por el Poeta Don Raúl
Aráoz Anzoátegui
"Porque allí crecen los maíces
del alto de un hombre de a caballo:
(Respuesta dada a don Hernando de Lerma por un vecino de Santiago
del Estero.. cuando aquél preparaba su expedición para
fundar un nuevo poblado camino al virreinato de Lima y aún
no se había decidido su emplazamiento).
Dicen
las crónicas que por esos años en que el licenciado
don Hernando de Lerma tenía, ante sí, los rasgos imprecisos
de aquella intrincada región donde era necesario fijar una
población que limitase las distancias al Alto Perú,
muchas opiniones había dispares o convergentes sobre el lugar
de esta aldea española en tierras del indio. Pero casi todas
reconocían con preferencia los valles del calchaquí
por sus mentadas riquezas minerales, o acaso las muy fértiles
planicies del valle de Salta cuyas pasturas permitían mantener
mayor número de caballares y procurar más fácil
sustento a las personas que habitasen la comarca.
Pareciera así que el temperamento aconsejado
en segundo término y sostenido por una hermosa frase -testimonio
que equivalía a sentencia-, hubiese bastado para imponer la
concreción de un acto trascendente. Sobre el interés
material que impulsaba la codicia hispánica, se antepuso por
esta vez al menos, la necesidad real, inmediata, de un contorno geográfico
que además de crear un clima alrededor de cada ser, lo arraigara
profundamente, le diese permanencia.
Y sucedió que las grandes leyes naturales concibieron, en este
valle de Salta (1) donde los maíces están a la altura
de los ojos sin que para ello sea necesario desmontar siquiera, una
raza capaz de hacer las tareas de la guerra conservando esa misma
estatura sobre el lomo de sus caballos. Es típico aquel episodio
recogido mucho más tarde del general Valdés (2) que,
cierto día, al avanzar por territorio salteño frente
a su columna, vio a un niño de cuatro años subir en
pelo a instancias de su madre para salir a escape y dar cuenta de
la presencia del enemigo: ''A este pueblo -exclamó el militar
realista- no lo conquistaremos jamás". Es que de este
modo el gauchaje defendería cada palmo suyo, domado con entereza
o coraje, cayendo de improviso y cerrando la trampa tendida a las
tropas que España mandaba para rescatar sus perdidas colonias.
"Yo reivindico el mote de gaucho -dirá Juan Carlos Dávalos-
para aquel varón ecuestre, ya legendario en la memoria de los
argentinos del litoral, y para su hermano gemelo del norte que es
todavía, en ciertas regiones, una realidad anacrónica,
una supervivencia casi fantástica, un resabio (sic) sorprendente
de nobles cualidades espirituales y físicas", Esta evocación
deja constancia, sin duda, de un conmovido homenaje del poeta preocupado
por entonces en la elaboración de su libro Los Gauchos(3) tomando
como prototipo al hombre de la selva anteña, mientras recibía
en aquel tiempo y escenario al propio Ricardo Güiraldes (4);
pero la visión es incompleta si no se sigue rastreando en sus
páginas para advertir, entre estas dos figuras gauchescas de
tan distinta extracción, relieves diferenciales. Y posiblemente
una de tales características señalada ya con agudeza
por algunos autores, está en el más firme aquerenciamiento
del norteño, en su apego al terruño como si sus raíces
tuvieran que nutrirse de continuo en sus entrañas, a riesgo
de secarse a la intemperie de otros vientos.
El fenómeno permite apreciar la medida del espíritu
salteño, no en lo exterior y circunstanciado -defecto muy común
a todas las provincianías que sobrestiman su localismo-, sino
en relación al arraigo que experimenta en sumo grado.
A imagen del gaucho de su campaña y en contraposición
al personaje desheredado y trashumante de la literatura gauchesca,
también defensor de la justicia, el alejamiento fisico le produce
cierta insatisfacción, y podría agregarse que en este
caso no todas sus facultades funcionan normalmente. Le falta el ámbito
donde desarrollarse.
Su tendencia al retorno es evidente y se da por regla general cuando
el ánimo reclama su lugar, el paraje preciso del cual el destino,
o la fatalidad, no acabará nunca de arrancarlo. No como aquellos
objetos del Louvre que nos revelaba Rilke a través de la visión
rodiniana5, ya sean animales o simples piedras, cuya inmovilidad asumía
todo un mundo de vivencias hasta entonces no visibles, formada por
"innumerables momentos de movimientos" que se equilibraban,
para efectuar el mágico trasplante a aquel recinto que los
contenía ya en una nueva vida inerte, donde debían permanecer
para siempre. Aquí, aunque el proceso produjese signos muy
semejantes, sus últimos efectos son distintos. Pues si bien
nuestro hombre arrastra igualmente consigo como un halo su ambiente,
esa lúcida presencia que no acaba de abandonar su cuerpo comienza
a retrotraerlo luego, no solo en el plano ideal sino en su materia,
a modo de una fuerza centrípeta que lo volviera al centro mismo
de su origen.
Hay diversos lugares del país aún, en que la naturaleza
no ejerce esa atracción, y hasta es posible alguna manera de
desvinculación con lo nativo sin que ello menoscabe el poder
de creación o amortigüe las incitaciones muy directas,
muy poderosas, que hacen del salteño, por contacto -tal vez
por ósmosis-, un tipo definidamente humano.
Nace de tal inserción en su paisaje, su predilección
por el mito y la leyenda. Y lo que en otras partes es postergación
de un estado de cosas, se impregna de una tradición todavía
viviente, en acción, que sobrepasa la envoltura de una época
para aflorar con perfiles propios y actuantes, con un tono diferente.
Las expresiones folklóricas, por ejemplo, adquieren de tal
suerte vigencia verdadera; es decir, no se hallan reservadas como
espectáculo vulgar sino se incorporan a las. sensaciones de
un pueblo que las cultiva y las hace suyas en una permanente actitud
de elaboración referida a la necesidad de transferir sus tradiciones,
sumándose a ellas. Estos procesos de folklorización
que apuntan estudios sistematizados(6) , condicionan la continuidad
de algo que, si entronca con el pasado, no se detiene en su trabajo
evolutivo.
Por eso, es frecuente que religión y mito se fundan hasta inundarse,
mutuamente, como metales derretidos en la misma concavidad terrestre,
resplandecientes bajo un mismo sol meridiano.
En las rituales ceremonias no es extraño ver junto a las imágenes
de la Virgen Patrona o del San Santiago, la ofrenda de las reses de
cabrito cuyos cuartos se disputan de a caballo o a pie, en forcejeos
increíbles, a medida que las costumbres paganas van incendiando
la noche traspasada por una música tristísima (7). Y
sobre este trasfondo un cúmulo de cuentos, leyendas, creencias,
refranes, animan aquel aquelarre que puntualmente, con sólo
cambiantes matices, se repite cuando llega el carnaval con sus cajas
y bombos, y los rostros aún despiertos a la alegría
ya no son rostros, sino que muestran su máscara de piedra.
Detrás de esa corteza se acumulan, sin embargo, las pasiones,
la soledad, y el grito de la sangre que, de a ratos, semeja empozárseles
en el alma.
Hasta las festividades mayores se prolonga el éxtasis, convertido
en el ademán puro de tocar con un pañuelo la herida
del Cristo o en la paciente espera, en el atrio donde se apoyan las
enormes colunmas, para tener el privilegio de l1evar las andas durante
la Procesión del Milagro.
El panorama es por lo demás, en este sentido religioso, característico
de todo el noroeste argentino al cual alcanzaron las últimas
ramificaciones del imperio incaico y afluyeron fuertes correntadas
hispánicas.
Garcilaso en sus Comentarios reales, explica como prendió la
fe de la cristiandad en aquellas inteligencias sin ceder, desde luego,
en lo que hace a ciertas formas atávicas,
y como se efectuó el traspaso que no fue igual entre tales
gentes y los naturales de zonas que escapaban a su influencia.
Después de relatar el historiador de los incas en sus primeros
capítulos los motivos de adoración que las tribus más
primarias del continente habían buscado, exaltando a la
e deidad la aparentemente sobrenatural presencia del mar, de la tierra,
del maíz, de la ballena, de los peces, de las fuentes caudalosas,
nos expone sus impresiones sobre lo que constituye ese período
de asimilación y lo difícil que resultó despejar
de sus mentes el fermento de una idolatría que iba en proporción
directa al alejamiento experimentado, por esos aborígenes,
del punto de mayor concentración cultural de aquella civilización.
Y añade: "Que por experiencia muy clara se ha notado cuánto
más prontos y ágiles estaban para recibir el evangelio
los indios que los reyes Incas sujetaron, gobernaron y enseñaron,
que no las demás naciones comarcanas, donde aún no había
llegado la enseñanza de los Incas; muchas de las cuales se
están hoy tan bárbaras y brutas como antes se estaban
con haber setenta y un años que los españoles entraron
en el Perú" (8.)
La descripción de los modelos humanos cuya variedad puebla
la provincia, no desdibuja la idea de un personaje que resume, más
que ninguno, condiciones que únicamente en él se definen:
el gaucho. Es unánime esta coincidencia de su predominio, y
sirve de base a análisis exhaustivos y más especializados
que el presente. Un mosaico bastante completo traza Ernesto M. Aráoz
en su ensayo titulado Salta en la Caracterología Regional Norteña
(9), delimitando esta figura ya legendaria de otros tipos menores
que conceptúa muy genuinos y también representativos:
el "hombre culto de la ciudad" y el "colla". El
indio, reducido a la zona chaqueña local, tiene a su criterio
más acentuada prevalencia confluyendo al mestizaje sobre todo
en lo que hace al habitante del altiplano influido principalmente
por las razas "quichua y aimara". Resulta interesante su
referencia a lo que califica como "población de aluvión":
"el elemento criollo venido del litoral, los italianos, los españoles
de nuevo cuño, y los sirios, libaneses e hindúes".
Sin embargo, la síntesis concretada por el gaucho aporta relieves
muy personales y acusados.
En cierta manera, da impulso y vitalidad a una nueva progenie radicada,
embrionada, y absolutamente individualizable en un determinado lugar.
Tan fuerte es en ello la acción del medio, que si el colla
ha rebasado las fronteras circunvecinas y sus músicas, sus
canciones, sus instrumentos típicos son exteriorizaciones de
una misma veta que se reproduce por el subsuelo americano, el gaucho
con su baguala (10) Va cavando su propia soledad. En sus tonadas hay
vibraciones íntimas, telúricas, aunque tampoco sean
uniformes, porque sin desvirtuar su unidad retoñan de modo
diferente en cada paisaje salteño, desde las selvas del Pilcomayo
a las altas tierras calchaquíes cercadas de montañas.
Sus faenas de campo, en consecuencia, no son similares en las distintas
zonas y se adaptan a la lucha que debe emprender frente a la naturaleza
para subsistir.
El gaucho montaraz se reconoce en su espesura, en cuyas picadas algún
tigre cebado puede estar a su acecho después de provocar estragos
entre sus ganados, y no es la réplica exacta de aquel otro
que vive en los valles intermedios cultivando la heredad trajinada
y dominada por generaciones, durante siglos.
Ambos tienen, a pesar de todo, mucho en común aunque la vida
haya desarrollado en ellos ciertas habilidades e intuiciones propias
a las necesidades que cada cual debe afrontar de acuerdo al ambiente
en que actúa. Pero el nexo de una misma ascendencia racial
les 'confiere igual autenticidad. Ordenan sus existencias a normas
dictadas por un temperamento férreo, hacen honor a la palabra
empeñada y son compañeros inseparables del caballo que,
en una forma u otra, es el medio que emplean para sus largos viajes
o para aquellas tareas que llevan a efecto cotidianamente. No abandonan
por lo general su predio o, cuando las circunstancias se lo exigen,
jamás olvidan la querencia pues en ella logran la plenitud
de un estilo, el goce total de sus virtudes físicas y mentales.
Sus usos tampoco difieren prácticamente y su destreza no admite
límites si ocasiones al salir a un claro en las corridas del
monte, a veces en las yerras (11) dentro del corral de las fincas
rurales, es preciso pialar (12) un potro o enlazar un toro del testuz.
Aparte de sus bombachas amplias y ceñida chaquetilla, el cuero
entra en la confección de complementos necesarios a la montura
de su animal e indumentaria criolla, como el guardamonte(13), el coleto(14)
y el guardacalzón (15).
Faltaría averiguar, por supuesto, como este gaucho salteño
que de tal modo interpreta su región, ha encajado su idiosincrasia
en los moldes comarcanos mediante ajuste tan perfecto.
Se ha hablado con frecuencia de un mayor caudal español en
su conformación, en cuanto a su mestizaje con el indígena,
y la obra de recopilación y confrontación realizada
por Juan Alfonso Carrizo (16) así parece demostrarlo. La poesía
ibérica - la del romancero, particularmente- ha calado hondas
huellas en su copla popular, y se traduce además el vocabulario
y giros castellanos hasta nuestros días, en su idioma corriente
(17) .
No obstante, sin confundir a este gaucho genérico con el gaucho
patrón en que está impreso a flor de piel el sello español,
conviene no desdeñar signos que subyacen en su interior como
un río de sangre que se manifiesta en profundidad, aunque su
poco contacto con la lengua aborigen y el desconocimiento de una escritura
que aun no se puede afirmar haya existido, impidan una más
expresiva comunicación. De tales fuentes ocultas se patentizan
tendencias fundamentales. Si seguimos los lineamientos dados por Pedro
Henríquez Ureña en la obra ya citada en otro ensayo
nuestro (18), vemos varios aspectos comparables a la organización
que, por su índole, particularizan al gaucho nuestro como ser
social, dócil a cierta natural disciplina impuesta por un deber
de conciencia y porque sabe que ella es el único camino hacia
su pleno y libre albedrío.
El soldado de la conquista, en contraposición, desquició
el orden de cosas que encontró y que era ejemplar en numerosos
campos, como le reconocen los primeros testigos llegados a América,
entre los cuales Cieza de León, comentaba: "No fue nada
la calzada que hicieron los romanos, que pasa por España, para
que con ésta (la gran calzada de los Incas) se compare".
Dicha cita aludida por el mismo autor dominicano, está abonada
por datos muy interesantes tal la práctica oficial de las estadísticas,
como hoy no existe "en ningún país civilizado".
Nada sumemos sobre su literatura que oralmente se conoce por fragmentos
y que había adquirido notable desenvolvimiento, o de sus artes
plásticas sepultadas e ignoradas por muchísimos años
hasta que empiezan a ser rescatadas con el tiempo. Mas donde deseábamos
desembocar es en su comportamiento colectivo, esa suerte de extraordinario
sentido de solidaridad comunitaria que creaba la obligación
de mantener a los niños, mujeres e inválidos y hacía
que se conservara el sobrante de las cosechas para socorrer a los
necesitados.
El pueblo -prescindamos de su sistema de gobierno imperial- trabajaba
la tierra con tanta habilidad y perseverancia, que todavía
al pasar cerca de lugares a simple vista ubicados en niveles superiores,
podemos asombramos con qué maestría la mano del hombre
guió cursos de agua sin ayuda de la moderna ingeniería.
Recogió nuestro gaucho aquel instinto primitivo con una constancia
que lo hizo apto a los quehaceres de la agricultura (19), aunque prefirió
siempre las labores más rudas, dejando de lado algunos oficios
como la alfarería y los tejidos más propios del colla
o del indio. Tal vez sea la industria del cuero propicia en grados
de preferencia a sus manualidades, porque con este material se procura
los elementos que lo defienden (guardamonte, coleto) o que prolongan
su fuerza (riendas, lazo). El caballo era, por otra parte, un nuevo
aliado que resultó para él de incalculable valor.
Agregó además, el gaucho, en sus tareas de la siembra
y del monte, su firmeza; esa seguridad que en el español tendía
a dispersarse sobre un continente demasiado vasto cuya totalidad quiso
abarcar solamente para sí. Y cuando ambos se enfrentaron, revelóse
su dimensión que vino a cuajar dentro de una coyuntura histórica
decisiva. Disputaba y afirmaba, a la par, algo que le era más
precioso que su personal situación, que el aislamiento de que
gozaba y en que transcurrían sus días; o sea que tuvo
el advertimiento de que con su suerte se arriesgaba, a cara o cruz,
el futuro y la unidad nacionales.
De ahí que al recortarse en escena el perfil de Güemes,
pudo éste convertirse en caudillo. En un caudillo diferente,
porque miraba más lejos, en proyección a los planes
sanmartinianos y al afianzamiento de una independencia que pugnaba
entre las pasiones, la desorganización, la anarquía,
la pequeña ambición localista, el desánimo. Y
el gaucho apoyó y realizó esta empresa quebrando en
su pecho la lanza de siete invasiones. Y también apoyó
a Güemes en sus momentos de amargura, cuando el desgaste del
largo esfuerzo exigido predispuso en su contra voluntades menos firmes
y, sobre el triunfo casi concluido, vio disminuir su ascendiente entre
grupos directivos que hacia mediados de 1821 formaban el Cabildo de
Salta y cuyos patrimonios habían mermado como consecuencia
de la misma guerra. No en vano el jefe de estos guerreros americanos
que acosaban y destruían a los mejores ejércitos del
rey, se propuso ya en 1816 liberar a sus gauchos del pago de arriendos
mientras durase la contiendas (20), medida de justicia que contribuyó
a granjearle la confianza y adhesión de la mayoría,
aunque le atrajo por otro lado las primeras dificultades internas.
A tal punto el gaucho se sintió sacudido por su causa, a través
de la cual tomó responsabilidad de su condición humana,
que aún a la muerte de Güemes fue la única fuerza
que cumplió su promesa de continuar la lucha hasta abatir el
poder realista en territorio patrio (21).
Una esencial y subterránea comunicación telúrica
lo mantenía, y lo mantiene, impregnado por todos sus poros.
Por esa razón su actitud, sin otra fórmula que la sabia
intuición popular, es absolutamente coherente. Apartado de
otros problemas ajenos a la consecución de sus ideales no participó
de la montonera, y nada más desacertado que colocarlo en ese
casillero, al ocupamos de los distintos períodos de nuestra
emancipación y posterior desarrollo.
Las constantes de un pueblo se establecen, pues, de acuerdo a muchas
contingencias étnicas e históricas. Pero la subsistencia
de tales caracteres, como cuerpo homogéneo que tiende a integrarse
con los medios que encuentra más a mano en su transcurrir cotidiano,
está en las relaciones del hombre con su régimen de
lluvias, sus sistemas fluviales, la fauna, la flora, la sustancia
perdurable que posibilita una mayor o menor emoción, o interés,
por los acontecimientos que nos envuelven. La historia misma precisa
de un marco que le preste grandiosidad de gesta, que en vez de dispersar
la atención general, la circunscriba a determinados puntos
y la grabe en la memoria.
El territorio de Salta, a pesar de su dilatada extensión provoca
esa suerte de sortilegio con apartados valles, quebradas profundas,
selvas todavía impenetrables, desoladas cumbres, en fin, diversos
accidentes geográficos que marcan aspectos muy particulares
y a la vez concurrentes. Y todas esas parcelas tienen nombres propios,
fechas entrañables al recuerdo de algún hecho preciso,
afectos más que antiguos. No es el campo abierto de la llanura,
de la pampa, del río sin orillas, donde la existencia se pierde
en la infinitud con solo la lejanía por delante, como una tentación
a la aventura y lo desconocido. Nuestro ser también siente
esa ansiedad de recorrer caminos -herencia, quizá, de sus antepasados
que se dedicaban al comercio de mulas o al arreo de ganado-, mas sabe
que ha dejado sitios tremendamente identificables, formas que casi
puede palpar y se le hacen imprescindibles. y por ello, el llamado
de su naturaleza: una íntima afinidad, consustancial, entre
tierra y hombre.
Enero de 1966
1 Don Hernando de Lerma fundó la ciudad
que bautizó con su propio apellido en el llamado valle de Salta.:
no es difícil conjeturar que el uso trastrocase los términos
quedando la ciudad de Salta en el valle de Lerma.
2 Dr. Bernardo Frías: "Historia del General Güemes”:
publicación del Gobierno de Salta. 1955; Tomo IV, pág
125. (Este hecho se refiere al general Gerónimo Valdés.
jefe del Estado Mayor del general en jefe de las tropas realistas
D. José AIvarez de la Serna e Hinojosa, no al Barbarucho (Valdez)
que más adelante, en 1821, comandaba la partida de Olañeta
que penetrando subrepticiamente a Salta hirió mortalmente a
Güemes).
(3) Juan Carlos Dávalos: "Los Gauchos”: Edit. La
Facultad, Bs. Aires, 1928, pág, 14.
(4) Juan Carlos Dávalos: "Ricardo Güiraldes en Salta”:
nota transcripta en el diario El Tribuno e1 3/1 0/65. Fue tomada de
una carpeta que perteneció a Dávalos conteniendo un
recorte de El Intransigente, del 31/10/56.
Esta primera publicación cuyo subtítulo general era
"Recuerdos Literarios”: tiene más de cuarenta enmiendas
y agregados de puño y letra del auto y que suman frases íntegras
no registradas en su texto originario. Tal evocación deja constancia
del encuentro producido en "abri1 de 1921 "y de los sucesivos
episodios que tuvieron lugar inmediatamente en ocasión de este
viaje de Güiraldes a Salta, permanencia prolongada durante una
semana en que ambos escritores pasaron en la estancia El Rey (ahí
mismo de donde Dávalos extrajo hechos y protagonistas incorporados
a su obra Los Gauchos). Complétase dicho testimonio con apreciaciones
y circunstancias valiosas, como por ejemplo: "Los gauchos, puesteros
de la estancia, nos acompañaban y asistían de continuo,
y entre ellos estaba uno, Cruz Guíez, de quien Güiraldes
decía que era idéntico a su Segundo Sombra, por aquel
entonces ya en ciernes, en la imaginación del escritor”.
Es posible que esta afirmación no sea tan rigurosa. pues el
libro en cuestión de Güiraldes -referencia abonada por
su esposa, Adelina del Carri1- ya se encontraba en plena realización
y fue comenzado en París en 1920, donde había escrito
diez capítulos de una sola tirada además de ciertas
descripciones ambientales concluidas ese mismo verano en una estancia
porteña. Sobre que este contacto haya influido en los últimos
retoques dados al Segundo Sombra arrima posibilidades Roberto García
Pinto en su libro Autores y Personajes editado en Cuadernos Humanitas
Nº.5. Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
Nacional de Tucumán, 1961. No creo que sea muy estricta esa
suposición. El tema ofrece, sin duda, interesantes facetas
para nuevas indagaciones aunque una influencia de Dávalos sobre
Güiraldes no pueda ser definida (o viceversa), sobre todo por
la diferencia notable de ambientes y caracteres, o también
de dos estilos, si bien admirables, formados en tan disímiles
corrientes literarias.
5 Rainer Mana Rilke: ~lEteRodin'" Blit. Poseidón, Es.
Aú~ 1947,pigs.15y 16
8 Inea Garcilaso de la Vega: "Comentarios
Reales de los Incas”, Libro 1, Cap. .XV
9 Emesto M. Araoz.' Artículo publicado en La Nación,
1/1/36, y recogido en su libro "El Alma Legendaria de Salta'~
Edit. La Facultad, Bs. Aires, 1936, págs.33 a 43.
10 BAGUALA: "Canto melancólico del
gaucho que anda solo en el monte. También de los arrieros.
Del quichua WA WALLA, cuya interpretación, según Storni,
sería: WA WA = capullo, brote; LLA = amor, ternura: (Del Diccionario
de Regionalismos de Salta de José Vicente Solá, 2da.
edición del Gobierno de Salta, Bs. Aires, 1950, Pág.53).
11 YERRA: " Vulg. por tierra. Es el herradero del Dicc., voz
conocida en otras partes":
(ibídem, del Diccionario de Solá, pág.353).
12 PIALAR: "En otras partes PEALAR.. esto es enlazar al animal
de las patas delanteras y derribarlo. Es el MANGANEAR del Dicc."
(íbídem, del Diccionario de Solá, pág.259).
13 GUARDAMONIE: "Resguardo de cuero, colocado a ambos lados del
apero, que protege al gaucho de las ramas y agudas púas de
los montes salteños" (íbídem.. del DiccionarÍo
de Solá.. pág. 168).
14 COLETO: "Saco de cuero para correr en el monte. Esta voz figura
en la decimosexta edición del Dicc. ,.. (ibídem. del
Diccionario de Solá, pág. 86). 15GUARDACALZON'Protección
de cuero que el gaucho ajusta mediante un Cinturón de la misma
pieza, cubriéndole sobre todo hacía adelante. Tiene
un amplio tajo entre las piernas y se emplea también para trabajos
que son realizados a pie. (José Vicente Solá no registra
esta voz en su Diccionario ).
16 Juan Alfonso Carrizo: “Antecedentes Hispano-Medievales de
la Poesía Tradicional Argentina.: Edic. Publicaciones de Estudios
Hispánicos. Bs Aires: 1945. Además sus importantísimos
"Cancioneros Populares" de Catamarca, Salta y Jujuy. Tucumán
y La Rioja, editados de 1926 a 1942 por la Universidad Nacional de
Tucumán, a excepción del primero impreso en Bs. Aires.
17 Raúl Aráoz Anzoátegui: (ver en este mismo
tomo, el ensayo anterior titulado "Poesia de Proyección
Folklórica - Apuntes sobre sus influencias y posibilidades
Pág. 19.
18 Pedro Henriquez Ureña: " Historia de la Cultura en
la América Hispánica.; (3ra.Edición), Edit. Fondo
de Cultura Económica. México. 1955, Págs. 22
a 25
19 "… esa masa de población campestre se dedicaba
a la agricultura, en que era hábil y diestra..." (De la
''Historia del General Güemes" del Dr. Bemardo Frías,
Edic. de la Comisión de la Historia del Sesquicentenario de
Mayo en la Prov. de Salta, 1961, tomo V, pág.103).
20 "Nada más justo les presentó, ni equitativo,
que concederles la gracia mientras prestaban sus servicios a la Nación,
que no pagaran sus arrendamientos por las tierras que ocupaban'~ (Ibidem.
de la Historia de Frías, tomo V, pág.l02).
21 "Esta fuerza que rodeaba a Güemes era la única,
de esta manera, que en tan profunda y dolorosa crisis salía
a hacer frente a la invasión. No era esta laudable comparación,
es bueno advertirlo, efecto de circunstancias del momento: que también
en lo sucesivo de la defensa del País, hasta el fin de la campaña,
esos gauchos serán así mismos (sic), los únicos
que
permanecerán en el puesto de combate, haciendo fuego al enemigo;
como para cerrar con este postrer esfuerzo la corona de su héroe
que en esos propios días acababa de desaparecer de esta vida
para siempre (ibidem de la Historia de Frías. tomo V, págs.
352 y 353).