Personajes de la Historia de Salta

PELAYO ALARCÓN

elayo Alarcón no fue salteño, pero sus andanzas de auténtico bandolero llegaron al territorio nuestro, y una de sus andanzas sangrientas, lleno un espacio trágico dentro de la historia chica, que solía contarse  hasta no hace mucho tiempo en todos los rincones de la provincia. La notoriedad de éste bandolero, que capitaneaba un grupo de facinerosos, tuvo vigencia en la década de los años '20. Pelayo Alarcón era de Paraguay, aunque algunos estudiosos afirman que había nacido en Tucumán ya que allí empezó su carrera de maleante.

Desde Tucumán, entonces, llegaban a Salta, en boca de viajeros, relatos espeluznantes de las tropelías que cometía como sus encuentros violentos con las patrullas policiales que no lograban prenderle.

Le hicieron fama de ser excelente tirador, y que manejaba con singular destreza su "Winchester", con el que esparcía la muerte por donde iba. Lo describían como un hombre de poca estatura, esmirriado, de cabellos negros lacios y tez cobriza, que vestía una mezcla de ropa ciudadana y prendas gauchas. Era considerado buen jinete, y su mirada de pupilas color caramelo, solía endurecerse sobre el rostro de su oponente presagiándole la muerte. Incompasivo y brutal, asesinaba por cualquier motivo, y jamás tuvo un gesto de generosidad para con la gente humilde, que a pesar de todo sentía admiración por este malevo semi-salvaje, que se ocultaba en la espesura de los montes. La montaña no le atraía, hasta dicen que le temía a las alturas ríspidas de la precordillera.

Dicen que en setiembre de 1922 Pelayo Alarcón hizo que se fugue de la cárcel de Tucumán otro famoso bandolero, Andrés Bazán Frías, alias “El Manco” luego se afincaron juntos formando una banda en la zona de Rosario de Lerma.
Cuentan que una obsesión persistente del Manco -común, por otra parte, entre los anarquistas de aquella época- era el proyecto de asaltar la cárcel para liberar a todos los reclusos, e intentó convencer al paraguayo para atacar el penal de Tucumán. Entretanto participó en el asalto a una finca rural, y días después, a raíz del robo de un caballo, se batió a tiros junto con Pelayo Alarcón contra una comisión que los seguía por el monte.
La experiencia rural del Manco fue breve, ya que a fines de aquel año estaba de vuelta en Tucumán, pero contribuyó tal vez a asimilar su figura a la de los gauchos. El 13 de enero de 1923, después de beber en una reunión con varios amigos, se suscitó una pelea callejera y el alboroto atrajo a la policía. Lo persiguieron hasta el Cementerio y allí, cuando se lanzaba a trasponer el muro, lo acertaron un balazo en la cabeza.

Por aquellos años en Salta corrían noticias, casi permanentes, de la formación del ingenio Tabacal. Allí se trabajaba de sol a sol, abriendo en la selva los claros donde más tarde reverdecerían los simétricos cañaverales. Los campamentos de hacheros, como aserraderos, juntaban una nueva población, semi-nómade, que se cobijaba bajo la floresta, al filo de las picadas por donde la gente penetraba caminando hacia sus lugares de trabajo. Se trataba de hombres rudos, que todo lo concebían a través de la fuerza física. También aparecían los indios, y eran frecuentes los relatos de fogón, donde se hablaba del asesino de solitarios colonos martirizados y ultimados por la indiada en la soledad de la foresta salvaje.

Las metas de Pelayo Alarcón eran ya conocidas por esos lares, y solían contarse anécdotas de los asaltos, generalmente sangrientos que protagonizaba el maleante.

Por ese entonces, se encontraba al frente de la seguridad policial del departamento de Orán, Nabor Frías. Se trataba de un gaucho de dimensiones ciclópeas, y tenacidad de hierro. Su natural fuerza física imponía respeto con su sola presencia, que significaba para quienes estaban presentes, la seguridad absoluta del cumplimiento de la ley, y el respeto al orden público. Rudo, parco en palabras, aplicaba las sanciones sin miramientos, reprendiendo a los infractores con su voz  bronca, que usaba en vocabulario campero, rústico, lacónico y claro.

El trajín incesante de la zona de trabajo, un día tuvo una alteración más. Alguien trajo la noticia de que Pelayo Alarcón y sus secuaces, habían penetrado en el territorio de Salta, avanzando por la selva del departamento de Orán.

La alarma y el miedo cundieron entre la gente que vivía en aislados ranchos en el monte. No pasaron muchos días cuando llegó un hombre  herido de bala, montado penosamente en una mula. Cuando lo auxiliaron, alcanzó a relatar que Pelayo y su gente habían asaltado un almacén en medio de la salva, asesinando al dueño, y cometiendo tropelías. Se habían quedado a beber todo lo que había en los anaqueles, y él había conseguido fugar aprovechando la borrachera de los bandidos que lo habían herido de un disparo de Winchester. Don Nabor escuchó en silencio la narración y preguntó sobre el lugar donde se encontraba el almacén. No era lejos. Armó una partida, y poniéndose al frente de la misma marchó en procura del criminal. Al cabo de dos días encontró la huella de la banda, y la siguió con cautela. Pelayo, a su vez, que conocía la fama de don Nabor, se dio cuenta  de que era perseguido y lo esperó en un puente que cruzaba una corriente en medio del monte. Don Nabor y sus hombres se acercaron a la posición cuando se ponía el sol. Estaban avanzando sobre el puente cuando Pelayo y su banda los recibieron con una descarga. Cayeron todos los agentes de policía. Uno herido se arrastró hasta don Nabor, que trataba de ubicar al asesino en la oscuridad. Allí está, dijo al agente señalando un punto. Don Nabor se arrastró sigilosamente, porque quería agarrarlo con sus poderosas manos. El asesino percibió su cercanía y le descerrajó un tiro a boca de jarro. La bala le quebró la pierna izquierda, y sangró hasta perder el conocimiento. Pelayo huyó solo, porque su banda cayó abatida por la patrulla salteña.

Poco después, el bandido fue acorralado en la estación del ferrocarril provincial de Tucumán. Se suicidó con su propio Winchester, después de tirotearse con la policía.

 

Fuente: "Crónica del Noa" -10/07/1982

Relatos recopilados por la historiadora María Inés Garrido de Solá

Aportes: José de Guardia de Ponté

 

 

La Pelayo Alarcón

De Leguizamón y Castilla

 

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