a Sorpresa de Tambo Nuevo, conocida como Hazaña de los Tres Sargentos fue una exitosa acción de caballería llevada a cabo por una partida de Dragones del Ejército del Norte entre el 23 y el 25 de octubre de 1813, en el final de la Segunda expedición auxiliadora al Alto Perú durante la Guerra de Independencia de la Argentina.
Los jinetes incursionaron en primer lugar el cuartel general del coronel realista Saturnino Castro en Yocalla, para luego atacar el puesto avanzado de Tambo Nuevo.
El General Lamadrid habla de ellos en sus Memorias; en Hurlingham tres calles recuerdan sus nombres; en la provincia de Buenos Aires un pueblo se llama Tres Sargentos en su homenaje; en la ciudad de Buenos Aires un paseo peatonal los menciona; en Tucumán un hotel se llama Tres Sargentos y en la ciudad de Córdoba, no hace mucho tiempo, en el barrio Urca, entre las calles Costanera y Tedin, se autorizó que una plaza los recuerde para siempre, tardío pero merecido homenaje porque dos de los muchachos que participaron en la gesta de Tambo Nuevo eran cordobeses.
Antecedentes
Después de la derrota del general Manuel Belgrano en Vilcapugio, el 1 de octubre de 1813, el grueso del Ejército del Norte se retiró hacia el este, acampando tras varios días de marchas forzadas en Macha.
Para entonces, es posible evaluar ya las pérdidas: 300 muertos, entre ellos muchos buenos oficiales, más de 400 fusiles y casi todo el parque de artillería, salvándose únicamente 1.000 hombres entre los reunidos en Macha y Potosí, pues los demás se han dispersado. El enemigo, sin embargo, no queda mejor; sus pérdidas no bajan de 200 muertos y 350 heridos, habiendo sufrido una gran dispersión por la persecución patriota a raíz de la huída del centro e izquierda. Esto, unido a la falta de cabalgaduras, induce a Pezuela a no perseguir a los patriotas, manteniéndose inmóvil por algún tiempo.
Una parte del ejército de Belgrano se retiró a la villa de Potosí, bajo el mando del general Eustoquio Díaz Vélez. A mediados de octubre, Potosí se hallaba asediada desde el norte por un escuadrón realista, comandado por el coronel Saturnino Castro, quien se había apoderado del pueblo de Yocalla. El camino entre las fuerzas de Díaz Vélez y las de Belgrano estaba controlado por el enemigo.
La provincia de Chayanta, casi totalmente poblada por indígenas, da pruebas de su patriotismo. Desde todos los puntos de su territorio acuden hombres, mujeres y niños con sus ofrendas, Artículos de guerra, víveres, ganado, cabalgaduras, forrajes, bálsamo y vino para los enfermos, y hasta objetos de lujo para los oficiales; todo es espontáneamente ofrecido por los indios de Chayanta. Belgrano, en recompensa, expide un bando distribuyendo tierras entre los indígenas y perjudicados por la guerra, Gracias a esta cooperación, el ejército puede hacerse de un tren de artillería, aunque de inferior calidad; un parque bien provisto, suficientes caballos para los escuadrones y víveres para más de dos meses.
Reconocimiento de Yocalla
Mientras reorganizaba sus fuerzas en Macha, Belgrano ordenó a sus mejores oficiales diversas tareas de reconocimiento del campamento realista. Uno de ellos, el joven teniente La Madrid, fue elegido para una misión en el cuartel general enemigo en Yocalla.
La Madrid con cuatro hombres llegó a acercarse a unos 400 m del campamento. Allí sorprendieron una patrulla realista, haciéndose de cinco prisioneros, que fueron enviados inmediatamente a Macha. La presencia y posterior retirada de La Madrid no fue advertida por los hombres de Castro. Sin embargo, un grupo de milicianos locales leales a Pezuela hostigaron su paso a través de la quebrada de Tinguipaya, e informaron a Castro acerca de la ruta de los jinetes. []Cuando los cautivos fueron llevados ante Belgrano, éste reconoció a dos de ellos -un cabo y un soldado raso- como parte del ejército realista que al mando de Pío Tristán se había rendido en Salta. Estos hombres habían jurado no volver a tomar sus armas en contra de los ejércitos independentistas. Belgrano ordenó que fueran fusilados inmediatamente por la espalda.
Tambo Nuevo
Los hechos ocurrieron en la madrugada del 24 de octubre de 1813, La Madrid encabezaba su notable partida de cuatro dragones y un guía indígena. Algunos historiadores comparan a los personajes con los tres mosqueteros. Sus espías le han informado que un destacamento de entre cuarenta y cincuenta hombres están acampados a tres o cuatro kilómetros de distancia, protegido por la geografía. Sabía que Castro, cuyos informantes locales lo tenían al tanto de los movimientos de su partida, había dispuesto que una compañía le preparase una emboscada en la posta de Tambo Nuevo, un puerto de montaña ubicado a unos 25 km al norte de Yocalla.
Lamadrid le ordena a Gómez, Albarracín y Salazar que se adelanten e inspeccionen. Los soldados obedecen gustosos. Lo cierto es que los muchachos en lugar de regresar deciden tomar prisioneros a los soldados. Todo debe ser hecho con el mayor sigilo, porque a poca distancia están las tropas enemigas. Gómez y Salazar reducen al centinela. Luego los tres avanzan sobre la choza. Lo que se distingue desde afuera, apenas iluminadas por un candil, son las armas apoyadas casi sobre la puerta. Los muchachos se precipitan sobre la choza, dos toman las armas y el tercero apunta a los godos que cuando terminan de despertarse ya están reducidos.
Tres soldados acaban de tomar prisioneros a catorce. Los desarman y los conducen hasta donde un Lamadrid impaciente los espera. Uno de los prisioneros se arroja sobre el despeñadero y escapa. No lo persiguen pero apresuran el paso. Cuando Lamadrid los ve llegar no puede creer lo que miran sus ojos. Tres mocosos han reducido sin disparar un tiro a una patrulla de trece hombres.
Al amanecer, La Madrid inició el regreso a Macha con los 13 prisioneros y las armas capturadas.
El General Belgrano escucha el relato de Lamadrid y ordena llamar a los soldados. Para ascenderlos a sargentos. La historia ha recuperado el texto: “Para enseñar a los venideros que cuando un ejército está animado de nobles pasiones hasta los simples soldados tienen la inspiración de los héroes”. Luego manda a formar a las tropas y en un improvisado acto los condecora.
No terminan aquí las andanzas de nuestros tres mosqueteros. Dos días después le entregan a Belgrano once mulas. Acaban de robárselas a los españoles. Son animales excelentes. Los muchachos salieron antes de que salga el sol y se metieron en los corrales del enemigo. No estaban jugando. Si los sorprendían los fusilaban. Belgrano los abraza y les regala una onza de oro a cada uno.
Estas incursiones tuvo el efecto inesperado de obligar a los realistas a levantar su asedio a Potosí. Castro, convencido de que su escuadrón estaba siendo acechado por una fuerza combinada de 200 soldados, decidió retirarse a Condo Condo, cuartel general de Pezuela.
Su retirada permitió a las tropas del general Díaz Vélez reunirse con el ejército de Belgrano en Macha. La caballería de La Madrid, una vez despejado el camino de enemigos, alcanzó el sitio donde había tenido lugar la Batalla de Vilcapugio, donde halló los cuerpos sin vida de varios camaradas, a los que dio cristiana sepultura. En ese lugar erigió dos picas, donde clavó las cabezas de los realistas ejecutados por Belgrano. Un cartel fue colocado en las picas con la leyenda por perjuros.
Bibliografía
- Mitre, Bartolomé: Historia de Belgrano. Imprenta de Mayo, Buenos Aires, 1859. V. II.
- Araóz de la Madrid, Gregorio: Obsebvaciones [sic] sobre las Memorias póstumas del brigadier general d. José M. Paz, por G. Araoz de Lamadrid y otros gefes contemporáneos. Imprenta de la Revista, Buenos Aires, 1855.
- García Camba, Andrés: Memorias para la Historia de las armas españolas en el Perú. Sociedad tipográfica de Hortelano y compañía, 1846. V. II.