La Vida Cotidiana Salteña
de 1816 |
Por: Equipo Museo de la Ciudad
Corre el año 1816. El general Güemes es gobernador de Salta. Son días de revolución y lucha para conquistar la Independencia. La ciudad vive el drama de la guerra, donde naufragan su esplendor y riqueza. Más allá de la pasión política, que desmembra familias enfrentadas, más allá de deudos que lloran a sus muertos, la gente sigue su vida cotidiana.
Salta es una pequeña aldea de 7.000 habitantes, dividida en ocho barrios: La Merced, San Pablo, San Pedro, Del Milagro, San Juan, San Bernardo, La Candelaria y La Exaltación. Cada barrio tiene su alcalde, funcionario que porta un bastón que acredita su autoridad. El se encarga de matricular vecinos, controlar comercios, vigilar el aseo de calles y la moralidad. El Cabildo es el único edificio público que posee la ciudad: es cárcel, casa de Justicia, sala de representantes, intendencia de policía y cuartel. La recova se usa como mercado, arrendando sus arcas a los recovecos para la venta de frutas y verduras.
Conocida como "la más católica de las ciudades", la religiosidad impregna todos los actos de la vida. En la comida el padre, a la cabecera, bendice la mesa. Una de las personas de la familia lee la vida de un santo en "El año cristiano", obra en doce tomos que contiene vida y milagros de santos. Las matronas rodeadas de sirvientes dirigen el rezo vespertino. De noche todos rezan el Padrenuestro, el Dios te salve o el Avemaría antes de acostarse.
Hay conventos de franciscanos y mercedarios y cinco iglesias: la Matriz o Catedral, que por no haberse levantado aún su nuevo edificio funciona en la iglesia de la Compañía de Jesús, sobre la actuales Mitre y Caseros. Además, San Francisco, La Merced, San Bernardo, los Padres Jesuitas y varias cofradías.
"Cuando llegaba la Semana Santa -dice José Hernán Figueroa Aráoz- la ciudad parecía enlutada, se experimentaba una opresión semejante a la de vivir en una casa de duelo", y en la procesión del Milagro "el pueblo lucha por escoltar a Jesús, que hállase alumbrado por vistosos fanales y custodiado por las bayonetas, componiendo una escena magistral, goyesca, de un realismo plástico supremo, de aguafuerte, al ser bañado por los fulgores mortecinos del sol que penetra por la escotadura de una calle, lanceando a la procesión con picas llameantes".
Boticas y remedios caseros
Debido al terreno pantanoso en que ha sido fundada es una aldea poco salubre, con malas condiciones de higiene y pródiga en enfermedades, como el paludismo endémico, las diarreas y el terrible "costado", que así se llama la neumonía. La mortalidad es elevada y solamente funciona el pequeño hospital de San Andrés, anexo al actual monasterio de San Bernardo.
Proveen de remedios al vecindario las "boticas" del italiano Felipe Reynoso, la del irlandés José María Todd y la de Sixto Molouni. El boticario prepara y suministra remedios. La botica "es el paño de lágrimas, la sala de primeros auxilios". A falta de médicos las madres se convierten en "médicos de los propios y ajenos", usando remedios caseros.
La escuela y el ovillo
La ciudad carece de periódico, de teatro, de hotel donde hospedarse y también de cementerio. La gente sepulta a sus muertos en iglesias y conventos. Posee un seminario, escuelas de primeras letras y el Colegio de la Independencia. Los escasos universitarios, de clase alta, estudian en Córdoba o Chuquisaca. A la par de las escuelas oficiales y particulares trabajan profesores a domicilio que enseñan a hijos de familias acomodadas. La instrucción pública es pobrísima, son pocos los que saben leer y escribir. No se ha fundado aún una escuela de niñas, porque la idiosincrasia ambiente considera que a ellas les basta conocer los menesteres domésticos.
Los dos amores
En el hogar cerrado y patriarcal la mujer vive sujeta al hombre, y pasa de la mano de su padre a la de su marido, viviendo protegida y sometida, en una suerte de perpetua infancia. "Las hijas de aquellas casas y de aquellos tiempos -dice Frías- vivían en la sumisión respetuosa hasta la veneración por su padre ... no tenían amigas sino pasadas por el tamiz de la buena opinión de la madre, ni jugaban ni charlaban a solas con gente que no fuera de la casa sino a presencia y bajo la saludable vigilancia de ella". Esa es la dura norma para las niñas de familias principales. Las mujeres del pueblo, en cambio, pueden dar rienda suelta al corazón y a los sentidos gozando de mayor libertad para el amor.
No hay espacios verdes. La actual 9 de julio es la "Plaza Mayor", y es plaza seca, sin árboles ni flores y sin bancos, porque no es sitio de paseo. Allí se hacen las formaciones militares y se publican bandos del Gobierno. Las estrechas calles son de tierra y de espeso lodo en días de lluvia. Se han construido veredas para que los vecinos se desplacen con más facilidad. No existen monumentos, pero nadie olvida la cruz que se levanta en el campo de La Tablada.
Pulperías y almacenes
Existen grandes casas comerciales como las de Moldes y Gurruchaga, el pequeño comercio de tiendas, almacenes de caldo donde se vende vino en grandes cantidades, almacenes de azúcar, panaderías, carnicerías, molinos y las pulperías con su poste para los caballos, donde los hombres toman su vinito de paso. Las pequeñas industrias urbanas son todas de tipo artesanal.
El barrio de la Banda, cerca del río Arias, está ocupado por los artesanos que hacen aparejos del caballo. Allí se escucha el golpe constante del martillo "desde la salida hasta la puesta del sol". Los plateros completan los enseres del jinete con espuelas de plata, mates, bombillas, candelabros y la vajilla completa para el comedor de casas ricas.
De tanto en tanto, y después de un larguísimo viaje de seis meses, arriban de Buenos Aires tropas de carretas cargadas con mercaderías de ultramar: muebles, telas y vestidos. Los maridos "muleros", comerciantes de mulas que viajan a venderlas al Perú, vuelven trayendo joyas de regalo para sus mujeres. La economía provinciana se halla en estado catastrófico, con su comercio disminuido y el pueblo empobrecido por el esfuerzo de sostener la guerra casi solo, sin ayuda del Gobierno nacional.
Billar y riñas de gallos
Oleo de Enrique D. Brito
La moda de los cafés ha llegado aquí también. Los hombres de la clase principal, que hasta ahora sólo se reunían en las tertulias familiares donde se juega dominó, ajedrez y juegos de naipes, concurre a los cafés a jugar billar y a hablar de política. Pero allí no entran mujeres, ni tampoco hombres de clases humildes, porque existe una rígida diferenciación social que separa a la llamada "gente decente" de "la plebe". Tanto el público culto como "el otro" va a los espectáculos de "los volantines", cómicos trashumantes que recorren los pueblos en sus carromatos representando obras populares de teatro. Jornaleros y artesanos se divierten también en carreras cuadreras, riñas de gallos, corridas de toros o juegan los domingos por la tarde en las canchas de bolos.
Las viviendas
Casi todas las casas son de adobe, aunque ya se utilizan el ladrillo y el hierro para las construcciones. En las casonas "amplia y señorial portada da paso a un amplio zaguán que conduce al patio, lleno de sol y cubierto con grandes lajas, donde ponen su nota de gracia y de color un jazmín diamela, el oloroso cedrón y el naranjo. Rodean al patio la sala principal, aposentos, alcobas, y desde un rincón se eleva la escalera, sombreada por un alero de tejas rojas y protegida por una baranda de madera tallada". Esas grandes casas, de dos plantas y tres patios donde vive la gente acomodada, son minoría. El pueblo habita en casas más modestas y en ranchos de las afueras.
El fogón y el puchero
Dentro de los hogares la cocina es un lugar importantísimo. La cocina es un cuartucho negro que ocupa el último lugar de la casa, siempre lleno de humo porque allí arde el hogar o fogón a fuerza de leña. "La leña llora y hace llorar a la negra o mulata cocinera" y las ollas son de barro cocido, de fierro y aún de plata. "No hay cocina sin mortero y sin piedra de moler. Así se muele el ají, el charqui y sobre todo el maíz, que las cocineras pelan jugando con la mano del mortero, tirándola hacia arriba, barajándola luego y dando con fuerza el golpe contra el grano". Así se preparan platos suculentos y sabrosos: empanadas, "el chupe", picantes, charquisillo, con charqui y puchero.
También se toma chocolate y en la repostería abundan empanadillas, tortas y mazapanes que se deshacen en las bocas golosas. Todos los elementos culinarios se conservan en la despensa. Allí se guardan el charqui y la grasa, las velas para la iluminación que se fabrican en las mismas casas, el jabón, los cereales, los quesos y las vejigas cargadas de mantequilla.
La gente se surte de agua para usos generales de los pozos perforados en los patios, los aljibes. Para bañarse es preciso sacar agua del pozo y echarla en una bañadera de latón que se halla dentro de una pieza.
Los héroes oscuros
Las casas de los señores cuentan con numerosa servidumbre de negros, negras, indias y mestizas que trabajan como criados, mucamas, cocineras y lavanderas. Algunos sirvientes son todavía esclavos. A ellos -dice María Ester Ríos- "se les asignan los lugares últimos de la casa, en el último patio, allí cocinan y cosen, allí transcurren sus días y sus vidas al servicio de los otros".
Llenan la vida cotidiana de la ciudad los vendedores callejeros. Diariamente bajan de las serranías humildes montañeses con sus burritos cargados de leña y golpean los aldabones de las casas el lechero gaucho que fabrica manteca en los tachos con el trote de su cabalgadura, el carro aguador que vende agua del río para bebida. El carro aguatero recoge el agua servida, mientras otros ofrecen mercancías conversan con clientes y se enteran de sus penas, preocupaciones y alegrías.
Edición: Agenda Cultural del Tribuno del 09 de julio de 2000