Los
pueblos que recuerdan a sus héroes, que los cantan con sus
poetas, y que los proyectan al presente y al futuro, tienen un destino
de árbol esplendente, asentado en hondas raíces.
Hoy, que se hace dramáticamente evidente que hemos perdido
el rumbo de grandeza que nos merecemos, es más necesario que
nunca volver nuestra mirada hacia nuestros Padres Fundadores, no para
honrarlos acartonadamente, sino para retomar su ejemplo, sus ideales,
sus sueños, su coraje, sus acciones. Para que retomemos la
posta que nos legaron y que no supimos recoger; para que guíen
nuestros pasos en esta etapa crucial de la patria.
Nuestro héroe, Martín Güemes, luchó aunando
sus esfuerzos a los hombres más preclaros y decididos que la
Patria naciente y en peligro había logrado forjar: San Martín
y Belgrano. Creo que no es extraño que estos grandes entre
los grandes de la Patria, nos hayan dejado uno tras otro en tres fatídicos
años: en 1820 muere Belgrano, pobre y sin reconocimiento. En
1821, muere Martín Güemes, “el único general
que en aquella guerra cae”, producto de un contubernio entre
traidores locales y fuerzas realistas. En 1822, San Martín
deja en manos de Bolívar la tarea final de la liberación
americana, al no poder contar ya con la asistencia fundamental que
Güemes y sus hombres iban a prestar a su tarea libertadora, ni
con el respaldo del gobierno porteño que pretendía sumarlo
a la guerra civil que ya se estaba desarrollando, antes que seguir
aportando para la liberación de América toda del dominio
colonial español.
En esta tarea de reivindicar y difundir la Gesta de Güemes
y el pueblo que lo acompañó, muchos y meritorios trabajos
han sido realizados por historiadores ilustres, algunos de los cuales
son homenajeados en este mismo acto. Pero los pueblos saben más
sobre Aquiles y Ulises por La Ilíada y la Odisea de Homero
que por las crónicas históricas; saben más del
Cid Campeador por el Cantar del Mío Cid que por lo que les
enseñaran en la escuela. Es que el arte, la poesía,
tienen un poder transmisor y potenciador enormemente mayor que cualquier
crónica, porque aúnan al conocimiento histórico
la pasión, la belleza, la emoción que sólo las
Bellas Artes pueden sumar de esa manera.
Y así
como la gesta güemesina está a la altura de las grandes
gestas de la humanidad, el “Güemes” de Julio César
Luzzatto (que yo me he atrevido a rebautizar “Romancero de Güemes”),
está a la altura de los grandes poemarios de la literatura
universal. La exaltación patriótica que despierta su
escucha o lectura, el estado de dicha gozosa que provoca, de corazón
acelerado por la emoción estética, épica, histórica,
contribuye tanto o más a la difusión y empatía
de lo que significó Güemes en los albores de la patria,
que la más brillante página de crónica o interpretación
histórica acerca de su figura.
Y esto al margen de que haya uno que otro hecho puntual que aún
esté sujeto a discusión, por ejemplo, la presunta hemofilia
del General o su participación en la toma de la fragata Justina.
Pues aún si en estos hechos hubiera un error histórico,
el poeta como el pueblo los toman para enaltecer aún más
su figura (“Sólo él ha de ser guerrero / con ese
mal de sus males”). Así como Homero y el pueblo helénico
adjudicaron al baño en aguas mágicas la cuasi invulnerabilidad
de Aquiles.
Nada como el romance “Carga Gaucha en el Río”,
dará cuenta de la confianza en las propias fuerzas que generó
en los criollos la defensa contra las Invasiones Inglesas: “Las
fragatas de Inglaterra / invadieron Buenos Aires / (...) Una flota
de prodigio / está inventando el coraje. / (...) caballos,
caballos criollos / con jinetes por velamen, / se arrojan sobre un
navío / que ha maneado la bajante/ (...) Emponchados con las
olas / allá van al abordaje / jinetes de Pueyrredón
/ con Güemes de Comandante. / (...) Tacuaras de empaque gaucho
/ retan a los rubios sables. / Un lazo busca un cañón
/ para apagarlo en el cauce.” (...). No hay manera más
vibrante que el romance “Suipacha” para dar a conocer
el papel fundamental que tuvieron Güemes y sus gauchos en el
bautismo de la patria: “Se une Güemes a Balcarce / que
viene con sus paisanos. / Son sesenta los norteños / y usan
ponchos colorados. / (...) Los godos bajan del cerro, / con su pabellón
dorado. / La patria recién nacida, / sin bandera está
luchando. / Un azul limpia flamea / en el mástil de un picacho.
/ Ya su bandera es el cielo, / antes de haberlo copiado. / (...) Los
españoles recelan / de esos guardamontes gauchos / de esos
“caballos con alas”/ que serán del mismo diablo.
/ El triunfo fue de los criollos. / ¡Y es claro, si en ese campo
/ se bautizaba a la Patria / que aún no ha cumplido un año!
/ El cerro de Potosí / desde hace siglos cavado /con sus mil
bocas mineras / repite el grito de Mayo.”
La heroicidad de todos los que acompañaron a Güemes,
el carácter de epopeya digna de casi míticas referencias,
queda testimoniado de manera inigualable en el romance “Luis
Burela, un Capitán de Güemes”: “Un mozo el
clarín empina / y al hacerlo tiembla entero / como si a esa
carga de oro / se la tuviera bebiendo. / -¡A la carga mis paisanos!
/ ordena el jefe salteño. / -¿Con qué armas mi
comandante?, / preguntan los guerrilleros. / Y dice don Luis Burela:
/ -¡Con las que les quitaremos!”.
La ética incorruptible de Martín Güemes -¡tan
opuesta a la que hoy impera en la política argentina!- debiera
ser estandarte anatemizador contra los que hacen de su práctica
una fuente de prebendas. En “La Oferta” se narra con lírica
pasión un hecho histórico: cómo intentaron tentar
a Güemes para que abandone la lucha patria ofreciéndole
títulos nobiliarios y oro en abundancia, y la terminante y
dignísima respuesta del gobernador, militar y caudillo salteño.
El golpe de estado con el que un sector de los “señores
poderosos” de Salta trataron de apartar a Güemes de la
lucha libertaria e igualitaria, queda magníficamente registrado
en “La Revuelta. 1821”: “Ya derrocaron a Güemes
/ los señores poderosos. / Esos que acuñan el mundo
/ en el aro de un monóculo. / Los nostálgicos del Rey,
/ que a la Patria niegan su oro, / mientras el pueblo en su sangre
/ da sus únicos ahorros”. / (...) “Por soñar
en esa tierra / un lugar para los criollos, / se desata sobre Güemes
/ el aullido de los lobos.” / Pero también queda el lírico
y resonante testimonio de la restitución por el gauchaje: “Estalla
en un “Viva Güemes”/ el júbilo del recobro.
/ La boca de las quebradas / repite el grito de gozo. / Y Salta tiene
de nuevo / su Gobernador de poncho. / ¡Qué han de poder
los señores / prender a Güemes con criollos!”
La calumnia que los enemigos de Güemes hicieron correr acerca
de la muerte de nuestro héroe por una cuestión de faldas
(y que nuestros jóvenes repiten graciosa e irresponsablemente),
queda definitivamente herida de muerte si somos capaces de transmitir
la grandeza del Romance “Muerte del Héroe”: la
traición de los mismos que catorce días antes intentaron
dar un Golpe de Estado contra Güemes y su contubernio con las
fuerzas realistas, adquieren ribetes poéticos lacerantes e
inconmensurables en este romance.
En fin, insisto: No hay manera más profunda, visceral, conmovedora
de conocer la historia de la gesta güemesina, que esta magnífica
obra de don Julio César Luzzatto.
Y es por eso que considero de toda justicia, el sitial en el que
en este acto se lo coloca.
Julio César Luzzato es uno de los grandes poetas que esta
tierra ha dado al mundo. Pero como sucede en nuestra ingrata patria,
aún no ha sido cabalmente reconocido ni siquiera por los mismos
salteños.
Nació el 9 de agosto de 1915. En 1949 -esto es, a los 34 años-
abandonó definitivamente nuestra tierra, que él tanto
amara y cantara magistralmente. Me dicen que problemas de salud recomendaron
su alejamiento. Yo estoy íntimamente convencido de que fue
más bien nuestra indiferencia lo que la que motivó.
De cualquier manera, siempre estuvo ligado poética y afectivamente
a este suelo de héroes y gente buena y sencilla. A ellos dedicó
su cantar.
Comienza a publicar en los diarios salteños Nueva Época
y El Intransigente en 1932, con tan sólo 17 años. De
esa misma edad es su poema-despedida a otro grande de nuestras letras:
Joaquín Castellanos.
A los 18 años La Nación le publica su “Pastora
de Orosmayo”
Con jóvenes 20 años, obtiene en 1935 el Primer Premio
en los Juegos Florales de la Primavera, actuando como Jurado -entre
otros-, el patriarca de las Letras Salteñas, don Juan Carlos
Dávalos. Su enorme talento para unir la lírica con la
épica ya se encuentra allí: el poema es un homenaje
a la Batalla de Salta, “Las Campanas del 20 de febrero”,
donde alude poéticamente a la grandeza de nuestros héroes,
que supieron fundir en campanas de paz y piedad el metal de los cañones
que rugieron en esa batalla.
En 1937, Luis Gudiño Kramer se entusiasma en una carta espontáneamente
dirigida a nuestro joven poeta, adivinando ya su grande destino: es
que al leer “La apacheta” se regocija tanto, que le escribe
inmediatamente: “sobrio, emotivo y hondo poema de nuestra miseria
y de nuestra sangre. Al leerlo, (...) sentí el sabor de lo
auténtico, y esto es muy importante: hoy en día hay
un exceso de falsificación de motivos folclóricos (...).
Versos como el suyo dignifican nuestra poesía documental, lírica
y costumbrista. (...) Lo supongo a Ud. joven y en el camino de una
fácil ascensión hacia la culminación de sus destinos
literarios.”
En 1938 publica “Letras Minúsculas”. Su mismo
título simboliza -al decir de Jacobo Regen- su orgullosa modestia.
Pues este solo libro bastaría para inscribirlo con letras de
oro en la poesía salteña y argentina. Su aparición
merecerá cálidos elogios en cartas personales de Ricardo
Rojas (“me apresuro a felicitarlo por sus cantos. Hay en ellos
corrección de formas, ritmos fáciles y sentimiento nativo”);
de Rafael Jijena Sánchez (“Alabo en usted la frescura
del agua y la perfección del vaso. Y más aún,
la nobleza y la sobriedad del canto que por momentos me recuerdan
a nuestro grande, querido y llorado Leopoldo Lugones”); de Conrado
Nalé Roxlo (“tenía que decirle el entusiasmo y
la alegría con que leí sus Letras Minúsculas,
pues no es frecuente encontrarse con versos que sean versos y poesía
que sea poesía. (...). ...sus versos, [son] tan llenos de frescura,
de noble amor, siempre bellos y dignos...”); de José
Pedroni: “Poeta: no hay duda alguna / que por la abierta ventana
/ en una noche lejana / te hizo su daño la luna. / He leído
una a una / tus veinte o treinta poesías, / y por orden de
las mías / digo, con la copa alta, / que es Luzzato el Jeremías
/ de los poetas de Salta”, poema del que da fe, graciosamente,
don Juan Carlos Dávalos.
En 1942, recibe en Tucumán la medalla de oro instituida por
la Comisión Nacional de Cultura, por su “Poema a Diego
de Rojas, descubridor del norte Argentino”. Nuevamente, la lírica
y la historia se amalgaman en nuestro poeta.
En 1947 la revista “El Hogar” inaugura una serie titulada
“El Canto de la Tierra Natal” con su poema “Salta”,
que motivara comentarios laudatorios de Ricardo Galassi desde Entre
Ríos (“Desde aquí fatigué mis manos en
el aplauso sincero y emocionado [ante] su hermosa poesía “Salta”,
que gusté espléndidamente”). También de
Julio Chazarreta (“Su maravilloso poema enviado al Hogar, encierra
el presente y el pasado maravilloso de Salta”). Y otros.
En 1949 se traslada a Bs. As., en un ostracismo definitivo, del que
alguna vez dirá “Soy un ser trasplantado, mi raíz
añora el terruño”. Mientras ejerce su oficio de
periodista, participa activamente de la vida literaria en tierras
porteñas.
En mayo de 1954 publica en la revista “El Hogar” el poema
“La Muerte del General Güemes”, que ya preanuncia
la magna obra que vendrá, y donde claramente se muestra el
articulado histórico que preparaba Güemes dentro de la
estrategia sanmartiniana: “Hay prisa en matar a Güemes,
/ que ya con tropas de enlace / irá a unirse en el Perú
/ al Capitán de los Andes”. Ni deja dudas acerca del
carácter de conjura que provoca la muerte del General: “Entra
a Salta el “Barbarucho” / con fuerzas peninsulares, /
tenebrosamente aliadas / a los traidores locales”.
En 1953 publica su segundo libro “Coplas y sonetos”.
Luis Andolfi -años después- no dudó en calificar
a Luzzatto como “uno de los más brillantes sonetistas
argentinos”.
En 1964 recibe un Premio del Fondo Nacional de las Artes por el
libro “Güemes y otros cantares”. Respecto a la obra
que acá largamente hemos parafraseado, dirá Regen “es
la experiencia lírica integral más trascendente que
ha suscitado la figura del gran guerreo de la Independencia. (...)
Es una obra magna a la que difícilmente pueda hallársele
parangón en las letras de Salta y del país.”
En 1984, en una edición de la Dirección General de
Cultura de Salta, con motivo del Cuarto Centenario, y con sendas semblanzas
sobre su grande poesía y su enorme humanidad de Jacobo Regen
y Manuel J. Castilla, se publica su “Obra Poética”
que recoge toda su poesía publicada hasta entonces.
Escribió además dos comedias: “Tolarmuyo”
y “La niña se rebela”; obtuvo en 1957 una mención
especial por su drama “Cuauhtemoc” en el concurso de teatro
organizado por la Municipalidad de Santa Fe, cuyo jurado presidía
Bernardo Canal Feijó. Ha escrito una semblanza biográfica
de don Juan Carlos Dávalos, que nadie aún conoce, y
que seguramente debe estar a la altura de nuestro Padre Narrador.
Fue, además, miembro correspondiente en Buenos Aires del Instituto
Felipe y Santiago de Estudios Históricos de Salta.
La burocracia salteña demoró 10 años en otorgarle
la Pensión al Mérito Artístico, a la que accede
recién poco antes de su muerte, acaecida el 2 de junio de 2000,
a los 85 años de edad. Debiera habérsele otorgado sin
que nuestro noble y grande poeta siquiera lo solicitase. Sus familiares
habían iniciado los trámites el 3 de febrero de 1988.
Otorgada oportunamente, esta pensión hubiera significado el
merecido reconocimiento que tanto se demoró en concedérsele,
y hubiera aliviado económicamente su austera vejez. Espero
que no tardemos otros 10 años en publicar las obras aun inéditas
y en reeditar las éditas de este Padre Poeta nuestro, agotadas
hace tiempo.
Hoy ocupa el sitial que merece. Nuevamente, “Salta rinde homenaje
a Su Héroe y Su Poeta”.