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Los primeros pasos de la radio en Salta en los recuerdos de uno de sus pioneros

 

Por Luis Caro Figueroa

 

Solo tres años después de que un pequeño grupo de audaces, liderado por Enrique Telémaco Susini, utilizara un transmisor de escasa potencia y unas precarias antenas instaladas en la azotea del teatro Coliseo de la ciudad de Buenos Aires para retransmitir la obra “Parsifal” de Richard Wagner, unos adolescentes salteños se propusieron construir un receptor de radio a galena, siguiendo las instrucciones de la Revista Telegráfica, que aseguraba que se podía constuir un aparato de estas características gastando solo un peso.

Uno de los integrantes de aquel grupo de entusiastas salteños era J. Armando Caro, que tenía solo doce años de edad y cursaba entonces el sexto grado de la escuela primaria.

En 1985, poco antes de morir, el doctor Caro evocó aquella precoz experiencia con las telecomunicaciones.

Lo hizo de este modo:

«En el año 1923, cursaba el sexto grado de la escuela primaria en Salta. Teníamos como profesora de Física (en aquella época teníamos profesores por materias en los últimos grados de la primaria) a la señorita Esperanza Mesones. Fue ella quien nos interesó por la radio, al tiempo que comenzaban a llegar a Salta los primeros aparatos receptores, que eran traídos por la firma de don Román Villagrán, que tenía una gran ferretería con anexo de peluquería en el edificio que hoy ocupa el Cabildo Histórico de Salta, que en aquel tiempo se alquilaba.

Mis compañeros y yo nos interesamos y la señorita Mesones preguntó en clase qué sabíamos de esto de la radio. Se levantó un alumno que recuerdo perfectamente bien, muy amigo mío, el arquitecto Armando Ranea, que después fue jefe de Obras Sanitarias aquí en Salta. Ranea explicó a su manera en qué consistía el sistema y cómo funcionaba. Por supuesto, despertó el interés de muchos de nosotros.

J. Armando Caro en su estación LU9OA, de Cerrillos, circa 1980

Yo escuchaba con asombro cómo se levantaba una antena gigantesca de cuatro hilos que se tendía desde la torrecita del Cabildo, llegaba hasta no sé dónde y bajaba finalmente a la casa Villagrán.

El técnico de todo esto era el señor don Virgilio García que, para promocionar la venta de receptores, trajo consigo un pequeño transmisor Peckham de 10 watts nominales. En esa época no se sabía medir los watts ni nada de esas cosas.

Con ese aparatito, la firma de don Román Villagrán amenizaba las audiciones de los pocos tenedores de radio en Salta. La emisora era operada por don Pepe Carbonell, quien actualmente vive (año 1985) y es amigo mío.

Todo aquello despertó una ola de inusitado entusiasmo entre mis compañeros, la muchachada. Ranea era quien nos proveía de material bibliográfico. Recuerdo un voluminoso catálogo de la casa B. Magdalena con rudimentos de instalación de antenas y todas esas cosas.

Entre mis condiscípulos estaba Ricardo Usandivaras Taverna, que nos decía que había captado los gritos de los muchachos que estaban de recreo en la escuela de artes y oficios, que quedaba vecina a él, y que los escuchaba así nomás, inalámbricamente.

La vieja estación LU1OA, en la calle Deán Funes 418, circa 1945

Aquel grupo de jovencitos que habíamos formado se propuso construir un aparato de radio. En ese grupo estaba don Lisandro San Roque, a la sazón hijo de un fuerte comerciante integrante de la firma Isasmendi Hermanos. Otro que figuraba –claro que con menos recursos, como yo– era don Raúl Castelli.

Mario Collados Storni y yo nos abocamos a la tarea de construir aparatos de radio, a partir de una publicación que conservo todavía y que pueden consultar ustedes. En los primeros tomos de la Revista Telegráfica podrán encontrar los artículos técnicos que ilustran sobre cómo armar un aparato de radio por un peso.

El Radio Club Argentino ofrecía gratuitamente suministrar el elemento esencial que era una piedra de galena. La pedimos, pero jamás llegó a nuestro poder. Uno de nosotros se encargó de conseguir el alambre para la bobina; por supuesto era Lisandro San Roque, que consiguió un alambre de campanilla, de ese que venía parafinado y se utilizaba en aquellos tiempos para la instalación de los timbres. Otro se encargó de la construcción, otros de confeccionar a mano los auriculares.

En aquel año de 1923 se disputó en el Polo Grounds de Nueva York la pelea entre Luis Ángel Firpo y Jack Dempsey. Nos preparábamos para escuchar el evento, nada menos que con un aparato de galena que costaba un peso.

Recuerdo que la pelea tuvo lugar el 14 de septiembre de 1923, cuando yo tenía 12 años de edad. A esta fecha la considero como la de la iniciación de mis actividades en el campo de las comunicaciones, algo que siempre me sedujo, no sé por qué. Tal vez por una vocación innata o quizá por mis deseos de ver comunicados a los seres humanos entre sí.

Por supuesto que fracasamos rotundamente. Nuestro aparato no funcionó nunca. No pudimos conseguir el auricular, la piedra de galena tampoco llegó a nuestro poder y tuvimos que conformarnos con mirar la pizarra de Casa Villagrán, que iba transmitiendo la pelea.

Recuerdo perfectamente la primera noticia. Una pizarra sacada afuera decía: 'Dempsey ataca; Firpo contesta vigorosamente; lo sacó fuera del ring de un solo trompazo y fue arrojado fuera de las cuerdas'. Todavía se discute si eso era legal o no, porque Dempsey estuvo mucho más de los diez segundos reglamentarios fuera del ring.

Y siguieron la transmisión. La pelea parecía reñida. De repente, todos los que estábamos allí pendientes de las pizarras escuchamos el detonar de las bombas del diario El Intransigente. Nos aproximamos a la redacción del diario, que entonces estaba en la calle España, por ahí muy cerca de donde está La Posta ahora. La pelea había terminado. Esta vez el telégrafo alámbrico le ganó al inalámbrico».

 

 

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