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Historia de Salta

La Expedición Wilkinson de 1905

Por Roberto G. Vitry

¡Son cristianos...! Por un instante el terror cedió dando paso a una tenue aunque alentadora luz de esperanza. Ese sábado 11 de noviembre de 1905 marcaba el octavo día de padecimiento, angustia y terror vivido por cuatro hombres perseguidos y acosados por la indiada del célebre y temible cacique toba Matoli en ambas márgenes del caudaloso río Bermejo. Una historia excitante y casi centenaria, que se denominó "Expedición Wilkinson", pero poco conocida en sus detalles.

Contrariamente a lo que se puede suponer la "Expedición Wilkinson" no era un raid fluvial, científico o deportivo. Las aguas del Bermejo cruzaban, eso sí, las tierras por mensurar y que se recostaban sobre el estero "Zorro Bayo". El campo, propiedad de Benito Villanueva, iba a ser vendido al empresario Ramón Santamarina, de Tandil (Buenos Aires). A don Roberto Wilkinson, cuñado de Santamarina, le fue encomendada la misión de conocer la zona y efectuar la mensura de la misma, tarea que corrió por cuenta del ingeniero Vicente Arquati -un italiano radicado en Salta donde contrajo matrimonio con doña Delia Mors para dejar su descendencia entre nosotros- además auxiliar, encargado de la marcha y la parte científica.

Tras la compra de 54 mulas, un carro y diez aparejos, la expedición tomó forma en la casa de don Francisco Javier Ortiz, en calle España al lado de la Catedral, con salida a Belgrano.

Finalmente, el grupo partió hacia Rivadavia el lunes 18 de setiembre de 1905 y llevaba al alférez Santiago Laudien y soldados del C.5 de Salta como escoltas. Roberto Wilkinson cuenta en su diario: "El reconocimiento del campo, ubicado a ambas márgenes del Bermejo, fue cruzado varias veces con la ayuda de los caciques Matoli (toba) y Teodoro (mataco). Con ambos caciques mantuve la mejor armonía, habiéndoles regalado abundantemente con todos los enseres y baratijas que traía para ese objeto. La operación de revisar el campo la hacíamos con el señor Arquati, desligados del grueso de la expedición y acompañados por dos soldados, dos peones y los caciques matacos Francisco y Sargento. Una vez terminada la inspección, era necesario buscar el medio de transporte más inmediato para sacar la producción de esa zona. Coincidimos con el Sr. Arquati en hacerlo por el Bermejo y su continuación en el Teuco, hasta el punto sobre el río Paraguay, denominado Puerto Bermejo. En consecuencia, decidimos hacer un estudio de dichos ríos, buscando su posible navegación...".

Esta decisión determinaría el ingreso al infierno. El mismo día (jueves 26/10) acamparon en la rivera Sur.... El viernes 27 se inició el viaje y luego de navegar seis millas se ordenó a los tres soldados que seguían a caballo, regresar al campamento.... Los días se sucedieron sin novedad hasta que el sábado 04 de noviembre, a las 13, nos salieron los indios al encuentro en la segunda vuelta del río y uno bajó para pedirnos el nombre del patrón. En esa operación la balsa quedó atravesada con la proa mirando hacia la barranca de enfrente y la popa, a 12 metros de la ocupada por los indios. Fue en ese instante en que nos sorprendieron dos tiros simultáneos e inmediatamente un tiroteo nutrido que parecía de entre los árboles... en los dos primeros quedó herido el señor Arquati... el peligro que corríamos en una pequeña balsa y sobre la que los indios descargaban una verdadera lluvia de balas, tirando a mansalva (puede decirse fusilándonos)... obraron en nuestro ánimo como un relámpago e inicié el fuego con mi winchester, seguido por el soldado Ferreyra y el capataz Barros... el tiroteo cesó un momento y se oyeron murmullos de pánico, por lo que supusimos haberle causado bajas de importancia".

El escape de aquel infierno dramático, "... tratando de salvar lo poco que habían logrado rescatar, mojándose mientras caminaron perdidos por las sendas y a medida que avanzaron los días, crecieron las penurias. El fuego de la noche se encargó de achicharrar las botas, al caer todos profundamente dormidos por el cansancio. Navegaron el río mientras pudieron e hicieron contactos con los indios, pero prefirieron internarse en los montes, marchado de noche también... entretenemos el hambre contándonos cuentos y hasta nos reímos de nuestras tristes figuras, todos harapientos y casi descalzos, mortificados por las espinas, los zancudos, el calor, las continuas mojaduras y la extrema debilidad... Encontramos dos lachiguanas que estaban ya con gusanos y las comimos sin preámbulos. El capataz mató una iguana, hicimos fuego y las comimos a medio asar y con parte del cuero.

El día sábado 11 de noviembre emprendimos la marcha a las 5.15. A poco de andar hice un tiro a una charata sin dar en el blanco y no pasaron dos minutos cuando sentimos un tiro al SE. La alarma que nos produjo fue muy grande, pues si teníamos a los indios en nuestra banda, estábamos perdidos. Preparamos nuestros revólveres y continuamos la marcha, pues ya una vez descubiertos, no teníamos más remedio que esperar el ataque. Un nuevo tiro más cercano nos detuvo a formar combate y continuamos caminando resueltos a no entregarnos vivos... A las 7.20 sonaron varios tiros y escalamos la barranca; nos guarecimos los cuatro agrupados en espera de los acontecimientos... levanté mi revólver e hice un tiro al aire. En seguida oímos un grito prolongado a corta distancia, como a dos cuadras, y ante la sospecha de que sean indios, pero ya decididos a todo, contesté el grito con un alarido.

Sentimos ruidos de ramas y una voz que decía: ¡ahí va el overo!...¡Son cristianos! Y avanzando distinguimos a tres jinetes y cual no sería nuestra sorpresa e intensa alegría al reconocer a tres de nuestros solados: López, Palacios y Vera. ¡Jamás olvidaremos aquella escena!, los soldados se largaron de las mulas y corrieron hacia nosotros, abrazándonos llenos de emoción. Aquellos rostros ennegrecidos y bronceados por el sol eran surcados por lágrimas".

La presunción del alférez Laudien

El alférez Laudien regresaba por el estero "Zorro Bayo" a la misión franciscana Nueva Pompeya, para seguir a Rivadavia y Salta, pero al pasar por las tolderías de Matoli, éste había ordenado quemarlas. Inmediatamente Laudien y el sargento comprendieron todo y emprendieron viaje a Presidencia Roca, donde les informaron "que los expedicionarios probablemente habían caído en el corazón del desierto y en el foco de las indiadas tobas con los caciques más temidos al frente: Matoli, Caballero y Flacolqui". La expedición Wilkinson es una historia salteña alucinante, una aventura espectacular y también casi centenaria muestra de solidaridad humana.

El Tribuno 24-09-2000

 

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