Por Rafael P. Sosa
na figura muy interesante, de amplias y vigorosas facetas, es la de este salteño que fue gobernador de la provincia en una época dificilísima y que a los ochenta años de edad conservaba una memoria prodigiosa, revelándose como escritor e historiador.
Hijo de Don Pedro José Otero, español de Asturias y de Doña María Ignacia Torres, salteña, nació en nuestra ciudad el año 1.770.
Después de efectuar estudios en Córdoba fue a Chuquisaca, en cuya célebre universidad siguió los de abogacía, sin llegar a rendir los últimos exámenes por haber participado activamente del movimiento revolucionario del 11 de noviembre de 1.810, secundando al glorioso 25 de mayo de aquél año, en Buenos Aires.
Goyeneche dictó orden de prisión contra el joven Otero, ordenando que fuera conducido a las terribles casamatas del Callao, pero felizmente pudo huir a tiempo.
De regreso a Salta siguió evidenciando sus sentimientos a favor de la independencia.
Un prolongado y trascendental período de su vida lo pasó en el Perú, donde se dedica a la minería en el cerro de Pasco Huancavelica y otros lugares, llegando a poseer una cuantiosa fortuna, al par que administraba, con gran éxito las de sus socios.
Allí en Lima el año 1823, contrajo matrimonio con Doña Mercedes Laguí chilena con la cual tuvo varios hijos de los que sobrevivieron sólo dos: Rosa y Rafael Otero. Después se produjo la separación de los esposos, de modo que ella no vino a Salta, regresando a Chile.
Al par de sus negocios, que él habría de calificar en su testamento como los de mayor importancia de minas en Cerros de Pasco y Huancavelica, Otero tomó parte en arriesgados planes emancipadores.
Un mérito insigne conquistó al decidir con su influencia y extraordinaria habilidad la sublevación del Numancia, fuerte de más de ochocientas plazas, formado casi enteramente de americanos y su incorporación a los patriotas.
Otros audaces proyectos de Otero que abarcaron la toma de Lima y, posteriormente, del puerto del Callao, fracasaron por la defección a última hora de varios complotados.
Es notable la correspondencia mantenida con el general San Martín, quien le discernió por sus servicios el grado de capitán de caballería otorgándole varias distinciones entre ellas, la Orden del Sol.
Nuestro ilustre comprovinciano fue presidente de la Junta de Minería de Pasco y desempeñó el juzgado local, actuando como diputado por la provincia de Tarma en el primer congreso constituyente del Perú.
Así como había colaborado en alto nivel con San Martín continuó haciéndolo con Bolivar al que asesoró muy eficazmente antes de la victoria de Junín, dándole datos importantísimos acerca del terreno que él, como su primo, don Francisco de Paula de Otero, conocían palmo a palmo. Se asegura que hasta llegaron a indicarle el sitio y la hora en que debía librarse la batalla. En recompensa de tales servicios, ambos recibieron ascensos militares y honores.
Terminada la guerra de la Independencia ya con el grado de sargento mayor, se consagró a la atención de sus minas de plata y de azogue o mercurio.
Más el año 1838, al producirse un choque armado entre Chile y Perú, le sobrevino a don Miguel Otero, un verdadero cataclismo, pues fuerzas chilenas llegaron a sus establecimientos mineros, secuestrándole cuanto hallaron y embargándole lo demás. Por estar ausente, se salvó de caer preso.
Como consecuencia de aquel conflicto fue puesto en el gobierno del Perú el general Gamarra, enemigo de Otero quien le confiscó todos sus bienes condenándolo al exilio, arrebatándole así su fabulosa fortuna, a la par que la de sus asociados.
Otero llegó a Salta antes de que terminara su gobierno don Manuel Solá Tineo uno de los principales forjadores de la Liga del Norte contra Rosas y en circunstancias en que las fuerzas militares y económicas de la Liga se aproximaban al desastre.
El presitigo adquirido lejos de la patria, y las importantes vinculaciones de su familia, agregadas a una inteligencia privilegiada, gran ilustración, energía probada y actividad incansable, hicieron que los hombres dirigentes de Salta pusieran sus ojos en don Miguel Otero.
La Honorable Cámara de Representantes lo designó gobernador para el nuevo período que se iniciaría el 17 de diciembre de 1.840. Al aceptar el cargo, mediante una conceptuosa nota, habló de la unión de los salteños ¡en esos momentos!, de la pronta cesación de la guerra –para lo cual comprometía sus esfuerzos- y de la salvación de la patria.
El prolongado alejamiento, su falta de actuación en las luchas cívicas locales, hicieron abrigar esperanzas en uno y otro bando. Confirmó en el cargo de Ministro General de Gobierno al Dr. Bernabé López uno de los más apasionados opositores a Rosas, el que muy pronto habría de presentar su renuncia, ante ciertas actitudes del gobernador Otero.
En Tucumán, Lamadrid, encargado del gobierno y por delegación General en Jefe del Segundo Ejército Libertador, también no tardaría en manifestarse hostil, hasta el punto de organizar una fuerza de 600 soldados con la que invadió a Salta, mientras le dirigía a Otero notas conminatorias para que abandonara el gobierno.
Al recibir la primera de esas admoniciones el gobernador de Salta presentó la renuncia a su cargo, dirigiéndole a Lamadrid una enérgica respuesta negándole atribuciones para semejante invasión y diciéndole que con esa renuncia deseaba quitarle hasta el pretexto que invocaba.
La Sala de Representantes rechazo la renuncia de Otero y vecinos caracterizados, por él convocados, le reiteraron su confianza, pero ante el avance de Lamadrid y habiendo fracasado una delegación que se le envió con propósitos conciliadores, comprendió el gobernador salteño que sus milicias eran de tendencia unitaria y que peligraba su vida. Dejó en su lugar a su antecesor el prestigioso hombre público don Manuel Solá, el 18 de marzo de 1.841 y se ausentó por los valles calchaquíes en dirección hacia Atacama.
Con la derrota de la Liga y el triste epílogo de la muerte del general Lavalle en Jujuy, el 13 de octubre de aquel año, quedaba Oribe victorioso y dueño de estas provincias del norte argentino, que habían formado la Liga del Norte contra Rosas. Su lugarteniente entró a la provincia de Salta, después de su triunfo sobre Lamadrid en Famaillá y resolvió la reposición de Otero en el cargo de Gobernador.
Según el historiador Dr. Bernardo Frías, don Miguel Otero, conocedor de la situación se había dirigido apresuradamente al encuentro de Oribe y deseando defender su provincia de las venganzas que podrían sobrevenir le dijo que no era necesaria su presencia en Salta y que él, Otero, después de reasumir el gobierno, estaría en condiciones de poner orden.
Dijimos que Otero no había actuado en las luchas civiles de nuestro país, pero la persecución de que lo hizo víctima Lamadrid y un evidente desengaño de los jefes militares de la Liga del Norte, lo embanderaron en el campo rosista, aunque sus actitudes como gobernante fueron muy conciliadoras con sus comprovincianos, muchos de ellos enrolados en las filas unitarias.
Un gesto de valentía patriótica y de elevada moralidad tuvo a poco de volver el gobierno no obstante en la vanguardia de las tropas de Oribe el capitán Gregorio Sandoval, que había traicionado al Dr. Mateo M. Avellaneda, entregándolo a sus enemigos, con otros unitarios –todos ellos degollados en Metán- el gobernador Otero hizo prender a Sandoval y ordenó que lo fusilaran de inmediato.
En abril de 1842 delegó el mando y se trasladó a Buenos Aires, siendo recibido por Rosas con extraordinaria deferencia. Se asegura que seguía allí ostentando el título de gobernador de Salta, hasta el año 1.844, cuando se nombró otro gobernador titular de esta provincia.
Designado, el año 1846 Ministro Plenipotenciario en Chile, se deduce que no desempeñó ese alto cargo permaneciendo en Buenos Aires. Allí el dictador lo tenía como hombre de consulta, particularmente en asuntos internaciones, de preferencia los concernientes a las naciones americanas que Otero conocía muy bien. No debemos olvidar que en Chuquisaca ya había terminado los estudios de jurisprudencia, faltándole solamente los exámenes finales.
Si bien hizo algunas gestiones infructuosas para recuperar los bienes de que fuera despojado en el Perú, su capacidad de financista le permitió adquirir grandes extensiones de tierras en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, pero en ambas encontró insalvables dificultades para disponer de ellas, por haberlas adquirido en la época de la tiranía.
El hecho real es que habiendo vuelto a ser rico, murió casi en la miseria en Buenos Aires el día 13 de julio de 1.874 a los 84 años de edad, después de haber escrito sus ‘Memorias’ las que han sido publicadas por el Instituto de Investigadores de Ciencias Históricas, con palabras preliminares de su presidente Dr. José Armando Seco Villalba y de nuestro destacado comprovinciano don Miguel Solá, quien hizo la recopilación de los papeles de Otero.
Como no debo extenderme, de ellos sólo mencionaré –como ya lo dice con su testamento- las observaciones al parte de la Batalla de Suipacha, en donde don Miguel Otero reivindica para Güemes la gloria de ese primer triunfo de las armas de la patria.
Diciembre de 1.969