.

Me voy yendo volveré
los tolares solos se han vuelto a quedar
se quemará en tus ojos
zamba enamorada del carnaval.

Ramito de albahaca
niña Yolanda donde estará
atrás se quedó alumbrando

su claridad
vuelvo a las abajeñas
ya mi caballito no puede más.

 

"Zamba de Lozano"

 

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