"Masones,
liberales y jacobinos: la otra Guerra de Belgrano" |
|
Autor:
Ernesto Bisceglia |
|
Primer
Premio del Instituto Nacional Belgraniano y del Instituto Belgraniano de
Salta |
|
Editado por Biblioteca Salvador Grifasi Gangi -
Prólogo del Dr. Félix Luna |
|
|
|
Presentación del libro en el Recinto
de Sesiones de la Legislatura con el Dr. Félix Luna |
|
"En la obra que sigue, en
el marco del análisis de la lucha interna que debió sostener el General
Manuel Belgrano se cuentan sus esfuerzos -quizás más ingentes que los que
demandaban las armas- por superar las dificultades que le oponían sus propios
paisanos; muchos de ellos más guiados por el cuidado de sus intereses
personales que por los ideales patrióticos. Entre esos problemas que hubo de
enfrentar se halla el episodio que tuviera por protagonista al primer Obispo
de Salta, el Dr. Nicolás Videla del Pino". El
Autor. |
|
La
historia oficial registra siempre para los tiempos y los hombres venideros, los
hechos de una manera “objetiva” y horizontal, ya fueran en su contexto amplio,
ya en lo particular de cada protagonista, pero siempre desde un dudoso punto de
vista “equidistante”. Es decir, quedan ocultos para el conocimiento general
innúmeros sucesos y personajes cuya actuación si bien protagónica tal vez, no
siempre fue favorable a los superiores intereses de la Patria. Por el
contrario, a la sombra de esos mismos acontecimientos, en realidad buscaron
solamente la satisfacción de sus propios intereses personales y/o sectoriales;
y tantas son las veces que permanecen agazapados en la ignorancia del común
como tantas otras resultan claves para la comprensión de determinados procesos,
generalmente emparentados con el fracaso nacional.
Una
explicación puede encontrarse en los parámetros utilizados para configurar una
historia de bronce y mármol apropiada para el objetivo político que significaba
plasmar en los programas educativos una cosmogonía de héroes prístinos que
impresionara el carácter de los miles de educandos, hijos de la inmigración que
se incorporaban a la alfabetización argentina. Era necesario mostrar un país
sólido, con grandes prohombres, prototipos inmarcesibles e irreprochables, con
cuya admiración se buscaba consolidar ese sentido de pertenencia y permanencia.
Otra
explicación puede ensayarse desde el color –y el calor- político de quien
abordara la tarea historiográfica, sus sentimientos y sus intereses.
Particularmente éstos últimos que cuando estuvieron comprometidos, más si eran
económicos, lo fueron con una filiación anglosajona para la cual era
inconveniente mostrar “el lado oscuro” de una historia como la de la República
Argentina que rebosa de ejemplos admirables de heroísmo y desprendimiento,
dignos de exaltar en tan oportuna hora como la actual.
De esta
suerte, aquellos en quienes recayó la tarea egregia de conducir los destinos
políticos y sobre todo militares de la contienda independentista se vieron en
repetidas oportunidades ubicados entre dos fuegos: aquel que provenía del
frente invasor, y aquél cuya herida provocaba más dolor, el de los propios
hermanos.
Así
debieron librar anónimos combates, ora con la fuerza de las armas, ora con la
pluma; y tantas veces con sus mismas conciencias, haciendo así que la empresa
fuera aún más difícil.
Sin
embargo, lo mismo que el sufrimiento cristianamente soportado ensalza las
virtudes del alma, mientras más lacerante se hacía la lucha, proporcionalmente
se agigantaba su figura. Así, hasta alcanzar la gloria perenne de los
pedestales donde descansan sus bronces y desde los cuales reclaman a las
generaciones venideras la práctica de los valores del ser nacional y la
emulación de tan puros ejemplos.
El caso
del General Manuel Belgrano es uno de estos ponderables ejemplos. Es el
hombre que a despecho de su condición familiar e intelectual, aparta la
posibilidad del enriquecimiento lícito y el reconocimiento social, para
embarcarse en el afán de la guerra por la Independencia del suelo patrio.
Así lo
hizo porque, como sus pares, comprendió el sentido profundo del vocablo
“Patria”, heredad del concepto romano que lo define como “la tierra de los
padres”, que se convierte en patrimonio propio, y todavía de los hijos, y por
el cual vale todo empeño en su defensa.
De esta
suerte, al abogado, al periodista, al funcionario real, al posible comerciante
le siguió el militar, sin saber seguramente que detrás de la empuñadura del
sable esperaba un destino de grandeza y el agradecimiento “ad eternum”
de las generaciones posteriores.
Pero no
todos comprendían a la Patria de este modo. Para muchos, la lucha que se
avecinaba y en la que se comprometieron contemplaba otras finalidades, algunas
estrictamente políticas, otras solamente económicas, pero todas espurias como
sus espíritus. Y aunque vistieran la misma casaca con sus actitudes
mancillaron el ideario de Mayo.
Y el
General debió atender dos frentes, aquel sobre el cual avanzaban las bayonetas
españolas, y el que se abrigaba cómodo en los propios despachos porteños,
cumpliendo las órdenes del Foreing Office británico, retaceando pertrechos y
elaborando documentos absurdos que entorpecían con su burocracia de levita el
avance sobre el escabroso terreno norteño, incrementando el riesgo no sólo de
perder la vida ante la falta de elementos, sino lo que es más grave, exponiendo
al país incipiente al riesgo de que la otrora colonia española solamente
cambiara de amo.
De estos
sucesos, de algunos de sus protagonistas y del modo en que Manuel Belgrano hubo
de sortear esos peligros es que tratan las líneas que siguen de echar, al
menos, una incipiente luz.
Porqué
una Revolución.
Es
esencial comprender en manera completa el cuadro de situación que rodeaba los
prolegómenos de un Movimiento como el de Mayo. particular
en su concepción puesto que no fue resultado ni de angustias sociales producto
de alguna escasez como tampoco de odios de clase o nacionalidad, tanto que
podría afirmarse que en realidad aquel habitante del Virreinato se encontraba
en general satisfecho ya que no imperaban la pobreza ni las luchas. No obstante
todo ello, promueve un régimen distinto al existente entonces.
Aquella
sociedad no conocía los abismos de clase y se encontraba en cierto modo nivelada producto de las únicas fuentes de riqueza que eran
la agricultura y la ganadería, con un predominio –un monopolio- del comercio
hispano, típico de esa “época mercantilista”. “El indígena tuvo frente
a sí la pampa para internase o un trabajo llevadero; el esclavo no se vio ante
la terrible plantación y fue con frecuencia artesano y sirviente familiar; el
criollo blanco no conoció vejámenes ni fue excluido por sistema en los empleos
medianos, en ciertas jerarquías de la vida social o económica”[1]. Así la
historia vio a criollos como Manuel Moreno en la Secretaría de
Sobremonte, a su hermano Mariano como Relator de la Audiencia, al potosino
Saavedra nada menos que jefe de milicias, y dos hijos de inmigrantes italianos,
Castelli como Asesor en muchos asuntos de la audiencia y del Tribunal de
Cuentas y a Manuel Belgrano, Secretario del Consulado; éste último, testigo y
actor presencial de esta situación que dejará testimonios contestes en sus
informes.
Se
trataba, pues, de una sociedad muy particular, abroquelada a tal punto que no
estaba dispuesta a correr aventuras, desde los esclavos hasta las mismas clases
blancas nativas. Así lo atestigua Belgrano en su “Autobiografía” cuando
consigna entre otros apuntes, el rechazo a la libertad de comercio y de culto
ofrecida por el invasor inglés en 1806.
Sin
embargo, en el ambiente flotaba el descontento hacia algunas autoridades
hispanas.
Fueron,
paradójicamente esas condiciones económicas que en pequeñas dosis desbordaron a
las no menos pequeñas soluciones que se proporcionaban: contrabando, anulación
de aduanas interiores, recargo de precios en los transportes, tardanza en
conseguir productos manufacturados esenciales.
LA
HISTORIA
Toda
historia tiene su historia. Y la que narra los episodios que comprenden los
años previos a Mayo de 1810 en adelante -podría decirse hasta la actualidad-,
es sólo una pintura de tono épico que responde al criterio de quienes
escribieron la “versión oficial” de la verdadera “Historia Argentina”. Sabido y
aceptado es que existen en el derrotero histórico de todo pueblo fuerzas
ocultas que deciden en última instancia sobre los sucesos, más allá de la
visión legendaria o poética que los historiadores refieren, sólo reducida a
hechos y personajes, sin considerar que existe una visión de mayor profundidad.[2]
Son esas
otras fuerzas e intereses ocultos que conducen la
historia de los últimos siglos, muy alejados de la visión simplista y hasta
escolar de los que se refieren únicamente a dos dimensiones, es decir, a fechas
y nombres, sin considerar la profunda existencia factores desencadenantes y
decisivos.
Los
orígenes del conflicto americano en general y los acaecidos en Buenos Aires y
el resto del entonces Virreinato del Río de la Plata, obedecieron a la lucha de
intereses en cuyo centro giraban los conflictos europeos de la época,
cuando las grandes potencias (España, Inglaterra y Francia) se disputaban el
dominio universal.
El 25 de
Mayo de 1810 se tiene para los argentinos como el día en que comenzó a
desarrollarse la “historia independiente”, cuando en realidad, ese día, desde
las sombras, el Virreinato y décadas después los países que se configuraron en
el cuadro sudamericano, comenzaron a ser incorporados a la órbita británica. En
los hechos el proceso comenzó exactamente un año antes, el 25 de mayo de 1809
cuando tuvo lugar el llamado “Grito de Chuquisaca”, violentamente aplastado,
pero de cuyos resultados fue la propagación por las grandes ciudades de las
ideas libertarias que sostenían inspirados y honestos patriotas.
En aquel
momento algo comenzaba a cambiar. Los grandes imperios del mundo europeo –que
aunque absolutistas estaban inspirados en una concepción superior y
trascendente- comenzaron a ser reemplazados por los estados-nación, luego
conocidos como imperialismos, producto de una visión totalmente inversa ya que
el basamento de éstos últimos es el fin económico.
El imperio español que ya evidenciaba notoria decadencia sufre en 1808
la invasión de Napoleón que obra como detonante de la crisis.
Sin
embargo, la invasión napoleónica a España convirtió a Ésta en circunstancial
“aliada” de Gran Bretaña que de largo tiempo ya, apetecía los territorios del
Virreinato del Río de la Plata y a fin de lograr su propósito desplegó una
estrategia cuyos frutos hoy se comprueban en la realidad y que puede
considerarse que tuvo tres momentos.
El
primero fue el intento de invasión armado durante en 1806 y 1807, donde ya
tienen papeles protagónicos quienes luego ocuparían descollantes espacios en
los sucesos de los próximos años.
El
segundo intento inglés de hacerse con América estuvo a cargo de la diplomacia,
donde aparece la masonería cumpliendo una labor de vital importancia,
cuyo germen había arribado a Buenos Aires por dos vías principales: los recién
llegados de Europa que habían tenido contacto con las logias allí establecidas
y las propias invasiones cuyos generales y soldados eran masones, algunos de
los cuales se afincaron en tierra americana.
En este
punto ya Inglaterra abandona el plan de conquista directa para iniciar una
campaña doctrinaria que –paradójicamente- favoreciera el triunfo de los dogmas
políticos españoles de cuño medieval, muy afines para germanos e ingleses, cuyo
destino final era lograr la anhelada libertad de comercio, ya tentada unos años
antes y que como se mencionara “ut supra”, ya se divulgaban desde el movimiento
de Chuquisaca.
En Buenos
Aires ya podían observase los primeros frutos positivos de aquella política. El
propio virrey Cisneros –aunque de modo transitorio- dictaba una provisión
favorable al libre comercio invocando “razones netamente fiscales para
aportar fondos a las finanzas vecinales” [3]. Esta
precaria autorización fenecía de hecho al ordenar el gobierno español la
expulsión de los mercados ingleses, la cual debía cumplirse el 19 de mayo de
1810, aún por la fuerza de ser necesario si para entonces no se habían
retirado. Sugestivamente seis días antes del 25 de Mayo de 1810.
Los
peligros que corría América decidieron la tercera vía: propiciar la formación
de gobiernos locales americanos “de neta inspiración visigótica, cada uno
independiente de los demás, y que gobernarían hasta que volviese el rey a su
trono”[4]. A
partir de allí se perfeccionó la maquinaria de dominación mediante la
manipulación económica a través de empréstitos destinados a financiar a esos
gobiernos y la lucha que tendrían que llevar más adelante para mantener su
“independencia”, obligaciones que decenios más tarde se convertirían en
sucesivos y reiterados préstamos de cuyo destino nunca nadie podrá dar acabada
fe y que actualmente es el mejor instrumento de dominio del tandem anglosajón.
Por eso
es que con toda razón se afirma, que: “Inglaterra, (era) dueña del mercado
criollo y reinó soberana en el Río de la Plata y fue su única prestamista con
anuencia del grupo porteño; obteniendo así, sin esfuerzo, lo que no pudo
conseguir militarmente en 1806”[5]
Así es
como autores hay que opinan que la Revolución de Mayo tuvo un trasfondo
económico-político muy distinto a aquel que los textos escolares describen,
opiniones que resultan muy polémicas, tal vez por el hecho de que incorporan
elementos a los cuales el común no conoce en su real dimensión, como es la
presencia de las logias secretas de carácter masónico. En ese sentido, por
ejemplo Sampay [6] opina
que hubo una clara participación de los británicos en
los sucesos del 25 de Mayo: “Los revolucionarios de Buenos Aires fueron
ayudados por los marinos y los residentes ingleses hasta con armas y
municiones...”. y “tuvieron influencia
gravitante en la misma conformación de la Primera Junta”.
Una de esas influencias atribuidas es la masonería que desde 1717[7] estaba bajo control británico
sirviendo a los intereses del imperialismo inglés a la cual se atribuye haber
colocado a cinco de los nueve miembros de la Junta, los cuales según la
literatura masónica fueron: Moreno, Larrea, Castelli, Matheu y Manuel Belgrano[8], hipótesis ésta última de la cual,
precisamente, se tratará de demostrar su inexactitud basados en los mismos
hechos históricos protagonizados por Belgrano que demuestran cuán lejano estaba
de pertenecer a la masonería. Por el contrario, ésta fue parte de esa “otra
guerra” que debió librar, porque fueron sus adictos los que proporcionaron las
mayores trabas para que tanto él, como el propio Libertador se condujeran según
los dictados de sus rectas y patrióticas conciencias.
Las
Sociedades Secretas.
La
consideración de la participación de las sociedades secretas en el marco del
proceso pre y pos revolucionario es tantas veces contradictorio según sea el
criterio de los autores, ya que mientras unos dan rienda suelta a la fantasía y
confunden el papel del historiador con el del novelista, otros son una trama de
oposiciones que “relevan de la tarea de contradecirlos, porque se contradicen
solos”[9]
Es
conocida la influencia de los intelectuales europeos cuyas obras impresionaron
el espíritu de los hombres de Mayo, particularmente en cuanto hace a la
reivindicación de los derechos del hombre y las prácticas políticas que éstos
llevaban adelante.
La unión
de estos elementos conspirativos contra el régimen –cualquiera fuere- encontraba
inspiración en los círculos carbonarios de la Revolución Francesa, influencia
que se plasmó en la formación de estas sociedades secretas, de las cuales la
Sociedad Patriótica resulta emblemática y de la cual bien dice el historiador
Bauzá que “en su seno se hablaba mucho de los derechos naturales y se
votaban sacrificios contra los que negasen su legimitidad”[10], además
hacían gala de su “despreocupación profana”, término que para la mentalidad de
entonces resultaba equivalente a la profesión de ideas anticatólicas, y sabido
es que la influencia del clero en el espíritu de la época era determinante para
considerar la “bondad” o no de cualquiera.
La
distancia entre el espíritu que animaba a estas sociedades secretas y las
logias masónicas es absoluta.
Lo que el
investigador actual sí puede dar por cierto es que aquellos hombres, formados
en Europa hubiesen tenido contacto con masones e inclusive en algún momento
haber integrado las logias, experiencia que sirvió a sus fines patrióticos ya
que es verosímil que le diesen a sus organizaciones –como la Logia Lautaro o la
Sociedad Patriótica- la conformación y las normas de aquellas logias, sin ser
por ello masones.
Existieron
puntos de comparación muy cercanos, esto es verdad. Véase el caso de San Martín
o del mismo Manuel Belgrano, particularmente éste último, quien por su
formación estaba distante de conducir un ejército.
Sin
embargo alcanzó el mando posiblemente por sus contactos “secretos” y lo hizo
con total idoneidad. Es que hay en las actitudes de ambos una vislumbre de los
templarios en su obra militar y de los principios rosacruces en su conducta
privada, pero de allí al hecho de afirmar que fueron masones solamente
por conocer el manejo de la logias es lo mismo que pensar que San Juan Bosco
habría sido masón por su amistad con Cavour y otros masones italianos, piamonteses
en particular.
En forma
elocuente y determinante el profesor Juan Canter [11] sostiene
que “La Sociedad Patriótica, derivación de la Logia, perseguía un afán de
unidad continental (...) Se ocupó de celebrar la victoria de Tucumán y rendir
homenaje a los caídos en la Batalla. Sus componentes revolucionarios netos,
eran creyentes y consecuentes con sus ideas religiosas y organizaron no sólo un
acto público, sino también un gran funeral”. Y Tonelli afirmará más
categórico que: “No pueden ser
aceptadas las aseveraciones sobre el carácter masónico que atrevidamente se le
ha querido otorgar a la Sociedad Patriótica y a sus miembros” [12]
Se
atribuye al venezolano Francisco de Miranda la fundación y organización de las
sociedades secretas patrióticas que como la “Junta de Diputados de los Pueblos
y Provincias de la América Meridional” estaban integradas por civiles,
militares y sacerdotes. “Los hermanos argentinos norteños José y Francisco
Gurruchaga, el coronel salteño José Moldes y los sacerdotes americanos José
Cortés Madariaga, Servando Mier y Juan Pablo Fretes –entre otros muchos-
formaron parte de esta junta o sociedad patriótica, en la cual pudo haber también
algún masón encubierto”[13]
La clave
del movimiento secreto independentista sudamericano en cuanto a sus orígenes y
posteriores implicaciones tiene como punto de partida la reunión efectuada en
París en 1797 entre Miranda y los distintos delegados. Allí se decidió
solicitar ayuda militar a Inglaterra a cambio de un empréstito, luego de lo
cual se disolvieron como sociedad y partieron a sus distintos pueblos a
propagar estas ideas.
El
salteño José Gurruchaga estaba a cargo de la “Sociedad de Lautaro” en Cádiz y
José Moldes de la “Conjuración de Patriotas en Madrid”, todas “asociaciones
secretas de jóvenes americanos que habían resuelto lanzarse a trabajar
denodadamente por la independencia de la Patria”[14]
Con estas
mismas aspiraciones y similares propósitos es que Manuel Belgrano fundó la
Logia Argentina en Tucumán, cuyo objetivo político era lograr un estado liberal
independiente, sin filiación masónica alguna.
De esta
forma es como se ha dado el error histórico persistente de no saber diferenciar
entre logias masónicas y sociedades patrióticas. Para abonar el criterio que se
sostiene en orden a demostrar este acierto, valgan las opiniones de prestigiosos
investigadores y de masones argentinos reconocidos como Domingo Faustino
Sarmiento y Bartolomé Mitre.
Dice el
Dr. Ferrer Benimelli, investigador español y Presidente del Centro de Estudios
Históricos de la Masonería Española: “Es un mito tal, ya que hasta ahora
nadie ha podido demostrar que San Martín o Belgrano fueran masones, no existen
documentos probatorios; la ausencia de documentos no quiere decir que no, pero
no se puede demostrar que lo fueran”; “Las logias Lautaro nunca fueron
sociedades masónicas, lo que sucede es que de la masonería adoptaron la
terminología y la organización, ya que era una forma clandestina de poder
extenderse y actuar”.
Hay que
pensar en la influencia de la religión católica en los pueblos americanos,
herencia de España, para la cual las ideas europeas y el libre pensamiento eran
incompatibles con la fe. Esta confusión de ideas condujo a que el mismo
fervor religioso de Belgrano fuese puesto en tela de juicio. Al respecto
el Dr. Horacio Bauer, abogado argentino y conocedor del tema, expresa: “No
se hace ningún comentario del fervor religioso de Belgrano durante su vida y de
cómo no tuvo problema en romper con cuanto logista o sociedad secreta fuera la
que se oponía a su causa. Tomó, como San Martín, los medios y las formas
masónicas al servicio de la causa”.
Sarmiento,
reconocido masón, niega la índole masónica de las logias inspiradas en Lautaro
confirmando su sentido político. En 1857 escribe: “El levantamiento de los
criollos requería prudencia, sigilo y combinación en todos los puntos de la
América española, y cosa natural, aunque sorprendente, en España se urdió la
trama de la tela de los grandes acontecimientos que muy luego se realizaron en
América. Cuatrocientos hispanoamericanos diseminados en la Península, en los
colegios, el comercio o en los ejércitos, se entendieron desde temprano para
forma una sociedad secreta conocida después en América bajo el nombre de
Lautaro. Para guardar secreto tan comprometedor, se revistieron de fórmulas,
signos, juramentos y grados de las sociedades masónicas, pero no era una
masonería, como generalmente se ha creído, ni menos las sociedades masónicas
entrometidas en la política colonial”[15].
Bartolomé
Mitre, también masón y que había alcanzado el grado 33 en 1860[16], señaló
que las sociedades lautarinas era políticas no masónicas, y dice en uno
de sus textos: “Las sociedades compuestas por americanos, que antes de estallar
la revolución se habían generalizado en Europa, revestían todas las formas de
las logias masónicas, pero sólo tenían de tales los signos, fórmulas, etc. Su
objeto era más elevado, no iniciaban en los misterios sino en profesar el dogma
republicano y se hallaban dispuestos a trabajar por la independencia de
América”.
Basten
estos testimonios para dejar fehacientemente establecido que el Gral. Manuel
Belgrano lo mismo que San Martín y tantos otros próceres bien intencionados
nunca pertenecieron a la masonería. Lo demuestran sus ideas; pues tanto San
Martín como Belgrano además de contar en sus filas a reconocidos católicos y
sacerdotes, auspiciaban la forma monárquica de gobierno. Esto se explica así:
Manuel Belgrano, ya en las frías noches de media luz en la jabonería de Vieytes
asumía que se podía reconocer la dinastía de Napoleón, pero tampoco pensar en
la constitución de una república porque no se daban las condiciones para ello.
Enumeraba entre éstos la ausencia de conocimiento, la carencia de una posición
económica, además de las profundas divisiones entre sus habitantes que seguían
distinguiéndose entre europeos, ya españoles, ya ingleses y sobre todo
franceses que en los acontecimientos de España veían una posibilidad cierta de
afianzar sus reales. Esta última circunstancia hacía muy probable una guerra
civil “sangrienta y cruel que pondría al país en estado de indefensión”.
La salida posible que veía al dilema era convocar a la Infanta Carlota Joaquina
de Borbón, hermana mayor de Fernando VII y esposa de Don Juan de Braganza,
Regente del Portugal. La princesa, como hija del Rey de España, Carlos IV
–prisionero de Napoleón, y en ausencia del príncipe heredero, con igual suerte-
“tenía legítimos derechos sobre los intereses en el Río de la Plata”. En
igual sentido pensaban en el seno de las sociedades secretas muchos patriotas
como Saavedra y Pueyrredón.
Un
criterio de solución como el ofrecido nunca hubiera cabido en un espíritu
masón, pues sabido es que la masonería es antimonárquica por principio. “Solo
tolera a aquellos reyes que reinan pero no gobiernan, que son algo así como un
mueble viviente o portacorona, y nada más. Como figuras decorativas en el
gobierno admite esa clase de monarcas, que no brillan con luz propia y de
quienes nada puede temer”[17].
Ahora
bien, puede existir quien pretenda realizar un hilado fino sobre las dos
posturas expresadas y afirmar que puestas una sobre otra coinciden
perfectamente, es decir, un supuesto gobierno de la Infanta se parecía en mucho
–o en todo- a lo que el autor sostiene respecto de la masonería. Y se podría
avanzar aún más diciendo que, tal como sostiene la hipótesis de este trabajo
sobre las maniobras ocultas de los grupos de interés, que el pensamiento de
Belgrano sobre la conveniencia de una monarquía era “un anillo al dedo” de la
masonería. Para contradecir este arriesgado criterio, el propio Bartolomé Mitre
explica porqué los patriotas pensaban en la Infanta como una solución al
problema de la ausencia de gobierno en España; dice: “...se inclinaban a
pensar que el establecimiento de una monarquía constitucional apoyada por la Europa
monárquica podría ser la solución del problema político, idea de que a la sazón
participaban la mayor parte de sus contemporáneos con influencia en los
negocios públicos. Al respecto estaban poseídos de una verdadera pasión”[18]
La
insistencia el reprochar a los próceres como masones encuentra explicación
en que ésta pretende contar en sus filas con todos los nombre
prestigiosos que pueda para valorizar su existencia y demostrar su pretendida
importancia.
Se ha
dicho ya que Belgrano fundó una logia en Tucumán y así lo aseveran distintos
autores, pero siguiendo el criterio que se expone, nunca pudo ésta ser masónica
sino de corte político, como todas las derivadas de “Lautaro”. Ocurre que
autores hay, historiadores inclusive, tal el caso de Adolfo Saldías quien
refiriéndose a la Logia Lautaro no duda en afirmar que “la de Buenos Aires
(la logia) se apresuró a iniciar en sus misterios a San Martín y a Alvear, tal
luego como éstos llegaron a Buenos Aires, aunque el último poco tiempo
permaneció en ella” [19]. Dice
más aún Saldías: “Conservo en mi archivo el diploma de un oficial, de mi
familia, de Belgrano, iniciado por éste en la logia de Tucumán, el cual
oficial, ya anciano, me refirió el hecho, como también que las tenidas, a las
que asistieron después Besares, Argerich y otros del ejército auxiliar del
Perú, se verificaban en la antigua casa de Padilla, la que hacía cruz con el
Cabildo de esa ciudad”[20].
Que
Saldías incurre en un error lo afirma Martín Lazcano[21]
observando que Saldías –que fue hermano Grado 33- no puede afirmar que posee en
su poder un diploma de la logia de Tucumán, fundada por Belgrano, porque “Salvo
en las logias inglesas de 1806, no hay hasta hoy (el texto corresponde más
o menos al año 1930) quien haya exhibido un modelo de diploma desde la
“Lautaro” inclusive y demás sociedades secretas hasta la constitución del Gran
Oriente Masónico Argentino (1856)”.
Es
principio fundamental en Moral y en Derecho que nunca se puede dudar de la
sinceridad de una persona basándose en hipótesis. Sólo es lícito hacerlo cuando
se tienen pruebas valederas que permitan apoyar en ellas la suposición. Y eso
ha ocurrido con Belgrano. Se ha dicho de él que fue masón, y hasta enemigo del
clero católico. Pero se lo ha dicho sin pruebas, sin documentos que certifiquen
tan temerarias acusaciones.
Bien
expresa el historiador Coronel Juan Beverina que: “Entre las virtudes que
adornaban a los grandes conductores de los ejércitos de la Revolución y de la
Independencia, se destaca con caracteres inequívocos su acendrado espíritu
religioso. Respondía ello no sólo a un sentimiento íntimo de creyente, sino
también al convencimiento de que, por ser la religión un auxiliar valiosísimo
para conservar la disciplina y un dique al desenfreno de licencia y de las
bajas pasiones..., el ejemplo del jefe no podía menos que resultar beneficioso
para inculcar y mantener vivo en la tropa el concepto del deber hacia Dios y la
Patria y del respecto hacia los semejantes”. Y continúa diciendo: “Limitándonos
aquí a las dos figuras más representativas de la milicia, San Martín y Belgrano
–pues sería muy largo enumerar los ejemplos de muchos otros generales (Paz,
Saavedra, Soler, Zapiola, etc.), cuyas creencias religiosas eran igualmente muy
arraigadas, recordemos (las) circunstancias en que aquellos dieron pruebas de
sus piadosos sentimientos cristianos”.
Y surge
de la historia el General Paz para dar fe de estas palabras que lo anteceden,
cuando en sus “Memorias Póstumas” escribe: “Muchos han criticado al General
Belgrano como un hipócrita que, sin creencia fija, hacía ostentación de las
prácticas religiosas para engañar a la muchedumbre. Creo primeramente, que el
General Belgrano era cristiano sincero”[22]
Así se
ingresa en otro ángulo de visión de este capítulo destinado a demostrar que
Belgrano no fue masón sino patriota llano y limpio, y que su figura como tantas
otras pretendió ser tomada por la masonería con el fin de acreditarse mayor
importancia.
Por eso,
a modo de colofón de este título, dígase lo que en conjunto varios autores
aseveran; que todas las sociedades secretas que se fundaron en la República
Argentina antes de 1856, fueron de índole político-social y ninguna de ellas
fue estrictamente masónica.
|
La Otra Guerra de Belgrano |
|
Los
Generales de la Patria no sólo tuvieron que enfrentar al enemigo en el frente
de batalla. También hubieron de librar sordos combates dentro del propio entorno
del gobierno porteño, éste sí constituido por elementos afiliados a logias que
buscaban favorecer los intereses de sus “hermanos mayores” que dictaban órdenes
desde Inglaterra, como todavía vérselas con aquellos que por pequeños
intereses humanos con su accionar conspiraban contra el principio superior de
librar a la América de invasores externos.
Debe
pensarse de qué manera debían aquellos apelar a la prudencia para no caer en
engaños y librarse de traiciones. Como fuera, de uno u otro modo estas situaciones
no hacían sino entorpecer la mente del comandante en momentos en que era
necesario contar con la mayor tranquilidad y confianza posible.
La
historia no relata cómo fueron aquellos primeros momentos cuando desde la
“jabonería de Vieytes” aquél grupo de hombres de distinta extracción, formación
y hasta nacionalidad pensaba en la Patria posible.
Tal vez
la novela acerque una imagen de cómo fueron aquellas agitadas horas. “Buenos
sentimientos políticos y muchas ensoñaciones flotaban en el espacio de ese recinto
cerrado y oscurecido en el cual se apiñaban hombres de encendida conversación
... apenas visibles las identidades en razón de hora y escasez de lumbre,
severos los rostros a consecuencia de la materia encarada. (...) “Las últimas
noticias que he tenido a través de un amigo que me ha escrito mediante correo
procedente de Brasil dicen que la familia real está presa y los franceses,
listos para el zarpazo. Algunos españoles, dispuestos a enfrentar a Napoleón,
están creando en cada ciudad una junta popular de gobierno” (...) “Algunos como
Liniers, opinan que debemos seguir la suerte de la metrópolis aunque se
reconozca la dinastía de Napoleón; otros piensan que debe continuar el gobierno
en manos del actual jefe hasta la vuelta de Fernando VII, haciéndonos a la idea
de que la monarquía no ha sido alterada; otros, como Álzaga, piensan en la
constitución de una república”. (...) “Lo cierto es que debe resolverse. No
podemos seguir con esta anarquía”[23]
Dentro de
ese grupo se destacaban desde el primer momento varios personajes a los cuales
la historia juzgaría de modo diferente. La oficial dirá que fueron todos –sin
exclusión- próceres que diseñaron una nación libre y
soberana. La otra historia de la Historia se dividirá en opiniones diversas.
Siguiendo la línea propuesta, será el caso de mencionar sólo algunos cuyas
acciones posteriores tuvieron incidencia vital en la futura constitución del
país, y significaron en más de una oportunidad dolores de cabeza para quienes
asumieron la responsabilidad más expuesta, aquella de las armas para jugar en
el campo de batalla, no sólo la vida propia sino la del suelo Americano.
Mariano
Moreno, secretario de la Primera Junta de 1810 provenía de una formación
católica y estaba doctorado en leyes bajo el juramento de defender el dogma de
la Inmaculada Concepción de la Virgen María, tal como lo hiciera Belgrano en
España al graduarse de abogado.
Será
consecuente con este juramento cuando como integrante del Primer Gobierno
Patrio escribe en la Gaceta del 21 de junio 1810: “Habrá libertad de hablar
y escribir en todo asunto que no se oponga en modo alguno a las verdades santas
de Nuestra Augusta Religión”[24]. Más
severo aún al traducir el “Contrato Social” de Rousseau, luego de censurarlo
afirmando que “en materia religiosa, Rousseau delira”.
Sin
embargo, la Enciclopedia y el Iluminismo habían influido demasiado en él,
además de sus aceitadas relaciones con personeros ingleses antes de 1810, al
punto de hacer decir a Ricardo Levene que –y suscribiendo lo antes ya
expresado- que el puesto de Secretario de la Primera Junta se debió a la
influencia de Mr. Alex Mackinnon, presidente de la Comisión de Comerciantes de
Londres en Buenos Aires a quien lo unía notoria amistad. Esta relación llevó a
Moreno a prometer a los ingleses ventajas comerciales y privilegios de toda
clase y “hasta concesiones territoriales como el Uruguay y la Isla Martín
García”[25]; todo
esto a cambio del apoyo armado de Inglaterra. Así afirmaba: “Debemos
proteger su comercio (el inglés) aunque suframos algunas extorsiones; sus
bienes deben ser para nosotros sagrados”.
Estos
extravíos llevaron a Moreno a conducirse como un verdadero jacobino, tanto así,
que aunque católico decide el fusilamiento de un obispo al que un azar salva, sin
dejar de mencionar las “Instrucciones Reservadas” donde aconseja “dejar que
los soldados hicieran estragos en los vencidos para infundir terror”, pues “la
Junta aprueba tal sistema de rigor y de sangre” (...) La menor semiprueba
contra la causa debe castigarse con pena capital, ya que ningún Estado puede
regenerarse sin verter arroyos de sangre... No deben por tanto, escandalizar
las voces de “verter sangre”, “cortar cabezas”, “sacrificar a toda costa”[26]. Éste es
el mismo Moreno que pretende ajusticiar a todos los miembros del Cabildo de
Buenos Aires, absurdo que impedirá Saavedra y sobre el que le dirá: “Trate
ud. doctor, de derramar sangre, pero tenga por cierto que esto no se hará. Yo
tengo el mando de las armas y para tan perjudicial ejecución protesto desde
ahora no prestar auxilio”. Rottjer, citando a Antonio Zúñiga –masón-, dice
que para éste “Saavedra representaba al partido retrógrado del jesuitismo, y
Moreno al liberalismo renovador, por lo que , si no
fue masón, merecía serlo”.
¿Tiene
todo esto algo que ver con Belgrano? ¿Existe punto de contacto?. La respuesta es afirmativa, porque lo que el gobierno
porteño, cuyo ideólogo es este Moreno presentado decida, incidirá directamente
en los problemas que deberá afrontar como comandante en el Norte. Y así como se
tacha a Moreno de anglófilo y quizás de masón, se verá en el rubio General que
sus procedimientos distan diametralmente de aquellos, dando otro argumento más
para deslindar su supuesta índole masónica.
El caso del obispo Videla |
Observa
bien Patricia Pasquali[27] que
estos hombres pudieron haber ingresado en la masonería, tal vez, pero su
finalidad teleológica era derribar todo absolutismo y en su concepto, la
libertad valía cualquier penuria. Como Belgrano fueron acusados en más de una
oportunidad de anticatólicos, razón que no existe dentro de la masonería donde
impera la tolerancia a todos los cultos. En todo caso y cuando fue necesario
fueron anticlericales, que es cosa bien distinta y con razones bien fundadas.
Es el
caso ocurrido en Salta con el primer obispo de la diócesis, el Dr. Nicolás
Videla del Pino[28], quien
para algunos cometió lisa y llanamente un acto de traición, mientras que para
otros fue víctima de ese “anticatolicismo” del “masón Belgrano”. Aquí se
plantea una tercera opinión y es aquella que inscribe este episodio entre las
actitudes equívocas del entorno de Belgrano, esa otra guerra que debió librar.
Una carta
del obispo al general español Goyeneche le es interceptada: he aquí el cargo.
Belgrano da cuenta, desde Campo Santo, al Gobierno de Buenos Aires de haber
intimado al obispo de Salta orden de destierro, en el término perentorio de
veinticuatro horas, acusándolo de “maquinar contra la causa de los patriotas
y de mantener comunicación con los enemigos”[29].
El caso
debe tratarse con cuidado, toda vez que implica a la máxima autoridad
eclesiástica en ese momento, y por esta razón la pregunta es por qué Belgrano
procedió con tanta energía. Son equívocos los datos que surgen, tanto de la
biografía d1el Obispo como los motivos que llevaron a Belgrano a tal decisión, abonadas
aún más por las distintas fuentes, lo que hace pensar en el complicado entorno
de Belgrano y cuán difícil debió ser proceder como lo hizo.
Un
párrafo cuenta de la manera más objetiva posible cómo fueron aquellos momentos:
El prelado hubo de verse envuelto en la marejada que venía ya cundiendo por
toda Sudamérica. Y comenzó desde el 19 de junio del mencionado 1810. Pues al
enterarse los vecinos salteños de los sucesos bonaerenses, en esta fecha
optaron por celebrar un cabildo abierto para deliberar sobre la postura que
habíase de adoptar por parte de las autoridades locales. Y saltó la discusión
sobre el punto principal: si se debía o no reconocer a la Junta de gobierno de
la capital porteña.
En esta
ocasión, el obispo Videla dio abiertamente su sentencia afirmativa, motivándola
en dos antecedentes ya verificados: la dimisión del virrey Cisneros y la
afirmación de dicha Junta, que actuaría en nombre de Fernando VII en tanto que
éste volviese al poder. Esta postura venía el prelado a corroborarla en su
despacho a la Junta con fecha 2º de junio, razonándola “para mantener
tranquilos estos dominios, para que reine en ellos el señor rey don Fernando”.
Se supone
que los hombres de la revolución pensaron que esta disposición de Videla
obedecía más que al convencimiento de la justicia intrínseca de la causa, “a
cierto oportunismo pastoral”. Tal vez la misma idea se haya formado de
este accionar el general Belgrano, que en abril de 1812 atravesaba la diócesis
al mando del Ejército del Norte.
Por esos
días Videla afirmaba que contemplaba contristado “el funestísimo semblante
que ha tomado la capital de Buenos Aires con inminente riesgo de la ruina total
de estos dominios... Era mejor morirse que no ver tales deserciones,
infidelidades e ingratitudes al mayor y más infeliz de los reyes”
Al
prístino Belgrano en mucho y mal le impresionaría tomar conocimiento de
estas actitudes cuando pudo verificar que tanto clero y obispo se las
ingeniaban para mantener más o menos directamente correspondencia con el
general realista peruano José M. Goyeneche.
Hay que
recordar que por aquellos días estaba vigente el decreto del 31 de julio de
1810 que condenaba a muerte a los “mantenedores de tales carteos”, como se
registraba en el caso de Lué. Esto sumado a la incertidumbre en que las armas
de la Patria se hallaban frente al realista que avanzaba del Alto Perú,
Belgrano dictó el oficio: “Ilustrísimo señor: En el término de veinticuatro
horas se pondrá V .S. I. en marcha para la capital de Buenos Aires, pidiendo
todos los auxilios precisos, pero a su costa, al prefecto de ésa, a quien con
esta fecha imparto la orden consecuente. Dios guarde a V. S .I. muchos años.
Estancia del Río Blanco, 16 de abril de 1812. Manuel Belgrano”.[30]
Videla
trató de ocultarse en casa de un amigo, aunque la orden debió cumplirla
presentándose en Buenos Aires, adonde Belgrano ya había remitido los
antecedentes.
Se
procederá sobre Belgrano como supuesto avasallador del poder eclesiástico y se
dará como prueba de su correspondencia masónica el nombramiento
anticanónico de don José Ildefonso Zabala, lo que motivó la queja airada de
Videla ante la Asamblea del Año XIII, objetando los “trastornos y
perplejidades que naturalmente se han de seguir en la línea eclesiástica y
espiritual en todo mi obispado, con la inducción de una vacante por vía de
hecho y contra derecho, removiendo aún a mi provisor y poniendo el gobierno
eclesiástico en el capítulo, como si yo hubiese fallecido o sido depuesto de
que resulta la anxiedad (sic) de las conciencias por la nulidad de los actos
jurisdiccionales y de fueros internos”[31]
No pudo
Videla impedir que el gobierno eclesiástico recayera en el candidato de la
Junta; no sólo eso, además en febrero de 1813 hubo de rendir juramento de
fidelidad a las nuevas autoridades “sin interpretaciones”, manteniendo encierro
en el convento bonaerense de La Merced “en donde se le tiene en arresto, con
guardias a la puerta de su habitación”[32]
En
realidad, puede argüirse defensa de ambas partes. Ni masón anticatólico
Belgrano, ni traidor Videla, simplemente ambos víctimas de las circunstancias.
En el caso de Belgrano el Dr. Toscano opina que procedió con tanta severidad,
sea cumpliendo una orden de la Junta de Buenos Aires, sea por “complacencia con
los que tenían interés en poner dificultades al prelado”. Puede agregarse a
éstas, una tercera posibilidad, el trabajo oculto de quienes conspiraban contra
Belgrano que presentaron ante el general un cuadro desfigurado de los hechos.
El general se movía en aguas tormentosas. El enemigo a unas leguas, Buenos
Aires que jugaba su propia partida y en Salta oficiales, hacendados y otros que
perseguían su propio interés y utilizaban la situación para zanjar rencillas
personales u obtener la mejor ganancia, política o económica.
Trazando
esta diagonal sobre este escenario, la cuestión –y es válida para ambos
hombres- debe observarse, así; el dilema se extendía a dos campos: el meramente
político y el estrictamente eclesiástico. Videla había reconocido a la Junta de
Gobierno y continuó por ese camino, pero en lo eclesiástico jugó un papel
importante el liberalismo masónico de los personeros de esa Junta que arremetió
contra las investiduras y los altares –tal es el caso de Castelli y los
problemas que su conducta originó en el Norte, de las cuales hubo de hacerse
cargo Belgrano, como se verá-, y que por ejemplo impuso nombramientos en contra
de la voluntad de los obispos, además de la pretensión de que materia de los
sermones de los curas fuera “una instrucción acerca del acatamiento al gobierno
establecido” y como si fuera poco que “a la última oración de la misa se
añadiera una cláusula deprecatoria “pro pia et sancta nostrae libertatis causa”
de aplicación urgente”. Estaba fechada el 3 de febrero de 1812.
Muy
propio de carbonarios franceses esta intromisión del poder civil en el ámbito
eclesiástico generó extrañeza y rechazo, tanto entre los clérigos como entre el
pueblo mismo. En igual sentido se inclina Fray Honorato Pistoia observando que “Para
las leyes de la Orden, tal (actuación) era inválida, porque ninguna autoridad,
a excepción del Papa, puede anular un capítulo canónicamente congregado. Por
otra parte era inválido (nombrar autoridades eclesiásticas) por el gobierno,
tanto que para su validez, dado que resultaba un gobierno de facto (...) El
mismo problema tuvieron otras órdenes religiosas”[33]
Videla se
enfrentó así a su propia educación escolástica para la cual “hay que honrar a
los padres, es así que los gobernantes de Buenos Aires, legítimos de hecho, son
nuestros padres; luego hay que honrarlos, obedecerlos y orar por ellos”. La
cuestión estaba en la premisa menor: la legitimidad del gobierno porteño, de
allí que ¿orar por ellos? Privadamente sí, ¿pero públicamente en oración
litúrgica oficial?.
Cabe un
recuerdo más, la Santa Sede ordenaba “elevar preces por los reyes de España en
la misa, y hasta ese día “Las Provincias Unidas del Río de la Plata se
gobiernan a nombre del Rey Fernando”. ¿Cómo entonces admitir como “legítimo” un
gobierno que en conciencia no lo era?.
El
laicismo liberal y el entrometimiento masón en el gobierno porteño, llegó al
delirio de redactar la famosa “Organización eclesiástica” que nombraba un
comisario general para el clero secular y un comisario de regulares. Este
accionar hizo que “el período que va desde 1810 hasta 1860, fuera un
continuo calvario. Fueron cerradas todas las casas religiosas donde no había un
alto número de religiosos; hubo infiltración de elementos espías; se restringió
y supervisó toda actividad apostólica; se vigiló estrictamente cada misión
indígena”[34]
Un último
punto surge de las sombras y seguramente allí quedará como tantos hechos de la
historia que se juzgan y cuyos verdaderos entretelones jamás saldrán a la
luz. El 10 de abril de aquel año 813, Videla publicó una instrucción
pastoral, de la cual no se conoce si se imprimieron la cantidad de copias
suficientes para todo el clero, como tampoco es conocido si el documento tuvo
mayor difusión. Sólo queda para el campo de las especulaciones qué ocurrió en
la entrevista que el obispo Videla sostuvo con Belgrano que estaba en Salta por
esos días. Tampoco es conocido que influencia tuvo la reunión sobre el
documento. Lo único históricamente cierto es que seis días después, Videla
partía hacia su destierro en Buenos Aires.
Dice
Antonio de Engaña S.J.[35] “Estas
pasiones de los hombres públicos y particulares de aquél momento histórico de
disección de dos regímenes cerraban el horizonte visual, enervaban el
autodeterminismo aún de los hombres de voluntad robusta, zurcían males mayores
y males menores, quitando a los gobernantes (laicos y eclesiásticos), la
posibilidad de un juicio sereno y objetivo. Y ésta, estimamos fue la tragedia
del obispo Videla, como fue la de Orellana y la de Lué, (...) el duelo entre el
mal mayor y el mal menor que duramente se batían en sus conciencias rectas”
También
fue el problema espiritual de hombres como Belgrano, que debieron resolver
sobre el terreno situaciones cuyo mal de origen anidaba a miles de leguas de
distancia y que se recreaba en manos de oscuros personajes que contribuían a
confundir las cosas, no obstante lo cual, no se puede negar que Belgrano vio
claro cuando a pesar de sus palabras “mi ánimo propenso siempre a pensar bien
de todos”, precisó que el obispo de Salta no era apto para el nuevo régimen.
Otros problemas en el Norte |
Coincidentes
son varios autores al juzgar la conducta del “hermano masón” Castelli en el
Norte al comando del ejército al Alto Perú. También que alentados por
Moreno se produjeron hechos de barbarie que se contraponían con el espíritu
mismo de la Revolución. Esa inspiración morenista dicta el 12 de setiembre de
1810 las “Instrucciones Reservadas” a Castelli, en las cuales en el punto sexto
especifica: “En la primera victoria que logre dejará que los soldados hagan
estragos en los vencidos para infundir el terror en los enemigos”, lo mismo que
en el punto doce donde da rienda suelta a todo tipo de ejecuciones. [36]
Tal sed
de sangre morenista – Castelli en el Norte ya tenía en la conciencia la muerte
de Liniers-, impulsaba estas barbaridades; “Vaya Vm. -dijo
el Dr. Moreno dirigiéndose a Castelli_, y espero que no incurra en las
debilidades de nuestros generales; si todavía no se cumpliesen las
determinaciones tomadas, irá el vocal Larrea, a quien pienso no faltará
resolución y por último iré yo mismo si fuese necesario”[37] . Para
indicar también a Castelli que “La Junta aprueba el sistema de sangre y
rigor que V.S. propone contra los enemigos y espera tendrá particular cuidado
en no dar un paso adelante sin dejar los de atrás en perfecta seguridad”.
Este
criterio seguido y aplicado fielmente por Castelli, que le valiera el apelativo
de “verdugo de la revolución”, generaría en el Norte más rechazos que
adhesiones a la causa de la Revolución, originando enconadas resistencias que
debilitaron la moral y la justa causa hasta desembocar en la derrota de Huaqui
el 20 de junio de 1811, de la cual se dice, los oficiales de Castelli, ebrios
de poder aclamaban a los gritos “Venceremos contra la voluntad del mismo Dios”.
El
historiador Julio Raffo [38] traza un
cuadro verdaderamente desolador y escalofriante, dice: “la torpe conducta de
muchos oficiales de Buenos Aires que con sus expresiones de desusada
incredulidad y ateísmo creían atraer la admiración general –atropellando
sacrílegamente las procesiones de los devotos indígenas y vistiendo los
ornamentos sacerdotales para arengar al pueblo desde el púlpito, como lo
hiciera Monteagudo, después de la parodia de oficiar la misa en el pueblo de
Laja- motivó el desprestigio total de la Revolución, adquiriendo en las
poblaciones del altiplano, un sentido anticatólico e impío que nunca tuvo”.
Tanto fue así que el mismo Gregorio de Lamadrid en sus “Memorias” afirma que
los soldados del Norte decían: “Cristiano soy y líbreme Dios de ser
porteño”.
Consecuente
con este testimonio Núñez agrega: “El curato de Laja donde Castelli fijó su
residencia fue el foco de una licenciosa democracia. Los diferentes campamentos
eran otras tantas ferias diurnas y nocturnas, donde entraban y salían
discrecionalmente los hombres y las mujeres; donde se bailaba, se jugaba, se
cantaba y se bebía como en una paz octaviana... y luego se desbandaban por las
poblaciones para propagar sus doctrinas”. Tras referir aquellos excesos,
concluye: “Si Castelli no prescribía estos graves extravíos, por lo menos
los toleraba”. Saavedra en carta del 15 de enero de 1811 a Feliciano
Chiclana, por entonces gobernador de Salta le expresa su preocupación por
“el sistema robespierreano que se quiere adoptar en ésta (Buenos Aires).
De
aquellos años el cancionero popular recoge estas coplas:
“¡Se va
perdiendo la fe!
Los
jueces y los ministros
presidentes y
gobiernos,
todos van a la moderna
quitando el poder
a Cristo.
Satán nos
está engañando
con leyes desconocidas;
concluyen con lo
mejor.
¡Se va
perdiendo la fe!.
Y si más
concluyente se quiere ser sobre el escenario que estos jacobinos le dejaban a
Belgrano en el Norte, véanse las páginas de Monseñor Agustín Piaggio[39]de cuya
autorizaba palabra conviene leer textualmente: “Admirábase Castelli al ver
cómo venían a él pueblos enteros, encabezados por sus caciques y sus alcaldes,
durante su carrera de Humahuaca y Potosí. (...)”¿Quién
movía así aquellos pueblos que el representante de la Junta creía impulsados
por mano invisible que no acertaba a descubrir? Era la misma Revolución, cuyo
genio había iluminado al pueblo; la Revolución popular, no militar, eran
aquellos tribunos ignorados, esos agentes desconocidos y voluntarios, aquellos
curas perdidos en el fondo de los valles que habían santificado la causa y
movían ahora por ella las poblaciones en masa. Y era tal la verdad, que tres
mil hombres, armados por su cuenta y prestos a correr al primer llamado, se
jactaba Castelli que obtendría de sólo los valles entre Jujuy y Tupiza”.
Continúa diciendo Piaggio: “¿Cómo retribuyó Castelli esta adhesión y activo
trabajo del clero y de los pueblos que, arrastrados por el ejemplo de sus
pastores, se plegaban a la Revolución?. Vergüenza nos
da decirlo, que, al fin, somos argentinos; de la manera más impolítica e
innoble que imaginarse pueda. Escandalizó a la sociedad con sus orgías y
crápula, y provocó la indignación general, escarneciendo el sentimiento
religioso, tan arraigado en aquellas comarcas, sin distinción de clase ni de
jerarquías”
La
conducta de Castelli se convirtió en un arma en manos españolas que no tardaron
en utilizar aquellos excesos para convertir su invasión en una especie de
“guerra santa” contra los “corrompidos, ateos y herejes” porteños.
Mal
entonces puede alguien en llamar masón o liberal a Belgrano, quien al arribar
al Norte encontró un escenario no sólo en completo desorden sino además
abiertamente hostil al que procuró enderezar con su ejemplo de hombre cristiano
y disciplinado militar
Amargamente
se queja Belgrano –en oficio del 28 de abril de 1812 desde Campo Santo- al
notar que el godo Goyeneche encuentra campo fértil y piensa aquellos pueblos a
favor suyo y que en nada coincide con lo que ha visto en Santiago del Estero y
Tucumán. “Por el contrario, quejas, lamentos, frialdad, total indiferencia,
y diré más, odio mortal; que casi estoy por asegurar que preferirían a
Goyeneche, cuando no fuese más que por variar de situación, por ver si
mejoraban”. Estremecedor es el final de aquel parte: “Créame V.E., el
ejército no está en un país amigo; no hay una sola demostración que no me lo
indique; no se nota que haya un solo hombre que una a él, no digo para
servirle, ni aún para ayudarle; todo se hace a costa de gastos y sacrificios, y
aún los individuos en su particular lo notan en cualesquiera de estos puntos
que se dirigen a satisfacer sus primeras atenciones de la vida: es preciso
andar a cada paso reglando los precios, porque se nos trata como a verdaderos
enemigos.(...) Pero, ¿qué mucho, si se ha dicho que se acabó la hospitalidad
con los porteños, y que los han de exprimir hasta chuparles la sangre”
Poco más
tarde, el 2 de mayo del mismo 1812, también desde Campo Santo dice: “que se
haga comprender a estos pueblos que Buenos Aires no quiere dominarlos, idea que
va cundiendo hasta en los pueblos interiores y de que se trata aún en el mismo
Cochabamba”
Era
menester recuperar para el pueblo las tradiciones hispánicas de vida, de
raigambre profundamente cristiana y “restablecer la opinión religiosa de
nuestro Ejército”[40]
Lo
primero es recuperar la religiosidad para la tropa distribuyendo cuatro mil
escapularios y estableciendo las prácticas religiosas y con ello ganar de nuevo
la simpatía del clero, afianzando la disciplina en sus filas e inspirando
confianza en las poblaciones.
Este
procedimiento le valió inmediatamente críticas y recelos, llegando incluso
algunos a acusar a Belgrano de hipócrita, de agnóstico o bien directamente ateo
que sólo hacía apariencia de cristianismo para engañar a la muchedumbre. En su
defensa, el general Paz deja escrito para la historia que a pesar de todo lo
que escuchaban alrededor, “Creo, primeramente, que el general Belgrano era
cristiano sincero; pero aún examinando su conducta en este sentido, por sólo el
lado político, produjo inmensos resultados”.[41]
Fueron
los hechos de Belgrano, su impronta personal lo que llevó a que ese concepto de
incredulidad que se atribuía a los jefes del ejército y que tanto daño causó en
estas provincias se desvaneciera hasta desaparecer completamente. Dice también
Paz: “(a partir de este ejemplo) Nuestras tropas se moralizaron, y el
ejército era ya un cuerpo homogéneo con las poblaciones, e inofensivo a
las costumbres y a las creencias populares. Y ¿qué diremos del efecto que este
sabio manejo causó en las provincias del Perú y en el mismo ejército real?”.
Este último comentario de Paz hace alusión a lo que las crónicas dicen del
general Goyeneche, quien aprovechando lo actuado por Castelli y sus secuaces y
careciendo de la misma religiosidad de Belgrano llegó a fascinar a sus soldados
con un discurso en el que los convenció de que morir en batalla los convertía
en mártires de la religión y por lo tanto “volaban directamente al cielo a
recibir los premios eternos”[42]
Surge de
observar detenidamente los hechos que esta guerra había trascendido los límites
de lo militar y de lo político, bien se puede afirmar que alcanzó un costado
religioso, algo que hace necesario aguzar la imaginación para comprender cuánto
peso añadía en contra de las armas de la Patria esta circunstancia, a más de
los ya muy graves obstáculos que debían ser vencidos. Y sin embargo, Belgrano
logró revertir la situación. Sólo un hombre con convicciones cristianas muy
fuertes pudo hacerlo. Sabido es cómo hacía oficiar funerales por los caídos de
ambos bandos.
Si una
Orden religiosa ha dado hombres calificados a la Historia Argentina es la de
los Hijos de San Francisco. ¿Acaso un espíritu renegado de la fe, acudiría a
ellos en tan emotivos trances? En su convento de Tucumán encontrará Belgrano
junto con sus oficiales y tropa reposo “En esa residencia de paz, el piadosísimo
general cumplía diariamente sus deberes religiosos y estimulado poderosamente
por el fervor patriótico de los religiosos, preparó la defensa de la ciudad y
obtuvo el 24 de setiembre de ese año, fiesta de Nuestra Señora de las Mercedes,
la célebre victoria”[43]
Y en
Salta, luego del triunfo del 20 de Febrero, Bernardo Frías[44] refiere
respecto de Belgrano que “antes de entregarse él y sus tropas a otros
regocijos, apenas entraron en la plaza, fueron a dar gracias a Dios por la
victoria, cantando el Te Deum en la Iglesia de San Francisco, asistiendo a misa
por los muertos en la batalla, vencedores y vencidos”. Sin que pueda dejar
de mencionarse el hecho conocido de entregar los cañones tomados al enemigo
para la fundición de la Campana de la Patria, de 1.700 kg, realizada con dibujo
y plano de Fray Luis Giorgi, donde perdura para la memoria de los salteños la
inscripción: “Viva la Patria”. Me hizo Miguel Mariano de Silva el año 1813 en
Salta. A la Concepción Inmaculada de la Virgen Madre de Dios y de toda la
religión seráfica singular patrona”.
Otra
prueba que concurre a respaldar las virtudes de Belgrano son las distintas
adhesiones de pueblos y curas antes de él, adversos a la Revolución. Escribe el
4 de agosto que “un fraile agustino fugado de Potosí, Juan Medrano, le ha
denunciado que tres ciudadanos de Santiago del Estero escribían al cura Costa,
de Potosí, dándole cuenta de todos los movimientos del ejército patriota”[45] y otro
parte del 19 de ese mismo mes y año donde consigna al gobierno central “el
parte original que le da el cura D. Manuel Ignacio del Portal, que se ha unido
a nosotros, y que conduce otras noticias que ya de antemano tengo como la
venida de Picoaga a Tupiza y la del marqués”.[46]
Así, con
convicción y ejemplo Manuel Belgrano pudo ordenar el Norte y ganar para las
armas de la Patria las fundamentales Batallas de Rio Piedras, Salta y Tucumán,
de la que Avellaneda pudo decir “es el primer canto de la epopeya que desde
Panamá hasta Buenos Aires escribirán con su espada Belgrano, Bolívar y San
Martín. Tucumán fue desde entonces, el límite que los ejércitos españoles no
habían de pasar jamás”.
El problema de los recursos |
A los
antedichos problemas políticos que hubo de solucionar Belgrano, todavía había
de vérselas con los inconvenientes de la falta de logística para la campaña, y
con los conflictos personales entre hombres que se veían desplazados y se
convertían en trabas para el desarrollo de tan inmensa empresa, que descansaba
sobre sus solos hombros.
Han
quedado atrás Salta y Tucumán y después de Sipe-Sipe, las provincias altoperuanas
se han perdido. En tanto, la frontera Norte sólo es resistida por Güemes y sus
gauchos. Para entonces es anécdota el suceso que los enfrentara años atrás
cuando un escrupuloso Belgrano[47] disponía
el destierro del salteño. Sin embargo, el respeto de Güemes por Belgrano es muy
grande y ante el anuncio de Pueyrredón de que aquel reemplazará a Rondeau, el
caudillo lo respalda sin vacilar y hace a un lado al coronel Moldes, quien será
un enemigo “tan solapado como irreconciliable”, al decir de algún autor.
Moldes, distanciado de Güemes por razones políticas se dará a tarea de intentar
predisponer a Belgrano en contra de su propio jefe. No será éste el único que
entorpezca esta relación tan necesaria para unificar la defensa de la frontera
Norte. Otros también difaman y resucitan antiguas reyertas, le aseguran a
Belgrano que Güemes nunca a perdonado aquel arrebato de 1812, y hasta le
afirman que el salteño le habría manifestado a Rondeau que “pasaría por todo
menos por admitir a Belgrano como jefe”[48]
Hay que
pensar cuánto podían pesar en el ánimo de alguien en su posición estas
apostillas. Pero Belgrano mira mucho más allá de estas pequeñas rencillas
producto de almas retorcidas y envidiosas. Y así responde a una carta de Güemes
en estos términos:
“Me honra
usted demasiado con el adjetivo virtuoso: no lo crea usted, no lo soy; me falta
mucho para ello; tengo, sí, buenas intenciones y sinceridad, y cuando me digo
amigo y conozco méritos en el sujeto, lo soy y lo seré siempre, como lo soy de
usted; porque al cabo de sus incomodidades, desvelos y fatigas por la empresa
en que estamos, sin embargo de que me han querido persuadir lo contrario, no
los doctores, hablo la verdad, sino una lengua maldiciente que usted conoce,
para quien nada hay bueno, que en cuanto vino de ésa me hizo la pintura más
horrenda, que a no conocerlo yo como lo conozco tiempo ha, me habría causado
mucho disgusto: me parece que no necesito decir a usted quién es; es preciso no
haberlo tratado para no estar al alcance de su fondo; no diré que sea ladrón,
pero sí el hombre más a propósito para revolverlo todo, injuriar a todos y a
pretexto de hablar verdad, satisfacer sus enconos y, a mi entender, la envidia
que le devora; sirva esto para precaución y no dejarse alucinar de los hombres
que se dicen de probidad, fundándola en degradar a los demás, y queriendo hacer
con el cuento, con el chisme, contando las debilidades de los otros, que ellos
son los únicos”[49]
El tiempo
ha transcurrido y ahora los afanes son otros y más agudos. Belgrano está
reducido en Tucumán a sólo servir de reserva al caudillo, nada hay alrededor.
La amargura se desprende de la letra de sus cartas: “Yo mismo estoy pidiendo
prestado para comer. La tropa que tiene el gobernador Güemes está desnuda,
hambrienta y sin paga, como nos hallamos todos”.
A pesar
de todo, colabora con Güemes con lo que tiene, dispone de 300 hombres a las
órdenes de Gregorio Aráoz de Lamadrid con dos piezas de artillería para avanzar
hacia Tarija. También destaca el Regimiento Nº 2 al mando de Juan Bautista
Bustos para perseguir la retaguardia realista, pero todo es invalidado por el
gobierno central cuyos hombres sólo atienden a sus conflictos personales. Se
generaliza el desorden interno, y a poco de alcanzar la década desde Mayo de
1810, en el horizonte de la Patria naciente se avizora el tiempo de la
anarquía, de las luchas entre caudillos provinciales.
El
Directorio, establecido sobre el criterio porteño enfrenta numerosas penurias
para proseguir la lucha por la Independencia ya que otros frentes se han
abierto: Santa Fe, la Banda Oriental.
El 7 de
enero de 1819, Belgrano es nombrado para asumir la jefatura de las fuerzas que
operan en Santa Fe, aunque conservando la del Ejército Auxiliar del Perú. Parte
al frente de 5.500 hombres, dejando sólo 500 en Tucumán. Cuando arriba a las
cercanías de Rosario, los porteños han sido derrotados por las huestes de
Estanislao López y deben pactar un armisticio cuyos términos Belgrano apoya, y
en cumplimiento de los mismos, se dirige hacia Cruz Alta (Córdoba). Más
sacrificio y angustia sobre el espíritu del general, la miseria campea sobre
las filas incrementando la deserción. No era ésta la guerra que esperaban,
ahora el desconcierto y la duda. ¿Qué hacer?: “En nuestro presente
conflicto –dice- ¿cuál es el recurso que se presenta para continuar la
indispensable lucha a que estamos comprometidos?.¿Despedir
las tropas porque el Erario carece de fondos para sostenerlas?.
Esto es decir que, disponiendo de armas, pidamos el tiránico yugo español”.
“Consumo cincuenta reses diarias, no sé de dónde sacarlas, porque se han
agotado los depósitos. Se ha disminuido la ración de carne: vivimos con el
arroz traído de Tucumán; vamos a echar mano de los bueyes. A consecuencia de
esto la deserción se pronuncia. Estoy en un desierto”.[50]
La
correspondencia denuncia un ánimo abatido. El ideal de la Patria ya le ha
arrebatado buena parte de su existencia y todos sus bienes. Ha soportado la
intemperie, el dolor físico y aquel otro, el producido por la calumnia, por la
injuria y aún por la traición, como le sucede a su regreso a Tucumán, donde las
tropas se han amotinado, producto de una intriga de Bernabé Aráoz –de triste
memoria- y hasta se pretende el agravio de engrillarlo.
Todavía
la Patria le requeriría más, iba ahora por su salud que se convertía para
Belgrano en otro combate más, él último, en un viaje de retorno a Buenos Aires
pleno de angustias y dolores.
Se
aprestaba a librar la última batalla, que, lo mismo que en la Campaña,
enfrentaría en soledad y olvido. Sin dinero alguno y servido sólo de la mano
generosa de unos pocos leales. Viendo próximo el desenlace, sus palabras son
muy pocas, pero en sus actos dice mucho más. El hombre vilipendiado tantas
veces, difamado como liberal anticatólico, hipócrita jacobino y hasta como
masón, pide ser amortajado con el hábito de Santo Domingo, en cuya iglesia
solicita ser depositado.
La muerte
finalmente lo abate, pero su triunfo moral se proyecta iluminando la Historia
Argentina, particularmente la de los días presentes, convirtiéndose en ejemplo
notable para esta Patria que tanto duele y desvela.
No existe
capítulo ni momento histórico donde la figura de Manuel Belgrano pueda ser
apartada. Tampoco disciplina profesional. Porque allí donde se hable de
Educación, estará su impronta de generosidad y preocupación por el estudio. Donde
se analice el recurso agropecuario argentino, se podrá abrevar en sus conceptos
de rentabilidad de la tierra. Cuando se plantee consideración económica,
dictará consejo. Ni siquiera en las modernas preocupaciones ambientales podrá
estar ausente.
Y qué
decir de la política. Ejemplo augusto e intachable de vocación política frente
al cual han de inclinar sonrojados la cabeza –salvo honrosas excepciones- todos
los que le siguieron en el decurso público. Haciendo caso de la más clásica
tradición grecolatina, hizo seguramente suyas las palabras de Isócrates cuando
sentencia: “Si has de acceder a algún cargo público, procura dejarlo más pobre
de cuando accediste al mismo”.
Así lo
encontró la muerte, en la más absoluta escasez. Así la enfrentó, como
otros combates en que saliera derrotado.
Pero de
los cuales le verían elevarse entre la bruma con la más alta dignidad.
|
La Masonería en la Argentina.
Brevísima referencia. |
|
Ahora sí,
conviene ilustrar sobre las actividades de las logias masónicas y en particular
de los masones y su incidencia en los hechos de la historia argentina que no
son del todo conocidas. Por el contrario, son absolutamente desconocidas,
siendo una de las razones su propio carácter de sociedades con actividades
reservadas.
No
obstante, en muchas ocasiones esas actividades fueron determinantes en el
desenlace de hechos cuyos resultados se consignan como sucesos históricos,
manteniéndose sus preludios en la oscuridad.
Si bien
como nacimiento oficial de la masonería en la Argentina se considera la fecha
del 9 de marzo de 1856 con la apertura de la logia madre “Unión del Plata”,
dicho está que sus actividades se extendieron a lo largo de toda la historia
desde los días de la emancipación.
Francia
era sin duda el semillero de las nuevas rebeldías ideológicas contra el
“Antiguo Régimen”, comparada por alguien como “la gran diócesis que cuenta por
millares los deístas, los espiritualistas y los adeptos a la religión llamada
natural”, los panteístas, los positivistas y los seguidores de la ciencia pura.
A su lado, la francmasonería juega un papel que no todos pueden precisar
“diecisiete mil logias unen a más de un millón de masones, de los cuales, según
parece, hay la mitad en América”. Son cultores de un laicismo que rechaza la
idea de que la Iglesia sea la depositaria de la Verdad Revelada y rechazan la
visión católica del mundo, actuando solidariamente contra ella.
Hay que
insistir en el silencio de la Historia Oficial sobre estos temas que sin
embargo eran de tal envergadura que sus iniquidades llegan a oídos de Pío VII,
en Roma, quien se ocupaba prolijamente de ordenar los informes de los obispos
americanos sobre el estado de sus respectivas diócesis. Se debe a un
franciscano “fray Pedro Pacheco”, o “fray Pedro el Americano” quien consigue hacer
llegar a conocimiento de la Congregación Propaganda Fide un informe que
inquieta sobre los acontecimientos americanos. Éste junto a un pedido de
Bernardo de O’Higgins desde Chile al Papa, deciden el envío de un representante
pontificio para investigar “in situ”, entre otras cosas, la actividad de las
logias masónicas en el incipiente proceso de independencia. La designación
recayó en Monseñor Juan Muzi, quien trajo consigo en carácter de secretario a
un joven canónico que conocía el idioma castellano: Giovanni Mastai Ferreti, de
quien dicen las crónicas quedó profundamente impresionado por lo que vio. Su
nombre no dirá nada sino hasta años después en que acceda a la Silla Apostólica
bajo el nombre de Pío IX, uno de los papas que más combatió la masonería.
Monseñor
Muzi se alojó en la posada “Los Tres Reyes”, propiedad de un inglés apellidado
Faunch, donde nadie del gobierno fue a saludarlo, a excepción del General San
Martín, entre otros pocos. Rivadavia era ministro y no sólo se negó a visitarlo
sino que le prohibió que confirmase a numerosos fieles en la Catedral, debiendo
hacerlo en la propia posada.
En su
diario Pío IX recuerda con desprecio la figura de Rivadavia, calificando su
verborragia de “repugnante”.
Una
muestra más de que el interior palpitaba a otro ritmo lo demuestra la carta que
el gobernador de Salta, Juan Álvarez de Arenales le dirige a monseñor Muzi,
donde dice: “... Vuestra Señoría Ilustrísima será quien derrame sobre los
fieles de Sudamérica, las bendiciones y consuelos del sucesor de San Pedro; y
la provincia a mi mando, incapaz de separarse de la religión de sus padres, con
pleno conocimiento de que no hay sobre la faz de la tierra un código que tanto
apoye la libertad bien entendida como el sacrosanto Evangelio del Salvador del
mundo, es una de las primeras en tributar a su Santidad, en la persona de
V.S.I. como su Nuncio en estas regiones del continente americano todos los
respetos y los homenajes que demanden los sagrados títulos del Santo Padre”[51]
...
En los
días en que Belgrano finalizaba su existencia, el país comenzaba la lucha por
las autonomías provinciales producto del enfrentamiento entre esos dos modelos:
el porteño liberal y masón, favorable a los intereses anglosajones y a los
comerciantes y hacendados de Buenos Aires y el del interior profundo, que vio
en las “montoneras” y los caudillos la solución al problema de la propiedad de
la tierra y de un verdadero gobierno patrio.
Muy clara
fue la visión de Alberdi que echa luz sobre la cuestión diciendo en sus
“Estudios Económicos” que : “la independencia para
los provincianos consistió en dejar de ser colonos de España para serlo de
Buenos Aires. Los argentinos vienen a ser tributarios de la metrópoli como los
indios lo eran de España. La libertad ha sido para ellos un cambio de
esclavitud y de amo: han sido libres dentro de la cárcel. Sólo Artigas ha sido
excepción de esta regla; de ahí proviene el odio implacable que Buenos Aires le
profesa”[52]
Inglaterra,
habiendo fracasado con las armas dejó la masonería y mediante el sutil juego de
las intrigas alcanzó que las colonias españolas se emanciparan de España para
convertirse solapadamente en colonias inglesas. Esto le permitió escribir al
ministro Canning en 1825: “Hispanoamérica es libre, y si nosotros sentamos
“rectamente” nuestros negocios, ella será inglesa”. Nada más cierto.
Fueron
estos personeros anglófilos los que de la mano de Rivadavia en 1811 marcharon
contra los diputados provinciales acusándolos de “enemigos de la patria” por
defender sus derechos. Los mismos que luego de la “rebelión de las trenzas”
quitaron el uniforme, el número y la antigüedad al Regimiento de Patricios y,
también, los que anatematizaron a Belgrano por su temeridad de izar la Bandera
Argentina en las Barrancas del Paraná y hacerla flamear en Jujuy... los mismos
que en 1814 aconsejarán al Gobierno Supremo de la Nación que devuelva las
banderas que con tanta sangre había arrebatado Belgrano al enemigo.
No podía
esperarse otra actitud, si guardaban con rencor el recuerdo de que Belgrano
“junto a la parte más sana” del pueblo habían condenado el exceso que significó
el fusilamiento de Alzaga y sus compañeros en 1812, entre otras decisiones
equivocadas.
Muy
apropiado es el párrafo de un autor que consigna que “mientras estos
‘liberales’ porteños declamaban sus discursos filomasónicos individualistas y
afrancesados, las huestes criollas y tradicionalistas de Belgrano y Artigas, de
cuño hispanocristiano, daban su vida en los campos de batalla en lucha frontal
contra el régimen del déspota ilustrado y contra el invasor político, social,
económico e ideológico. De allí que Artigas termine siendo para algunos
historiadores un personaje “anarquista arrastrado por sus fanáticos delirios
de mando y poderío”, y en baja voz proclamen a Belgrano como un
“visionario fanático e inepto”, que a pesar de contar con el apoyo
irrestricto del Libertador, tuvo que peregrinar a Buenos Aires a defender su
honor de las calumnias procuradas por una campaña de descrédito que lanzaron
contra él sus “enemigos logistas”[53]
Esos, los
mismos que hipotecaron la Patria a Inglaterra con el famoso empréstito
rivadaviano de un millón y medio de libras esterlinas[54], como si
la Nación que tanta sangre había costado fuese un vulgar terreno, olvidándose
del botín de un millón y medio de pesos fuertes que los ingleses habían
saqueado del Tesoro durante la primera invasión y que a pesar de haberse
comprometido a devolverlo en el acta de capitulación en la Reconquista del 12
de agosto de 1806, jamás lo hizo.
...
Pasarían
los años y Caseros se convertiría en un antes y un después. El liberalismo y el
positivismo se adueñarían de la dirigencia desfigurando la tradicional
fisonomía, provocando en opinión de algunos autores delitos de “lesa patria”,
“violentando nuestras convicciones espirituales, comprometiendo nuestra
independencia, dilapidando nuestras riquezas, traicionando las justas
aspiraciones del pueblo, abatiendo las columnas que defendían nuestra soberanía
y falsificando los hechos históricos para desalentar toda posible empresa
recuperdadora”.
La lista
será enorme y consignará títulos como los de “ilustre hermano Santiago Derqui,
presidente de la República Argentina” ; “ilustre
hermano general Bartolomé Mitre”; “ilustre hermano Domingo Faustino Sarmiento”
y también “ilustre hermano Justo José de Urquiza”.
Un
ejemplo –porque no es materia del presente abundar en estos temas- sirve para
ilustrar acabadamente cuál es al trasfondo de la cuestión. Se trata de un hecho
histórico puntual y que según esa otra historia reconoce sus antecedentes en el
acto celebrado el 27 de julio de1860 en la logia Unión del Plata donde juraron
sobre la escuadra y el compás Mitre y Urquiza, conocido como el “compromiso de
honor Urquiza-Mitre”, y que explicaría la “misteriosa” retirada del primero en
la batalla de Pavón del 17 de setiembre de 1861 dejando el triunfo en
manos de Mitre.
Sin
embargo, muchos renegaron tiempo después de su juramento y arrepentidos dejaron
testimonios como la carta que el propio Urquiza le escribe al salteño Rudecindo
Alvarado en la que le expresa: “El círculo pérfido de Buenos aires traiciona
todas mis esperanzas y todos mis esfuerzos. Están decididos a no traer a Buenos
Aires la unión, sino a condición de someter a las demás provincias al capricho,
a la ambición y a la voluntad de ese mismo círculo... El plan es manifiesto. Se
proponen hacer del Liberalismo lo que Rosas hizo de la Federación: el ariete
para destruir, para dividir las provincias y para construir el despotismo
absurdo de ese círculo a que deben sacrificarse”[55]
Aceptado
está que la primera logia “de hecho” se habría instalado en la República
Argentina entre 1795 a 1802 bajo el nombre de “Logia Independencia”, pero no
hay documentación que pruebe que así sea ni mucho menos si tuvo alguna
participación.
Sí es
conocido que las primeras logias masónicas fueron fundadas por los ingleses en
1806, durante la primera invasión inglesa, afirmándose que el mismo general
Beresford asistió dos veces a sus “tenidas”. Éste “fue el tiempo cuando por
primera vez en estos países se colocaron los cimientos de logias
masónicas" [56]. Así se
afirma de igual modo que el dicho general Beresford y el coronel Pack “pudieron
evadirse de la cárcel, gracias a los agentes masónicos a quienes les servían de
enlace Saturnino Rodríguez Peña y el boliviano Manuel Aniceto Padilla”[57],
Estas
logias desaparecieron luego de las invasiones inglesas, pero sus componentes se
infiltraron luego en las sociedades secretas fundadas por los patriotas para
influir con sus ideas en el ánimo de los dirigentes de la Revolución de Mayo
con intencionalidad de desviarla de su cauce inicial.
Mucho
queda por decir, lo cierto es que se puede deducir de estos –apenas- apuntes
que hubo detrás de bambalinas, otra historia. No es sorprendente ni un
descubrimiento, es simplemente abordar el pasado desde una óptica distinta,
tratar de bucear en espacios donde muchas veces la documentación o la
bibliografía son equívocas, o simplemente no existen.
Tampoco
es una alquimia histórica, en los días presentes, cuando la información no
puede ser reducida a un total secreto, es posible ver que las decisiones
políticas, tanto nacionales como internaciones continúan estando atadas al
criterio de reservados cenáculos donde cada vez más pocos, deciden la suerte de
millones.
Por otro
lado, según los autores y los propios “hermanos”, es un hecho reconocido que
los integrantes de la masonería de alto rango revisten en puestos de gobierno
de la Unión Europea, los Estados Unidos, tienen a su cargo la gerencia de
Bancas Internacionales, y aún, se encuentran en puestos claves de la jerarquía
del propio Vaticano.
En el
mundo globalizado de hoy, cuando los países subdesarrollados como la República
Argentina dependen de esos organismos hasta en las más elementales necesidades,
si se compara el cuadro de situación con aquél de las primeras décadas del
siglo XIX, se podrá comprobar que en los hechos, la situación no ha cambiado.
Algo hay
distinto, sí. La moral, la integridad y el sentido de patriotismo de quienes
hoy conducen el país, que ha quedado tan lejano como esos épicos días de
gloria.
La Logia Manuel Belgrano en Salta. |
Lo que
sigue es tan sólo un relato sumario que pretende dar una idea de cómo actúan
las logias aún en los días presentes. A modo de advertencia hay que decir que
esta parte del título carece por completo de respaldo documental alguno, pues
es tan sólo trascripción de relaciones orales de miembros actuales y otros que
ya no pertenecen a la misma. Lógicamente, los nombres no existen, y en ese
orden, tampoco las “conversaciones”.
Tampoco
existe en este parágrafo juicio de valoración alguno sobre actividades o
miembros. Quedará a criterio del lector tomar una posición o simplemente leerlo
consciente de que se trata de una historia. Una historia más de la Historia.
Dicen
quienes dicen saber que la “Logia” como tal existe en la provincia de Salta
desde los tiempos del Gral. Güemes, ya que según esta especie, fue él mismo
quien la fundó ya que era “iniciado en Europa”. Por supuesto, en aquellos
años no se llamaba “Manuel Belgrano”.
Probable
o no, la pertenencia de Güemes a una “Logia” es un criterio que puede incluso
estudiarse según se lo ha desarrollado en estas mismas páginas, o bien, atender
a lo que dicen los “hermanos” y considerarlo masón sin más. Hay que advertir,
sin embargo, que entre los mismos logistas se tienta la discusión que
divide “Logias” en sentido estricto y “Sociedades Secretas”. En ese orden
“Lautaro” y las que le siguieron, siguen siendo motivo de discusión.
Otra
fuente comparte el criterio antecedente, agregando que la fundación de la Logia
Manuel Belgrano en Salta data de mediados del siglo XIX, “Por algún
personaje de familia patricia con poder económico y político”. Esta misma
expresión fue recogida de boca de un importante funcionario eclesiástico, que
incluso va más allá agregando que “ese personaje –el que pudiera haber sido-
estuvo muy ligado al Club 20 de Febrero”. De más queda decir que no significa
en modo alguno que la institución aludida pueda ser sospechada de masónica. Con
ese criterio, en peores condiciones estaría la Sociedad Italiana de Salta que
antiguamente se denominaba “XX de Settembre”, en recuerdo de la fecha en que
Giuseppe Garibaldi cruzó Porta Pía y “corrió al Papa” como gustan
decir algunos viejos italianos. Más aún la centenaria mesa de reuniones que
actualmente se utiliza es un típico “templo masón”[58]
Para
quienes no están al tanto, la fecha del 20 de Setiembre está muy vinculada a la
masonería italiana. De hecho, muchas “Sociedades de Socorros Mutuos” de ese
origen fueron formadas por masones que incluso ni siquiera disimularon sus
actividades, exponiendo su nombre, como por ejemplo: “Operai Italiani di General”; “Masónica,
Unión y Constancia” (fundada en 1907, en la ciudad de Junín, formada por
comerciantes); “Logia Guillermo Oberdán” (1909-La Plata-Comerciantes); “Patriottica
Italiana XX Settembre” (05-Ottobre-1896-Paraná-Entre Ríos), y tantas otras
más.
En cuanto al relato sobre la Logia de Salta, sabido y notorio es que el
Dr. Joaquín Castellanos la integró en su calidad de Gran Maestre y masón
confeso.
Esta tradición oral dice que luego, hacia mediados del siglo XX, un
personaje de apellido patricio, con notable actuación pública, con poder
económico y político, inclusive a nivel nacional, tuvo en sus manos el manejo
de la Logia decidiendo desde las sombras el destino de muchos gobiernos de la
provincia, aún en tiempos de dictadura militar. Tampoco es desconocido que las
cúpulas castrenses fueron muy afines a estas prácticas, particularmente la
marina. Entre estos, destacados fueron el Almirante Issac Rojas y más
recientemente, Emilio E. Massera, quien actuaba en la Logia italiana P2.
A la muerte de aquél personaje, la Logia padeció un prolongado tiempo de
“horfandad”, hasta que un miembro de la Logia madre de Buenos Aires, de alto
rango, vino a investir de todo ese poder a un importante empresario y
político, el cual habría detentado ese poder hasta el final de sus días.
Cuentan asimismo que en torno al mismo y ya incorporados a la Logia,
revistaron muchos e importantes profesionales, empresarios y políticos que de
esta forma escalaron posiciones en los últimos años desde el retorno de la
democracia.
Estas actividades de los “logistas” le fueron reveladas a otro
importante hombre de la política por algunos “despechados” que no pudieron
ingresar al reparto. En conocimiento de cuanto se movía, cuando las elecciones
le fueron favorables a éste último, el grupo que integraba el “pull” de su
adversario llamó a su puerta para ponerse a su servicio, siendo rechazados por
completo.
Con el alejamiento de aquél que fuera investido, la Logia quedó
nuevamente sin cabeza, ocupando este lugar algunos personajes de menor peso,
pero hábiles en el manejo de ciertas cuestiones políticas y económicas, alguno
hasta vinculado con los resagos de los servicios de inteligencia. Ocuparon
distintos cargos, incluso en importantes instituciones católicas, lo cual en
algún momento ocasionó problemas que llegaron hasta los oídos del arzobispo de
turno, quien tuvo que mediar en la cuestión solicitando se expulse a los
sospechados.
En realidad, esta cuestión no es nueva, ni mucho menos. Tanto en lo
económico y político, como en lo eclesiástico, las cosas se manejaron de esta
forma siempre. Baste con decir, que, por ejemplo, se adjudica la instalación de
la Orden Lateranense en Salta a un pedido del Papa (posiblemente Pío IX), para
que libraran este combate contra la masonería. No se podido constatar que así
sea, pero estos informantes afirman que en las actas de fundación de la Orden
estaría establecido este principio.
En este sentido, la misma historia cuenta que el obispo de Salta, Rizzo
Patrón, escribía en una pastoral que: ”Mediten en presencia de Dios sobre
los males que por causa de no pocos católicos sufre hoy la Iglesia entre
nosotros cuya libertad e independencia se pretende sacrificar en obsequio de
una secta tenebrosa, recientemente desenmascarada” (...) “de una secta que
tiene a su servicio elementos poderosísimos de seducción, de fuerza material;
que ha jurado no darse descanso hasta dar en tierra con la cruz de la última
iglesia, proponiéndose, como diligencias previas para sus fines ulteriores, el
destierro de Cristo, por medio de la escuela laica, del corazón de la infancia
y de la sociedad”...
Por lo tanto, hablar en los días presentes de masones entre los que
ejercen el poder (no necesariamente debe ser el poder político, mucho más se
maneja hoy desde cenáculos privados y aún lejos de Argentina, que en los
propios despachos gubernamentales), no tiene porqué llamar a la alarma. Es
historia vieja que así ocurre.
Cuando la
red Internet apareció en sociedad, la masonería estuvo presente desde todos los
lugares del mundo. Hoy es posible asociarse a una logia masónica desde el
propio domicilio. En el sitio oficial de la Masonería Argentina, sito en
Cangallo al 1200 de la ciudad de Buenos Aires, donde se puede apreciar la foto
de la entrada y del Gran Maestre luciendo su mandil, se encuentran todas las
logias del país. La de Salta, cuyo nombre Manuel Belgrano se mantiene desde los
tiempos aquellos, no tenía más datos. Sólo recientemente –ver documento
adjunto- se brinda la dirección, días de reunión y dirección. En la actualidad
es una casa verde con detalles amarillos ocre que en sus ventanas luce la
escuadra y el compás, todo en dorado, con la inconfundible inscripción
AL.G.A.D.U. (Al Gran Arquitecto del Universo).
Según
quienes dicen asistir, lleva el nombre del General Belgrano en memoria de su
ilustre fundador y miembro.
Éste no
es más que un breve relato que pretende iniciar sobre lo que se mueve más allá
de lo que las cámaras y los periódicos dicen y ven. Más allá de lo que
muchos saben, o siquiera imaginan que existe.
Como
inicia advirtiendo esta narración –podemos llamar-, no existe documentación
alguna que pruebe lo expuesto, al menos no ha sido posible acceder a ninguna.
Sólo es una imagen, una pintura de algo que muchas veces se niega, las más se
desconoce, pero que está.
Lo demás
es pura historia. O no...
BIBLIOGRAFÍA
APUNTES
BIOGRÁFICOS del General Belgrano. Instituto Nacional Belgraniano. Gráfica Gral.
Belgrano. Bs. As. 1995.
BAUZÁ,
“Dominación Española en el Uruguay”. T. III,
BINAYÁN,
Narciso. “La Doctrina de Mayo”. Ed. Kapeluz. Bs. As. 1960.
DE
MIGUEL, María Esther. “Las batallas secretas de Belgrano”. Seix Barral
Bs. As. 1999
ENGAÑA,
Antonio de “Historia de la Iglesia en la América Española Desde el
Descubrimiento hasta comienzos del siglo XIX” B.A.C. Madrid. 1966
EVOLA,
Julius. Los hombres y las ruinas. Ed. Heracles. Bs. As. 1994.
FRIAS,
Bernardo. “Historia de Güemes y de la provincia de Salta”.
IRAZUSTA,
Julio “Influencia británica en el Río de la Plata”. Eudeba. Bs. As.
1984.
LOS OBISPOS DE SALTA – Homenaje de la Iglesia Salteña a los Pastores
que la rigieron con su talento y la ilustraron con sus virtudes”. Salta
1942
LAZCANO,
Martín. “Las Sociedades secretas, Políticas y Masónicas”. Bs. As. 1927.
LUNA,
Félix. “Buenos Aires y el país”. Ed. Sudamericana. Bs.
As. 1982
NÚÑEZ,
Ignacio “Noticias Históricas” Ed. Orient. Cultural Editores S. A. Bs. As. 1952
NEWTON, Jorge. “Güemes,
el Caudillo de la Guerra Gaucha”. Ed. Plus
Ultra. Bs. As. 1986.
ORTEGA,
Exequiel César. “La Primera Pena de Muerte resuelta por la Junta de Mayo –
La tragedia de Cruz Alta y su problema histórico”. Ed. Lumen. Bs. As. 1954.
PEÑA,
Roberto I. “Aporte Documental sobre la creación de la Diócesis de Salta”.
Salta 1970
PIAGGIO,
Agustín Mons. “Influencia del clero en la Independencia Argentina”
(1810-1820). Luis Gili, Librero Editor. Barcelona. 1912.
PISTOIA,
Honorato O.F.M. “Los Franciscanos en el Tucumán y el Norte Argentino
1566-1973” Salta. 1988.
SAMPAY,
Arturo E. “Las Constituciones de la Argentina”.
TONELLI,
Armando. “El General San Martín y la Masonería”. Bs. As. 1943
TODO ES
HISTORIA, Nro. 238 – Marzo 1987.
ARTÍCULOS
VARIOS: “25 de Mayo: Triunfaron los ingleses” por Julián Ramírez; “La
Francmasonería y su relación con la Iglesia” por Lic. Giovanni Lapporta”; “La
Independencia y el compromiso con la verdad: la verdad oculta de los
libertadores lautarinos” por Dr. José Zamorano (Itagüa; Santiago de Chile); “La
Logia Lautaro”; “Consecuencias de la derrota de Moreno”; “Salta y Tucumán”.
Citas:
[1] Ortega,
Ezequiel Cesar. “La primera pena de muerte resuelta por la Junta de Mayo”
.Nuevos Talleres Gráficos. Bs. As. 1954
[2] Según
refiere Julius Evola en “Los hombres y las ruinas” Ed. Heracles. Bs. As. 1991 . Cap. XIII.
[3] Irazusta
Julio. “Influencia británica en el Río de la Plata”. Eudebe. Bs. As. 1984.
[4] Binayán
Narciso. “La Doctrina de Mayo”. Ed. Kapeluz, Bs.As. 1960. Pág. 30.
[5] Rotjjer,
Aníbal A. “La Masonería en la Argentina y en el Mundo”. Ed. Nuevo Orden. Bs.
As. 1976. Pág. 263.
[6] Sampay,
Arturo E. Las Constituciones de la Argentina,
[7] Ver
Apéndice.
[8]
Hipótesis que se sostendría según los archivos de la Gran Logia de la
Argentina de Libres y Aceptados Masones por Alcibíades Lappas en “Masonería a
través de sus hombres” Bs. As. 1958
[9] Tonelli,
Armando. “El General San Martín y la Masonería “. Bs. As. 1943. Pág.4
[10] Citado
por Bauzá en “Dominación Española en el Uruguay”. T. III. Pág. 256.
[11] Miembro
del Instituto de Investigaciones Históricas de Buenos Aires.
[12] Tonelli;
Op. Cit. Pág. 6. El subrayado pertenece al autor del presente.
[13] Rottjer,
Aníbal A. . “La Masonería en la Argentina y en el
Mundo”. Ed. Nuevo Orden. Bs.As. 1976
[14] Frías,
Bernardo. “Historia de Güemes y de la provincia de Salta”. Pág. 131
[15] El
subrayado pertenece al autor, que disiente con el último párrafo de la
declaración de Sarmiento, en el pensamiento de que efectivamente las sociedades
masónicas tuvieron un papel importante.
[16] En
vísperas de la transmisión del mando a Sarmiento dijo: “¿Qué es
Sarmiento? Un pobre hombre como yo, un instrumento de éste”; y señaló el
compás, para añadir luego: “Daré mi mensaje a las logias masónicas. Se ha dicho
que era tiempo que los hermanos masones conquistasen en la sociedad los
derechos que les fueran negados. Señores, los masones están conquistando esos
derechos en la vida y más allá de la muerte”. En el día de su sepelio La Nación
publicó los avisos fúnebres de los Grandes Orientes nacionales y extranjeros,
los cuales siempre lo consideraron un “hermano”. (En Rojtter. Op. Cit. Pág.
310-311).
[17] Tonelli,
Armando. “San Martín y la Masonería”. Bs. As. 1943. Pág. 48.
[18] Tonelli,Op. Cit. Pág.49. El subrayado pertenece al autor.
[19] Saldías,
A. “La evolución republicana durante la Revolución Argentina. Pág. 66. Citado
por Rottjer. Op. Cit.
[20] Saldías.
Op. Cit.
[21] Lazcano,
Martín. “Las Sociedades Secretas, Políticas y Masónicas”. T. I, Pág. 262
.Bs. As. 1927.
[22] Paz,
“Memorias Póstumas” T. I. Pág. 62.
[23] De
Miguel, María Esther. “Las Batallas secretas de Belgrano”. Seix Barral. Bs. As.
1999. Pág. 119
[24] Rottjer.
Aníbal. A. Op. Cit. Pág. 256.
[25] Ver
Ibarguren, Federico, “Así fue Mayo”. Pág. 22. Bs. As. 1956
[26] Ortega
Exequiel César. “La Primera Pena de Muerte resuelta por la Junta de Mayo”. Pág.
175.
[27] Pasquali
Patricia. “San Martín, la fuerza de la misión y la soledad de la gloria”. Pág.
131
[28] En
esta publicación se trazan algunos rasgos de las personalidad del Obispo
Videla del Pino que contribuyen a comprender los sucesos que se enuncian.
Dice el libro: “Un prestigioso sacerdote cordobés que descendía de don Alonso
Videla Núñez, hidalgo del siglo XVII, había sido escogido por la Corona de
España en 1804, para ocupar la ilustre sede Episcopal del Paraguay. Era el Dr.
Nicolás Videla del Pino. Con él la Iglesia de Salta vio nuevos esplendores que
vinieron a oscurecerse en la época caótica de la Independencia Americana. El
grito de Mayo, en la ciudad de Buenos Aires, tenía las tonalidades de la
libertad y de la rebelión. Los patriotas se escudaron tras la sombra del Rey
Fernando VII y el Obispo de Salta se unió a la Junta de Mayo hasta que
regresara el Monarca en cuyo nombre aquella gobernaría. Pero cuando la Junta y
los Gobiernos que se sucedieron manifestaron claramente sus propósitos materializados
en los ejércitos, Mons. Videla del Pino, patriota y realista, aunque americano,
permaneció fiel al Rey y a su juramento.
El
proceso de su conciencia es claro y no habría razón valedera para cargar con
los epítetos de enemigo de la libertad y traidor a la patria. Fue fiel a su
legítimo soberano mientras la evolución patriótica no dio el resultado de una
nueva y gloriosa nación. Facilitó las comunicaciones con el realista por lo
cual el General Belgrano, con los debidos respetos y consideraciones, dispuso
su apartamiento de Salta, con destino a Buenos Aires, en 1812. “Los Obispos
de Salta . Homenaje de la Iglesia Salteña a los
Pastores que rigieron con su talento y la ilustraron con sus virtudes – En el
año Jubilar del Señor del Milagro 1592 –1942.”. Pág. 3 y ss.
[29] Tal vez
resulten de utilidad para comprender el carácter del Obispo Videla del Pino sus
antecedentes: “Por Real Cédula firmada en Aranjuez Carlos IV se dirigía al
Gobernador Intendente de la ciudad y Provincia de Salta y demás jueces y
justicias a quienes corresponda haciéndoles saber “que habiéndome dignado
resolver se erija un nuevo Obispado que se titule de Salta, fui servido por mi
Real Decreto de siete de mil ochocientos seis, presentar para esta Mitra al
Reverendo Obispo del Paraguay Don Nicolás Videla del Pino, y habiéndosele
despachado sus Bulas y presentándose en referido mi consejo de Cámara,(..) y en su consecuencia ordeno y mando a todos y a cada uno de
vos, que reconociendo las Bulas originales o su trasunto en forma jurídica,
observéis su tenor y haciendo dar al nominado Don Nicolás Videla del Pino, la
posesión de ese Obispado y que le tengáis por tal Prelado de él, dejándole
hacer su Oficio Pastoral, y usar y ejercer su Jurisdicción por sí (...) estando
advertidos de que en conformidad . En Peña Roberto I. “Aporte Documental sobre
la creación de la Diócesis de Salta”.
[30] De
Engaña Antonio. S.J. “Historia de la Iglesia en la América Española. B.A.C.
Madrir. 1966. Pág.728
[31] De
Engaña Antonio, Op. Cit. Pág.728
[32] Una
crónica comenta que si bien ningún cargo político se había podido concretar
sobre la figura de Videla, se tiene por muy cierto que el cargo elevado por el
general Belgrano en realidad existió, es decir, aquella comunicación con los
realistas, delito punible con la pena de muerte en virtud de aquel decreto del
31 de julio de 1810. Parece ser que el no haber procedido con la estricta
justicia con Videla en 1814, tal como se hizo con los cómplices del obispo Lué,
fue ya por indulgencia del tribunal, o bien por no querer cargar los jueces con
otra situación tan comprometida como aquella.
[33] Pistoia,
Honorato O.F.M. “Los Franciscanos en el Tucumán y en el Norte
Argentino1566-1973). Salta. 1988. Pág. 69.
[34] Pistoia.
Op.Cit. Pág. 69
[35] Op. Cit.
Pág. 734
[36] Ortega,
Ezequiel César. Op. Cit. Pág. 99.
[37] Ortega,
Ezequiel César, citando a Manuel Moreno en “Vida y Memorias del Dr. D. Mariano
Moreno”.
[38] Citado
por Rottjer , Pág. 259
[39] Piaggio,
Agustín Mons. “Influencia del Clero en la Independencia Argentina (1810-1820).
Barcelona. 1912
[40] Paz,
José María, “Memorias Póstumas”
[41] Paz,
Op.Cit.
[42] Piaggio
Op. Cit-
[43] Apunte
del Archivo Histórico de Tucumán, manuscrito, citado por Honorato Pistoia
[44] Frías
Bernardo, Historia del General Güemes. T. II. Pág. 526
[45] Cuaderno
borrador de Mitre, citado por Piaggio. Pág. 70
[46] Idem
anterior.
[47] El
episodio marca una vez más la estricta moral de Belgrano que destierra a
Güemes, entonces teniente coronel a Buenos Aires por sus relaciones amorosas
con una mujer de apellido Iguanzo. Bernardo Frías en su Historia de Salta (T
III) relata el episodio marcando ese carácter, apostrofando a Belgrano, pero
valorando sus virtudes: “Pero vino Belgrano, su debilidad y su defecto para
tomar en serio cosas triviales y regirse por ello, di motivo esta vez para que
la murmuración, que crece siempre al lado de los hombres de mérito, fuera
también a arañar la reputación del jefe salteño. (...) Y así fue que hablaron
al oído de Belgrano, de ciertos excesos cometidos, decían, los que casi se
presentaron con semblante de delitos a la vista del General, que para creerlos,
decía éste tenía fundamentos muy graves, aunque no los documentó. Tomó, pues,
de Güemes, la idea de un ser despreciable, desnudo de virtudes, llegando en su
prestada animosidad para con él –bien rara por cierto en un alma tan pura como
la suya- hasta a desconocer los méritos de sus servicios, quizá hasta negarlos,
pasando sobre ellos con desdén. Pero lo que parece que más lo mortificaba entre
todas estas cosas, al extremo de constituir la causa única y eficiente para la
medida que tomaría contra él, fue la vida pública que hacía con la Iguanzo,
escandalizando, a su manera en Jujuy, en Salta y en Santiago del Estero. Por
este pecado no más –en el que tanto y en tan gran medida incurrieron los más
famosos reyes de la cristiandad moderna; por este descarriamiento en la vida
privada a la que la espada del General no podía alcanzar, por cierto; queriendo
extirpar del ejército todo vicio y devolverle todas las virtudes del soldado y
aún las del particular, sin escapar de esto ni lo referente a la castidad-, determinó
de enviarlo confinado a Buenos Aires.
[48] Según
afirma Mitre.
[49] Newton,
Jorge. “Güemes, el caudillo de la guerra gaucha”. Ed. Plus Ultra. Bs. As. 1986.
Pág. 82.
[50]
Instituto Nacional Belgraniano “General Belgrano, apuntes biográficos”. Bs. As.
1994. Pág. 101-102.
[51] Lucía
Gálvez de Tiscornia “La Iglesia en la Argentina – Cuatro Siglos de
conflictos y entendimientos” en Todo es Historia. Nro. 238 – Marzo de 1987.
[52] Alberdi,
Juan Bautista. Escritos Póstumos. Tomo IX, Pág. 332.
[53] Zúñiga.
Op. Cit. Pág. 189-90.
[54] El
documento firmado por John Parish decía: “El Estado de Buenos Aires, con sus
bienes, rentas, tierras y territorios quedan prendados al debido y fiel pago de
dicha suma”.
[55] Rottjer,
Aníbal A. Op. Cit. Pág. 254.
[56] Lazcano;
Martín. “Las Sociedades Secretas, políticas y masónicas”. Bs.As. 1927
[57] Rottjer,
Aníbal A. “La Masonería en la Argentina y en el Mundo”. Ed. Nuevo Orden. Bs.
As. 1976
[58] Ésta es la disposición de la mesa de reuniones de la H.C.D. En la original, el lado recto es más angosto que el frente curvo, donde se ubica el Gran Maestre y tiene la forma y símbolo de un gran abrazo.