LEONARDO STREJILEVICH
ILUSTRACIÓN DE TAPA
1787
(Metropolitan Museum)
Sócrates
murió a los 70 años de edad, en el año
Así que ahora, puesto que conoces el mensaje que te
traigo, salud, e intenta soportar con la mayor resignación lo necesario.”
PENSAMIENTOS
(2,
12, 20, 40, 41, 42)
Vengo de no sé dónde,
Soy no sé quién,
Muero no sé cuándo,
Voy a no sé dónde,
Me asombro de estar tan alegre.
Martinus von Biberach
Juego con la vida. Es para lo único que sirve.
Voltaire (François-Marie Arouet)
La inmortalidad es incapaz de consolarnos de la muerte,
cuando se ama tanto la vida
No hay muerte natural: nada de lo que sucede al hombre es natural puesto que su sola presencia pone en cuestión al mundo. La muerte es un accidente, y aun si los hombres la conocen y la aceptan, es una violencia indebida.
...lo específicamente humano es
creer en la muerte.
El fin justifica los miedos
Ramón Eder
No nos bañamos dos veces en el mismo río.
No entramos dos veces en el mismo cuerpo.
No nos mojamos dos veces en la misma muerte.
Oscar Hahn
Una sombra que se pavonea y se agita
por un momento sobre el escenario...y desaparece.
Morir, dormir. ¿Dormir? Tal vez soñar
William Shakespeare
Todo se olvida, todo queda atrás
Fernando de Rojas
Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia
como si ésta ya fuera ceniza en la memoria
Jorge Luis Borges
Groucho: Vamos, Ravelli, ande un poco más rápido.
Chico: ¿Y para qué tanta prisa, jefe? No vamos a ninguna parte.
Groucho: En ese caso, corramos y acabemos de una vez con esto.
Los hermanos Marx
Cuídame, porque soy lo único que tengo
Groucho Marx
Sólo a partir de la muerte se hace posible el pensamiento negativo;
es su irreversibilidad lo que concede a la negación su sentido totalizador.
Jean Améry
El médico dice: su estado general es normal para su avanzada edad.
El paciente mayor responde: Pero Doctor, es que a mi edad lo normal es estar muerto.
Sólo es feliz aquel que cada día puede en calma decir: hoy he vivido.
Que nuble el cielo Júpiter mañana o lo esclarezca con el sol más vivo,
nunca podrá su mente poderosa hacer que, lo que fue, ya no haya sido,
ni logrará que no esté ya acabado lo que colmó el momento fugitivo.
La pálida muerte llama igualmente
en las chozas de los pobres y en
los castillos de los reyes.
Horacio
Me he preguntado a menudo,
y no he encontrado respuesta,
de dónde viene lo suave y lo bueno,
hoy tampoco lo sé, ahora tengo que irme.
Gottfried Benn
Cómo de entre mis
manos te resbalas,
oh cómo te
deslizas edad mía;
qué mudos
pasos traes, oh muerte fría,
que con
callado pie todo lo igualas
Más razonable sería preguntarnos si “tiene sentido la muerte”, si la muerte “vale la pena”, porque de ésa sí que no sabemos nada, ya que todo nuestro saber y todo lo que para nosotros vale proviene de la vida.
Samuel Butler
Los animales se mueren y los hombres
“sabemos” que nos vamos a morir.
Los hombres vivimos luchando por no morir y a
la vez pendientes de que en cualquier momento tendremos que morir.
El hombre tiene experiencia
, memoria y premonición cierta de
la muerte.
Los humanos no sólo tratamos de prolongar la
vida, sino que nos rebelamos contra la muerte, nos sublevamos contra su
necesidad, inventamos cosas para contrarrestar el peso de su sombra.
Nosotros pretendemos...la inmortalidad.
Nunca los hombres se limitan a dejarse vivir.
Morir no es simplemente un incidente
biológico más sino el símbolo decisivo de nuestro destino, a la sombra del cual
y contra el cual edificamos la complejidad soñadora de nuestra vida.
Remedios reales y eficaces contra la muerte
parece que no hay ninguno, sólo remedios simbólicos como los religiosos y los
sociales.
Las sociedades humanas funcionan siempre como
máquinas de inmortalidad.
El grupo social se presenta como lo que no
puede morir, a diferencia de los individuos, y sus instituciones sirven para
contrarrestar lo que cada cual teme de la fatalidad mortal.
La muerte es olvido, borra toda diferencia
personal y todo lo iguala.
La muerte es insensibilidad y monotonía; es
silencio; nos despoja de todo.
Siempre estamos inventando cosas nuevas y
gestos inéditos contra las aborrecidas pompas fúnebres de la muerte.
Los hombres llegan a morir contentos en
defensa y beneficio de las sociedades en las que viven; entonces, la muerte ya
no es un accidente sin sentido.
La sociedad representa, colectivamente, la
negación de la muerte.
La vida tiene sentido y sentido único; va
hacia delante, no hay moviola, no se repiten las jugadas ni suelen poder
corregirse, por eso hay que reflexionar sobre lo que uno quiere y fijarse en lo
que se hace.
Sólo es bueno el que siente una antipatía (no
miedo) activa por la muerte.
Desconfío de todo lo que debe conseguirse
gracias a la muerte.
Lo que interesa no es si hay vida “después”
de la muerte, sino que haya vida “antes” y que esa vida sea buena, no simple
supervivencia o miedo constante a morir.
Vivir no es una ciencia sino un arte.
Fernando Savater
La muerte no es verdad cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.
La muerte no es penosa para los que han vivido bien.
José Martí
La vida de los muertos perdura en la memoria de los vivos.
Cicerón
Nacer, no es sino comenzar a morir.
T. Gautier
Es fuerte cosa que todos sepamos que tenemos que morir,
y que todos vivamos como si estuviéramos ciertos de vivir eternamente.
Francesco Guicciardini
La muerte no llega con la vejez, sino con el olvido
Gabriel García Márquez
La sombra de la muerte le da relieve a la vida
La vida es una sucesión ininterrumpida e intermitente
de problemas que sólo se agotan con la muerte
Nacemos sin una finalidad, vivimos sin comprender y morimos anonadados
Ingmar Bergman
El hombre es una criatura moral que envejece,
que muere y que no sabe para qué vino aquí
Octavio Paz
Desechad tristezas y melancolías.
La vida es amable, tiene pocos días
y tan sólo ahora la hemos de gozar
A las cinco de la tarde.
Eran las cinco en punto de la tarde.
Un niño trajo la blanca sábana
a las cinco de la tarde.
Una espuerta de cal ya prevenida
a las cinco de la tarde.
Lo demás era muerte y sólo muerte
a las cinco de la tarde.
................................................................
(Llanto por Ignacio Sánchez Mejías; 1 La cogida y la muerte)
Federico García Lorca
Estoy tratando de morir correctamente,
pero es muy difícil, sabe usted
Lawrence Durrell
Morir por las ideas, la idea es excelente.
Yo no he logrado morir por no haberlas tenido.
Georges Brassens
Todo nuestro conocimiento nos ayuda meramente a morir
de un modo más doloroso que los animales que nada saben
Maurice Maeterlinck
La muerte puede ser dulce si le contestamos afirmativamente,
si la aceptamos como una de las formas eternas de vida y transformación
Herman Hesse
La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil,
que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse
Ernesto Sábato
La seguridad es un tipo de muerte
Tennessee Williams
Los hombres, aunque han de morir,
no nacieron para morir, sino para innovar
Hannah Arendt
Y al final, ¿cómo es la cosa?
¿Uno lleva la vida por delante
o la vida se lleva por delante a uno?
Mafalda (personaje de Quino = Joaquín Salvador Lavado)
Mi misión es matar el tiempo,
y la del tiempo es matarme a su turno a mí.
Qué cómodo se encuentra uno entre asesinos.
Emile Cioran
A mis cuarenta y diez,
cuarenta y nueve dicen que aparento,
más antes que después,
he de enfrentarme al delicado momento
de empezar a pensar
en recogerme, de sentar la cabeza,
de resignarme a dictar testamento
(perdón por la tristeza).
Para que a mis allegados, condenados
a un ingrato futuro,
no sufran lo que he sufrido, he decidido
no dejarles ni un duro,
sólo derechos de amor,
un siete en el corazón y un mar de dudas,
a condición de que no
los malvendan, en el rastro, mis viudas.
....................................................................
Pero sin prisas, que, a las misas
de réquiem, nunca fui aficionado,
que, el traje de madera, que estrenaré,
no está siquiera plantado,
que, el cura, que ha de darme la extremaunción,
no es todavía monaguillo,
...................................................................
“A mis
40 y
Joaquín Sabina
Estamos aquí para reírnos del destino
y vivir tan bien nuestra vida que la
muerte tiemble al recibirnos
Charles Bukowski
La muerte espera al más valiente, al más rico, al más bello.
Pero los iguala al más cobarde, al más pobre, al más feo,
no en el simple hecho de morir, ni siquiera en la conciencia de la muerte,
sino en la ignorancia de la muerte.
Sabemos que un día vendrá, pero nunca sabemos lo que es.
Carlos Fuentes
Cuando éramos niños
los viejos tenían como treinta
un charco era un océano
la muerte lisa y llana no existía
luego cuando muchachos
los viejos eran gente de cuarenta
un estanque era un océano
la muerte a lo más
una palabra
ya cuando nos casamos
los ancianos estaban en cincuenta
un lago era un océano
la muerte era la muerte
de los otros
ahora veteranos
ya le dimos alcance a la verdad
el océano es el océano
pero la muerte empieza a ser
la nuestra.
Mario Benedetti
Cuando la muerte venga no le ei de poner asiento
así no vuelve a venir
y le sirve de escarmiento
Manuel J.Castilla
Si uno pudiera liberarse de la memoria
quizá sería posible vivir como los pájaros
y también morir como ellos,
convertir a la muerte en un hecho natural,
en una mansa entrega a la tierra.
Pero yo tengo mi mente perjudicada por la filosofía;
me resulta imposible dejar de pensar en las cosas que dejo
o los que necesitan de mí, y me cuesta aceptar
que después de todo la muerte es una aventura hermosa.
Gustavo “Cuchi” Leguizamón
Mil veces se ha representado al hombre como peregrino;
un peregrino que tiene la culpa por alforjas
y la muerte por meta.
Giovanni Papini
Siempre llegamos adonde nos esperan.
Y la pregunta es inevitable:
¿A qué se refiere eso?
Y la respuesta sólo puede ser una: a la muerte.
Siempre llegamos a la muerte, ahí nos están esperando.
José Saramago
LAS PARCAS
Las Parcas (Parcae en latín) o diosas infernales son tres deidades hermanas de origen latino Nona, Décima y Morta conocidas como las Moiras de la mitología griega: Cloto que hilaba el hilo de la vida, Láquesis que devanaba y era la distribuidora de suertes; asignaba a cada persona su destino y la duración de la vida y Átropos, la inexorable, que llevaba las temibles tijeras con las que cortaba el hilo de la vida del hombre en el momento apropiado (muerte = cesación de la vida).
La creación de las
Moiras es el resultado de la intelección que advierte al ser humano que también
él es parte de la naturaleza, y por eso está sometido a la inexorable
muerte.
En idioma idish *,
moira, (mejor dicho "moire"),
significa temor y no destino. Se insinúa el miedo, "moire",
a la muerte.
Fueron retratadas en el arte y la poesía como ancianas severas o como melancólicas doncellas y se las representaba siempre como tejedoras.
Presidían sucesivamente el nacimiento, la vida y la muerte de los humanos; determinaban la vida humana y su destino y asignaban a cada persona al nacer una parte del bien y del mal,
aunque cada persona podía y puede acrecentar sus males acumulando sus propios desatinos.
COPLAS POR LA MUERTE DE SU PADRE
(1440-1479)
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando,
cuán presto se va el placer,
cómo, después de acordado,
da dolor;
cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.
Pues si vemos lo presente
cómo en un punto se es ido
y acabado,
si juzgamos sabiamente,
daremos lo no venido
por pasado.
No se engañe nadie, no,
pensando que ha de durar
lo que espera,
más que duró lo que vio
porque todo ha de pasar
por tal manera.
Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir;
allí van los señoríos
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos,
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
Invocación
Dejo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
no curo de sus ficciones,
que traen yerbas secretas
sus sabores;
A aquél sólo me encomiendo,
aquél sólo invoco yo
de verdad,
que en este mundo viviendo
el mundo no conoció
su deidad.
Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que cuando morimos
descansamos.
Este mundo bueno fue
si bien usáramos de él
como debemos,
porque, según nuestra fe,
es para ganar aquél
que atendemos.
Aun aquel hijo de Dios,
para subirnos al cielo
descendió
a nacer acá entre nos,
y a vivir en este suelo
do murió.
Ved de cuán poco valor
son las cosas tras que andamos
y corremos,
que en este mundo traidor,
aun primero que muramos
las perdamos:
de ellas deshace la edad,
de ellas casos desastrados
que acaecen,
de ellas, por su calidad,
en los más altos estados
desfallecen.
Decidme: la hermosura,
la gentil frescura y tez
de la cara,
el color y la blancura,
cuando viene la vejez,
¿cuál se para?
Las mañas y ligereza
y la fuerza corporal
de juventud,
todo se torna graveza
cuando llega al arrabal
de senectud.
Pues la sangre de los godos,
y el linaje y la nobleza
tan crecida,
¡por cuántas vías y modos
se pierde su gran alteza
en esta vida!
Unos, por poco valer,
¡por cuán bajos y abatidos
que los tienen!
otros que, por no tener,
con oficios no debidos
se mantienen.
Los estados y riqueza
que nos dejan a deshora,
¿quién lo duda?
no les pidamos firmeza,
pues son de una señora
que se muda.
Que bienes son de Fortuna
que revuelven con su rueda
presurosa,
la cual no puede ser una
ni estar estable ni queda
en una cosa.
Pero digo que acompañen
y lleguen hasta la huesa
con su dueño:
por eso nos engañen,
pues se va la vida apriesa
como sueño;
y los deleites de acá
son, en que nos deleitamos,
temporales,
y los tormentos de allá,
que por ellos esperamos,
eternales.
Los placeres y dulzores
de esta vida trabajada
que tenemos,
no son sino corredores,
y la muerte, la celada
en que caemos.
No mirando nuestro daño,
corremos a rienda suelta
sin parar;
desque vemos el engaño
y queremos dar la vuelta,
no hay lugar.
Si fuese en nuestro poder
hacer la cara hermosa
corporal,
como podemos hacer
el alma tan glorïosa,
angelical,
¡qué diligencia tan viva
tuviéramos toda hora,
y tan presta,
en componer la cativa,
dejándonos la señora
descompuesta!
Esos reyes poderosos
que vemos por escrituras
ya pasadas,
por casos tristes, llorosos,
fueron sus buenas venturas
trastornadas;
así que no hay cosa fuerte,
que a papas y emperadores
y prelados,
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados.
Dejemos a los troyanos,
que sus males no los vimos
ni sus glorias;
dejemos a los romanos,
aunque oímos y leímos
sus historias.
No curemos de saber
lo de aquel siglo pasado
qué fue de ello;
vengamos a lo de ayer,
que también es olvidado
como aquello.
¿Qué se hizo el rey don Juan?
Los infantes de Aragón
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto galán,
qué fue de tanta invención
como trajeron?
Las justas y los torneos,
paramentos, bordaduras
y cimeras,
¿fueron sino devaneos?
¿qué fueron sino verduras
de las eras?
¿Qué se hicieron las damas,
sus tocados, sus vestidos,
sus olores?
¿Qué se hicieron las llamas
de los fuegos encendidos
de amadores?
¿Qué se hizo aquel trovar,
las músicas acordadas
que tañían?
¿Qué se hizo aquel danzar,
aquellas ropas chapadas
que traían?
Pues el otro, su heredero,
don Enrique, ¡qué poderes
alcanzaba!
¡Cuán blando, cuán halaguero
el mundo con sus placeres
se le daba!
Mas verás cuán enemigo,
cuán contrario, cuán cruel
se le mostró;
habiéndole sido amigo,
¡cuán poco duró con él
lo que le dio!
Las dádivas desmedidas,
los edificios reales
llenos de oro,
las vajillas tan febridas,
los enriques y reales
del tesoro;
los jaeces, los caballos
de sus gentes y atavíos
tan sobrados,
¿dónde iremos a buscallos?
¿qué fueron sino rocíos
de los prados?
Pues su hermano el inocente,
que en su vida sucesor
se llamó,
¡qué corte tan excelente
tuvo y cuánto gran señor
le siguió!
Mas, como fuese mortal,
metióle la muerte luego
en su fragua.
¡Oh, juïcio divinal,
cuando más ardía el fuego,
echaste agua!
Pues aquel gran Condestable,
maestre que conocimos
tan privado,
no cumple que de él se hable,
sino sólo que lo vimos
degollado.
Sus infinitos tesoros,
sus villas y sus lugares,
su mandar,
¿qué le fueron sino lloros?
¿Qué fueron sino pesares
al dejar?
Y los otros dos hermanos,
maestres tan prosperados
como reyes,
que a los grandes y medianos
trajeron tan sojuzgados
a sus leyes;
aquella prosperidad
que tan alta fue subida
y ensalzada,
¿qué fue sino claridad
que cuando más encendida
fue amatada?
Tantos duques excelentes,
tantos marqueses y condes
y varones
como vimos tan potentes,
di, muerte, ¿dó los escondes
y traspones?
Y las sus claras hazañas
que hicieron en las guerras
y en las paces,
cuando tú, cruda, te ensañas,
con tu fuerza las atierras
y deshaces.
Las huestes innumerables,
los pendones, estandartes
y banderas,
los castillos impugnables,
los muros y baluartes
y barreras,
la cava honda, chapada,
o cualquier otro reparo,
¿qué aprovecha?
que si tú vienes airada,
todo lo pasas de claro
con tu flecha.
Aquél de buenos abrigo,
amado por virtuoso
de la gente,
el maestre don Rodrigo
Manrique, tanto famoso
y tan valiente;
sus hechos grandes y claros
no cumple que los alabe,
pues los vieron,
ni los quiero hacer caros
pues que el mundo todo sabe
cuáles fueron.
Amigo de sus amigos,
¡qué señor para criados
y parientes!
¡Qué enemigo de enemigos!
¡Qué maestro de esforzados
y valientes!
¡Qué seso para discretos!
¡Qué gracia para donosos!
¡Qué razón!
¡Cuán benigno a los sujetos!
¡A los bravos y dañosos,
qué león!
En ventura Octaviano;
Julio César en vencer
y batallar;
en la virtud, Africano;
Aníbal en el saber
y trabajar;
en la bondad, un Trajano;
Tito en liberalidad
con alegría;
en su brazo, Aureliano;
Marco Tulio en la verdad
que prometía.
Antonio Pío en clemencia;
Marco Aurelio en igualdad
del semblante;
Adriano en elocuencia;
Teodosio en humanidad
y buen talante;
Aurelio Alejandro fue
en disciplina y rigor
de la guerra;
un Constantino en la fe,
Camilo en el gran amor
de su tierra.
No dejó grandes tesoros,
ni alcanzó muchas riquezas
ni vajillas;
mas hizo guerra a los moros,
ganando sus fortalezas
y sus villas;
y en las lides que venció,
muchos moros y caballos
se perdieron;
y en este oficio ganó
las rentas y los vasallos
que le dieron.
Pues por su honra y estado,
en otros tiempos pasados,
¿cómo se hubo?
Quedando desamparado,
con hermanos y criados
se sostuvo.
Después que hechos famosos
hizo en esta misma guerra
que hacía,
hizo tratos tan honrosos
que le dieron aún más tierra
que tenía.
Estas sus viejas historias
que con su brazo pintó
en juventud,
con otras nuevas victorias
ahora las renovó
en senectud.
Por su grande habilidad,
por méritos y ancianía
bien gastada,
alcanzó la dignidad
de la gran Caballería
de la Espada.
Y sus villas y sus tierras
ocupadas de tiranos
las halló;
mas por cercos y por guerras
y por fuerza de sus manos
las cobró.
Pues nuestro rey natural,
si de las obras que obró
fue servido,
dígalo el de Portugal
y en Castilla quien siguió
su partido.
Después de puesta la vida
tantas veces por su ley
al tablero;
después de tan bien servida
la corona de su rey
verdadero:
después de tanta hazaña
a que no puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña
vino la muerte a llamar
a su puerta,
diciendo: «Buen caballero,
dejad el mundo engañoso
y su halago;
vuestro corazón de acero,
muestre su esfuerzo famoso
en este trago;
y pues de vida y salud
hicisteis tan poca cuenta
por la fama,
esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta
que os llama.
No se os haga tan amarga
la batalla temerosa
que esperáis,
pues otra vida más larga
de la fama glorïosa
acá dejáis,
(aunque esta vida de honor
tampoco no es eternal
ni verdadera);
mas, con todo, es muy mejor
que la otra temporal
perecedera.
El vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable
en que moran los pecados
infernales;
mas los buenos religiosos
gánanlo con oraciones
y con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos y aflicciones
contra moros.
Y pues vos, claro varón,
tanta sangre derramasteis
de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganasteis
por las manos;
y con esta confianza
y con la fe tan entera
que tenéis,
partid con buena esperanza,
que esta otra vida tercera
ganaréis.
No tengamos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo;
y consiento en mi morir
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir
cuando Dios quiere que muera
es locura.
Oración
Tú, que por nuestra maldad,
tomaste forma servil
y bajo nombre;
tú, que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
como es el hombre;
tú, que tan grandes tormentos
sufriste sin resistencia
en tu persona,
no por mis merecimientos,
mas por tu sola clemencia
me perdona.
Fin
Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio
(en cual la dio en el cielo
en su gloria),
que aunque la vida perdió
dejónos harto consuelo
su memoria.
PRÓLOGO
No
es el hecho ineluctable y definitivo de la muerte sino la certidumbre de la
muerte como destino final propio y de todos nuestros semejantes lo que nos convierte
en humanos por encima de la razón o el lenguaje.
Los agujeros negros más
significativos para el hombre y la mujer contemporáneos, y por tanto para los
distintos ámbitos de la antropología, psicología y teología actual son: la
soledad, la culpa, la enfermedad, la vejez y la muerte. Frente a ellos fracasan
muchas de las conquistas técnicas y las reflexiones filosóficas de las que nos
sentimos tan orgullosos los ciudadanos del siglo XXI.
La
muerte constituye, en cualquier momento, el desenlace inevitable de nuestras
vidas; por muchos riesgos que podamos evitar la vida está perdida de antemano.
La genérica muerte que nos hermana y nos nivela nos permite descubrir que somos
seres humanos únicos e irrepetibles.
La muerte es una realidad
excesivamente familiar por la frecuencia y evidencia con que se presenta en
nuestro entorno y, sin embargo en nuestro medio cultural, aparece en gran
manera tabuizada, negada o confinada entre las
paredes del hospital o del cementerio.
La muerte día a día se abre
paso y está con sus exigencias de imprevisibilidad, irreversibilidad,
inevitabilidad y universalidad, recordándonos de manera evidente nuestra
condición de seres contingentes y vulnerables.
No podemos dar nuestro cuerpo por garantizado pero si por perdido de antemano ya que se deteriorará durante la marcha y los quebrantos.
Todas las sociedades y todas sus culturas han querido combatir contra la muerte y prometer una victoria social contra ella procurando hacer trascender nuestro destino físico con símbolos e ideologías inmortalizadoras.
Ante la transitoriedad de casi todo y de uno mismo se procura la inmortalidad social y el permanecer de algún modo en la memoria colectiva o en la historia. Queremos forzar una inmortalidad que nuestra realidad nos niega.
Otra cosa es tener el propósito racional de vivir con perspectiva de inmortalidad pero sabiéndonos mortales.
La “otra vida” es una compensación que enmienda, suaviza, tranquiliza y sublima las zozobras de la vida que tenemos o padecemos; la muerte, en esta situación, es sólo un trámite necesario e intrascendente que anticipa una vida inacabable, invulnerable, eterna y sin posibilidades de morir nuevamente.
La muerte nos preocupa porque no la asumimos seriamente como lo que es: cesar de ser.
En la muerte no hay nada que temer (Epicuro, Lucrecio); si estamos nosotros aún no hay muerte; si está la muerte, no estamos nosotros; la muerte no es buena ni mala, es el final de todo bien y de todo mal y nada sobrevive a ella.
Los humanos no somos propuestas inalterables y eternas; encarnamos una peripecia fugaz.
Deambulamos por el azar en un laberinto y vivimos por azar, es decir, vivimos permanentemente en una mezcla de incertidumbre y de fatalidad.
Tal vez, el hombre no tenga tanta voluntad de vivir o de poder sino ante todo voluntad de futuro. El hombre es un ser práxico, es decir que actúa y actuar es llevar a cabo un proyecto que trasciende lo instintivo. Con su cerebro, que es el órgano del pensamiento y la acción, el hombre conoce, delibera, valora, elige y decide.
La muerte es destino, es lo no elegido, lo inevitable, lo inexorable que obtura o relativiza la libertad humana; el tiempo y la muerte forman nuestro destino.
Aunque no haya vida más allá de la vida, la aventura humana no está en la duración de la vida sino en su intensidad; mucha vida no es siempre vida larga. Por ello conviene alejarse de la tiranía medicinal de la salud ( medicalización de la vida individual y de la sociedad) y de la obligación de mantenerse siempre joven so pena de ser considerado o de estar enfermo y además ser culpable por ello.
La
mayor dificultad al abordar la cuestión que representa el tema de la muerte se
da respecto a que tiene aspectos
culturales, filosóficos, religiosos, sociales y psicológicos, entre
otras razones.
El
proceso de aceptación social de una definición de muerte está en realidad
consensuada por la comunidad médica para fines exclusivamente médicos
(trasplante de órganos y limitación terapéutica), por más estricta que sea
desde el punto de vista científico y por más altruista que sea su finalidad no
resuelve el problema existencial y moral del fin de una vida humana (4).
El
acontecimiento que supone morir no se agota en una buena definición desde el
punto de vista médico o legal, ya que es una experiencia en la que está en
juego lo más íntimo de la esencia humana (4).
Está acordado que lo primordial de un
ser humano, de una persona como tal, y cuya ausencia determina su
muerte, no se halla en ningún órgano que pueda ser reemplazado por otro similar
o sustituido por un artefacto producto de la tecnología, que realice la misma
tarea. Es, en términos generales, la tarea del cerebro, que coordina toda la
actividad del organismo, la que nos identifica como las personas que somos.
El bioeticista
español Diego Gracia Guillén llega a una conclusión sumamente interesante : “…que el concepto de muerte natural no existe,
que la muerte no es un hecho natural, ya que siempre está mediatizada por la
cultura. La muerte es un hecho cultural, humano.
Tanto
el criterio de muerte cardiopulmonar, como el de muerte cerebral y el de muerte
cortical son construciones culturales, convenciones
racionales, pero que no pueden identificarse sin más con el concepto de muerte
natural. No hay muerte natural. Toda muerte es cultural. Y los criterios de
muerte también lo son. Es el hombre quien dice qué es la vida y qué es la
muerte.”(6)
La
muerte es la certidumbre máxima de la biología, pero en los seres humanos es
insuficiente para explicar el fin de la vida. No somos únicamente seres
vivientes mortales, tampoco dioses. Estar balanceándonos en ese frágil puente
imaginario entre la finitud real y la trascendencia ideal nos ha llevado a
crear la cultura, la ciencia, la religión, la filosofía. En la medida que al
pensar la muerte no tengamos en cuenta todas estas dimensiones la tarea no
habrá sido totalmente cumplida y sus resultados no
serán enteramente satisfactorios (4).
Quien se sabe mortal ama la vida, porque ésta le ha llegado por azar y porque la perderá sin remedio.
Nos encontramos viviendo en una sociedad que, siendo mortal, rechaza la muerte.
La muerte es un personaje incómodo al que se desea olvidar, excluir, no hablar de ella.
Este deseo de olvidar puede tener más éxito para quien no trabaja junto a los enfermos, en
continuo contacto con la muerte y con su miedo; la sociedad le encarga a los profesionales y técnicos de la salud que luchen contra la muerte y le endilgan la responsabilidad sobre ella.
Se generan conflictos difíciles de resolver, especialmente cuando la muerte se adueña del escenario provocando profundas angustias en el equipo sanitario y conductas de esquivamiento, de huída, sensación de fracaso, y esto suele ser sustituido a veces por una puesta en marcha de un activismo desmesurado de tipo técnico, cuya finalidad consiste en “salvar” al enfermo a ultranza, pero cuya motivación mas profunda suele ser el apaciguamiento de la ansiedad, del malestar y de los sentimientos de impotencia de quien asiste al enfermo. (9,14)
Se trata de mecanismos defensivos de negación del equipo de salud, que no esta preparado para aceptar la “pérdida”, es decir, la derrota de quién más o menos conscientemente se considera a sí mismo y es considerado por el enfermo y por sus familiares como un sanador
omnipotente. A los estudiantes de medicina en la Universidad se les enseña a salvar vidas aunque debutan con cadáveres en los anfiteatros de anatomía.
Más adelante, la muerte de nuestro enfermo la vamos a interpretar como un fracaso profesional, no estamos preparados para ayudar a los enfermos en el final de sus vidas, cuando lo primero que nos deberían haber enseñado es: Si puedes curar, cura. Si no puedes curar, alivia. Si no puedes aliviar, consuela.
La sociedad, en términos generales,
también percibe la muerte como un evidente fracaso de la ciencia. Es la
constatación dolorosa y continua de la derrota del progreso científico. La
medicina siempre tendrá sus límites, defraudando a los propios médicos y a la
gente.
Viendo morir a un hombre, es a nosotros mismos, en realidad, a quien vemos morir. Medicalizar la muerte, como hemos dicho, es una hiperactividad terapéutica, tan valiente como inútil y fútil.
La futilidad, en nuestro caso, es aquello con lo que no puede cumplirse el objetivo fisiológico y social de una acción.
Los objetivos fisiológicos son del organismo no del órgano y desde el punto de vista
cualitativo mediante lo que yo estoy
haciendo, lo único que logro es una dependencia
absoluta de los medios de soporte.
De acuerdo con los objetivos sociales , la calidad de vida de una persona enferma debe ser definida por el propio paciente o sus familiares en el caso que el paciente no pueda ejercer su autonomía, y no por el médico. Para ejercer la autonomía se debe tener información y que esta información sea relevante, es decir, no debe haber una conspiración del silencio pero tampoco un encarnizamiento informático.
Se puede cooperar con una muerte digna, asumiendo esa muerte y evitando el dolor, recibiendo y transmitiendo afecto, con lucidez, con presencia y palabra de esperanza.
CONSIDERACIONES GENERALES
ACERCA DE LA MUERTE
Hablar de la muerte es algo complicado y difícil,
y a la vez absolutamente simple ya que es el final ineludible de nuestras
vidas. Depende de la madurez y reflexiones previas de cada persona. El miedo
que se tiene a enfrentar la muerte es un miedo a algo desconocido, es una
experiencia que nadie jamás en vida podrá conocer, por lo cual genera gran
ansiedad.
Es un tema interdisciplinario que excede con
mucho el modelo médico y que implica para su cabal comprensión abordajes
filosóficos, religiosos, espirituales, tanatológicos,
artísticos, sociológicos, económicos, entre otros.
La muerte espontánea o natural y la muerte
violenta son acontecimientos diarios, casi rutinarios y paradójicamente es poco
conocido el fenómeno en sí, ya que el que muere es el otro.
Hay una tendencia a alejar a la muerte del
espectro de la vida, sentenciarla al encierro hospitalario, o a los cementerios
cada vez más compactos.
La muerte
es socialmente rechazada, en cuanto atenta contra el mundo material, el
único que parece existir.
Culturalmente hay menos motivación y hasta
rechazo a dedicarle tiempo a la muerte, porque el morir perjudica la
productividad, la tristeza debe resolverse lo antes posible, dado que el mundo
"real" requiere de los cuerpos y las mentes lúcidas y capacitadas de
los que trabajan para su crecimiento.
La definición de la muerte está sujeta y
condicionada a la idiosincrasia de quien trata de explicarla; de ahí la
variedad de opiniones al respecto.
Desde el punto de vista humanístico, algunos ven
a la muerte como la ruptura total.
Para la ciencia, la trascendencia no existe,
siendo su dogma principal el siguiente: "Nada se crea, nada se pierde:
todo se transforma. La materia, simplemente la materia, será lo único que
permanecerá".
José Saramago,
premio Nobel de literatura 1998, escribe: “Más que hablar de la muerte, que en
realidad nadie conoce y de la que nadie ha tenido una vivencia, debemos hablar
del morir”, el que comprende no solamente los fenómenos biológicos, sino
también los pensamientos, ideas, sentimientos, reflexiones, reacciones y
actitudes, de todos los actores en esta fase final de la vida, en la que tan
importantes son los acontecimientos humanos que le dan sentido al morir.
La
medicina maneja el concepto de la muerte clínica, y la
definición más avanzada diagnostica la muerte de una persona cuando se
demuestra la existencia de un daño encefálico irreversible, o muerte cerebral, lo cual
es diferente a los estados vegetativos persistentes.
Otra definición científica de la muerte es la del
cese completo, definitivo e irreversible de las funciones vitales.
Se estima que sólo en la muerte humana, y no en
el amplio campo de los seres vivos, adquiere plena significación el hecho de
morir.
Objetivamente, la muerte conduce a la
descomposición de un cuerpo, pero dado que lo que resulta aniquilado es el sujeto,
esta comprende además la subjetividad de ese mismo individuo.
La imagen de la muerte acompaña al hombre desde
el principio, periódicamente se vuelve una preocupación obsesiva especialmente
en las personas mayores.
El horror a la
muerte es, pues, la emoción, el sentimiento o la conciencia de la pérdida de la
propia individualidad acompañada, muchas veces, de dolor, de terror, o de
horror. La muerte es un acontecimiento doloroso y a veces liberador, y a su vez
rodeado de mucho temor, al punto de buscar huir, inclusive inconscientemente,
del que se acerca el fin de la existencia.
Según sea el contexto
social y cultural se tendrán por más o menos "lógicas" y aceptables
algunas formas de muerte y por "ilógicas" otras.
En nuestra prehistoria era normal ser devorado
por algún depredador y hasta normal
morir al nacer o durante la infancia, o perder la vida en cualquier batalla
local; hoy nos horroriza pensar siquiera en esas posibilidades, que se nos
antojan absurdas, imposibles, "ilógicas", tal como parece también, en
el primer mundo, morir por gripe, tuberculosis o inanición y no comprender que,
a pesar de todo, en los países en vías
de desarrollo se siguen muriendo millones de seres humanos por esas mismas
causas casi todas prevenibles.
La percepción de la muerte en Occidente ha
cambiado durante los tiempos. Del siglo VI al XII las personas morían en el
seno familiar y la muerte era interpretada como una continuidad del ser y no
como una interrupción. Del siglo XII hasta el siglo XV predomina el amor visceral
por las cosas y el sentido de la biografía, por lo cual la muerte es percibida
como la pérdida del yo. A partir del siglo XVI el cementerio abandona el centro
de la ciudad, de tal forma que la muerte se siente a la vez próxima y lejana.
Existe un rechazo de la muerte del otro a través de ruidosos duelos y un cierto
culto de cementerio característico. Desde el siglo XIX la muerte está
socialmente excluida sobre todo en regiones industrializadas, generalizándose
un rechazo al duelo y a los difuntos, y enmascarándola tras la enfermedad. El
hombre no es ya el dueño de su muerte sino que se la encomienda a los
profesionales.
La negación de la muerte se presenta bajo
múltiples formas en relación con diversas circunstancias biológicas,
psicológicas, sociales y culturales que rodean al ser humano; éste aprende desde temprana edad pautas
sociales de conducta que le llevan a aceptar o rechazar algo y una de las más
importantes es la negación de la muerte como parte de la vida. Para superar la
angustia, el hombre elabora mecanismos de defensa promoviendo rituales e
intelectualiza la concepción de la muerte.
Presenciamos, desde hace bastante tiempo, la
medicalización de la muerte, considerándola más bien una enfermedad que se
debe curar y no un paso más en la evolución del ser humano. El equipo de salud
y las técnicas biomédicas permiten
evadir y prolongar el momento de la muerte pero también la despersonalizan y la
convierten en algo carente de significado.
En el siglo XX, el hombre empieza a
redescubrir la muerte, como lo demuestran la psicología, la
sociología y la literatura que se permiten hablar de la muerte; así el hombre
moderno ha venido cambiando lentamente sus actitudes ante la misma tratando de
recobrar el derecho a morir, a no ser privado del momento de su muerte.
Las principales religiones del mundo muestran que
el concepto de vida después de la muerte está en prácticamente todas.
Historiográficamente, los primeros judíos y los
griegos en la época de Homero, representan la otra vida como un subterráneo
horrendo donde iban todos los seres humanos. Los egipcios antiguos, judíos más
tardíos, cristianos y musulmanes, creen
en el juicio final y éste existe para obligar a seguir un dogma predeterminado
y corregir los desvíos de la moral en vida. El budismo e hinduismo, cree en las
reencarnaciones, potencialmente ilimitadas; en estas el karma es el que
determina el destino después de la muerte. A pesar de las diferentes ideas
sobre el destino del ser humano, se encuentran muchas similitudes en el juicio
del alma después de la muerte y las representaciones del cielo y el infierno.
La percepción de la muerte hasta la adultez es
algo lejano, asumido como inevitable, sin embargo con una certeza inconsciente
de que a uno jamás le va a pasar, comienza la carrera por la consecución de lo
que uno pueda llegar a ser, y junto a quienes ame, construir una vida plena de
satisfacción.
Para un individuo en esta etapa de la vida, la
aparición de una enfermedad catastrófica se vivencia como algo muy frustrante y
difícil de sobrellevar
debido a la imposibilidad de conquistar las metas anheladas. Su trabajo no ha
valido de nada y esta injusticia lo enfurece, es el paciente más conflictivo y
más lábil emocionalmente, a esto se suma la dificultad del personal que por lo
general tiene la misma edad que el paciente para tratar asertivamente a un
desahuciado de su mismo grupo de edad. Piensan de manera evasiva, rehúyen la
muerte pues es un tema que no les agrada.
En la adultez mayor, la muerte se convierte en un
hecho ineludible que es sentido no sólo a través del deceso de los familiares
sino también de amigos y conocidos que han compartido vivencias haciendo
recordar lo cercano que se puede estar de ella, por lo cual se busca evaluar lo
realizado y hacer cambios drásticos en lo que resta por vivir.
El anciano puede percibir la muerte de manera natural
o muchas veces con tristeza, si se sienten cansados de la vida en un mundo que
les es hostil; a veces los problemas físicos
impiden ver el mundo de una mejor manera abandonándose al irremediable
fin.
Nuestras sociedades occidentales son progresivamente
multirreligiosas y se caracterizan en el punto de la muerte por ofrecer muchos caminos para materializar
el rito del morir, coexistencia que diversifica el aspecto de los lugares donde
la muerte campea, los hospitales donde los profesionales de la salud se hallan
progresivamente más enfrentados ante los retos de intentar ayudar a morir y a
aceptar la muerte a pacientes y familiares de religiones y creencias cada vez
más variadas.
La posmodernidad relaciona el pensamiento
freudiano como universalista y el relativismo cultural, de ahí las diversas
significaciones de la muerte para los diferentes pueblos y culturas. Se
considera, además, lo singular; no solamente en que cada uno es mortal sino que
también que cada uno tiene su propia forma de morir.
El horizonte de la muerte, por vejez, por
enfermedad, por ambos procesos a la vez, o por causas imprevisibles, merece nuestra
atención porque es nuestro futuro más cierto y, en cualquier caso, reclamará
nuestro esfuerzo y dedicación en algún momento que será ineludible.
DEFINIR LA MUERTE
Para definir la muerte debemos primero definir la vida y ésta no es una cuestión sencilla; es complicada y casi imposible.
Sabemos de la muerte, como compañera inseparable de la vida, como parte del proceso de vivir, como secuencia final, porque nos toca presenciar la muerte del otro, y como tal es sufrimiento, es desaparición, es ausencia. Podemos mirar la muerte también como un cese de funciones biológicas que sustentan el fenómeno que llamamos actualmente vida.
La muerte nos concierne a todos, pues somos seres nacidos para morir, realidad certera que nos marca desde el comienzo y que por ineludible y angustiante, determina nuestra condición de ser vivo. Sin embargo, y a pesar de lo simple que pueda parecer una ecuación como: "vida seguida por la muerte", preferimos negar con empeño esta realidad.
Nosotros, en este ensayo, no queremos
plantear en forma excluyente el proceso de morir como un motivo claro,
necesario y a ultranza de intervención médica en un proceso primordialmente
biológico.
Qué hacer, qué no hacer, definiciones de
vida, de muerte cerebral, autonomía del paciente, posibilidades de sobrevida,
lo que el paciente quiere, lo que la familia desea, lo que el médico decide,
son asuntos de gran importancia para el médico de este siglo XXI, muy atareado
con los avances tecnológicos que le hacen creer que puede proclamar cierto
triunfo sobre la muerte. Pensamos que
corresponde precisamente a los médicos y a los familiares asumir una
responsabilidad compartida que no se puede dejar en manos de otros.
Desde muy lejos, siempre el hombre tuvo
familiaridad con la muerte. En la antigüedad se temía la vecindad de los
muertos y por ello los mantenían aparte. Honraban las sepulturas porque temían el regreso de los muertos y el
culto que consagraban a las tumbas y a los hombres tenía por objeto impedir a
los difuntos volver para perturbar a los vivos. La morada de los unos debía
estar separada del dominio de los otros a fin de evitar cualquier contacto,
salvo los días de los sacrificios propiciatorios. Era una regla absoluta. La
ley de las Doce Tablas la prescribía: Qué ningún muerto sea inhumado ni
incinerado en el interior de la ciudad; surge pues la necesidad de encontrar
espacios destinados para depositar a los difuntos y qué mejor sitio que una tierra de iglesia
donde un mártir pudiera proteger no sólo al cuerpo mortal del difunto sino a su
ser entero para el día del despertar y del juicio.
Hasta no hace mucho y aún hoy en la edad
del progreso tecnocientífico, los hombres han
admitido una continuación después de la muerte. Las ideas de continuación
constituyen un fondo común a todas las religiones antiguas y a la tradición
judeocristiana vigente hasta hoy.
En la Edad Media se observa un cambio:
una sensibilidad y un valor mayor frente a la muerte real. (2)
Una literatura difundida por la naciente
imprenta, desarrolló los temas de los sufrimientos y de los delirios de la
agonía como una lucha de poderes espirituales en la que cada uno podía ganar
todo o perder todo difundiendo la idea de que se debe vivir con el pensamiento
de la muerte, no sólo en la cercanía de ella.(11, 16)
La muerte era el horror físico o moral de la agonía, la anti-vida, el vacío de la vida, incitando a la razón a no apegarse a ella: por eso existe una estrecha relación entre bien vivir y bien morir. En los siglos XVI y XVII, no se trata de preparar a los moribundos para la muerte, sino de enseñar a los vivos a meditar sobre la muerte. La muerte se ha vuelto el pretexto para una meditación metafísica sobre la fragilidad de la vida, a fin de no ceder a sus ilusiones. La muerte no es más que un medio de vivir mejor.
Por el 1600, la muerte y el cuerpo muerto constituyen en sí mismos objetos de estudio científico independientemente de las causas de la muerte: se estudia la muerte antes de conocer sus causas y no sólo para descubrirlas. Se mira al muerto como más tarde se mira al enfermo en su cama.
En nuestros días se estudia la enfermedad y ya no tanto la muerte, salvo en el caso especialísimo de la medicina legal. La muerte es percibida por el médico y por la gente como un fenómeno complejo y mal conocido.
La muerte afectaba a parientes, amigos y a la familia. Más tarde, poco a poco, la vida recuperaba su curso normal y no quedaban más que las visitas espaciadas al cementerio. El grupo social había sido tocado por la muerte y había reaccionado colectivamente empezando por la familia más próxima, extendiéndose al círculo más amplio de las relaciones sociales. La muerte de todos y cada uno era un acontecimiento público y esto no ha sido transformado en un milenio de cambios en actitudes y comportamientos frente a la muerte.
Desde la segunda mitad del siglo XIX, poco a poco, imperceptiblemente, la sociedad ha expulsado la muerte, salvo la de personajes destacados. Algo esencial ha cambiado en la relación entre el moribundo y su entorno. El descubrimiento por el hombre de que su fin estaba cerca ha sido siempre un momento desagradable, pero se aprendía a superarlo. La iglesia velaba obligando al médico a jugar el papel de nuncius mortis: la misión no era deseada y hacia falta el celo del amigo espiritual para triunfar allí donde el amigo carnal vacilaba. El médico jugaba, más que ahora, un papel social y moral considerable junto con el cura, el tutor de los humildes y el consejero tanto de los ricos como de los pobres. Cuida un poco, pero no cura, ayuda a morir. O bien prevé un curso natural que no le corresponde a él modificar.
Alrededor de 1930-1940, generalizada a partir de 1950, la muerte va pasando, es transferida, al mundo aséptico de la higiene, de la medicina y de la moralidad cuyo modelo ejemplar es el hospital, sus normas, su disciplina. La habitación del moribundo ha pasado de la casa al hospital. Debido a razones técnicas médicas, ese traslado ha sido aceptado por las familias y facilitado por su complicidad y el hospital se ha convertido en el mejor lugar para morir, obviamente, en forma solitaria. (9, 24, 28)
Desde principios del siglo XX, se comenzó a
retirar la muerte de la sociedad,
quitándole su carácter de ceremonia pública; se convirtió en un acto
privado, reservado ante todo a los allegados. De ahí a la larga, la familia
misma fue apartada cuando la hospitalización de los enfermos terminales se generalizó.
La muerte se ha alejado; no sólo no está
presente en el lecho de muerte, sino que el entierro ha cesado de ser un
espectáculo social. En las encuestas públicas, la tasa de creencia en la vida
futura está comprendida entre el 30 y 40 por ciento. En la actualidad la muerte
y el duelo son tratados con la misma mojigatería que algunos temas hace un
siglo.
La minimización y hasta la supresión del
duelo no se debe a la frivolidad de los supervivientes sino a una coacción
despiadada de la sociedad. Esta se niega a participar en la emoción del
enlutado, una manera de rechazar, de hecho, la presencia de la muerte, incluso
aunque en principio se acepte.
El duelo tiende a parecerse a una enfermedad contagiosa que corre uno el
riesgo de contraer en la habitación de un moribundo o un muerto. El médico,
como parte de la sociedad, se adapta y funciona con estas mismas reglas y
códigos y su práctica médica se ve ampliamente influida por este cambio
cultural.
La medicalización completa de la
muerte arranca desde el año 1945
aproximadamente; el hecho esencial es el progreso de sobra conocido de las
técnicas quirúrgicas y médicas que trabajan con un material complejo, un
personal competente y frecuentes intervenciones y que las condiciones de su
eficacia plena sólo se dan en el hospital.
Sin embargo, los temores más frecuentemente encontrados en pacientes que
tienen la certeza de una muerte cercana demuestran que no les importa tanto el
morir sino el momento y las circunstancias alrededor de la muerte.
Los cambios que se viven en la
actualidad acerca de los comportamientos frente a la muerte no han sido
impuestos por los médicos sino más bien
por un medio paramédico de psicólogos, de sociólogos, más tarde de psiquiatras,
que han tomado conciencia de la gran piedad hacia los moribundos y han resuelto
desafiar lo convencional y aceptado.
La corriente de opinión, nacida de la
piedad hacia el moribundo, se ha orientado hace varios años hacia la mejora del
proceso de morir, devolviendo al moribundo su dignidad descuidada. (43)
No es la muerte biológica lo que plantea
problemas, sino la dignidad de la muerte. Esa dignidad exige ante todo que sea
reconocida, no ya sólo como un estado real, sino como un acontecimiento
esencial, un acontecimiento que no está permitido escamotear. Una de las
condiciones de este reconocimiento es que el moribundo sea informado de su
estado.
La muerte en el hospital, erizada de
tubos y sofisticados aparatos, se ha convertido hoy día en una imagen popular,
casi terrorífica.
La muerte de hoy ha cambiado de
definición. Ha dejado de ser el instante en que se había convertido, en la
puntualidad que permitía el más allá de la dualidad del alma y del cuerpo.
La muerte médica de la actualidad ha alargado y subdividido a la muerte
misma. Está la muerte cerebral, la
muerte biológica, la muerte celular.
El tiempo de la muerte se ha alargado a
gusto del médico: éste no puede suprimir la muerte, pero puede regular su
duración, de algunas horas que era en otro tiempo, a algunos días, a algunas
semanas, a algunos meses, a algunos años. En efecto se ha vuelto posible
demorar el momento fatal. Ha ocurrido que esta prolongación se convierte en una
meta, y que el equipo hospitalario se niega a detener los cuidados que
mantienen una vida artificialmente.
El moribundo acostumbraba a ponerse en
manos de sus allegados y poco a poco abdicó de esa prerrogativa dejando a su familia la dirección del fin de
su vida y de su muerte. A su vez la familia ha descargado esta responsabilidad
sobre el médico que poseía los secretos de la salud y del sufrimiento, que
sabía mejor que nadie lo que había que hacer y al que por consiguiente,
correspondía elegir con total soberanía.
El cuerpo humano ha quedado a merced de
la medicina científica y el médico pasó a comandar los estudios anatomofisiológicos. El cuerpo como conjunto fue
desmembrado en cada una de sus piezas, parte a parte se fueron reconociendo sus
elementos más íntimos en el complejo funcionamiento global.
La tecnificación excesiva produjo en la medicina un distanciamiento
cada vez mayor del sujeto: la lesión orgánica se convirtió en la fuente del
conocimiento médico y el componente psíquico presente en la evolución de una
enfermedad desapareció del discurso médico o no se le prestó mayor importancia.
A los médicos se les forma para que
intenten descubrir la enfermedad, la traten y la eliminen. En términos
generales los esfuerzos siempre están orientados a ayudar a las personas a
vivir más y a funcionar mejor. Este enfoque de la práctica médica es casi una
visión tubular a favor de curar a cualquier costo, de luchar sin cuartel por la
vida, sin importar sus circunstancias ni su calidad. Sin proponérselo, ha ido
dejando de lado un enfoque más claro y amplio que incluya la atención médica y
humana adecuada para el paciente en proceso de morir. Ésta no es la situación
sólo del médico sino que él responde dentro de una cultura negadora de la
muerte, lo importante es tomar conciencia de esto y plantear la muerte como un
tema obligado de reflexión y de estudio.
LOS
LENGUAJES Y EL DOLOR DE LA MUERTE
La sociedad posmoderna globalizada renovó el mito de la Apocalipsis y decretó el fin de las cosas, el fin de la historia, el fin de las ideologías.
La muerte ha sido un motor inspirador en muchas de las producciones artísticas y creativas; el lenguaje, sea cual sea, es el que hace posible la relación entre la vida y la muerte.
Cuando alguien muere, el vacío que deja su
desaparición física equivale a un agujero negro en el cosmos: un pozo
insondable que engulle, entremezclándolos, los buenos y los malos momentos de esa
vida concluida, los recuerdos y, sobre todo, los rencores, los agravios y las
frustraciones que carcomen a la familia sobreviviente. Suculenta materia prima
para el dramaturgo, desde las consecuencias terribles del asesinato de
Agamenón, en el ciclo de los Atridas (Electra), dos
mil quinientos años atrás. Las ceremonias fúnebres, desde que la especie
apareció sobre la Tierra, los ritos funerarios son parte importantísima de la
sociabilidad humana. Se trata de
solemnizar el momento decisivo y definitivo del tránsito, de expresar el dolor
de la ausencia sin retorno y otorgarle una impronta de eternidad, con la
esperanza del reencuentro en un lugar de regocijo perpetuo.
La muerte y el sepelio
son muchas veces espectáculos públicos.
Las conductas de los deudos una vez cumplido el sepelio son variopinta y
allí entran en juego la codicia, el resentimiento, la hipocresía, los
arrepentimientos y las convenciones.
Desde el punto de vista
dramático, hay un factor fundamental, que es la presencia invisible del muerto,
del ausente, que, sin embargo, pesa sobre las acciones de los herederos tal vez
con mayor fuerza que cuando vivía.
Los muertos, los antepasados, el pasado, la historia son los espectros que determinan en gran medida la actividad de los vivos, para recordarnos que todos, aun los individualistas más reaccionarios, formamos parte de una invisible, poderosa cadena, a través del tiempo. Evitar que el pasado nos sofoque es otra parte de la historia.
Los hombres en general han desarrollado un vínculo singular con el dolor derivado de la pérdida de un ser querido y la muerte en general. La muerte está muy presente en la vida de casi todos nosotros, sencillamente forma parte de ella, se acepta y se bendice. Se le trata como a un camarada. En nuestro país, cuando alguien fallece en el círculo familiar, se trata a los muertos con el máximo respeto. Se instala la capilla ardiente en una habitación del propio hogar del muerto o en una casa de velatorios; la familia y los amigos no se separan de su lado, ni de noche ni de día. De esta manera, se despiden lentamente y comparten su dolor por la pérdida. Así, la muerte también se inserta en la cotidianidad.
El hambre, la pobreza, el sufrimiento, la muerte, siempre han sido
motivos del arte. Los artistas que viven en un país del tercer mundo, afectado
por continuas crisis, se centran más en estos temas que los que pertenecen a
una sociedad rica, donde no falta nada. Todas las naciones pobres tienen arte
popular porque las artesanías surgen de las manos de los más desafortunados.
El dolor psíquico es más difícil de sobrellevar que el corporal,
ya que es incomunicable. No se comparte con nadie. Cualquier dolor relacionado
con el espíritu o el alma sólo se cura con el tiempo. El dolor físico es más
fácil de soportar si se comparte con los demás. Los heridos que se hallan en la
misma sala de hospital pueden expresar su dolor, quejarse y encontrar consuelo
en el apoyo mutuo. El dolor psíquico está más escondido. No se puede ver , sólo se puede sentir pero se puede expresar mediante
la palabra (Juan Rulfo (1918 – 1986) en su obra Pedro Páramo (1955), la música,
la plástica (autorretratos del pintor holandés Rembrandt (1606 – 1669); Frida Kahlo (1910-1954) en La columna rota
(1944) y La Venadita (1946).
EROS Y TÁNATOS
Eros y Tánatos, es decir, el impulso amoroso que es vivir y dar vida y el impulso de muerte que es abandono, sensación de pérdida y disolución de la individualidad, son algunos de los rasgos que permiten asociar ambos impulsos o pulsiones que se alternan arrítmicamente en el curso de nuestras vidas. Es lo “blástico” que implica crecimiento, desarrollo, maduración, diferenciación, reproducción y utilidad funcional y lo “clástico” que es deterioro, desgaste, destrucción, disolución y desaparición; es lo “poyético” o creativo y constructivo o la destrucción, la disolución y la nada.
La ley de la ambivalencia de los sentimientos del hombre, domina siempre nuestras relaciones y procesos sentimentales internos; la alternancia de nuestro eros y tánatos nos da un equilibrio inestable para caminar por la vida. La muerte es un concepto abstracto de contenido negativo, para el cual no es posible encontrar nada que conceptualmente se le parezca (7).
El dualismo entre los instintos de vida (eros) y muerte (tánatos) siguen siendo hasta ahora un motivo de discusión en el campo de la psicología desde los tiempos de Freud.
Se puede reconocer racionalmente la necesidad biológica y psicológica del sufrimiento para la economía de la vida humana y aún la muerte indiscutible e inevitable de los otros y la propia; podemos estar dispuestos a sostener que la muerte es el final natural de toda vida; que cada uno de nosotros brindará una muerte a la sociedad pero, en realidad, solemos conducirnos como si fuera de otro modo. Mostramos una patente inclinación a prescindir de la muerte, a eliminarla de la vida. Hemos intentado silenciarla e incluso decimos, con frase proverbial, que pensamos tan poco en una cosa como en la muerte. Como en nuestra muerte, naturalmente.
La muerte propia es, desde luego, inimaginable, y nos posicionamos ante ella como meros espectadores.
En el fondo, nadie cree en su propia muerte, o, lo que es lo mismo, que en lo inconsciente todos nosotros estamos convencidos de nuestra inmortalidad. (7)
El adulto civilizado del mundo occidental no acogerá gustoso entre sus pensamientos el de la muerte de otra persona, sin tacharse de insensibilidad o de maldad o verá en ella la proximidad de la propia y eso lo obligará a tenerla en cuenta.
Las muertes no suelen ser evitables, “pero cuando éstas llegan nos sentimos siempre hondamente conmovidos y como defraudados en nuestras esperanzas. Acentuamos siempre la motivación casual de la muerte, el accidente, la enfermedad, la infección, la ancianidad, y delatamos así nuestra tendencia a rebajar a la muerte de la categoría de una necesidad a la de un simple azar. Una acumulación de muerte nos parece siempre algo sobremanera espantoso”.
Hay una tendencia a eximir a los muertos de toda crítica; les perdonamos todas sus faltas, hallamos justificado que en la oración fúnebre y en la inscripción sepulcral se los honre y ensalce reconociéndoles virtudes, logros y obras trascendentes aunque jamás las hayan tenido en su vida (57).
“La consideración al muerto -que para nada la necesita- está para nosotros por encima de la verdad, y para la mayoría de nosotros, seguramente también por encima de la consideración a los vivos”.
Esta actitud convencional, rutinaria y estereotipada ante la muerte tiene la contracara en el derrumbe espiritual personalísimo cuando la muerte le ha tocado a una persona amada.
Junto al entierro de una persona amada va con ello la sepultura de nuestras esperanzas, aspiraciones y goces; no podemos consolarnos y negamos toda sustitución del ser perdido. Morimos un poco con aquellos a quienes amamos. Las actitudes humanas que manifestamos ante la muerte modifican en adelante nuestra vida; la vida se empobrece, pierde interés, se vacía, se obtura su proyecto, se torna insípida e inútil.
La tendencia a excluir a la muerte de la cuenta de la vida trae consigo otras muchas renuncias y exclusiones; en la vida no podemos empezar luego una segunda partida de desquite.
Por suerte en el campo de la ficción y del arte en general, encontramos pluralidad de vidas en los personajes que nos hacen morir y resucitar merced a una identificación simbólica con el protagonista, pero sobrevivimos y esto nos trae alivio tanto que estamos dispuestos a morir una y otra vez, con la seguridad de que nuestra vida quede indemne; los personajes o los protagonistas sufren y mueren por nosotros.
La muerte no se puede negar; tenemos que creer en ella. Los hombres mueren de verdad, y no ya aisladamente sino muchos, decenas de millares, y a veces, en un día.
En la historia de la humanidad domina la muerte violenta., parece una serie reiterada de asesinatos de pueblos enteros.
El hombre trata de mantener alejada de sí la muerte, sobre todo si ha experimentado el dolor por sus muertos; no quiere o le cuesta reconocerla y le es imposible imaginarse muerto. Negoció consigo mismo y estableció una transacción admitiendo la muerte también para sí, pero negando la significación del aniquilamiento de la vida.
Los primeros hombres inventaron los espíritus, estos espíritus primigenios eran perversos demonios a los cuales había que temer.
“Las transformaciones que la muerte acarrea le sugirieron la disociación del individuo en un cuerpo y una o varias almas, y de este modo su ruta mental siguió una trayectoria paralela al proceso de desintegración que la muerte inicia”.
El recuerdo perdurable de los muertos fue la base de la suposición de otras existencias y dio al hombre la idea de una supervivencia después de la muerte.
Más tarde, las religiones convencieron acerca de una existencia póstuma como más valiosa y completa, y rebajaron la vida terrenal a la categoría de una mera preparación para la “otra vida”. La intención no expresada era la de despojar a la muerte de su significación de término de la existencia.
Tempranamente empezó la negación de la muerte que es, secillamente, una actitud convencional , cultural y últimamente casi fóbica.
Así nacieron la teoría del alma, la creencia en la inmortalidad, el sentimiento de culpabilidad de los hombres , los primeros mandamientos éticos y las normas morales.
El mandamiento primero y principal fue entonces: «No matarás» origen del concepto de la sacralidad de la vida en nuestra cultura y buena manera de aventar todo tipo de supersticiones que provengan del espíritu de los muertos.
La acentuación del mandamiento «No matarás» nos ofrece la seguridad de que descendemos de una larguísima serie de generaciones de asesinos que llevaban consigo el placer de matar; las aspiraciones éticas de los hombres han llegado a ser, relativamente y después de transcurrido mucho tiempo, una adquisición éticomoral y cultural de la historia humana.
Nuestro inconsciente no cree en la propia muerte, se conduce como si fuera inmortal. Pero sí tenemos miedo a la muerte, sentimiento que nos domina más frecuentemente de lo que podemos advertir.
Sin embargo y al mismo tiempo, nuestro inconsciente, limitado a pensar y desear, asesina y mata; hay una disposición de nuestros pensamientos íntimos y profundos que tienden a suprimir cuanto supone un obstáculo en nuestro camino, con un absoluto desprecio por la prohibición de matar.
Nuestra mente puede reconocer a la muerte como aniquilamiento de la vida o negarla como irreal, ésta es una ambivalencia real que siempre nos acompaña.
Tanto nuestra inteligencia como nuestro sentimiento se resisten a acoplar en una misma persona el amor y el odio, el eros y el tánatos; pero la naturaleza humana, procesa este par de elementos antitéticos, logra conservar casi siempre el equilibrio y nos permite reaccionar contra los impulsos hostiles que percibimos en nuestro fuero interno.
“Nuestro inconsciente es tan inaccesible a la idea de la muerte propia, tan sanguinario contra los extraños y tan ambivalente en cuanto a las personas queridas, como lo fue el hombre primordial. ¡Pero cuánto nos hemos alejado de este estado primitivo en nuestra actitud cultural y convencional ante la muerte!”
Estamos casi obligados a ser héroes que no pueden creer en su propia muerte; presentar a los extraños como enemigos a los que debemos dar o desear la muerte y sobreponernos a la muerte de las personas queridas; reprimimos a la muerte muy cuidadosamente en nuestro inconsciente. Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte.
La pretensión humana de eternidad así como de juventud inacabable no tiene validez de realidad, no asumir esto trae rebelión psíquica, aflicción, una especie de duelo por algo perdido o que no se obtiene, y lo peor es que a veces se malogra el goce por la vida.
·
Algunos aspectos de este título se basan en la paráfrasis del texto de
Sigmund Freud
“Consideraciones de
actualidad sobre la guerra y la muerte” ; 1915.
Los encomillados son textuales de Freud y corresponden a Obras
Completas de Sigmund Freud; traducción directa del alemán por Luis
López-Ballesteros; impreso en España por Ed. Biblioteca Nueva.
CULTO
A LA MUERTE
Un culto es un conjunto de actos que
se atribuyen como veneración profunda y que van ligadas con la cultura.
El culto a la muerte es un culto más
que en este caso se manifiesta dando características humanas y divinas a un
fenómeno tan natural como la muerte, que no es ni una persona ni siquiera una
cosa o fuerza. Podríamos definirla simplemente como el término de la vida. En
diferentes culturas ha tenido muchos nombres, siempre está presente.
La cultura residual y arcaica subyace en las capas más profundas de la tradición de los pueblos y contribuye a la forma de vida y expresión de sus gentes.
Mitos y leyendas permanecen en la memoria colectiva de generación en generación y son utilizados por las sociedades como respuestas a lo inexplicable; actúan como normas de comportamiento, son postulados inmutables de un gran valor psicológico y social y proporcionan tranquilidad, seguridad y consuelo ante la adversidad.
A través de los mitos nuestros antecesores explicaban los fenómenos de la naturaleza, el origen de la vida, la muerte, el cosmos…; la leyenda es la regionalización del mito y tiene personajes, lenguaje y ámbitos propios y posee fines pedagógicos y didácticos.
Los mitos pueden o no estar basados en hechos reales pero, de cualquier manera, no pueden ser comprobados; cuando el mito se convierte en una verdad dejar de ser mito para convertirse en historia.
En la actualidad y en nuestra cultura, estos mismos interrogantes pretenden ser respondidos por la ciencia, la historia, la antropología, la sociología…
Algunos pueblos de Indoamérica tenían la
costumbre de adorar bultos hechos con objetos sagrados colocados en altares
familiares, en los que se guardaban los restos óseos de antepasados, los
consagraban igual que a las representaciones de sus deidades y les prodigaban
cultos familiares.
Como ejemplo, desde sus inicios, la cultura mexicana ha mantenido una relación cercana y hasta reverente hacia la muerte, relación que con el tiempo se convirtió en un culto que llegó a extenderse por muchos rincones y civilizaciones del México antiguo, entre ellos la de los mexicas.
El culto a la muerte
existe en México desde hace más de tres mil años. Los antiguos pobladores de lo
que hoy es la república mexicana concebían a la muerte como algo necesario y
que le ocurre a todos los seres en la naturaleza. Tenían por seguro que los
ciclos en la naturaleza como la noche y el día, la época de secas y lluvias
eran el equivalente a la vida y la muerte.
Comenzaron a representar a la vida y la muerte en figuras humanas descarnadas por la mitad. Estas imágenes simbolizaron la dualidad entre lo vivo y lo muerto, lo que llevamos dentro y fuera, la luna y el sol. Podemos decir que es entonces cuando comienza un culto a la muerte que se extiende por todos los rincones del México antiguo y son devotos muchísimas culturas como los mayas, zapotecos, mixtecos, totonacas y otras más.
Uno de los pueblos dónde el culto a la muerte adquirió más fuerza fue el de los mexicas o aztecas. Este pueblo considerado como uno de los más aguerridos de que se tenga noticia llevó a los extremos la devoción a la muerte.
LAS DEIDADES DE LA MUERTE
Los mexicas heredaron de
épocas antiguas a dos dioses: Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl,
el señor y la señora del Mictlan la región de los
muertos.
A este lugar iban los hombres y mujeres que morían de causas naturales pero el camino no era fácil. Antes de presentarse ante el señor y señora de la muerte había que sortear numerosos obstáculos; piedras que chocan entre sí, desiertos y colinas, un cocodrilo llamado Xochitonal, viento de filosas obsidianas, y un caudaloso río que el muerto atravesaba con la ayuda de un perrito que era sacrificado el día de su funeral.
Finalmente el difunto
llegaba ante la presencia de mictlantecuhtli y mictecacihuatl, los terribles señores de la oscuridad y la
muerte. La tradición dice que entonces se le entregaba a los dueños del
inframundo ofrendas. Este detalle es muy importante ya que con el tiempo estas
ofrendas seguirán presentes en los altares de la santa muerte.
Mictlantecuhtli y mictecacihuatl fueron sin lugar a dudas las deidades a
quienes se encomendaban a los muertos pero también eran invocados por todo
aquel que deseaba el poder de la muerte. Su templo se encontraba en el centro ceremonial
de la antigua ciudad de México Tenochtitlan, su nombre era Tlalxico
que significa “ombligo de la tierra”, hileras de cráneos.
Había otras
representaciones de la muerte entre los mexicas. Por ejemplo el Tzompantli,
“hileras de cabezas”. Este Tzompantli no era otra cosa que unos palos en donde
se ensartaban cráneos y se formaban grandes hileras como en los ábacos
utilizados por los niños para contar.
Estos Tzompantlis se encontraban en los grandes templos del
México antiguo y eran considerados como una parte importante del culto de
sacerdotes y gente común. Además de los Tzompantlis
tan conocidos y famosos también existían diferentes representaciones de la
muerte representados casi siempre en figuras de calaveras talladas en piedra,
en barro, o bellamente pintadas en los libros antiguos llamados códices.
También se han
encontrado calaveras humanas adornadas con pedernales y conchas por ojos. Los
especialistas no se han puesto todavía de acuerdo sobre el significado de estas
calaveras pero suponen que era una ofrenda a los señores de la muerte. Todo
esto nos dice que hubo un culto muy fuerte a la muerte entre los antiguos
mexicanos. y conste que no hemos hablado de los mayas,
los tarascos o los totonacos que tan devotos fueron de la muerte. Conocidos
también como aztecas, los mexicas mantenían como parte de sus creencias al
culto de dos dioses, Mictlantecuhtli y Mictecacihuatl,
"señor " y "señora" de la oscuridad y la muerte, a quienes
no sólo se les encomendaba los difuntos, sino que también se les invocaba para
conseguir otros favores relacionados con la muerte.
La colonización española
logró disminuir el culto a la muerte, pero no erradicarlo, de manera que
permaneció oculto hasta el siglo XIX, cuando ocurrió un resurgimiento en su
devoción. Al principio del siglo pasado diferentes personas, entre ellas
católicas, mandaron a quemar toda imagen de la Santa Muerte en América,
principalmente Centro y Sudamérica, para acabar con dicho culto. Una de las
imágenes que sobrevivió a dicha destrucción es la que se encuentra en Chiapas,
le rinden culto a un esqueleto de madera el cual tiene su templo, según el
relato de los creyentes es una replica del esqueleto de San Pascualito, quien
va por las personas después de morir. La Santa Muerte en México ha
tomado vuelo y se encumbra a las alturas de la Virgen sagrada de Guadalupe.
Son muchas las
representaciones que existen de la muerte, así como nombres que ha tenido a lo
largo de la historia; muchas culturas la han adorado; en la actualidad es la
imagen esquelética vestida con una túnica
que la representa.
Dependiendo de la
petición del fiel, es el color de la muerte que se debe de escoger para colocar
en el altar: blanca, salud; negra, fuerza y poder; morada, para abrir caminos;
café, para embocar espíritus del más allá; verde, para mantener unidos a los
seres queridos; roja, para el amor y la amarilla, para la buena suerte.
Se dice que su día
oficial es el 15 de agosto, declarado como "Día de la Santa Muerte"
por sus fieles.
Aunque la Iglesia Católica condena esta
veneración, denominándola como "pecaminosa", algunos asocian esta
práctica con la Iglesia. Mientras tanto a la mayoría de sus seguidores parece
no importarle la contradicción entre su religión y el culto pagano a "La
Santa".
Por ello, se organizan rituales similares
a los cristianos, incluyendo procesiones y oraciones con el fin de ganar su
favor. Muchos hasta llegan a erigir su propio altar en su hogar, oficina o
negocio para sentirse protegidos por ella. El altar suele consistir en una
estatuilla cuyas medidas va de
La gente acude a ella para pedirle
milagros o favores relacionados con el amor, la salud o el trabajo. Por otro
lado, también se le pide por fines malévolos, tales como la venganza y la
muerte de otros. Sus simpatizantes suelen identificarse al portar algún dije o
escapulario de su imagen, mientras que otros optan por llevar su figura de
manera indeleble, al tatuársela en la piel. Como elementos indispensables se
exigen los puros (cigarros), los cuales deben estar constantemente encendidos,
y el imprescindible pedazo de pan.
Inicialmente su devoción era exclusiva de
criminales, incluyendo contrabandistas, pandilleros, ladrones y prostitutas,
quienes suelen hacerle peticiones, tales como el librarles de las balas de la
policía o de cualquier otro mal, como por ejemplo, la cárcel.
Contrariamente, es fácil encontrar devotos
del otro lado de la ley, entre ellos militares y policías, quienes piden una
bendición para su pistola y sus balas. Incluso, la devoción a "La
Flaca" se ha convertido en algo popular dentro de la elite política y
empresarial. Aquellos que acuden a su altar la veneran como si fuese una santa,
persignándose y rezándole para que se cumplan sus peticiones.
El apego a esta creencia se ha extendido al territorio estadounidense con la inmigración de varios de sus discípulos, quienes afirman haber entregado su travesía a su "santa", llevando entre sus ropas imágenes de ella para mantener su continua protección. Debido a la creencia de que prefiere no ser llamada por su nombre, se dice que la muerte agradece si es nombrada con cariño con el uso de alguno de sus apodos favoritos, tales como "La Comadre", "La Bonita", "La Flaca", "la Señora" o "La Niña".
El misticismo es una doctrina filosófica y
religiosa que admite la realidad de una comunicación directa y personal con
Dios por intuición o éxtasis. Hoy la veneración a esta deidad se extiende por
varias regiones del territorio mexicano, siendo narcotraficantes y otros
delincuentes sus más fervientes creyentes.
A pesar de que la Iglesia de Roma siempre ha repudiado
esta práctica, que antecede al conquistador español Hernán Cortés, está
integrada por 15 parroquias en Los Ángeles, California, y una en México. El
culto pagano a la Santa Muerte, que recientemente ha cobrado popularidad,
cuenta con dos millones de creyentes en México y es venerada en el barrio de
Tepito, en el centro de la capital mexicana.
La ropa que viste la Santa
Muerte tiene un significado especial. En primer lugar
está
su túnica que la cubre de la cabeza a los pies. Su simbolismo es sencillo
pero
profundo. Es la forma en que ocultamos nuestra verdadera apariencia tras
otra.
Así como la tela cubre al esqueleto que representa a la Señora, así
nosotros
ocultamos con nuestra carne el interior, aquello que nos delata como
humanos
y que tratamos por todos los medios de disfrazar.
Con ropaje elegantemente decorado y del tamaño de una
persona suele la imagen de la Santa Niña Blanca mostrar su guadaña
mientras sostiene al mundo sobre la palma de la mano izquierda. Pensemos que una cara bella lo es por la piel y el
color de la misma.
De allí que la túnica de la
Santísima sea la cubierta, el
disfraz
con que la Santísima oculta el destino que todos llevamos en nuestro
cuerpo.
En la mayoría de las representaciones la túnica de la Señora es blanca.
La Guadaña. Este instrumento de labranza representa la
justicia implacable, no de ella si no del ser supremo que gobierna y rige la
vida de todos, es la naturaleza misma que nos impone morir un día para cumplir
con el ciclo iniciado al nacer. Todo cae finalmente bajo la guadaña de su
muerte y a su vez esa hoz larga y siniestra, nos indica que en el camino de la
muerte no hay distinciones. Es signo de equidad y armonía.
El Mundo. Su significado es muy claro, la señora no
tiene fronteras está en todo lugar y no distingue entre los diferentes hombres
que habitan la Tierra, pues toda es suya.
La Balanza. Este instrumento es una clara alusión a la
equidad, la justicia y la imparcialidad. También representa la voluntad divina.
Normalmente la balanza se usa para realizar un trabajo o para indagar la verdad
sobre un suceso.
El reloj de arena. Es la medida de la vida sobre la
tierra, es un reloj de arena porque basta con girarlo para volver a comenzar.
Esto es muy importante ya que la vida de todos nosotros es cíclica y la muerte es solo un cambio, algo semejante
a voltear el reloj y comenzar de nuevo.
El culto a la Santa Muerte es un fenómeno social que todavía espera ser
estudiado en profundidad.
Pese a su prohibición por la religión dominante hay
una creciente devoción por el culto a la muerte que se ha nutrido de un
vastísimo sincretismo religioso que
entreteje las raíces prehispánicas con el catolicismo barroco español y trazos
de santería.
La identidad de la Santa Muerte es heterogénea y
ambigua porque esta deidad refleja y es expresión de sectores excluidos por la
sociedad como es el mundo de la economía informal. En los últimos años se ha
generado una multiplicación de centros de veneración, casas y templos
improvisados y, sobre todo, alto consumo de artículos relacionados con
imágenes, fetiches y representaciones que se venden en mercados populares. Ahí
se pueden comprar hierbas, veladoras y artículos religiosos para combatir el
"mal de ojo" y brujerías inimaginables.
La devoción a la Santísima Muerte aparece en el
comercio popular junto con las imágenes de los santos tradicionales, se
manifiesta como una advocación contendiente y alternativa al catolicismo
popular. A través de un sincretismo religioso funde antiguos cultos
indoamericanos a la muerte con chamanismos y oraciones y rezos para pedir
favores.
La base social del culto está integrada por personas
de escasos recursos, excluidas de los mercados formales de la economía, de la
seguridad social, del sistema jurídico y del acceso a la educación, además de
un amplio sector social urbano y semirural
empobrecido. Hay que destacar que parte importante del mercado religioso de la
Santa Muerte está constituida por los vendedores ambulantes, así como
por los circuitos del narcomenudeo,
redes de prostitución, maleantes y carteristas.
También concurren al
fenómeno la gente que pide favores o milagros para tener trabajo, salud o
comida, y el de los hombres del poder económico, político o criminal, quienes
curiosamente le solicitan venganzas o muertes.
Existe, pues, una plurifuncionalidad
religiosa. Los actores que viven al margen de la ley se han posesionado de la
dimensión simbólica de la deidad: no se trata solamente de la devoción popular
de sectores socialmente marginados de la sociedad, sino de actores emergentes
de la exclusión social. Muchos investigadores tienen la percepción de que la
devoción por la Santa Muerte sustenta religiosamente a aquellos sectores
delictuosos dominantes que actúan al margen de la ley, creando códigos propios
de organización y de poder simbólico que los legitima en ciertos sectores de la
sociedad.
Narcotraficantes, ambulantes, taxistas, vendedores de productos pirata, niños de la calle, prostitutas,
carteristas y bandas delictivas tienen una característica común: no son muy
religiosos, pero tampoco ateos; sin embargo, abonan la superstición y la chamanería. Crean y recrean sus propias particularidades
religiosas con códigos y símbolos que nutren su existencia, identidad y
prácticas. Así como los narcos
han tenido cultos particulares, muchos otros grupos delictivos se han refugiado
en la Santa Muerte, imagen que los representa y protege porque es una deidad
funcional, acorde con sus actividades, ya que violencia, vida y muerte están
estrechamente unidas.
El factor religioso es, entre otras, expresión de la
vida cotidiana. Las creencias reflejan de manera nítida las diferentes
expresiones culturales, políticas y la organización social vivida o deseada.
El culto creciente por la Santa Muerte manifiesta el
tipo de países bipolares que tenemos en Indoamérica.
La Santa Muerte revela, asimismo, prácticas sociales subterráneas que existen
muy a pesar de “las buenas costumbres", es decir, la moral católica
occidental predominante.
En varios de
nuestros países, especialmente en los mercados populares donde se pueden
comprar yerbas, veladoras y artículos religiosos para combatir el “mal del ojo”
y todo tipos de “brujerías”, la Santísima Muerte aparece junto con las imágenes
de los santos tradicionales del catolicismo.
Se pueden
encontrar oraciones y rezos para pedirle favores, fundiéndose en su sincretismo
religioso con el catolicismo. Todo lo anterior provocó que la Iglesia
católica saliera a condenar el culto a
la Santísima Muerte. La Iglesia rechazó que forme parte de los santos de esa
religión y advirtió a sus feligreses contra ese culto.
La práctica de este culto se ha convertido para algunos expertos en
evidencia de que una persona puede estar relacionada con el crimen organizado.
Buscan una protección por una imagen que los debe proteger precisamente de la
muerte, a la que están expuestos todos los días. Con el culto a la Santa Muerte
pretenden también evitar un castigo absoluto después de perder la vida.
Se atribuye el
crecimiento del culto a que la gente no está preparada para morir y está
buscando aliados para que los cuide en ese último trance.
La iglesia Católica ha tenido una importante caída en las preferencias de la gente en los últimos años. Mientras en la década de los años 90 al menos el 90 por ciento de la población de nuestro continente profesaba dicha religión, en el 2000 solamente 74.67 por ciento se decía ser católico, en tanto que el número de sectas y cultos no católicos han ido en aumento.
En ese contexto, en los últimos años el culto a la Santa Muerte ha ido en ascenso, el número de seguidores de esta creencia ha aumentado considerablemente.
La Santa Muerte tiene muchos fieles entre los presos.
Los reclusos jóvenes la han elegido como "madrina" protectora por
encontrarse en un lugar "lleno de pecados", desesperanza y riesgos.
La imagen, para muchos espantosa, paulatinamente sustituye a los populares Cristos, vírgenes y santos. Se pintan la imagen de la muerte en la
pared de alguna celda, se erigen altares; la mayoría se la tatúan.
Este
auge va ligado al incremento de la violencia, sobre todo entre los jóvenes;
cada vez es peor, y lo que pasa afuera
pasa adentro. Por eso los internados la utilizan para protección porque, psicológicamente hablando, es una forma de hacerse compañía con
la figura materna y disminuir la vivencia del desvalimiento.
Tal vez el culto aumenta entre la población que de
alguna forma tiene que esconder algo no legal y/o que le haga sentir un cierto
rechazo de la sociedad actual
El
culto a la muerte es obviamente pagano, no existe San La Muerte en ningún
Santoral, y no tiene fecha especial de celebración, si bien se suele conmemorar
el Viernes Santo y el Día de Todos los Muertos.
Lo encontramos en Argentina predominantemente en la Provincia de Corrientes, y también en El Chaco, Misiones y Formosa. Su objeto es el de conseguir trabajo o de no perderlo; hallar cosas perdidas; obtener el amor de alguien, vengarse de un desaire, de una afrenta, de un mal recibido o por no ser correspondido afectivamente.
Este
culto surgió a posteriori de la expulsión de los jesuitas de sus misiones en el
noreste de la Argentina y Paraguay en 1767, de ellos también derivan el Señor
de la Paciencia, El Señor de La Columna o San Ceono
que crearon los naturales de la zona ya sin la orientación dogmática de la
Compañía de Jesús.
Se lo conoce también con los nombres de Señor de la Buena muerte, y Señor La
Muerte. El amuleto que lo representa sólo tiene efectividad si se encuentra
bendecido por un sacerdote católico, en una muestra de claro sincretismo.
Acerca de la utilización del amuleto, se señala que para lograr la bendición su
dueño lo lleva escondido en la mano mientras le pide al sacerdote que bendiga
una estampita, logrando la bendición de ambas cosas.
El
paso posterior es el de llevar el
amuleto durante siete viernes seguidos a otras tantas iglesias. Luego ya se
puede utilizar para lograr hacer un "mal" a alguna persona enemiga, a
través de oraciones.
A continuación, por orden alfabético, señalamos algunos mitos y
leyendas aún vigentes en la Argentina:
Culto a San Muerte, Abrazada,
Ailen, Angelitos (Adrianita, Los Lucas Hallao, Miguelito, Pedrito Sangüeso…), Apacheta, Mulelo, Basilisco, Benteveo, Cachin,
Calcura, Carú, Chiqui, Coquena, Culebrilla,
Culto a Antonio María, Culto a Curuzú, Curupí,
Curundú, Difunta Correa, El familiar
(Diablo), Furufuhé, Gardel, Gauchito Gil, Gaucho Juan
Francisco Cubillos, Gaucho Olega, Gilda, Hauyra tata, Huazas, Junllu, La Telesita, Luz mala,
Machi, Madre del agua, Mate, Mama Zara, Miquilo, Pacha Mama, Pancho Sierra,
pombero, Rodrigo, Runaturunco, Sachayoj,
Zupay, Salamanca, Sapo, Yastay…
LOS AZTECAS
Y EL CULTO A LA MUERTE
"El
pueblo mexicano tiene dos obsesiones: el gusto por la muerte y el amor a las
flores,. Antes de que nosotros "habláramos
castilla" hubo un día del mes consagrado a la muerte; había extraña guerra
que llamaron florida y en sangre los altares chorreaban buena suerte."
(Carlos Pellicer)
Para
los antiguos mexicanos la oposición entre muerte y vida no era tan absoluta
como para nosotros. La vida se prolongaba en la muerte y a la inversa. Esta
afirmación de Octavio Paz en su conocido ensayo sobre el mexicano (El Laberinto
de la Soledad) encuentra plena confirmación en los testimonios escritos y
arqueológicos que nos hablan de cómo los pueblos nahuas concebían la muerte.
El dato más sorprendente de ese culto lo constituyen los sacrificios humanos que tanto horror causaron en conquistadores y cronistas, y que siguen contrariando nuestra sensibilidad. Esos ritos sangrientos, sin embargo, no han sido interpretados de manera satisfactoria por todos los historiadores. Sólo a través de una investigación minuciosa es posible reconocer en los mitos esenciales del pueblo azteca la raíz y justificación del sacrificio humano: la divinidad se ha sacrificado para que haya vida en el mundo; toca a los hombres corresponder al sacrificio divino ofreciéndole lo más precioso de sí mismos la vida, la propia sangre y transformándose de ese modo en colaboradores con la divinidad a fin de que la vida continúe sobre la tierra.
Planteada así, la necesidad cósmica del sacrificio humano para explicar suficientemente el ritual de sangre practicado por los aztecas; pero no hemos de olvidar, por otra parte, el carácter aguerrido de esta raza que en dos siglos escasos, logró pasar de una situación dé esclavitud y barbarie a la forjadora del que fue, acaso, el más poderoso imperio de la América prehispánica. La existencia de Tenochtitlan, reposaba sobre los tributos de los países conquistados, y es fácil comprender la necesidad imperiosa que tenían los aztecas de un sistema de pensamiento que sostuviese su imperialismo.
En otras palabras, cabe preguntarse hasta qué punto
la esfera gobernante de la sociedad azteca tenía fe en esa pretendida
justificación cósmica del sacrificio humano y en qué grado usaba la religión
como parte de una superestructura al servicio de los intereses y necesidades de
su control absoluto y tiránico.
La doctrina oficial era bien definida y contundente: la máxima aspiración del hombre en cuanto a su destino final era la de ser admitido en la Casa del Sol. Este privilegio estaba reservado a los guerreros muertos en batalla o en la piedra de sacrificios. Tonatiuh, el Sol, tenía en Huitzilopochtli -el dios propio de la tribu azteca- una de sus principales encarnaciones. Y Huitzilopochtli era el dios guerrero por excelencia. Un mito azteca refiere que Coatlicue, la vieja diosa de la tierra, después de haber engendrado a la luna y a las estrellas, llevaba una vida de retiro y castidad como sacerdotisa de un templo; una vez, mientras barría, se encontró con un objeto parecido a una pelota de plumas y la guardó junto a su vientre; cuando quiso tomarla de nuevo, la bola de plumas había desaparecido, y ella, en cambio, se sintió embarazada. Al advertirlo sus hijos, decidieron darle muerte. Ella lloraba por su triste destino, pero el nuevo fruto de su vientre la consolaba desde adentro asegurándole que habría de defenderla. Así fue: en el preciso momento en que iba a ser sacrificada, nació Huitzilopochtli y con una serpiente de fuego cortó la cabeza de su hermana Coyolxauhqui (la luna) y puso en fuga a sus innumerables hermanos, los Centzonhuitznáhuac (estrellas). Por eso, al renacer cada día, Tonatiuh-Huitzilopochtli vuelve a entablar combate con sus hermanos (la luna y las estrellas) y, armado de la serpiente de fuego (el rayo solar), los hace huir; su victoria significa un nuevo día de vida para los hombres.
Los hijos predilectos del Sol son los guerreros que
mueren en la batalla o inmolados en la piedra de sacrificios; por eso los
recoge en su Casa, en su paraíso del oriente, donde gozan de su presencia y, en
prados y bosques celestes, se divierten haciendo simulacros de luchas; cada
mañana, al aparecer el Sol por el oriente, lo saludan con gritos de júbilo,
golpean sus escudos y lo acompañan hasta el cenit.
Se creía que estos privilegiados acompañantes del
Sol, a los cuatro años de haber muerto se convertían en inmortales aves
preciosas y se alimentaban con el néctar de las flores en los jardines del Tonatiuhichan (Casa del Sol), pudiendo también descender a
la tierra. En cuanto a los hombres muertos en la piedra de sacrificios eran
equiparados a los guerreros caídos en la lucha, pues se consideraba que con sus
vidas habían alimentado al Sol, el guerrero divino que campea en el cielo.
A la luz de estas creencias, se comprende la
importancia que tuvo, dentro de la sociedad azteca, la educación para la guerra
y la constante aspiración a transformarse en habitantes de la casa solar. Se
comprende igualmente el carácter sagrado atribuido a la lucha, y la existencia
de modalidades tan especiales como las «guerras floridas» que se hacían con
objeto de capturar prisioneros para los sacrificios.
Quienes no habían sido elegidos
ni por el Sol ni por Tláloc, al morir descendían al Mictlan, pasando por una serie de pruebas antes de alcanzar
el descanso definitivo o la desaparición. Esas pruebas eran nueve y, en cierto
sentido, correspondían a otros tantos estratos del inframundo, cada uno más
profundo que el anterior. La creencia en esas pruebas estaba muy relacionada
con ciertos detalles de los ritos funerarios; por ejemplo, la costumbre de
enterrar un perrito juntamente con el muerto, dependía de la convicción de que
éste tenía de superar el caudal de un río subterráneo y sólo el perrito podía
auxiliarle en ese trance.
A los muertos destinados al Mictlan se les solía amortajar en cuclillas, envolviéndolos bien con mantas y papeles y liándolos fuertemente. Antes de quemar el bulto mortuorio, se ponía en la boca del difunto una piedrecilla (de jade, si se trataba de un noble); esa pequeña piedra simbolizaba su corazón y le era puesta en la boca para que pudiera dejarla como prenda en la séptima región del inframundo, donde se pensaba que había fieras que devoraban los corazones humanos. Asimismo, ponían entre las mortajas un jarrito con agua, que había de servirle para el camino. Sus prendas y atavíos eran quemados para que con ese fuego venciera el frío a que tenía que enfrentarse en una de las regiones del más allá donde el viento era tan violento que cortaba como una navaja.
Volviendo un poco a lo que señalábamos acerca de los entierros, conviene aclarar que las cenizas y huesos de los nobles no eran enterrados en un aposento cualquiera, sino en lugar sagrado, por lo general en las proximidades de un templo. El aparato ritual en esos casos era mucho más complicado, e implicaba la muerte de numerosos esclavos; mataban veinte esclavos y otras veinte esclavas, porque decían que como en este mundo habían servido a su amo asimismo han de servir en el infierno; y el día que quemaban al señor luego mataban a los esclavos y esclavas con saetas..., y no los quemaban juntamente con el señor sino que los enterraban en otra parte.
Conviene precisar dos cosas:
* La práctica de la decapitación
después del sacrificio era muy habitual; la cabeza de la víctima solía ser
destinada al Tzompantli, monumento fúnebre donde se exponían los cráneos de los
sacrificios.
*El discutido recurso al canibalismo. Es verdad que en determinadas ocasiones algunas partes del sacrificado eran comidas. Pero hay que decir que en esos casos se trataba de un canibalismo meramente ritual. El canibalismo azteca era un rito, que se efectuaba como una ceremonia religiosa, a tal punto que el que había capturado al prisionero no podía comer su carne, pues lo consideraba como su hijo. No hay que olvidar que para los aztecas las víctimas humanas eran la encarnación de los dioses a los que representaban y cuyos atavíos llevaban, y al comer su carne practicaban una especie de comunión con la divinidad.
VERTIENTES
SOCIALES DEL CULTO A LA MUERTE
Es un culto muy fuerte que va en aumento, está vinculado a la tradición
del Día de Muertos, tiene raíces históricas tanto de la época prehispánica como
de la Colonia y está vigente en Indoamérica
contemporánea.
A la muerte se la conoce como Señora de
las Sombras, Señora Blanca, Señora Negra, Niña Santa, La Parca, La Flaca.
Es muy
difícil fijar una fecha exacta de cuándo surgió el culto. Lo más probable es
que provenga de la fusión de las culturas de la muerte prehispánica y europea
en la época de la Colonia, que haya permanecido oculta varios siglos y que
asome a la luz pública en ciertos pueblos y grupos humanos de nuestro
continente.
“Morir, sólo es morir. Morir, se
acaba...” así
dice el escritor José Luis Martín Descalzo al referirse a la muerte. Y más que
un estilo poético, recalca una verdad de fe.
La muerte es una
consecuencia de nuestro pecado original.
No es un castigo de Dios, sino una privación de los bienes que tenían Adán y
Eva antes de desobedecer a Dios Padre. Cristo quiso hacerse hombre, padecer,
morir y después resucitar para alcanzarnos la salvación eterna. De esta forma,
la muerte para el cristiano, aunque no deja de ser dolorosa y misteriosa, tiene
un sentido positivo y se convierte en un paso de este mundo al Cielo en donde
estaremos en presencia de Dios, y en donde tendremos dicha completa.
Por eso, se entiende esta frase bíblica:
“ Cristo ha vencido a la muerte”. ( Catecismo de la Iglesia Católica nos. 410-421, 1010-1014).
Con la muerte se
experimenta una separación real de cuerpo y alma. El cuerpo del hombre continúa
un proceso de corrupción –como cualquier materia viva– mientras que su alma va
al encuentro de Dios. Esta alma estará esperando reunirse con su cuerpo
glorificado. Con la resurrección, nuestros cuerpos quedarán incorruptibles y
volverán a unirse con nuestras almas.
Dios nos dio una
vida temporal en la tierra para ganarnos la vida sobrenatural. Con la muerte
termina nuestra vida en la tierra. ( Juan 5, 29, cf. Dn. 12,2).
Cristo nos dice: "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida"
(Jn 15). Por medio de la muerte nosotros llegamos
a la vida. No podemos estar en el Cielo si no dejamos la vida terrena. Por lo
tanto, es un paso necesario para llegar al Cielo. La muerte a todos nos puede causar tristeza. Pero no
nos puede abatir. ¡Cristo es la respuesta a la vida y a la muerte!
Este culto ve a la muerte como algo innegable en la vida, una ley natural y que se tiene que aceptar. Se entiende a la muerte como un ser sufriente que se encarga de un trabajo penoso, que se le dio un gran poder pero una carga aún más grande. Recibe su poder de Dios, a quien obedece, al ser la muerte un elemento indispensable para la vida. Bajo esto se ve a la Santa Muerte más como un ángel que como cualquier otra cosa.
"La
muerte es justa y pareja para todos pues todos vamos a morir". Este es el
ideal principal de la personalidad que se entiende de la Santísima (como
también se le conoce) por lo que cuando se pide algo se sobreentiende que no es
recomendable pedir nada negativo para una persona. Al pedir algo a la Santísima
se puede o no ofrecer alguna ofrenda a cambio,
puede ser desde algo material como veladoras o mejoras al altar o cosas
simbólicas como el cantarle, "echarse un tequila juntos", sacarla a
pasear o vestirla de fiesta, también son válidas cosas como hacer las paces con
algún familiar, cambiar algún habito o cualquier cosa que dicte el corazón e
imaginación del orante. La Santísima espera que se le cumpla lo que se le dice,
por lo que es más recomendable no ofrecer nada a cambio del favor que ofrecer
algo que no se tiene la seguridad de cumplir o que puede ser olvidado.
El
trato que se tiene a las imágenes de la Santa Muerte y el culto en general es
un trato más de sinceridad y compañía, algo muy diferente del habitual temor a
los rituales religiosos. El caso es tratar a la imagen como un miembro más de
la familia y mostrarse ante ella sin temerle ni faltarle el respeto. La
Santísima tiene un trabajo triste y penoso por lo que espera ser tratada con
alegría y cariño.
Cuando
una persona se informa sobre el culto, la primera información que recibe es que
se debe retractar antes de iniciar, si es que tiene algún temor al respecto y
que nunca deberá faltarle el respeto a la Santísima. El trato que debe de
recibir debe ser el mismo que se le da a una persona real por lo que es muy
común poner dulces en los altares, que se le hable con la imagen en voz alta, o
que se beba junto a los altares. Se trata de hacer con la Santísima lo mismo
que con los amigos más respetados que tenemos.
Un
venerador tiene como ideales el evitar toda actitud que limite la vida humana,
como los miedos, las tristezas, el odio, envidias, etc. Psicológicamente, desde
que se empiezan a analizar los miedos y las maneras y modos de irlos perdiendo,
ya sea confrontándolos o aceptándolos como es el caso del hecho de que vamos a
morir, la persona tiende a reflexionar más sobre lo que en verdad quiere de la
vida y las cosas que lo hacen feliz.
Este culto se basa en el respeto, así que no va en contra de ninguna religión, aunque en el caso de la cristiana, esta va en contra del culto a la muerte pues se supone que en el juicio final llegará Cristo a vencerla.
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La
muerte personificada es la forma fisica del ser que
toma la vida de los mortales y las termina. En la mitologia
griega es conocido como Tánatos.
Desde tiempos remotos existe en la mitología
o cultura popular la figura de la muerte
personificada con forma humana o como personaje ficticio. La imagen de la
muerte personificada que se ha hecho más popular es la de un esqueleto
con una guadaña
y, en ocasiones, con una túnica negra
que lo cubre desde la cabeza hasta los tobillos.
Se
le conoce como un ser neutro en relación con las fuerzas que gobiernan este
mundo y el próximo, es decir, no esta subordinado a Dios ni
al Demonio
y sólo se encarga de llevar a los seres vivos desde el mundo de los vivos al
mundo de los muertos. También, se conoce que tiene su propio reinado
, semejante al de Dios, conocido como el Limbo.
EL ANTIGUO EGIPTO |
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La
muerte y la aspiración a trascenderla crearon entre los egipcios un sistema de
creencias y prácticas que, si al principio sólo se refirieron al rey, acabaron
extendiéndose al resto de los mortales a través de un largo proceso de
divulgación.
Si
algo nos resulta fácil comprender, cuando penetramos en el envolvente mundo
religioso de los egipcios de la Antigüedad, es -junto a su obsesión por el
orden universal- su indudable amor a la vida.
Por sorprendente que pueda parecernos a cinco
mil años de distancia, la sociedad egipcia de los faraones, asentada en un
medio natural cuya feracidad garantizaba puntualmente la crecida anual,
aparentemente caótica, del río Nilo, era muy próspera. Según los relatos
hebreos conservados en los libros bíblicos Éxodo y Números, incluso los
esclavos echaban de menos, tras su salida de Egipto, el relativo bienestar de
que habían gozado a pesar de su condición, y que habían perdido tras los pasos
de un Moisés visionario e iluminado. "¡Quién nos diera carnes para comer!
Acordándonos estamos de aquellos pescados que de balde comíamos en Egipto; nos
vienen a la memoria los cohombros, los melones, los puerros, las cebollas y los
ajos." Ciertamente, la próspera sociedad egipcia podía permitirse el lujo
de cuidar de sus esclavos y proporcionarles alimentos comunes, como los
cohombros, las cebollas y los ajos, cuyas propiedades preventivas y curativas
de numerosas enfermedades conocemos bien.
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Sin
embargo, la concepción egipcia de la vida tras la muerte era muy primitiva: no
se trataba del paso a una vida eternamente bienaventurada en la contemplación
de la divinidad, sino de una prolongación o perpetuación de una vida
suficientemente placentera en este mundo, pero en otro ámbito que, aun siendo
paradisíaco, reproducía los ciclos, las cuitas y los quehaceres de la vida
anterior. La muerte no era más que la última prueba que debía superar el justo;
si luego, a la hora del juicio, su corazón no daba el peso requerido, el muerto
era engullido por un monstruo devorador; en cambio, si la balanza permanecía en
equilibrio con la virtud, su nueva vida apenas sufriría cambios, salvo que en
lugar de realizar ofrendas, las recibiría y su grado social se conservaría
mientras los deudos vivos mantuvieran el culto de las ofrendas. Aunque también,
por si los deudos fallaban, el difunto ordenaba que decoraran su tumba con
pinturas e inscripciones que, por magia eficaz, mantendrían para siempre vivo
el culto del lado visible del mundo para que, en el otro, el difunto pudiera
seguir disfrutando de la nueva vida.
La progresiva secularización o
divulgación de la teología real permitió
a muchos egipcios asumirla para alcanzar la ansiada inmortalidad, siempre,
claro está, que pudieran obtener una licencia real y costearse una tumba con
sus correspondientes enseres e inscripciones mágicas y pudieran hacerse con su
propio pasaporte para la eternidad: el rollo de papiro que hoy llamamos
Libro de los muertos y que -cuando se ha conservado- se ha encontrado
sistemáticamente en las excavaciones junto a cada sarcófago.
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La
tumba, al igual que en los monumentos religiosos, la arquitectura, el
mobiliario y la decoración ejercían una
magia activa al servicio del difunto. Según las concepciones mágicas egipcias,
la imagen tenía valor de realidad y garantizaba al propietario el beneficio de
lo representado, de ahí el esfuerzo para hacerla más duradera, sobre todo con
el uso de la piedra; también a este fin, las imágenes habían de suplir la
tibieza ocasional de los encargados de mantener el culto funerario. La mastaba
(tumba construida en forma de macizo rectangular, con muros en talud que
encerraban la capilla de culto y, en el subsuelo, el panteón funerario) había
de ser el marco en el que el difunto satisfaría sus necesidades. Permaneciendo
momificado en su panteón y rodeado por un mobiliario funerario lo más abundante
posible, el difunto se beneficiaría de las ofrendas en la capilla de culto a
través de la "estela-falsa puerta" frente a la cual estaba colocada
la mesa de las ofrendas.
CALAVERAS
SANTAS O ÑATITAS
Fotos. Bolivia, Día de los muertos, La Paz, Rituales Fuente: La Nación
Festividad del 8 de noviembre en Bolivia. Se bendicen en las capillas de los cementerios. Son adornadas con coronas de flores, sombreros, anteojos, dientes de oro.
Rito andino milenario que convierte a las calaveras o “ñatitas” en símbolos de veneración.
Fotos. Bolivia, Día de los muertos, La Paz, Rituales Fuente: La Nación
LOS MUERTOS, MUERTOS ESTÁN
La celebración del Día de los Muertos es, cada año, el día uno y dos de
noviembre. En esas fechas los denominados “campos santos”, se llenan de
multitud de “dolientes” y se promueve un negocio enorme, de venta de “cosas” que
no sirven para nada y para nadie excepto para los vendedores. Lo que allí queda
de los muertos son sus restos óseos; cuando pasa un tiempo y los deudos no
pagan el canon oportuno, se ordena el
desenterramiento de los restos del que fuese y sus huesos, son amontonados en
un depósito general denominado “osario” y al que da miedo verlo y queda fijado
como recuerdo fatídico desde que éramos niños.
El culto a la muerte y a los muertos es absurdo; los
muertos ya nada necesitan… pero las pirámides y túmulos funerarios de los
“grandes sátrapas” de la antigüedad, calaron en las masas de casi todo el mundo
y se llegó a esa difusión del culto a la muerte. Culto que explotaron muy bien
las religiones y todo el inmenso negocio que sigue alrededor de la muerte… donde
algunos hasta pagan durante muchas décadas “un seguro”, que les garantice un
féretro y anexos… y que suele culminar con el “postrer viaje”, en un lujosísimo
vehículo, que en vida seguro que la mayoría de muertos, no disfrutó, en su
vida.
El mejor negocio laico, es la funeraria. No se conoce
alguna que cierre por quiebra o falta de clientes.
Además hay una enorme cantidad de “obra
muerta” en los cementerios, es un
derroche inútil faltando tanta vivienda a los vivos que aquí quedan, amén de
múltiples edificios para servicios públicos… no hablemos de la cantidad de
hectáreas de buenas tierras que ocupan “los campos santos”; que además y aún
clausurados “se congelan” durante muchos años. ¿No es realmente absurdo todo
ello?
Por todo ello hay que celebrar que se difunda la
incineración hasta conseguir, además,
poder ser cremado el cadáver, en unas cajas modestas y con la mortaja o
último traje que lleva “al otro mundo” sin quemar valiosas maderas.
No creo en absoluto en ese culto a los muertos… las
flores, los reconocimientos, los premios que a lo mejor merecen deben ser
entregados mientras se está vivo.; los vivos los agradecerán, obviamente, mucho más. Pero hay más; los seres que uno más ha querido y que han muerto ya nunca más volverán, ni vale la pena volver
una y otra vez a adivinar sus despojos bajo la tierra o en el nicho. Nuestros
muertos deberán ser hermosos y grandes recuerdos, que van siempre con uno y las
oraciones a su memoria se les debe dedicar en soledad y cuando el alma lo
requiere… el recuerdo físico, está siempre adentro de uno mismo y acompañarán
mientras uno viva.
En el día… “de todos los muertos”, mal que nos pese, más del 90% de los muertos
y desaparecidos en las guerras y genocidios
nunca podrán ser identificados , además, cada
estudio de ADN cuesta 3.000 euros (2008).
Nuestros pobres muertos
están necesitando mucho más que máximos honores y honras, están necesitando que
no los olvidemos mientras vivamos y que procuremos que no vuelvan ocurrir muertes indebidas y no queridas, guerras y
genocidios… no se puede hacer otra cosa más… es canalla seguir viviendo de
aquellos propios o ajenos pobres muertos.
VENERACIÓN POR LA MUERTE
Los argentinos somos afectos a los santuarios.
Nos moviliza una latina veneración por la muerte tras haber, muchas veces,
despreciado la vida.
Las veras de las rutas trágicas plagadas de
cintas coloradas son el testimonio de una iconografía que incita tanto a la fe
en el "más allá" como a la cabalística esperanza de una salvación
terrenal por medio de la adoración de los símbolos.
Rosarios de plástico, peluches y virgencitas de
Luján se agrupan junto a fotos y velas consumidas.
Es la historia de nuestras tragedias colectivas, es lo que queda cuando la razón nos abandona y el dolor se dilata por la falta de justicia.
CULTO A LA MUERTE COMO PSICOPATIA POLÍTICA
(7, 25, 75, 38, 31)
El terrorista es un enemigo invisible hasta que se hace visible, es un fanático que suele formar parte de movimientos religiosos o políticos que buscan, mediante “hazañas” resonantes, donde se mezcla al mismo tiempo el suicidio con el asesinato colectivo, un espacio visible en el espectáculo mediático internacional.
Debido a su invisibilidad y al uso de la sorpresa para el asesinato de gente inocente, el terrorismo se alimenta del miedo, provocando así angustia, desolación, incertidumbre, desasosiego, desesperanza.
Los terroristas son una especie muy particular de suicidas que se encomiendan a su dios o a sus ideologías antes de realizar los atentados en los que suelen perder su propia vida. Entran en el área que han elegido para cometer el atentado a cara descubierta, cargados de municiones y granadas y toman rehenes.
Ninguna de las acciones llevadas a cabo por terroristas sirve para explicar la complejidad del fenómeno. Lo que el terrorismo procura es realizar acciones violentas más allá del ideario que las soportan o pretenden justificarlas.
El acto terrorista no es un acto cualquiera; por lo menos debe ser un acto no olvidable, de gran impacto sobre los sobrevivientes y la opinión pública en general.
Aún hoy, después de haber asistido o conocido en detalle numerosos actos y amenazas terroristas no hay una definición unívoca acerca del terrorismo; cada persona, cada estado, cada organismo de seguridad elabora su propia definición, tiene su particular forma de comprenderlo y de gestionar políticas para desarticularlo.
Las expresiones “acto terrorista”, “terrorismo” y “terrorista” son fáciles de politizar y difíciles de limitar; su sentido se encuentra en la ideología o en la intención.
La palabra “terrorismo” se usó por primera vez a fines del siglo XVIII para referirse a los líderes del gobierno de Francia que se dedicaron a cortarle la cabeza a todos y cada uno de los que se oponían o eran enemigos de la revolución. Robespierre decía que el terror no es más que justicia rápida, severa, inflexible. El método adoptado de mostrar las ejecuciones y los muertos públicamente no es algo nuevo, hacen del asesinato un mensaje y de la muerte un show.
El terrorismo es un método que provoca ansiedad, angustia, sensación efectiva de muerte inminente y se basa en la acción violenta de un individuo, un grupo clandestino o por agentes del estado que por motivos ideosincráticos, criminales, religiosos o políticos eligen blancos para los actos de violencia que no suelen ser los destinatarios principales del mensaje. Las víctimas, en general, son elegidas al azar y son usadas como generadoras de un mensaje (Alex P. Schmid; 1998).
El terrorismo individual prácticamente es poco frecuente y sus actos de terror terminan con la ausencia del protagonista. En cambio, las organizaciones terroristas existen más allá de la desaparición de alguno/s de sus miembros, entonces, el terrorismo es una estrategia de relación política basada en el uso de la violencia por un grupo organizado con el objeto de inducir un sentimiento de terror, angustia o inseguridad extrema en una colectividad humana no beligerante y facilitar así el logro de sus demandas (Rafael Calduch Cervera).
Al margen de la finalidad última de un acto terrorista, el objetivo inmediato es romper el orden de convivencia de una sociedad mediante una combinación de actos de violencia y actos de propaganda. A mayor percepción masiva de terror gracias a la propaganda menor necesidad de ejercer la violencia.
La organización terrorista no tiene la misma capacidad beligerante que un estado y si prospera, inexorablemente tendrá que enfrentarse con las fuerzas convencionales.
El terrorismo de Estado debe estar incluido en estas apreciaciones; sabemos que actúan sobre una mayoría eliminando a una minoría a través de medios ilegítimos, extrajudiciales, con censura, propaganda y ocultando a la gente las atrocidades que se cometen.
El terrorismo es un fenómeno coincidente con la época de los medios de comunicación de masas; sin los medios el terrorismo no sería noticia. La publicidad es el oxígeno de los actos terroristas; sin ella no se magnifican los hechos y no se propaga el miedo.
El terrorismo en nuestra cultura ha tenido varias olas. La primera ola aparece en las últimas décadas del siglo XIX en Rusia contra el Zar y en Estados Unidos de Norteamérica contra los negros. La segunda ola se evidencia después del fin de la Primera Guerra Mundial en Argelia, Irlanda, Chipre y el sionismo israelí. La tercera ola surge después de la guerra de Vietnam y entran en acción ETA, Armenia, IRA y la OLP; el conflicto árabe –israelí promueve buena parte de los atentados del ´70 y ´80. La cuarta ola es de raíz religiosa mayoritariamente musulmana pero en menor grado la protagonizan sectas, fundamentalistas de todo tipo y grupos nacionalistas laicos.
Es funcional al terrorismo hacer públicas sus demandas, restar eficacia al accionar policial, fomentar el efecto contagio y favorecer la propagación del temor.
Actualmente hay consenso en el sentido de que cualquier acción terrorista no admite justificación en circunstancia alguna por consideraciones de índole política, filosófica, ideológica, racial, étnica, religiosa o cualquier otra.
Los fundamentalismos y los movimientos extremistas en general de cualquier signo utilizan ideologías reduccionistas o de pensamiento único sumada a una metodología fascista para parcelar la cosmovisión de los individuos cooptando personas con pretextos nacionalistas, guerras santas o utopías revolucionarias. Prometen a sus seguidores espacio social y poder teniendo en cuenta que ellos mismos están excluidos de todo aquello que prometen.
Los “militantes” suelen tener baja autoestima, son personas incompletas, inseguras y carentes de proyecto de vida personal y al fin encuentran en los grupos que los soportan identidad y pertenencia. A través de técnicas de intervención psicológica se consigue entrenarlos para asesinar brindándoles un escenario y un motivo para morir.
Los escuadrones de asesinos se manejan con la invisibilidad del combatiente suicida, el anonimato, la justificación ideológica y un profundo odio o desvalor por la vida.
El terror por el terror se está haciendo últimamente autónomo y se considera eximido del cumplimiento de cualquier regla aún de los grupos responsables y con poder.
La concepción de que “¡Jamás capitularemos, no, jamás! Nos pueden destruir, pero si lo hacen sepultaremos con nosotros al mundo, a un mundo en llamas” es muy anterior a los fundamentalismos islámicos de hoy.
El vaciamiento de consciencia éticomoral tiene sus antecedentes en el nazismo y en los experimentos fascistas de Europa. La muerte como lema: “Viva la muerte” exclamó Millán Astray, general del ejército fascista español al irrumpir el 12 de octubre de 1936 en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca en el momento en que Miguel de Unamuno dictaba una clase. Unamuno respondió: acabo de oír el grito necrófilo y sin sentido de ¡Viva la muerte! Esto me suena lo mismo que ¡Muera la vida! Acto seguido el militar volvió a gritar ¡Viva la muerte y muera la inteligencia!
El creerse poseedor de una verdad absoluta permite arrogarse el derecho de aniquilar en forma física o política al adversario y a todos aquellos que se opongan a los objetivos trazados. “Un fanático es aquel que no quiere el doblegamiento del adversario sino su exterminio, es aquel que ya ha asesinado en su interior a todos los que no piensan como el” (Fernando Savater).
El genocidio es el acto final de un discurso de discriminación, de agresiones verbales, expropiaciones, hostigamientos, persecuciones, deportaciones y masacres utilizando la deshumanización del enemigo, el discurso político y la propaganda desnaturalizando y degradando al enemigo que se quiere eliminar.
La adhesión ciega a los regímenes totalitarios y genocidas impone una obediencia ciega al conductor, una relación vertical mando – obediencia, respeto absoluto por la jerarquía y la disciplina y buena e intensa propaganda.
Para muchos de estos perfiles humanos inquietantes, la vida es un estado de guerra permanente y consideran que a los enemigos hay que eliminarlos totalmente como solución final a todos los problemas.; en esta guerra la muerte se considera heroica de ahí el culto al heroísmo y al sacrificio.
La crisis global económico-financiera, la social con elevados y crecientes índices de desempleo y pobreza, las tensiones regionales y locales puede reciclar y proyectar hacia el centro del escenario nuevos grupos anarquistas o anarco-insurreccionalistas y sembrar más y más muerte y destrucción.
El anarquismo, es una teoría política acuñada en Alemania, Francia y Prusia en el siglo XIX. Fue definida por Kropotkin como un sistema de socialismo sin gobierno y resignificada por Bakunin quien decía que “la libertad sin socialismo es privilegio o injusticia, y el socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad”.
La anarquía (= ausencia de soberanos) es obviamente para los anarquistas un forma viable de sistema social capaz de llevar al máximo la libertad individual y la igualdad social. Los anarquistas con los socialistas sostienen que la propiedad privada de la tierra, el capital y las fuentes de producción y riqueza deben ser propiedad común de la sociedad.
El modelo de sociedades sin gobierno descontroló, demasiadas veces, la paz social y la convivencia elemental, por ejemplo, durante la Guerra Civil Española los anarquistas quemaron docenas de iglesias, asesinaron a 7.000 religiosos, fusilaron crucifijos por no encontrar sacerdotes; su ferocidad obsesiva, violenta, eufórica de izquierdas no difería de la exterminadora derecha carlista católica.
Actualmente, este tipo de grupos en vez de producir ideas y acciones políticas y sociales coherentes con esas ideas se dedican a saquear cajeros automáticos; romper, incendiar y desvalijar negocios de las ciudades; enfrentarse violentamente con cualquier otro grupo y especialmente con las fuerzas de seguridad; atraer a barras bravas para que integren y actúen en el grupo; subyugar a jóvenes muy jóvenes desesperanzados sin destino y sin futuro como también a todo tipo de desocupados y frustrados.
Este perfil ahora y siempre ha correspondido a manifestaciones insurrectas que aún hoy siguen teniendo ese olorcillo anticuado y poco realista pero, el agravamiento de las crisis, atraen y hacen converger a los provocadores que pueden lanzarse a oleadas de protestas o manifestarse en rabiosas, violentas y destructivas mareas.
Por cierto, muchas de las fuerzas de seguridad de cualquier parte del mundo y también muchos gobiernos no tienen fama de corrección y probidad; sirvieron con celo al poder de turno de derechas o de izquierdas y gozaron casi siempre de impunidad, si a esto se le suma la tradicional violencia de los grupos de extrema se hace inevitable el enfrentamiento.
Decir anarquistas parece ser sinónimo de violencia y caos y por ende el poder los puede tratar con rudeza porque los consideran implícitamente culpables y no merecedores de protección jurídica. El anarquismo cuestiona las guerras y la intervención militar para la solución de los conflictos pero en el fondo desprecian el pacifismo como se vio en la Segunda Guerra Mundial.
El anarquismo es un conjunto caótico de ideas muchas de las cuales todavía sobreviven sin fundamento, sin razón, sin mérito, sin legitimación y con un alto grado de incompatibilidad con otras ideas o sistemas.
El anarquismo es siempre ajeno a la sistematización conceptual y tiene desconfianza hacia formas elaboradas y consensuadas de organización política. Hay una multiplicación de anarquismos (anarco-feminismo, eco-anarquismo, etno-anarquismo, Internet-anarquismo, anarco-individualismo, anarco-progresismo…) pero siempre prescribe coherencia ética entre fines y medios lo que deviene en que para ser anarquista se necesita mucho esfuerzo y convicción.
Lejos de observar, tras la caída del muro de Berlín, el triunfo del capitalismo y las democracias liberales de Occidente, vivimos en un mundo multipolar en que los actores son las grandes civilizaciones identificables primeramente por sus religiones (S. Huntington ideólogo del choque de civilizaciones; 1927 – 2008).
Dios ha resucitado y se toma revancha; la religión está reemplazando a las ideologías lo que hace que los posicionamientos se hagan más extremos e irreductibles. Occidente se encuentra en decadencia ante el ascenso demográfico de los musulmanes y el poderío económico asiático. El choque parece tornarse cercano e inevitable. Lejos estamos del universalismo tan pregonado y se hará necesario mermar nuestra arrogancia etnocentrista y dejar de imponer nuestros valores a otras sociedades que de por sí ya tienen que resolver sus propias contradicciones y autoimponerse de dejar de reivindicar por la violencia sus particularidades.
LA CRUELDAD
El concepto de crueldad es confuso, enigmático y de oscurantismo interpretativo. La crueldad y las figuras históricas conocidas hablan de una crueldad sin tiempo, tan vieja como el hombre.
La palabra "crueldad" (Grausamkeit) desempeña un papel operativo indispensable; Freud la inscribe en una lógica psicoanalítica de pulsiones destructivas indisociables de la pulsión de muerte. Más de una vez hace alusión al "placer que se obtiene de la agresión y la destrucción" (Die Lust an der Aggression und Destruktion), a las "innumerables crueldades de la historia" (ungezählte Grausamkeiten der Geschichte), a las "atrocidades de la historia" (Greueltaten der Geschichte), a las "crueldades de la Santa Inquisición" (Grausamkeiten der hl. Inquisition).
La pulsión de muerte, que trabaja siempre por llevar otra vez la vida, por disgregación, a la materia no viviente, deviene pulsión de destrucción cuando es dirigida, con la ayuda de órganos particulares (y las armas pueden ser sus prótesis), hacia el exterior, hacia los "objetos".
La palabra crueldad de ascendencia latina es la palabra emergente de la historia de la sangre derramada (cruor, crudus, crudelitas), del crimen de sangre, de los lazos de sangre o de la Crausamkeit, palabra de Freud, esta vez sin vínculo con el derramamiento de sangre, aunque utilizada para nombrar el deseo de hacer o de hacerse sufrir por sufrir, incluso de torturar o de matar, de matarse o de torturarse torturando o matando, por tomar un placer psíquico en el mal por el mal, hasta por gozar del mal radical, en todos estos casos la crueldad sería difícil de determinar o de delimitar.
Podemos detener la crueldad sangrienta (cruor, crudus, crudelitas), podemos poner fin al asesinato con arma blanca, con guillotina, en los teatros clásicos o modernos, anular o prohibir la guerra sangrienta pero una crueldad psíquica los suplirá siempre inventando nuevos recursos. Una crueldad psíquica seguiría siendo desde luego una crueldad de la psyché, un estado del alma, por lo tanto de lo vivo, pero una crueldad no sangrienta.
La crueldad psíquica, es decir exangüe o no necesariamente sangrienta, es el placer agudo de la presencia del mal en el alma.
Es irreductible en la vida del ser animado la posibilidad de la crueldad; la pulsión del mal por el mal, de un sufrimiento que jugaría a gozar del sufrir, de un hacer sufrir o de un hacerse sufrir, por placer.
Hay pulsión de muerte (Todestrieb), una pulsión cruel de destrucción o de aniquilamiento y hay también una crueldad inherente a la pulsión de poder o de dominio soberano (Bemächtigung-strieb).
El hombre vive una necesidad de odiar y de aniquilar y puede llegar a una "psicosis" de odio y de aniquilamiento que no es privativa de las masas incultas sino que afecta incluso a las minorías inteligentes y capacitadas; esta no se ejerce sólo en los conflictos internacionales sino también en las guerras civiles y en la persecución de minorías raciales. Entonces, ninguna política podrá erradicar la crueldad y la violencia; sólo podrá domesticarlas, diferirlas, negociarlas, transigir con ellas indirectamente pero sin ilusión, convivir de la mejor manera con ellas.
La crueldad no tiene contrario, está ligada a la esencia de la vida y de la voluntad de poder. Cuando decimos de una crueldad que no tendría término contrario decimos también que hay sólo diferencias de crueldad, diferencias de modalidad, de calidad, de intensidad, de actividad o de reactividad dentro de la misma crueldad.
La fuerza antagonista a la crueldad es Eros, el amor y el amor a la vida, contra la pulsión de muerte. Hay, pues, un contrario de la pulsión de crueldad incluso si ésta no conoce fin. Hay un término oponible, incluso si no hay término que ponga fin a la oposición.
La utopía de Freud, sería la de construir una comunidad cuya libertad consistiera en someter la vida pulsional a una dictadura de la razón a través de una transacción permanente con una fuerza intransigente como la crueldad.
Atentado terrorista en Bombay (India) 26 de noviembre de 2008
La tendencia general de
la sociedad actual es de pérdida progresiva de la capacidad de empatía, de
reconocer al otro y armonizarse con sus parecidos y diferencias sumado al
automatismo y la anomia de las ciudades superpobladas; decía Juan Pablo II que el peor de los males
de este tiempo es el de la inadvertencia.
El otro se convirtió en
un "objeto/nada" y mediante esta conversión, la civilización ha
realizado y lo sigue haciendo, a lo largo de su historia, innumerables actos de
incivilización y barbarie, aunque no siempre con la premisa del sadismo o
"banalidad del mal" como lo denomina H. Arendt.
Se despersonaliza a las
víctimas, transformándolas en simples números, vgr. se convirtió el
Holocausto en un problema matemático: "Tenemos que matar a cinco millones
de personas con el menor costo. ¿Cuál es el método más barato?" decía A.
Eichmann.
Sin alcanzar el
dramatismo extremo que se ha repetido a lo largo de la historia en infinitas
escenas de crueldad acompañada de anestesia, la vida actual multiplica
cotidianamente escenas protagonizadas por quienes hacen del otro una nada,
hecho que los avala a proceder con la mayor de las libertades sin asumir
compromiso alguno sobre su propia conducta.
La ecuación es sencilla:
si el otro no existe, la libertad y el poder de uno se expande. Las
personas que no han sido percibidas ni
educadas como tales, que fueron tratadas sin sentido y sentimiento como persona
en sus primeros años no pueden desarrollar el sí mismo y obtener la capacidad
de hacerlo y de ser y sentirse persona. Las personas con estas características
no sienten, viven desconectadas de sus afectos, en un cuerpo que sienten como
un objeto más en un mundo de objetos.
La multiplicación de este tipo de fenómenos
permite pensar en mecanismos sociales que activan los engranajes del
individualismo extremo. En nuestra cultura cada vez es menos frecuente la
relación yo-tú, y cada vez es más frecuente el contacto puramente instrumental
del otro, que pasa a existir exclusivamente cuando es un obstáculo o cuando lo
necesitamos.
En la Argentina, el Instituto Nacional contra
la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi)
detectó que el 70% de los argentinos asume conductas discriminadoras y hasta
violentas, especialmente hacia las personas pobres. Es decir que la mayoría de
nosotros segregamos a quienes no vemos como semejantes, salvo cuando resuelven
nuestras necesidades.
La manifestación de esta
devaluación del otro demuestra una
brutal pérdida de valores y prioridades, además de una despersonalización de
nosotros mismos.
Incendio del Hotel Taj Mahal en Bombay (India) por atentado terrorista
26 de noviembre de 2008
CIENCIA,
VIDA Y MUERTE
El pasado 25 de julio de 2008, se recordó el primer
nacimiento de fertilización in vitro
vulgarmente llamado "bebé de probeta" ocurrido hace treinta
años y que se corporiza desde ese momento en Louise Brown, que hoy vive en
Inglaterra y es madre de un hijo concebido en forma natural.
Después, el
5 de Agosto de 2008, se cumplieron cuarenta años de un trabajo publicado en una
prestigiosa revista científica de Estados Unidos, en el que un grupo de
expertos, integrado mayoritariamente por médicos de
En un lapso de apenas 10 años, se asiste a dos
sucesos centrales que cambian absolutamente
la única forma posible del acontecer en el comienzo y el fin de la vida
del hombre. Ambos hechos tienen similitudes y diferencias.
La similitud más importante se refiere a la
decisiva intervención humana en dos hechos hasta entonces naturales, dicho esto
desde una exclusiva perspectiva médica, como resultado del progreso en el
conocimiento tecnocientífico que impregnó a toda la
sociedad, principalmente en el campo de la biología y la medicina en la segunda
mitad del siglo veinte.
En el fin de la vida, la posibilidad de aplicar
sostenida y continuadamente toda la nueva tecnología disponible (respiradores,
marcapasos, drogas vasopresoras, riñón artificial) en
pacientes con comas irreversibles, impulsaron a pensar en una nueva definición
de la muerte basada ahora en criterios neurológicos.
El adelanto que incorporaba el soporte vital a la
medicina asistencial por el que podía sustituirse las funciones de los diversos
órganos y sistemas inaugurando toda la alta complejidad vivida diariamente en
las salas de terapia intensiva, conducía a la posible y desaconsejable
prolongación de la vida biológica en situaciones de clara irreversibilidad,
situación coincidente en el tiempo con el comienzo de los primeros trasplantes
de órganos. Aquí entonces el progreso tecnológico obligó a pensar en el establecimiento
convencional de un nuevo criterio de muerte inexistente hasta entonces.
En el fin de
la vida, la propuesta de definir la muerte como un nuevo diagnóstico en
pacientes en coma irreversible significó en verdad poner un límite convencional
a la disponibilidad tecnológica, consideró como esencial a la pérdida de la
función cerebral completa en esta muerte encefálica, y no pudo ya el corazón
ser considerado el órgano central de la vida y la muerte como sinónimo de
ausencia de latido cardíaco. Posibilitó además, y éste también fue una
motivación central de la propuesta, establecer en qué momento clínico debía
procederse a la extracción de órganos para trasplante.
La aceptación del criterio de muerte como muerte
cerebral permitió también una mejor donación de órganos para impulsar lo que
hoy son los impresionantes resultados de la trasplantología.
En este
tiempo, el avance tecnológico representado por el soporte vital plantea la
necesidad médica y ética de establecer un límite a la prolongación indefinida
de una vida biológica sostenida por elementos externos en pacientes con cuadros
irreversibles.
La sociedad
actual deberá plantearse severos conflictos éticos de decisión que necesitan ser resueltos.
Todavía no está resuelto el complejo debate sobre
qué hacer con el soporte vital ya aplicado en los estados vegetativos, que no
constituyen una muerte encefálica, y también con aquellos cuadros irreversibles
que en salas de terapia intensiva configuran cuadros dramáticos que esperan
sólo la muerte con aislamiento, sufrimiento y desfiguración.
El costo moral del progreso científico es muy elevado pese a que ha aumentado
en treinta años la expectativa de vida en la última centuria, en quienes tienen
asegurado el acceso a la salud. El imperativo tecnológico que dice "porque
se puede se debe" y confunde los medios con los fines provoca un severo
daño a la dignidad de la vida del hombre.
Estas reflexiones y señalamientos tienen una honda implicancia ética y humana, que están en el
tapete de la consideración pública y el tratamiento legislativo, tales como qué
puede entenderse como muerte digna, la eutanasia, los cuidados paliativos de
enfermería, qué medios de tratamiento y alivio son ordinarios y cuáles pueden
considerarse encarnizamiento terapéutico. Sin olvidar que el paciente es una
persona que sufre, no un objeto.
LA MEDICINA Y LA MUERTE DEL HOMBRE EN LA
POSTMODERNIDAD
(1, 2, 3, 9, 11, 44, 45, 56, 57)
La sociología introduce el término postmodernidad (Gilles Lipovetsky; ´80) y plantea el hedonismo como móvil (teoría ética de la utilidad) que afecta y pone en crisis los modelos propuestos hasta ahora. Así vemos que la relación fundamental del hombre con lo divino, que lo sostuvo por milenios, se ve reemplazada primero por la razón, luego por la ciencia y en las últimas décadas por el dinero y el placer.
Después
de la caducidad de los sistemas de valores parece que se nos pierde el hombre,
ya no más valorado por su origen óntico, ya no sujeto,
si no objeto, que se transforma en material de estudio, por la crisis de
sentido y de modelo.
Reconociendo
el valor óntico del ser humano y como universalmente
válido el principio de la sacralidad de la vida, no se pueden excluir a los
seres humanos sea cual sea su condición o estadío
vital.
Pasamos
del paternalismo médico en la relación médico-paciente al paternalismo
político- científico de la posmodernidad.
Este
nuevo paternalismo pretende que la ciencia se haga árbitro de los sistemas de
valores y use al ser humano como objeto de investigación, para beneficio de
grupos económicos privilegiados que buscan consenso social, apoyados por las
grandes corporaciones en el marco
político del “racionalismo utilitarista democrático”.
La postmodernidad tiene ciertas
características propias tales como el imperio de la técnica, una sobrevaloración del trabajo, la
indiscreción, la obscenidad y la pérdida del sentido religioso.
La
postmodernidad empuja a toda la sociedad al hiperconsumismo.
Se pasa de la necesidad de resolver los problemas básicos materiales y de
salud, a la de satisfacer los deseos; muchos valores se pierden porque no se
ajustan y no se recuperan. Cuanto más se consume, más se genera paradójicamente
insatisfacción. Los efectos de los contenidos de esta postmodernidad repercuten
en la relación médico-paciente. Se están perdiendo las palabras relativas al
padecer, la historia del dolor, el contexto familiar del sufrimiento, su
entorno psicosocial; en síntesis, estamos perdiendo al hombre (56, 57, 58).
Se
emplea la disociación afectiva, el discurso distante, se brinda poca
información consistente y se trata de
profundizar el dominio y el control de
toda implicancia emocional en los aspectos relacionales.
Estos
modelos contrastan con el modelo paternalista hipocrático. Los diferentes
modelos de relación contractuales, ponen a dura prueba los servicios médicos.
Los pacientes hiperconsumistas, demandan la
utilización de procedimientos diagnósticos complejos, para satisfacer no solo
sus necesidades básicas y complejas de salud, sino también una serie de deseos,
que los pacientes consideran deben ser resueltos por el hecho mismo de desear
satisfacerlos.
Esto
unido al interés corporativo que empuja
al hiperconsumo, (amplias ofertas de procedimientos diagnósticos y
terapéuticos), a la pérdida del hombre como persona y fin, como quehacer, a la
dificultad de comunicación , a las barreras impuestas
en lo relacional, transforma a la persona en un objeto de cuidado
biotecnológico, al que se tiene o no derecho si los servicios están cubiertos por algún tipo de seguro.
La vida
es el derecho humano básico que se defiende primariamente como pilar
fundamental de los objetivos de la medicina desde la época hipocrática. Pero la
defensa de la vida considerada como un valor absoluto, que todos los jueces
invocan, significa en esta etapa tecnológica de la medicina un verdadero
mandato de encarnizamiento terapéutico. No es correcto expresar “los médicos
tienen el deber de prolongar la vida” ni que ante un hipotético rechazo
de tratamiento “cesaría el deber de los médicos de mantener la vida a
ultranza”.
La vida comprende un comienzo, un transcurso y un fin y en este caso debemos centrarnos en el fin de la vida y concretamente en la muerte que la define e integra constitutivamente.
La muerte encefálica fue el resultado del informe del Comité de Harvard (integrado por diez médicos con la asistencia de un abogado, un historiador y un teólogo) (4, 9, 10, 11, 14, 32) que aconsejó en 1968 una nueva definición de muerte basada en la irreversibilidad del daño cerebral producido. La propuesta fue que en pacientes en coma y ante la presencia de determinados signos taxativamente descriptos, debía suspenderse todo método de soporte asistencial en especial el respiratorio.
A partir de allí se instaló a la muerte como un diagnóstico médico, y
abrió la posibilidad futura y cierta de modalidades de “muerte intervenida”
como formas frecuentes y hasta predominantes en el final de la vida, por
oposición a la muerte natural que era la única existente durante toda la
historia de la vida del hombre.
Los muertos encefálicos primero y ahora los estados vegetativos, se presentan como claros “emergentes del progreso médico”. Los progresos de la medicina han creado en efecto una zona crepuscular en donde la muerte comienza y la vida, en cierto sentido no ha cesado todavía.
Las
decisiones médicas guiadas en el principio bioético central de la beneficencia
deben respetar también otros valores junto con el de la vida. La vida y la
libertad, la identidad, la integridad, la salud y el bienestar
constituyen valores que apareados constituyen la fundamentación de una bioética
apoyada en los derechos humanos (5, 10, 11, 13, 14, 15, 23, 27).
La obligatoriedad ética de no dañar es anterior y más importante que la exigencia de promover el bien (“primun non nocere”) y ha sido reconocido como principio bioético (no maleficencia). Cuando la técnica actualmente disponible y aplicada a la medicina, y en este caso el soporte vital, substituye como medio a los fines se produce una inversión de las metas de la medicina. Esta medicina de hoy, donde la soberanía de los medios se justificarían a sí mismos nos lleva no sólo a que el fin justificaría los medios, sino que puede hasta consentir que la aplicación indiscriminada de algún medio justificara cualquier fin.
La traducción de este imperativo tecnológico a la medicina “porque se puede se debe”, es el sustrato de formas indignas de muerte con sufrimiento, aislamiento y desfiguración que conculcan los rasgos y atributos que lo identifican como persona respecto a la comunicación, conciencia y afectividad.
En todo caso, la esencia misma de la terapia intensiva es donde la muerte siempre es posible y hasta esperable.
Hace más de cincuenta años era habitual, esperable y aceptado morir en casa rodeado de familiares. La enfermedad misma autoregula la homeostasis del final de la vida sin intervención alguna, con poca o nula ingestión de líquidos y sólidos y los pacientes aun competentes no perciben sed ni hambre.
El instante de la muerte, en
otro tiempo cuestión del destino, hoy día se halla, cada vez más, en manos del
hombre.
La
ciencia y la técnica tienen muy poco que ofrecer cuando la muerte se hace
inevitable y tornan la lucha cada vez más inútil; el desafío tecnológico de
prolongar la vida a ultranza fue adquiriendo prioridad y autonomía sobre la
calidad de vida.
El ejercicio de la Medicina nos
enfrenta a diario con situaciones que requieren la toma de decisiones que
afectan la vida, la dignidad y los valores de las personas.
Una buena muerte, difícil de aceptar por los médicos, es aquella en la
que el moribundo puede controlar el proceso y morir con dignidad y calma, y
todos los que lo rodean se sienten enriquecidos por la
situación. Sin embargo, esas muertes son poco comunes; son muchos más los que
son objeto de manoseo y falta de respeto, los que quedan sumidos en el
sufrimiento.
Morir es difícil. También es difícil ser médico: presenciar cada día la agonía
y tomar conciencia una y otra vez de los límites del arte y el oficio.
La negación de la muerte impone
agobios adicionales tanto a médicos como a pacientes. A veces los miembros del
equipo de salud se sienten que son los responsables de cada muerte, la culpa
impulsa a los médicos a luchar cada vez más por la prolongación de la vida, a
menudo en detrimento de su calidad.
Hoy, indebidamente, mucha gente considera que el
desenlace fatal de una enfermedad, el fracaso de un tratamiento y hasta el
suicidio es culpa de los médicos en
general, y de los médicos especialistas en salud mental, en el último de los
casos en particular.
Hablamos constantemente de muertes evitables en lugar de prevención, como si la
muerte pudiera eludirse en lugar de posponerse.
A pesar de las costosas pretensiones de la medicina y de la gente que
pretende de la medicina lo que ésta no puede dar, la muerte sigue siendo el
final inevitable de la vida. La muerte es a menudo impredecible, arbitraria e
injusta, pero cada vez más se la considera un simple fracaso de la medicina y
de los médicos, cosa que no es cierto.
Nos enseñan a creer que si nos comportamos bien –si comemos los alimentos
adecuados y con moderación, si hacemos ejercicio, etcétera- se nos recompensará
con una vida larga y saludable; no necesariamente es así pero disminuyen los
riesgos de enfermar y morir inopinadamente en el momento menos oportuno y por
anticipado.
En la sociedad posmoderna, el narcisismo excesivo, el culto por la juventud, la
gerontofobia, la compulsión por el placer y el
bienestar y la soberbia y la ambición de la ciencia biomédica sobreexigida por los propios demandantes, son las
principales responsables de la negación peligrosa y nociva de la muerte.
La sociedad contemporánea parece haber perdido todo
sentido del valor de la muerte, la niega y no
considera el vínculo indisoluble de la muerte con la vida y esto va
acompañado de una valoración de la extensión de la vida en sí misma en
detrimento de su intensidad; si apartamos la vista de la muerte, también socavamos
el placer de la vida; cuanta menos conciencia tenemos de la muerte, menos
vivimos.
Una vida plena hace más fácil la muerte; morir nos da la oportunidad de
completar la vida, es parte de la vida, no de la muerte: hay que vivir la
muerte.
La medicina y los que la ejercen deberán aprender a detenerse; las aspiraciones
actuales de la medicina priorizan muchas veces la destreza técnica y se aferran
al modelo del cuerpo como máquina.
Cuando se diagnostica una enfermedad grave, la lucha contra ella
invariablemente se convierte en el centro de atención del médico, pero cuando
ya no hay esperanzas de una mejora y la muerte es inevitable, es esencial que
ese centro de atención se desplace una vez más y regrese al individuo que
sufre; la enfermedad muchas veces le gana al paciente y al médico, es entonces
muy importante volver a la persona, escuchar, redescubrir la historia personal
con sus logros y todo aquello que trascienda la enfermedad y la deje atrás;
aunque el tiempo de la enfermedad sea inexorable y el fin esté predeterminado,
el tiempo vital de la persona es propio de esa persona y debe ser preservado;
es necesario evitar que la enfermedad subrogue a la persona y sea el eje del
proceso vital.
ACTITUDES
ANTE LA MUERTE EN LOS PROFESIONALES DE LA SALUD
Son cuatro las actitudes globales y las opciones que la medicina se plantea ante el final de la vida de las personas: abandono, lucha, finalización y acompañamiento.
*Abandono: es la actitud del que se desentiende del paciente con pocas expectativas y que deriva la responsabilidad para que sean otros los que lo atiendan y cuiden,
*Lucha: es inercia, obstinación, obsesión y encarnizamiento terapéutico que implica una actitud del que no sabe parar a tiempo o no consigue asumir que muchas veces más tratamientos no se traducen en beneficios clínicos,
*Finalización: provocar el fallecimiento,
*Acompañamiento: busca alternativas para paliar empleando medios proporcionados a la situación y al pronóstico del paciente.
Las actitudes humanas tienen raíces culturales atávicas, son un reflejo del ambiente sociocultural en que se vive, una respuesta condicionada por la formación profesional previa o las presiones de grupos sociales y políticos. Con frecuencia no son los argumentos que llevan a las actitudes sino que es una actitud previa y estructurada que se intenta justificar creando a posteriori un soporte argumental.
Los planteamientos cambian en función de variables geográficas, sociales y culturales, de sentimientos y razones individuales, sociales y de grupo.
Hay patologías, situaciones sociales y edades que producen cierto rechazo y clara evitación y negación de la asistencia y el compromiso con el paciente. Esto sucede en todos los niveles del sistema sanitario, en cada hospital y área de salud y en la actividad de cada profesional.
La excusa más generalizada es la carencia o la limitación de suficientes medios de asistencia; esto exime al equipo sanitario tecnoprofesional de cumplir con los objetivos, se abandona el trato personal y se adopta una actitud funcionarial.
El abandono es huída, despersonalización, rechazo a la angustia, desesperanza, pereza, desgana , desconocimiento, falta de autocrítica, es inmoral.
Hay ámbitos de la medicina en los que se ha prestado atención a cierto tipo de enfermedades y soluciones terapéuticas que se han extendido a la opinión pública (vgr. transplantes, SIDA, diabetes, etc); pero hay otros problemas muy importantes que están fuera de agenda y por ello no tienen repercusión social y pública tales como la patología geriátrica, los problemas neurológicos degenerativos, los cuidados paliativos, pacientes terminales en función de su situación geográfica y su complejidad clínica; esto muestra que siguen habiendo parias, abandonados, excluidos y desheredados del sistema.
La medicina postmoderna en nuestra cultura es más que curativa es “triunfalista” por ello son pocos los que se apuntan con enfermos viejos, terminales o crónicos.
El escenario de una situación clínica con una dinámica evolutiva hacia las complicaciones, la sumatoria de problemas y la certeza de un final anunciado hace que al equipo de salud le cueste y mucho digerir la tarea con el paciente, con sus familiares y conseguir un aceptable equilibrio del choque permanente entre las expectativas terapéuticas y los logros realmente obtenidos para concluir, aceptando o no, que el paciente fallezca a pesar de los intentos y las esperanzas. Por todo esto, no es de extrañar que los miembros del equipo de salud sientan la tentación de no gastarse en balde, de no quemarse, huir, abandonar o derivar a otros el paciente.
Por el contrario, la lucha o el ensañamiento o encarnizamiento terapéutico suele hacer mucho daño al paciente, lo hace sufrir inútilmente y a todas luces también produce un efecto negativo.
El hacer por hacer es un aspecto de la inercia terapéutica y en parte se explica por la rutina (todas las enfermedades deben ser tratadas), la omnipotencia profesional y el escaso sentido crítico.
La formación y la praxis médica está dirigida a obtener la curación o al menos poner todos los medios disponibles para ello.
El abandono es una huída hacia la comodidad ignorante y la falta de compromiso; la inercia y no parar de luchar es una huída hacia delante.
Parar es algo imposible, inadmisible; va en contra de los principios, no está dentro de las opciones, no nos han enseñado a ello.
La obsesión de que “hay que tratar”, “se debe seguir tratando” no admite dentro de nuestra cultura concesiones de ninguna índole.
Las raíces clásicas de la medicina nos han enseñado desde hace siglos que se cura a veces, se alivia a menudo y se acompaña siempre. Lo que en ocasiones mejor funciona es “estar ahí” junto al paciente buscando y aplicando acciones que lo beneficien con el menor sufrimiento e incomodad posibles respetando la autodeterminación y la calidad de vida.
SOLUCIONES
CULTURALES ANTE
EL PROBLEMA DE LA
MUERTE
Israel concibió la muerte como la sombra de la vida (los muertos descienden al seno de Abraham; la oscura existencia prenatal; se vuelve al origen); el oriente panteísta considera a la muerte como una metamorfosis orgánica, la metempsicosis por la que transmigran las almas; el cristianismo, concibe la muerte como una revelación de la vida, la resurrección.
El hombre inventó y dio sentido a la historia. La historia es el alma de los hechos del hombre; es la encarnación del hombre en la intemporalidad.
El hombre busca incansablemente la “tierra prometida”, que es tierra de promesa porque en ella se realiza la ambición humana de hacer que el desierto (la vida) tenga fertilidad; en ella se intenta construir un paraíso propio y exclusivo que sólo se hace fértil por el trabajo de los hombres que lleva implícita una promesa de eternidad.
La historia personal, desde el nacimiento a la muerte, es interpretada por cada quién, según sus propios razonamientos en correspondencia con su sistema de valores y sus pautas culturales.
El hombre histórico puede tener un pasado ominoso y, seguramente y a la hora del fin su porvenir resultará oscuro y desalentador.
Finalmente, el hombre real debe resolver el problema de su destino en las condiciones de su existencia histórica.
No es verdad que no haya nada más que hacer por una persona sufriente en las cercanías de la muerte aunque sean inútiles todos los tratamientos; todavía se puede prestar atención, consuelo, alivio y bienestar.
Muchas veces la muerte de una persona es asumida como un fracaso por el equipo sanitario y la sociedad; las personas que se encuentran al lado de los moribundos experimentan sentimientos de impotencia, de culpa, de no poder ayudar, de no poder hacer algo desconociendo que, en esos momentos, lo más importante es la presencia y el acompañamiento y no la actividad.
Cuidar y acompañar a una persona muriente es enfrentarse a la muerte junto con ella; el impacto que se sufre depende de la aceptación previa de la inevitabilidad de la muerte y el contralor de las respuestas afectivas.
La versión postmoderna con respecto a la muerte, como hemos señalado parcialmente, tiene una preocupación casi obsesiva por la prolongación de la vida individual por todos los medios posibles, incluídos los excesos más temerarios de la tecnología médica. Hay un predominio del aquí y el ahora y en la vida individual considerada en sí misma, desvinculada de su lugar en la familia y en el grupo social.
Esta actitud junto con el culto a la juventud y la aversión a la enfermedad y el sufrimiento, ha propiciado un desarrollo colectivo de rechazo a la idea de la muerte y a cualquier tema relacionado con ella. La perspectiva de la muerte de los demás nos enfrenta con la posibilidad de nuestra propia muerte.(41, 43, 44, 51)
En la máquina sanitaria la supremacía se ejerce sobre el curar y no sobre el cuidar; el trabajo está orientado en exclusiva al diagnóstico y tratamiento de la enfermedad, a salvar vidas, a luchar contra la muerte.
Se hace necesario acordar que los médicos, los centros de salud, los hospitales no están provistos de los recursos técnicos y humanos necesarios para satisfacer las necesidades de los pacientes terminales y sus familias aceptando que el hospital es un marco artificial para la muerte de cualquiera en que la agonía se convierte en un proceso mecanizado, despersonalizado y a menudo deshumanizado.
No hay un solo tipo de muerte, sino muertes muy distintas y diferentes ya sea por la causa por la que se muere, por el accionar de los que cuidan o de los que rodean.
La muerte en el propio hogar disminuye el sufrimiento y aflicción de los familiares, permite a la persona morir sin sufrimientos añadidos, rodeada de sus seres queridos y siendo el protagonista de su propia muerte y, por qué no decirlo, evita el deterioro del funcionamiento hospitalario.
La opinión pública parece que ya no admite que se pueda morir de muerte natural, no quiere reconocer que la medicina no puede curar todas las enfermedades, deposita excesiva confianza en el poder de la ciencia y la tecnología y acepta o fuerza la obstinación terapéutica y el encarnizamiento terapéutico o distanasia.
La muerte está omnipresente en la vida cotidiana lo que permite valorar más positivamente cada momento de nuestra vida, permite separar lo importante de lo trivial, lo esencial de lo accesorio, minimiza y pone en su lugar los problemas de la vida diaria, permite estar más preparado y predispuesto a ayudar a los demás y a nosotros mismos. Si se sabe aceptar que nada es permanente, se goza más de la vida presente.
La muerte es el precio que paga la vida por el incremento de la complejidad estructural del organismo viviente. El índice de mortalidad del ser humano es del 100 %; el conocimiento y la certeza de la muerte anunciada es lo que da sentido, urgencia y belleza a cada día de la vida.
La última enfermedad y la muerte suelen no ser contempladas como parte
significativa de la vida, sino como una ingrata situación que demuestra la
incapacidad del hombre para dominar la naturaleza.
Domenikos Theotokopoulos (El Greco) 1586 – 1588
Iglesia de Santo Tomé – Toledo (España)
Hans Baldung Grien (1539) (Museo del Prado – Madrid)
(1, 6, 11, 20, 35, 42, 53)
Las únicas cosas que
vencen a la muerte son algunos recuerdos, las imágenes capturadas y los libros
eternos.
La práctica de
enterrar a los muertos data de 350.000 años como forma higiénica del
tratamiento del cadáver o de dejar testimonio físico personalizado para no
olvidar.
Existen al menos
más de 200 eufemismos para disimular la palabra muerte (vgr.
pasar a mejor vida; criar malvas, etc., etc.).
Hablar de la
muerte en nuestra cultura se considera tabú o de mal gusto. Hasta tanto
aprendamos a entender y aceptar la muerte seguiremos encajonando a los muertos,
tapándolos, camuflándolos...sin tratar jamás de renunciar a combatir la vejez,
la enfermedad y vencer a la muerte.
Las respuestas
que solemos dar ante la muerte son variopintas y oscilan desde la evasión de la
respuesta hasta la hipótesis del cielo-limbo (últimamente negado por la propia
iglesia católica)-purgatorio-infierno. La muerte, en todo caso, está
condicionada en los adultos por la cultura.
La ausencia de
una educación que incluya el conocimiento de la muerte se convertirá en un
agujero negro en la conciencia del hombre cargado de explicaciones
pseudológicas y patéticas, poco esclarecedoras e inofensivas en apariencia que
llegará a ser una carga muy pesada que es la angustia de muerte.
La negación y la
desesperanza a aceptar una ausencia definitiva permanece en muchísimas personas
que cubren la falta con ritos o conservando objetos evocadores.
Después de los 10
años de edad, en nuestra cultura, aparece el miedo a la muerte que es reforzado
por la pauta cultural y alimentado por el medio social (miedos socializados).
La primera
identificación con la muerte es el estado de sueño: vida / muerte; dinámico /
estático.
Mediante
simbolizaciones se trata de superar el egocentrismo, la culpabilidad, la
compasión, la pena, la lástima....
Al familiarizarnos con
los efectos y las causas que llevan a la muerte disminuímos
la angustia y el miedo; el conocimiento da seguridad y aumenta la capacidad del
razonamiento lógico.
En esta posmodernidad,
la idea de muerte se va trasvistiendo de
representaciones que tratan de apartarnos de su significado.
La muerte, casi
siempre, se la asocia al sufrimiento y al dolor; por eso no se la aborda como
tema y además está oscurecida por creencias y ritos de toda índole y magnitud.
En el fondo, “la muerte sólo será triste para los que no hayan pensado en ella”
(Fenelón).
La piedad personal, el
pacto feudo-vasallático, la liturgia de la Iglesia y
el folklore popular son, en efecto, cuatro de las principales notas específicas
de la cultura del hombre occidental presente aún en nuestros días, regidas por
unas precisas manifestaciones exteriores: un hombre arrodillado, la unión de
manos del vasallo con su señor, la parsimoniosa procesión eucarística o los
alegres desfiles de la fiesta del patrón de un pueblo. Todo ello son gestos con
un significado bien preciso, con una simbología cargada de significado, con una
trascendencia que va mucho más allá de una concreta postura de las manos o de
una determinada posición dentro de una procesión.
En este mundo dominado por las imágenes
y los gestos, las circunstancias que rodean el traspaso del hombre al otro
mundo son extraordinariamente sentidas y experimentadas, de modo que se puede
llegar a hablar que el hombre tiene una especial y paradójica vivencia de la
muerte, con una liturgia y rituales bien precisos.
Es probable que estos fenómenos de la
liturgia y los rituales hayan sido originados en las lacerantes epidemias que
asolaron Europa a mediados del siglo XIV, así como el aumento de la crueldad de
las guerras y el aumento de las aglomeraciones urbanas, que favoreció una mayor
percepción de los fenómenos más morbosos de la experimentación de la enfermedad
y la muerte. Otros han puesto más énfasis en el desarraigo que supone para la
gente del campo su llegada masiva a la ciudad en los siglos bajomedievales.
Este desarraigo actuaría como catalizador de la necesidad de acrecentar la
solidaridad con sus antepasados, que se manifestaría principalmente en la
abigarrada liturgia que rodea todo lo relacionado con la muerte tal como demuestran con exuberancia los
testamentos.
En
todo caso, es indudable que la arraigada conciencia escatológica del hombre,
una de cuyas manifestaciones más significativas es la profunda convicción de la
existencia de la vida eterna, está fundamentada en su cercanía vital con lo
sobrenatural.
Por ello, la redacción del testamento y
la disposición espiritual al bien morir, la minuciosidad con que se preparan
las procesiones mortuorias y la escenificación de la danza de la muerte, así
como el reflejo de estas realidades en el arte.
La cercanía y la experimentación de la muerte
excitan algunos de los valores latentes en la siempre sensible sociedad y en
los individuos: la consideración del más allá desde una perspectiva
apocalíptica, la conciencia de la fugacidad de la vida, la vanidad de la gloria
humana o el incremento de la conciencia cronológica de la existencia corporal,
en contraposición de la sempiterna vida sobrenatural.
La redacción de la última voluntad, el testamento, que ha perdido habitualidad en nuestra cultura, está rodeado de un notable simbolismo, pudiéndose hablar de una auténtica liturgia del testamento que representa y legitima la transmisión de los bienes temporales, por un lado, y la conciencia de la necesidad de presentarse libre de acusaciones ante el juicio divino que además yugula la incerteza de la hora de la muerte sino también a lo contingente de la razón humana.
De unas décadas acá, parece que hemos virado a un neovitalismo negador de cualquier elemento que recuerde a la muerte desgarradora. Quizás nos hemos liberado de las trabas de un natural vitalismo sojuzgado. Pero nos parece que, en el mismo saco del rechazo y del olvido activo, han metido la reflexión sobre el ser, su caducidad y su transcendencia. Nos estamos dedicando a vivir el día a día, en un desaforado “a vivir, que son dos días”.
Frente a la muerte colectiva, anónima, normal y corriente, y, en cierto modo, épica, se ha ido haciendo camino la muerte individual, el dolor humano de ser un ser único, un amor único, una vida única, que tiene un plazo fijo pero indeterminado. Tal dolor, llamado duelo, es un dolor intransmisible, insolidario, cerrado al Yo.(43) Es decir, los seres humanos, en la medida en que se salen de la identidad colectiva y se hacen individuos sienten la muerte como un hecho propio único, ontológico, inalienable, de total soledad, radicalmente injusto, absolutamente absurdo para el ser; el ser para no ser.
Sin embargo, hemos vuelto a la muerte colectiva bajo los muertos de las guerras, los muertos del asfalto, los muertos de las mafias, los muertos del terrorismo, los muertos psicopáticos, los abundantes muertos de los films de acción; esta muerte colectiva es la de la criminalización de la sociedad que es abundante, extensa y produce una impresión normalizadora por saturación y no escandaliza ni angustia porque se considera naturalmente inevitable.
La muerte propia, la íntima, la que inspira a los poetas y a los artistas, la que hace sufrir anónimamente, pero uno a uno, a los seres humanos, esa muerte es escondida o banalizada o protocolizada para neutralizar su carga ansiógena insoportable.
Es la muerte íntima, la que lleva al ser humano a ingentes esfuerzos por sublimarla, por engrandecerse ante ella, por hacerle frente, por entenderla, por ponerle arte y fe, entereza y transcendencia.
En el tránsito por ese gran dolor que es
la propia muerte, si se tiene tiempo, uno aprende la urgencia de la felicidad,
la lucidez de la pena, el valor inolvidable de los momentos, con la conciencia
de que cada uno de ellos es también el último.
Si hay una felicidad primaria, que es la de disfrutar de la vida sin saber de la muerte y una felicidad secundaria que sería vivir a pesar de que ya conocemos la muerte, diríamos que hay una tercera felicidad, que sería vivir con la muerte: felicidad tercera que es la más sublimada, la más condensada, la más destilada.
HUMANIZAR
EL PROCESO DE MORIR
Morir no es un acto puntual sino un proceso. Este proceso de morir de los enfermos en situación terminal, requiere de una atención técnica y humana de la mejor calidad posible que busque la excelencia profesional, un derecho inalienable a la dignidad humana.
La humanización de este proceso se debe concretar en una serie de pautas: no ha de abandonarse al enfermo -ni los profesionales sanitarios ni sus seres queridos-, ni siquiera cuando la tecnología y el conocimiento científico dejan de ser útiles para curar su enfermedad. Para morir con dignidad es preciso estar acompañado por los seres queridos, libre de dolor y de sufrimiento, sin manipulaciones médicas innecesarias y con la asistencia sanitaria precisa.
Una estrategia adecuada de Cuidados Paliativos ha de forjarse en
función de los deseos del paciente, por encima de las consideraciones de su
entorno. Hay que respetar las intenciones y los valores de los pacientes,
manifestados claramente en el documento de sus Voluntades Anticipadas o bien
durante la relación que mantengan a lo largo de todo el proceso.
El compromiso médico es otra cuestión relevante en este tránsito. Para que el final de la vida de estos
enfermos sea más confortable han de evitarse procedimientos terapéuticos que
disminuyan su confort o aquellos otros cuya crudeza los convierta en más
insufribles que la propia enfermedad. El encarnizamiento terapéutico, aún
realizado bajo la mejor de las voluntades, es una batalla perdida que reduce la
dignidad del ser humano.
El enfermo en fase terminal tiene derecho a no experimentar dolor. El
tratamiento del dolor no es una cuestión opcional ni un acto gratuito de
caridad, sino un imperativo ético de la profesión médica.
Un enfermo, en fase terminal cuya patología presente determinados síntomas que provoquen un sufrimiento insoportable e imposible controlar en los momentos del desenlace, esta situación, obliga al médico a disminuir la conciencia del enfermo para garantizar una muerte serena. No se trata de un acto de buena voluntad sino de un imperativo moral.
No es infrecuente que, llegado el caso, el enfermo desee la muerte. Tenemos que tener presente que todo el mundo desea tener una buena muerte. Morir bien es una legítima aspiración de los seres humanos. Los profesionales de la salud están obligados a ayudar a sus enfermos para que mueran sin sufrimiento. Esta buena práctica médica se expresa cuando se aplican las medidas terapéuticas proporcionadas, evitando la obstinación terapéutica, el abandono, el alargamiento innecesario y el acortamiento deliberado
No debe haber frontera entre la curación y la paliación. Los cuidados paliativos han de comenzar desde el primer momento del diagnóstico de la enfermedad, con una relación médico-enfermo en la que la comunicación será la mejor herramienta. A medida que se acerca la muerte los profesionales sanitarios han de cambiar su papel de consejero y cuidador profesional por el de compañeros íntimos del viaje más solitario que un ser humano hace jamás.
Frente a la sensación de frustración que puede provocar en los
profesionales sanitarios la muerte de un paciente la contratara es cuando se
consigue que el enfermo fallezca en paz, con comodidad y viendo que tanto él
como su familia han recibido un apoyo emocional adecuado, se descubre que dar
alivio a las molestias físicas y emocionales de una persona es tan importante
como curar. Desde esta perspectiva, “humanizar el proceso de morir” beneficia
por un lado al enfermo que sufre, a una familia asustada que no acaba de
aceptar la situación y sufre por el ser querido, y al médico formado para
luchar contra la muerte. Los cuidados paliativos contemplan esta triple
realidad que configura el proceso de la muerte inminente en la sociedad actual.
Si la sociedad comprueba que se humaniza el proceso de morir tendrá miedo a la
muerte, pero no tendrá miedo al proceso de morir.
¿QUÉ ES EL DUELO
Y
QUÉ SE HACE CON ÉL?
(21, 28)
El duelo humano se define como una reacción adaptativa natural, normal
y esperable ante la pérdida de un ser querido. El duelo no es una enfermedad,
aunque resulta ser un acontecimiento vital estresante de primera magnitud, que tarde
o temprano hemos de afrontar todos los seres humanos. La muerte del hijo/a y la
del cónyuge, son consideradas las situaciones más estresantes por las que puede
pasar una persona.
*Es un proceso único e irrepetible, dinámico y cambiante momento a momento,
persona a persona y entre familias, culturas y sociedades. No es un proceso que
siga unas pautas universales.
*Se relaciona inequívocamente con la aparición de problemas de salud.
*El riesgo de depresión en viudos/as se multiplica por cuatro durante el primer año.
*Casi la mitad de viudos/as presentan ansiedad generalizada o crisis de angustia en el primer año.
*Aumenta el abuso de alcohol y fármacos; la mitad de las viudas utilizan algún psicofármaco en los 18 primeros meses de duelo.
*Entre un 10-34 % de los dolientes desarrollan un duelo patológico.
*Aumenta el riesgo de muerte principalmente por eventos cardíacos y suicidio.
* Los viudos tienen un 50% más de probabilidades de morir prematuramente, durante el primer año.
*La población en duelo demanda un mayor apoyo sanitario, incrementando el consumo de recursos, quizá por la pérdida de las redes sociales y con ellas de muchos de los recursos clásicos para el doliente (familiares, religiosos, vecinos, amigos, compañeros de trabajo....).
*En atención primaria, la tasa promedio anual de consultas al centro de salud resulta ser un 80% mayor entre los dolientes que en el resto de la población; en viudas el número de consultas se dispara en un 63% en los 6 primeros meses y en viudos se multiplica por cuatro durante los 20 primeros meses.
CRONOLOGÍA DEL DUELO
La enorme variabilidad del duelo depende de las características de la persona en duelo, su situación personal y antecedentes, de “quien” es la persona fallecida para el doliente, de las causas y circunstancias de su fallecimiento, de las relaciones sociofamiliares, y de las costumbres sociales, religiosas, etc. de la sociedad en la que vive. A pesar de toda esta enorme variabilidad se puede describir a grandes rasgos la evolución del duelo a lo largo del tiempo, para ello fragmentamos artificialmente el proceso de duelo en fases o períodos que reúnen unas características y nos ayudan a entender lo que sucede en la mente del doliente:
Duelo anticipado (pre-muerte). Es un tiempo caracterizado por el shock inicial ante el diagnóstico y la negación de la muerte próxima, mantenida en mayor o menor grado hasta el final; también por la ansiedad, el miedo y el centrarse en el cuidado del enfermo. Este período es una oportunidad para prepararse psicológicamente para la pérdida y deja profundas huellas en la memoria.
Duelo agudo (muerte y peri-muerte). Son
momentos intensísimos y excepcionales, de verdadera catástrofe psicológica,
caracterizados por el bloqueo emocional, la parálisis psicológica, y una
sensación de aturdimiento e incredulidad ante lo que se está viviendo. Es una
situación de auténtica despersonalización.
Duelo temprano. Desde semanas hasta unos tres meses después de la muerte. Es un tiempo de negación, de búsqueda del fallecido, de estallidos de rabia, y de intensas oleadas de dolor y llanto, de profundo sufrimiento. La persona no se da cuenta todavía de la realidad de la muerte.
Duelo intermedio. Desde meses hasta años
después de la muerte. Es un tiempo a caballo entre el duelo temprano y el
tardío, en el que no se tiene la protección de la negación del principio, ni el
alivio del paso de los años. Es un periodo de tormentas emocionales y vivencias
contradictorias, de búsqueda, presencias, culpas y autorrepoches,...
donde continúan las punzadas de dolor intenso que llegan en oleadas.
Con el reinicio de lo cotidiano se comienza a percibir progresivamente la realidad de la pérdida, apareciendo múltiples duelos cíclicos en el primer año (aniversarios, fiestas, vacaciones) y la pérdida de los roles desarrollados por el difunto (confidente, amante, compañero, amigo, esposa/o, hijo, pariente). Es también un tiempo de soledad y aislamiento, de pensamientos obsesivos. A veces es la primera experiencia de vivir en solitario, y es frecuente no volver a tener contacto físico íntimo ni manifestaciones afectivas con otra persona. Se va descubriendo la necesidad de descartar patrones de conducta previos que no sirven (cambio de status social) y se establecen unos nuevos que tengan en cuenta la situación actual de pérdida. Este proceso es tan penoso como decisivo, ya que significa renunciar definitivamente a toda esperanza de recuperar a la persona perdida. Finalmente los períodos de normalidad son cada vez mayores. Se reanuda la actividad social y se disfruta cada vez más de situaciones que antes eran gratas, sin experimentar sentimientos de culpa. El recuerdo es cada vez menos doloroso y se asume el seguir viviendo. Varios autores sitúan en el sexto mes el comienzo de la recuperación, pero este período puede durar entre uno y cuatro años.
Duelo tardío. Transcurridos entre 1 y 4 años, el doliente puede haber establecido un nuevo modo de vida, basado en nuevos patrones de pensamiento, sentimiento y conducta que puede ser tan grato como antes, pero sentimientos como el de soledad, pueden permanecer para siempre, aunque ya no son tan invalidantes como al principio. Se empieza a vivir pensando en el futuro, no en el pasado.
Duelo latente. A pesar de todo, nada vuelve a ser como antes, no se recobra la mente preduelo, aunque sí parece llegarse, con el tiempo, a un duelo latente, más suave y menos doloroso, que se puede reactivar en cualquier momento ante estímulos, recuerdos y evocaciones.
DUELO Y ATENCIÓN PRIMARIA DE LA SALUD
La atención primaria debería ser el nivel asistencial ideal para ayudar a las personas en duelo. En muchas ocasiones el médico asiste de su enfermedad al familiar fallecido, en el domicilio, estableciendo una relación especial con la familia en este periodo tan crítico para ella. En otras ocasiones, las mas habituales, el fallecimiento se produce fuera del domicilio y el doliente acude a su médico de familia con una confianza casi natural, porque ya le conoce y está habituado a mostrarle los aspectos más vulnerables de sí mismo, sabe que puede expresar sus emociones en un ambiente seguro y, a la vez, mantener una circunstancia social normalizada, que no implica el estigma de la psiquiatría.
El médico de familia es el único especialista del ámbito sanitario al que acuden normalmente los dolientes y el único que puede atender la morbilidad asociada al duelo, así como el dolor, la disfunción y la incapacidad ocasionados por el conjunto de circunstancias personales, familiares y sociales que conlleva el proceso del duelo.
Los dolientes, en general, pueden obtener ayuda por medio de consultas programadas, consejo médico, visitas domiciliarias.
Hay varias situaciones en las que la intervención está claramente indicada:
· El doliente pide ayuda expresa para su proceso.
· El profesional valora que la ayuda es necesaria.
· Existen varios predictores de riesgo asociados.
PREDICTORES DE RIESGO
La muerte siempre va asociada a circunstancias que se pueden desglosar en:
Este conjunto puede ser considerado normal, en el sentido de que no añade por sí mismo dificultades a las ya propias del duelo, o por el contrario puede complicarlo enormemente.
Predictores de malos resultados o de dificultades en la elaboración del duelo:
· Muertes repentinas o inesperadas; circunstancias traumáticas de la muerte (suicidio, asesinato),
· Pérdidas múltiples; pérdidas inciertas (no aparece el cadáver),
· Muerte de un niño, adolescente, (joven en general),
· Doliente en edades tempranas o tardías de la vida,
· Muerte tras una larga enfermedad terminal; muerte por SIDA,
· Doliente demasiado dependiente; relación ambivalente o conflictiva con el fallecido,
· Historia previa de duelos difíciles; depresiones u otras enfermedades mentales,
· Tener problemas económicos; escasos recursos personales como trabajo, aficiones,
· Vivir sólo; poco apoyo sociofamiliar real o sentido; alejamiento del sistema tradicional socio-religioso de apoyo (emigrantes),
· Crisis concurrentes, laborales, económicas, judiciales.
DUELO COMPLICADO
Para saber si estamos ante un duelo complicado nos pueden servir de ayuda los criterios diagnósticos siguientes:
Criterio A
Presenta a diario, al menos uno de los siguientes síntomas:
1. Pensamientos intrusivos -que entran en la mente sin control- acerca del fallecido.
2. “Punzadas” de dolor incontrolable por la separación.
3. Añorar -recordar su ausencia con una enorme y profunda tristeza- intensamente al fallecido.
Criterio B
Presenta a diario, al menos 5 de los 9 síntomas siguientes:
1. Estar confuso acerca de cual es el papel de uno en la vida, o sentir que se ha muerto una parte de sí mismo.
2. Dificultad para aceptar la realidad de la pérdida.
3. Tratar de evitar todo lo que le recuerde que su ser querido ha muerto.
4. Sentirse incapaz de confiar en los demás desde el fallecimiento.
5. Estar amargado o enfadado en relación con el fallecimiento.
6. Sentirse mal por seguir adelante con su vida (vgr. hacer nuevas amistades o interesarse por cosas nuevas).
7. Sentirse frío e insensible desde el fallecimiento.
8. Sentirse frustrado en la vida, que sin el fallecido su vida está vacía y no tiene sentido.
9. Sentirse como “atontado”, aturdido o conmocionado.
Criterio C
La duración de estos síntomas es de al menos 6 meses
Criterio D
Estos síntomas causan un malestar clínicamente significativo o un importante deterioro de la vida social, laboral u otras actividades significativas (vgr. responsabilidades domésticas) de la persona en duelo.
CUIDADOS PRIMARIOS DEL DUELO
OBJETIVOS GENERALES
· Prevención primordial: educar para la muerte y el duelo a no dolientes de la población general (charlas informales en asociaciones, conferencias en institutos, seminarios, talleres, guías).
· Prevención primaria: cuidar que la persona elabore su duelo de la manera más natural y saludable posible y procurar que no enferme.
· Prevención secundaria: detectar precozmente el duelo complicado, para poder establecer una terapia temprana y/o derivar a otro nivel, y realizar labores de seguimiento y/o soporte de personas con duelos complicados ya diagnosticados.
· Prevención terciaria: asumir -también- el seguimiento y/o soporte de personas con duelos crónicos, de años de evolución y secuelas de por vida.
ALGORITMO PARA TÉCNICAS DE CUIDADO
· Datos generales: edad y nombres del fallecido y doliente, fecha de fallecimiento, cumpleaños, etc.
· Datos sociofamiliares: genograma, relaciones familiares, amigos, situación económica, etc.
· Antecedentes personales: problemas de salud psicofísicos, elaboración de posibles duelos previos, coincidencia de otros problemas de trabajo, familia, amigos, etc., tiempo de convivencia y tipo de relación con el fallecido, etc.
· Evolución del proceso del duelo: causa y lugar del fallecimiento, conocimiento de la enfermedad, sentimientos que manifiesta como añoranza, culpa, rabia, ansiedad, tristeza, etc. y apoyo emocional de la familia.
Finalmente se hace un resumen de lo mas relevante en cada uno de los apartados explorados, resultando un “perfil de duelo” que servirá para orientar la intervención, priorizando los problemas detectados y además saber si estamos ante un duelo aparentemente normal o de riesgo.
Las técnicas de intervención generales son: Relación (R), Escucha (E), Facilitación (F), Informar (I), Normalizar (N), Orientar (O) (REFINO).
Construir una adecuada relación profesional con el doliente es el fundamento y el principio de todo. Una buena relación de cuidados se caracterizará por:
· Tener una estrategia, con unos objetivos centrados en el doliente y negociados con él, así como unas actividades encaminadas a conseguirlos.
· Producirse en un tiempo y en un espacio. Acordar un tiempo por sesión, una periodicidad (mas cercana al principio y progresivamente mas alejada) y un seguimiento (aconsejable el primer año, por lo menos).
· Desarrollarse entre iguales, en una teórica relación entre pares. Ambos se mantienen en el mismo nivel de poder, el profesional y el doliente son simplemente dos seres humanos que interactúan en un marco profesional de dispensación de cuidados.
· Realizarse en una dirección, es decir, que aunque es una relación entre iguales, hay una persona que ayuda (el profesional) y otra persona que recibe la ayuda (el doliente), y no a la inversa.
· Con empatía: el profesional trata de sintonizar con las emociones del doliente y además se lo hace ver, le hace ver que está “rozando” lo que siente.
· Ser genuina y auténtica, mostrando un interés por lo que nos cuenta la persona en duelo, tomando conciencia del sufrimiento del otro.
· Respetar, no dejar entrar en nuestra mente los juicios de valor que automáticamente se nos activan cuando tenemos una persona delante.
· Mantenerse dentro del marco profesional establecido. Subrayando las características “profesionales” de la relación para evitar malos entendidos y reacciones de transferencia-contratransferencia dramáticas (vgr. evitar ser un sustituto interino del que falta).
La escucha activa debe ser atenta, centrada e intensa; es una escucha del otro y de uno mismo:
· Es atenta, porque el profesional está con los cinco sentidos.
· Es centrada, debido a que se vive el aquí y ahora del momento.
· La escucha de nosotros mismos mientras estamos con el doliente, el conectarnos con nuestras emociones y tomar conciencia de lo que nos dicen.
En la atención de personas que sufren profundamente tenemos que recordar, casi de continuo, que: “yo soy yo... y el otro es el otro”. Lo mismo que no se puede morir con cada muriente... no se puede perder a nuestra pareja, nuestro hijo,... con cada doliente. También debemos tener en cuenta, que nos podemos impregnar de los sentimientos del doliente y saber que son de él, no nuestros.
Facilitar es favorecer la comunicación, esperar, tener paciencia, es también hacerle un espacio al otro (al doliente) y darle “permiso” con nuestra actitud y ese clima “seguro” que hemos creado, para que cuente lo que se le ocurra o exprese sus emociones más profundas. La tristeza, culpa, miedo, amor y alegría, serán partos más o menos fáciles, solo hay que estar y no interrumpir; mientras que la rabia siempre será un parto difícil.
Son técnicas facilitadoras de la comunicación: preguntas abiertas, baja reactividad, miradas, silencios, ecos, asentimientos, hacer resúmenes para resituar mentalmente al doliente y ayudarle a identificar sus emociones.
Informar al doliente es:
· Explicarle lo que hoy define la psicología occidental como el constructo duelo, pero siempre volviendo a insistir que lo suyo es “único” y que tiene permiso para sentir lo que quiera y cuando quiera.
· Aclararle que la evolución teórica del proceso es hacia el ajuste, que todos los seres vivos se adaptan instintivamente a las nuevas situaciones
· Orientarle sobre las dudas más habituales: “¿Es bueno ir al cementerio?, ¿y llorar...?, ¿y hablar siempre del muerto...?, ¿porqué ahora no me fío de nada ni de nadie, y porqué me parece todo distinto?, ¿porqué ahora tengo más miedo de morirme y a la vez quiero morirme?.
Normalizar es asegurarle al doliente que lo que siente, piensa y hace es totalmente normal y lo natural en su situación. Esto valida sus reacciones y sentimientos, los legitima, confirma, desculpabiliza.
Cuando normalizamos es mejor tomarnos tiempo y tener en cuenta la cadencia del encuentro; controlando nuestra reactividad, dejando transcurrir un tiempo entre el estímulo del doliente y la respuesta que damos.
Normalizaremos especialmente, que no se quiera olvidar, ni dejar de llorar, que se continúe hablando con él o que se refiera a él en presente.
Orientar es guiar, sugerir, aconsejar o incluso prescribir mediante instrucciones concretas determinadas conductas o rituales, y a veces lo contrario; por ejemplo, disuadir de una decisión precipitada,... “quiero vender esta vivienda, creo que aquí no puedo vivir, son muchos recuerdos, entro en casa y es como una losa que se me viene encima...”.
Como orientación general, conviene desanimar la toma de decisiones importantes durante el primer año, pero a la vez se debe fomentar la toma independiente de decisiones menores.
Hay que asesorar para la reorganización familiar, explicando que la pérdida de uno de los componentes de la familia lo trastoca todo,... interacciones, roles, espacios, normas, autoridad, poder, economía,... todo se tiene que renegociar y reconstituir.
Anticipación de fechas y situaciones. La anticipación de situaciones difíciles da sensación de control. Algunas fechas (aniversario de la muerte, cumpleaños, Navidades, Todos los Santos, etc.) son especiales y con ellas llegarán nuevos tirones de dolor que si han sido previstos, no sorprenden ni desmoralizan tanto al doliente.
El darse cuenta de lo que siente, en determinadas situaciones y saber porqué, también alivia. Así por ejemplo saber porqué, a veces, la gente hace como que no le ve (no saben qué decir, se sienten violentos), no le tratan como antes (ya no es pareja), o en las fiestas, fines de semana, vacaciones, lo pasa mal porque nota de forma mas intensa su falta y no encuentra cual es ahora su lugar...
Toma de decisiones, solución de problemas y adquisición de habilidades. A veces, la persona en duelo tiene un auténtico bloqueo cognitivo mezclado con miedo, su mundo se le ha venido abajo y todo puede ser extremadamente peligroso y difícil. En esta situación, es útil la ayuda en la toma de decisiones, comenzando con problemas sencillos, tratando de que la persona llegue a ser autónoma. Otras veces se trata de adquirir habilidades que ejercía su pareja (arreglar un enchufe, cambiar una lámpara, ir al banco, etc.). o de recuperar otras que tenía y que las ha perdido por la distribución de roles entre los dos. Cada logro en este sentido, supone una mejora de la autoestima.
Narración repetitiva de la muerte y contar historias. Hablar de la muerte alivia. La narración de un hecho trágico lo desdramatiza en parte. La descripción de los momentos finales, de la muerte, será espontáneamente reiterativa por parte del doliente. La repetición del relato pormenorizado de la muerte quita intensidad a la emoción, es catártico, lava, purga, abre la válvula de la emoción y además libera, ordena y estructura el pensamiento, hace de la muerte una parte de nosotros mismos, la normaliza.
Hablar del muerto alivia. La narración de retazos de la vida del difunto, recompone los vínculos y asegura que nunca se romperán, pero serán de otra manera. Con ello el doliente perfila lo que fue y lo que es, reflexiona, busca, y tiene la oportunidad de ver que los vínculos son ahora distintos, pero perviven. Puede hacer nuevas amistades, ilusionarse con los nietos, la vida... sin miedo, nunca se va a olvidar,... porque el olvido es imposible.
Prescripción de tareas y rituales. La prescripción es un contrato, concreto e individualizado, es una receta negociada previamente entre las partes, que compromete al doliente a su cumplimiento.
Se deben prescribir tareas realistas, de fácil cumplimiento, sobre todo al principio. El objetivo sería reestructurar la cotidianeidad con conductas saludables. Para empezar se puede prescribir salir todos los días para hacer las compras, andar un rato, sacar a pasear el perro,... esto le obliga a resocializarse a la vez que realiza una actividad saludable. Debemos evitar maneras de afrontar la pérdida, claramente perjudiciales como el sedentarismo, horas de televisión, el juego, el abuso de alcohol, tabaco. La conducta idónea sería aquella que tenía antes de morir su familiar.
Con la prescripción también se pueden controlar situaciones aparentemente incontrolables como los rituales, regulando por ejemplo las visitas al cementerio, el tiempo que dedica a hablar con el fallecido,... tratando de impedir que estas conductas sean invalidantes.
Hablar de los sueños y de las presencias: visuales, auditivas, táctiles. Los sueños están cargados de alegorías y representan el mundo vivencial del doliente, su abordaje aporta información sobre su estado emocional.
Las presencias (ver, oír o sentir que le toca el difunto) son descargas del cerebro, ante determinados estímulos, de parte de la información que tiene almacenada sobre el fallecido, es algo parecido al miembro fantasma (se siente aunque no está). Pasado el tiempo van desapareciendo progresivamente los fenómenos alucinatorios, pero la información no desaparece nunca y basta un estímulo lo suficientemente intenso, (aniversario,...) para provocar emociones olvidadas, incluso años después. Es importante hablar con el doliente de estos fenómenos, para normalizarlos y evitar la idea de que el difunto está interviniendo en su vida (pensamiento mágico), o pensar que se esta volviendo loco, ambas ideas muy presentes, por lo novedoso e intenso de las emociones que está viviendo.
Preguntas emocionales y preguntas terapéuticas. Las preguntas emocionales son las que tratan de atravesar las barreras defensivas y facilitan la comunicación. Son preguntas que rastrean las emociones y liberan parte de su tormenta interior.
Pueden ser un ejemplo las siguientes: “desde la última vez que nos vimos... ¿habías pensado en hablar hoy de algo que se te haya quedado olvidado?..., eso que te ronda a veces en la cabeza, y le das vueltas y vueltas,... ¿querías comentarlo conmigo?”; “¿cuando estás de noche, sin poder dormir, que pensamientos te vienen al a cabeza?”; “¿ha habido alguna fecha o se acerca alguna fecha significativa para el recuerdo?”, por ejemplo el cumpleaños, aniversario de boda, fin de año, fiesta de Todos los Santos,... ó “¿A veces crees estar volviéndote loca?”ó “¿En alguna ocasión, te ha parecido verle u oírle o que te ha tocado?” o simplemente un ”¿Cómo te sientes?”. Preguntar por lo que significan para él/ella las visitas al cementerio.
También es conveniente indagar sobre las ideas de suicidio y valorar si hay riesgo, si es algo concreto o sólo una idea fugaz, o la pérdida del “norte” existencial (propia del duelo), y qué cosas (frenos y anclajes) se lo impiden y le sujetan a la vida
Tópicos sociales al uso. Los tópicos sociales, provocan lejanía emocional y a veces enfado. Conviene evitar las frases hechas, las seguridades prematuras y los consejos no pedidos como: “te acompaño en el sentimiento”, “ya verás como... se te pasará con el tiempo”, “lo que tienes que hacer es... irte de vacaciones y olvidarte de todo”.
Muchas veces los tópicos son fruto del nerviosismo y del no saber qué decir, por eso puede ser mas adecuado verbalizar cómo nos sentimos: “no se qué decirte...estoy nervioso, esto también me afecta...”, o mejor todavía expresarlo de forma no verbal con un apretón de manos, una palmada, un abrazo, una mirada en silencio,... La comunicación no verbal es directa y sincera, transmite entendimiento y se capta fácilmente.
Psicofármacos. Medicalizar el duelo significa darle categoría de enfermedad, con todo lo que esto conlleva. Ante un duelo normal, es adecuado evitar tanto la “anestesia emocional” como la dependencia; así los ansiolíticos e hipnóticos conviene usarlos a demanda y por períodos cortos (vgr. a la hora de actos públicos) y a dosis mínimas.
En cuanto a la administración de antidepresivos, es difícil diferenciar la depresión mayor, de la tristeza propia del duelo, y cuando existen dudas (vgr. dolientes con síntomas depresivos persistentes) se puede probar su eficacia, ya que mejoran la depresión pero no la “pena” propia del duelo.
Pruebas complementarias: análisis, radiografías, electrocardiograma. El doliente, a pesar de tener ganas de morir, también tiene miedo a la muerte, a la enfermedad, al dolor, a pasar por lo mismo que su… y aquí tiene cabida la indicación razonable de pruebas complementarias, que tranquilicen y confirmen la salud.
Detección de complicaciones. Conviene estar atentos y vigilantes a las complicaciones del duelo y en caso necesario derivar al nivel especializado:
· Estilos de afrontamiento abiertamente autolesivos, como los compensadores químicos, que se ayudan de sustancias como alcohol, nicotina, psicofármacos u otras drogas, para tratar de evitar el dolor o adquieren conductas repetitivas, compulsivas, como el juego con máquinas o la adicción al trabajo.
· Aparición de morbilidad asociada: ansiedad, depresión, trastorno por estrés postraumático, fobias, crisis de angustia, etc.
· Sospecha de duelo patológico: intensa añoranza, culpa asfixiante, enfado continuo, deterioro de las relaciones con los cercanos,…
· Personas con varios factores de riesgo asociados, duelos ocultos, duelos límite.
Comunicación telefónica. El teléfono puede ser útil en el apoyo y seguimiento puntual entre consultas, especialmente ante una fecha significativa que se avecina y prevenir a tiempo una recaída.
Escribir. Para determinadas personas, el escribir, alivia, aclara y ordena sus ideas y emociones. El material generado se puede utilizar luego en las entrevistas, como un estímulo más para la comunicación. Se puede sugerir escribir acerca de “las cosas que le dirías y no le has dicho”, o “tener un diario escrito con tus conversaciones con él”.
Dibujar. El dibujo, del mismo modo que la escritura, es un medio de expresión que, en determinadas personas, permite conectar con sus emociones o sentimientos y que luego también se pueden comentar en la consulta.
Libros de autoayuda (biblioterapia). Se puede recomendar, en un momento dado y dependiendo del contexto, la lectura de un libro de autoayuda:
Elaborar un álbum de fotos o atesorar una caja con recuerdos. Un álbum de fotografías... o un cajón de recuerdos: un trozo de cabello..., una joya, una moneda..., una entrada de fútbol de aquella tarde..., cosas que no le sirven a nadie para nada, pero tan personales..., un auténtico relicario. Se puede hablar de verdaderas máquinas del tiempo programables con objetos de transferencia emocional.
Vídeos. Visualizar vídeos del fallecido añade la dimensión del movimiento y el sonido a la foto, todo parece más real, y sirve como las fotos o los recuerdos, para redimensionar la nueva relación con el muerto, autonegociar cómo se le va a recordar,... Se puede utilizar en las prescripciones e instruir un tiempo diario, semanal,... sería un tiempo privado, exclusivamente suyo y del muerto, o de alguien con quien lo quiera compartir.
Animales. En el duelo, los animales domésticos, a veces juegan un papel fundamental, enganchan a la vida, permiten expresar cariño, hablar de cosas que probablemente no se hablan con nadie, recuerdan al fallecido y permiten ponerse triste, incluso desahogar la rabia... "le doy cuatro gritos y poco después... tan amigos", al acariciarles se tiene el calor del contacto físico, y con el paseo se instituye la socialización obligada. En último caso siempre supone un tema de conversación al que recurrir cuando se quieren eludir otras cuestiones.
Internet. En Internet cada vez hay más recursos para las personas en duelo. Desde los “chats" de autoayuda en duelo hasta los cibercementerios en los que se pueden erigir verdaderos “monumentos” funerarios conmemorativos, pasando por psicólogos y asesores de duelo que desarrollan sus sesiones terapéuticas directamente “on line”, o páginas de apoyo al duelo, nacionales e internacionales.
Reestructuración cognitiva. La reestructuración cognitiva en el duelo es muy útil. Ayuda al doliente a identificar los habituales pensamientos automáticos que disparan sentimientos negativos asociados a la pérdida, del tipo “no podré conseguirlo,... me pondré a llorar y arruinaré el bautizo,... ya no sirvo para nada, qué pinto yo en este mundo, nada tiene sentido,...”, y se le enseña a pararlos mediante detención de pensamiento e inocular ideas positivas, como: “seguro que puedo, seré capaz, me contendré,... ahora puedo ayudar a mi hija, ella me necesita,... puedo hacerlo,... puedo vivir”, esto hará que se sientan francamente mejor y más capaces. Es una técnica muy rica por su sencillez e inmediatez.
Fantasías y visualizaciones dirigidas. Las fantasías y visualizaciones dirigidas, suponen imaginar una situación que se desea alcanzar, con rasgos positivos. El ejercicio se puede hacer durante unos minutos y si se hace con los ojos cerrados, mejoran los detalles y el nivel de concreción de la situación deseable, lo que redunda en mejores resultados. Generalmente se tratará de trabajar con las dificultades que presenta el doliente.
Metáforas. La metáfora es una analogía que identifica de forma imaginativa un elemento con otro, adjudica al primero cualidades del segundo. El hecho de plantear en una sola imagen (metáfora simple) o en una narración completa (en semi-cuento) que contenga la esencia del proceso de la persona, aporta representaciones que permitirán: elaborar emociones, transmitir mensajes (la narración contiene una especie de “moraleja” que el oyente interpreta situando lo que escucha en su propio marco de referencia) y crear imágenes que acompañan y “aconsejan” de forma simple, sintética y más allá de lo racional. Por ejemplo ”tras la muerte estás aturdido, es como si hubieras recibido un fogonazo en la cara y sólo ves una luz blanca... pero luego vuelves a ver poco a poco, como si salieras de la niebla, dándote cuenta de los detalles, de lo que has perdido de verdad y es cuando duele más o de manera distinta”.
ESTRATEGIAS DE INTERVENCIÓN
Sabemos que siempre que tengamos relación con un doliente, intervenimos en su duelo, querámoslo o no. Los Cuidados Primarios de Duelo que hemos comentado nos proporcionan una guía, un marco de referencia y un bagaje de habilidades que nos permiten trabajar con las personas en duelo y adaptarnos a sus necesidades.
Se comienza a intervenir en el duelo desde la fase de duelo anticipado, con la aplicación de cuidados paliativos de calidad y el apoyo a la familia en la fase inicial de duelo agudo.
Tras el fallecimiento (primer trimestre) siempre es conveniente tener un contacto con la familia ya sea una visita al domicilio, una llamada telefónica, una carta de condolencia o en última instancia la primera consulta. Utilizaremos entonces de forma rutinaria la técnica exploratoria, que nos orientará hacia el tipo de duelo que presenta el doliente y ofreceremos nuestra disponibilidad.
La evolución del duelo en un alto porcentaje de personas va a ser normal y no va a precisar mas ayuda que los recursos naturales de familia, amigos,… en estos casos es suficiente manejar las técnicas generales del REFINO, como una parte de nuestras habilidades de entrevista.
Si observamos alguna dificultad en la elaboración o factores de riesgo asociados se puede ofrecer ya sea una o varias entrevistas prolongadas, y si estamos ante un duelo más complicado se puede acordar con el doliente una intervención mas estructurada o valorar la derivación a salud mental.
La muerte es una crisis que afrontan todos los miembros de la familia, ya que impacta a todo el funcionamiento familiar. Como se ha visto en la evolución cronológica del duelo, hay momentos y fases precisos que por su peculiaridad, requieren de una atención especial, como son el Duelo Anticipado (antes del fallecimiento), la Agonía, el Duelo Agudo y el Duelo Temprano (desde el fallecimiento hasta los tres primeros meses).
La fase previa a la muerte de una persona (especialmente los enfermos oncológicos, la insuficiencias cardíacas o renales, la esclerosis en placas, las enfermedades neurodegenerativas, etc.) deja una honda huella en la memoria de toda la familia y será uno de los temas reiterativos a la hora de elaborar el duelo, por eso es importante que el cuidado del enfermo y su familia en esta fase sean eficaces, con el fin de que este recuerdo sea el mejor posible.
El objetivo de los cuidados en esta fase final de la vida se puede resumir en dos palabras: cuidar y ayudar a la despedida entre enfermo y familia.
Para el equipo sanitario, la asistencia a la fase final de la vida de un enfermo, supone una oportunidad para estrechar lazos con la familia. El equipo entrará a formar parte de los recuerdos de la familia y éstos quedarán impregnados por la valoración que haga de la labor del equipo. Así, el control adecuado o no de los síntomas, el diagnóstico temprano o no de la última enfermedad, el apoyo y la comunicación con el enfermo y la familia, etc., será la parte fundamental de esos recuerdos.
Para realizar una adecuada atención en esta fase, conviene tener en cuenta los siguientes aspectos:
Genograma. Es una herramienta fundamental para el trabajo en duelo ya que puede dar mucha información en poco espacio: composición familiar, recursos de la familia para el cuidado, pérdidas anteriores, miembros que viven en el domicilio, edad de los hijos, posibles conflictos familiares, existencia de minusvalías en alguno de sus miembros.
Comunicación con el enfermo y control de síntomas. Para hacer un buen control de síntomas es imprescindible hacer un abordaje integral y lograr una buena relación con el enfermo. No se trata de hacer algo por el enfermo, sino de hacerlo con él. El desarrollo de este aspecto junto con el control de síntomas son específicos de los cuidados paliativos primarios.
El control de síntomas va a ser un elemento fundamental en el cuidado del enfermo y dependiendo del grado de consecución de este objetivo así será la relación con el paciente y su familia. La influencia de este aspecto en el duelo va a ser importante, ya que es muy distinto el recuerdo del fallecido asociado a dolor, vómitos, insomnio, etc., que asociado a la dignidad de una persona con una buena calidad de vida.
Colaboración con la familia. Conviene inculcar en la familia, desde el primer momento, la idea de colaboración, "vamos a trabajar en equipo".
Informar a la familia sobre el diagnóstico y pronóstico. Suele ser útil realizar una entrevista con toda o parte de la familia con la idea de hacer un planteamiento general de la situación e informar sobre diagnóstico, pronóstico, previsibles cambios psicofísicos del paciente, plan de cuidados, disponibilidad del equipo, otros recursos, aclaración de dudas. También es una buena oportunidad para hablar de la comunicación de la familia con el enfermo, de su derecho a conocer el diagnóstico si lo desea, etc.
Familiar Responsable. Es conveniente tener, por lo menos, una persona de referencia en la familia, que asuma la organización de la asistencia al enfermo. A esta persona se le debe de prestar una atención especial, apoyarle y facilitarle todas las tareas burocráticas.
Además se debe explorar su salud psicofísica, asesorarle en el cuidado al enfermo, tratar que, en lo posible, reparta la responsabilidad del cuidado y que se busque períodos diarios de liberación de sus tareas. Preguntar regularmente cómo se encuentra y facilitar y normalizar la expresión de sentimientos como el cansancio, el deseo de que todo acabe.
Comunicar diagnóstico al enfermo. La negación es un mecanismo de defensa que se da fundamentalmente en el enfermo pero también sucede en la familia y si es muy intensa propicia la “conspiración del silencio”, que afectará a la capacidad de apoyo afectivo hacia el enfermo, así como a la colaboración con el equipo asistencial. Por todo ello es útil conocer la opinión de la familia sobre comunicar o no el diagnóstico al enfermo y trabajar para tener libertad en este aspecto, evitando que condicione nuestra relación con él. Hay que hacerles ver el derecho que tiene el enfermo a ejercer su capacidad de pensar, elegir, decidir y actuar basándose en sus propios valores y las ventajas de que sea el protagonista de su enfermedad.
Conviene dejar claro a la familia, que vamos a respetar los deseos del enfermo de conocer o no su enfermedad, queremos identificar lo que sabe y lo que quiere saber y no le vamos a mentir, ya que si le mentimos, además dejará de confiar en nosotros y rechazará nuestros cuidados. Hacerles ver que tenemos muchas formas de decir las cosas, que no mentir, no significa “soltar” el diagnóstico a la primera oportunidad, sino que se puede utilizar lo que llamamos la "verdad acumulativa", es decir, dar al enfermo la información que está dispuesto a asumir en cada momento.
Dar tareas. Es importante incorporar a la familia en el cuidado, decir a la familia las actividades que pueden realizar con el enfermo (comida, limpieza, movilización, dar la medicación, hacer curas,…). Esto va a facilitar la comunicación con él, también evitará el miedo que muchos familiares tienen a estar con el enfermo porque no saben qué hacer.
Se debe huir de la idea de que el cuidado de los enfermos es cosa de "profesionales" o del cuidador principal en exclusiva. Hay que implicar al mayor número de familiares posible en las tareas del cuidado, incluso si el enfermo está internado (pasar la noche con él, o hacer unas horas de cuidado, de compañía…),
El haber colaborado en los cuidados del paciente deja una sensación de "haber cumplido" que es gratificante y tranquilizadora, evita muchas culpas y facilita reconciliaciones.
Estimular la comunicación enfermo-familia. La comunicación de sentimientos enfermo-familia es útil para que el enfermo se sienta acompañado y la familia inicie su duelo anticipado que le será posteriormente de gran ayuda. También conviene resolver asuntos prácticos y emocionales pendientes que la familia incorpore la idea de que el tiempo se acaba y lo tiene que aprovechar para despedirse, para decir o hacer aquello que le gustaría a su familiar y que "no se quede en el tintero", porque de lo contrario le va a "pasar factura" en el duelo.
La familia debe saber que la “no comunicación” no existe, que incluso en el caso de no hablar con el enfermo, para nada, de su enfermedad, le están dando mucha información, a través del llanto a escondidas, la cara de preocupación o sufrimiento, sus gestos no controlados, el cambio que observa en el modo de comunicarse todos con él, el miedo que capta a sus preguntas, el observar que no se cuenta con él para el futuro, etc.
Hay que estimular en la familia una actitud hacia el enfermo más de escucha que de escape, quitar el miedo a sus preguntas y a sus reacciones emocionales. Que sepan que siente necesidad de la familia en todos los sentidos, incluido el emocional sobre todo ahora que se está planteando su muerte y que no es malo llorar juntos, si llega el caso.
Hay actividades muy recomendables, que facilitan la comunicación con el enfermo, por ejemplo, ver fotografías juntos, la lectura de algún texto de su agrado como novelas, libros religiosos… centrándose en los elementos positivos de los recuerdos, esto da un sentido a su vida y le reconcilia con el pasado.
También es importante el contacto físico con el enfermo, ya que es una posibilidad de comunicar sentimientos, que muchas veces no se pueden transmitir de otra forma (caricias, masajes, abrazos, tomarlo en brazos, acostarse junto a él, etc.).
Al final cuando el enfermo está desorientado o inconsciente, conviene seguir la comunicación con él, tocarle, acariciarle, hablarle, situarle en la actividad de la casa, horario, personas que le visitan, etc.
Valorar los cuidados. Conviene valorar los cuidados que la familia presta al enfermo, del modo más objetivo posible. Este reconocimiento externo, además de estimular el cuidado, alivia las inevitables culpas del duelo.
No culpabilizar. La actitud con la familia debe de ser mas de entender que de juzgar. Debemos evitar juicios de valor muchas veces negativos, siempre hechos desde nuestros valores y que no sirven de nada, excepto para complicar más el duelo.
LA AGONÍA
Preparar a la familia para la fase final: la agonía. La agonía es una fase con entidad propia. Es difícil decir cuando se inicia y cuánto va a durar, ya que hay tantas agonías como enfermos. Viene a ser la culminación de una situación de retracción de la conciencia, que lleva consigo una desconexión con el exterior. Se caracteriza por un deterioro físico evidente de día en día: mayor debilidad, somnolencia, a veces agitación, desorientación, desinterés, dejadez, anorexia intensa y fallo orgánico. La mayor parte de las muertes se producen con un psiquismo descendido hasta el coma. No es frecuente una agonía lúcida.
La mayor parte de los enfermos terminan por entregarse sin lucha. Es rara una agonía con angustia. El moribundo por lo general demuestra mayor tranquilidad, incluso una atenuación o cesación de las molestias y dolores.
En la agonía, la actividad muscular decrece y esto lleva a una hipotonía muscular generalizada que produce el "perfil afilado" y los "estertores agónicos" con o sin disnea acompañante. Estos estertores son debidos a la acumulación de secreciones, que el enfermo no tiene fuerza para expulsar y a la hipoexcitabilidad refleja para la tos.
Esta fase normalmente crea una enorme angustia y a veces los familiares se derrumban, ya no pueden mas, están exhaustos. Por esto es fundamental prepararles, informando de la posible evolución del proceso y de lo que pueden hacer, hablar de todos sus miedos y dudas, de cómo actuar. La familia debe de sentirse útil, saber qué hacer, en esta dura fase que le espera.
PREGUNTAS MÁS HABITUALES EN LA AGONÍA
· ¿Puede oírnos? El paciente sí puede oírnos. Por esto es importante que estén con él, que le hablen, que tengan cuidado con lo que dicen. Es conveniente que la habitación esté sin ruidos, con poca gente acompañando.
· ¿Se da cuenta de lo que pasa? Normalmente no, aunque hay pacientes que están totalmente conscientes hasta el último momento.
· ¿Le tenemos que dar de comer o de beber? El enfermo no siente hambre y no necesita comer, a no ser que él lo solicite. Se le pueden dar líquidos en pequeñas cantidades si está consciente y si no, humedecer la boca frecuentemente.
· ¿Le tenemos que seguir dando la medicación? Sí, se debe seguir sólo con lo imprescindible hasta el final, por ejemplo analgésicos u otra medicación para control de síntomas. Cuando no se pueda usar la vía oral, se puede usar la vía rectal o subcutánea.
· ¿Cuánto tiempo estará así? No lo sabemos con certeza, pero el final está cerca.
· ¿Qué pasa con los estertores? Explicar el porqué de los estertores y que no suponen un sufrimiento para el paciente, así como las previsibles fases de apnea posteriores.
· ¿Qué hacemos si se muere? Asesorar sobre quién debe de certificar la muerte, avisar a la funeraria, etc.
DUELO AGUDO Y TEMPRANO
Los momentos que rodean a la muerte de un ser querido, son de mucha intensidad emocional y tienen gran impacto en los familiares, pasando a ser parte de la historia familiar, por tanto muy a tener en cuenta para que faciliten en lo posible el duelo.
En ocasiones los profesionales y técnicos sanitarios están presentes en los momentos que rodean a la muerte de los pacientes. El clima emocional que envuelve la situación, inevitablemente impregna a todos y esto hace difícil la tarea.
Los objetivos de esta fase se pueden resumir en facilitar y normalizar respuestas emocionales y evitar la medicalización innecesaria.
Podemos preparar a la familia, haciéndoles ver la importancia de algunos aspectos que pueden ser tenidos en cuenta:
Estar presente cuando fallece. Es importante que la familia esté avisada con una cierta antelación de la proximidad de la muerte, cuando esto sea posible, para que esté presente y acompañe en estos últimos momentos al enfermo. Esta cercanía en los últimos momentos, es de gran ayuda en el duelo.
Preparar y despedirse del cadáver. Cuando estemos presentes en los primeros momentos tras el fallecimiento, podemos aconsejar sobre la preparación del cadáver (amortajar, vestir, limpieza, etc.). Hay que tener en cuenta que la familia en esta situación a veces está totalmente conmocionada, incapaz de pensar y puede que no tenga ninguna experiencia previa.
Normalizar expresiones de intensa emoción y facilitar a la familia todo el tiempo que necesite para estar con el cadáver y expresar si lo desean sus sentimientos (abrazarle, acariciarle). Normalizar cualquier tipo de manifestación con el cadáver, evitar los prejuicios sobre lo que es o no morboso, que muchas veces son mecanismos de defensa ante situaciones muy emotivas. Que sepan que la expresión del dolor y el afecto no va a ser perjudicial y sí puede serlo su represión.
La visión del cadáver no se debe de evitar a toda persona que lo desee, incluidos los niños.
Es aconsejable que los profesionales sanitarios, si han estado cuidando a ese enfermo, aunque no estén presentes en el fallecimiento, visiten a la familia y vean el cadáver, porque también ellos necesitan despedirse.
Evitar eufemismos. Conviene desde un primer momento y después, hablar ya de muerte, muerto, etc., acercando a la familia a la realidad de lo que ha ocurrido, pero siempre respetando el ritmo que ellos marquen. La comunicación verbal en estos momentos es difícil y quizá nos comuniquemos mejor con un apretón de manos, una mirada,…
Comentar los últimos momentos. La visita a la familia o la primera consulta tras el fallecimiento, es un buen momento para comentar cómo fueron los últimos momentos. Este relato así como la visión del cadáver, la asistencia a los funerales,... facilitan el reconocimiento de la realidad de la pérdida.
Orientación legal. A veces es necesario dar consejos de tipo legal a la familia que se encuentra totalmente bloqueada e incapaz de pensar. Avisar a la funeraria, organizar los funerales, certificados de defunción, seguros…
Normalizar reacciones - No medicalizar. Evitaremos en lo posible, el uso de psicofármacos.
Las expresiones de intensa emoción son normales (además hay que tener en cuenta la influencia cultural) y no perjudican a la persona en duelo. Sin embargo el tener a una persona totalmente anestesiada emocionalmente por efecto de los ansiolíticos, sí que puede ser perjudicial para recordar posteriormente esos momentos.
En esta fase el uso de psicofármacos puede ser a demanda y quizá en pequeñas dosis, por ejemplo a la hora de asistir al funeral. El insomnio es una manifestación habitual al principio, y si se prescriben hipnóticos no debe de ser de forma continuada, para evitar posibles adicciones.
Asistir a los funerales. Es recomendable que asista toda la familia, incluidos los niños a partir de los 5-9 años, a todos los actos que se realicen por el difunto. Estos rituales ayudan a tomar conciencia de lo ocurrido, son un fuerte apoyo para el doliente y suponen un reconocimiento social del sufrimiento.
Comunicación posterior con la familia. Telefonear a la familia 1 ó 2 semanas después del fallecimiento, para interesarse por su estado, responder a dudas, etc.; también se puede escribir una carta de condolencia. En algunos casos puede ser conveniente una entrevista con la familia o algún miembro de ella, con los siguientes objetivos:
· Valorar los cuidados ofrecidos por la familia al enfermo de la forma mas objetiva posible.
· Estar alerta ante ideaciones suicidas.
· Informar sobre la evolución habitual del duelo, haciendo previsión acerca de las dificultades que puedan surgir en el futuro.
· Aclarar dudas referentes a la muerte como causa de la muerte, si la atención fue o no correcta, si la enfermedad es hereditaria o no…
· Normalizar respuestas, evitar culpas.
· Reorientar falsas creencias que dificultan la expresión de sentimientos. ("mejor no recordar para no sufrir y olvidar", frente a "recordar y sufrir es el mejor remedio para olvidar" etc.).
· Aconsejar para que no se tomen decisiones precipitadas, como venta de propiedades, cura geográfica, tener otro hijo, etc.
· Ofrecer la posibilidad de futuras consultas.
CONCLUSIONES
· No hay suficiente evidencia como para hacer ninguna recomendación definitiva sobre qué tipo de intervención específica en duelo es más eficaz.
Es conveniente pensar siempre, que los elementos inespecíficos de cualquier encuentro terapéutico profesional como: establecer una buena relación, la escucha activa, la facilitación de la expresión emocional, la información sobre la situación, la normalización de las reacciones y la orientación en cuanto al futuro, son las técnicas generales de los cuidados primarios del duelo y son los que realmente hacen que funcione o no una terapia específica.
GUÍA PRÁCTICA PARA UNA SESIÓN DE APOYO EN LA ATENCIÓN DEL
DUELO
· Las sesiones en las primeras fases del duelo serán cercanas (cada dos semanas) ya que se trata de que afloren aspectos emocionales, relacionados con los recuerdos. Posteriormente se van espaciando (cada uno o dos meses), en la medida en que se abordan otros aspectos con menor componente emocional y mas relacionados con la vivencia actualizada de su situación, sus creencias y aspectos mas prácticos, como la recuperación de habilidades que le darán autonomía personal. Finalmente con sesiones aún más separadas (cada tres o cuatro meses), que llegan hasta pasado el primer año de duelo, se plantean aspectos del futuro, como la incorporación desde su nueva realidad a la sociedad, y el cierre de la relación con el profesional actuante.
· En cada sesión se aplicarán las técnicas generales. En las primeras fases de “vaciado emocional”, la relación, escucha y facilitación serán mas útiles y la información, normalización y orientación lo serán posteriormente. Junto a ellas y dependiendo de las circunstancias, las técnicas específicas de uso habitual, son herramientas complementarias muy útiles y las de uso especial, lo serán en situaciones muy concretas.
· Los contenidos de las sesiones los marcará la persona en duelo. La primera fase de duelo agudo se orienta al apoyo y acompañamiento para facilitar la verbalización y libre expresión de sentimientos y recuerdos. Posteriormente se prestará mas atención a sus creencias en relación con el difunto (lo que piensa, lo que siente, lo que hace etc.) y se fomentará una actitud crítica hacia ellas, mirándose desde fuera como un espectador. Finalmente se abordan las dificultades que tiene para integrarse de nuevo en su mundo, clarificando sus habilidades, utilizando los recursos de que dispone, fomentando las actividades lúdicas y las relaciones sociales, que deberán enfocarse desde otro contexto (vgr. ya no se es pareja porque uno de los dos ha muerto y esto dificulta o impide las relaciones con parejas nuevas), buscando crear nuevas relaciones, aprendiendo de nuevo a gozar sin sentirse culpable.
· El uso del tiempo a lo largo de las entrevistas, es un importante instrumento para elaborar las emociones, integrar las pérdidas y proyectar los cambios y metas a establecer en el futuro. Es por ello que conviene tener presente que hay que “recorrer” con el paciente tres espacios diferentes del tiempo, pero que confluyen en su proceso:
o El pasado: En cada entrevista, atender a la expresión de sentimientos, emociones y/o recuerdos (hablar de la muerte y del muerto).
o El aquí y ahora: Revisando, escuchando y/o analizando cómo el pasado se integra (o no), se asienta (o no) en el presente, y facilitando en lo posible la toma de decisiones apropiadas a la sana satisfacción de necesidades.
o El futuro: Cerrando la sesión con:
§ Un acuerdo-“contrato”-claro, concreto y simple que implique en el futuro (puede ser próximo o medio) la realización de conductas orientadas a la autonomía, integración social, conductas saludables.
§ Una visualización de sí mismo: imaginándose logros, situaciones de bienestar social, personal, etc. que resuelven la tendencia que a menudo estaba larvada de “lealtad” al ausente desde el mantenimiento del malestar. Imágenes o fantasías que transmitan en definitiva un “permiso” para sentirse progresivamente mejor en su propia vida.
DUELOS PATOLÓGICOS
El 20% de los que pierden
un ser querido tiene duelos patológicos. Son duelos largos, también llamados complicados. Hay algunas pistas biológicas de los cambios que se producen en
el cerebro de esas personas que experimentan angustia severa y se sienten
devastadas; Mary- Frances O'Connor,
de
Los que presentan duelos patológicos quedan
“colgados” de la imagen del fallecido por más de un año y son incapaces de
volver a la normalidad. Aún se desconocen las causas específicas, por otra
parte, la situación se vuelve patológica cuando se sufre también problemas de autoestima
y de identidad; se siente que al perder a un ser querido se pierde también una
parte de uno mismo al mismo tiempo. Así, el duelo se vuelve un proceso
interminable.
Son varios los factores que llevan al duelo
complicado, como el haber tenido una relación muy dependiente del fallecido,
enfrentar crisis económica, o haber perdido a otras personas recientemente.
Se sale del duelo exteriorizando los sentimientos. Aceptando que el otro no
volverá. Perdonar al otro por haberse ido y perdonarse a uno mismo por no haber
podido evitar la muerte. Hay que recordarlo con amor; lo peor es el silencio;
hay que hablar de la persona que murió.
LA MUERTE Y EL DUELO
(1, 7, 14, 16, 17, 38, 40, 43,
51, 54)
La muerte se bifurca en dos caras: el luto (o cara social, hacia
afuera) y el duelo (o versión íntima).
El duelo es la aflicción que siente la gente ante la pérdida de un ser querido o alguien importante. Existen muchos tipos de pérdidas y no todas se relacionan con la muerte.
El duelo también es un proceso de recuperación que lleva tiempo y que conduce gradualmente al alivio de la pena o la tristeza.
El duelo afecta a las personas de distinta manera de acuerdo con la situación y la relación establecida con la persona fallecida y las circunstancias en que ha muerto esa persona;
El proceso del duelo es muy personal, individual e intransferible y su manejo y resolución también es diferente.
La aflicción mejora gradualmente y se vuelve menos intensa con el tiempo.
La conciencia de la muerte nos hace madurar; la incertidumbre de la muerte nos humaniza al convertirnos en verdaderos humanos mortales.
Los únicos vivientes somos los humanos porque sabemos que dejaremos de vivir.
La muerte es personal e intransferible; la muerte es lo más individualizador e igualitario.
Lo fundamental de la muerte es que no podemos estar al resguardo de ella; ésta aunque no siempre sea probable, siempre es posible.
La palabra duelo,
deriva del latín dolus (dolor) y como hemos
dicho es la respuesta emotiva a la pérdida de alguien o de algo; se manifiesta
en el proceso de reacciones personales que siguen a un desapego.
El término luto, proviene del latín lugere (llorar), es el duelo por la muerte de una persona querida: se manifiesta con signos visibles externos, comportamientos sociales y rituales religiosos.
La intensidad del duelo no depende
de la naturaleza del ser perdido, sino del valor que se le atribuye en nuestra
vida.
El duelo tiene las siguientes
características: es inevitable; comporta sufrimiento: no se debe eludir el
itinerario necesario para reencontrarse con la vida; pospone y prologa el
dolor. En la elaboración del duelo, la palabra clave es "proceso", no
progreso o mejoría.
Hay
distintas etapas de un proceso de elaboración del duelo: entre las más
conocidas se encuentras las fases determinadas por Elisabeth Kubler-Ross ( 18 ):
- Repulsa: rechazo
de la verdad.
- Rebelión:
reconocimiento de la verdad.
- Negociación:
compromiso con la verdad.
- Depresión:
abatimiento ante la verdad.
- Aceptación: reconciliación
con la verdad.
Las más fuertes y prolongadas reacciones
se manifiestan cuando la muerte es imprevista. Aquí no hay tiempo para
programar o anticipar el suceso luctuoso y provoca un enorme shock en cuantos
conocían a la víctima. Puede dejar a las personas que lo sufren días o meses sumidas en una sensación de irrealidad. Puede dejar un hueco
tan grande que puede llegar a desestabilizar a una persona, ya que aquello que forma parte de cada uno,
le define como persona y aporta una base a su identidad. Por ello, ante los
múltiples cambios y la inestabilidad que producen las pérdidas es común
sentirse desubicado, perdido, con la sensación de no saber quién se es, de no
saber qué hacer.
Melanie Klein decía (17) que con la muerte de una persona el allegado ha perdido físicamente a
su ser querido, pero no ha perdido definitivamente a ese objeto amado. Se puede
volver a recuperarlo de otra forma sin la necesidad de su presencia o posesión
física. Esto se realiza mediante la incorporación psicológica de los aspectos
buenos de la persona perdida, a través del recuerdo y del afecto. Se daría con
ello una verdadera reinstalación del objeto bueno perdido dentro del propio
mundo interno de afectos. Esto es lo que psicológicamente denominamos duelo y
trabajo de duelo.
Existen diversos
factores que pueden influir en el proceso del luto: grado de parentesco; grado
de dependencia psicológica en relación con el difunto; presencia o no de otras
experiencias de duelo; presencia o no de factores culturales que permiten la
expresión del duelo, etc.
Las reacciones
normales ante una pérdida pueden ser: shock, expresión de los sentimientos,
represión y soledad, síntomas físicos de estrés, sensación de pánico,
sentimientos de rabia, parálisis de la actividad, desarrollo de la esperanza,
aturdimiento tras la pérdida, despecho, desorganización y desesperación por la
pérdida sufrida, reorganización y curación; es decir, que hay reacciones a
nivel físico, emotivo, mental, espiritual y social.
Se debe dar tiempo, a veces mucho tiempo, y confiar en los recursos que tienen las personas para salir adelante.
Es necesario aprender a vivir de nuevo, sin la persona que hemos
perdido, ya que sentimos que una parte de nosotros también ha muerto.
Hay varios
mecanismos psíquicos de defensa ante la muerte y son los siguientes:
Los mecanismos de
defensa tienen una función saludable en el desarrollo de las personas. El uso de uno u otro de estos mecanismos depende
de la situación y del sujeto. La finalidad no es removerlos o desmantelarlos, sino
el comprender su función.
Sugerencias para el que está de luto:
· Aprender a desapegarse. Desapegarse significa crear un espacio entre la muerte del ser querido y el reto de sacar adelante el propio proyecto existencial.
· Comunicar lo que se siente.
·
Tomar decisiones.: nunca se debe
abandonar el poder intrínseco de elegir qué actitud asumir ante los
acontecimientos.
·
La persona debe optar por vivir, una hora cada día, sin
preocuparse o dramatizar el mañana, ya que el desafío es reinstaurar un ritmo
cotidiano de vida de un modo sencillo.
· Ser paciente consigo mismo; esto no es fácil. Ser pacientes con nosotros mismos y soportar los cambios emocionales es ardua tarea. El esfuerzo para asumir nuevas tareas requiere la capacidad de relativizar los problemas, la disponibilidad para cometer errores, la fuerza de soportar frustraciones y soledad. Tras la experiencia la persona seguramente no será la misma, pues la pérdida habrá transformado su mundo para siempre, pero podrá ser incluso mejor, más humana y con mayor comprensión.
· Aprender a perdonar y perdonarse a uno mismo.
· Acudir a la propia fe. La imagen que se tiene de Dios entra en crisis tras la pérdida de un ser querido. La fe no protege del dolor, pero ayuda a afrontarlo.
· Creer en sí mismos.
· Entablar nuevas relaciones para reducir la soledad aunque no se pueda evitarla del todo.
· Volver a sonreír y comenzar a dar y darse.
El dolor por la pérdida de un ser querido es una de las experiencias más duras que los seres humanos tenemos que vivir; es el precio del amor.
No se puede crecer
sin sufrir. El dolor tiene diversos rostros: puede estar provocado por la
irresponsabilidad humana y por circunstancias fortuitas e imprevisibles, pero
está inscripto en la misma naturaleza
humana.
La dinámica del desprendimiento
es una constante de la vida humana. La persona crece en la medida en que acepta
creativamente el principio de la separación y de la pérdida como condición
necesaria para vivir. Nadie puede saber cómo reaccionará ante una pérdida hasta
que no se encuentra frente a ella.
Los duelos son
imprescindibles para nuestro crecimiento personal; las pérdidas son necesarias
para nuestra maduración y éstas a su vez nos ayudan a recorrer el camino;
madurar es aprender a soltar, a perder.
El término "duelo", como hemos dicho en otro lugar, se aplica a la reacción psicológica que presentan algunas personas ante una pérdida significativa. Es el duelo un sentimiento subjetivo provocado por la muerte de un ser querido y que conlleva un sentimiento de pérdida e implica, para casi todas las personas, vivir un luto que es la expresión social del comportamiento tras la pérdida. La expresión del duelo depende de las normas y expectativas culturales y de las circunstancias de la pérdida.
El duelo recuerda a la muerte y, por lo
tanto, tiene mala prensa. Van desapareciendo las manifestaciones externas del
duelo (el luto), que la sociedad tenía establecidas desde siglos para facilitar
al doliente la elaboración de la pérdida. Hoy, con frecuencia, las personas se
encuentran solas con su dolor y pena. Familiares y amigos deberían conocer las
fases que conforman el proceso del duelo para poder ser de ayuda a quien está
pasando por lo que supone una de las vivencias más trágicas para la mayoría de
las personas.
Habitualmente, cuando se habla de duelo,
de lo que se trata es de la muerte de un
ser querido pero el concepto es aplicable a otras pérdidas como la separación
de los cónyuges, la jubilación, accidentes con pérdidas de partes del cuerpo
con la vivencia de dolor psíquico ante un pérdida de este tipo ocurrida súbita
y accidentalmente. Según el impacto emotivo, desde el punto de vista de su
identidad, sexualidad, dignidad personal, relaciones familiares, etc., tiene un
significado que trasciende los factores funcionales o estéticos. Cualquier
limitación física es percibida como una amenaza para el propio bienestar y
suelen desencadenar un abanico de reacciones según la gravedad o intensidad del
mal.
La experiencia emocional de enfrentarse
a la pérdida la llamamos elaboración del duelo y conducirá a una adaptación a
la nueva situación. Cuando esta elaboración es inadecuada, ya sea por su
intensidad, duración o por la aparición de síntomas anormales nos encontramos
ante el llamado duelo patológico.
Hemos dicho que la pérdida física de una
extremidad o la pérdida de funciones, representa la pérdida de una parte de uno
mismo y representa, por tanto, reacciones de duelo; pero también somos llevados
al duelo cuando hemos escapado con vida a un genocidio; cuando debemos
adaptarnos y sobrevivir como emigrantes o exiliados; cuando hemos sobrevivido a
una catástrofe, a la guerra, a una victimización.
La última y definitiva pérdida es la muerte. De todas las
separaciones, la muerte es la más temida tanto si nos concierne a nosotros
mismos como a una persona querida. El don del nacimiento comporta la
inevitabilidad de la muerte como parte integrante de la vida.
Cuando se muere en edad avanzada hay un
sentido de mayor aceptación, porque la persona ha completado su ciclo
cronológico, por tanto es más dolorosa la muerte de una persona joven.
La presencia del proceso del duelo
conlleva manifestaciones
clínicas relevantes: humor depresivo, ansiedad, preocupación, sentimiento de incapacidad
para afrontar problemas y el futuro, y un cierto grado de deterioro en la vida
cotidiana. Pueden aparecer manifestaciones dramáticas o explosiones de
violencia y en los adolescentes pueden añadirse trastornos asociales. Ante la
reacción de pérdida pueden aparecer síntomas característicos del episodio
depresivo mayor. La sintomatología depresiva que sobreviene en una reacción de
duelo casi siempre está favorecida por una predisposición de la personalidad de
base, unida a las condiciones de vida y al modo de existencia.
A pesar de no ser un trastorno mental,
las consultas por duelo no son infrecuentes en la práctica clínica, lo que hace
necesario que los médicos deban estar preparados para la atención de este tipo
de situaciones. Toda consulta por duelo debe ser tenida en cuenta y valorada
cuidadosamente, para así definir el tipo de terapia a seguir y la necesidad o
no de una intervención especializada. Es importante tener presente que no todos
los duelos tienen una evolución normal y una resolución satisfactoria, y es
aquí donde el profesional de la salud debe estar capacitado para saber cuándo
un duelo se está desviando hacia lo patológico, requiriendo estar más atentos a
estos casos e interviniendo de forma oportuna y adecuada. También es importante
advertir que duelo no es sinónimo de depresión, pero que muchos duelos pueden
terminar provocando un episodio depresivo, y por ende la necesidad de instaurar
un tratamiento precoz, para evitar las complicaciones que pueda llevar un
episodio depresivo mal tratado, como por ejemplo, el suicidio. Por último, está
demostrada la relación entre duelo y psicopatología; es sabido que los duelos
insuficientemente elaborados o con una evolución anormal pueden dar lugar a
fenómenos psicopatológicos, generalmente a un episodio depresivo mayor, así
como también un trastorno mental establecido puede dificultar la elaboración de
un trabajo de duelo.
El elemento de lo desconocido se filtra
en la mayor parte de las experiencias de muerte, sin embargo, esto no
necesariamente va de la mano con el temor. Hay mucho que hacer, y no lo estamos
haciendo, por una persona agonizante en trance de morir. Para los dolientes,
comprender y reaccionar adecuadamente puede aligerarles el dolor, darles
bienestar, sosiego y paz.
El conocimiento y la prevención de los
actuales "jinetes de la muerte"
como el cáncer, el SIDA, las enfermedades cardíacas, los accidentes cerebrovasculares, el Alzheimer, la vejez, las agresiones violentas y los accidentes
puede ayudar a liberarnos del miedo a ese ámbito desconocido que lleva en
último término al autoengaño y a la decepción y no evita la muerte.
Agonía, muerte y duelo constituyen una
amplia gama de aspectos que circundan estas situaciones y que va desde los
aspectos legales, religiosos, culturales, hasta los de capacitación del
personal en orientación y apoyo emocional, para brindar una atención adecuada a
las personas que atraviesan por estos dolorosos momentos.
Dentro del vasto campo de la
humanización de la salud no puede quedar en el olvido la humanización de todo
cuanto rodea la última etapa de la existencia, envuelta muchas veces en un
exceso de burocracia y funcionalidad.
De todas las muertes que hemos
mencionado, la pérdida por
muerte de la pareja está situada en primer lugar entre los acontecimientos
vitales estresantes y se relaciona con el posible desarrollo de enfermedades
físicas graves de los sobrevivientes; por lo tanto es importante prestarle la
atención adecuada para evitar en lo posible los riesgos derivados de la
situación de pérdida y duelo.
ASPECTOS ETICOS Y FILOSOFICOS DE LA MUERTE
(16, 19, 22, 24, 51)
Las consideraciones acerca de la muerte son muy anteriores a la aparición del pensamiento filosófico. El pensamiento mítico, mágico y religioso continúa tratando de interpretar, explicar y responder a los problemas de los orígenes y últimos fines de la vida humana.
La
muerte continúa siendo una incógnita no resuelta y son válidas muchas de las
preguntas más antiguas que se han hecho acerca de ella. La muerte ocupa un
importante lugar en la vida y en el pensamiento de los hombres.
Desde hace bastante tiempo, el carácter sagrado de la vida se ha visto cuestionado por el concepto de calidad de vida, ya que se acepta de hecho que hay un cierto nivel de vida no deseable.
Existen
dos posturas irreconciliables respecto al carácter de la vida: el biologicismo que idolatra la vida por encima de cualquier
otra consideración y que por tanto defendería a toda costa la vida y el
elitismo que distinguiría entre persona humana real y ser biológicamente
humano, lo que llevaría a discutir en qué casos se pueden considerar ciertos
seres personas reales o no.
Continúa
el debate en torno a la interpretación del concepto tradicional del carácter
sagrado de la vida y el concepto más reciente de la calidad de vida. Mientras
que la tradición del carácter sagrado de la vida tiene profundas raíces
históricas y en general, se entiende que implica la conservación de la vida
siempre que sea posible, la noción de la calidad de vida es de cuño más
reciente. A veces se piensa que el carácter sagrado de la vida exige mantenerla
a toda costa; por otra parte se piensa que el concepto de calidad de vida
requiere dejar siempre de lado el carácter sagrado de esta cuando existe un
conflicto entre los dos principios.
El
derecho de la sociedad a intervenir en el proceso de morir, cosa que se está
dando cada vez con más fuerza e intensidad, pretende justificarse por el
principio utilitarista de relación entre costos y beneficios, en una política
sanitaria que afirma que la no intervención médica en una determinada
enfermedad atendible dentro del sistema público, o la no utilidad social de
determinadas prestaciones sanitarias porque no incide sobre la calidad de vida
del paciente.
La
batalla más decisiva para el futuro de la sociedad está en que la medicina siga
siendo un servicio para todos los hombres y cada hombre individual, incluidos
incurables y moribundos, o que se convierta en un instrumento de ingeniería
socioeconómica al servicio de no se sabe de quiénes.
Existen
tres temores ante la muerte: el temor ante el evento mismo, el temor a lo que
hay después, el temor a lo que se deja.
El
paciente grave que se supone morirá pronto tiende a ser aislado, alejado de sus
compañeros de sala y en ocasiones de su familia, pensando en evitarles el
enfrentamiento con una experiencia vital que nos asusta: la muerte. La
enfermera lo visita cuando debe realizar los controles o tratamientos de
rutina. Se centra en la ejecución de técnicas y evita la relación interpersonal
quizás por temor, porque muchas veces no está preparada para permanecer junto
al paciente que muere, es el papel no aprendido en nuestra sociedad.
El
cuidado del paciente moribundo conlleva aspectos éticos que todos deberíamos
conocer y practicar, para que hasta el último momento de su vida el enfermo
reciba la atención que merece por su condición humana y para poder morir con dignidad.
ENSAÑAMIENTO
o
ENCARNIZAMIENTO TERAPÉUTICO
“Si los
profesionales de la salud no son esclavos del paciente tampoco son sus dueños”
El intento médico de prolongar la vida,
por medio de complejas tecnologías, en pacientes con estados irreversibles,
debe encaminarse a mitigar el dolor y el sufrimiento del paciente para lograr
una muerte digna. La obstinación terapéutica es un error ético y una falta de competencia.
Hay
dos tipos de ensañamiento terapéutico que hay que evitar: el consistente en
querer prolongar la vida a toda costa y el eutanásico, que decide rápidamente
que lo mejor para el enfermo es la muerte
La
renuncia a medios extraordinarios o desproporcionados, no equivalen al suicidio
o a la eutanasia, expresa más bien la aceptación de la condición humana ante la
muerte.
El
criterio válido para algunos médicos que “mientras haya un soplo de vida hay
esperanza” a conducido a implantar la distanasia, la
prolongación injustificada de la agonía en enfermos en quienes la medicina ya
no tiene nada que ofrecer.
El
acto mismo de morir se ha prolongado, se ha hecho científico, porque la mayoría
de las personas muere en centros hospitalarios; se ha hecho además pasivo,
puesto que en muchas partes, los médicos de acuerdo con los familiares toman
las decisiones sin contar con el paciente; se ha hecho profano, ya que los
servicios religiosos tienden a desaparecer de los centros hospitalarios y se ha
hecho aislado pues el enfermo muere solo
y abandonado.
La
muerte se está hospitalizando, y ya el mayor porcentaje de los pacientes muere
en los hospitales alejados de sus seres queridos, en estado de aislamiento y
soledad, con tubos en todos los orificios y agujas en las venas.
Un sociólogo estadounidense llama pornografía
de la muerte a este fenómeno de manipulación y disfrute de la muerte por parte
de la sociedad de consumo.
Curiosa
contradicción la de este mundo globalizado postmoderno, que genera una
respuesta a la muerte que quiere pasar por alto la muerte real y a la vez abusa
de su imagen en forma de juego y violencia a través de los medios de
comunicación. Como un símbolo de este ocultamiento social de la muerte puede
entenderse el intento cada vez más difundido en diversos países del mundo de
disimular la muerte lo más posible, maquillando los cadáveres para dar a los
presentes en los velatorios la sensación de que los muertos no están muertos.
La medicina ha ido alejándose del confort y del deseo del paciente.
Muchos
médicos consideran aún que su trabajo
está limitado a salvar vidas y no a preocuparse por las condiciones de confort
de sus pacientes.
Es deber
del médico curar y aliviar en la medida de lo posible el sufrimiento, teniendo
siempre a la vista los intereses de sus pacientes.
El
médico debería abstenerse de utilizar o emplear cualquier medio extraordinario
que no reportara beneficio alguno al
paciente. Por ejemplo, la resucitación cardiopulmonar no debe practicarse en enfermos en la etapa final de sus
padecimientos, ni en enfermos con severo deterioro de sus funciones cerebrales
(en estado vegetativo persistente o demencia senil avanzada), ni en aquellos
que hayan expresado su deseo de no recibir tal tipo de tratamientos.
Virchow (1821 – 1902), creador de la teoría de la patología celular, subrayó el origen social de la morbilidad, por lo que cada vez más se preconiza en el mundo la posibilidad de facilitar al hombre morir con dignidad en el hogar y rodeado de su familia y su médico.
(460 –
"JURO POR APOLO médico
y por Asclepio y por Higía y
por Panacea y todos los dioses y diosas, poniéndoles por testigos, que
cumpliré, según mi capacidad y mi criterio, este juramento y declaración
escrita:
TRATARÉ al que me haya
enseñado este arte como a mis progenitores, y compartiré mi vida con él, y le haré
partícipe, si me lo pide, y de todo cuanto le fuere necesario, y consideraré a
sus descendientes como a hermanos varones, y les enseñaré este arte, si desean
aprenderlo, sin remuneración ni contrato.
Y HARÉ partícipes de los
preceptos y de las lecciones orales y de todo otro medio de aprendizaje no sólo
a mis hijos, sino también a los de quien me haya enseñado y a los discípulos
inscritos y ligados por juramento según la norma médica, pero a nadie más.
Y ME SERVIRÉ, según mi
capacidad y mi criterio, del régimen que tienda al beneficio de los enfermos,
pero me abstendré de cuanto lleve consigo perjuicio o afán de dañar.
Y NO DARÉ ninguna droga
letal a nadie, aunque me la pidan, ni sugeriré un tal uso, y del mismo modo,
tampoco a ninguna mujer daré pesario abortivo, sino que, a lo largo de mi vida,
ejerceré mi arte pura y santamente.
Y NO CASTRARÉ ni siquiera
(por tallar) a los calculosos, antes bien, dejaré esta actividad a los
artesanos de ella.
Y CADA VEZ QUE entre en
una casa, no lo haré sino para bien de los enfermos, absteniéndome de mala
acción o corrupción voluntaria, pero especialmente de trato erótico con cuerpos
femeninos o masculinos, libres o serviles.
Y SI EN MI PRÁCTICA médica,
o aun fuera de ella, viviese u oyere, con respecto a la vida de otros hombres,
algo que jamás deba ser revelado al exterior, me callaré considerando como
secreto todo lo de este tipo. Así pues, si observo este juramento sin
quebrantarlo, séame dado gozar de mi vida y de mi arte y ser honrado para
siempre entre los hombres; más, si lo quebranto y cometo perjurio, sucédame lo
contrario".
(1135 – 1204)
“TODOPODEROSO:
con toda tu sabiduría creaste el cuerpo humano. Unificaste en él diez mil veces
diez mil miembros, que sin cesar actúan para mantener armónicamente el bello
conjunto, la envoltura del mortal. Sin cesar obran en perfecto estado, en
concordancia y en paz.
Pero en
cuanto aparece la enfermedad de la materia o la disgregación por las pasiones y
se turba el orden, vacila la paz, nace un conflicto entre todas las fuerzas y
el cuerpo se deshace en el polvo primario, entonces envías al hombre mensajeros
benéficos, dolencias que le advierten el peligro que se avecina y lo instigan a
apartarlo de sí.
Tu tierra,
tus ríos, tus montañas los has bendecido dotándolos de medios curativos, para
que pudiesen amortiguar los sufrimientos de tus criaturas y sanar sus
enfermedades. Y al hombre le diste inteligencia para comprender el cuerpo
humano, para conocer su norma y sus trastornos, para extraer de sus escondrijos
aquellos medios curativos, para descubrir su poder, para prepararlos y
aplicarlos a cada enfermedad.
También a
mí me ha elegido tu eterno designio para estar alerta y velar por la vida y la
salud de tus criaturas. Ahora me dispongo a cumplir la tarea de mi profesión.
Asísteme, Todopoderoso, para que tenga éxito en esta gran empresa; pues sin tu
ayuda el hombre no logra ni lo más pequeño. Que me inspire el amor al arte y a
tus criaturas. Que en mi afán no se mezcle la ansiedad de dinero, el anhelo de
gloria o fama; pues estos son enemigos de la verdad y del amor al hombre, y me
podrían llevar a errar en mi gran tarea de hacer el bien a tus criaturas.
Conserva las fuerzas de mi cuerpo y de mi alma para que siempre y sin desmayo
esté dispuesto a auxiliar y asistir al rico y al pobre, al bueno y al malo, al
enemigo y al amigo. En el que sufre hazme ver solamente al hombre. Alumbra mi
inteligencia para que perciba lo existente y palpe lo escondido e invisible.
Que no descienda y entienda mal lo visible, y que tampoco me envanezca porque,
entonces, podría ver lo que en verdad no existe. Porque sutil y apenas
perceptible es el límite en el gran arte de preservar la vida y la salud de tus
criaturas.
Haz que mi espíritu esté siempre
alerta; que junto a la cama del enfermo ninguna cosa extraña turbe su atención,
que nada lo altere durante sus trabajos silenciosos, porque grandes y sagradas
son las indagaciones para conservar la vida y la salud de tus criaturas. Que
mis pacientes confíen en mí y en mi arte; que obedezcan mis prescripciones e
indicaciones. Arroja de su lecho a todos los curanderos y la multitud de
parientes aconsejadores y sabios enfermeros, porque se trata de personas
crueles que con su palabrerío anulan los mejores propósitos del arte y a menudo
traen la muerte a tus criaturas.
Cuando
artistas más inteligentes quieran aconsejarme, perfeccionarme y enseñarme, haz
que mi espíritu les agradezca y obedezca: grande es el dominio del arte. Pero
cuando tontos pretenciosos me acusen, haz que el amor al arte fortifique
plenamente mi espíritu para que con obstinación sirva a la verdad sin atender a
los años, a la gloria y a la fama, porque el hacer concesiones traería muerte y
enfermedad a tus criaturas.
Que mi espíritu sea benigno y suave
cuando camaradas más viejos, haciendo mérito de su mayor edad me desplacen y
befen, y befándome me hagan mejor. Haz que también esto se convierta en mi
beneficio, porque conozcan algo que yo no sé, pero que no me hiera su
engreimiento; son viejos y la vejez no es un freno para las pasiones. También
yo espero envejecer aquí sobre la tierra bajo tu mirada, Todopoderoso. Hazme
humilde en todo pero no en el gran arte. No dejes despertar en mí el
pensamiento de que ya sé lo suficiente, sino dame fuerza, tiempo y voluntad
para ensanchar siempre mis conocimientos y adquirir otros nuevos. El arte es
grande, pero también la inteligencia del hombre cava cada vez más hondo.
Todopoderoso:
en tu gran bondad me elegiste para velar sobre la vida y la muerte de tus
criaturas. Ahora me dispongo a cumplir la tarea de mi profesión. Asísteme para
que tenga éxito en esta gran empresa, pues sin tu ayuda el hombre no logra ni
lo más pequeño”.
MUERTE Y RELIGIÓN
(1,2,13, 14,19,22, 24)
Es y será
muy difícil que la persona humana logre
superar las eternas contradicciones que se establecen entre la rigidez del
pensamiento y la libertad intelectual; entre el juego congruente o disociado de
una tabla de valores consustanciada con la dignidad del hombre como persona
y con la sociedad en que se vive; entre lo rutinario, estereotipado y
dogmático con lo que se supone científico, verdadero y asible; entre las
creencias sin sustento y las convicciones profundas de la religiosidad
entendida como unión y compromiso con Dios y la religio
con los semejantes.
Hay
contradicciones antiguas y casi insolubles como es el caso de la muerte que en
los Salmos y en el Corán aparece como parte de la vida, como acontecimiento
natural; en todo caso el hombre sabe que va a morir y también cuándo como
afirma la psicología.
“La herencia hebreo-cristiana, que tanto elogia el dolor, no ayuda mucho. Si no recuerdo mal, en toda la Biblia no suena ni una risa. El mundo es un valle de lágrimas, los que más sufren son los elegidos que suben al Cielo” (Eduardo Galeano).
Alguna
filosofía define al hombre como un ser para la muerte aunque en la tradición
religiosa judeocristiana el hombre es un ser para la vida aunque deba morir.
La
concepción cristiana concibe a la muerte como liberación seguida de una
apertura a una nueva vida. La primera resurrección que fue la de Cristo,
teológicamente, es seguida por miles de resurrecciones; con ello se construye
una renovada esperanza ante lo doloroso e ineluctable de la muerte.
La
exaltación de la “otra vida” por la religión cristiana y también por la
musulmana, hizo que a lo largo de una dilatada historia los hombres renunciaran
a la gratificación, el placer, el bienestar,
la riqueza y a tantas otras cosas en vida. El dolor, el sacrificio, la
austeridad extrema, el temor a Dios eran los caminos seguros para conseguir una
elevación espiritual cuyo objetivo era ingresar a otro mundo espiritual donde las
almas allí reunidas usufructúan eternamente de las condiciones de vida de un
Edén.
Es muy
difícil aceptar la sola idea espantosa de que la muerte es lisa y llanamente el
cese de la vida de manera absoluta, definitiva e irreversible.
El
consuelo radica, entonces, en la firme creencia y convicción de que la muerte
es el tránsito hacia otra vida o la
recuperación de la vida perdida a través de la resurrección o la reencarnación.
El
judaísmo privilegia el amor a la vida, a esta vida, sin haber perdido nunca su
sentido de trascendencia, la glorificación de Dios y el respeto por la Ley.
Una cosa
es manifestar respeto por la muerte y por los muertos y otra avalar y sostener
el culto a los muertos y la parafernalia de su tratamiento inmerso en el
“negocio” de la muerte.
Cuando
comenzó la expansión del cristianismo después de rezar judíos y cristianos,
durante más de veinte años después de la Crucifixión en las mismas sinagogas,
ya circulaban en Israel, desde antes de Jesús, las doctrinas sobre la resurreccción, el más allá y el Juicio Final.
El
judaísmo no se interesa en averiguar qué acontece después de la muerte; no
pregunta sobre la esencia o las características de Dios. El judío dialoga con
Dios, se vincula con Dios y acepta que la infinitud de Dios escapa a la
comprensión humana. El cristianismo, en cambio, ha trabajado con los
“misterios” y estableció la encarnación de Jesús, la Santísima Trinidad y el
rol de cada uno de los Santos. De todos modos, en lo básico, el judaísmo y el
cristianismo tienen enormes coincidencias.
Trascendemos,
es decir, seguimos “vivos” si no somos olvidados y no somos olvidados si hemos
realizado en vida buenas obras (obras son amores). Para otros, trascendemos en
una vida eterna, la otra vida que no tiene muerte, que se prolonga indefinidamente
y se perfecciona cada día, en que el alma inmortal retorna a Dios tras la
muerte.
Quien no
encuentra sustento en la fe está preso de sus angustias y sus conflictos, ve
entorpecida e irresuelta la solución de sus problemas espirituales y debe generar
fortalezas en vida para consolarse de los sufrimientos que seguramente tendrá.
Ante el
sufrimiento, el dolor y la muerte todas las religiones consuelan, acompañan,
contienen y dan fuerzas para sobrellevar el propio calvario.
MUERTE Y GEOGRAFÍA DEL HAMBRE
(5, 57,
58)
El riesgo social de la mayor parte de los habitantes de Indoamérica (Latinoamérica; Iberoamérica) es inconmensurable; su pobre desarrollo humano, económico, cultural, tecnológico de sus mayorías se debe a la pobreza, a la poca educación y fundamentalmente al hambre.
Un país como la Argentina, gran productor de alimentos y capaz de dar de comer a una población de 380 millones de habitantes (tiene sólo cerca de 40 millones de habitantes), que produce más de 2.500 millones de litros de leche fluida al año, más de 8.000 millones de litros de leche para subproductos, tiene más de 50 millones de cabezas de ganado, se cazan más de 2 millones de liebres al año y se crían más de 350 millones de pollos, se cosechan miles de toneladas de cereales y oleaginosas, se negocian en el mundo más de 15.000 millones de dólares sólo en productos de la cadena agroalimentaria; los ciudadanos tienen su dinero puesto en el exterior cuya cuantía es mayor que el monto total del PBI del país y se siguen fugando capitales que no retornan para inversión genuina para la Argentina con dinero que poseen los argentinos, el 80 % de los hogares consume lo indispensable concentrando sus compras en un grupo de alimentos básicos y de primera necesidad, un 20 % de privilegiados comen alimentos no indispensables y están obesos y enfermos, los fondos asignados a gastos sociales son cuantiosos pero no llegan adecuadamente a la gente; la desnutrición infantil y la de los adultos mayores todavía alcanza cifras muy importantes.
Nada de esto es de extrañar ya que el 20 % de la población mundial más rica gana 78 veces más que el 20 % más pobre.
Como si esto fuera poco, en nuestros países en vías de desarrollo hay una alta tasa de natalidad con alta tasa de morbimortalidad infantil y una creciente y elevada tasa de envejecimiento poblacional.
Las diferencias globales entre ricos y pobres, dentro de los propios países han crecido notablemente desde hace años. El aumento de la brecha se debe a pobreza por ingresos, mala salud, analfabetismo, insuficiente escolarización, exclusión social, falta de participación popular en el ejercicio del poder político, discriminación por género, étnica, por edad y clase social.
Las mujeres pobres de nuestra tierra enfrentan un riesgo de muerte durante el embarazo y el parto 600 veces superior a las mujeres adineradas, educadas y protegidas del mismo país o de otros países desarrollados.
La mala salud, el hambre crónica, la escasa educación reduce las capacidades personales, rebaja la productividad, aminora los ingresos, perjudica el rendimiento económico personal y del país y reduce la esperanza y la calidad de vida de modo insostenible, en forma desgarradora y sin esperanza, conduce a la muerte, a miles de muertes sin nombre, desconocidas, a la muerte social que no parece ser noticia para nadie.
Los programas sociales no han servido todavía para frenar la caída de muchos miembros de la población bajo la línea de pobreza e indigencia, la mejoría es acotada y relativa y se hace muy difícil sacar a numerosas familias de esa condición; la canasta básica de alimentos, bienes y servicios sigue aumentando su coste en forma progresiva; los salarios y los haberes previsionales siguen perdiendo poder adquisitivo.
Miles de niños mueren diariamente, millones al año, a causa de enfermedades relacionadas con el hambre mientras que la tasa de crecimiento demográfico aumenta en los países en vías de desarrollo sin que se asegure que la muerte no segará estos millones de vidas.
Las perturbaciones en los aspectos relacionales de las comunidades y el medio ambiente físico son gravísimas, están destruyendo el ecosistema y esto garantiza muerte masiva y segura a mediano y largo plazo.
Por desgracia, como hemos visto, los excedentes alimentarios y el hambre suelen darse simultáneamente, debido a que los pobres no tienen dinero para comprar suficientes alimentos en cantidad y calidad nutricional, aunque éstos sobren. Los precios bajos de los alimentos no eliminan el hambre pero los precios altos aumentan el número de personas que padecen hambre aunque se incremente la producción alimentaria.
Los gobiernos difícilmente publican las cifras o las estadísticas de la cantidad de habitantes que mueren por falta de alimentos; generalmente se trata de ocultar esa señal evidente de deterioro social. Los gobiernos achacan las muertes a la “enfermedad”, soslayando que las personas que padecen desnutrición no suelen morir por hambre sino debido a complicaciones infecciosas por los sistemas inmunológicos debilitados al igual que nuestros “retardados mentales” se originan en el hambre y la desnutrición de la madre durante el embarazo y continúa con el hambre y la desnutrición del niño.
La desforestación sumada a la quema de combustibles fósiles añade miles de millones de toneladas de carbono al de por sí devastado medioambiente; dentro de algunos años los habitantes de los países en vías de desarrollo carecerán de un suministro razonable de madera y de buena calidad de oxígeno atmosférico.
Los economistas, cuando hay bonanza, suelen confundir a la población anunciando indicadores económicos favorables tales como el producto nacional bruto per cápita en ascenso comparativo (= producción anual total de bienes y servicios de un país) con el índice de calidad de vida, así emiten juicios de valor muy arriesgados que además no condicen con la pobre calidad de vida de las mayorías.
La pobreza y el hambre matan, fomentan la inestabilidad política, merman la gobernabilidad y la estabilidad de las sociedades. El regreso a la discriminación étnica, el rechazo por los inmigrantes en un contexto globalizado en que los recursos no son abundantes, con un serio deterioro medioambiental y una masiva desigualdad económica prometen, si no conseguimos subsanar estos y otros problemas de nuestra humanidad a tiempo y en forma, verdaderos quebrantos para nuestras sociedades.
Los debates y los aspectos principistas del carácter sagrado de la vida humana parecen no encajar con la realidad que intentamos describir y con la atmósfera de muerte anunciada que se cierne sobre millones de seres humanos que no puede justificarse de modo alguno.
Sigue siendo la muerte masiva a causa del hambre la evidencia del desastre que la humanidad no parece advertir y que sigue negándose a aportar enérgicas soluciones.
El elevado consumo de los países ricos y la excesiva dependencia de tecnologías ecológicamente nocivas, sobredimensionan el efecto hambre.
La injusta distribución de la riqueza constituye una de las causas del hambre que se padece actualmente, si bien una redistribución de los recursos alimentarios aliviaría el hambre de los más y en gran medida.
La humanidad, en esta posmodernidad, se ha convertido en una fuerza global y arrolladora que amenaza la habitabilidad de la Tierra y pone un enorme interrogante acerca de la posibilidad de sostener a la civilización; estamos dilapidando nuestro patrimonio bajo el eufemismo del llamado progreso.
REFLEXIONES ACERCA DE LA MUERTE
(20, 21, 54, 55,57)
A través de reflexiones propias y tomando aspectos que se refieren a ella, parafraseando libremente a uno de los grandes escritores en nuestra lengua como Antonio Machado, se nos ocurre decir que el temor por el futuro o el de carecer de él, genera el temor a seguir viviendo.
A cualquier edad, la autopercepción de las condiciones del estado y el grado de operatividad de la actividad de la voluntad es un recurso útil y conveniente para autoimpulsarse a caminar por la vida aunque se esté esperando la muerte.
Las experiencias afectivas de amor, odio, culpa, simpatía o antipatía con, aversión, amistad, duelo, preocupación, forman parte inseparable de la constelación emocional de los seres humanos; el interés permanente por las cosas y por la relación con el prójimo es el vector central de la predisposición por la vida pese al hecho cierto de nuestra finitud.
En todo caso, es bueno intentar seguir siendo lo que uno es, respetando la esencia de uno mismo pese a las razones exteriores que aparentemente nos lo impiden.
“Vivir
es devorar tiempo: esperar; y por muy trascendente que quiera ser nuestra
espera, siempre será espera de seguir esperando.”
“La
muerte, es un fenómeno frecuente y, al parecer, natural. La muerte no es tema
para jóvenes, que viven hacia el mañana, imaginándose vivos indefinidamente más
allá del momento en que viven y saltándose a la torera el gran barranco en que
pensamos los viejos”.
De la muerte decía Epicuro que es algo que no debemos temer, porque mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos. La muerte va con nosotros, nos acompaña en vida; ella es, por de pronto, cosa de nuestro cuerpo. No hemos de negar, mientras vivimos, nuestro trato con la muerte y mucho menos faltarle el respeto a tan fiel compañera; por eso Jorge Manrique decía:
... Buen caballero,
dejad el mundo afanoso
y su halago;
muestre su esfuerzo famoso
vuestro corazón de acero
en este trago.
¡Hay que vivir! Debe ser el grito de bandera, aunque siempre hay hombres que se deciden a matarse.
Sin el tiempo, el hombre y el mundo perdería la angustia de la espera y el consuelo de la esperanza. Cuando pensamos en el tiempo, nos damos cuenta de la pura sucesión irreversible de nuestra vida.
Hay duelos con llanto y otros sin él; de cualquier modo, con llanto o con un memorioso recuerdo, evocamos a nuestros muertos procurando recordarlos bien. Tal vez, lo más importante sería oponerse aún con una estoica resignación a un fallecer oscuro e insignificante. Antes que esto ocurra, sería bueno repensar lo pensado, desaber lo sabido y dudar de la propia duda, que es el único modo de renovarse y creer en algo.
Lo irremediable del pasado, de un pasado que permanece intacto, inactivo e inmodificable, es un concepto demasiado firme para que pueda ser desarraigado de la mente humana y, en todo caso, es la atadura que nos vincula a nuestra propia historia antes de convertirnos en parte de ella si nos hemos justificado en vida.
La vida es una tarea inacabable que termina con la muerte; estamos totalmente zambullidos en el tiempo y obligados a vivirlo minuto a minuto. El tiempo psíquico coincide con nuestra impaciencia, esa impaciencia mal definida que algunos llaman angustia y en la cual, peligrosamente, comenzamos a ver un signo revelador de la gran nostalgia del no ser. El hombre es el animal que mide su tiempo y que pelea con la razón; el hombre no hubiera inventado el reloj si no creyera en la muerte. El reloj es, en efecto, una prueba indirecta de la creencia del hombre en su mortalidad; sólo un tiempo finito puede medirse. Nuestros relojes nada tienen que ver con nuestro tiempo, realidad última de carácter psíquico, que tampoco se cuenta ni se mide.
Muchos envejecemos cerrando el grifo de nuestros entusiasmos; solemos ser injustos con nuestro tiempo y en la última etapa, recordamos las primeras como las mejores; la juventud y la vejez son etapas y papeles que reparte la vida y que no siempre coinciden con nuestra vocación.
“Convencido el hombre de la brevedad de sus días piensa que podría alargarlos por la vía infinitesimal, y que la infinita divisibilidad del espacio, aplicada al tiempo, abriría una brecha por donde vislumbrar la eternidad”.
El hombre es el único animal que quiere salvarse, sin confiar para ello en el curso de la naturaleza. El hombre tiene una proverbial desconfianza de su propio destino y adolece de una permanente incertidumbre de su pensamiento pero tiene voluntad de vivir no como deseo de perseverar en su propio ser, sino más bien de mejorarlo.
Shakespeare decía por boca de Macbeth: la vida es un cuento dicho por un idiota; un cuento lleno de estruendo y furia, que nada significa. Lo insignificante no es el hombre, sino el mundo; pese a lo efímero de la vida humana, la suprema importancia la tiene el hombre.
“¿Tan
seguros estamos de la muerte, que hemos acabado por no pensar en ella? Pensamos
en la muerte. La muerte es en nosotros lo pensado por excelencia y el tema más
frecuente de nuestro pensar. La llevamos en el pensamiento, en esa zona innocua
de nuestras almas en la cual nada se teme ni nada se espera. La verdad es que
hemos logrado pensarla y hemos acabado por no creer en ella.”
El hombre no ha llegado a la idea de la muerte por la vía de la
observación y de la experiencia; es una idea apriorística que la encontramos en
nuestro pensamiento y es objeto de creencia y no de conocimiento.
Las únicas cosas que
vencen a la muerte son algunos recuerdos, las imágenes capturadas y los libros
eternos.
El mundo como ilusión y
el mundo como realidad son igualmente indemostrables; lo inquietante no es poder
pensar lo uno y lo otro, merced a un empleo inmoderado de la razón, sino
agitarse entre creencias contradictorias.
Finalmente, si hemos de navegar en los altos mares de la vida,
necesitamos anchura de velas pues, de última, somos genio y figura hasta la
sepultura.
ACTITUDES ANTE LA MUERTE
(24, 34, 36, 40,48, 51, 52,
54,55,57)
Afrontar
el tema de la muerte sigue siendo hoy en día tabú y de ella, mejor no se habla.
El
problema de la muerte y la muerte concreta está lleno de subjetividades tanto
para el que se muere, como para cada uno de sus allegados y hasta para cada
miembro del personal sanitario que asistió y cuidó a la persona que ha muerto.
Varía
notablemente la apreciación y las actitudes ante la muerte de acuerdo con el
momento histórico en que ésta sucede, el lugar en que se produce (hogar,
trabajo, carretera, hospital), ideología del difunto y del observador,
consecuencias de esa muerte sobre el entorno.
Si bien la
muerte es un fenómeno individual que conlleva una situación de soledad; ese
fenómeno tendrá tantas miradas como facetas que tuvo en vida el sujeto.
Múltiples
factores determinarán la conducta de las personas ante la muerte propia o ajena
ya que son culturalmente transmitidas.
A nuestro
alrededor todo va muriendo. Nosotros mismos nos vamos acabando día a día pero
en nuestra cultura se nos enseña a no reparar excesivamente en ello.
Al morir
una persona, ella pierde su vida, pero también nosotros perdemos algo; es un “alguien
que se le muere a uno”. Esa pérdida irrecuperable convierte esa pérdida en una
muerte parcial de uno mismo.
Los
factores que determinan las actitudes y las respuestas consecuentes ante una
muerte concreta están fuera del contralor del propio individuo y se refieren a
la injurias de carácter letal, su tipo, duración, síntomas que produce,
existencia o no de dolor, etc.; la personalidad del sujeto con su historia de
aprendizajes y experiencias, estilo de vida, aspiraciones, etc. y la asistencia
dispensada durante el proceso que lleva a la muerte.
Mayoritariamente
pensamos en morir tras una larga vida que nunca es lo suficientemente larga,
sin enfermedades previas, después de haber acumulado satisfacciones de todo
tipo, como desenlace de un proceso rápido, sin dolor, sin tener mutilaciones
físicas o discapacidades, teniendo el contralor sobre uno mismo, con el apoyo,
el afecto y la comprensión de los seres queridos, sin preocupaciones por los
que quedan atrás, con toda confianza y entrega.
La muerte
de cada individuo tiene una realidad y un significado distintos. En nuestra
cultura actual la muerte del anciano es vivida con menor sensación de tragedia
que en el caso de la muerte de un adulto joven o del joven; la muerte del
recién nacido tiene una capacidad traumatizante elevada. La muerte para las
mayorías es cosa de viejos, apreciación que constituye un estereotipo negativo
más y que resulta útil y permite alejar la muerte de nosotros mismos.
En esta
época de culto a la juventud, al físico y al hedonismo se pretende afirmar,
erróneamente, que las personas con deterioro físico o mental y con muchos años
encima vivencian menos trágicamente la pérdida de la vida.
Parece ser
que los viejos experimentan una menor intensidad del temor a la muerte porque
sus vidas están hace mucho desvalorizadas por su condición de viejos; puede
haber una aceptación de que se ha vivido lo suyo con relación a la mirada de
los miembros del entorno y por el fenómeno de la socialización de la muerte por
la que uno se va haciendo a la idea de la propia muerte a medida que va viendo
morir a los demás.
Aceptar
dócilmente el propio final depende de un sinnúmero de factores tales como la
salud física y mental, el estar o no integrado a una familia, a una institución
o vivir en solitario, el nivel educativo y cultural, la religiosidad, el nivel
socioeconómico.
La idea de
la muerte equivale a la de pérdida. Tal pérdida supone un grado e intensidad
según el valor que se le asigne a lo perdido y a lo que aún se conserva y ello,
a su vez, está condicionado por el valor total de lo que se esté acostumbrado a
tener y por la disponibilidad de recursos que se tengan.
El
comportamiento de las personas que rodean al que va a morir suelen ser muy
negativos para el interesado: se cambia el tema de conversación, silencio y
alejamiento de la persona como si no se le hubiera oído, restarle importancia
pero sin afrontar y razonar el problema, adoptar posturas fatalistas, trasladar
las respuestas a otros, negar la situación, contestar con evasivas sin comprometerse,
adoptar actitudes paternalistas o moralizadoras es decir, establecer un pacto o
conspiración del silencio.
La muerte
en el hospital, tendencia social creciente hace muchos años, no asegura la
satisfacción por los cuidados obtenidos ni facilita el proceso hacia la muerte.
En la instancia institucional es necesario ser un buen enfermo, dócil,
obediente, no rechazar tratamientos, no plantear dudas, no hacer llamadas
insistentes o reiterativas, no plantear exigencias de ningún tipo, no
cuestionar ni enjuiciar al personal sanitario, aguantar la falta de intimidad y
privacidad y, si es posible, no morirse inopinadamente en un horario
inconveniente para la institución.
El hogar
de cada uno es el reflejo de la vida de cada uno, personaliza e integra, se
obtiene intimidad, comodidad y compañía y es adaptable a cada circunstancia y
personalidad; en el hogar deberíamos morir. La propia casa es el mejor
escenario para morir por que allí transcurrió la vida.
SOBRE LA MUERTE Y LA TAREA DE MORIR
(43, 51, 52, 54, 55, 56,
57)
Hay muchas dificultades para hablar de estos temas. Todos tenemos fantasías persecutorias frente a la muerte y mecanismos defensivos de negación y evitación.
La muerte tiene una presencia inexorable y cercana a la enfermedad, la vejez, el accidente, el trauma, la catástrofe.
Toda persona debería tener una clara y profunda comprensión acerca de la muerte ya que convivimos, permanentemente, con la tarea de morir y la muerte; deberíamos aceptar nuestra propia condición de mortales y estar al respecto lo suficientemente maduros personal, social y culturalmente.
La muerte tiene contenidos y representaciones diferentes según la cultura.
La muerte es un hecho individual y solitario que supera la omnipotencia de la ciencia y la tecnología.
El lugar para morir, su escenario y sus protagonistas han cambiado mucho en nuestra cultura; la muerte ya no suele acontecer en casa sino en los hospitales, clínicas, sanatorios, residencias...
Toda persona y especialmente los viejos y los enfermos graves se enfrentan con la tarea de morir y con la muerte misma. Esta cuestión es compleja y confusa y forma parte inexcusable de la tarea de vivir.
Hay personas que hablan de su muerte próxima, la anuncian y se preparan; otros la niegan sistemáticamente.
Están los que mueren sorpresivamente y los que mueren lentamente.
Hay quienes luchan desesperadamente y se aferran a la vida y hay quienes se entregan mansamente.
Hay quienes deciden morirse y otros que mueren a pesar de ellos.
Están los que temen morir; están los que consideran la muerte como un hecho natural, necesario, y otros que no le encuentran sentido alguno.
Para algunos es el final, para otros un tránsito. Puede ser esperanza, resignación, liberación o sufrimiento.
El morir adquiere un modo personal, con contenidos propios que tienen mucho que ver con los modos de haber vivido; pero también es un hecho social que acontece en un contexto socio-cultural; el hombre actual enfrenta la muerte como un destino individual cargado de contenidos de soledad, vacío y pérdida. En las sociedades antiguas la muerte era aceptada; actualmente es temida y negada; por eso, se rechaza y aísla al viejo, al enfermo terminal que se los asocia con la muerte y sus fantasmas.
La muerte natural no está incorporada a la vida cotidiana, abandonó el escenario natural de la propia casa, ocurre mayoritariamente en un hospital, a espaldas y a escondidas.
La muerte es considerada como un fracaso de los recursos tecnocientíficos que como el natural final de una vida humana. La negación de la muerte lleva al “encarnizamiento terapéutico”.
La tarea de morir, supone cinco fases:
Cada uno debe tener el derecho de morir con su propio estilo: “...quiero morir de mi propia muerte, no de la muerte de los médicos...” (R. M. Rilke).
La muerte de nuestros propios padres marca un momento crítico en la relación con nuestra propia muerte; cuando esto sucede avanzamos hacia la primera línea de fuego, empujados, al mismo tiempo, por el crecimiento de nuestros propios hijos.
Definir el lugar que nos corresponde después de la muerte, influye enormemente en el proceso de morir. Muchas personas se tranquilizan una vez que han decidido el destino de sus restos y sus pertenencias. Sin embargo, en otros, estas preocupaciones adquieren un carácter obsesivo-compulsivo que, en el fondo, es una defensa frente al miedo a la muerte. El modo de encarar la muerte puede ser un acto de amor o de hostilidad y venganza hacia los deudos.
Las personas que logran hacer un trabajo de integración de lo vivido a través de las reminiscencias son, por lo general, los que mejor aceptan la muerte.
La aceptación de la muerte no significa la ausencia total del miedo a la muerte; cuanto más acompañado se siente el que está muriendo mejor podrá afrontar el inevitable miedo a la muerte; los familiares y los amigos son irreemplazables en este sentido.
El cuidador formal así como los cuidadores informales del que está muriendo, van acumulando al transitar por este proceso una importante cantidad de muerte (llevan un cementerio a cuestas) por ello hay que preservar su salud mental, ayudarles a elaborar su propia condición de mortales y garantizar una mayor comprensión para su trabajo.
Podríamos seguir desagregando una cantidad insospechada de variables que se relacionan con la muerte: dónde y como enterrar a los muertos; la importancia del duelo; la buena y la mala muerte; el duro proceso de morir que oscila entre la negación y la aceptación; la importancia de protagonizar la propia muerte; los miedos a la muerte, al sufrimiento, a lo desconocido, al vacío, al destino del cuerpo, a lo que se pierde, a lo que se afronta...
LA MUERTE O LA SUPREMACIA DE LA VIDA EN LAS PERSONAS MAYORES
(51, 52, 54, 55, 57, 59)
Ante la explosión sociodemográfica de las personas mayores en el mundo y ante la mirada acotada casi exclusivamente a los aspectos biológicos del proceso de envejecimiento, mirada que lentamente está cambiando, cabe la reflexión acerca de la conveniencia de evitar la organización del planeta en términos de un inmenso hospital, una gigantesca clínica o en inconmensurables ghettos periurbanos para depositar y contener a los viejos.
Todos queremos, a cualquier costo, vivir y no nos resignamos a reconocer en la muerte el atributo más esencial, definitivo, inevitable y absoluto de la vida.
El fenómeno del morir se va produciendo desde el momento de la concepción; la vida es un móvil en trayectoria; la vida está lanzada en una dimensión temporal y se gasta, incluye riesgo, esfuerzo, peligros. “El valor supremo de la vida - como el valor de la moneda consiste en gastarla - está en perderla a tiempo y con gracia. De otro modo, la vida que no se pone a carta ninguna y meramente se arrastra y prolonga en el vacío de sí misma, ¿qué puede valer?” (José Ortega y Gasset).
La moral de la vida no es la de la vida larga sino la de la vida digna, gratificante, trascendente, expuesta con sentido. Innumerables elementos de tecnología médica, hospitales de alta complejidad, seguros de vida individuales y colectivos, etc., etc. han hecho que, entre otras cosas, se produzca una translocación entre la idea de la curación de las enfermedades por la idea de huir o combatir la muerte a ultranza.
La inevitabilidad del fin parece no querer reconocerse; más que huir de la muerte vale la pena fomentar el arte de morir y acompañar debidamente al moribundo.
La inmortalidad es sobrehumana e inexistente, por ello conviene humanizar la muerte; mientras la muerte llega, seamos poetas (creadores, artífices) de la existencia y demos nuestro permiso para usar la muerte, aprovecharla, emplearla.
Frente a una cultura de utilidades y utilitarismos, de medios y mediática; elaboremos y confirmemos una mirada de postrimerías, dure lo que dure la vida, planteada desde la “levedad del ser”. Este acierto de por sí, una vez internalizado, nos llevará a la conciencia la supremacía de la vida sobre la muerte.
El afán casi adictivo de divinizar la tarea o el trabajo que realizamos sobre esta tierra, la enfermedad de no contentarnos jamás con lo que cada cual es, la falta de sosiego y las detenciones necesarias en la loca carrera por vivir para mirar, contemplar y reflexionar hacen de la vida, muchas veces, un tormento de intrincado tejido que aprisiona y asfixia.
La vida suele no ser el imperio de la piedra, la geometría, el orden y la norma. El decurso de la vida y su perspectiva es complicada y, sin querer, entramos en la contradicción seductora de cambiar realidad por puntos de vista, opinión por argumento y entramos en colisión con o sin culpa.
La vida mejor sazonada depende de nosotros mismos, del aporte de nuestra generación y de lo rescatable del pasado.
El hombre no puede ni debe, llevar “a cuestas” su vida como un esclavo en pos de su liberación; cuando la alegría de vivir se esfuma el alma se achica y se esconde en un rincón de la cárcel de nuestro propio cuerpo.
Se puede cambiar y descubrir la supremacía de la vida por medio del dolor propio o ajeno y habitualmente en soledad.
Lo mejor que podemos hacer con nuestro pasado es congratularnos de que efectivamente haya pasado; del pasado sólo nos quedará lo que realmente interesa por su calidad íntima y propia y por las resonancias afectivas que nos provoquen.
La vida no es un conjunto de catedrales románicas sino un permanente balbuceo, a veces heroico, de trayectoria larga o corta, de caminos la más de las veces serpenteantes con cuestas y pendientes que andamos a tientas, a locas o con racionalidad, de a pasos firmes y a marcha constante o a tropezones; dejamos en el camino el cuero y el alma. De todos modos es nuestra vida y vale la pena vivirla.
La vida cobra sentido cuando se hace de ella una aspiración sublime.
Esta época, que nos marca la necesidad de ser eficaces y de triunfar en la sociedad nos despoja tiránicamente de nuestra imperiosa necesidad de formular nuestra propia vida; parece ser que debemos “flotar” para vivir y sobrevivir y para ello “es imprescindible tener mal corazón, buen estómago y un cheque en el bolsillo”.
Frente a la muerte está el espíritu de la vida que consiste en esfuerzo, ímpetu y dinamicidad; es mejor preferir ser fieles al destino individual aun que cueste renunciar al triunfo en la sociedad.
Cuando llegamos a viejos y dejamos de ser lo que nos han enseñado, conviene evitar el frío moral y la congelación del alma por más que la nieve nos halla blanqueado la cabellera.
LA MUERTE Y LA VEJEZ
(51, 52, 53, 55, 57)
“Ya tiene edad de morir”; triste estereotipo acuñado nadie sabe por quién ni dónde. Ningún anciano es lo suficientemente viejo para convertirse en un muerto; ni ellos mismos piensan que han llegado a una edad avanzada para morir. Este es un estereotipo más; un prejuicio no menor de la sociedad humana que en gerontología social se denomina “viejismo o edadismo”.
Esta actitud psicosocial determina un desgarrador exilio anticipado de la vida generado por todos aquellos que todavía no han tenido el privilegio de envejecer.
Se muere siempre de algo; pero no se muere por haber vivido, ni de vejez.
La muerte es, en todo caso, el precio final de haber nacido y sobreviene “a cualquier edad”.
La muerte es un accidente que debiera ser aceptado por más que se la considere una “violencia indebida” que no sólo le sucede a los demás sino a uno mismo, en forma ineluctable e intransferible; morir es un acto solitario. Si logramos internalizar solamente esto, nos permitiríamos rescatar el alto significado de la vida, de cada instante de felicidad, de la compañía de nuestros seres queridos, de compartir soslayando la superficialidad de la vida cotidiana y las contingencias propias de la lucha por la vida.
El tiempo se desvanece tras la muerte; mientras la edad aumenta, el pasado se contrae y las pérdidas sucesivas dentro de una misma generación se acumulan y entran en el olvido.
AFERRADOS A LA VIDA
La mayoría de los seres humanos no somos especiales, no tenemos notoriedad y fama, no somos personajes; tenemos –y no es poco- el inmenso privilegio de haber vivido y con suerte, esfuerzo y creatividad, el de trascender después de la muerte; por ello los antiguos decían “obras son amores”.
La vida es una aventura compartida común a todos; la muerte se la vive solo. Es inútil, desgarrador y angustiante integrar la muerte con la vida y tratar de conducirse de modo racional frente a la primera. Acepto la muerte pero no la acepto; esto es una verdadera confusión de sentimientos. Tiene razón nuestro cantautor argentino cuando dice “La mitad de mi muerte empezaré a morir a partir de mañana. La mitad de mi vida empezaré a vivir...a partir de mañana” (Alberto Cortez).
A pesar de la edad, de los achaques, de los malestares –normalmente- todos estamos aferrados a la vida. La acumulación de los años y de las enfermedades parece que son visualizadas, sentidas e interpretadas por las personas más jóvenes como que el adulto mayor tiene una “pequeña vida”, acotada, inútil, inconducente; el estereotipo se transforma en una actitud gerontofóbica y tanatofóbica ante la insoportable proyección de uno mismo frente a la vejez y a la muerte: es la imagen de uno mismo a futuro.
Todo envejece con el paso de los años: las paredes de las casas, los muebles, los objetos queridos a los que estamos apegados, los amigos, la pareja...acercándonos a la punta del ovillo.
Para algunos, con la muerte termina el calvario. Otros, memoriosos y agradecidos a la vida, asumen dulcemente el final anunciado.
Es buena la obstinación en amar la vida, considerarse joven a perpetuidad y tener la preocupación y la ocupación de no tener nunca la vida resuelta, cerrada, pasiva; no conviene ni es agradable carecer de mañana.
Nada tiene que ver y no es beneficioso, contrastar asiduamente la verdad del cuerpo sufriente o lastimado con el júbilo de vivir.
RENOVADA EXPECTATIVA
La vida del viejo no es una estúpida inercia para sí mismo y para la sociedad en la que debe vivir, participar, compartir y no simplemente “estar”. No se puede vivir en una carrera entre la vida y la muerte; no se vive y sí se muere un poco todos los días.
La vejez es un pacífico acuerdo con uno mismo. La mirada se hace complaciente, las pasiones fútiles disminuyen o desaparecen, el equilibrio reina, lo importante prevalece por sobre lo pretendidamente urgente, las pequeñas cosas –que generalmente no se venden ni se compran- alcanzan niveles de satisfacción y placer inusuales para otras edades; el instante entusiasma, la reparación de las culpas no tiene significación, el miedo a la palabra condenable pronunciada desaparece, el silencio es administrado por uno; el absoluto es uno mismo.
La vejez no debería estar agazapada en habitaciones cerradas, en el secreto científico de las clínicas y los hospitales, en el ostracismo de un mundo arrogante y lujoso, en la implacable rutina de no ser y no ser reconocido, en la inmersión solitaria en la sociedad y sus instituciones tratado como objeto indefenso a merced de soluciones impuestas por los aparatos y sistemas sociosanitarios. Hay que hacer el esfuerzo de apartar el biombo que separa a la vejez de la vida, aún en la cama del moribundo.
La vejez no es un proceso de resurrecciones sucesivas de las enfermedades, ni una apuesta para sobrevivir entre el sufrimiento y la muerte, ni en ser víctimas eternas de nuestras propias contradicciones históricas irresueltas; es vivir con una equilibrada, sosegada y satisfecha expectativa de renovados amaneceres.
BIOETICA
(1, 8, 13, 14, 15, 23, 27,
28, 29, 31, 44, 57)
Bioética (bios = vida; ethos = ética) significa, en términos generales ética de la vida. Es la reflexión y la acción ética sobre la vida en sus diversas manifestaciones.
La bioética es la búsqueda ética aplicada a las cuestiones planteadas por el progreso biomédico. Es un estudio interdisciplinar del conjunto de condiciones que exige una gestión responsable de la persona o de la vida humana, en el marco de los rápidos y complejos progresos del saber y de las tecnologías biomédicas.
“Es el estudio sistemático de la conducta humana, en el área de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, en cuanto que dicha conducta es examinada a la luz de valores y de los principios morales” (Warren Thomas Reich; Enciclopedia of bioethics; 1978).
En resumen, es el estudio interdisciplinar de los problemas suscitados por el progreso biológico y médico, tanto a nivel micro-social como a nivel de la sociedad global, y sus repercusiones sobre la sociedad misma y su sistema de valores, presentes y futuros.
La bioética, como disciplina global sobre la vida biológica, se enfrenta con numerosos problemas: ingeniería genética, técnicas de reproducción médicamente asistidas, eugenesia, aborto, suicidio, eutanasia, cuidado en las enfermedades incurables, experimentación en seres humanos, trasplantes de órganos, relación personal sanitario-paciente, derechos de los enfermos y de los pacientes, confidencialidad, derechos de las próximas generaciones por el reto ecológico.
La bioética se ha ido introduciendo en diferentes profesiones y disciplinas; medicina, enfermería, trabajo social, psicología, biología, derecho, filosofía, teología, política, etc.
El término bioética surge por primera vez en 1970, en el libro “Bioethics, the science of survival) (Bioética, la ciencia de la supervivencia) del oncólogo estadounidense Rensselaer van Potter cuyo contexto es ampliado por el mismo autor en su libro “Bioethics,: bridge to the future” (Bioética: un puente hacia el futuro). Contemporáneamente, el médico holandés André Hellegers que trabaja en la Universidad de Georgetown crea un centro de investigación con este nombre (Instituto Joseph & Rose Kennedy para el estudio de la Reproducción humana y la bioética).
Frente al politeísmo axiológico de la postmodernidad donde todavía se encuentran posiciones totalitaristas, tanto etnocéntricas (verdad única y superior a las demás) como fundamentalistas (la verdad es una para todos); posiciones relativistas (la verdad depende del momento, circunstancias o costumbres); subjetivistas (cada uno tiene su propia verdad); universalistas (la verdad que todos podrían querer y que todos podrían desear), surge la bioética como una disciplina que tiene que ver con la ética de la vida y para la vida; aspira a dotar de mayor calidad de vida y bienestar a todos los seres vivos y consolidar un modelo ético universal consensuando una ética de mínimos para una sociedad pluralista y cuyas claves morales son la dignidad, la libertad, la igualdad, la solidaridad, la tolerancia y la actitud dialógica. Sus máximos morales tienen que ver con la vida buena estableciendo un marco deliberativo que le permita validar razones éticas, de cara a la toma de decisiones ante problemas o hechos conflictivos a nivel de ética asistencial sociosanitaria (microbioética), como a nivel de ética universal o global (macrobioética).
- no-maleficencia,
- beneficencia (obliga a hacer el bien al enfermo, respetando sus derechos y su dignidad),
- autonomía (obliga a respetar a la persona, su libertad y su capacidad de decisión),
- justicia (obliga a no discriminar, a tener igual consideración y respeto por todos y distribuir equitativamente los recursos disponibles),
- compasión (situarse en el lugar del que sufre, comprendiendo, sintiendo y atendiendo a sus necesidades),
- actitud vocacionada (no dejarse impactar por el bien interno de la propia profesión; brindar servicio y ayuda),
- responsabilidad,
- capacidad de comunicación,
- competencia técnica y autoestima profesional,
- ética asistencial en la atención o en el cuidado tanto en lo personal como en lo social,
- dotación de más calidad de vida,
- evitación, en el final de la vida biológica: eutanasia, encarnizamiento terapéutico, futilidad de tratamientos, ensayos clínicos con fármacos, consentimiento informado, incapacitación, competencia / incompetencia para decidir, ingreso involuntario en residencia, responsabilidad de los cuidados, visión y apoyo de la muerte y del morir, percepción y respeto por los valores y creencias, consideración de los enfermos como personas (bioética existencial = dignidad humana, valor de la vida, valor de la persona, derechos de los pacientes ) y como pacientes (bioética asistencial).
TODA
PERSONA TIENE DERECHO A:
·
Que su
vida y su salud sean protegidas, mediante la prevención de la enfermedad, la curación
cuando la enfermedad se presenta, y el cuidado en el caso de enfermedades
irreversibles,
ASPECTOS CONDUCTUALES DEL MEDICO FRENTE
AL PACIENTE MORIBUNDO Y SUS FAMILIARES
(4, 5, 9, 14, 33, 37, 39, 56, 57)
La conducta del médico frente al
paciente que va a morir y sus familiares muchas veces, aún hoy, tropieza con
dificultades, ausencias, autoexclusiones profesionales e institucionales del
proceso.
Al médico se le educa y entrena para
enfrentar a la enfermedad y para conservar la vida pero no se le forma en el
manejo de la muerte, que es una circunstancia ineludible para todo ser humano y
que es el final previsible de toda persona y una experiencia reiterada y
permanente a lo largo de toda la trayectoria profesional del personal de salud y para el propio
médico.
Es un tema interdisciplinario que rebasa
con mucho el modelo médico en vigencia y que implica para su cabal comprensión
abordajes filosóficos, religiosos, espirituales, tanatológicos,
artísticos, sociológicos, económicos y un largo etcétera.
El contenido psicodinámico
de la respuesta del médico ante la muerte es en principio siempre negar la
vulnerabilidad de la vida y la limitación de nuestros esfuerzos ante la
inminencia de la muerte inevitable. Se educa desde el primer año de la carrera
de medicina en una filosofía que siempre tiende hacia la vida, a promoverla y
preservarla. Prácticamente nunca se
habla de la muerte (excepto en medicina legal) y sólo hasta que tenemos
que vivirla con nuestros enfermos o cuando nos toca la experiencia en alguien
muy cercano es que llegamos, después de un enorme esfuerzo de autocrítica, a
percatarnos que es la muerte la que le da un sentido de existencia a la vida y
nos enseña a valorarla en una dimensión más objetiva: la de la finitud que nos
hace simplemente humanos.
Todavía está presente en el imaginario médico
y en el de la sociedad la defensa omnipotente de la vida frente a los retos
enormes de la enfermedad y la muerte, la cual es reforzada por la
competitividad inherente a la estructura social y hospitalaria de las carreras
médicas.
La ambivalencia y la incertidumbre
propias del tema de la muerte no tienen cabida en las estadísticas de los
Comités de morbi-mortalidad de los hospitales e instituciones sanitarias.
Es necesario agregar las contradicciones
de nuestra sociedad mercantil, dado que la medicina es cada vez más una
actividad profesional que se ve afectada por costos progresivamente mayores. La
forma de morir así considerada es claramente diferencial: depende de la
capacidad adquisitiva de cada cual, lo que pone un serio dilema filosófico
sobre el tema de la dignidad intrínseca de todos los seres humanos.
La muerte digna de un paciente que ha
sido adecuadamente conducido en su proceso es una de las situaciones más nobles
del quehacer médico.
Tanatológicamente se llama paciente terminal a toda
persona que tiene pleno conocimiento de padecer una enfermedad incurable y que
por lo tanto será la causa más probable de su muerte. Es claro que el tiempo
entre ese diagnóstico y el momento de la muerte será muy variable y dependiente
de muchas situaciones totalmente individuales.
PROPUESTA DE CONDUCTA ANTE EL PACIENTE
MORIBUNDO Y SUS FAMILIARES
Manejo de la información: proporcionarla de acuerdo
a la capacidad de entendimiento del paciente y sus familiares. Identificar, si
es posible, dentro del grupo familiar a un líder de opinión que sirva de
interlocutor y reforzador de la información en los términos de los códigos y
costumbres del grupo.
No existe ninguna norma que obligue al
médico a decir en forma inmediata toda la información. Se puede hacer en forma
gradual pero lo correcto es que el paciente y sus familiares la conozcan por
completo eventualmente. Debe incluirse un apartado amplio sobre los aspectos
pronósticos en términos de calidad de vida y costo que implican las
alternativas terapéuticas que se pueden ofrecer. Aquellas de carácter
experimental deben ser claramente explicadas sin promover falsas
expectativas.
Es fundamental que en este proceso de
comunicación el médico se esfuerce en ser lo más sincero y abierto posible para
favorecer que todas aquellas dudas que se tengan le sean preguntadas y
resueltas.
El médico debe ser compasivo, paciente y
sincero. El médico debe proporcionar al enfermo o procurar que alguien lo haga:
apoyo emocional y espiritual además del físico.
Se debe procurar en lo posible y con los
medios a la mano evitar el dolor y tratar de no afectar el estado de alerta si
existe la alternativa.
Tratar de evitar, si es posible, el
aislamiento del enfermo de su familia.
Siempre tratar de evitar el sentimiento de
culpabilidad en la familia. Guiarlos para que se convenzan de que están
haciendo todo lo posible por su paciente.
La prioridad siempre deberá ser mantener la
dignidad humana del paciente.
Es conveniente preguntar, cuando el
tiempo y las circunstancias lo permiten, si existen indicaciones específicas
del paciente con respecto a maniobras de reanimación, técnicas de soporte
vital, donación de órganos, etc. y plasmarlas por escrito con el aval de los
familiares y hacerlo del conocimiento de una autoridad.
El médico tiene derecho a tener ayuda en
lo personal de apoyo profesional, psicológico, espiritual, legal, etc. Es
importante la creación de Comités de Bioética y Tanatológicos
que puedan auxiliar en tales circunstancias.
Cuando se llega a la etapa final que
concluye con la muerte de una persona enferma, habiendo vivido el paciente y el
médico en forma conjunta este proceso, se tiene una de las experiencias más
formativas y de mayor templanza humana y espiritual que un profesional de la
medicina pueda tener.
ATENCIÓN A PACIENTES AL FINAL DE LA VIDA
La evidencia de que todos hemos de morir no se puede discutir y es una certeza. Sin embargo, la sociedad actual parece rechazar tal afirmación. La muerte se ha convertido en un tabú. No está bien visto hablar de ella; se la considera un fracaso de la medicina. Los médicos no hemos permanecido ajenos a esta visión y, de hecho, hemos sido educados con el objetivo de curar a nuestros pacientes. Los medios de comunicación se han encargado de amplificar los avances médicos haciéndonos creer que la solución de múltiples enfermedades es sólo cuestión de tiempo.
Hace algunos años se intenta definir la muerte como un conjunto de enfermedades prevenibles construyendo una visión optimista de la medicina que lucha para “vencer” a la muerte. La medicalización de la muerte es la consecuencia lógica.
El porcentaje de muertes en el domicilio se ha reducido en los países desarrollados representando algo menos del 20 % del total de los fallecimientos. No es extraño que ya se hayan celebrado los 50 años del primer transplante de órganos y sólo 15 años del advenimiento de los cuidados paliativos y las unidades de dolor.
Es hasta peligroso el uso intensivo e indiscriminado de recursos tecnológicos que obedece al poder del imperativo tecnológico en el cuidado de pacientes al final de la vida.
Nos parece que es hora de redefinir los objetivos del progreso médico. La muerte no debe ser el enemigo a abatir, sino el dolor, la discapacidad y la baja calidad de vida previa a la muerte.
La investigación no debe ir dirigida exclusivamente a prevenir y curar enfermedades, sino también a ayudar a los seres humanos a morir en paz.
Los médicos y el equipo de salud de atención primaria tienen un progresivo distanciamiento entre los objetivos de su práctica y la asunción de la muerte como algo natural. Los pacientes en las fases finales de su enfermedad dependen cada vez más de las especialidades en las que confían más para obtener su curación.
Se deben contar con dos características fundamentales para la atención al enfermo terminal: la flexibilidad y las habilidades de comunicación. Flexibilidad para hacer frente a la gran variabilidad de situaciones que se producen en dicha atención. Habilidades de comunicación para poder conocer el mundo de valores del paciente, conseguir un alto grado de comunicación con él y poder responder a sus preocupaciones y a las de sus familiares.
Debemos mejorar la formación en cuidados paliativos de los recursos humanos para la salud, eliminar las barreras organizativas, potenciar la coordinación con otros niveles asistenciales e implantar un diseño de atención a pacientes terminales en la organización sanitaria favoreciendo y promocionando la atención y el cuidado en los propios domicilios.
Se tiende a identificar al enfermo terminal con enfermedad oncológica avanzada, pero hay muchas más enfermedades que implican una muerte próxima. Las insuficiencias orgánicas y las enfermedades degenerativas neurológicas suponen el doble de muertes al año que el cáncer. Sin embargo, por ejemplo, se plantea pocas veces informar de la irreversibilidad y progresión de su enfermedad a un paciente con enfermedad pulmonar obstructiva crónica.
Muchas decisiones podrían ser distintas si se conociera el pronóstico de una enfermedad y lo que en realidad se puede esperar de sucesivos ingresos hospitalarios.
Mejorar los cuidados al enfermo terminal se torna más que necesario; cuando se comparan los cuidados recibidos por enfermos terminales oncológicos con los de otras enfermedades, estos últimos siempre salen perdiendo.
El
equipo de salud ha sido formado para promover la salud, prolongar la vida,
controlar riesgos, curar y rehabilitar enfermos, aliviar el dolor físico; pero
no para comprender que en ocasiones su intervención profesional está dirigida a
ayudar al enfermo y a su familia a enfrentar dignamente la muerte y el duelo y
apoyarlos en sus decisiones, lo cual implica enfrentar no solo problemas
profesionales y técnicos, sino también emocionales y espirituales.
En los recursos humanos tecnoprofesionales para la salud emergen sentimientos de
negación, sufrimiento, falta de preparación para enfrentar situaciones de duelo
y muerte, ansiedad, vulnerabilidad de la vida y el espejo de la propia muerte.
Manifiestan serias dificultades para informar al paciente sobre la proximidad
de su muerte y la mayoría tiene relaciones habitualmente incómodas con los
moribundos.
Los médicos responden a su
ansiedad y a la falta de preparación para el manejo del duelo, con mecanismos
de defensa inadecuados, sobre todo con ira y con actitudes negativas, cuando se
enfrentan con pacientes en fase terminal vivenciando el duelo anticipado por la
muerte.
La experiencia del duelo propio nos hace
difícil ser o sentirnos útiles con la persona que lo experimenta, el
profesional de la salud puede sentir frustración y enfado, de igual manera puede
sentirse tan incómodo siendo testigo del dolor de la otra persona, que este
malestar lo lleve a establecer una relación breve y superficial con el
paciente.
Esto exige el desarrollo de
estrategias para que los miembros del equipo de salud compartan experiencias,
sentimientos, temores, fantasías y reacciones vitales vivenciadas en el
acompañamiento terapéutico al enfermo y a los familiares durante el morir y la
muerte y se apoyen mutuamente en el manejo de sus propios miedos y angustias
con relación a la muerte y el duelo.
En todas las expresiones manifestadas por los
médicos y enfermeras, subyacen sentimientos de frustración, fracaso, culpa,
dolor, incompetencia y negación de la muerte.
En el actuar profesional es
necesario que se sepa comprender las diferentes dimensiones de las personas,
sus valores, necesidades, roles, sentimientos, motivaciones y mecanismos de
defensa que no son ámbitos meramente físicos, biológicos, corporales o
psicológicos sino que contemplan lo espiritual, lo social, lo afectivo y lo
intelectual. Es necesario que el equipo salud asuma la muerte como un fenómeno
natural, universal e inevitable, puesto que si no lo hace, no tendrán los
elementos suficientes para ayudar en el proceso de duelo saludable a pacientes
y familiares.
Es necesario que los médicos y
enfermeras dispongan de herramientas conceptuales que fundamenten su desempeño
profesional y les permitan analizar las implicaciones éticas de su propia
práctica, así como su trascendencia existencial en la profesión, todo lo cual
redundará en la protección de su salud mental, el mejoramiento de la relación
terapéutica y el prestigio profesional. El profesional de la salud debe
analizar las dimensiones de su persona, clarificar sus emociones e integrar sus
sentimientos acerca de su propia muerte, a fin de estar en condiciones de
apoyar a personas en el último tiempo de la vida.
Hace unos años
comenzó a emerger una modalidad de trasplante distinta: los DCD (= donation alter cardiac death) controlados. Personas con procesos cerebrales
irreversibles, mantenidas con ventilación asistida pero que no están en muerte encefálica.Esta modalidad, excluida en muchos países,
representa un tercio de las donaciones en Holanda y alrededor de un 10% en EE.UU.
Los
trasplantes de cadáver son posibles porque existe la ventilación mecánica y
ésta, a su vez, permitió definir la llamada “muerte encefálica”: una situación
descrita hace más de medio siglo que conlleva la destrucción del SNC -donde
radica la vida- y que equivale a la muerte del individuo desde el punto de
vista legal, ético y científico. Los órganos permanecen oxigenados gracias al
respirador, por una parte, y a que el corazón sigue latiendo durante unas
horas. Éstos son los donantes típicos, que hacen posible todo tipo de
trasplantes y que, como es lógico, van íntimamente ligados a las unidades de
cuidados intensivos. No representan más allá del 2-3% de los fallecidos en un
hospital y de ahí la eterna desproporción oferta/demanda en estas terapéuticas.
Pero
hay otro grupo minoritario: las donaciones a corazón parado o, de forma más
descriptiva, “en muerte cardíaca”. Son aquellos pacientes que sufren un paro
cardíaco del origen que sea, no recuperado tras las maniobras habituales, lo
que conlleva una falta de oxígeno en el SNC y su consiguiente daño
irreversible. A fin de cuentas ésta ha sido y sigue siendo la forma habitual de
morir desde el inicio de los tiempos. Sólo si en ese momento se llevan a cabo
unas maniobras muy rápidas de canulación y perfusión
de determinados órganos se puede proceder a la donación y su posterior
trasplante.
Sin
embargo, hace unos años comenzó a emerger con fuerza en la comunidad
trasplantadora mundial una modalidad distinta. Son los DCD controlados o tipo 3
de Maastricht: se trata de personas con procesos cerebrales irreversibles,
mantenidas con ventilación asistida pero que no están en muerte encefálica. En
esta situación, previa información de la situación a la familia y con el
acuerdo de ésta, se retira la ventilación hasta que se produce el paro
cardíaco, la muerte del individuo y la donación de órganos. Algo que podría
calificarse de limitación de esfuerzo terapéutico, pero que evidentemente
adelanta el momento de la muerte.
¿Por
qué esta diferencia de actitud? No se
trata en absoluto de un problema de trasplantes sino de algo de mucho más
calado: la forma de morir. Cómo distintas sociedades afrontan de distinta forma
el momento de la muerte y cómo cosas que son tabú entre nosotros forman parte
de costumbres arraigadas en otros países donde la retirada de la ventilación es
algo perfectamente admitido desde hace mucho tiempo con independencia de que
haya o no donación de órganos. Es posible que estas diferencias tengan un
origen religioso, pero lo cierto es que las comunidades católicas en algunos
países lo admiten sin problemas.
No
es lo mismo hablar de limitación de esfuerzo terapéutico que de eutanasia
pasiva, aunque la frontera a veces sea tenue.
MORIR
EN TERAPIA INTENSIVA
Pedirle a un médico que tenga una pericia técnica de alto nivel, una actualización científica permanente y que, al mismo tiempo, sea capaz de reflexionar críticamente y conservar una perspectiva humanista sobre su propia práctica resulta excesivo. Algunos, sin embargo, lo logran y se destacan por ello.
Los médicos pueden hablar de la muerte y sus adjetivos y se estremecen igual que cualquiera pero más aún ante lo inevitable. El ajetreo de la praxis, el automatismo clínico y la estandarización de las conductas hace que a diario los médicos intervengamos sobre la vida de las personas sin buscar, la más de las veces, el sentido trascendente a nuestras acciones.
El soporte vital brindado por la llamada terapia intensiva y la alta
complejidad en medicina surgieron junto a la bioética en los ´70. La terapia intensiva posibilitó la cosa más
tremenda que ocurrió en la medicina que ha sido inaugurar la concepción de la
muerte como un diagnóstico más que fue la muerte encefálica (´68) que es un
límite convencional entre la vida y la muerte.
Los signos vitales ya no
significan la vida, por lo menos la vida como nosotros la concebimos, y como la
concibió de alguna manera la historia de la humanidad.
La pregunta que uno se hace ahora, y que se hizo
filosóficamente todo el mundo, ¿qué es la vida? es actual porque hoy, cuando
podemos manejar tecnológicamente los signos y funciones vitales desde fuera,
nos tenemos que plantear hasta cuándo.
La muerte es la muerte. La muerte ( Mainetti) ontológicamente no existe.
La muerte es cesación de la
vida, cuando se termina la vida, lo que sigue no es ya nada; a eso llamamos muerte.
La muerte intervenida es un
nombre que designa la manera de llegar a la muerte tradicional y
cardiorrespiratoria cuando un paciente está en estado irreversible o en estado
vegetativo permanente y está internado en terapia intensiva con distintos
soportes vitales.
La muerte intervenida también
se llama límite del esfuerzo terapéutico, es decir, es el fin del soporte vital
directamente mediante su retiro o la abstención de su uso para permitir la
llegada de la muerte que se consuma con el paro cardiaco. Cuando un enfermo
hace un paro cardíaco y está en terapia intensiva, una de las principales
maneras con la cual se limita el tratamiento es decir: “si se para (el corazón)
reanimar”. Se trata “permitir morir”.
La sociedad debe saber, que es altísimo el
costo moral de tener que interrumpir el imperativo tecnológico en determinada
circunstancia; hoy esto forma parte de
la medicina y aunque todo transcurra en el escenario médico, la sociedad debe saber y compartir la verdad.
Todos deberíamos saber que si
una persona enferma esta en terapia intensiva no está bien, vive o sobrevive
artificialmente y todo, en cualquier momento, puede terminar.
Los familiares de los
pacientes internados en terapia intensiva no internalizan estos hechos de la
manera que los estamos describiendo; el uso de la medicina tecnologizada
siempre es un paso crítico con amenaza
de muerte.
Entonces, más bien, el imaginario
popular dice que como se salva mucha gente, muchos quieren pasar por terapia intensiva antes de morir.
Lo que deben preguntarse
todos los días los miembros profesionales y técnicos que trabajan en terapia
intensiva es si todo lo que se está haciendo por ese paciente debe seguir
haciéndose; el médico de planta, el que hace la revista de sala todos los días,
debe preguntarse con su staff todos los días si es razonable y racional seguir
haciendo, hasta cuándo y hasta dónde. Recordar que el paciente es una persona y
no perder de vista que el objetivo de la medicina no es evitar la muerte sino
promover el bienestar de las personas.
La medicina no tiene como
objetivo evitar la muerte sino promover el bienestar de las personas y
ayudarlas a curarse y a cuidarlas, y en ocasiones y cuando no se puedan curar,
y estén o puedan estar sometidos al soporte vital, ayudarlos a morir; curar o
cuidar hasta bien morir.
La muerte no es un conjunto de enfermedades
evitables y previsibles creer esto es inducir a pensar que la medicina va a
evitar todo hasta la misma muerte, es decir, el hombre va a ser inmortal.
Cuidar y hacer digna la
muerte era más fácil antes cunado no habían soportes vitales.
La aparición del soporte
vital generó una crisis de aplicación en el tratamiento, que es la posibilidad
de sostener las funciones vitales, exactamente desde afuera. ¿Hasta cuándo? Si
se toman muertes cerebrales y se les aplica toda la tecnología de hoy no
sabemos si se van a morir tan rápido como hace cuarenta años.
Hay un costo moral del progreso tecnológico
que muchas veces no tenemos en cuenta. La expectativa de vida hoy es treinta
años mayor que hace cien años pero también hay que detenerse ante el imperativo tecnológico que manda
“porque se puede se debe”. No reanimar a todo el mundo, y detener el
tratamiento en situaciones irreversibles será imprescindible para no generar
cientos de estados vegetativos que son la contracara de la dignidad personal.
La muerte digna no puede ser
un discurso; vamos a ser menos crueles si tomamos las decisiones oportunamente
y ciertamente antes de los hechos; lo ineficaz, lo teatral y lo irracional
suele ser profundamente inmoral.
El poder tecnológico científico aplicado en
medicina sin mesura, puede poner en riesgo a la especie humana
, la puede modificar, y esto ya está pasando.
MIEDO
A LA MUERTE
La muerte es la pérdida y la desaparición de la identidad a la que los seres humanos nos aferramos.
El miedo a la muerte es un sinsentido, es el miedo a la nada. Para el creyente es una puerta de entrada, para el agnóstico es sólo una puerta de salida sin retorno.
Vivimos obsesionados por el paso del tiempo y el fin de la vida y de todas las cosas.
La tanatofobia es el miedo persistente, anormal e injustificado ante la muerte en la que se piensa diariamente o nos imaginamos situaciones en las que vamos a morir lo que genera un gran desasosiego y una mezcla de angustia y depresión.
La decadencia y la muerte de nuestros padres nos reclaman desde la muerte. Las religiones nos prometen un final feliz y una vida extraterrenal inconmensurablemente buena y eterna.
Aparentemente la actual estructura normativa es
suficiente para asegurar a los pacientes una vida y una muerte digna, si bien
es necesario que las leyes contemplen la práctica clínica, los cuidados paliativos
y la misma muerte tanto en el sistema de
salud pública como en la privada.
Deberíamos tener normas claramente establecidas para decidir sobre la limitación del esfuerzo terapéutico y disminuir sensiblemente el dolor, si bien es necesario que lo que está en las leyes sea también una realidad social, para que los derechos de los pacientes a vivir sin dolor y a tener una muerte digna sean efectivos en toda la geografía nacional
No puede haber una ley garantista y una práctica
que no lo es, y que en determinados sitios tiene un nivel de experiencia pero
que, a su vez, presente asimetrías en la práctica clínica.
Es necesario en nuestro país que los cuidados
paliativos se establezcan y se extiendan y se universalicen en todo el
territorio nacional, dado que nuestro sistema de salud no es uno de los mejores
del mundo y tampoco es homogéneo y accesible.
Los cuidados paliativos deberían estar totalmente
implantados como estrategia nacional en el sistema sanitario.
Estos cuidados no sólo deben estar asociados y
destinados a pacientes con cáncer en estadios terminales sino también a
aquellos enfermos que sufren insuficiencias cardiacas o pulmonares o
enfermedades neurodegenerativas que requieren
medicina paliativa.
Hay que introducir los elementos principales de
la información y la comunicación efectiva con el enfermo y su familia, el
control de síntomas (dolor, náuseas, astenia, etc.), el tratamiento
farmacológico del dolor y efectos secundarios y la sedación en las fases
terminales, información sobre evaluación de síntomas, disposiciones
legales y un vademécum de fármacos utilizados en cuidados paliativos, todo ello
con el objetivo de ayudar a los profesionales a la toma de decisiones clínicas.
Cada vez cuesta más caro
morir. La afirmación no es descabellada ya que, resignados, cada vez son más
los que optan por la cremación o las inhumaciones ecológicas.
Una ceremonia fúnebre en
Francia (2008) y todo depende de los servicios solicitados por el cliente
oscila entre 2.000 y 13.000 dólares.
Lo esencial en el margen de ganancias de una
empresa de pompas fúnebres se obtiene sobre el precio del ataúd, en ese rubro, la diferencia entre una empresa
y otra puede llegar a 556%.
El precio también depende del sitio y la forma de inhumación. En los pequeños países europeos, donde la saturación de los cementerios ha provocado un incremento desmesurado del precio de bóvedas y parcelas, se registra un aumento sensible de las cremaciones, entre 20 y 30% más baratas que un entierro tradicional.
La otra novedad son los entierros ecológicos,
con ataúdes biodegradables de fibras vegetales o cartón. A medio camino entre
el sarcófago egipcio y la mochila high-tech, esas
urnas pesan apenas 14 kilos y se venden en dos tamaños y seis colores. Muy
populares en Alemania, Suiza y Gran Bretaña, esas opciones "verdes"
no han conseguido por ahora convencer a los franceses, que siguen apegados al
tradicional féretro de madera lustrada.
Desde que la especie
humana apareció sobre la Tierra, los ritos funerarios son parte importantísima
de la sociabilidad humana. Y es natural: se trata de solemnizar el momento
decisivo y definitivo del tránsito, de expresar el dolor de la ausencia sin
retorno y otorgarle una impronta de eternidad, con la esperanza del reencuentro
en un lugar de regocijo perpetuo.
Son muy interesantes y
variadas las conductas de los deudos una vez cumplido el sepelio. Allí entran
en juego la codicia, el resentimiento, la hipocresía, los arrepentimientos y
las convenciones. Desde el punto de vista dramático hay una presencia invisible del muerto, del ausente,
que, sin embargo, pesa sobre las acciones de los herederos tal vez con mayor
fuerza que cuando vivía.
Los muertos, los
antepasados, los espectros determinan en gran medida la actividad de los vivos,
para recordarnos que todos, aun los individualistas más reaccionarios, formamos
parte de una invisible y poderosa cadena a través del tiempo. Evitar que el
pasado nos sofoque es otra parte de la historia.
¿Quién
se acuerda de la salud del médico? ¿Qué ocurre cuando ésta falla? ¿Reconoce el propio
facultativo sus problemas de salud cuando se presentan? ¿Los asume? ¿Actúa en
consecuencia? Los profesionales sanitarios en general, y muy especialmente los
médicos, a menudo no actúan debidamente como pacientes. Aunque resulte
paradójico, los profesionales de la salud se encuentran entre la población que
recibe una menor atención sanitaria, bien por autosuficiencia, por la negación
de las propias enfermedades o por consultas esporádicas a colegas. Es evidente
que, por lo general, en las consultas entre médicos no se establece la adecuada
relación terapeuta-paciente presente en la práctica clínica habitual. Sólo en
el ámbito de los procesos mentales se estima que, durante su vida profesional,
uno de cada diez médicos puede presentar algún episodio relacionado con
enfermedades psíquicas o conductas adictivas que pueden menoscabar su ejercicio
profesional e inducir errores y negligencias. Estas enfermedades repercuten de
forma negativa en la vida cotidiana, tanto en el entorno familiar como en los
círculos profesionales y también en la relación con los pacientes. Aun siendo
conscientes de este perjuicio, el miedo, el sentimiento de culpa y la
estigmatización social de la propia enfermedad hacen que no sea infrecuente que
los médicos oculten o nieguen su problema. La falta de iniciativa y decisión
para solicitar ayuda no provoca más que el retraso a la hora de encarar
soluciones y, como consecuencia, el empeoramiento del pronóstico. Cuando un médico renuncia a buscar soluciones eficaces
a su problema, su conducta supera el ámbito estrictamente personal para
convertirse en una cuestión que afecta al bienestar público por las
consecuencias que puede llegar a ocasionar en la salud de los pacientes.
En
algunos países desarrollados (EEUU, Canadá, Australia, España) hay Programas de
Atención Integral al Médico Enfermo creados para superar las barreras que
impiden que el médico se vea como paciente y para facilitar el acceso a una
atención sanitaria de calidad. Además de tratamiento médico-psicológico, el
programa ofrece al médico enfermo el apoyo legal que pueda necesitar.
Es
necesario conseguir que el médico enfermo se sienta respaldado y, por otra, dar
una garantía de protección a los pacientes. Este tipo de programas de médicos
para médicos, permiten superar la barrera que impide que el médico se vea como
paciente y así romper ese muro que frena a los médicos a la hora de pedir ayuda
cuando detectamos que se comienza a deteriorar nuestra salud, capacidad de juicio
o habilidad técnica.
Cada vez son más los estudios que alertan
sobre niveles elevados de estrés, burnout y malestar psicológico dentro la
profesión médica en general, y muchas las causas con las que se relacionan y
las consecuencias a que pueden dar lugar.
Los
médicos, en su condición de humanos, son tan vulnerables a la enfermedad como
lo son sus pacientes y, por consiguiente, pueden enfermar por múltiples causas.
Sin embargo, en muchas ocasiones el propio médico enfermo no conoce al médico
de cabecera al que acudir, no tiene historia clínica abierta y actualizada, no
quiere reconocer la propia enfermedad o
el propio médico se autoimpone los tratamientos antes de consultar con
otros profesionales.
Los
médicos como todos o más que todos necesitan de estrategias orientadas a la
prevención de la enfermedad y la promoción de la salud.
La salud y el bienestar del profesional de la
salud, además, se constituyen en
elementos primordiales de cara a garantizar la praxis de calidad y seguridad a
la que todos tenemos derecho.
“¡Qué pena ser médico y enfermo a la vez!...
Me era imposible desterrar de mi espíritu
la angustiosa idea de la muerte. Aferrábase
a mi sensibilidad exasperada con una
obstinación
que rechazaba, a priori, los planes terapéuticos
e higiénicos mejor encaminados. Consideraba
fenecida mi carrera, frustrado mi destino, pura
quimera el ideal de contribuir con algo al acervo
común de la cultura patria.”
Santiago Ramón y Cajal
EL MÉDICO ANTE SU PROPIA MUERTE
La enfermedad tiene dos aspectos diferentes. Uno, es la enfermedad con relación a los demás; y otro, el que se refiere a uno mismo; los médicos conocemos muy bien la primera parte.
Es en general muy difícil pasar de médico a enfermo.
La enfermedad propia siempre nos enseña muchísimo, especialmente a los médicos.
Los médicos diagnostican miles de
enfermedades mortales; expresan miles de veredictos finales. Cuando el médico
sabe que va a morir, no lo advierte como lo sabemos todos, ignorantes del
cuándo y del cómo: conoce su plazo. La muerte, es enemiga y compañera de los
médicos por todos los años de ejercicio de la profesión. Los médicos y todos y
cada uno de los integrantes del equipo
de salud son testigos de muchas agonías y marchas hacia la otra orilla.
Los médicos saben que si alguien muere en plena vida, el desenlace es súbito y apenas se entera la persona de su marcha. A una preagonía tormentosa sigue después una muerte dulce: a medida que el final se acerca, el cerebro pierde la sensibilidad fisiológica y la agonía, ya de por sí, trae el estado de hipoestesia.
Un médico que va a morir quizás no sufra tanto como sus familiares, colegas, amigos y muchos de sus pacientes que le rodean y le consideran bien; cuando se llega a ese trance final, el enfermo no es que se desentienda de lo que le rodea, sino que entra en una zona de nadie en la que se encuentra a sí mismo. Y ese encontrarse, unido al instinto de conservación, le permite afrontar la situación con más paz. Así como el médico se ha inclinado casi siempre por el camino de la verdad con el enfermo, para que afronte con dignidad su destino y lo que pueda conllevar, se hace necesario tratar de aplicar la misma regla para con uno mismo.
Los médicos no gustan de esforzarse por disimular las enfermedades mortales, sino que siempre han preferido trabajar duramente por salvar vidas y, cuando no pueden, tratan de respetar la dignidad del enfermo que tiene derecho a saber qué pasa en su cuerpo, por qué se le opera, qué pasa con su vida.
Decir la verdad a un enfermo por más médico que se sea siempre traerá
más confianza hacia quien lo cuida y vela por él; sabe que además de su
instinto de conservación, cuenta con otra persona que lucha por su vida.
También es necesario este modo de proceder para que cada uno, con su libertad,
opte por el camino que crea más conveniente en unas horas que pueden ser las
últimas. Unos quieren tomar determinaciones humanas, otros quieren ponerse a
bien con Dios, otros no hacen nada. Pero aún así, tienen derecho a saber que su
vida se acaba y se avecina la muerte sin
conocer ni saber a ciencia cierta la hora ni el lugar, pero que
inconscientemente se vislumbra y se sabe.
Saber más o menos cuándo y como se ha de
morir es, a veces, una oportunidad de hacer cosas por las que vale la pena
vivir; esto da más fortalezas y bienestar. Tener una mujer, hijos, muchos amigos y colegas entrañables
mejora enormemente la situación.
No perder
la lucidez en espera que llegue la muerte, sin provocarla ni prolongarla, sin
dolor, sin máquinas permite aprovechar la energía restante y la experiencia
como médico facilita el abordaje, con la frialdad y el desapasionamiento
necesarios, de los temas relativos al fallecimiento.
Reflexionar
siempre y, si es posible, con una sonrisa, posibilita aceptar el diagnóstico de
una enfermedad terminal que debe esforzar la cabeza para entenderla aunque el
corazón no la acompañe. El diagnóstico de la enfermedad suele ser para el
médico y para cualquier persona una verdadera amputación de la esperanza y la
interrupción de un proyecto de vida.
Nada es
fácil y más para el médico como conocedor, cuando no se encuentra remedio para
sí mismo. Se prueba todo; se llega a prestarse como voluntario para experimentar
en su caso con adelantos terapéuticos que sólo están al momento en la fase
experimental en los laboratorios. Se trata de dejar abierta una rendija al
optimismo.
Siempre
se intenta aferrarse a la vida, aunque
disimuladamente la duda y la incertidumbre está presente. Si se es un hombre
religioso, la tensión y el desasosiego disminuyen y se tiende a aprovechar al
máximo el tiempo que queda.
Pocos
desean morir; en general se lucha por vivir y conviene reconocer que la muerte
es una etapa más de la vida.
Los médicos en el trance de
morir deben aceptar el diagnóstico; obligarse a renuncias sucesivas y
crecientes; a dejar de trabajar, de andar; a adaptar su entorno con diseños de
artilugios que hagan más llevadera su problemática y sus limitaciones y alivien
la situación vital de sus cuidadores naturales.
La confianza, la hermandad, la entrega,
el respaldo, la contención, la seguridad de que siempre se hará lo mejor por
parte de los colegas médicos y del equipo de salud en general sostienen,
siempre, las penurias del médico frente a su propio destino fatal.
Quedamos perplejos ante las crecientes
cifras de morbimortalidad y discapacidades de toda
índole que aquejan a los médicos de nuestro país en general, en edades cada vez más jóvenes y que derivan
en una realidad sociosanitaria inconveniente desde todo punto de vista.
Los médicos al igual que todos los seres humanos, tenemos la posibilidad cierta – si vivimos muchos años – de enfermar, envejecer, discapacitarnos y morir. Al mismo tiempo, el proceso biopsicosocial evolutivo e involutivo de los médicos está sobrecargado con un peso absoluto y relativo desmesurado devenido del ejercicio profesional y de la acumulación del dolor humano generado en nuestros propios pacientes y transferidos a nosotros que nos impone una “reconstrucción” psicosocial permanente para no perder la salud y para poder renovar, cada vez, el pacto de brindar el soporte y el apoyo en plenitud por ante los requerimientos de los que sufren.
Esta temática no es menor ya que incide negativamente en el propio proceso de enfermar, sufrir accidentes y envejecer de los médicos y, en algunos casos, genera el retiro prematuro de la actividad profesional por morbilidad invalidante en las áreas biológica, psicológica y social.
Al mismo tiempo, incide negativamente sobre los médicos, el modelo convivencial actual y la realidad fáctica en el ejercicio tecnoprofesional de la medicina en nuestro país que se caracteriza, entre otras muchas cosas, por:
Concluimos por
aceptar, entonces, que el ejercicio de
la medicina es un factor de riesgo en sí mismo.
El ejercicio de la Medicina como profesión tiene características que le son propias y lo diferencian de otras prácticas profesionales.
Se ha mencionado muchas veces que la medicina no es simplemente una
profesión que se ejerce sino más bien un verdadero estilo de vida.
La medicina impone a quienes se dedican a ella un
grado de compromiso vital que, no pocas veces, impregna las demás áreas de la
vida de las personas.
Es llamativo el escaso lugar que la investigación científica ha dedicado al
estudio del impacto que esto produce sobre los individuos que ejercen la
profesión médica y a la detección de las situaciones de riesgo para su salud y
calidad de vida.
Los
médicos aún tienen un natural liderazgo en la
sociedad, sus propuestas son creíbles,
legitiman su papel social por su presencia activa en la solución de los
problemas de la gente, poseen una débil porción de poder, su responsabilidad y
su compromiso son de alcance infinito de acuerdo con la expectativas de la
gente y el imaginario popular.
Quedan dos opciones: resignarse, sin poder despejar la bronca y la desesperanza al asco de la
degradación y la muerte o proponerse no descartar la posibilidad de vivir
cuanto y como sea posible, mitigando la corrupción, con algún tipo de
renacimiento inventado en el que todo lo que se ha ido pueda volver aunque de
otro modo. La inquietud y la zozobra son un veneno que literalmente mata.
En este trance, conviene tener una cierta indulgencia para con uno mismo,
tratar de armonizar las cosas, las certezas y las incertidumbres de la vida con
el pensamiento y las posibilidades de acción; resguardarse de lo que no conviene y
hace daño inútilmente.
Existir y morir no es fácil ni cualquier cosa; deberíamos “negarnos” a
ser desplazados de la vida mientras no estemos formalmente muertos.
Si existimos por dentro, que es existir de veras, sólo así se puede decir que estamos aún vivos.
Si hemos merecido la vida y la hemos justificado, merecemos tener una
salida honrosa hasta en la muerte; como siempre y pese a todo, allá vamos...
Los médicos tuvieron un largo entrenamiento para tratar la carne y el
alma humana, se destrozaron en el camino y quedaron exhaustos, pero reconocen y
comprenden a la persona humana y nunca abandonan el combate contra la
enfermedad, el dolor, el sufrimiento y hasta ayudan a bien morir rescatando la
vida.
BREVIARIO DE OPINIONES,
A MODO DE CONCLUSIONES INCIERTAS
“Encontrarle sentido a todas las cosas es una
enfermedad de nuestra época”
Picasso
A lo largo
de este ensayo, desde el principio, no tuvimos el propósito de demostrar nada y
mucho menos de llegar a conclusiones apodícticas.
Hemos
querido rescatar el tema de la muerte como lo único absoluto que tiene la vida,
sean cuales sean los argumentos científicos o no científicos que pretendan
definirla y caracterizarla.
El
problema no suele ser la muerte como un final previsible de la vida, sino la vida misma. Las
posibilidades para tener bienestar, concretar proyectos, sostener valores,
tener una cuota de felicidad las da la vida y no la muerte aún siendo
fundamentalistas del “dualismo” materia – espíritu o cuerpo – alma o sea cual
sea la idea rigurosa que se tenga acerca de la naturaleza del hombre.
Hemos
rozado, circunstancialmente, algunos aspectos vinculados a la muerte en lo
biológico, lo biomédico y lo bioético por considerarlos relevantes e
importantes para el conocimiento y la construcción del imaginario popular dados
los avances tecnológicos que se emplean en la prolongación de la vida sabiendo
que todo lo más específicamente humano poco tiene que ver con la ciencia.
La muerte
parece carecer de sentido y se estima inútil. Aquellos seres humanos que tienen
enfermedades orgánicas que conducen a la muerte siempre vinculan su condición
íntima espiritual, afectiva y emocional con la enfermedad y se hace necesario
intervenir para mitigar, suavizar y lograr la aceptación del proceso.
Los
sanadores de todos los tiempos deben tratar con hombres reales, humanos, para los
que no basta la “administración” de la
enfermedad o la muerte.
El juicio
sobre el acontecer humano no es sólo estadístico e intelectual y apoyado en la
patología científica; todo ser humano tiene una gramática propia para su cuerpo
y su espiritualidad. La enfermedad y la muerte no son quistes biológicos más o
menos largos y penosos de soportar en la biografía de cada persona.
Deberíamos
reaccionar contra la aplicación de una ciencia excesivamente analítica,
mecanicista y de alto contenido biológico del ser humano que pretende combatir
la muerte cuando el fin de las medicinas no es librar batallas o guerras
encarnizadas a ultranza sino curar o mejorar a los enfermos y, en todo caso,
cuidar, acompañar y ayudar a bien morir no habiendo más alternativas.
Luigi Pirandello (1867-1936), escritor y premio Nobel
italiano, puede ser considerado como el más importante autor teatral de la
Italia del período de entreguerras. Las obras de Pirandello siguen
sorprendiendo pese a su antigüedad. En todas sus obras, especialmente en La
gorra con cascabeles (1917), se reflejan un sistema de ideas que definen
la existencia y la vida humana como un conflicto permanente entre los instintos
y la razón, que empuja a las personas a una vida llena de grotescas
incoherencias. Los seres humanos no poseemos una personalidad definida y
monolítica, sino muchas facetas dependiendo, en muchos casos, la valoración de
nuestras acciones de acuerdo con el cómo nos ven. Pïrandello
no tenía fe en ninguno de los sistemas morales, políticos o religiosos
establecidos; sus personajes encuentran la realidad sólo por sí mismos y, al
hacerlo, descubren que ellos mismos son fenómenos inestables e inexplicables.
Siempre manifestó su pesar por la condición confusa y dolorosa de la humanidad.
La existencia tiene aspectos macabros, desconcertantes, amargos, dolorosos y
hasta absurdos y en este sentido Pirandello se anticipó y preparó el terreno al
existencialismo y al absurdo (Anouilh, Sartre, Ionesco, Beckett, Eliot). William
Shakespeare (1564 – 1616) decía (La tragedia de Macbeth; Acto Quinto, Escena V)
“¡La vida no es más que una sombra que pasa, un pobre cómico que se pavonea
y agita una hora sobre la escena, y después no se le oye más...; un cuento
narrado por un idiota con gran aparato, y que nada significa!...” Si la vida es
un cuento narrado por un orate, es decir, por una persona que ha perdido el
juicio o la razón y que además de poco juicio no tiene moderación ni prudencia
se impone una crítica severa a la razonabilidad de muchas de las acciones
humanas y al soporte de un sistema de ideas que las legitimen. La alternancia
constante entre la cuerda afable y la cuerda loca de nuestro pensamiento y
afectividad hacen de nosotros una realidad inasible, llena de incertidumbre,
contradictoria y conflictiva. La suma de todos nosotros, aún en espacios
sociales pequeños y de cierta homogeneidad, nos torna insoportablemente locos
para vivir armónicamente en comunidad. La educación, la política, las
religiones siguen siendo las herramientas útiles para lograr de las personas
una cierta homogeneidad apta para una convivencia que acepte el pluralismo, la
diversidad, la oposición, lo diferente en un espacio social para todos en el
que se pueda vivir y morir con una cuota razonable de dignidad y felicidad.
IMPRESIONES ACERCA DE LA VIDA Y DE LA
MUERTE
Las ideas no debieran sólo ser pensadas
sino vividas. El mundo es una infinidad de posibilidades que el hombre de edad
avanzada o cualquier persona con posibilidad de morir no debiera desconocer, de otro modo, se
condena a la extinción anticipada.
Una buena acción nunca se pierde y la
bondad, en todo caso, mejora el talante y es más redituable a largo plazo.
Casi siempre tratamos de comprender por
lo que se nos asemeja, forzando la realidad.
Cuando nuestro orgullo es demasiado grande, difícilmente nos integramos con otros hombres.
Desconfiemos, cuando la fatalidad pasa por delante de nuestra voluntad.
Casi todos hacemos lo mismo, cambiamos fácilmente de opinión.
Conviene recordar para no perder la identidad, pero la vida no está en el pasado, esta delante nuestro.
Lo absoluto suele ser el instante y no es argumento para creernos inmortales.
El mayor espanto es el que se puede encontrar en las profundidades de uno mismo, afortunadamente se puede cambiar para mejorar.
Si las sensaciones que un ser humano tiene son muy intensas, cuando estas se alejan, se queda uno completamente vacío.
Llegar a la conclusión de que ya no hay fantasía es una desgracia; tampoco se puede vivir con una fantasía heredada y permanecer atado a ella toda la vida.
Conviene y es bueno querer a los hombres pero no siempre se pueden justificar sus acciones.
No se vive negando o segando la vida.
Todo hombre es mas el resultado de sus sufrimientos y de su dolor que de sus alegrías.
El sufrimiento sólo tiene sentido cuando no conduce a la muerte y casi siempre, cuando es continuo, conduce a ella.
No siempre coincide la idea que uno tiene de la vida con la de sí mismo.
No se olvida lo que se quiere.
La confianza, irracionalmente hablando, es tanto mayor cuanto menos razón se tiene.
Yo soy lo que hecho y nada después de morir.
El amor es un buen antídoto para soportar la destrucción ocasionada por el tiempo, la soledad y la muerte.
Me aman los que me aceptan; los que me aman pese o contra todo.
Para morir lo mejor es hacerlo lo mas alto posible, aunque el hábito de la angustia me haya carcomido en vida.
La angustia y la conciencia de muerte, características humanas, deberían llevarnos a apostar por la vida y a participar en una colectividad mas solidaria e interdependiente.
El propio dolor es intransferible; merecería ser comprendido por el otro.
Si los sueños nos oprimen, seria mejor expulsarlos con fuerza y convertirlos en acción. Difícil el equilibrio entre los deseos, los sueños y el poder hacer lo que se quiere.
Un poco de dignidad es necesaria en vida, no se puede canjear por un status a partir de la muerte.
Buscar todo el tiempo: quehaceres, ideas, compromisos retarda el final y nos justifica. Escuchar el silencio interior es comulgar con uno mismo, darle significación al mundo y conseguir una aceptable serenidad.
Reconocer la libertad del prójimo es encontrar una razón de respeto por las personas.
Un profundo amor herido puede crear un odio enormemente grande.
Sufrir en soledad y a causa de uno mismo nos lleva a despreciarnos.
No se conoce totalmente a un ser por más tiempo que se emplee en ello; si sobreviene el desencanto conviene no usar el rencor que es una fuerza irrisoria y sin sentido.
Todo hombre sueña con ser un dios y escapar a la condición humana.
Se puede llegar a morir por una idea; la idea es una fuerza que se vigoriza con la pasión que se emplea en defenderla.
Tener razón no es suficiente, es preciso que los demás crean que la tenemos.
Tener poder y no soportar ser discutido convierte al poderoso en un iracundo dotado de imbecilidad.
Morir no es malo, salvo que la muerte no se asemeje a la vida vivida; es terrible ser desenmascarados ante nosotros mismos antes del final.
Toda vida que no ayuda a nadie es absurda.
Los hombres valemos por lo que hemos hecho, por lo que hemos transformado y por los valores en los que creemos y que instalamos para darle razón al ser.
Se necesitan cincuenta años de sacrificio, voluntad, trabajo y tantas cosas más para hacer a un hombre; cuando ya no queda nada, volvemos a empezar.
COSAS Y ACTIVIDADES INÚTILES
que justifican la vida
“La superioridad del hombre sobre los demás seres de la naturaleza es debida a sus pensamientos inútiles” (Paul Valéry)
El hombre no se conocerá y tampoco será feliz hasta que no sea capaz de encerrarse en una habitación y pensar. Hacer arte, ciencia, filosofía, poética... son actividades absolutamente inútiles y de lujo pero sin olvidar que representan progreso. Si la gente no tuviera necesidades de cosas inútiles, sobrantes, innecesarias, no hubiéramos superado el nivel de los seres irracionales. Son precisamente las cosas inútiles las que movilizan y hacen vibrar a la humanidad. Todo lo superfluo es producto de la civilización. El noventa por ciento de los objetos que nos proponemos obtener a través de la compra y que muchas veces nos ocasionan compromisos difíciles de cumplir en materia de créditos, deudas, ajustes económicos de todo tipo son habitualmente irrelevantes para nuestra subsistencia y “materializan” excesivamente la concreción de nuestra felicidad. Hace un tiempo, estos objetos no existían o no estaban a nuestro alcance y sin embargo nada pasó.
El arte, la ciencia, la tecnología y la industria dan, cada vez más, una nueva dimensión al hombre y son las quimeras de ese mismo hombre que lo distingue de los demás animales; la imaginación suele ser superior a la razón. Muchas de las cosas inútiles nos han condenado a ser cautivos de un mundo encerrado en algunos y pocos metros cuadrados conectados a una red de cosas virtuales controladas por un superpoder informático. Las máquinas ya se han integrado al paisaje de nuestras vidas (y de nuestras muertes) y llegamos a creer que todo ello es realidad y ya no podemos substraernos al influjo de las cosas que nos rodean.
El trabajo repetitivo y siempre igual –para el que lo tiene- suele convertirse en rutina y aburrimiento extremos que apenas alcanza para una oscura subsistencia; este es otro cautiverio que los poderes públicos y privados nos imponen y nos brindan siempre que seamos útiles muchas veces a fines que no son los nuestros. Por supuesto, están prohibidas las transgresiones, el alejamiento del tedio y la rutina y cualquier intento de liberación de las sumisiones consuetudinarias.
El mundo actual se ofrece mecanizado, programado, cautelosamente vigilado por eso hacer “cosas inútiles” se convierte en una de las pocas satisfacciones que nos quedan aunque se consideren pecados elitistas que, en el fondo, sólo son un símbolo y una herramienta de evasión para la libertad.
EL CAPITAL ESPIRITUAL
En la vida económica como en la vida espiritual, se encuentran las mismas nociones de producción y de consumo.
El productor, en la vida espiritual, puede ser un escritor, un artista, un
filósofo, un sabio; el consumidor es un lector, una audiencia, un espectador.
Las nociones de valor, de intercambio, de oferta y demanda se imponen
también en el capital espiritual. Son términos que tienen sentido cuando se
habla del “mercado interior” donde cada espíritu discute, negocia o transige
con el espíritu de los otros con producción, intercambio o consumo de productos
para el espíritu tal como en el universo de los intereses materiales. Una
civilización y una cultura en un tiempo histórico es un capital cuyo
crecimiento puede proseguir y acumularse durante muchos años o declinar, entrar
en decadencia y disolverse. La economía del capital espiritual nos propone fenómenos
mucho más difíciles de definir, pues en general no son calculables y tampoco
están establecidos por organismos o instituciones especializadas. No hay
mercado e intercambio espiritual sin
lenguaje; el primer instrumento de todo tráfico incluyendo el del capital
espiritual es el lenguaje. Se puede reiterar aquí el célebre enunciado: Al
comienzo fue el Verbo. Es necesario que el Verbo sea previo al acto. El Verbo,
no es otra cosa que uno de los nombres más precisos de lo que se llama
espíritu. El espíritu y el verbo son casi sinónimos en muchos usos. El término
que se traduce por verbo en la Vulgata, es el griego «logos» que quiere decir
simultáneamente cálculo, razonamiento, palabra, discurso, conocimiento, al
mismo tiempo que expresión; el verbo es el pensamiento mismo y no hay
pensamiento sin lenguaje. Cultura y civilización son sustantivos asimilables a un capital que se forma, se
emplea, se conserva, se aumenta, declina, y desaparece como todos. Para que el
material de la cultura sea un capital exige la existencia de hombres que lo
necesiten y que puedan utilizarlo, es decir, hombres que tengan sed de
conocimientos y de poder de transformación interiores, sed de desarrollo de su
sensibilidad y que sepan, además, adquirir o ejercer hábitos, disciplina intelectual, convenciones
y prácticas para utilizar el arsenal de documentos y de instrumentos que los
siglos han acumulado en una vastedad de capitales inimaginables. Este capital
es una inconmensurable riqueza latente y permanente que se forma y construye
mediante capas progresivas, superpuestas e integradas a través del esfuerzo de
muchas generaciones y que conviene resguardar y preservar de la agitación
general del mundo actual, de la propaganda distorsiva de los medios de
comunicación, del intercambio demasiado veloz y de la hiperactividad que parece
devorarnos la vida. No sólo la preservación sino la utilización funcional del
capital espiritual atesorado no debería ser sometido a perpetuas conmociones,
novedades que a corto plazo son reemplazadas por otras novedades que demuestran
que no siempre lo último es lo mejor, noticias y más noticias, nerviosismo
generalizado ante una incertidumbre, una inestabilidad y una amenaza de caos
inminente magnificada por la lectura de interés inmediato y violento de los
diarios y la escucha de otros medios que nos dicen todos los días que “se teme
que...”, “temen que...” como expresando que el apocalipsis es ahora y que avanzemos todos juntos y sin dilación hacia nuestro propio
suicidio de nuestro mundo civilizado. Todo esto trae como consecuencia miedo,
desasosiego, una disminución de nuestra energía, una merma y desvalorización
del capital espiritual y de la validez de nuestra cultura y una disminución
real de la verdadera libertad de espíritu; la preservación de esta libertad
exige lucidez, convicción, rechazo a puras sensaciones incoherentes o violentas
y a estar seguros de nosotros mismos. El capital espiritual vence a la muerte,
se hereda, se acumula y humaniza.
ELOGIO DEL OCIO
Cuando niño, como a muchos de mi generación, me inculcaron machaconamente que el ocio es la madre de todos los vicios. Más tarde y para peor, leí al viejo Unamuno que afirmaba que “vivir es obrar” pero, afortunadamente, Bertrand Russell por el año 1932 decía todo lo contrario en su ensayo “Elogio de la ociosidad” pero sin decir en sus fundamentos que en ese momento Inglaterra había vencido el grave problema social de la desocupación (1920 – 1930) y sus trabajadores disfrutaban de gran prosperidad y se permitían el lujo de reclamar menos de 40 horas de trabajo semanales. En realidad, el ocio no es sinónimo de inactividad o ausencia de esfuerzo; el ocio es trabajar a gusto, con esfuerzo placentero, sin preocupaciones utilitarias, sin apremios de ganar el pan con el sudor de la frente, creativamente, justificadamente en lo espiritual; es dedicarse a obrar, a vivir en la búsqueda de momentos propios y personales coronados de fugaces episodios de felicidad. La palabra idleness es ociosidad en inglés, otium en latín, ozio en italiano, loisir en francés y holgar en español que significan descanso, tiempo libre de obligaciones y preocupaciones, tranquilidad, paréntesis en el trabajo; el dolce far niente de los napolitanos. El ocio como hábito contínuo se transforma en pereza y desgana. Lo que parece claro y recomendable es que la sociedad no exija a las personas tantas horas de esfuerzo para ganarse el sustento y que además proporcione facilidades y ventajas para el goce de la vida social; el ocio es salud y también es un derecho. En la dialéctica entre el ocio y el trabajo hay que involucrar varios factores como la economía, la justicia social y distributiva, las luchas por las reivindicaciones laborales, la factibilidad de la paz social. Muchas veces, el ocio de los menos se basa en la laboriosidad y la fatiga de los más convirtiéndose la moralidad del trabajo en una moralidad de esclavos. El camino de la dicha y el de la prosperidad suelen ser distintos; la necesidad del trabajo en cantidades excesivas es cada vez menos necesario dado el avance tecnológico y más aún en aquellos países que han podido acumular trabajo y riqueza. El trabajo excesivo, a la corta o a la larga produce deterioro individual que no se compensa con los beneficios que alcanza la sociedad que se lanza, cada vez, a mayores y más grandes empresas. La aplicación errónea del concepto del deber es histórica y le ha servido al poder para inducir a las mayorías populares a vivir y trabajar más para el interés de sus amos y bien poco para su propio interés y beneficio. La organización tecnocientífica actual del trabajo y la producción hace posible mantener el bienestar de amplias masas de la población usando sólo una parte de su capacidad de trabajo y producción. En nuestro país y en otros también, hay mucha gente que se ve obligada a trabajar largas horas; los que no tienen trabajo por falta de empleo yacen en la marginación y además con hambre. Las clases gobernantes de todo el mundo siguen predicando a sus “honrados trabajadores” el paradigma de la dignidad del trabajo (no en el trabajo), las virtudes de la laboriosidad, la sobriedad, la buena voluntad para trabajar cuanto sea necesario y posible a cambio de unas leves ventajas y el sometimiento a la autoridad disfrazado de identidad, pertenencia y compromiso con el trabajo y la empresa. Lo cierto es que una gran proporción del total del producto del trabajo lo recibe una pequeña minoría de la población en la que muchos de sus componentes no trabajan en absoluto; obviamente, esto no es justicia económica ni social. Es posible alcanzar un digno equilibrio pensando y decidiendo acerca de si se prefiere más ocio o más bienes y concluir en favor de una cuota necesaria de ocio convenciéndose que el trabajo intenso no es una suprema virtud ni tampoco tan necesario como parece. Habría que recuperar la capacidad de estar alegre y la actividad lúdica, disminuir el culto a la eficiencia y la obtención de finalidades determinadas para todo lo que se haga; es bueno y saludable ganar dinero para gastarlo y producir artículos para consumirlos. De las dos grandes certezas que tenemos los seres humanos que son la muerte y la duda, son suficientes argumentos para proporcionarnos un ocio creativo y reparador antes del final.
LA PERSECUCIÓN DE LA IMAGEN
No es de extrañar que actualmente, por la facilitación que proporciona la tecnología y también por una elección preferencial y a veces adictiva por las imágenes y lo virtual para atrapar y detener, con intensa carga de ansiedad, el tiempo vital que es presuroso y fugaz persigamos la imagen. A partir de Aristóteles aceptamos lo de “nihil est in intelectu quod prius non fuerit in sensu” (nada hay en el intelecto que no haya pasado previamente por los sentidos), es como decir más llanamente que las facultades intelectuales son simples sensaciones transformadas. Una imagen es más que un conjunto de elementos visuales que identifican la realidad del instante; es una verdadera obra psíquica propia y personal de quien observa donde se reúnen vivencias previas y simultáneas, memorias, asociaciones, evocaciones...nos ayuda a tener certeza dentro del evanescente paso del tiempo; pareciera que no morimos. Así creemos estar seguros (casi seguros) que lo que se ve realmente sucedió y sobre todo nos demostramos que estuvimos allí. La imagen documenta y da credibilidad. La historia natural del hombre es la historia de la función visual. El sentido visual es el que conduce al psiquismo hacia el conocimiento de la realidad y es el vínculo neuropsicológico entre la realidad exterior y la interior. Las imágenes que se plasman en fotografías son una parte de la realidad, son memoria, son casuística pero carecen del sortilegio del arte. Buscar la verdad en el objetivismo solamente como llave maestra de la intelectualidad racionalista parece ser en la actualidad una refundación de la “religión positivista”; al pensamiento humano no le basta sólo la técnica o el razonamiento. Sin duda, la imagen de la retina (aún la fijada en una fotografía) genera los abstractos procesos de ideación simbólica. El órgano ocular es instrumento de información para nuestro cerebro y en él las imágenes presentes o las almacenadas en la memoria se transforman e idealizan construyendo lo que llamamos el mundo interior. La visión espacial simbólica que está incorporada en nuestras cabezas son gatilladas y actualizadas por los registros fotográficos. El hombre hace algo más con las imágenes, les añaden ideas, prejuicios, creencias, conceptos, conocimientos, afectividad, valores. En una época bizarra, pragmática y utilitaria como la nuestra una serie de imágenes mejora nuestra natural incertidumbre y ayuda a recordar; si cabe alguna duda y si estoy yo mismo en las imágenes, luego existo.
MIGUEL DE UNAMUNO Y
LA MUERTE POR LA GUERRA TERRORISTA
Occidente está padeciendo una verdadera guerra terrorista con muertos, destrucción, pánico, alteraciones de la conducta psicosocial de sus pueblos, costosos despliegues de seguridades inseguras, reforzamiento de los autoritarismos desde los gobiernos, borramiento de los límites de los derechos y garantías de la gente común. Oriente padece el desastre humano, material, cultural y político de guerras de intervención directa con carácter preventivo a largo plazo con diferentes pretextos y justificaciones reconocidos por unos y negados por otros. En el estado de bienestar de la culta Unión Europea ya no se puede vivir normalmente; en los Estados Unidos de Norteamérica tampoco. Muchos tratamos de explicarnos este extraño, cruel e incivilizado fenómeno caracterizado por la muerte.
Miguel de Unamuno, el viejo filósofo y vilipendiado Rector de la Universidad de Salamanca que entre muchas otras cosas y en pleno fragor del desencuentro en España dijera a los franquistas “venceréis, pero no convenceréis”, provocando la respuesta de un general del régimen “¡Viva la muerte y muera la inteligencia!”, terminó sus días recluido en su domicilio de Salamanca después de un prolongado exilio forzoso; por el año 1912 decía más o menos esto: una mitad del mundo, el gran Oriente oscuro, es místico; cree en la luz de luna del misterio; pide al Eterno vagos impulsos; entiende mal, desconfía y desprecia a occidente; son vitalistas , buscan la inspiración y creen en la persona; considera que las grandes ideas acerca de la vida en occidente no son verdaderas. Occidente exige claridad; elaboró distintas y claras ideas de la vida y es consecuente con ellas; se impacienta con el misterio; cree en el mediodía del hecho científico; toma el presente dentro de su mano y no la abre ni suelta hasta que haya motivos razonables e inteligibles; son racionalistas, buscan definiciones y creen en el concepto. Cada uno de ellos entiende mal al otro. “El que basa o cree basar su conducta –interna o externa, de sentimiento o acción- en un dogma o principio teórico que estima incontrovertible, corre riesgo de hacerse un fanático, y, además, el día en que se le quebrante a afloje ese dogma, su moral se relaja” “¡Europa! Esta noción primitiva e inmediatamente geográfica nos la han convertido, por arte mágica, en una categoría casi metafísica. ¿Quién sabe hoy ya, en España por lo menos, lo que es Europa?”. España, que se desangró luchando ocho siglos contra la morisma, defendiendo a Europa del mahometismo cuando ésta le debe gran parte de su cultura; que se desangró tratando de conseguir su unificación interna y al mismo tiempo engendraba conquistadores creando veinte naciones... Estas y otras son viejas mareas de las contradicciones que son parte de la condición humana. Eppur si muove! Lo mejor es no rendirse a la ortodoxia y no usar armas para aniquilarnos que, además de trágico, sería ridículo.
Mahoma dice: “En cualquier lugar que estéis, os alcanzaría la muerte, os alcanzaría en elevadas torres. Si les ocurre alguna dicha, dicen: Esto proviene de Dios. Si sufren de alguna desgracia, exclaman: Esto proviene de ti ¡oh Mahoma! Diles: Todo proviene de Dios. ¿Qué tiene, pues, este pueblo, que está tan lejos de comprender?” (Sura IV, 80)
“El aturdimiento de la muerte cierta les sobrecoge” (Sura L, 18). ”Ya suena la trompeta. He aquí el día prometido” (Sura L, 19). Los fundamentalistas temen y para evitar los castigos enunciados en sus religiones se prestan a cualquier misión y sacrificio que incluye matar o morir; si amasen más harían menos daño. Unamuno tenía razón.
RENACIMIENTO NECESARIO
Cuando hablamos del Renacimiento, nos surgen casi siempre, una serie de ideas relacionadas con el fin de la edad media y el renacer de las artes, la literatura y las ciencias de aquellos tiempos o para designar la transición de la edad media a la edad moderna en la Europa de la cristiandad. El artista y escritor italiano Giorgio Vasari utilizó este término en su obra Vidas de pintores, escultores y arquitectos famosos publicada en 1570, pero hasta el siglo XIX este concepto no recibió una amplia interpretación histórico-artística. El nuevo nacimiento del arte antiguo presuponía, además, como fenómeno completamente nuevo, una marcada conciencia histórica individual, un esplendor especial en la que el ser humano redescubre su entorno y a sí mismo. La palabra renacimiento fue inventada a mediados del siglo XIX por el historiador francés Jules Michelet (1798-1874). Jacob Burckhardt popularizó esta palabra cuando en 1860 publicó su gran obra “El Renacimiento en Italia”. Coincidiremos en que el Renacimiento fue un período en el cual el hombre se planteó volver a los clásicos en lo que es el humanismo, la literatura y la filosofía que habían estado aletargadas durante la edad media y, además de esto, el hombre se permitió reinventarse y descubrirse en los umbrales de la modernidad. Con el Renacimiento, el hombre centra toda su actividad en el hombre como tal, es decir, después del aletargamiento medieval el hombre piensa ahora con más libertad de espíritu que le conducirá a la libertad de pensamiento; el culto a la vida y el amor a la naturaleza son otros aspectos importantes; además el Renacimiento estableció como fuentes de inspiración el equilibrio y la serenidad. En la sociedad de aquella época como en la actual había, pero no tanto como ahora, frivolidad, gente acomodaticia y ramplona, adocenada, instalada en el servilismo y en la contracultura, abotargada y hedonista, egoísta y preocupada sólo por el bienestar material, interesada por la opinión publicada en nuestro tiempo básicamente por las televisiones, que ponen a disposición de todos los ciudadanos la mayor y más amplia basura cultural de toda la historia de nuestro país, salvo contadas y rarísimas excepciones.
Poco a poco, insensiblemente, podríamos llegar a no sentir dolor por los pobres, los hambrientos, los miles de muertos de las guerras aparentemente de otros, la enfermedad y el sufrimiento que consideramos ajeno. Poco a poco, se nos quitará el asombro o apelaremos a la falsa caridad para atender a las víctimas del tráfico, la violencia terrorista y no castigaremos a los corruptos porque ya hemos aceptado su modelo. Entraremos en el “famoseo” donde la notoriedad inconsistente y la frivolidad sustituyan la capacidad de trabajo y el esfuerzo. Aceptaremos crispados la escisión de la sociedad sin alcanzar acuerdos y concordias, abonando mentiras en el día a día sin respetarnos y también sin respetar el medio ambiente, la ciencia, la cultura, las leyes, los valores, la ética , la moral y sin arriesgar esfuerzo en la aventura de la vida. Honor, palabra empeñada, reconocimiento, mérito son palabras que parecen no significar nada. Mérito y valores parecen ser las consignas para un Renacimiento necesario donde la razón nos vuelva a asistir como seres únicos, irrepetibles, libres de elegir y como protagonistas del bienestar de nuestra sociedad. Ortega y Gasset, que no fueron dos como algunos estudiantes poco informados pueden llegar a creer, afirmaba que hay que canalizar la libertad y los valores dentro del acervo cultural propio reuniendo y actualizando todo lo que de bueno pudimos conseguir en los pasados siglos para un buen presente y un satisfactorio futuro.
LA ACTIVIDAD CREADORA
COMO JUSTIFICACIÓN
PARA VIVIR BIEN Y MORIR MEJOR
(33, 46)
Después de sobrevenido el caos, que Heidegger estudiara en su significación etimológica como génesis y abismo creador, el mundo psíquico reprimido, estereotipado por hábitos y rutinas, contenido por lindes y perfiles objetales, signado por pautas de conductas, normas y legislaciones, se reorganiza, se formula de otra manera, crea un nuevo orden y así descubre belleza o verdades nuevas para vivir en plenitud.
La creatividad no puede darse en un mundo alucinado o alienado; la creatividad se basa en la reestructuración permanente de los datos elementales preconscientes que están en la base de todo gran descubrimiento, de toda creación artística, científica o tecnológica, en el trabajo apasionado y constante cuyo valor subjetivo ayuda y justifica la vida y que suele ser para algunos mucho mayor que la rentabilidad, el salario o la notoriedad.
La actividad creadora queda muchas veces obturada e impedida de realización por la mala o incompleta formación, por la naturaleza paradigmática del conocimiento que se ha incorporado y utiliza, por miedo a la heterodoxia y la transgresión, por no poder escapar a los cánones de una ciencia, de un arte o una técnica incompleta, por la angustia generada en la insatisfacción producida por la relativa efectividad y aplicación de los conocimientos, por fatiga y desazón por el largo camino que hay que recorrer y que suele arrasar con la duración de toda una vida.
La capacidad creadora de los hombres de ciencia, de los artistas, de los técnicos no difieren sustancialmente; en todos estos casos se vinculan, interactúan y se integran creatividad y pensamiento.
Los médicos usamos la palabra poyético cuando hablamos de los órganos o sistemas biológicos creadores donde se elabora la vida sin interrupciones como la sangre, porque poesis significa poesía y ésta es creación.
Devolviendo a un enfermo su capacidad y actividad creadora a veces lo curamos, otras lo consolamos y siempre lo ayudamos y sostenemos habilitándolo para una muerte digna.
Amar, trabajar y crear es el trípode de sustentación de la vida.
La creación es una superestructura que oculta los componentes inarticulados simbólicos como el trabajo angustiante y doloroso que supone el esfuerzo de crear, de transformar un pensamiento en acto; el regocijo casi infantil ante el logro obtenido; la rabiosa comprensión de que la obra siempre es inferior a lo soñado.
La creación es una penetración de la inteligencia lúcida en las obras intuitivas. La actividad creadora es una de las respuestas que organiza el caos, que da direccionalidad a la existencia, que reencuentra los fundamentos del hombre, que da sentido a la vida.
La actividad creadora es una forma emocional de eludir, ocultar o retrasar el riesgo cierto de morir, riesgo que siempre el hombre advierte y le cuesta aceptar que camina inexorablemente hacia su propio fin. El hombre se desespera ante la muerte ajena y se angustia intensamente ante la propia. Neutraliza este estado a través de la fe religiosa, administrando su sed de ambición y poder, enfermándose o entregándose a una irreversible ataraxia, negando, aboliendo sus pasiones, asumiendo una actitud impávida ante su destino trágico.
Toda persona creadora suele ser contradictoria y difícil porque en ella se activan lo instintivo y lo apolíneo, el subconsciente ciego y la razón luminosa, lleva en su cuerpo y en su alma incurables heridas y consume su vida en la praxis vertiginosa de la tarea y el uso irrestricto de la libertad.
El conformismo en que el pensamiento liberador aborta, la capacidad de creación se limita y la propuesta y la actividad se cristalizan casi al momento de gestarse; es uno de los factores coercitivos no sólo de la capacidad creadora sino de la vida misma.
La creatividad no es una simple reorganización de las ideas sino el tránsito por un camino de evolución y enriquecimiento que amplía el horizonte humano, abre las puertas a nuevas empresas creativas y responde justificando el paso por la vida con un esfuerzo de síntesis desafiando el pensamiento, el desorden, el desequilibrio y la finitud.
El hombre capaz de crear tanto en la vertiente tecnocientífica como en la artística se posee a sí mismo por entero con sus armonías y disonancias, encuentra la salida a las contradicciones, se confunde menos al hallar un orden, incorpora y acepta la vida como es realmente y se prepara para morir adecuadamente procurando trascender un poco y retardar el olvido.
La creatividad, como decía Virgilio, es como la parición de la osa que trae al mundo sus crías sin formar y después, lamiéndolas, les confiere la forma; la modelación o acabado se hace por los otros como se es en los otros.
Al final, como Apollinaire escribía: “Sed indulgentes cuando nos comparéis con los que fueron la perfección del orden. Buscamos la aventura por doquier. Queremos daros dominios vastos y extraños donde el misterio en flor se ofrece a quien quiere cogerlo. Piedad para nosotros que combatimos siempre en las fronteras de lo ilimitado y del porvenir”.
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Las Parcas........................................................................... 12
“Coplas por la muerte
de su padre”
de
Jorge Manrique (1440 – 1479) ........................................13
Prólogo
...............................................................................
25
Consideraciones
generales acerca de la muerte………….. 31
Definir la muerte ................................................................
37
Los lenguajes y el
dolor en la muerte……………………. 44
Eros y Tánatos
.................................................................. 47
Culto a la muerte
............................................................... 52
Los muertos, muertos
están……………………………… 76
Veneración por la
muerte………………………………… 78
Culto a la muerte como psicopatía
política……………… 79
La crueldad
……………………………………………... 87
Ciencia, vida y muerte ………………………………….
93
La medicina y la
muerte del hombre
en
la postmodernidad
....................................................... 96
Actitudes ante la
muerte en los
profesionales
de la salud………………………………… 103
Soluciones culturales ante el
problema de la muerte
...... 106
Las cosas que vencen
a la muerte
.................................... 111
Humanizar el proceso de
morir………………………… 117
Qué es el duelo y qué
se hace con él?.............................. 120
Duelos
patológicos…………………………………….. 155
La muerte y el duelo ........................................................ 156
Aspectos éticos y
filosóficos de la muerte ....................... 166
Ensañamiento o
encarnizamiento terapéutico …………. 168
Juramento de Hipócrates ................................................. 170
Juramento de Maimónides .............................................. 171
Muerte y religión
............................................................. 174
Muerte y geografía
del hambre........................................ 177
Reflexiones acerca de
la muerte ..................................... 181
Actitudes ante la muerte ................................................. 185
Sobre la muerte y la
tarea de morir ................................ 188
La muerte o la
supremacía de la vida en las
personas
mayores............................................................ 192
La muerte y la vejez ....................................................... 195
Bioética
......................................................................... 199
Aspectos conductuales
del médico frente al
paciente
moribundo y sus familiares ............................ . 205
Atención a pacientes
al final de la vida………………... 209
Los trasplantes y la
forma de morir…………………… 213
Morir en terapia
intensiva……………………………… 215
Miedo a la
muerte……………………………………… 218
Autonomía del
paciente para
asegurar una muerte digna
…………………………….. 219
La muerte cada vez
más cara…………………………… 221
Programa de atención
integral al médico enfermo……... 223
El médico ante su
propia muerte ...................................... 226
Breviario de
opiniones,
a
modo de conclusiones inciertas ...................................... 233
La cuerda loca y la
cuerda afable
..................................... 236
Impresiones acerca de la vida y de la muerte .................... 238
Cosas y actividades
inútiles,
que
justifican la vida .........................................................
241
El capital espiritual
............................................................ 243
Elogio del ocio .................................................................. 245
La persecución de la imagen ............................................. 248
Miguel de Unamuno
y
la muerte por la guerra terrorista .................................. 250
Renacimiento necesario ...............................................
… 252
La actividad creadora como justificación
para vivir bien y morir mejor
...........................................
254
Bibliografía
...................................................................... 258
Índice
............................................................................... 266
Dr. LEONARDO STREJILEVICH FICHA
PERSONAL
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