“Que a Martín Miguel de Güemes se lo 
            considere Paladín de América por su lucha por alcanzar 
            la Unidad de las Provincias Unidas del Río de la Plata;
          “Que en su credo político exaltó 
            el respeto a la dignidad humana que comprende el derecho a la libertad, 
            al trabajo, y a la propiedad de la tierra;
           “Que no fue un caudillo local y menos un simple 
            defensor de las fronteras del norte, sino un Caudillo de América 
            porque su gesta heroica abarcó el vasto territorio de las Provincias 
            Unidas del Río de la Plata con visión de forjar una 
            Patria Mayor.”
          
           Declaración al cierre de las Jornadas de Estudios 
            sobre Güemes, efectuadas en la Ciudad de Salta – República 
            Argentina – durante los días 15, 16 y 17 de Junio de 
            1971, al cumplirse el Sesquicentenario del fallecimiento del General 
            Don Martín Miguel de Güemes, constituyendo en la práctica, 
            el primer congreso regional de historia con la participación 
            de 71 historiadores delegados de trece provincias argentinas y de 
            la Capital Federal, a más de tres historiadores delegados de 
            la República de Bolivia. Publicación del Gobierno de 
            la Provincia de Salta y del Departamento de Humanidades de Salta (Universidad 
            Nacional de Tucumán) - 1972
          
          Hacen ya tres años que ha comenzado el Siglo XXI y por lo 
            tanto también el Tercer Milenio.
            Han quedado ya muy atrás los tristes meses de 1821 como para 
            que puedan influir con parcialidad en la apreciación y valoración, 
            por parte de los estudiosos de la historia, de los sucesos que terminaron 
            truncando súbitamente la vida del General Güemes y la 
            campaña militar por el Alto Perú que éste comenzaba 
            a implementar en combinación con el General San Martín 
            desde el Pacífico.
            Ya no existen los individuos que, por cercanías físicas 
            y de contemporaneidad con veteranos de acciones militares y/o políticas 
            durante la Guerra de la Independencia, por temor u obsecuencia a éstos, 
            o simplemente por envidias y odios personales, ocultaran la verdad 
            o transmitieran los hechos de manera desfigurada ante la vista gorda 
            de otros que, aún conociendo la falsedad o parcialización 
            de la crónica, no intentaron evitar la desleal maniobra por 
            temores, también por viejos resentimientos, quizás por 
            simple dejadez.
            Lo cierto es que luego de la muerte violenta y repentina de Güemes, 
            instalado el enemigo en el gobierno de Salta adonde fue llamado por 
            la traición irresponsable, nadie quedó para adivinar, 
            o a nadie se le ocurrió pensar por aquellos días, que 
            por muchísimo tiempo, la figura del héroe iba a ser 
            relegada al olvido nacional y a la comidilla irreverente local, en 
            venganza por los atropellos que se le imputaban. En efecto, doña 
            Carmen Puch había muerto, enferma de pena, a los pocos meses 
            de la de su esposo, el general. Los dos hijos de Güemes eran 
            apenas infantes al cuidado, un poco de sus tíos Puch, y otro 
            poco al de los fieles gauchos. Los años que siguieron a 1821 
            fueron muy duros en Salta para los parientes más próximos 
            de Güemes y cualquier reivindicación del caudillo debería 
            postergarse para mejores épocas.
            A la par que con el tiempo se iba desvaneciendo el recuerdo del valeroso 
            general gaucho, también se iba desvaneciendo el recuerdo de 
            que la cruenta y sacrificada larga lucha había sido en pos 
            de la Libertad y de la Patria Mayor. Pero lo triste del caso es que, 
            a pesar de haber obtenido la libertad del dominio exterior, libertad 
            ésta demorada “criminalísimamente” por muchos 
            años, perdimos la Patria Mayor a manos de los enemigos internos 
            que, en acciones u omisiones deliberadas en algunos casos, y en estúpidas 
            y superficiales actitudes de pavos reales en otras, hicieron que se 
            pierda gratis lo que tanto en sangre y lágrimas había 
            costado. Habían triunfado, finalmente, la céntrica soberbia 
            y sus agentes provinciales.
            Luego, casi sin solución de continuidad, vinieron las guerras 
            civiles. Muchos de los veteranos de la Guerra de la Independencia 
            se involucraron en los enfrentamientos intestinos, entremezclados 
            con sus autores intelectuales. El final del largo período rosista 
            fue un dar vuelta a la página, una página de más 
            de dos décadas. A partir del 3 de Febrero de 1852 aparece otro 
            panorama en la Patria: se produce el “destape” constitucionalista, 
            llega la hora esperada de organizar constitucionalmente al país. 
            No hay otra cosa más importante y urgente que hacer. Bastante 
            rápidamente se lleva a cabo el congreso y se pone a marchar 
            la nación. Algo renga, porque no están todas las provincias. 
            La renguera empeora, pero después de algunos enfrentamientos 
            armados y diversas mediaciones, finalmente en 1861 todas las provincias 
            se unifican marchando más o menos hasta hoy. ¿Cuáles 
            provincias? Pues, las que quedaron después que en 1825 se terminara 
            de desmembrar el Alto Perú (cuando todavía no se llamaba 
            Bolivia); de hecho, ya estaban separados los territorios del Paraguay 
            y la Banda Oriental.
            A todo esto estamos cerca de 1870 y casi nadie se acuerda de la gesta 
            de la Independencia. La Argentina está en otra cosa. Hacen 
            20 años que murió San Martín, en Europa, pero 
            todavía no ha sido dado a conocer a la reciente generación, 
            menos aún ha sido proclamado Libertador, Padre de la Patria, 
            Héroe de la Nación. Lo será, gracias a Dios, 
            pero un poco más tarde.
            Para entonces, Güemes, la figura de este artículo, permanece 
            olvidado e ignorado en su Patria. Las personas de Mitre y Sarmiento 
            fulguran en el firmamento de una Buenos Aires que vertiginosamente 
            crece en violento contraste con el resto del país.
            Para 1847, los Puch que estaban exiliados en Lima por anti rosistas, 
            publicaron una biografía de Güemes, en base a lo que recordaban 
            por no tener documentación a mano. Desde ya que tal publicación 
            debe haber sido muy rudimentaria y escasa, por lo que no tuvo difusión.
            Recién a fines del S. XIX, cuando Dalmacio Vélez Sarsfield 
            enfrenta a Mitre públicamente reclamándole el silencio 
            con respecto a Güemes en “Belgrano y la independencia argentina”, 
            el presidente de la Junta de Numismática Americana, luego de 
            algunos lances, terminó admitiendo, en su obra “San Martín 
            y la Emancipación Sudamericana”: “Así terminó 
            esta famosa campaña, la más extraordinaria como guerra 
            defensiva, ofensiva, la más completa como resultado militar, 
            la más original por su estrategia, su táctica y sus 
            medios de acción, y la más hermosa como movimiento de 
            opinión patriótica y desenvolvimiento viril de fuerzas, 
            de cuantas en su género puede presentar la historia del nuevo 
            mundo. Salta correspondió a las esperanzas que en ella había 
            depositado la república entera, y el caudillo que la dirigió 
            en esta desigual y gloriosa lucha se hizo acreedor a la corona cívica 
            y a la gratitud de sus conciudadanos” Pero hasta ahí 
            nomás llegó.
            En este punto quiero hacer mío e incluir un fragmento del opúsculo 
            "Martín Güemes: leyenda y realidad. De Mitre a Terragno”, 
            de Martín Miguel Güemes Arruabarrena. Salta, 2002:
            
            El Revisionismo provinciano: La Patria Grande. 
           Con Bernardo Frías a principios del Siglo XX, Atilio Cornejo 
            a mediados de la década de 1940, y Luis Güemes Ramos Mexía 
            a fines de 1970, la historiografía norteña reinstala 
            a Martín Güemes como Integrador Regional.
            Nuestra posición histórica, sustentada en los estudios 
            de los autores citados y sus seguidores (Juan Manuel de los Ríos, 
            Luis Leoni Houssay, Luis Oscar Colmenares y el Instituto Güemesiano), 
            es la siguiente: Martín Güemes, ciudadano y militar del 
            nuevo Estado Suramericano (organización institucional nacida 
            el 9/7/l8l6 en el Congreso de Tucumán), constituido sobre la 
            nación preexistente (el Virreinato del Río de la Plata) 
            y el federalismo regional (la Intendencia de Salta del Tucumán), 
            es parte de una concepción política-institucional que 
            ha sido cubierta por la historiografía oficial. Pertenece -Güemes- 
            por derecho de conquista espiritual al Estado Mayor Independentista 
            que constituyeron: San Martín, Belgrano y Pueyrredón, 
            en procura de construir los Estados Unidos del Sur. Su accionar fue 
            minimizado en el plano militar ("el guerrillero genial"), 
            tergiversado en el político-social ("el caudillo gaucho") 
            y coartado de su ámbito geográfico de proyección 
            continental ("el defensor de la frontera norte"). La leyenda 
            del "señor gaucho" esconde la realidad: Martín 
            Güemes fue un criollo, un militar de carrera, conductor de la 
            tierra en armas organizada en milicias gauchas (se basó para 
            su estructura militar en el "Reglamento para las Milicias Disciplinadas 
            de Infantería y Caballería del Virreinato de Bs. As." 
            impuesto por Sobremonte en l80l), fue un integrador regional, que 
            procuró la libertad e independencia de la Argentina, y del 
            Alto Perú (actual Bolivia), y que protegió desde l8l6, 
            a pedido de sus habitantes, el actual norte de Chile (perteneciente 
            entonces, a la Intendencia de Potosí). Su asesinato en Salta 
            en l821, por acción de un complot cívico-militar en 
            connivencia con el enemigo absolutista español, impidió 
            que su ejército de milicias gauchas llegara triunfante al Alto 
            Perú, o entrara en Lima junto al ejército de los Andes. 
            ¿Fue el Cerro de Potosí clave del desafortunado acontecer 
            en las guerras por la independencia del Plata?”. La documentación 
            expuesta al análisis histórico, en la obra: “Güemes 
            Documentado” de Luis Güemes, muestra que así fue 
            y, de yapa, que “la guerra civil y la anarquía no fue 
            brote espurio de las masas ignaras, ni triste masiega espontáneamente 
            nacida en los campos de la incultura.” Había dicho Bolívar 
            en Febrero 7 de 1825 al gobierno de Colombia: “Yo no pretendería 
            marchar al Alto Perú, si los intereses que allí se ventilan 
            no fuesen de una alta magnitud. El Potosí es en el día 
            el eje de una inmensa esfera. Toda la América meridional tiene 
            una parte de su suerte comprometida en aquel territorio, que puede 
            venir a ser la hoguera que encienda nuevamente la guerra y la anarquía.” 
            (“Ayacucho en Buenos Aires y prevaricación de Rivadavia”, 
            de Gabriel René Moreno). En el mes de marzo continuó 
            la lenta retirada de los colombianos y hasta abril (1824) no fue otro 
            el plan de Bolívar, que el de abandonar el Perú y dejar 
            a Bolivia a su destino. (“La pequeña gran Logia que independizó 
            a Bolivia”, Marcos Beltrán Ávila). Bolívar 
            comprendió en 1824, que Potosí era “tabú”. 
            En el girar de la “inmensa esfera” radicó en verdad 
            la causa de las causas de la crucifixión de Güemes a los 
            36 años de su edad, expresa Luis Güemes.
          
            La obra: “GÜEMES DOCUMENTADO”
           El Dr. Luis Güemes inicia su obra, “Güemes documentado”, 
            dirigiéndose Al Lector:
            Domingo Güemes, nieto del general Güemes, y hermano de nuestro 
            padre, trabajó con máximo empeño durante toda 
            su vida para reunir elementos de juicio que le permitiesen vindicar 
            debidamente la memoria de su abuelo, oscurecida con deliberada intención, 
            cuando no tergiversada, por historiadores de nota y sus epígonos. 
            En su lecho de agonía nos hizo el honroso encargo de continuar 
            la obra, cosa que hemos venido cumpliendo con filial devoción; 
            tanto que dedicamos a su memoria nuestro trabajo que sale a la luz 
            bajo el título de Güemes documentado.
            Aclaramos que nosotros no somos investigadores propiamente dicho, 
            sino pacientes buceadores de documentos, con el fin de evitar así 
            que la historia de nuestro antepasado se siga escribiendo en gran 
            parte a contrapelo de la verdad y , a la vez, dejar esclarecidas las 
            motivaciones por las cuales, después de habérsele negado 
            durante mucho tiempo su carácter de prócer, se avinieron 
            a calificarlo de mero gendarme del Norte, guarda espaldas de San Martín, 
            pretendiendo se ignore (para paliar y cohonestar el descuartizamiento 
            de las Provincias Unidas) que él no necesitaba inspiración 
            ni tutoría de nadie y que, dadas sus condiciones y su trayectoria 
            como guerrero, hubiera llegado triunfante hasta la propia Lima y de 
            este modo la frontera norte no habría segmentado las Provincias 
            Unidas en Salta, sino que se habría establecido en el límite 
            con el Bajo Perú. Con el deliberado propósito de impedir 
            esto último fue privado sin variación de todo auxilio, 
            impidiéndosele, por ejemplo, debelar totalmente al enemigo 
            de su propio centro del Alto Perú o por lo menos aniquilar 
            a los realistas que invadían el territorio salteño, 
            a quienes siempre derrotaba, pero aún derrotados, retornaban 
            a sus cuarteles para, una vez rehechos, atacar de nuevo en la primera 
            oportunidad, prolongándose la guerra inveteradamente y, por 
            fin, asesinado; y a la vez por encubrir el expresado motivo de tales 
            dilaciones y de tal muerte fue minimizada al máximo su figura 
            histórica, incluso escamotándose documentos o falsificándose 
            otros para ocultar la realidad de los hechos.
            L.G.
          La introducción precedentemente transcripta, 
            no es una mera introducción: constituye una gravísima 
            denuncia que, para fundamentarla, el autor acompaña con doce 
            tomos de documentación indiscutible y comprobable. 
          ¿A quién corresponde tomar cartas en este asunto? Pues, 
            a la Academia Nacional de la Historia. Es la Academia quien debe intervenir, 
            para rechazar fundadamente, o dando lealmente lugar a la verdad. Pero 
            no puede seguir desconociendo la existencia de tamaña irregularidad, 
            denunciada, y que además excede a la figura del general Güemes 
            para comprometer, ya, a otras figuras del bronce argentino.
           No prestar atención a esto, por negligencia o con 
            premeditación, constituye una complicidad condenable en el 
            honor y en el prestigio de la Institución en general, y en 
            los académicos en particular. No debe existir ninguna clase 
            de condicionamientos, ni corporativos, ni políticos, ni sectarios, 
            en un tribunal tan alto como la Academia Nacional de la Historia, 
            que impidan que se dé a conocer la verdad de los hechos históricos, 
            cueste lo que cueste, duela lo que duela, sin que tampoco se argumente 
            extemporaneidad. Los hechos históricos no prescriben. 
           Los datos que proporciona “Güemes documentado” 
            son terminantes. Que la Academia Nacional de la Historia no haya considerado 
            ni un renglón, hoy no tiene ninguna explicación benigna.
          La Academia Nacional de la Historia
           La Academia Nacional de la Historia que ha publicado no hace mucho 
            tiempo la “Nueva Historia de la Nación Argentina”, 
            persiste en mantener a Güemes en un nivel más abajo que 
            secundario, de una manera ya asombrosa e inexplicable para nuestros 
            días, toda vez que existe, desde hace más de veinte 
            años, una muy importante obra, “Güemes documentado”, 
            de Luis Güemes, la que no puede pasar desapercibida para la más 
            alta autoridad de la materia. Es increíble que la recopilación 
            de documentación, de las mayores referidas a un prócer, 
            producto de una trabajo de más de cincuenta años en 
            archivos públicos y privados, nacionales y extranjeros, de 
            la que se desprende indubitablemente la envergadura nacional del General 
            Martín Miguel de Güemes, haya sido dejada de lado totalmente 
            como “orientación bibliográfica”. Tampoco 
            conoce, o parece que no adjudica valor, a la obra de Bernardo Frías, 
            o a la de Atilio Cornejo, o a la de Luis Colmenares, o a la profunda 
            y delicada labor del Instituto Güemesiano. Para la Academia Nacional 
            de la Historia, la historiografía específica sobre Güemes, 
            directamente no existe.
            Por ejemplo. La A.N.H. sigue omitiendo, o ignorando, no ya la actuación 
            de Güemes durante las invasiones inglesas en Buenos Aires, que 
            podría calificarse como un hecho menor en su carrera, sino 
            su determinante acción en la Batalla de Suipacha. Directamente 
            no lo menciona. Lo suprime. Y esto no es un hecho menor, por la proyección 
            de ese hecho histórico, y porque es allí cuando comienzan 
            a producirse una serie de circunstancias, casuales o causadas, que 
            irán retaceando y desvalorizando la verdadera dimensión 
            de Güemes, el Gran Argentino del Norte. En “Güemes 
            documentado.” -Tomo 1, Cap. 10- se halla extensamente pormenorizada 
            su intervención, tanto en la jornada de Suipacha como en la 
            preliminar de Cotagaita. , y en el capítulo siguiente del mismo 
            Tomo 1 -Cap. 11- los datos sobre cuándo y porqué Güemes 
            fue desvinculado del Ejército del Perú, en Potosí, 
            enero de 1811. También sirve la lectura de estos capítulos, 
            (ver además: Tomo 12 -Nuevas Apuntaciones- pág. 296), 
            para meditar porqué la Batalla de Suipacha fue, y es aún, 
            un tema tabú, que nadie se anima a profundizar -y a analizar 
            y difundir- quizás por temor a que resulte una caja de Pandora, 
            confirmando parte de la denuncia de Luis Güemes.
            En el ultra veloz vistazo que hace “La Nueva Historia...” 
            sobre el desastre de Huaqui -Tomo 4, Pág. 283 y siguiente- 
            se sorprende que Balcarce “...que había actuado con iniciativa 
            y creatividad táctica en Suipacha, pareció perder influencia 
            y energía a medida que el ejército avanzaba hacia el 
            norte, cuando más debieron pesar su experiencia y conocimientos 
            militares” Lo cierto es que la “iniciativa y creatividad 
            táctica en Suipacha” dependió, principalmente, 
            del omitido Güemes, omitido en el parte de batalla y omitido 
            también en los correspondientes premios y méritos. Pero 
            para entonces, Güemes ya no pertenecía al ejército, 
            había sido dado de baja por Castelli, como vimos, en Enero 
            de 1811, dos meses después de la histórica jornada. 
            ¿Porqué? (ver Güemes documentado)
            En lo que parcialmente sí acierta, es cuando dice: “Nunca 
            más llegó un Ejército Auxiliar del Alto Perú 
            hasta el Desaguadero. Desde el punto de vista estratégico no 
            es juicioso apreciar que, de no haber perdido la batalla el Ejército 
            Auxiliar, se podría haber invadido el Bajo Perú con 
            probabilidad de victoria; pero sí que se hubiera podido mantener 
            defensivamente la línea del Desaguadero y, entretanto, imponer 
            firmemente la revolución en el Alto Perú.” Sí 
            que hubiese sido posible, pero no dice porqué “nunca 
            más llegó”: porque premeditadamente no se quiso. 
            (Ver “Güemes documentado” – Tomo 1, Cap. 11 
            – “Nota sobre cuándo y porqué Güemes 
            fue desvinculado del Ejército del Perú”)
            La dificultad estratégica que presentaba la garganta, o quebrada, 
            de Yuraicoragua para penetrar por allí al Bajo Perú 
            e invadir conquistándolo, se esgrimió como uno de los 
            argumentos para desistir de la idea de llegar a Lima desde el Alto 
            Perú: el ejército realista estaría esperando 
            del otro lado para acabar con los nuestros. El otro motivo era el 
            de la altura y la puna, perjudiciales para los nativos del nivel del 
            mar. Ahora, ¿en qué se diferenciaban las tropas realistas 
            que pasaron varios años ocupando la altura y la puna, de las 
            patriotas que podían adaptarse perfectamente, como que penetraron 
            en más de una oportunidad y se tuvieron que volver, sea por 
            órdenes, sea por falta de recursos? Y si hubiera estado ocupado 
            el Alto Perú con nuestras fuerzas en vez de las realistas, 
            la dificultad estratégica de la garganta de Yuraicoragua hubiese 
            jugado en contra del enemigo, hubiese continuado el Alto Perú 
            dentro de las Provincias Unidas y hubiese terminado más rápido 
            y de una manera más contundente la tarea de San Martín. 
            Con menos Guayaquil y con menos Bolívar.
            Sigue la Academia sosteniendo como válido el “...trasunto 
            que rehice de memoria...”en 1881 de Vicente Fidel López, 
            referido a la supuesta carta que San Martín habría enviado 
            a Rodríguez Peña el 22 [no 23] de Abril de 1814, desde 
            Tucumán. ¿No saben acaso que existen serias dudas de 
            la autenticidad del “trasunto”? Y seguimos juntando inexactitudes.
            En solamente diecinueve páginas (desde pág. 279 hasta 
            pág. 284, y desde pág. 297 hasta pág. 311, del 
            Tomo 4 - Capítulo 9, de “La Nueva Historia de la Nación 
            Argentina”) de un total de diez tomos, cree la Academia cumplir 
            con la relación de los hechos de la Guerra de la Independencia 
            en el Norte, pretendiendo que se ignore el martirio y la pobreza en 
            que estuvieron sumidos los pueblos de Salta y Jujuy durante muchos 
            años, defendiendo a su costo la libertad y la independencia 
            de todas las provincias, libertad e independencia que gozan, pero 
            muchos no saben cómo ocurrieron las cosas, porque los responsables 
            de informar correctamente, hoy impunemente no lo hacen, o lo hacen 
            a medias y tergiversadamente, váyase a saber por qué 
            motivos.
            Sin embargo, con respecto al episodio del desacato, de los jefes del 
            Ejército Auxiliar, al general Alvear designado para reemplazar 
            a Rondeau, a fines de 1814, el escaso resumen de la Guerra de la Independencia 
            que hace “La Nueva Historia...”, le otorga el cuádruple 
            del espacio (ver págs. 305 y 306 del Tomo 4) del que destina 
            a la Batalla de Suipacha. En este suceso muestra la Academia, con 
            soberbia, su malestar porque osaron estos jefes “ser intérpretes 
            de la Nación”, sin permiso de Buenos Aires. 
            Continúa, la minúscula y maratónica relación, 
            contando en exactamente cinco medios renglones, pág. 306, que 
            la “...única victoria [del ejército de Rondeau] 
            se la proporcionó su mayor general Fernández de la Cruz, 
            que en Puesto del Marqués (14 de abril de 1815) derrotó 
            completamente al destacamento realista...” Lo de “única 
            victoria” sería cierto si no se toma en consideración 
            (como efectivamente no lo hace) la cantidad de escaramuzas y ataques 
            con que sólo Güemes con sus milicias hicieron retroceder 
            al ejército realista, durante el año 1814, desde el 
            Río Pasaje hasta La Quiaca. Por esos méritos, el Director 
            Posadas a solicitud de Rondeau, otorga el grado de coronel a Güemes. 
            El Ejército Auxiliar llega a Jujuy, sin haber disparado ni 
            un tiro, cuando los españoles están, en su retirada, 
            ya en La Quiaca. (Ver “Güemes documentado” -Tomo 
            2, Cap. 17: “Güemes y Rondeau en 1814”, y Cap. 18: 
            “1815”)
            Pero la Academia “no sabe” que la acción de Puesto 
            del Marqués es enteramente de Güemes. Fernández 
            de la Cruz y Rondeau llegaron al lugar horas después de concluido 
            el combate. Se podrá encontrar la manera de justificar que 
            se ha personalizado en un superior en el mando la autoría del 
            triunfo, por el sólo hecho de estar el ejército en las 
            inmediaciones, pero entonces debería habérsele adjudicado 
            el triunfo a Martín Rodríguez que había desplazado 
            a Güemes del comando de la vanguardia (no entro en comentarios 
            del episodio del Tejar), o directamente a Rondeau por ser el Jefe 
            del Ejercito Auxiliar. Sin embargo, el gobierno decide, en previa 
            conspiración secreta (pero quedaron las pruebas) con el prepotente 
            y poco eficaz Martín Rodríguez y el no muy lúcido 
            Rondeau, por orden de éste último y al día siguiente 
            del triunfo del Puesto del Marqués, dar de baja a las milicias 
            gauchas y por lo tanto desactivar a Güemes, quien se vuelve a 
            Salta con su gente. La “incompatibilidad de carácter” 
            que dice la Academia, entre Güemes y Martín Rodríguez, 
            no era porque sí nomás: era por el mal trato que éste 
            último dispensaba a los gauchos, y que fue motivo de un enérgico 
            y amenazante reclamo por parte de Güemes, a lo que M. Rodríguez 
            contestó con despreciable arrogancia: “... ¿quién 
            es Ud. señor general de gauchos, para apercibirme?...” 
            (Ver “Güemes documentado” – Tomo 2, Cap.18: 
            “1815”)
            Así nos fue después, en Venta y Media y Sipe Sipe, con 
            estos jefes. Soberbio e incapaz el uno , y solamente incapaz el otro.
           1816, en adelante: cuando comprendió Rondeau 
            que había cometido el error de dar crédito a las inquinas 
            , que con el pretexto del apoderamiento por parte de Güemes de 
            los 500 fusiles tomados de Jujuy volviendo a Salta desde el Puesto 
            del Marqués habían urdido los enemigos internos, estuvo 
            pronto a conferenciar con el norteño coronel criollo, llegando 
            al histórico acuerdo de Los Cerrillos, en marzo de 1816. Allí 
            se selló, no sólo la paz entre ambos jefes, sino una 
            verdadera amistad. También ahí French conoció 
            al verdadero Güemes, de quien se convirtió en un sincero 
            admirador.
            La paz de Cerrillos fue festejada por San Martín en Mendoza 
            con cañonazos y banderas.
            La llamada “guerra gaucha”, más allá de 
            tener un sonido romántico y folclórico, fue una gigantesca 
            acción militar llevada a cabo con escasos recursos. Fue verdaderamente 
            gigantesca porque, si bien no se libraron importantes batallas a lo 
            clásico, con ejércitos de línea enfrentados, 
            infanterías, artillerías, caballerías, etc. como 
            las que hoy son recordadas con nombres de calles en la Capital Federal, 
            digo fue gigantesca porque duró más de seis años, 
            sostenida exclusivamente por milicias de gauchos-soldados, o soldados-gauchos, 
            atajando y poniendo en retirada en varias oportunidades a ejércitos 
            de línea de varios miles de soldados bien equipados, muchos 
            de ellos veteranos de guerras napoleónicas.
            Güemes detuvo poderosas invasiones al mando de destacados jefes. 
            Basta citar la del experimentado mariscal José de la Serna, 
            quien al mando de 5.500 veteranos de guerra partió de Lima 
            asegurando que con ellos recuperaría Buenos Aires, o la del 
            Gral. Olañeta, ambas en 1817. O la del Gral. Juan Ramírez 
            Orozco quién en Junio de 1820 avanzó con 6.500 hombres. 
            En la anarquía nacional del año 20, sin gobierno ni 
            congreso después de Cepeda, sólo Güemes defendía 
            el territorio y la independencia, y no la “frontera”, 
            de la invasión de Ramírez de Orozco. El Gral. San Martín 
            iba ya rumbo al Perú, bajo bandera chilena, y con él 
            también los más destacados jefes. No quedaba nadie más 
            que Güemes. 
            En general, es creencia vulgar de que Güemes actuaba libremente 
            de acuerdo a su antojo. Se ignora que Güemes tuvo oficialmente 
            cargos, designaciones y misiones. Ya vimos que San Martín lo 
            designa, en 1814, al frente de la Avanzada sobre el Pasaje. En 1816 
            el Director Pueyrredón le encomienda la defensa de las Provincias 
            Unidas y la seguridad del Ejército Auxiliar del Alto Perú, 
            de cuya jefatura fue Güemes subalterno, ejército éste 
            que se encontraba en Tucumán reorganizándose después 
            de ser derrotado en Sipe Sipe. Entonces las milicias gauchas al mando 
            del salteño pasaron a desempeñarse como ejército 
            en operaciones continuas, al servicio de la Patria. Luego de la disolución 
            del inútil y malogrado Ejército del Norte, tras la sublevación 
            de Arequito, San Martín lo designó, y por aclamación 
            de todos sus jefes, General en Jefe del Ejército de Observación 
            –mayo de 1820- y le encomendó la misión de auxiliarlo 
            en la liberación del Perú, tarea ésta que se 
            frustra, justo cuando está iniciándola, a causa de la 
            traición que provoca su prematura muerte.
            Rodeado de enemigos lo encontró el año 1821. Uno de 
            los más poderosos y temibles fue el gobernador Bernabé 
            Aráoz, autodesignado Presidente de la República de Tucumán, 
            quien se negó a entregarle el armamento que había pertenecido 
            al Ejército Auxiliar y evitó que su par santiagueño 
            lo auxiliara. En mayo, acusándolo de tirano, el nuevo Cabildo 
            de Salta lo depuso, en alianza con el Gral. Olañeta. Güemes 
            recuperó el poder días después, pero una partida 
            realista guiada por los enemigos internos lo hirió la noche 
            del 7 de Junio. Murió diez días después, a la 
            intemperie, en un catre, en Cañada de la Horqueta, a la edad 
            de 36 años. Entonces se convirtió en el único 
            general argentino caído en acción de guerra. 
            Casi no se sabe, tampoco, que en su agonía no dejó de 
            rechazar enérgica y terminantemente los ofrecimientos del enemigo: 
            ayuda médica, dinero y honores, a cambio de su rendición.
          “El extraño y notable general y caudillo”
           La Academia Nacional de la Historia, siempre en el súper 
            resumen, Tomo 4, pág. 310, primer párrafo, dice: “La 
            muerte del extraño y notable general y caudillo, felizmente 
            para las Provincias Unidas, no significó el desarme total de 
            su provincia. El general realista Olañeta, en el mismo año 
            1821, llegó con su tropa hasta Volcán, a las puertas 
            de Jujuy; pero debió retirarse con fuertes bajas. Las amenazas 
            de los realistas en los años siguientes no pusieron en peligro 
            la independencia de Salta y Jujuy”
           En el párrafo precedente, se encuentra 
            la médula del desencuentro en la apreciación de nuestra 
            historia:
           Luego de la muerte de Güemes se produce el Armisticio del Cabildo 
            de Salta con Olañeta, situación buscada, negociada y 
            manejada por la “Patria Nueva” de Salta (especie de partido 
            político propulsor de la destitución de Güemes, 
            y encaramado al poder luego de muerto éste) y por Bernabé 
            Aráoz, con el jefe realista. Entre otras cláusulas, 
            se establece que las tropas españolas se retirarán, 
            sin ser molestadas, hasta algo más al norte de la ciudad de 
            Jujuy, quedando también prohibido el tránsito por la 
            provincia de cualquier fuerza armada que pueda ser amenazante a las 
            tropas reales. Luego, la Capitulación del Gobierno de Salta, 
            en agosto de ese mismo año 1821, ratifica lo actuado, con vigencia 
            de cuatro meses más, a partir de la firma. Olañeta rubrica 
            el documento, en fecha 30 de agosto de 1821, en su cuartel general 
            en Tupiza, mucho más al norte de Jujuy, adonde se había 
            retirado en virtud del armisticio, obviamente, sin ninguna baja. (Ver 
            “Güemes documentado” –Tomo 11, Cap. 146, “Armisticio 
            entre el Cabildo de Salta y Olañeta (14 de Julio de 1821) – 
            Capitulación de Cornejo ante Olañeta (20 de agosto de 
            1821)”
            Con la Capitulación, el plan pacifista-desmembracionista marchaba 
            a la perfección. Pero, las fuerzas españolas quedaban 
            libres de tener que defenderse del Río de la Plata (léase 
            Salta y Jujuy) para concentrarse en atacar a San Martín en 
            Lima. Por ello, y no porque Salta no hubiese sufrido ningún 
            “...desarme total...” es que “...las amenazas de 
            los realistas en los años siguientes no pusieron en peligro 
            la independencia de Salta y Jujuy” La lucha de tantos años, 
            de estos pueblos del Norte, con Güemes a la cabeza, no fue solamente 
            para defender la independencia de Salta y Jujuy, como errónea 
            y tristemente cierra el párrafo de la pág. 310, Tomo 
            4, la Academia Nacional de la Historia. ¿Es que acaso todavía 
            no se entiende cómo se conformaba el territorio, y para qué 
            el enorme sacrificio que hacían dichas provincias?
            La muerte de Güemes (quien ya había comenzado a movilizar 
            efectivos al Alto Perú, en conformidad con San Martín) 
            y la consecuente capitulación de Salta, significó la 
            queja del Libertador, que en carta desde Lima a O’Higgins, de 
            fecha 6 de noviembre de 1821 dice: “...los enemigos tratan 
            de reunir las fuerzas que tienen en el Alto Perú, en Huamanga 
            y Jauja, que añadidas a las de Olañeta que se han venido 
            sobre Puno y las de Ramírez en la costa, me pueden prolongar 
            la guerra de un modo indefinible. El indigno armisticio de Salta ha 
            hecho que todas las fuerzas caigan sobre mí, y esto no puede 
            permitirse...” 
            ¿Pretende la Academia seguir ignorando la vinculación 
            de los hechos, desconectando la lucha de Salta y Jujuy del plan integracionista 
            americano de Güemes y San Martín?
            ¿Cree la Academia Nacional de la Historia que Martín 
            Miguel de Güemes fue solamente un extraño y notable general 
            y caudillo?
            Tal calificación, que a simple vista parece laudatoria, en 
            realidad está justificando una lisonjera manera de disminuir, 
            de menoscabar su verdadera dimensión.
            Es que, disminuir al General Martín Miguel de Güemes (y 
            más allá de la persona de Güemes), es ocultar el 
            molesto tema de lo que se perdió. No me refiero solamente a 
            los territorios del Alto Perú (Bolivia). Me refiero a lo más 
            importante de todo: se perdió, hasta ahora, la mitad de la 
            historia y su valiosa tradición, con lo cual también 
            hemos perdido el rumbo porque no encontramos nuestra raíz y 
            nuestra identidad como nación.
          
            Salta, Enero de 2004
            Ing. Guillermo Solá
          
          Notas
           1) Triste ironía haber quedado 
            desmembrados del objeto que originó el nombre de Argentina: 
            argentum, plata. del Alto Perú. 
           2) De paso, es de aprovechar para poner 
            en conocimiento de quien lea este artículo, que en la República 
            Argentina, entre otras cosas que no hacemos, no se conmemora ni se 
            recuerda la histórica Batalla de Suipacha, primera victoria 
            de las armas de la patria en la guerra de la independencia. Desde 
            ya que sí lo hacen en Bolivia, especialmente en Suipacha, con 
            himnos, banderas y escarapelas bolivianas y argentinas.
           3) “Güemes documentado” 
            – Tomo 2, pág. 318 y 319.-
           4) y también ladrón de 
            objetos de valor, detenido por Güemes en Cobos: ver “Güemes 
            documentado” – Tomo 3, Cap. 27.
          5) “Güemes documentado” 
            – Tomo 3, Cap. 30, Ataque de Rondeau a Salta y Pacto de San 
            José de los Cerrillos, del 22 de marzo de 1816.
           6) “En esos días San Martín 
            desembarca en el puerto de Paracas, y espera el avance de Güemes 
            por el Norte. El conductor de la tierra en armas -Güemes- solicita 
            auxilio a las provincias para cumplir con el plan del Libertador. 
            Buenos Aires y el litoral se debaten en luchas fratricidas. La anarquía 
            triunfa sobre la unidad nacional suramericana. Es el año 1820, 
            el 20 de Junio muere el creador de la Bandera Nacional: el Gral. Manuel 
            Belgrano (en el día de los tres gobernadores). Con la irrupción 
            del “gaucho de los cerrillos” y sus “colorados del 
            monte” se establece la paz de los hacendados. El pacto del restaurador 
            (Juan Manuel de Rosas) y el patriarca de la federación (Estanislao 
            López) se consolida con las vacas entregadas por la provincia 
            de Bs.As a Santa Fe. Buenos Aires recupera la tranquilidad comercial. 
            Salta y Jujuy entretanto, se desangran por la independencia nacional. 
            En la anarquía litoraleña, y posterior dictadura bonaerense, 
            el término libertad queda relegado a los campos de batalla 
            entre unitarios y federales. La independencia se recluye en las selvas, 
            montes y ríos del norte argentino, y en el altiplano boliviano. 
            Por ello el liberalismo portuario o el nacionalismo bonaerense nunca 
            comprendieron a Güemes, salvo como “defensor de la frontera 
            norte” o “caudillo gaucho”. "Martín 
            Güemes: leyenda y realidad. De Mitre a Terragno”, de Martín 
            M. Güemes Arruabarrena. Salta, 2002.
           7) “Güemes documentado” 
            –Tomo 11, pág.331