eyendo a San Juan encontramos este
pensamiento que nos llama a la reflexión. ¿Estamos
cumpliendo con el amor al prójimo o atacándolo permanente
con falacias y preocupados en la vida del mismo –aunque sea
amigo- para resaltar sus traspiés para ridiculizarlo?.
La entrega que habla el apóstol
pareció que se hizo carne en la profesión que abrazó
el doctor Manuel Mauricio Wardbusku Serrey, distinguido médico
y polígloto, quien llegó a Salta traído a la
fuerza por el caudillo catamarqueño Felipe Varela. Serrey
nacido en Memel, actualmente conocida como Kláipeda (ciudad
del oeste de Lituania, es un puerto pesquero a orillas del mar Báltico)
procedía del hogar conformado por el barón Manuel
Wardbusku de Serrey y de doña Berta Esther Rössen. Después
de llegar a la Argentina se radicó en La Rioja donde contrajo
enlace con doña Clarisa Dávila y ya en Salta, por
los motivos ya expuesto, tuvo aquí dos hijos: Conrado, lexicógrafo,
apasionado por el idioma castellano; y Carlos quien llegó
a ocupar una banca en el Congreso Nacional y a destacarse en el
campo de las letras y como jurista.
Manuel Serrey –dominaba el
hebreo, latín, griego, sánscrito, francés,
inglés y castellano- durante la epidemia de cólera
que azotó a la provincia en 1886 trabajó denodadamente
en Metán y Campo Santo donde el flagelo asumió caracteres
más graves.
SERREY Y LA MONTONERA
El doctor Manuel Mauricio Serrey,
surge de la escasa documentación existente, hizo sus estudios
de medicina en la Universidad de Koenigsberg (Prusia) y en Berlín
(Alemania), graduándose en 1848. Por sus ideas republicanas
debió expatriarse en momentos en que se producían
los sucesos revolucionarios en ese mismo año. Llegado a América
se estableció en La Rioja donde practicó el arte de
curar.
Felipe Varela, cuerpeando las tropas
mitristas, se unió con Elizondo –después del
combate de Pozo de Vargas- para esconderse en las alturas de la
chilena Antofagasta (entonces pertenecientes a Bolivia) y desde
allí bajó a Salta donde esperaba proveerse de armas
y alimentos. De paso por La Rioja incorporó a su vanguardia
por la fuerza al médico Serrey.
En aquellos tiempos gobernaba Salta
Sixto Ovejero quien, sabedor que al caudillo catamarqueño
lo perseguía de cerca al coronel Octavio Navarro, no supuso
que la ciudad fuera atacada por los vándalos de Varela. Pero,
sólo cuarenta minutos fue defendida Salta y por espacio de
una hora la ciudad estuvo situada en poder de los montoneros, quienes
prosiguieron viaje a Jujuy.
En esas circunstancias de confusión
sirvió para que Manuel Serrey se agenciara para escapar de
las huestes de Felipe Varela.
EL MEDICO SERREY
establecido ya en esta ciudad se
dedicó a ejercer su profesión especialmente en los
sectores más indigentes, gratuitamente.
En 1886 los soldados del Regimiento
5 de Línea que habían acantonado en Metán,
procedente de Buenos Aires para reemplazar al Regimiento 10, transmitieron
el cólera (mal cuyos indicios se exterioriza con diarrea
y la pérdida de líquidos y sales minerales en las
heces, vómitos, sed intensa, calambres musculares, y en ocasiones,
fallo circulatorio) a una vendedora ambulante. Esta enfermedad se
extendió en toda la provincia. La ciudad capital, Cerrillos,
Chicoana, Rosario de Lerma, La Viña, Guachipas fueron los
lugares más castigados por la enfermedad. Tanto en Metán
como en Campo Santo se ocupó en trabajar Serrey enviado por
el entonces gobernador Martín Gabriel Güemes, nieto
del prócer; mientras que el presidente del Consejo Nacional
de Higiene se fugó a los Valles Calchaquíes.
En la vida de Manuel Serrey no todo
fue color de rosas. No al haber revalidado su título se le
prohibió ejercer la profesión a la que tanto había
dado.
Ocupó cátedras de
lenguas en el Colegio Nacional en mérito al predominio de
diferentes idiomas. A través de la figura del germano Manuel
Mauricio Wardbusku Serrey se tributa un sentido homenaje a todos
aquellos inmigrantes que llegaron a este suelo y con sus esfuerzos
lograron, junto a los criollos, construir la gran nación
argentina y, a las autoridades provinciales y nacionales les recuerdo
aquellas palabras de Nicolás Avellaneda: “Los pueblos
que olvidan de sus tradiciones pierden conciencia del destino. Y
los que se apoyan sobre sus tumbas gloriosas, son los que mejor
preparan el porvenir”.