Conflicto
entre Salta y Tucumán:
En 1834 estalló
una nueva pugna por poder en el Norte de la Confederación
Argentina, esta vez entre dos gobernadores de tinte federal: el
de Salta, Pablo de la Torre, y el de Tucumán, Alejandro Heredia.
Con el fin de debilitar la influencia de su rival, Heredia incitaba
las ideas de autonomía de los jujeños, cuya provincia
era parte de Salta. La Torre a su vez hacía la misma política
de intrigas en la provincia de Catamarca, sujeta a la autoridad
tucumana. Pero la posición del gobernador salteño
era sumamente precaria. La Torre tenía enemigos tanto dentro
como fuera de su provincia. Por un lado, los sectores pudientes
de la sociedad salteña, resentidos con La Torre, estaban
en estrecho contacto con el gobierno jujeño a través
del doctor Juan Antonio de Moldes, con el propósito de derrocarlo
(1). Por otro lado, el gobierno y el pueblo de Jujuy deseaban su
autonomía desde 1811. Esta vieja aspiración del pueblo
jujeño había logrado reunir además del mencionado
respaldo de Heredia, el de los unitarios salteños y el de
los gobiernos de Santiago del Estero y Catamarca.
Jujuy se
separa de Salta:
Asimismo, el gobierno
boliviano del mariscal Andrés Santa Cruz consideraba que
el apoyo a la independencia jujeña favorecería sus
intereses en la región, ya que en la lucha por la autonomía
participaban elementos antirrosistas. Para ello, Santa Cruz envió
a Mojo a Fernando Campero, quien apoyó el acto de independencia
jujeña proclamado en la localidad de Yavi el 22 de noviembre
de 1834, y además facilitó armas, soldados y apoyo
a la campaña autonómica de los jujeños. Campero
además organizó una división en Jujuy, que
actuó hasta la eventual derrota del gobernador La Torre.
Los conflictos internos
no se limitaron a las provincias de Jujuy y Salta. El 22 de junio
de 1834 estalló una revolución en Tucumán encabezada
por elementos unitarios: los generales José Jerónimo
Helguera y Javier López, y el doctor Angel López (sobrino
del anterior). Esta tenía por fin derrocar el mandato federal
de Alejandro Heredia. El general López había sido
gobernador de Tucumán y deseaba derrocar a Heredia utilizando
las amistades que poseía entre los unitarios salteños.
No obstante, esta revolución logró ser sofocada por
el gobernador tucumano. López huyó a Bolivia, desde
donde meditó nuevos planes de invasión armada a Tucumán,
previo paso por Salta y Jujuy, también amparados por el régimen
boliviano.
Por otra parte,
la constitución de la provincia de Jujuy como independiente
de la de Salta y el nombramiento del coronel español José
María Fascio como su primer gobernador el 18 de noviembre
de 1834 encontró al salteño La Torre en una posición
muy incómoda: venía de sofocar una revuelta en su
propia provincia, debía enfrentar un inminente choque contra
Alejandro Heredia y tenía serios conflictos con los gobiernos
de Santiago del Estero y Catamarca. El gobernador jujeño
Fascio recibió una lluvia de acusaciones federales acerca
de su conexión con los emigrados unitarios y el régimen
boliviano (2). A su vez, el salteño La Torre decidió
no dar importancia a la proclamación de independencia de
los jujeños, a fin de obtener su apoyo militar. Pero como
la secesión de Jujuy recibió el respaldo de Tucumán,
de Santiago del Estero, y aun de los unitarios salteños,
el flamante gobernador Fascio desterró las esperanzas de
su vecino salteño diciéndole el 25 de noviembre de
1834 que "Jujuy era libre y no súbdita; que como libre
no tenía compromisos y no eran tan candorosos los jujeños
para armar el brazo de sus propios enemigos" (3).
Derrocamiento
de de La Torre:
Los días
del gobernador La Torre estaban contados. El 2 de diciembre la Legislatura
de Salta dictó una ley reconociendo la autonomía jujeña
y La Torre comunicó este acto al gobernador Fascio. Pero
Jujuy, respaldada por sus provincias vecinas, no se echó
atrás y cooperó con la caída de de la Torre.
El 10 de diciembre
los salteños mismos derrocaron a éste y nombraron
a José María Saravia gobernador provisorio. A la vez,
el 16 de diciembre Facundo Quiroga era nombrado representante del
gobernador de Buenos Aires Manuel Vicente Maza, con la aquiescencia
de Juan Manuel de Rosas, para la solución de las desavenencias
entre Tucumán y Salta, lo que considerando la buena relación
del riojano con Heredia no constituía un buen augurio para
La Torre.
Batalla de Castañares
- 13 de diciembre de 1834
Las fuerzas de de
la Torre fueron atacadas simultáneamente desde dos direcciones
opuestas. Desde Tucumán avanzaron las fuerzas que conducía
Alejandro Heredia, y desde Jujuy las que estaban a las órdenes
del boliviano teniente coronel Campero, que había conseguido
elevar sus efectivos gracias a la incorporación de muchos
voluntarios jujeños (4). Los nuevos gobernadores de Jujuy
y Salta, Fascio y Saravia, aliados a las fuerzas de los hermanos
Alejandro y Felipe Heredia de Tucumán, derrotaron a La Torre
el 13 de diciembre de 1834 en la batalla de Castañares. Dos
días después Saravia era reemplazado por José
Antonino Fernández Cornejo, quien no quedó al margen
de sospecha por los asesinatos de de la Torre y José Manuel
Aguilar cometidos el día 29 por la tropa encargada de su
custodia.
Consecuencias después
de la batalla de Castañares:
El involucramiento
boliviano se vio notablemente favorecido por el precario equilibrio
interprovincial en el noroeste de la Confederación Argentina.
La victoria de las fuerzas coaligadas salteñas, jujeñas
y tucumanas sobre Pablo de la Torre tuvo por lo menos dos consecuencias
visibles. La primera fue la celebración en la ciudad de Santiago
del Estero de un tratado de amistad entre las provincias de Tucumán,
Santiago del Estero y Salta el 6 de febrero de 1835, que fue gestado
por Quiroga, y sobre el cuál vale apuntar algunos datos interesantes:
1.
La alianza tenía por finalidad "consultar el mayor acierto
en la futura marcha política y predisponer los medios por
donde estos pueblos puedan arribar al término deseado de
una organización regular".
2. Salta quedaba
exceptuada de pagar las contribuciones de la guerra que había
derrocado a su gobernador La Torre (el gobierno de Santiago del
Estero exoneraba al de Salta del pago de 5.000 cabezas de ganado)
a cambio del compromiso de no dejar entrar en su territorio a los
unitarios residentes en Bolivia.
3. Jujuy no fue
tomada en cuenta en esta liga, cuyo tratado fue firmado por Alejandro
Heredia, gobernador de Tucumán; Felipe Ibarra, gobernador
de Santiago del Estero, y Juan Antonio de Moldes, ministro representante
de Salta.
4. Los gobiernos
firmantes se comprometían a perseguir "de muerte toda
idea relativa a la desmembración del territorio de la República".
Esta cláusula emergía de las preferencias e ideas
de Alejandro Heredia, del temor a la segregación de la Puna
de Jujuy y de su posible anexión a Bolivia.
5. Los gobiernos
de Salta y Santiago del Estero facultaban al de Tucumán para
representarlos y pronunciarse en el nombre de los tres (lo que reflejaba
el papel ascendente de Heredia) (5).
Sin embargo, es
importante tener en cuenta que la política de Heredia en
el noroeste no fue compartida por todos los caudillos provinciales.
El gobernador de Santa Fe, Estanislao López, en carta dirigida
a su colega de Santiago del Estero, Felipe Ibarra, se pronunció
contra ambas la separación de Jujuy y el tratado del 6 de
febrero de 1835, que en su opinión violaba el Pacto Federal
del 4 de enero de 1831. Más aún, este tratado de paz,
amistad y alianza fue rechazado por el propio Rosas, que alegó
que constituía un "error de hecho y de derecho",
que violaba el Pacto Federal, y que por lo demás no aceptaba
la inclusión en este acuerdo del "intruso y unitario"
gobernador de Salta, coronel Fernández Cornejo. En su respuesta
del 28 de marzo de 1835 a una carta del gobernador santiagueño
Felipe Ibarra, Rosas informaba que:
al recibir el
gobierno de Buenos Aires el aviso oficial del asesinato del gobernador
de La Rioja Facundo Quiroga (6), mandó suspender la marcha
del correo que hacía la carrera hasta Salta, cuyo gobierno
consideraba ser hechura de la facción unitaria que no dejaría
piedra por mover hasta acabar con todos los federales. No aprobaba
el tratado celebrado por Heredia, Ibarra y el intruso Cornejo, cuyo
paso impremeditado abría la más espantosa brecha a
la causa nacional de la seudofederación, que legalizaba la
conducta de los asesinos de La Torre y que altamente sancionaba
el principio de que los denominados unitarios podían impunemente
acabar con los más ilustres federales, y sobre sus cadáveres
erigirse en árbitros y señores de toda la República.
Que las diferencias entre La Torre y Heredia no eran de provincia
a provincia, sino de persona a persona. Que el gobierno de Buenos
Aires ni el de Santa Fe no reconocerán al intruso de Salta
ni la emanación de Jujuy, y que probablemente (o mejor dicho
seguramente) lo mismo harían los demás de la Confederación.
Y en cuanto a la ciudad y distrito de Jujuy, no podía considerarle
provincia separada e independiente de la de Salta de derecho y con
justo título, aun cuando la reconociera bajo ese carácter
cada una de las provincias separadamente, sin que procediese para
ello el convenio de todas entre sí (7).
Vale aclarar que
Rosas sospechaba del gobernador salteño Fernández
Cornejo desde que el ministro de gobierno de Santiago del Estero,
Adeodato de Gondra, en carta al entonces gobernador de Buenos Aires,
Manuel Vicente Maza, afirmara que el gobernador de Salta y el de
Jujuy eran unitarios. Esta acusación de Gondra, sumada a
la sospecha de su involucramiento en la muerte de de la Torre, motivó
que Fernández Cornejo no fuera reconocido ni por Rosas desde
Buenos Aires ni por Estanislao López desde Santa Fe. Presionados
por Rosas, los gobiernos federales de Tucumán y Santiago
del Estero harían sentir sus reclamos sobre los de Salta
y Jujuy, sospechosos de estar en contacto con el régimen
boliviano y de ser excesivamente permisivos con las correrías
de los emigrados unitarios en sus territorios.
La prioridad asignada
por los gobiernos de Buenos Aires y Santa Fe al problema de los
emigrados en Bolivia, y la habilidad de Heredia presentando a éstos
como vinculados a planes expansionistas de Santa Cruz que contaban
con el respaldo de los gobiernos de Salta y Jujuy disiparon las
sospechas que a la vez desde el Litoral recaían sobre el
gobierno tucumano. Gracias a ello y al asesinato de Facundo Quiroga
en la localidad de Barranca Yaco ocurrido el 16 de febrero de 1835,
Heredia consiguió suceder a aquél como la mano derecha
de Rosas en el noroeste.
La segunda consecuencia
evidente de la batalla de Castañares fue que el gobernador
jujeño José María Fascio se convirtió
en el árbitro de los destinos de Salta. No obstante, Fascio
demostró tener poco tacto político. Olvidándose
del escaso peso real de su provincia en el equilibrio de poder norteño,
excedió los límites de su misión auxiliadora
de los unitarios salteños y afectó los derechos de
éstos al hacerse nombrar gobernador de armas, entrar con
su ejército en Salta e imponer contribuciones forzosas a
los salteños. La actitud de Fascio también irritó
a los propios jujeños, que habían declarado su autonomía
pero anhelaban vivir en paz con las provincias vecinas y especialmente
con Salta. El gobernador delegado en Jujuy, Roque Alvarado, reprobó
las medidas adoptadas por Fascio en Salta. Si bien Fascio renunció
y fue reemplazado en la gobernación en marzo de 1835 por
el coronel y diputado Fermín de la Quintana, pronto el gobierno
jujeño comenzó a sentir las presiones del tucumano
Heredia, quien le imputaría a Quintana absoluta negligencia
en sus funciones de gobierno al no haber impedido la entrada del
general Javier López a la Confederación Argentina.
La Política
de Heredia:
Heredia deseaba
controlar el noroeste de la Confederación Argentina en clave
federal. A su vez, a pesar de su simpatía unitaria, Quintana
debía aparentar una tendencia federal, ya que se encontraba
rodeado de provincias con gobiernos federales, y estaba acorralado
entre las ambiciones de Heredia y el ascendente poder del boliviano
Santa Cruz. Por cierto, el noroeste era un polvorín que podía
estallar en cualquier momento. Heredia desconfiaba o pretendía
desconfiar tanto de Jujuy como de Salta, escenarios de las correrías
de los emigrados antirrosistas respaldados por el gobierno boliviano.
Más aún, a partir de 1835 Heredia sumó a Catamarca
a la lista de sus desconfianzas y lanzó la sospecha de una
combinación entre las autoridades bolivianas, los emigrados
de la Confederación Argentina y los jefes militares catamarqueños,
entre ellos el comandante general Felipe Figueroa.
Esta sospecha de
Heredia tuvo su confirmación durante los meses de junio y
julio, con los avisos de los gobernadores de Salta y Jujuy acerca
de los preparativos en Tupiza del general Javier López (que
como sabemos ya había sido derrotado en 1834), de su avance
hacia Tucumán con 25 o 30 bolivianos armados, y de la incorporación
a su banda de las fuerzas catamarqueñas conducidas por los
hermanos Juan y Celestino Balmaceda. López había sido
asistido por el gobierno boliviano, que le había permitido
permanecer en su territorio, buscar armas y enrolar compañeros
de causa. Varios gobiernos argentinos protestaron por el respaldo
de Bolivia al general López, pero el presidente Santa Cruz
les hizo caso omiso. Para sofocar la amenaza de López y sus
fuerzas coaligadas, Alejandro Heredia envió a su hermano
Felipe como jefe del ejército de operaciones a atacar territorio
catamarqueño, logrando la elección de un nuevo gobierno
en esa provincia, que se comprometió a tomar medidas para
evitar nuevas incursiones como la de López contra Tucumán.
No obstante, el nuevo gobierno catamarqueño no logró
inspirar la confianza de los hermanos Felipe y Alejandro Heredia.
En realidad, las
sospechas de Heredia eran inagotables. Ante el avance de López
y consciente de la celosa vigilancia de los otros gobernadores norteños,
el gobernador salteño Fernández Cornejo quiso dar
muestras de su vocación federal y de su fidelidad al tratado
de paz, amistad y alianza firmado con las provincias de Tucumán
y Santiago del Estero en febrero de 1835, y salió para Chicoana
el 23 de julio con el objeto de contener la marcha de López.
Pero a los ojos del tucumano Heredia, expediciones como la de López
constituían pruebas de la complicidad jujeña y salteña
con el gobierno de Santa Cruz y con los emigrados antirrosistas.
A pesar de los esfuerzos de Fernández Cornejo, la ciudad
de Salta fue acusada por los federales de ser foco de las conspiraciones
unitarias. A la vez, el 26 de julio de 1835 la Legislatura tucumana
dictaba una ley declarando proscripto a López y condenándolo
a la pena capital si pisaba suelo tucumano.
Mientras Heredia
iniciaba la campaña sobre Catamarca, apostó en la
frontera norte un cordón de fuerzas sobre la línea
divisoria de Salta con la firme resolución de llevar también
la guerra hasta el centro mismo de ella si tomaba vuelo la reacción
de unitarios (8). Los gobernadores de Salta y Jujuy mantuvieron
informado a Heredia de los movimientos de sus enemigos, pero la
topografía de la frontera con Bolivia no siempre posibilitaba
una buena vigilancia. El 30 de julio de 1835, el gobernador tucumano
acusó a su colega jujeño coronel Fermín de
la Quintana de descuidar intencionalmente el avance de Javier López
por la Puna, y le advirtió que con este paso ha puesto el
último sello a las fundadas sospechas de las demás
provincias federales contra su gobierno; y cuando el que escribe
trabajaba sin cesar para disiparlas se ha presentado este suceso
que le quitaba toda esperanza de conseguir su objeto (9).
Detonante de la
ruptura entre Tucumán y Salta fue asimismo la liberación
del coronel tucumano Segundo Roca. Este había sido apresado
por las autoridades salteñas y remitido a las jujeñas,
las que a su vez lo mandaron a Bolivia, donde fue dejado en libertad
para entrar nuevamente en contacto con López a fin de intentar
derrocar a Heredia. Enfurecido por las correrías de López
(que había llegado cerca de Tucumán) y de Roca, el
gobernador Heredia ordenó el 13 de agosto de 1835 la suspensión
de viajes de carretas a Salta y toda comunicación excepto
en la frontera del Rosario, donde contaba con aliados. Poco después,
instado por Rosas (10), Heredia depuso a Fernández Cornejo
del gobierno de Salta y lo reemplazó por su propio hermano,
el general Felipe Heredia. Como sostiene Norma Pavoni, el disgusto
de Heredia con el gobierno salteño respondía a realidades:
López reclutó gente y se organizó militarmente
en territorio salteño. En agosto de 1835, y debido a un abortado
acuerdo con Roca, López regresó a Tupiza (11).
Por su parte el
gobernador unitario de Jujuy, Fermín de la Quintana, pronto
sufrió los efectos de la presión combinada de los
federales de Tucumán, Santiago del Estero, Salta y Jujuy,
quienes instaron al coronel de la independencia Eustaquio Medina,
comandante del departamento de Río Negro, para que llevara
a cabo una revolución armada. Medina logró derribar
al gobernador jujeño el 23 de noviembre de 1835 y se colocó
a sí mismo en su reemplazo. Pero los unitarios vencidos no
bajaron los brazos, y al mando del teniente coronel Miguel Puch
(ex diputado de la Sala de Representantes de Jujuy) lograron derrocar
a Medina del gobierno jujeño y restituir en él a Quintana
en enero de 1836.
NOTAS
1. Según
el especialista jujeño, presbítero Miguel Angel Vergara,
los salteños habían pedido auxilio a sus vecinos jujeños
pues los preferían como aliados antes que a los tucumanos,
dado que estos tenían pretensiones hegemónicas sobre
la zona norteña.
2. No obstante, Miguel Angel Vergara subraya que la separación
de Jujuy respecto de Salta fue producto de la libre decisión
del pueblo salteño y no de la injerencia boliviana:
No hay indicio entre los hombres de Jujuy de 1834 y 1835, de tales
condescendencias con Santa Cruz. Es cierto que el ex marqués
Campero ayudó a los jujeños a realizar su campaña
de autonomía, les dio dinero, les facilitó armas,
les mandó soldados y les aplaudió ardorosamente. Pero
los jujeños no se comprometieron a entregarse a este dadivoso
agente de Santa Cruz. Conquistaron su autonomía sin miras
partidistas.
Miguel Angel Vergara, "La guerra contra el Mariscal Santa Cruz,
1834-1839", en Academia Nacional de la Historia, II Congreso
Internacional de Historia de América, tomo II, Buenos Aires,
1938, p. 538. Esta interpretación parece ajustarse a posteriores
concepciones del "patriotismo", y al deseo de no dejar
mal parados a próceres locales en términos de este
valor. Más allá de esta discusión, sin embargo,
lo que resulta claro es que las provincias actuaban inspiradas por
un fuerte sentimiento localista que ilustra en qué medida
es inválida la idea de un "Estado nacional" en
esta época.
3. M. A. Vergara, op. cit., p. 16.
4. Comentando estos acontecimientos, El Diario de la Tarde de Buenos
Aires (Nº 1964 del 17 de enero de 1838) se quejaba respecto
de la andanzas del ex marqués Campero:
Un Gefe de crédito de los Bolivianos, se asocia con otros
oficiales, convoca Guardias Nacionales para la línea divisoria
de la Confederación Argentina, allana diversas haciendas
(...). El Gobierno de Salta reclama enérgicamente al de Bolivia
de estas violaciones (...).
5. Emilio Ravignani, Asambleas constituyentes argentinas, seguidas
de los textos constitucionales, legislativos y pactos interprovinciales
que organizaron políticamente la Nación, Universidad
Nacional de Buenos Aires, Instituto de Investigaciones Históricas,
Buenos Aires, 1937, tomo VI, segunda parte, pp. 230-231, cit. en
N. L. Pavoni, op. cit., p. 79.
6. Desde Bolivia se apoyó continuamente a los unitarios que
conspiraron contra Quiroga.
7. Antonio Zinny, Historia de los gobernadores de las provincias
argentinas, tomo IV, parte II, Buenos Aires, Hyspamérica,
1987, p. 223.
8. Alejandro Heredia al gobernador de Santiago del Estero, Tucumán,
30 de julio de 1835, Universidad Nacional de Tucumán, Instituto
de Historia, Lingüística y Folklore, Gobierno de Alejandro
Heredia (su acción en Tucumán, en las provincias del
Norte y en la guerra con Bolivia), 1832-1838, Tucumán, 1939,
pp. 128-129, en N. L. Pavoni, op. cit., p. 127.
9. Mayor C. Basile, op. cit., p. 46.
10. Conviene recordar aquí que en cartas del 26 de agosto
y 16 de noviembre de 1835, y del 13 de febrero de 1836, el gobernador
federal de Santa Fe, Estanislao López, había incitado
a su colega santiagueño Juan Felipe Ibarra para que derrocara
al gobierno de Salta, foco de unitarios. Por otra parte, Rosas ya
había sospechado de Alejandro Heredia. A pesar de la enorme
independencia de Heredia respecto de Rosas, es evidente que estaba
sometido a significativas presiones de parte de sus correligionarios
"federales".
11. N. L. Pavoni, op. cit., p. 128.
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