Por Rafael Guetierrez
Cuando
se pretende dar un breve panorama de la literatura en Salta se comienza
por los lugares comunes de citar una serie de autores y textos que
comienza obligadamente con Juan Carlos Dávalos y El viento
blanco o por una serie de justificaciones con respecto a la marginación
de Salta dentro del mapa literario del país. Por lo tanto
no pretendo volver sobre esos repetidos temas sino reflexionar sobre
el campo de producción salteño para tratar de entender
cómo evolucionó en Salta esa práctica social
que llamamos literatura.
La práctica
de leer y escribir fue muy habitual en Salta desde fines del siglo
XVIII porque el movimiento económico de la región
generó cierta ilustración entre sus gentes, llevando
a que los padres legaran a sus hijos no sólo un patrimonio
material sino también cultural, enviándolos a los
colegios de los jesuitas, los franciscanos y luego a las universidades
de Chuquisaca o de Córdoba.
No
en vano la primera novelista argentina es salteña: Juana
Manuela Gorriti, mal que les pese a los que historian la literatura
desde Buenos Aires, fue la primera escritora que trabajó
el género novela y, aún más, fue una de las
primeras que ejerció la profesión de escritora, mientras
otros políticos y militares escribían entre campaña
y campaña para recordar sus andanzas o quedar bien en sociedad.
El siglo XIX fue
difícil para dedicarse a la profesión de escritor,
tal como estaba aconteciendo en otras partes del mundo occidental
y cristiano, había que sobrevivir para formar parte de un
Estado que no terminaba de constituirse ni de reconocer qué
territorios querían integrarlo.(1)
Lo normal fue que
también en estas latitudes, como en el resto del país,
los escritores no fueran profesionales sino aficionados aunque con
una buena retórica aprendida en una escuela que los formaba
para ser los oradores que habrían de hacer las leyes del
naciente país.
El siglo XX en buena
parte fue heredero de las prácticas sociales del siglo XIX,
por ello es que ese panorama que trazamos no desaparece con el cambio
de siglo, sino que sólo se amplía con la aparición
de una nueva clase de escritores que alternan la poética
con el género periodístico. Por otra parte hacen su
aparición las poetas, aunque calificadas despectivamente
de poetisas, ya que como adornos del hogar debían velar por
la conservación de los valores de la tradicional sociedad
salteña.
En las primeras
décadas del siglo XX hay una producción poética
femenina notable pero con una temática limitada a lugares
prefijados por la sociedad: el casto amor maternal, ligado a lo
hogareño, la religión y, a lo sumo, lo nacional idealizado
y desvinculado de la política.
El único
que desentona con ese panorama y que prefigura la presencia del
escritor dedicado centralmente a esa actividad es un hijo de familia
tradicional y decente que, incapaz de ejercer los negocios familiares
o de acogerse a los roles normalmente asignados a su clase, es reubicado
socialmente como un pintoresco “escritor”. El díscolo
de la familia que escribe muy bien sobre Salta, su gente y sus costumbres.
Habrá que
esperar hasta el advenimiento de la década del cuarenta para
que los jóvenes, contaminados por las ideas que se gestan
en el ambiente universitario de Tucumán, hagan su irrupción
en el panorama de las letras rompiendo el localismo e invadiendo
el mapa literario nacional.
Este hecho reconocido
por sus fundadores y por los historiadores de la literatura no fue
un caso aislado y fortuito sino que se explica por el descubrimiento
de un nuevo país que recién por aquellos años
comienza a tomar conciencia -no siempre de un modo positivo- de
su extensión y diversidad.(2)
Hasta medidos del
siglo XX Salta tiene su identidad en el mapa de la literatura nacional:
es una provincia que ha dado un cuentista notable y los poetas de
“La Carpa”, aunque se prefiere soslayar la existencia
de novelistas, como Juana Manuela Gorriti o Federico Gauffin.
Las décadas
siguientes no variaron mucho el panorama porque Salta exportó
su imagen de tierra de poetas que con sus letras nutrían
el folklore que los conjuntos musicales aún cantan por los
festivales y las radios de todo el país.
La falta de expansión
hacia la novela y el ensayo en las décadas del sesenta y
setenta no hay que atribuirlas a una incapacidad de los escritores
locales sino a una difícil situación nacional en la
que muchos intelectuales fueron sumidos al silencio de muchas maneras.
Recién en la década del 80 la nueva generación
de escritores, que se formaron sin el enfrentamiento con las cátedras
universitarias que caracterizaron a sus predecesores, hizo notar
su presencia a través de la novela y el ensayo, reconocidos
a través de los concursos y los premios locales, nacionales
e internacionales.
En las últimas
décadas del siglo se sumaron más participantes a la
mesa de la literatura salteña. Si hasta entonces Salta Capital
había acaparado el campo de juego, se sumaron Orán,
Joaquín V. González y Cafayate con la formación
de grupos, los llamados a concursos, congresos, publicaciones y
todas las formas de participación para incorporarse al campo
literario.
Con la llegada del
2000, Salta muestra cada vez más libros publicados, más
revistas – aunque muchas de efímera vida – en
las que la cultura, el arte y la literatura se difunden aunque con
la sintomática repetición de los mismos nombres de
hace cincuenta años y la tímida incorporación
de nuevos nombres y títulos que, la mayoría de las
veces, pasan casi inadvertidos entre un público lector que
sigue prefiriendo los best seller o los consagrados nacionales.
CITAS
(1)
Recuérdese que en esos tiempos aciagos el Gobierno Central
llegó a declara a Salta, entre otras regiones, en libertad
para formar parte o no del Estado Argentino.
(2)
Solamente para tomar algunos síntomas del cambio en la Argentina
podemos citar: Por aquellos años la Capital Federal siente
el impacto de la invasión de un interior, lo que se manifiesta
en la queja contra los “Cabecitas Negras”; en la política
Nacional se fomenta la expansión radial de Radio Nacional
para cubrir y unificar el dilatado territorio nacional bajo una
sola imagen de país.
BIBLIOGRAFÍA
Braudel, Fernand, Bebidas y excitantes,
Madrid, Alianza
1994
Caldas Villar, Jorge, Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Juan
Carlos Granda
1975
Caro Figueroa, Gregorio, Historia de la “Gente decente”
en el Norte Argentino,
1970 Buenos Aires, Ediciones del Mar Dulce
Escohotado, Antonio, Las drogas. De los orígenes a la prohibición,
Madrid, Alianza
1994
Feinman, José Pablo, Filosofía y nación, Buenos
Aires, Legasa
1986
Lugones, Leopoldo (h.), Selección de verso y prosa de Leopoldo
Lugones, Buenos
1971 Aires, Huemul
Martorell de Laconi, Susana, Estudios y ensayos sobre la narrativa
y el teatro de
1999 Juan Carlos Dávalos, Salta, 6 de Febrero
Natale, Oscar, Buenos Aires, negros y tango, Buenos Aires, Peña
Lillo
1968
Palermo y Altuna, Literatura de Salta: Historia Sociocultural, Salta,
CIUNSa
1996
Pérez, A.J. y Ara, G. (comp.), Memorias de la Patria Nueva,
Bs. As., EUDEBA
1966
Querejazu, Jorge, La Amazona y el caudillo, Sucre, Qori Llama
1997
Rabinowicz, Eduardo, El Tribuno 50 Años, Salta, El Tribuno
2000
Ritche, Carson, La búsqueda
de las especies, Madrid, Alianza
1994
Romero, José Luis, Breve Historia de la Argentina, Buenos
Aires, Huemul
1986
Romero, Luis Alberto, Breve Historia Contemporánea de la
Argentina, Buenos Aires
1996 Fondo de Cultura Económica