Preámbulo
Los medios de
comunicación social son los grandes protagonistas del tiempo posmoderno,
propiamente un lápiz virtual que dibuja la sociedad según sus designios e intereses.
Íntimamente ligados a grupos económicos y políticos deciden sobre la suerte de los
gobiernos y la vida de los habitantes utilizando la noticia –ese sesgo de la
realidad- ahora convertida en la piedra angular sobre la que se construye esa
realidad virtual. Porque el mundo para el hombre posmoderno se ha reducido a la
pantalla, ya la del televisor, ya la del ordenador que van disgregando a la
sociedad y convirtiéndola en un conjunto de seres aislados cuya única
participación social es su capacidad para recibir información. De esta manera se adormece su compromiso con la
comunidad y se aletarga su participación, desfigurando su sentimiento
solidario, abstrayéndose y perdiendo el sentido de la alteridad.
Abordar la misión del comunicador social en estos días
reviste singular importancia, puesto que en un momento de cambio global como el
presente, el hombre de los medios se encuentra estratégicamente colocado entre el
hecho –humano o natural- que se convierte en noticia y adquiere un valor que la
convierte en un bien de cambio y el hombre común destinatario de la misma.
La notica marca la dinámica de la vida diaria, su vida es
tan efímera como el momento que representa y lo que debe ser al mismo tiempo deja
de ser con vertiginosa brevedad.
La “aldea global” se predica como la nueva polis virtual
donde conceptualmente todos debieran compartir la integralidad del obrar y del
pensar, del conocer y del ser como en ningún otro momento de su historia. Sin
embargo, el hombre se halla cada vez más aislado lo que denota la paradoja de
la globalización. Mientras más desarrollada es una sociedad, el individuo se
ahoga en la angustia vital que es más notoria porque su interlocutor ya no es
la familia sino el ordenador en el cual va tejiendo su comunidad virtual.
El medio de comunicación ha traspasado hasta las barreras
de la privacidad para convertir en noticia inclusive la miseria existencial de
las personas incentivando la curiosidad por lo mórbido y truculento.
Situaciones que antiguamente eran episodios familiares o propios del entorno
social en que alguien se desenvolvía, hoy se ofrecen a la consideración de
millones de personas en los “talk show”,
o “reality” donde a modo de
multitudinarios divanes se ventilan toda clase de complejos e iniquidades
personales. La miseria y el dolor humano se tratan con la liviandad más aviesa
entronizando la procacidad y la desmesura y ridiculizando la virtud y las
buenas costumbres.
Desde Gütemberg la
humanidad nunca volvió a ser la misma. La aparición de la imprenta actuó como
un disparador para las ciencias y las artes, las que a partir de ese momento
dejaron de ser patrimonio de cenáculos cerrados, para ser posibles a todo
mortal que pudiera descifrar el código alfabético. En su evolución, se
complementó con otros medios de comunicación y arribó al tiempo del hombre posmoderno que a través de los medios virtuales
cuenta decenas de amigos en todo el mundo con los que intercambia diariamente información,
noticias y hasta intimidades mediante el correo electrónico, pero desconoce
quién vive enfrente de su casa.
Así, pues, los medios de prensa en las últimas décadas
han desarrollado una vertiginosa carrera tecnológica que no ha sido acompañada
en igual medida por el comportamiento ético ni moral de quienes los
administran.
Esto lleva a preguntarse: ¿cuál es el fin último de todo
avance científico? ¿Qué intereses juegan en el espacio de tiempo que media
entre el descubrimiento y la información? ¿Cómo llega esa información al hombre
común? ¿Es tan fiel como debiera; le sirve al individuo? ¿O simplemente la
información es un bien de cambio más que persigue sólo provecho económico, lo
mismo que el descubrimiento de la ciencia?
Todos estos interrogantes se relacionan con el gran
problema del mundo posmoderno: la ética.
Esta consideración de la ética es un factor fundamental
para el desarrollo de un periodismo verdaderamente comprometido con el avance
de la sociedad científica y el tratamiento profesional de la información que
involucra un aspecto ahora caído en el descuido como es la atención a las fuentes; tomando este término en
sentido de calidad (fuente doctrinaria) de formación humana y no de origen de
la especie a comunicar.
Es necesario que el comunicador exhiba una formación que
resulte coherente con el espíritu de aquellos hombres señeros que en su tiempo
y a su modo también debieron enfrentar desafíos como los que imponen los hechos
actuales; esto es la Historia de la que se nutre.
En el caso de un país como la República Argentina, el periodismo está
íntimamente ligado a las horas claves de su Historia, toda vez que los procesos
históricos argentinos han sido anticipados y hasta provocados desde los periódicos
y la literatura. Por lo tanto, para tratar de abordar cualquier consideración
sobre cuáles deben ser las bases éticas (en el estricto sentido de “naturaleza
de las cosas”) a partir de las cuales desarrollar el tratamiento de una
información, es necesario atender a ese espíritu que ha guiado la labor del
periodismo a lo largo de la vida de la Nación.
Aunque la globalización ha impuesto reglas uniformes para
todos en todas partes, el sentido ético de la comunicación no puede ser
alterado en su esencia y la verdadera vocación por la comunicación social
requiere de un necesario compromiso de fidelidad con el espíritu de los que
abrieron la senda de la prensa libre en la Argentina. Quien valore la esencia y
el espíritu de aquellos que le precedieron estará en condiciones de abordar el
tratamiento de cualquier tema, sea de orden científico, político o bien social
con profesionalidad, veracidad,
respeto y honestidad, todos valores que se resumen en el más amplio; tal
es la ética en el tratamiento de la información.
Los hechos son distintos, el material de prensa es
diferente, los canales son diversos y hasta virtuales, pero la información
continúa construyendo la sociedad, es anterior a los hechos que se precipitan a
partir de aquélla. Aunque los intereses hayan variado radicalmente, el espíritu
de comunicar no
Si la imprenta prologó a la Revolución Francesa y fraguó
su ideario de “libertad, igualdad y
fraternidad” diseminándola “urbi et orbi”, la radio en el siglo XIX
aproximó a las naciones y les habló de democracia llevándolas paradójicamente
en algunos casos a las peores dictaduras. Pero la televisión fue mucho más allá
introduciendo en los hogares un mensaje iconográfico de tal potencia que
obnubiló al “homo sapiens” convirtiéndolo
en un “homo videns”, incapaz de
comprender abstracciones y elaborar conceptos, trastocando completamente el
proceso de aprendizaje y modificando la conducta humana; “el niño crece en medio de imágenes, percibe el mundo a través de la
televisión. Ve, antes de entender. Incorpora sin comprender. Asimila sin procesar”[1].
Así es entonces cómo los valores que son intangibles e
imposibles de mensura económica como “moral”, “justicia”, “soberanía”,
“Estado”, “belleza”, “alma”, “amor”, encuentran su contraparte en escenas y
comentarios groseros y procaces.
La decadencia hoy corroe la función del comunicador
social y los medios de comunicación entregan a diario el retrato más descarnado
del tiempo de confusión en que se debate la sociedad posmoderna.
¿Cuál es la alternativa? ¿Qué hacer? La respuesta es una
sola: volver a las fuentes. En el caso de quienes responden a la vocación de
comunicar, deben comprender que ésta es fundamentalmente una actitud de
servicio, por aquello de “social”; y es también una función política, pero no
de política partidaria sino entendida según la concepción clásica griega de
“polis”, para la cual “político” es aquél ciudadano interesado por la “res
pública”, por las cosas de su ciudad. Nada hay que tenga mayor contenido social
que hacer partícipe a toda la comunidad de lo que está ocurriendo para vencer
por fin el axioma de Mayo de 1810 “el
pueblo quiere saber de qué se trata” y convertirlo en una exigencia de la
profesión porque “el pueblo debe saber de qué se trata”.
En el caso argentino se puede decir que el periodismo es
fundacional porque fue anterior a la República misma, pues fue a partir de las
ideas que se difundían en clandestinos panfletos que se formó la primera
conciencia republicana. Y así, desde entonces, no sólo el periodismo formuló
las bases para las instituciones y las leyes sino que los mismos Padres
Intelectuales de la Argentina fueron
antes que políticos, periodistas y su pluma forjó para los tiempos y los
hombres un país que llegó a contarse entre las primeras naciones del mundo.
Abrazar el mundo de la comunicación social es un
compromiso con la vida misma y con su sentido y trascendencia, donde la
Libertad debe presidir todos los actos. Pero la Libertad moderada por la
responsabilidad con el “alter ego”, el prójimo que son los cientos o miles de
ciudadanos que leen o escuchan a diario –y hasta obedecen- lo que el
comunicador les informa o señala que deben hacer. El periodismo así concebido
es una tarea de docencia y se puede decir también de profundo contenido
evangélico, ya que el primer Maestro fue a par el primer gran comunicador y el
hombre más libre de la Historia Humana, que señaló con acierto aquello de que
sólo “la Verdad os hará libres”[2].
Sarmiento, tal vez exasperado gritaba desde “Facundo”
diciendo: “...nada podemos dar a los que perseveran bajo todos los rigores de las
privaciones... ¡Nada!, excepto ideas, excepto consuelos, excepto estímulo, arma
ninguna nos es dado llevar a los combatientes, si no es la que la “prensa
libre” suministra a todos los hombres libres”. ¡La Prensa! ¡La Prensa!
Nunca como en este tiempo resultan tan apropiadas estas
palabras que adquieren el rango de un dogma para cualquier periodista que se
siente comprometido con su tiempo y con su causa que nunca ha de ser otra que
aquella de la Verdad, al precio que sea; o sea a ninguno, porque la Verdad no
tiene precio.
En las fuentes del periodismo argentino se hallan las
bases doctrinarias, políticas y hasta espirituales de la República Argentina,
aquella que celebró el Centenario gloriosa y generosamente abierta a “todos los hombres del mundo que quieran
habitar el suelo argentino”. Formada por plumas ilustres que nos
enorgullecieron ante el mundo y que hoy tienen otra vez, por imperio de la
Historia la misión de refundar la Nación, de despertar a un pueblo del letargo
que lo agobia y de movilizar a un país donde todo está aún por hacer.
Por eso este libro.-
Ernesto Bisceglia
Una visión general
Puede afirmarse con toda razón que la historia del periodismo en la República
Argentina es la historia de la Patria misma puesto que sus orígenes son comunes
y sus ideales también. Desde los
volantes anónimos hasta los primeros periódicos -inspiración de Mariano Moreno,
Bernardo de Monteagudo y Manuel Belgrano- proclamó los ideales que un pueblo
necesitaba conocer para constituirse en una nación. El periodismo hizo docencia
de las ideas revolucionarias que estaban configurando la nueva faz de la
Europa, preparando los espíritus para el tiempo de cambio que se avecinaba en
todo el continente americano.
Así se encendió la llama
libertaria, se mantuvo viva y se propagó desde Buenos Aires por todas aquellas
inmensidades donde la noticia sólo era conocida bajo la forma del chasqui o del
rumor.
Esas plumas eran sinónimo de
progreso y de cambio en aquella Buenos Aires donde la noticia comenzaba a ser
protagonista definitiva en un pueblo que había optado por la libertad. El
periodismo como vocación de las mentes más ilustradas daba sus primeros pasos
en esa metrópoli cuya condición de ciudad dominante nunca abandonaría,
transitando la historia con ese soberbio paternalismo sobre el resto de las
provincias; una cuestión que habrá de marcar en adelante la vida argentina en la
encontrada lucha entre la Capital y el interior subdesarrollado.
En ese contexto las primeras
expresiones de la prensa fueron paulatinamente ganando presencia con los
primeros periódicos y revistas, generando a la vez que aislados baluartes de la
libertad argentina y americana, el germen de una verdadera conciencia federal y
despertando un mismo espíritu y objetivo: emancipación y progreso.
De esa manera el periodismo,
como una sombra de la República, la acompañó en su devenir hasta nuestros días,
sufriendo y superando los mismos obstáculos, con las mismas contradicciones, rasgo tan
particular del hombre argentino, que muchas veces desorienta cuando se
profundiza la vida de los prohombres, pero consecuente con el tipo social del
cual se desprende la sociedad argentina.
Otra característica singular
del hombre de prensa argentino, también herencia de esa constitución
genético-ideológica, es ese carácter indómito, bravío, que supo encender las
más notables prosas cada vez que la libertad de pensamiento, de expresión o de
acción se vio conculcada por los gobiernos.
En ese derrotero, pueden
establecerse segmentos históricos, necesarios para una más prolija exposición y
que permiten analizar con mayor nitidez el accionar de la prensa preludiando
cada proceso.
Un primer momento será aquel
que va desde el 1700 cuando comienza a funcionar la primera imprenta del
Virreinato del Río de la Plata, íntegramente construida en tierra americana,
con materiales propios del lugar, que perteneciera a los Jesuitas y de la cual
salieran los primeros libros americanos escritos en guaraní con destino a
evangelizar a los indígenas. Ese tiempo se extiende hasta 1830, en los inicios
del gobierno de Rosas, cuyo estilo personalista acicateará el ánimo combativo
de aquellos espíritus que entendían como nación soberana algo muy diverso.
Presentarán batalla desde folletines y artículos periodísticos, generalmente
escritos en el exilio, y así, sostenidamente, aquí y allá, donde quiera que
hubiere un espacio para expresarse lo
utilizarán para dictar las bases y principios sociales y hasta jurídicos de la
República Argentina.
Ejemplo elocuente de este
tiempo por su fogosidad y esclarecido pensamiento fue la llamada Generación del ’37, que moldeó en bronce
nombres ilustres para la Patria y para el periodismo. Allá van Esteban
Echeverría, Juan Bautista Alberdi, Juan María Gutiérrez, Carlos Tejedor, Félix
Frías, el malogrado Marco Avellaneda, y los notables Vicente Fidel López,
Domingo Faustino Sarmiento y Bartolomé Mitre.
El segundo momento (1830-1852),
es aquel signado por la dicotomía “Civilización o Barbarie” que de modo tan
elocuente esbozara Sarmiento en “Facundo”. Es el tiempo donde se encuentran por
primera vez en el campo de batalla las ideas europeas con las del típico hombre
argentino, aquel nacido en la pampa que
no conoce sino la rudeza de las costumbres, que quiere la organización
nacional, sí, pero a su modo, introspectivo, autóctono y nacionalista a su
modo.
Inevitable choque entre el
romanticismo con todos los refinamientos de la cultura -síntoma de decadencia y
hasta afeminamiento para el caudillo- con la violencia de los lanceros, de los
“Colorados del monte” imponiendo el vasallaje incondicional, defendiendo la
tierra y lo nativo, resistiendo esas corrientes “exóticas”, sospechosas para la
propia interpretación de lo que aquellos hombres fuertes concebían como la
necesaria estructuración nacional.
|
|
|
Domingo F. Sarmiento y Facundo Quiroga, dos
modelos enfrentados de país. |
|
|
Ese periodo que expira el 3 de
febrero de 1852 cuando las huestes de
Urquiza arrancan a Rosas de su sitio sirvió para que aunque dispersos, los
primeros pensadores que tuvo la Patria, los organizadores intelectuales de la
República, hicieran del periodismo la tribuna de expresión desde la cual
bosquejaron el país, dejando la herencia de un estilo que marcará al hombre de
prensa argentino que es honesto con esa natural rebelión frente a la
intolerancia, la censura y toda expresión autoritaria.
Los años siguientes a la caída
de Rosas (1852-1880) inauguran para el país un tiempo de progreso, sobre todo
intelectual, donde la prensa habrá de tener un protagonismo singular, tal vez
el más lucido –y lúcido- durante el siglo XIX.
Medio siglo de periodismo que con todos sus vaivenes se concreta en
hombres y periódicos, algunos de los cuales habrán de proyectarse vigentes
hasta el presente.
Porque cuando estuvo
constituida la República aquellas páginas se llenaron de discusiones intensas
que buscaban llamar la atención sobre la necesidad de organizar y desarrollar la administración, la justicia, la economía,
y fundamentalmente, la educación. Sólo de esa manera fue posible llegar a
principios del siglo XX ostentando uno de los niveles más altos en educación de
Latinoamérica.
Verdaderos dogmas que pudieron
ser mancillados cuando la autocracia
desplazó a la democracia pero nunca
doblegados, tanto que cuando las circunstancias obligaron al régimen
–cualquiera fuera éste- a dejar que
las fuerzas sociales opositoras se
manifestaran, los medios de prensa
fueron la primera boca de expresión que debió permitir.
En esos primeros periódicos se
profundizó el debate de los temas que la Nación apuraba por aquellos días:
Constitución, gobierno organizado, libre juego de los partidos políticos. A la
par nacían aquellas otras publicaciones
que también habrían de señalar un sesgo importante de la prensa argentina: los
periódicos de corte satírico; “El
Padre Castañeda”, recuerdo de aquel eclesiástico que imprimiera un
estilo singular y que la historia llamaría en lo sucesivo “amarillismo”; lo
mismo que: “La Avispa” y “El Torito”.
|
|
|
Viva el
Rey!". Primera viñeta humorística publicada en el Río de la Plata, obra del
Padre Francisco de Castañeda, 1824. |
|
|
Ve la luz un periódico tan
liberal como sus redactores “Los Debates” (1852-58), fundado y
dirigido por Bartolomé Mitre y Juan
Carlos Gómez, luego clausurado por Urquiza.
“La Tribuna” (1853-1884), de los hermanos
Varela, en el que escribiera Adolfo Alsina; “El Progreso”, que
publicaba documentos oficiales, o “El Nacional”, fundado por Dalmacio
Vélez Sarsfield; el primero con dos
ediciones diarias y donde Juan Bautista Alberdi publicara sus “Bases”. Una redacción que reuniría
a Mitre y otros ilustres nombres como los de Miguel Cané, Nicolás Avellaneda y
Vicente López y cuya vida transcurriera hasta 1893, año en que dejó de
circular.
|
Es el más alto pensador de una generación que es. a
su vez, la más reflexiva quizá de la historia
argentina hasta tiempos muy recientes. Su meditación no sólo se vuelca en la nutrida colección de sus escritos; se advierte en la Constitución que nos rige desde 1853, salvo el período
en el que se interrumpió la continuidad de las instituciones democráticas de la República. |
Durante el lapso que cubren las
llamadas “Presidencias históricas”, florece un periodismo igualmente histórico
cuya influencia se proyectaría hasta los inicios del siglo XX (1880-1916). Es
el tiempo de José Mármol, Hilario Ascasubi (Aniceto el Pollo), José Estrada,
Luis Frías, Francisco Bilbao, éste último llevado ante los tribunales por
Sarmiento a raíz de los ataques que recibía desde las páginas de “El
Orden”, hecho que desnuda la
manera contradictoria en que los que antes perseguidos, una vez en el poder
acusaban los golpes de la “libertad de prensa”.
|
|
|
Hilario Ascasubi |
José Manuel Estrada |
Francisco Bilbao |
De este período es “La
Capital”, diario rosarino, considerado
decano de la prensa argentina. Finalmente, en este próspero tiempo se
consigna la aparición de los mayores exponentes del periodismo: “La
Prensa”, “La Nación” y desde 1905 “La Razón”.
|
Ejemplar de La Razón
de 1879 |
Un
giro importante tomará en estas primeras décadas el periodismo con la
incorporación de los inmigrantes al cuadro social argentino. Ellos enriquecerán
la historia y la cultura nacional con publicaciones que evocaban la nostalgia y
las costumbres de sus patrias lejanas. Expresiones como “La raza arábiga”, “El
espíritu judío” o “El arte itálico”
se incorporarán al léxico popular. Las actividades de aquella prensa
variopinta se verán impulsadas gracias a
los progresos de la imprenta y de las comunicaciones que habrán de formar parte
del arsenal de recursos de aquellos “modernos medios de comunicación”.
|
|
Podría
señalarse que un hecho sintomático, algo nuevo estaba ocurriendo en el país.
Las actividades relacionadas con la difusión de la ideas –prensa en sentido
laxo-, informadas además de las ideas europeas en materia sindical, estaban
sembrando conceptos antes desconocidos para aquella Buenos Aires. Sindicalismo,
anarquía, delegado obrero, huelga, eran vocablos desconocidos entre los argentinos.
No es casualidad que el primer paro de obreros organizado haya sido la
promovido por la “Sociedad Tipográfica Bonaerense”, que luego se fundiría en la
“Unión Tipográfica” en 1878.
Se
produce la “Revolución del Parque” que sienta las bases del primer movimiento
popular argentino, el radicalismo, precisamente, impregnado tanto de aquellas
ideas que habían dado nacimiento a la República como de aquellas otras que
hablaban de reformas sociales, principios y garantías del Estado de Derecho.
Entre ellas una en particular que será una bandera dentro del radicalismo: la libertad de prensa.
En 1930, la caída de Hipólito Yrigoyen marcará
no sólo una modalidad de hacerse del poder por parte de los sectores patricios,
sino que además tendrá una decisiva influencia en un sector del periodismo que
habrá de acostumbrarse a convivir con su mayor enemigo: la censura. Otro
sector, en cambio, comenzará la práctica de hacerse de “amigos del poder” y se
ocupará de actividades periodísticas que tampoco eran comunes, al menos en
forma organizada y dirigida: las operaciones de prensa.
Durante este momento
(1930-1950), la prensa argentina vivirá las mayores transformaciones. Los
descubrimientos de la ciencia acompañarán la vida del periodismo contando
a nuestro país entre los primeros del
continente en hacerlos suyos. Hace su aparición la radio transmitiendo la ópera
Parsifal de Wagner sin que el poder advierta que estaba frente una nueva
alternativa cuya dinámica y el cultivo de nuevos géneros tendría una incidencia
capital en el nuevo diagrama social de la República.
|
Equipamiento que utilizó Enrique Susini para lanzar la primera transmisión radiofónica en 1920 desde el Teatro Coliseo en Buenos Aires. Ya se que la foto esta malísima
pero es la única que había |
Más tarde, mediando el siglo XX
se incorporará la televisión y la imagen que
proporcionará un cambio decisivo en el rumbo del periodismo, donde lo
político y lo económico se alinearán constituyendo los parámetros que harán de
la noticia la pieza periodística más valorada.
Los medios de comunicación
serán el retrato acabado de la interdependencia mundial sobreviniente y la
función social del periodismo no podrá resistir la acometida de la
globalización y dejará notar ese cambio en la concepción de la profesión, donde
el periodista –el hombre- será fagocitado por el medio de prensa que ahora
tiene una estricta visión empresarial, donde la noticia tiene precio y el hecho
se comunica o no según su valoración política.
La pluma por más laureada que
fuera ya no tiene la importancia de antaño y se debe al medio, que antes la
requería por su valor literario pero que ahora se permite prescindir del
periodista si no cumple con el perfil ideológico que la dirección plantea.
Porque el medio ahora respeta una tendencia definida donde lo crematístico
reemplazó a lo doctrinario.
No obstante lo descarnado de la
situación, cada vez que fue necesario, aunque como aislados focos, aquí y allá;
cada vez que los principios elementales que nutren al periodismo argentino se
vieron conculcados, como en los primeros tiempos, la columna se hizo nuevamente
tribuna y trinchera, desde las cuales, los hombre de prensa honestos en su
juicio y éticos en su profesión no tuvieron prejuicio alguno en jugar la propia
vida denunciando el avasallamiento de los derechos, tal como quedara demostrado
en los oscuros años de la última dictadura militar de la historia argentina.
Porque a la iniquidad se
respondió con la palabra serena, haciendo vibrar la cuerda de la sensatez y
echando luz sobre la oscuridad de las conciencias. A la censura se respondió
con las publicaciones clandestinas, y cuando el imperio de la intolerancia obligó
a los hombres comprometidos con la palabra a buscar otros destinos, desde allí
continuaron escribiendo, buscando oportunidades de expresión, creando medios de
prensa si era necesario, pero siempre manteniendo vigente y altivo el espíritu
combativo, lo mismo que en aquellos lejanos tiempos cuando la Patria soñaba con
la independencia y la organización
nacional, ideales que fueron banderas señeras del periodismo argentino.
Ésta es la prensa, un
componente de la sociedad cuya
consideración retrospectiva es ineludible cada vez que se desee abordar el
estudio de cualquier segmento de la historia argentina. Pues, antes de descollar en el campo social
que fuere, muchos notables hombres
sostuvieron primero la pluma, estuvieron detrás de la máquina de escribir; y
aunque celebrados literatos o
periodistas fueron fundamentalmente hombres y mujeres comprometidos con la
causa de la libertad y del progreso, proponiendo una idea de país que todavía
hoy se debate tratando de ganar la ancestral batalla por definir una identidad
y un propósito: cuál es el modelo de
país que quieren los argentinos.
La primera función del
periodista es ser educador, comunicador de valores, formador de opinión pública
y no vasallo de intereses. El periodismo acuna a los grandes hombres. ¿No ha
sido el celebrado escritor, periodista primero? ¿No se encuentran en los
periódicos y revistas especializadas los primeros ecos de la investigación del
científico? ¿Puede el político llegar al pueblo con su mensaje sin plasmar antes su pensamiento en un artículo?
No hay pueblo culto ni
desarrollado si no cuenta con un periodismo de altura. No hay progreso si el
periodismo no lo reclama y difunde.
En fin, no hay un país que se
pueda contar entre los primeros si el periodismo no es sólido, pero sobre todo,
responsable.
Sin este último requisito no
puede reclamarse libertad ni progreso alguno, sino al precio de exponerse al
aniquilamiento de la cultura nacional.
Los primeros tiempos.
El periodo transcurrido entre
finales del siglo XVIII y comienzos del XIX en las colonias americanas es una
época donde si bien el desarrollo incipiente del comercio y de la burocracia
administrativa iban conformando un cuadro cada vez más urbano y todo parecía en
calma, sin embargo, las ideas revolucionarias que cambiaban la configuración
política de Europa transitaban por las universidades americanas encendiendo en
los espíritus más esclarecidos la llama de la libertad al tiempo que los resultados de la Independencia de los
Estados Unidos y la Revolución Francesa minaban los vínculos con España. A esto
había que sumar la meticulosa acción ideológica de Inglaterra que infiltraba
elementos a través de la masonería y tentaba con el discurso del libre
comercio.
Chuquisaca, la ciudad en cuya universidad de San Francisco
Xavier se formaban estudiantes y dictaban clases catedráticos que luego habrían de protagonizar la cruenta lucha por
alcanzar la emancipación del dominio español sería sede del primer grito de
libertad hispanoamericano ocurrido el 25
de Mayo de 1909, conocido en los anales históricos –precisamente- como el “Grito de Chuquisaca". Violentamente sofocado, inmediatamente
después y a fin de dar trascendencia a este movimiento y propagar la revolución
los cabecillas se lanzaron a las
principales ciudades del Virreinato. A Buenos Aires llegó Mariano Moreno,
figura protagónica de los episodios de Mayo de 1810 que iniciarían un
movimiento emancipador a nivel continental.
En este marco revolucionario
puede decirse que el periodismo argentino adquiere carta natal. Porque esos
iniciales escritos fueron en realidad estandartes, cada publicación un parapeto
donde se expresaban sentimientos y aspiraciones patrióticas. Las primeras
batallas por la independencia nacional se libraron desde las linotipos en lo que bien puede llamarse “una guerra de
papel”. Ese protoperiodismo argentino era ajeno a toda especulación comercial,
antes bien, ese carisma doctrinario motivó que asumiera frente a la masa del
pueblo una actitud de docencia difundiendo los primeros conceptos cívicos y
políticos tan importantes para formar en los ciudadanos los ideales que los
llevarían a tomar las armas.
En estos orígenes se encuentra también
el carácter contestatario del periodismo argentino. En sus nacientes –tal vez
por ser una metodología de la época heredada de la Francia inspiradora- adoptó
la forma de las “gildas” o sociedades
secretas que agrupaban a los hombres interesados en la libertad y que
comulgaban los mismos principios
políticos; de esa forma dieron impulso
decidido en los hechos a lo que ya se incubaba en los espíritus.
Mucho se ha discutido sobre
este tipo de asociaciones y su sentido, tantas veces confundidas con logias
masónicas. No era este el caso de aquellos hombres de letras ni su propósito;
más bien tenían un perfil romántico e idealista. Era la única manera en que aquellas ideas podían
confrontarse en un marco uniforme, pulirse, ganar adeptos y elaborar un
discurso que fue finalmente de tanta solidez que una vez desencadenadas las
acciones, resultó incontenible.
La necesidad de constituir
estas asociaciones que en nuestro suelo se llamaron “sociedades literarias”,
respondía a la necesidad de carácter político de proteger la Revolución en
marcha de la natural y visceral desconfianza que la prensa provoca en los regímenes,
entonces absolutistas, ahora llamados totalitarios.
De estas asociaciones o
“clubes” como se llamaron posteriormente,
el “Salón Literario” fue rector agrupando en su seno a los espíritus más
esclarecidos de la época. Al decir de Sarmiento: “El Salón Literario de Buenos
Aires fue la primera manifestación de este espíritu nuevo. Algunas
publicaciones periódicas, algunos opúsculos en que las doctrinas europeas
aparecían mal diferidas aún, fueron sus primeros ensayos”[3]; explicando también el por qué de ese perfil
sospechoso: ”Del seno del Salón Literario se desprendió un grupo de cabezas
inteligentes que, asociándose secretamente, proponíase formar un carbonarismo
que debía echar en toda la República las bases de una reacción civilizadora
contra el gobierno bárbaro que había triunfado” [4].
La primera imprenta.
La inquietud por hacer circular
un medio de prensa en aquella Buenos Aires era pretensión de ya varias décadas
antes pero que no se vio concretada sino hasta el momento en que el extremeño Francisco Cabello y Mesa solicita
formalmente del virrey Juan José Vértiz
(1718-1798) autorización para imprimir un periódico y fundar una
sociedad literaria.
Ya por entonces la posibilidad
de la difusión de las ideas era considerada peligrosa para la “estabilidad de
la corona”, razón por la cual le fue denegado el dicho permiso para que la tal
“sociedad literaria” funcionara, a pesar del pensamiento progresista que se
suele adjudicar a este funcionario real.
Sin embargo, el proyecto de la
imprenta no habrá de ser totalmente indiferente para Vértiz quien escribe a
Córdoba donde se hallaba en estado de total abandono la imprenta que fuera de
los expulsos jesuitas.
La
iniciativa de instalarla en Buenos Aires fue expuesta al rey Carlos III,
proponiendo la Casa de Niños Expósitos -obra del mismo virrey- como asiento de
la misma. Las utilidades provenientes de su trabajo servirían para mantener
dicha casa, aunque la exigüidad de los recursos obligó a buscar una salida que
resultó ingeniosa: “Es
curioso destacar el interesante método de propaganda ideado para conseguir
recursos, que pone de manifiesto el espíritu inquieto y el afán batallador.
Como los medios eran escasos, el impresor solicitó y se le permitió realizar en su tienda
sombreada por los anchos arcos coloniales de la Recova y en beneficio de la
Imprenta, algo que podríamos llamar una especie de lotería de libros, por medio
de la cual los clientes podían obtener sin arriesgar suma alguna los volúmenes
que desearen” [5]
Buenos Aires había crecido, y
entre las necesidades de toda urbe la prensa se insinuaba como una de ellas.
Sarmiento describe aquel cuadro de situación en elocuente síntesis exponiendo
el espíritu de la época: “En 1777 era Buenos Aires ya muy visible,
tanto que fue necesario rehacer la geografía administrativa de las colonias,
para ponerla al frente de un virreinato creado ex profeso para ella”. “El
Contrato Social vuela de mano en mano: Mablly y Raynal son los oráculos de la
prensa; Robespierre y la Convención los modelos. Buenos Aires se cree una
continuación de la Europa, y si no confiesa francamente que es francesa y
norteamericana en su espíritu y tendencia, niega su origen español, porque el
gobierno español, dice, la ha recogido después de adulta. Con la revolución
vienen los ejércitos y la gloria, los triunfos y los reveses, las revueltas y
las sediciones”.[6]
Ese espíritu de progreso que
sobrevuela a Buenos Aires inspirará a partir de la imprenta de los Niños
Expósitos el primer emprendimiento periodístico, el famoso “Telégrafo Mercantil, Político,
Económico, Historiográfico y Rural del Río del Plata”, que, como rezaba
la solicitud elevada solicitando el permiso, decía de aquella ciudad que ella
es “una de las más mercantiles de este Nuevo Mundo”.
Estos eran los
primeros escarceos de una actividad cuyo discurso ágil mediante cada proclama
encendería en ese pueblo el deseo de participación, traduciendo en los hechos
algo que ya existía en las mentes y difundían
de boca en boca de aquellos
primeros habitantes porteños que, sin embargo,
transcurrían sus días entre tertulias y asuntos de comercio.
El
capítulo de la historia argentina que constituye el periodismo comienza a
escribirse desde el primer día en que la idea de libertad se posicionó en las
mentes porteñas. Porque el Puerto recibía no sólo mercaderías, los barcos que
llegaban traían en sus bodegas las ideas más avanzadas de la época y ello no
dejaba de preocupar a las autoridades que meditaban entre los beneficios de
contar con un medio de prensa y sus posibles consecuencias.
La
prueba de este nerviosismo surge de la letra del propio decreto que autorizaba
la salida del “Telégrafo”; donde se recomendaba “guardar moderación, evitar toda
sátira, no abusar de los conceptos, meditar bien sus discursos para combinar la
Religión, Política, Instrucción y Principios, a efectos de que no sea fosfórica
la utilidad de este proyecto...”. Curiosa expresión ésta de “fosfórica”[7], pero muy atinada por
cierto. Tal vez porque las autoridades del Puerto preveían el desenlace que
tendrían los hechos a pesar de la aparente tranquilidad de aquella bucólica
Buenos Aires, o porque el poder de la prensa ya se insinuaba y evidentemente
las autoridades lo percibían, de allí que un dejo de censura previa, muy sutil
se dejara entrever. De hecho que la aprobación para que funcionara el
“Telégrafo” estaba supeditada a la previa investigación de los componentes de
aquella Sociedad Literaria, que correspondiéndose con el espíritu de la época
eran en realidad verdaderas logias en las que además mucho pesaban los prejuicios
de tipo racial o religioso, por lo que puede decirse que tenían un corte hasta
aristocrático: “nada de extranjeros, fuera los negros, mulatos, chinos, zambos,
cuarterones o mestizos; menos aún los apóstatas y herejes, y los hijos y nietos
de quemados por tal causa”. Los miembros de estas Sociedades habrían de
ser “españoles
peninsulares o americanos, cristianos viejos, limpios de toda mala raza, de
honrados nacimientos y buenos procederes”.
Entre los miembros de aquella
primera Sociedad Literaria se encontraban algunos nombres muy significativos:
Juan José Castelli, en el cargo de Censor; Manuel Belgrano como Secretario, Miguel de Azcuénaga, a quien se
consulta reservadamente para que indique nombres de potenciales miembros que
respondan a las augustas instrucciones oficiales. Varios de ellos que
integraron luego la futura Junta de Gobierno se iniciaron así en la vida
pública a través del periodismo. A los nombrados, otros habrán de sumarse como Hipólito Vieytes, quien
pondría en circulación el 1 de setiembre de 1802 un “Semanario de Agricultura,
Industria y Comercio”, y Mariano Moreno, aquel revolucionario de
Chuquisaca que partirá hacia la muerte dejando el legado de “La
Gaceta”, donde el ideal de la
Constitución era defendido del modo más firme y entusiasta y se imponía como el principio que animó toda la obra
periodística y política de 1810.
|
La
primer nota relativa a la Cera comienza
en el Nº 10 del miércoles 24
de 1802; continúa en el Nº 17 del miércoles
12 de enero de 1803, continúa en
el Nº 34 del miércoles 11 de mayo de 1803. Don Hipólito Vieytes,
(1762 - 1815) sobrevivió solo 5 años la revolución
de mayo de 1810 |
Fueron verdaderos visionarios
que advirtieron en la difusión de las ideas el origen de la república y la
máxima garantía del sistema democrático. Esos primeros órganos informativos
serán la vía por la cual transitarán
velozmente aquellas ideas audaces, que en realidad no eran nuevas, pero que
nutrían el comentario en las calles y en los cafés, con una prédica que los
periódicos proyectaban “como una fina lluvia sobre la ciudad”.[8]
En medio de esas polémicas, los
periódicos nacían y morían envueltos en ellas. Ideas que eran aún anteriores a
la misma Revolución Francesa y coincidían con las que se propagaban desde las
escolásticas cátedras de Córdoba o Chuquisaca y que cuando confluían en Buenos
Aires circulaban de boca en boca, hasta
que la aparición del “Telégrafo Mercantil” (1801), fue el
medio por el cual encontraron cauce y divulgación masiva. Así, además de las
discusiones entre periodistas, éstas se
multiplicaron a través de los lectores y
abarcaron hasta los simples discutidores callejeros.
Tampoco la política de
“seguridad del Estado” era desconocida y por entonces se fundaba sobre la conspiración, la delación y
la censura. Un decreto que si bien amparaba la seguridad individual y la
libertad de imprenta, les fijaba precisos límites. Entre las disposiciones
positivas figuraba la posibilidad de que los ciudadanos celebraran reuniones en
los Cafés, donde nacieron las “sociedades” o “juntas de ciudadanos” en las
cuales se discutían “asuntos de buen gobierno, derecho público y felicidad
de la patria”.
Estas “sociedades”, verdaderos
focos de conspiradores en realidad, obraron a modo de crisol del Movimiento de
Mayo, fueron centros de discusión donde el periodismo carbonario encontraba
noticias frescas y estimulaba procedimientos, todos acicateados por la idea de
independizarse de España. Una crónica de Juan Manuel Berutti (“Memorias
Curiosas”) ilustra el verdadero tono de aquellas tenidas, en las cuales
pretendidamente se trataban “cuestiones atinentes al Virreinato”: “...en
dicha asociación de ciudadanos libremente se proponen asuntos a favor de la
libertad de la patria... es una asamblea de
espectadores de las operaciones del superiores gobierno”.
El parágrafo contiene un
concepto valioso, cuando refiere aquello de la tarea de “espectadores de las
operaciones del superior gobierno”,
un eufemismo que en realidad denuncia el contralor que esos grupos
hacían de las acciones del poder y que luego la prensa “fogoneaba”,
convirtiéndose de hecho en un intermediario entre el poder y el ciudadano, una
responsabilidad que aún con todas su aristas de sensacionalismo, en la
actualidad se ejerce y constituye a
pesar de algunas limitaciones un canal de tránsito para el libre pensamiento de
los habitantes a la vez que sirve de salvaguarda de sus derechos.
Transcurridos los primeros años
desde la llamada Revolución de Mayo, ya se veía como necesario plasmar en los hechos la idea de la independencia. Para eso era necesario
“posicionar” el tema y desde la prensa en el año 1815 comenzó en Buenos Aires
una gran campaña a favor de este anhelo. La dicha campaña –hoy se denominaría
“operación de prensa”- estuvo a cargo de Manuel Moreno quien desde su periódico
“El
Independiente” (10-1-1815) dedicó sus mayores esfuerzos a convencer a
políticos y ciudadanos de que la independencia ya era una realidad tangible en
la sociedad argentina y debía ser conocida por
todos los pueblos de la tierra.
|
|
Más tarde, ya echados atrás
aquellos años del Primer Gobierno Patrio y proclamada la Independencia, los
problemas eran otros, aquellos propios de una sociedad que despertaba a las
tensiones de las luchas internas por el poder. Sería el tiempo en que las
generaciones inmediatamente posteriores profundizaran el combate contra los
primeros gobiernos locales que se formaron bajo la figura de los caudillos.
Personalistas hasta el exceso y
soberbios en su voluntarismo, los hombres que manejaban el poder en la
Argentina interior no comprendían que la nación sólo sería posible mediante la
educación, la cultura, la discusión de las ideas y la incorporación al
patrimonio intelectual de aquellos preceptos que gobernaban el mundo de la
época. El exilio, la proscripción, la censura, la muerte incluso, sería el
precio que deberían pagar aquellos que proclamaran desde las columnas la
necesidad de organización nacional, de libertad y de progreso.
En los años siguientes las
tensiones entre el poder y la prensa se convertirían en una constante, pues
cada vez había más valores en juego, incluso económicos. A cada intento de
censurar a la prensa le seguiría una réplica tanto más ácida cuanto fuera el
avance inescrupuloso del poder. El resultado de aquel juego de tensiones daría
para la historia de la nación y del periodismo en particular más y mejores
ejemplos de hombres y periódicos, constituyendo el molde donde al fin se
formaría el país todo.
De esta forma el acaecer de los
sucesos desde los preliminares de 1810 fue fijándose en la memoria nacional en
todas aquellas publicaciones, hojas sueltas y anónimas, gacetillas, volantes y
bandos; luego vinieron los primeros periódicos que receptaron hechos
históricos, modos sociales, anécdotas y viajes que entonces quizás pasaron
desapercibidos pero hoy tienen el valor que el añejamiento histórico les
proporciona. ¿No es acaso a las amarillentas hemerotecas donde se acude cada
vez que resulta preciso consultar aquel
dato certero, ése que sirve de fuente
inexcusable y fundamento para actuales opiniones?
¿No son acaso esos mismos
diarios los que permiten hilvanar la
historia de hechos o personajes singulares, y aún la propia historia nacional,
regional o provincial?
Verdad que es así, tanto
que toda
razón tiene aquella expresión que
reza: “El Periodismo es el borrador de la Historia”.
1830-1852: Nacionalismo vs. Espíritu Republicano.
La época de Rosas abre el
tiempo de la lucha por el poder en la que unitarios y federales no ahorrarán
esfuerzos ni sangre en la defensa de sus ideales, en una disputa de partidos e
intereses que caracterizó el panorama nacional por más de veinte años. Tras esa
dualidad se ocultaron variados matices que hacen muy complicada la tarea de
deslindar los hechos y las actitudes entre los dos bandos. La figura del
Brigadier General Juan Manuel de Rosas constituye la expresión más acabada de
ese periodo tan confuso como definitivo para organización nacional.
En su particular concepción del
federalismo privilegió la defensa de los intereses locales sin hesitar en los
medios para ello, mientras los unitarios, europeizados en su cultura intentaban
incorporar las ideas que gobernaban el mundo mediante activas campañas de
prensa. A su modo, uno y otros buscaban consolidar
la definitiva organización nacional para alcanzar una posterior constitución
republicana.
Es el periodo histórico en que
se inscribirán en bronce los nombres de las publicaciones y de quienes
escribieron en ellas; donde el exilio o la muerte será la norma aplicada para
todos aquellos que se opongan al Régimen. Sin embargo, ese sacrificio no
resultará ocioso porque como dardos punzantes las ideas republicanas
atravesarán la Cordillera o cruzarán el Río de la Plata, subrepticiamente,
minando la censura impuesta y conformando un docto capital que años más tarde
constituirá el basamento de las Instituciones de la República.
“Desde Chile, nosotros nada podemos dar a los que perseveran en la lucha bajo todos
los rigores de las privaciones y con la cuchilla exterminadora, que como la
espada de Damocles, pende a todas horas sobre sus cabezas. ¡Nada! Excepto
ideas,...arma ninguna nos es dado llevar a los combatientes si no es la “prensa
libre”. ¡La prensa! ¡La prensa!” [9]Las palabras de Sarmiento
suenan a proclama, a grito de guerra y
trazan el cuadro de angustia y perseverancia de una generación que compondrá en
letras de molde las bases de la Nación Argentina. Porque los medios de prensa
serán el refugio, el atalaya desde el cual se observará el panorama de la gran
urbe y las provincias. Sólo las ideas quedarán entre los despojos de los
combates.
Y serán aquellos lúcidos
hombres de la pluma y la palabra los
responsables principales de mantener vivo el espíritu republicano, en
una intensidad de procedimientos y brillo de conceptos que llevará finalmente a
que los hechos se precipiten en la acción del 3 de febrero de 1852 con la Batalla de Caseros.
Es el tiempo de un periodismo
vástago del Romanticismo que despierta en las páginas una sensibilidad nacional
junto con las primeras reflexiones sobre economía, política y sociedad,
definidas en una concepción hegeliana del hombre como producto de sí mismo y de
su propia actividad en la historia que en lúcidas páginas anticipan el
advenimiento de la República.
Este periodismo se instalará en
la vida nacional lo mismo que el decir de Sócrates: “He sido puesto sobre la ciudad lo mismo que un tábano sobre el
caballo, para picarlo y mantenerlo despierto”, un aforismo que se
trasladará de generación en generación como un axioma vital para todos aquellos
que con una sensibilidad particular observan la sucesión de hechos cotidianos y
sienten la necesidad de traducirlos en
una página.
El escenario donde se
desarrolla esta etapa del periodismo
argentino es abundante en detalles de
color local, enriquecido por las descripciones del hombre y su hábitat, no
privados de exotismo, con un lenguaje que bien puede calificarse como
exquisito, cuyo nivel de erudición no ha podido ser igualado.
Los personajes, sobrados en
pormenores únicos, se agigantan y asumen proporciones épicas en el imaginario
colectivo, describiendo un tipo representativo de la época: Quiroga, el Chacho
Peñaloza, Varela y el mismo Rosas son los arquetipos del argentino nativo, rudo
y pendenciero, impermeable a cualquier discusión erudita; el “gaucho malo”,
dotado de condiciones no comunes para los mortales. Caudillo por excelencia,
con todos los matices del gaucho diestro en el ejercicio de la fuerza, donde
caballo y jinete son uno solo y recorren como centauros los campos rodando en
las vizcacheras, domando potros salvajes, montadores para los cuales “la muerte
es el menor de los castigos”.
|
|
Vicente “Chacho” Peñaloza |
Felipe Varela |
La descripción que hacen de
esta realidad aquellos autores es una fiel pintura de los ambientes. Una
narrativa exquisita que no deja sin embargo de tener un marcado trasfondo
ideológico, un aspecto compartido por casi toda la Generación del ’37 cuyas
mayores obras fueron producidas en el destierro. En esta etapa el periodismo
reflejará la polarización entre el decadente proceso español y la pujanza
progresista de Inglaterra en el antagonismo civilización - barbarie,
convertido en postulado ortodoxo que Sarmiento
describirá acabadamente en “Facundo”.
Echeverría, inspirado en la “Giovane Italia” de Giuseppe Mazzini y
en las homéricas andanzas de Giuseppe Garibaldi redactará el manifiesto de la “Asociación de Mayo” a remedo de aquél
de sus contemporáneos italianos, en el cual hasta las palabras iniciales serán
en el idioma de Dante. En “La Cautiva”,
o “El Matadero” ilustrará el más
amplio escenario de tipos y modos “bárbaros” contra los que las plumas de
aquellos días esgrimirán los más contundentes argumentos, combatiendo aquí y
allá, sin desmayo ni ocio posible que los hiciera transigir en sus propósitos.
Elocuente relato aquel de esa
juventud que aunque dispersa por causa de sus ideales en ningún momento entregó
la tea de la libertad y la democracia:
“no se dio al ocio; dejó las armas y tomó la
pluma para combatir a Rosas y mover la simpatía de esos pueblos a favor de la
causa de la libertad y del progreso, empeñada en su patria en una lucha de
muerte contra el principio bárbaro y despótico que amenazaba desbordarse como
una inundación para ahogar la simiente fecunda de la revolución americana”[10].
Ese periodismo aún exiliado y
perseguido no renuncia a sus banderas, por el contrario, cualquier medio le
será válido para mantener en alto los ideales que hacían a esos hombres dejar
familia, patria y hasta exponer su existencia inflamados de coraje cívico.
Hombres para quienes la idea de república consumía sus corazones y traducían
ese ardor en páginas cuyos contenidos tenían efectos más devastadores que la
cuchilla, el fusil o las baterías.
“Nos es grato observar que
todos los jóvenes que se han distinguido en la prensa chilena y boliviana,
excepto el señor Sarmiento que se incorporó después, son miembros de la
Asociación formada en Buenos Aires el año 37”. “El señor Frías, secretario del
señor general Lavalle durante toda su campaña, redactó en Sucre “El Fénix
Boliviano”, pasó después a Chile, donde trabajó algún tiempo en “El Mercurio”
de Valparaíso (...) el señor Sarmiento, a su llegada a Chile el año 40, empezó
a trabajar en “El Mercurio”. Fundó en noviembre del 43 “El Progreso”.[11]
Este es el cuadro de situación
que el periodismo ofrece a la consideración histórica, ciñéndose el laurel de
fundador no sólo de una actividad de vital importancia en todo pueblo civilizado
sino también divulgador de los valores arquetípicos que desde Mariano Moreno
marcarán una huella indeleble en la conciencia de los argentinos.
En última instancia la lucha
contra Rosas resulta un motivo aleatorio, como que en la suerte de la historia
pudo haber sido otro hombre o circunstancia porque en realidad lo importante es
determinar que sobre el mapa argentino estaban en disputa conceptos y valores
que superaban la misma figura del Restaurador. Eran los principios que habían
dado adultez a los pueblos europeos y norteamericano. Toda una problemática
internacional respecto de la cual los porteños hasta entonces nunca se habían
preguntado.
El bloqueo anglo-francés, más
allá de la cuestión de la soberanía nacional como valor supremo a defender, ponía
en realidad sobre el tapete cuestiones de derecho internacional y vocablos como
“alianza”, “mediación”, “intervención”, “negocios internos”, hasta entonces
reducidos a los cenáculos de los especialistas ahora se ventilaban por la
prensa con una lógica, una novedad y una elevación hasta entonces desconocidas,
tanto, que al decir de algunos autores, “no se han igualado en el tratamiento
de esas cuestiones”.
¿Dónde cobraron vida y
publicidad esas ideas si es desconocido el tratado que las contuvo? Están en la
prensa, en la actividad de periodistas como los que encumbraron con sus
escritos órganos como “El Nacional”; la
“Revista del Plata” o “El Porvenir” propagando las nuevas
doctrinas sociales, situándose como observadores equidistantes del problema argentino
que se consumía a sí mismo en las luchas intestinas; así se escribió este
capítulo de la historia. Era el periodismo el que daba un punto de vista nuevo
a esas cuestiones de actualidad que superaban la mayor dicotomía argentina: la
lucha entre Buenos Aires y el Interior.
Tejedor, Demetrio Peña,
Domínguez, y por supuesto, el magnífico Alberdi, como el viento esparce la
semilla, lo mismo hicieron con las ideas
en periódicos como “El Progreso; “El Heraldo Argentino”; “El Talismán”, sin dejar de considerar aquellos otros que se
insinuaban en el género de la sátira.
Como un mitológico Carro de
Tespis, si acaso la comparación vale, pero pletórico de plumas, la prensa acostumbró a los argentinos no sólo de su
tiempo sino desde entonces hasta hoy, a leer los más profundos artículos, donde
el pensamiento hace gala de estilo y buen gusto, convirtiendo al periodismo en
un refinado arte y dejando un ejemplo
para que en adelante esos bronces inspiren a los periodistas a perfeccionar su
género, mejorar sus condiciones y profundizar su formación doctrinaria,
buscando alejar el peligro de que el periodismo, como lamentablemente acontece
en muchos casos se halle de pronto en manos de mercenarios o de verdaderos ágrafos.
El derecho, la justicia, tal
como eran concebidos y ya practicados en las naciones más adelantadas del mundo
vieron en las páginas de los periódicos argentinos las primeras luces. Entonces
sí, la comunidad porteña y el país todo comenzaron a conocer y comentar
cuestiones de derecho internacional devenidos del Bloqueo.
A “El Nacional” le cabe la
gloria de contarse entre los primeros periódicos que así lo hicieron, sin
olvidar la contribución de otros como la “Revista del Plata” y “El
Porvenir”, donde se refugiaron las doctrinas sociales, y el precursor
del género que despertaba –la sátira- en “El Gigante Amapolas”.
José Mármol, Florencio Varela,
Miguel Cané, José Rivera Indarte, son el símbolo de un tiempo y de una doctrina
que forjó los “Principios”, las “Garantías”, la “Libertad”, en fin, todo concepto asociado a la idea de civilización
y organización republicana, abundando en cuestiones de filosofía, política,
arte, ciencia, industria, todas encaminadas a “fundar el imperio de la
democracia”, en palabras de Echeverría. En suma, la síntesis de los principios
de Mayo: Igualdad, Fraternidad, Libertad, y con ellos “sufragio libre”,
“progreso”, “democracia”, “constitución”; es decir todo aquello que
representase el buen porvenir de la Patria.
Mas la Patria, el Estado,
privado de todo concepto espiritual es sólo una forma burocrática e idealizada
que termina esclavizando al ciudadano cuando no lo contienen los principios
rectores del orden natural devenidos de un orden superior, por eso también
consideraron el aspecto religioso y repararon en el cristianismo como el
parámetro para dar sentido y dirección a los principios por los que luchaban.
Echeverría citando al Apóstol
Santiago exclama que “el Evangelio es la
ley de amor, ley de la libertad... y por ello el cristianismo debe ser la
religión de las democracias”. [12]
Alberdi, al referirse al mismo
punto irá más allá aún al decir que el cristianismo debe ser la religión que
esté en la base de la sociedad, mas no a título sólo de educación sino de
instrucción, desechando los folletines, la exhibición y la parada pública,
pues, el estado: “Necesita de la religión, del hecho, no la poesía, y ese hecho vendrá
por la educación práctica, no por la prédica estéril y verbosa”.[13]
Estos pensadores consideraron
al Estado según su carácter de persona jurídica, como un ente privado de
conciencia, por lo tanto no podía existir una “religión de estado”, una
religión propia, sino que la libertad de culto debe consagrarse como un
imperativo de la República.
No obstante, todos estos
principios nulos serían sin educación, pero no en el sentido que se le ha dado
y que aún padecemos. Educación en el sentido Rousseau, “educando a las cosas”, apotegma
consecuente con los principios de la Ilustración para la cual Naturaleza, Razón
y Ciencia eran las claves del progreso.
Por eso Alberdi abogará por la
instrucción en las ciencias y artes de aplicación, por el estudio de las cosas
prácticas, del idioma inglés como aquel propio de la industria, del orden y en
la industria, porque ésta “es el calmante por excelencia”, es “El gran medio de
moralización”.
Pensadores puros, tal vez su
concepción religiosa no fuera ni siquiera tan claramente cristiana; pero al
menos se mostraron proclives al mismo y su lucha estuvo orientada a lograr el alejamiento de las cátedras y de
los puestos de decisión de los sofistas, especialmente en materia de educación
de los demagogos. Premisa urgente era que el clero no interviniera en el manejo
directriz de la educación, porque allí encontraban muchos de los males que hoy
nos aquejan.
De esa manera quedó fraguado el
espíritu argentino. Fue aquel el tiempo en que el periodismo hizo lo que más
pudo por echar luz en un periodo donde nada fue exactamente malo, ni siquiera
Rosas. Sólo fue una cuestión de coyuntura histórica la que encontró a cada uno
en su lugar; y desde allí, todos planearon la República. Los resultados son
evidentes todavía en el presente, porque aún hoy las cosas continúan siendo
así, porque se vota no al mejor
candidato sino a aquel que más caracteriza al caudillo del siglo XIX. En
una suerte de videncia histórica ya lo
denunciaba Sarmiento exclamando “¡Esta enfermedad la traemos en la sangre!
¡Cuidado, pues!”. Sobrevendrán luego
los tiempos de la Organización Nacional en los modos de los pueblos
civilizados, aunque para entonces los estigmas que aún padecen los argentinos
ya se habían instalada en aquella sociedad en forma larvada desde décadas
anteriores y se tornearán en el contrapunto social, político, filosófico y
luego espiritual que fueron para el país el gobierno de Rosas enfrentado al pensamiento
unitario.
Rosas encarnaba el proyecto de
un país federal, pero centralizado, donde Buenos Aires distribuiría las cuotas
de poder y los recursos. Paradójicamente, el periodismo, mayoritariamente
unitario, al final de cuentas pensaba en lo mismo: orden y progreso, pero
digitados desde la Metrópoli.
En ese espinel de pensadores y
poetas, se destaca en este periodo de la vida nacional la figura de José
Hernández. Contrario a Sarmiento y a Mitre, muchas veces fue identificado como
partidario del rosismo, y este es un error que aún hoy subsiste, porque su
pensamiento y su lucha estuvieron más bien en contra de Rosas, por lo que en
1853 tomó las armas para luchar contra las tropas de Lagos, y posteriormente
militó en el urquicismo.
Fue un
autodidacta y, a través de sus numerosas lecturas, adquirió firmes ideas
políticas. Todo lo aprendió por esfuerzo personal: se demostró
observador entusiasta de los rudos trabajos de ganadería que dirigía su padre
y desempeñaban los gauchos, también él participó
de estas tareas. Siendo joven entró en
contacto con el estilo de vida, l a lengua y
los códigos de honor de los gauchos. |
|
Hernández merece, sin duda, un
capítulo aparte en el abanico de pensadores que forjaron la identidad del hombre argentino con su pluma porque debió
enfrentar a los mismos que cuando desde el exilio proclamaban la organización
nacional, en el momento que tuvieron en sus manos los destinos nacionales,
repitieron la historia de persecuciones y de sangre, sobre todo Sarmiento para
quien el interior y el gaucho en particular, le inspiraban igual desprecio. No
obstante ello, no vaciló en 1869 en fomentar la amnistía para aquellos que
habían actuado en los tiempos de la dictadura.
Hernández es el federal
auténtico, aquel por convicción, por sentimiento lo que le permitió comprender que el federalismo de
Rosas se confundía con colonialismo y
centralismo portuario. Que el federalismo no era solamente la defensa de
lo “nacional” sino que era extender a toda la geografía las posibilidades que
ofrecía el Puerto.
Es de preguntarse ¿qué concepto
de libertad, de nación, de organización nacional, defendían Sarmiento, Mitre, y
el mismo Echeverría? Cuando todavía hoy el país no ha cambiado. Hernández se
sitúa en un punto intermedio. Comprendió bien pronto que la índole de Rosas era
en realidad una negación de la libertad, principio elemental para el progreso,
y que la concentración del poder en Buenos Aires –aún democracia mediante- no se
correspondía con las expectativas creadas de que el país pudiera desarrollarse
en conjunto, pues estaría de esa manera sometido a la sola voluntad del
gobernante de turno.
Caudillos contra intelectuales
porteños, europeizados, donde los conceptos de cada cual se dirimieron con la
violencia, sin que ninguno hiciera por comprender al otro.
Deténgase la lectura en las
páginas de “Vida del Chacho”, y
encontrará el lector allí las bases del verdadero federalismo y la razón de ser
del caudillo. Si al fin, el mismo Quiroga, tan federal y aún con sus defectos
entregó su vida por la verdadera organización nacional, pues sabidas son sus
disensiones con Rosas sobre este punto.
¿Cuál es el propósito que tuvo
la muerte de Peñaloza, atribuida a la inspiración de Sarmiento? La respuesta
será la misma: ¡La Patria! Contradictoria escena sin duda donde víctima y
verdugo buscaban al fin igual resultado. Véase el cuadro que ofrecían las
provincias en aquel entonces y veremos que en cada caudillo flameaba la
verdadera bandera nacional, en sus lanzas estaba la Patria, en cada pedazo de
suelo que defendían y regaban con su sangre “la
que no debía ahorrarse” por “ser lo único de humano que tenían”, según el
sanjuanino. Ésa era la República Argentina. Brevemente federal durante el
tiempo de la Confederación, al menos en el espíritu. Porque en realidad, nunca
más pudo serlo.
El periodismo encuentra en
Hernández el pensamiento más puro, inalterable, ya en el exilio, ya en la
función pública. En su concepto, dejar de lado los principios de 1810,
apartarse un ápice tan siquiera, era traicionar aquel espíritu de Mayo, era
jugar la Patria a la colonia, al absolutismo y a la decadencia.
Ese legado tan grande que deja
a los tiempos y a la profesión de la prensa
se expresa en su sentencia: “El
sentimiento de la justicia, pone la pluma en nuestras manos”.
En estas palabras se resume el
espíritu y el sentido de la profesión.
Éste es el estandarte con el que hay que abrir picadas para que la libertad
marque el rumbo de los hombres honestamente comprometidos con la suerte del
país. No hay otro sentido en la labor del periodismo como formador de la
opinión pública, es el gran legado a la historia que se adormece en los
repositorios de la hemerotecas que testimonian la lucha contra toda tiranía,
contra los señores de “horca y cuchillo”, según su expresión.
El periodismo es la causa del
bien público, una vocación que somete al que la abraza a padecimientos y
angustias. No por nada Alberdi, otro sensato hombre, refiriéndose a esta
cuestión dirá con cierta desazón en su letra que: “Las sociedades estaban ávidas de
la gloria frívola y salvajes de matar a los hombres que tienen opinión
contraria”[14]
El “Matadero” de Echeverría, es mucho más que un relato estremecedor
que descarna el espíritu del hombre de la pampa. Es un documento del tiempo y
del ser argentino, un rasgo de la personalidad que acompaña a la nación desde
sus orígenes, que pudo, de tiempo en tiempo haber tranquilizado su furia, pero
que cada vez que pudo desenvainar su facón o tomar el fusil, la hoja de la
cuchilla sólo se manchó de sangre argentina.
De esta suerte, las más nobles
aspiraciones por la Patria encontraron las tantas veces la reacción enconada y
la muerte como respuesta, como se retrata en las elocuentes palabras de
Olegario Andrade que define el precio de las ansias de libertad diciendo que: “El
árbol de la libertad se ha regado con lluvias de sangre: era la inoculación de
la idea civilizadora con la punta de las lanzas”.
|
Su extensa
y, a la vez, discontinua trayectoria,
lo llevó por algunas coyunturas
políticas y económicas adversas,
pero dejó testimonio periodístico
y literario de su gran espíritu federal, de su oposición
a la política de Mitre y de su
mordacidad contra Sarmiento. Se opuso
explícitamente a la guerra contra el
Paraguay y a la política de la
Triple Alianza.Su beligerancia política fue declinando, especialmente cuando el
presidente Sarmiento lo designó administrador de la Aduana de
Concordia. Él aceptó,
fundamentalmente, debido a
sus penurias económicas . y eso lo
apagó para siempre. Andrade murió de un ataque cerebral. reconocimiento
general a su obra. Habló el
presidente de ese momento, Julio A.
Roca, y recitaron sus composiciones poéticas
personalidades del mundo de las letras. |
Hasta aquí, han pasado treinta
años donde el rojo punzó se confundió constantemente con el rojo de la sangre
derramada; donde el púrpura, fiel a su
tradición, como bien describe
Sarmiento, se asoció una vez más a los
tiempos más tiránicos de la historia del hombre.
1852-1880: Hacia la Organización Nacional.
El año 1852 es un mojón que
sirve para separar dos periodos bien distintos de la Historia Argentina,
inaugurando un tiempo no menos turbulento.
Hasta el 3 de febrero de ese
año, ese segmento conocido como “la época de Rosas”, en adelante será el tiempo
de la “Organización Nacional”. El marco que contenía al país era lo suficientemente
desalentador: acefalía de autoridades nacionales, una economía pastoril basada
en los recursos de la tierra, además de problemas de orden social y cultural.
Cincuenta años de prédica y millares de cadáveres habían sido necesarios para
que las ideas que bullían en Mayo de 1810 pudieran ser puestas en práctica. El
artífice de aquel cambio era el poderoso caudillo Justo José de Urquiza; al
suyo, comenzarían a sumarse con posterioridad aquellos nombres tan conocidos: Santiago
Derqui, Juan Bautista Alberdi, Domingo Faustino Sarmiento, Bartolomé Mitre,
Vicente Fidel López, el propio José Hernández, por citar los más notables.
|
Urquiza
llevaba entre las filas de su Ejército Grande
una imprenta volante para difundir noticias. El
impresor era Carlos Penuti, un artista italiano que
llegó a Brasil junto a G. Garibaldi hacia 1849. De
ahí pasó a Montevideo integrando la “Legión
Italiana” que participó del sitio de Montevideo
hasta 1851. Realizó varias litografías del
combate de Caseros. Se
la adjudica a Penuti el óleo “Vista de la Ciudad
de Salta hacia 1854: |
Sin embargo, el escenario había
cambiado y los intereses también. Juan Manuel de Rosas encarnaba el enemigo
común sobre el cual había que descargar ahora la furia de los sentimientos, era
a quien debía combatirse mediante la lanza y la espada, pero también con la
pluma. Las ideas fueron lo mismo que los elementos que erosionan la roca hasta
que el desgaste la empequeñece, la deforma y finalmente la derriba.
Rosas ya había partido a bordo
del “Conflict” rumbo a Southampton,
hacia el ostracismo definitivo. Pero su ausencia desataría un nuevo capítulo en
la lucha por el poder donde los que antes caminaban juntos, hoy serían
enconados adversarios.
La vida política giraría sobre
un nuevo eje: la oposición a Urquiza y su hegemonía que en mucho recordaba a
Rosas, sobre todo luego de su ingreso a
Buenos Aires ostentando el cintillo punzó.
No obstante estas diferencias
ideológicas, superado el episodio del sitio a Buenos Aires por parte de Hilario
Lagos, vencido en El Tala (1854), esa juventud retomó nuevamente el camino de
la actividad política mediante los mítines y
por supuesto, la prensa.
Entre los primeros medios en
confrontar ideas se cuenta “El Orden”, órgano conservador que
tildaba de anarquistas a los que protestaban contra Urquiza; mientras éstos
últimos respondían desde “La Tribuna” defendiendo
principalmente la libertad de prensa, pues si al periodismo se
debía la libertad conquistada éste sería el encargado de concientizar a los
argentinos sobre la necesidad de la organización definitiva.
Por eso también reclamaban una
amplia y más liberal ley de imprenta que resultara superadora de aquella
vigente desde 1828, una ley que estuviera acorde a los nuevos tiempos de paz
que se vivían
Las aguas se dividirían, por
una parte con Mitre, que hacía su profesión de fe desde “Los Debates”, un
periódico dedicado a orientar a la opinión pública, expresando, entre los
conceptos más relevantes que:
“La disidencia de opiniones es
de la esencia de los pueblos libres, es una condición de vida y de progreso.
Sólo en los gobiernos como el de Rosas hay unanimidad de opiniones. Por eso ha
caído la dictadura, por eso hace veinte años que vivimos en perpetua
insurrección, porque la discusión es la primera garantía de orden de un pueblo,
es la válvula de seguridad por la cual se exhala el excedente de las pasiones
en ebullición, es el medio más eficaz de domesticar los instintos brutales y
traer los espíritus al convencimiento, a la armonía o al respeto al derecho de la mayoría, cuando menos.
El que discute no combate. El
que discute por la palabra escrita o hablada renuncia a dirimir su cuestión por
las vías del hecho. Discutir es, pues, rendir un homenaje a la razón”[15]
Estas palabras son una verdadera declaración de principios
y encierran el principio elemental de toda prensa libre: la posibilidad de
expresarse, de disentir, base de todas las garantías individuales y públicas.
Frente a la posibilidad de que
Urquiza reiterase la historia que acababa de terminar, la prensa retomaría su
lucha doctrinaria, esta vez para establecer los principios vigentes en aquellos
países de los cuales habían tomado
ejemplo aquellos combatientes.
Porque ahora de eso se trataba,
de sostener principios, no hombres; “de lo contrario, nada habremos adelantado
en el camino que nos ha abierto la Revolución triunfante”, dirá el
mismo Mitre.
Ese periodismo reclamó hombres
nuevos y abrió el camino de una legislación más moderna mediante la elaboración
de códigos nuevos, que vieron sus borradores en brillantes artículos publicados
en los diarios. Y para resolver aquello
de que “El mal que aqueja a la República
Argentina es la extensión”, que expresara Sarmiento, la prensa reclamó una
nueva ley de tierras que asegurara el asentamiento ordenado de población en las
vastas extensiones, entonces sólo
recorridas por el ganado cimarrón. Porque para estos hombres “La
población... forma la sustancia en torno de la cual se realizan y desenvuelven
todos los fenómenos de la economía social”. La población es “principal
instrumento de la producción.... La población es el fin y es el medio
al mismo tiempo”[16]
Pero el periodismo no sólo
habría de brindar a la Patria ideas y doctrinas. En sus aspiraciones de poder,
los antiguos camaradas de lucha, ahora mudados en contendientes,
protagonizarán, una lucha, si bien más
civilizada, no menos enconada. De estos
años será para los argentinos la herencia de los partidos políticos, que por
primera vez se organizaron en bandos contendientes para disputarse el poder, pero
esta vez según las reglas que imponía la Constitución sancionada el 25 de mayo
de 1853.
En este nuevo momento de la
historia la lid política no será dirimida mediante la lanza y la cuchilla. Los
degüellos no se practicarán en las gargantas de los vencidos sino sobre
cualquier opositor mediante el plomo de las linotipos. Los periódicos, esas
nuevas armas, se dedicarán a defender la línea política de sus editores. “Los
Debates” y “El Nacional” de Vélez Sarsfied, consagrarán sus esfuerzos a
luchar contra el Acuerdo de San Nicolás y en definitiva, contra todo aquello
que tuviera color “urquicista”. Nicolás Calvo, fundador de “La Reforma Pacífica”,
sostuvo en cambio la posición contraria. Otro tanto hizo “El Nacional Argentino”
de Rosario de Santa Fe y adicto a Urquiza, que agrupaba a Juan Francisco Seguí,
Salvador Del Carril, entre otros
Este antagonismo exhumó los
rencores y las diferencias del pasado y aquellas propuestas de cambio que
fueron el ideal sostenido en los años posteriores a Caseros y hasta 1856, las reformas
y las conquistas, se vieron postergadas ahora por la discusión sobre cuál era
la mejor forma de combatir a Urquiza.
Muchos polemizaron sobre un
pasado del cual sólo tenían las referencias de la historia y de los
protagonistas recientes, pero en el cual en
realidad no habían participado. Todo esto dio como resultado la
formación de facciones ideológicas que si bien como ya había ocurrido buscaban
la definitiva constitución del país, diferían en los métodos.
El cambio en cierta forma era
traumático para aquellos hombres acostumbrados a dirimir sus diferencias
mediante la violencia de los hechos. Sin embargo, es importante observar cómo
se resolvieron aquellos sucesos, ya que la presencia de una prensa más
popularizada y el modo en que se exponían las ideas revela el ambiente de
libertad que se vivía y de qué manera esa prensa ya si el peso de opresiones ni
persecuciones difundía estas discusiones, dando lugar a la formación de una
“opinión pública”, cuya presión –la de la prensa y la del público- hacía blanco
en esa dirigencia que se veía imposibilitada de callarla, sino al riesgo de
romper con sus propios principios y promesas de tolerancia.
Lo que a principios de siglo
fueron las “sociedades literarias”, ese lugar ahora sería tomado por los
“Clubes” que pusieron un sello inconfundible a ese tiempo. A diferencia de
aquellas, éstos se convirtieron en cenáculos abiertamente políticos, meras
asociaciones electorales al principio, que utilizaban a la prensa para
solicitar adherentes a sus causas. En este proceder se halla también el
cimiento de un concepto de la política como actividad equilibrada por el
accionar de la prensa que además de
constituir la simiente de los partidos
políticos le dio transparencia a las
acciones proselitistas, superando la sospecha de sórdida conspiración que
envolvía a estos procedimientos.
Ambos, clubes y prensa se
convirtieron en nuevos elementos de lucha, un rasgo que se profundizará a
partir de la década de 1870, sobre todo con la aparición de los grandes diarios
nacionales.
Los tiempos han cambiado, el
país se ha renovado, nuevas vías hacia
el desarrollo se han abierto, tanto en lo institucional como en lo social. Las
ideas, no obstante, matices más, matices menos, continúan siendo las mismas.
Los hombres de este periodo también son los mismos
que han cubierto un segmento de la vida
nacional; todo lo agitado que se quiera, pero que han logrado su propósito y el
país tiene Constitución y se encamina hacia una incipiente organización
burocrática y aunque con falencias, democrática también.
A pesar de todo, los viejos
procedimientos se han reiterado otra vez. Los viejos partidos políticos han
perdido protagonismo y ahora el Partido Autonomista Nacional y el Partido
Liberal, agrupan a los hombres en pugna.
Todo le es debido a la prensa,
al periodismo, que fue como un ariete en la conciencia popular, que golpeando
una y otra vez, logró finalmente, abrir la puerta del progreso intelectual de
la Nación.
En 1870 se produce un hecho
trascendente para la historia del periodismo nacional, Bartolomé Mitre publica “La
Nación” (04-01-1870). Sería el gran diario nacional, el que marcaría el
ritmo de la historia durante las décadas siguientes con un pensamiento
profundamente liberal, agrupando en sus páginas a todos los elementos conservadores
–que curiosamente en este país siempre se han ufanado de “liberales”- Un año
antes, José C. Paz fundaba “La Prensa”, el otro órgano gráfico
que junto al anterior llegaran a ser considerados como los más importantes del
mundo de habla hispana.
|
Es
visto por lo general como uno de los diarios argentinos más prestigiosos y
con mayor trayectoria, que ha sabido tener
una continuidad en su estilo y orientación
a lo largo del tiempo. Actualmente
es el segundo diario en
cantidad de circulación en Argentina, detrás de Clarín. |
También es de esa época “El
Río de la Plata”, periódico cuyo redactor y propietario era
precisamente José Hernández, a quien si bien no le fueron ajenos ninguno de los
oficios de aquel entonces, desde guerrero hasta estanciero, ninguno le fue más
afín que el de periodista. Esta publicación de Hernández tuvo una aparente
intención político-partidaria, pero que de todos modos mereció una apreciada
crítica de los hombres de prensa de aquel entonces; entre ellos, Carlos Guido
Spano quien aseguró que Hernández lo dirigía con “habilidad poco común”.
|
mediados de noviembre de 1869 José Hernández se establece en
Buenos Aires. E1 6 de agosto aparece el primer número de «E1 Río de la
Plata». La administración y redacción funcionaba en la calle Victoria 202. |
Con la incorporación de estos
medios de prensa, puede decirse que se inicia la época del periodismo moderno
en la Argentina. Los dos antes nombrados fueron los primeros medios de gran
difusión nacional en cuyas páginas se alistaron hombres de uno y otro sector.
Los más conservadores en el sentido más estricto del término lo harían en el
diario de Paz.
Pero más allá del debate
ideológico que pueda abrirse, hay que resaltar que en ambos periódicos recaló
lo más excelso de la cultura de la época, dejando el legado de verdaderas joyas
de las letras, cualquiera fuera el tema que abordaran. Debe tenerse en cuenta
además, y tal vez como el elemento de mayor importancia, el grado de
credibilidad que estos medios generaron entre la población tanto por su
contenido de información amplio como por la objetividad con que los hechos eran
tratados.
“Surgía por fin así esa prensa
de hombres nuevos, inteligentes, acostumbrados al tono de la paz, dotados de la
vocación de sus conveniencias, que Alberdi reclama en la primera de sus
Quillotanas, como reacción contra el periodismo cargado de estéril animosidad”.[17]
Carlos Guido Spano dará el tono
más alto a la descripción de aquellos jóvenes hombres que desde los periódicos
combatían al gobierno con serenidad, echando luz sobre los problemas no
resueltos de la nacionalidad, diciendo que:
“Sorprende la mesura de
aquellos luchadores que ya habían tenido su peregrinación borrascosa en el
ambiente de pugnaz dramatismo que caracterizó la vida argentina de entonces,
jóvenes por los años, pero ya “viejos en conceptos de las luchas de República” [18]
Fue a la vez un tiempo en el
que se incorporaron al debate nacional otros temas no menos importantes; el
problema del servicio en las fronteras, y las fronteras mismas. Y desde el
periodismo se exponóan soluciones claras: “colonizar
la campaña desierta, no proveer sólo de armas sino de elementos de trabajo,
conquistar al indio para el esfuerzo pacífico en vez de exterminarlo como a
fiera, organizar el servicio de frontera sobre bases justas y firmes”, a
fin de que dejen ser “campamentos del
ocio y la corrupción”.
Si bien la cuestión del sistema
federal de gobierno continuaba siendo una preocupación de la prensa, se
incorpora también al debate la idea de individuo, del hombre en el estado, el
derecho individual como la base del sistema político y social de cualquier
pueblo.
La cuestión religiosa es otro
tema puesto a debate que hará eclosión e impresionará a la sociedad
decimonónica pues la obra de la iglesia Católica nunca había sido cuestionada; no obstante tampoco había estado
exenta de los avatares de la nación que luchaba por conformarse
definitivamente.
El clero era objeto de
críticas por la falta de virtud
demostrada por algunos de sus miembros, sobre todo en la campaña. Así, durante
estas décadas finales del siglo XIX, hubo un “despertar del catolicismo”[19],
que incorporó al ruedo de los nombres ilustres los de pensadores como Pedro
Goyena, Félix Frías, Tristán Achával Roríguez y el singular José Manuel
Estrada, de cuya acción en el campo de la cultura, de la educación y del
periodismo surgirían leyes que cuya vigencia se proyectaría casi por un siglo
sin recibir retoque alguno; tales como las leyes de matrimonio civil y de
enseñanza común, todo ello sin contar la gravitación que estas ideas tuvieron
en las luchas electorales de 1886 y 1892, donde estos hombres intentaron formar
una agrupación política aunque sin mayores resultados.
El país ya vislumbraba los
albores del siglo XX y el periodismo de entonces le propone a los argentinos
discutir los mismos temas que afligían al mundo en un nivel superlativo de
excelencia.
Esta efervescencia intelectual
se plasmaba en los medios que a lo largo de la República aparecían -y morían
también- en la forma de periódicos y sobre todo de revistas que ahora se
especializaban dedicando sus ediciones a tratar
temas en particular: política, religión, educación, literatura,
economía, deportes; todo un fenómeno que consolidaba empresas que serían luego
los emporios periodísticos que se repartirían el escenario político y social avanzado
el siglo XX.
La Generación del ’80 había
abierto las puertas de la nación a la inmigración, y estos hombres,
algunos de ellos tipógrafos de
profesión, serían los responsables de la aparición de medios redactados en
otros idiomas, según la colectividad a la que estaba destinados, de esos, los
que más se destacaron fueron los italianos y los alemanes, los españoles en
menor medida.
También son de estos años las
publicaciones que responden a un tipo particular de militancia: la sátira, que
mediante un estilo distinto atacaba o refutaba los actos o los dichos de los
adversarios políticos, algunos de los cuales hicieron época, como el caso de “Don
Quijote” del exiliado español Eduardo Sojo; “El Mosquito” que hacía
blanco sobre las personas de los más conspicuos hombres de gobierno,
endilgándoles motes que han pasado a la historia como “El Zorro” (Roca); “El
burrito cordobés” (Juárez Celman); “Pelelegringo·”(Pellegrini) o el mismo
Yrigoyen bautizado como “El Peludo”.
Este tipo de periodismo tampoco
le fue ajeno a Hernández que participó en dos de ellos: “El Bicho Colorado”,
subtitulado “Periódico satírico, político y literario” y “Martín fierro”, desde los
cuales desgranaba su afilado parecer contrario al tratamiento que tenía la
política contra el salvaje, estilo que fue en realidad expresión de una
particularidad muy argentina, el ácido
buen humor, que generaría reiteradas réplicas por parte del poder, muchas veces
de modo muy drástico.
|
|
|
Tapa de “Don Quijote” 1890 (Dibujo de Eduardo Sojo
bajo el alias de Demócrito |
|
|
|
El
Mosquito, "periódico semanal satírico burlesco
de caricaturas", apareció por primera vez el
24 de mayo de 1863 La
innovación periodística del El
Mosquito, redoblada por el lanzamiento que le dio la permanencia
de treinta años,
convierte al semanario en un proyecto más que representativo
de su época y testigo de un momento histórico. Utilizando la caricatura política
como sello distintivo,
más el acompañamiento de un lenguaje conciso
y mordaz, logró establecer un nuevo contrato de lectura con los públicos emergentes de la
cultura de
masas |
|
|
Aquellos medios fueron determinantes
en la formación de una “opinión pública” argentina, tanto que el mismo Alem
afirmaría que la Revolución de 1890 la habían hecho las armas y las caricaturas
satíricas aparecidas en ellos.
Ha de verse en este tipo de
periodismo más que nada la reacción contra los gobiernos que en opinión del
pueblo dilapidaban los dineros y abusaban del crédito externo que mellaba su
independencia económica. Pero un tema en particular irritaba los ánimos al
poner en juego una de las cuestiones más espinosas y que ocuparía casi tres
décadas, hasta 1943: la neutralidad de la República Argentina durante las dos
Grandes Guerras.
La Argentina del “año verde”
comenzaba a mostrar algunas falencias. Los primeros indicadores de la crisis
los dará la baja en los títulos públicos y privados, el creciente desempleo y
el empeoramiento de las condiciones laborales; todo un conjunto de situaciones
que fueron aprovechadas y “fogoneadas” por una prensa revolucionaria, no ya en
el sentido de sus inicios, sino con influencias anárquicas y cuya prédica desembocaría en los sucesos de la Semana
Trágica de aquel enero de 1919.
Tales son los temas que ocupan
al periodismo de finales de siglo XIX y principios del XX: la propiedad fiscal (que
ya entonces era objeto de peculado), la
crítica contra la expedición al desierto que sólo logró fundar feudos,
confundiendo el principio de la tierra como elemento constitutivo de la
república y convirtiéndolo en objeto de poder y de codicia, identificando el
latifundio improductivo con patriciado, cultura nacional, fraude electoral y
escándalos parlamentarios. Temas todos, que por no haber sido resueltos en los
tiempos y la forma en que el periodismo los proponía y defendía, fueron causa
de los males que sufrió la República, sobre todo a partir de 1930.
Frente al desmedido afán de
lucro se inicia la prédica por educar al pueblo, porque la nación debe ser
integrada en la totalidad que comprende la “estancia y la cátedra” ya que un
pueblo radicalmente ganadero debía tener también ciencia, arte, instituciones y
desarrollo económico a partir de la adecuada industrialización de sus
productos.
Si realmente quería hacerse
realidad el pensamiento de los ’80, el país rural debía desvanecer la creencia
de que el progreso sólo podía estar asociado al vasallaje colonial. Si al fin,
¿casi un siglo de luchas no había sido a causa de conseguir la libertad?
De este modo, el periodismo
refleja la idiosincrasia de un país que bullía por conquistar la definitiva
organización, ahora social, porque en las leyes ya se habían planteado las
bases necesarias. Si bien se cometieron errores, esos hombres fueron puros, aún
en sus yerros.
En esos tiempos de organización
burocrática y legislativa del estado, el mayor logro del periodismo fue que sus ideales
llegaran a la Legislatura, en un periodo extraordinario del Parlamento de
Buenos Aires donde se discutieron cuestiones como el ordenamiento de la renta; la deuda pública; las
leyes impositivas; las concesiones, la política bancaria; los derechos fiscales
y los límites de los poderes. Además; expropiaciones; cuestiones
constitucionales; establecimientos; organización de justicia; exposiciones y
certámenes de fomento; legislación ferroviaria de progreso; puentes; asuntos
industriales; creación de nuevos partidos, colonias agrícolas; política
hospitalaria; edificios, puentes, etc.
Basta recorrer los diarios de
la época y se podrá comprobar de qué manera fueron antes planteados por la
prensa como necesidades de inmediata aplicación en la República, y recién luego
de tratados en la legislatura porteña, cuyos sus resultados una vez publicados
eran tomados como fuente de inspiración para las legislaciones del interior.
De ese modo, el pensamiento
argentino fue nutriéndose de una diversidad de asuntos que paulatinamente
fueron irrigando los contenidos de la instrucción pública, promoviendo el
desarrollo espiritual de la Nación y generando la prosperidad material de la Patria.
1880-1916: El “Zorro”, el “Peludo”...
|
|
La llegada a la presidencia de
Nicolás Avellaneda (1874) pareció significar para la nación un tiempo de
cambio, una vuelta de timón hacia esos ideales que de una manera u otra habían
nutrido las luchas de los argentinos del interior frente a la hegemonía del
puerto. Avellaneda es un hombre del interior profundo, un provinciano oriundo
de Tucumán que lleva en la cabeza la idea de superar la ancestral antinomia
entre el centralismo y el interior; el primer presidente “que no sabe disparar una pistola”, según las palabras de Sarmiento
al entregarle la banda.
Un signo de ese tiempo de
reconciliación entre los argentinos puede hallarse en el envío de José
Hernández a Mitre de un ejemplar de “La
vuelta de Martín Fierro”. El otrora combatiente urquicista de Cepeda, Pavón
y Cañada de Gómez, le escribía a Mitre diciendo que:
“Hace 25 años que formo en las
filas de sus adversarios políticos... Pocos argentinos pueden decir lo mismo,
pero pocos también se atreverían, como yo, a saltar por sobre ese recuerdo para
pedirle al ilustrado escritor que conceda un pequeño espacio en su biblioteca a
este modesto libro”.[20]
El debate que había separado a
las facciones ya tomaba su forma definitiva, esa que moldearía la República,
altibajos más o menos.
|
La
vuelta de Martín Fierro es un libro gauchesco argentino, escrito en verso por José Hernández en
1879. Constituye la
secuela de El Gaucho Martín
Fierro, escrito
en 1872. Ambos libros han sido considerados
como libro nacional de la Argentina, bajo el título genérico de "el
Martín
Fierro". En "la vuelta", Martín Fierro, quien
se había mostrado rebelde en la primera
parte y convertido en gaucho matrero
(fuera de la ley), aparece más reflexivo y moderado, a la vez que el
libro se vuelca a la historia de sus hijos. |
Durante las “presidencias
históricas” o “fundadoras” (Mitre, Sarmiento, Avellaneda), se discutió la forma
de la “constitución de un orden nacional y el sentido que la relación de
mando-obediencia habría de experimentar la fórmula política a aplicar”. Cuando
desde el periodismo se planteaban estos interrogantes se estaba ofreciendo para
la polémica constructiva el germen de un concepto de lo que debía ser el orden
político, algo que para los bandos en pugna no eran valores desconocidos, pero
que a la hora de establecerlos, unos habrían de privilegiarlos necesariamente
en detrimento de otros.
El modelo perfilado por los
emigrados una vez en el poder fue el liberalismo, ideología traducida en rasgos
bien caracterizados; el más importante, el establecimiento de una cultura
europea, en la cual, sin embargo, estuvo ausente uno de sus caracteres más
propios, como fue el de la cristianización, que en Perú y México fue el estandarte
de sus líderes revolucionarios.
“El liberalismo fue para ellos
un sistema de convivencia deseable, pero pareció compatible aquí con una
actitud resueltamente conservadora... Había que transformar el país pero desde
arriba, sin tolerar que el alud inmigratorio arrancara de las manos patricias
el poder... Su propósito fue desde entonces deslindar lo político de lo
económico, acentuando en este último campo el espíritu renovador en tanto se
contenía, en el primero, todo intento de evolución”. [21]
Los métodos empleados por esta
dirigencia, que por una parte se jactaba
de liberal pero al mismo tiempo no abandonaba las costumbres del
conservadorismo generaron, por ejemplo, la reacción de los hombres enrolados en
las filas del catolicismo que marcaron una lúcida etapa del periodismo de fines
de siglo pasado y que lucharon
precisamente contra esa “descristianización” del país, hecho del cual
los adherentes a la línea de pensamiento que marcara Roca hicieron gala. Al
“galante general”, precisamente, le tocaría resolver los problemas básicos que
sucesivamente se habían ido planteando en tiempos de sus inmediatos
antecesores.
Él había contribuido con la
“Campaña al Desierto” a solucionar uno de los más peliagudos: la integridad
territorial, necesario presupuesto para delimitar el espacio donde ejercer el
poder. Pero por otro lado, también se hacía presente la necesidad de “organizar
un régimen político”, es decir, definir el modo por el cual los gobernantes
tuvieran una sucesión ordenada y con lo cual se hiciera factible la
consolidación de las decisiones que
hacen al orden legalmente constituido.
Finalmente, quedaba por
resolver el tema tal vez más álgido: lograr que todo el conjunto de habitantes
dispersos por una geografía inmensa, para quienes la concepción de vida y del
orden se limitaba a los márgenes que la naturaleza y sus costumbres les
indicaban, accedieran a una misma concepción de país, que participaran en
conjunto de la idea de progreso que diseñaba Buenos Aires. A ello, se oponía la
influencia de los hombres fuertes de cada lugar, el caudillo. Se trataba nada
menos que de la cuestión de la identidad nacional.
En la resolución de este asunto
particularmente es donde cabe colocar la orden de Sarmiento de asesinar a
Vicente Peñaloza (el Chacho), como también la persecución a Felipe Varela. En
los hechos, la tipología del argentino seguía siendo la misma. Hasta 1852, la barbarie era degollar, ahora la
“civilización” consistía en fusilar.
Este tipo de cuestiones fueron
advertidas por los hombres de prensa que iniciaron una campaña tendiente a
lograr que aquellos principios que ahora se concretaban en la política y en la
burocracia del país, no abjuraran en lo filosófico.
Resultado de ello fue la serie
de escritos que alertaban sobre las consecuencias, particularmente en orden al
resguardo de la soberanía que en el fondo no era otra cosa que la percepción
que aquellos hombres tenían de lo que debía ser el país, que era el legado de
tantos héroes anónimos que habían quedado en los campos defendiendo precisamente
esto que ahora tomaba forma y cuya identidad debía ser preservada: la República
Argentina.
El resultado de aquella
prédica fue la Revolución de 1890, una
reacción de la sociedad contra la oligarquía que había entregado el poder a los
elementos que habían colaborado para que alcanzara la presidencia.
En realidad, entre bambalinas
estaba comenzando a tomar forma una nueva manera de hacerse del poder, o más
bien, de arrebatarlo a sus legítimos depositarios: los verdaderos
representantes del pueblo, en ese entonces nietos de los generales de la Patria
unos, y otros, hijos de los primeros inmigrantes.
Esa crisis del 90 (“una revolución anda por la calle suelta
buscando quién la dirija”, como diría Alem), dejó como lamentable saldo
inmediato el que los argentinos otra vez tomaran las armas unos contra otros.
Pero no sería sólo éste el hecho de mayor implicancia. La acentuada crisis
económica, contribuiría también a
conformar el cuadro de situación del tiempo que se inauguraba, aunque en ese
orden material, si bien conservando su estructura productora de materias
primas, lograría volver sobre sus pasos y encaminarse hacia un franco progreso
que caracterizaría a las primeras décadas del 1900.
|
La Revolución del Parque, también
conocida como Revolución del 90, fue una insurrección cívico-militar
producida en la Argentina el 26 de julio de 1890
dirigida por la recién formada Unión Cívica,
liderada por Leandro Alem, Bartolomé Mitre,
Aristóbulo del Valle,
Bernardo de Irigoyen
y Francisco
Barroetaveña, entre otros. La revolución fue derrotada por el
gobierno, pero de todos modos llevó a la renuncia del presidente Miguel Juárez Celman,
y su reemplazo por el vicepresidente Carlos Pellegrini. |
Así culminó el siglo XIX, con
un país reflejado en los periódicos y delineado por la mano de sus
escribientes. El periodismo vislumbró la Patria, pensó en ella y por ella, y
durante ese periodo tuvo la grandeza que las circunstancias le reclamaron
colocándose a un costado de los contendientes para iluminar las mentes, marginándose
de las conveniencias y las connivencias,
algo que lamentablemente cambiaría en el periodo entrante, sobre todo por la
fuerza de los intereses económicos y políticos que presionarían para alcanzar
por la mano de la prensa sus objetivos.
Hasta la primera mitad del
siglo XIX, la Argentina pudo considerarse, literalmente un país de analfabetos
no obstante los esfuerzos efectuados en la “lucha contra el error y la
ignorancia” al decir de Rivadavia y la tarea que desde 1852 en adelante
desarrollaron Urquiza, Mitre y Sarmiento.
El Censo Nacional de Población
de 1869, revela que un doce por ciento de los habitantes era de condición
inmigrante, y de la composición total, mayor de siete años, un 78 por ciento
era analfabeto. Esta cifra, luego del Segundo Censo Nacional (1895) con una
población que ascendía a los cuatro millones, de los cuales el 25% era
extranjero, había disminuido al 54,4%, hasta alcanzar el 35,1%, sobre un total
de casi ocho millones de habitantes (el 30% era inmigrante) en 1914.[22]
De este aporte inmigratorio, de
su mezcla con el criollo, se formará la clase media argentina, cuyas
ocupaciones preferentes; el comercio, la industria y por supuesto, las letras,
será determinante para comprender el
sentido del país en las décadas posteriores.
En el plano de la acción
política la Unión Cívica Radical se presenta como el primer movimiento
genuinamente popular y argentino, con algunas notas características, entre las
que se destaca su origen revolucionario, pero no en el sentido de coyuntura, de
quiebre de orden o de sistema con la finalidad de imponer otro –esto es lo importante-, sino de
revolución en sí misma, en sus ideales y
sus prácticas, con un claro sentido de avance y progreso.
Con este carácter acentuado
luego de la muerte de Alem y bajo la conducción de Hipólito Yrigoyen, el
Radicalismo adopta como táctica la “intransigencia”, el rechazo a cualquier
componenda o alianza; y la “abstención” como medida “punitoria” cuando el
“Régimen” se comportara en desacuerdo con los principios democráticos.
Se ofrece igualmente como la
garantía de las libertades consagradas en la Constitución Nacional, aunque a
sus dirigentes defender estos derechos les costara la cárcel. El concepto de
Estado de Derecho resulta de preeminente importancia para el ejercicio del
periodismo, que de esta manera inaugura el siglo XX, tiempo durante el cual, en
las primeras décadas continúa siendo doctrinario como en sus orígenes, pero que
la evolución de los acontecimientos hará que torne de ideológico en
informativo, y a partir de los años cincuenta en explicativo y comercial.
1916-1950: De la Prensa al
Medio de Comunicación.
|
|
Yrigoyen ya es presidente.
Importantes reformas sociales se ponen en marcha, es el imperio de las
libertades republicanas, entre ellas, la de la libertad de expresión. Al hecho
político ha de sumarse la experiencia de la inmigración y su aporte al
periodismo mediante publicaciones (en el periodo 1914-1930) que buscaban afirmar el espíritu nacional de sus
comunidades.
De estos años es la expresión “revista cultural”, un elemento que se
sumaría al plexo periodístico del siglo naciente y que contribuiría a la
reflexión de temas específicos, presentados bajo la forma de “artículos de
fondo”, y cuya temática era tan diversa como las realidades que abordaban.
La calidad y precisión de
contornos de estas publicaciones en modo alguno descuidan o desconocen los
antecedentes y las generalidades del mundo circundante. Es el tiempo en que el
ensayo como género literario comienza a
tener una presencia singular en el tratamiento y formación de la opinión
pública en los periódicos de mayor tirada.
Esas primeras publicaciones
comunales se ven acompañadas por otras que en su nombre denotan su origen: “Il
Giornale d’Italia”, tal vez el más importante bajo la dirección de
Guido Valcaranghi y cuya trayectoria se extendiera hasta 1980; “La
Patri degli Italiani” (hasta 1930), o revistas como “Il
Pensiero”, por nombrar algunos.
Portada de una publicación judía |
Una publicación de la colectividad italiana |
La comunidad española, mientras
tanto se refleja en “El Diario Español” de “una gravitación única sobre una época[23] de nuestra vida pública”.
Otras comunidades también tienen su publicación, no menos importantes son las
judías y sobre todo las alemanas representadas por el “Buenos Aires Zeitung”, primer
diario germano que se editaba en toda
Sudamérica o el británico “Buenos Aires Herald”; todas las
cuales, sin embargo, y a medida que el periodismo toma auge y presencia en la
sociedad, fueron siendo absorbidas.
Este fenómeno de las
publicaciones extranjeras dará lugar asimismo al nacimiento de las grandes
casas editoriales y las empresas periodísticas cuya presencia tendrá influencia
determinante en muchos aspectos de la vida social y política así como en la
formación de una opinión pública muy gravitante.
Transcurrido ya el primer
gobierno de Yrigoyen, la República Argentina ingresa en un momento de lentitud
y vaguedad, cayendo muchas expresiones de la vida pública en la mediocridad.
Las grandes conquistas de “El
Peludo”, mote asignado por el periodismo satírico a Yrigoyen; ese intento de
una mejor distribución de la riqueza
nacional, de mejorar las condiciones laborales y ajustar la justicia, forman
parte del pasado. Hasta la misma figura de Yrigoyen está deteriorada. El país y
el sistema político en particular se preparan para asistir al primer evento de
corte socio político de cuyos resultados en gran parte será responsable en periodismo
con su diatriba y prédica contra ese presidente entrado en años.
Los analistas aún se preguntan
por qué ocurrieron las cosas tal como fueron. Qué intereses operaron para
que los medios de prensa llevaran
adelante una campaña en contra del propio presidente, con ataques muchas veces carentes de
consistencia, basados más bien en
preconceptos. Sin embargo, el efecto de la prensa que preparó el terreno y
permitió que el golpe de estado del 6 de Setiembre de 1930 fuera para el
salteño General José Félix Uriburu nada más que un paseo desde Campo de Mayo
hasta la Rosada.
La prensa que preparó las cosas
para la defenestración de Yrigoyen. La misma que aplaudió el golpe,
paradójicamente sufriría más tarde las consecuencias de la censura y las
limitaciones a la libertad de expresión que impondría el régimen
Los quiebres institucionales a
manos de los militares se sumarían al menú de la política argentina y alguna
prensa acompañaría esos movimientos, ya preparando el terreno, ya justificando
y publicitando hasta la mentira de ser necesario para propiciar y mantener a
esos regímenes de fuerza.
Al margen del juego político en
que la prensa ya se ha comprometido en aquellos años, el progreso continúa. La
tecnología ha permitido a un italiano, Guillermo Marconi realizar la primera
transmisión de radio hacia fines del siglo XIX. El 27 de agosto de 1920 el doctor Enrique Telémaco Sussini, junto a
César Guerrico, Luis Romero Carranza y Miguel Mujica realizan la primera
transmisión con una radio a galena desde la azotea del Teatro Coliseo, ingresando –tal vez sin saberlo- a la
sociedad argentina en una etapa que cambiaría los moldes originales. Era mucho
más que un ensayo, era una bisagra en la historia de la comunicación social
argentina y en la historia argentina misma. A partir de allí la radio se
posicionaría como un elemento novedoso para comunicación y el manejo de las
masas, tanto así que pocos años más tarde será letal para el régimen
conservador que no supo vislumbrar a tiempo los alcances que esta nueva forma
de transmisión posibilitaba. A los primitivos oyentes solitarios que escuchaban
con auriculares se sumaba ahora la
familia y todo grupo que tuviera acceso a los nuevos aparatos de “válvulas”.
Dos años después, esa primitiva antena
tiene 35 metros de largo y la pelea Firpo - Dempsey populariza de modo
definitivo el fenómeno de la radio. En los años siguientes el disco de pasta,
los radioteatros y la publicidad reflejan de un modo particular el sentir y la
personalidad de los argentinos. Las letras de los tangos desnudan la realidad y
“Cambalache” de Santos Discépolo le
pone el sello indeleble a la idiosincrasia nacional.
La Razón, con cierto giro poético característico de su inconfundible estilo
editorial, anunciaba: “Anoche,
una onda sonora onduló vermicular, de las 21 a las 24 por el espacio, como cubriendo con su sutil celaje de armonías, las más caprichosas,
ricas y grávidas de nobles emociones, la ciudad entera...”. Se los
llamó “los
locos de la azotea” y su hazaña fue haber realizado la primer transmisión de radiodifusión del mundo, ya que en ese momento nació la primer emisora de radio con continuidad en el tiempo. Sociedad Radio Argentina fue su nombre original, al poco tiempo se le asignó el indicativo LOR, y posteriormente, por muchos años se identificó como LR2 Radio Argentina (1110 Khz.). |
|
Se inaugura “Radio
El Mundo” y se forma la cadena Azul y Blanca con emisoras del interior.
Aparece “Radio Belgrano” que compite con la primera. Entre tanto, otras
emisoras comienzan a ocupar el dial: “Mitre”, “Libertad” (antes llamada
Callao), “El Pueblo”, “Porteña”, “Stentor”, “Cultura”
y la conocida “Excélsior”.
Micrófono de Radio El Mundo |
|
La década que transcurre entre
1925 a 1935 fue floreciente en cuanto a creadores, compositores e intérpretes
de la música ciudadana y folclórica, la flor y nata de nuestro acervo cultural.
Nótese, pues, que hasta este
momento se ha hablado de “prensa”, de “periodismo”; ahora, para significar esta
actividad, se recurre a la expresión “medios”. Evidentemente algo había
cambiado y era mucho más que la forma de designar la actividad periodística.
Como se ha dicho, hasta ese
momento los gobiernos nacionales mostraron una suerte de apatía hacia los
medios periodísticos -en particular la radio- sin avizorar la importancia que
tenían como instrumentos de política y poder, a pesar de las experiencias que
en este sentido se vivían en Europa con Benito Mussolini en Italia y en la
Alemania nazi de Adolf Hitler.
Sólo hasta 1946, con el
advenimiento del peronismo es que los medios y consecuentemente el periodismo
terminarán de efectuar el cambio de rumbo
que venía insinuándose desde hacía dos décadas.
Es
el tiempo en que se forman los primeros grupos empresarios y el periodismo se
aleja de su espíritu doctrinario y comienza a convertirse en en una actividad comercial. La radio se
convierte en un elemento de consideración estratégica para el estado, mientras
que los medios gráficos se erigen en instrumentos de control social manipulando
el sentir y el parecer de la opinión
pública.
Tres
grandes “holdings” se perfilan: el conformado por la Editorial Haynes (del
empresario inglés Alberto Haynes) que agrupaba varias revistas, el Diario El
Mundo y las radios: El Mundo, la Red Azul y Blanca, Mitre,
Callao
y Antártida.
El segundo grupo lo encabeza un apellido que mucho tendrá que ver en lo sucesivo con los medios de prensa: Jaime
Yankelevich. Éste había vendido sus acciones de LR3, Radio Belgrano al gobierno
peronista, pero había conservado el
manejo del grupo según los dictados de la secretaría de prensa del gobierno
dirigida por Alejandro Apold. Componían este grupo los diarios Democracia,
Noticias
Gráficas, Radio Belgrano, Radio Rivadavia, Radio
Argentina, Radio Porteña y las que integraban la primera cadena de Broadcasting originalmente. El tercer
grupo estaba compuesto por el Diario La Razón, Radio
Splendid, Radio Excelsior y la Red de emisoras Splendid. Adviértase de
qué manera el ritmo de los sucesos y su direccionalidad ha cambiado desde los
años veinte y como esa dinámica impulsó
la generación de empresas periodísticas.
Sin
embargo, faltaba otro elemento cuya aparición estrechamente vinculada al
aparato estatal impondría un sello definitivo a la evolución del periodismo de
esta segunda mitad del siglo XX: la televisión. No por nada la primera
transmisión se efectúa un 17 de octubre de 1951. Eva Perón había percibido la
importancia del medio y la manera en que la imagen transformaría el ejercicio
del poder y la forma de ejercer el periodismo hasta entonces conocido. Pero
junto al concepto político, la televisión trae consigo un componente nunca
utilizado: la publicidad y sus consecuencias económicas.
“La propaganda por televisión, será, sin lugar
a dudas, lo más extraordinario que se haya creado hasta ahora. La propaganda
oral, tal como se viene realizando, va a sufrir un cambio fundamental”. [24]
A
fines de los sesenta se firma el Decreto Nro. 15.460 que bajo el nombre de “Ley
de Radiodifusión”, establece el régimen de explotación individual de
las licencias, contraponiéndose a la ley Nro. 14.241 de 1953 que fijaba la
explotación de estos servicios mediante redes o cadenas, las que debían estar
configuradas por el Estado.
La
televisión en la Argentina se inicia en 1951, respondiendo a una política
estatal desarrollada por el gobierno de Juan Domingo Perón. De la mano de
Jaime Yankelevich, la primera transmisión tuvo lugar desde LR 3 Radio
Belgrano, con los mismos locutores que hasta el momento trabajaban para la
emisora. Con una antena instalada en el Ministerio de Obras Públicas y el
discurso de Eva Perón en los actos centrales de la Plaza de Mayo, fue
inaugurado oficialmente el pionero Canal 7. Pocas fueron las personas que
contaban con aparatos receptores en sus hogares y la novedad fue compartida
en bares, cafés y negocios de Buenos Aires entre un público que hasta
entonces había sido esencialmente radioescucha. Precisamente, fueron
locutores radiales quienes pronto se convirtieron en primeras figuras del
nuevo medio: Guillermo Brizuela Méndez, Nelly Trenti, Nelly Prince, Adolfo
Salinas, Pinky (Lidia Elsa Satragno) y Antonio Carrizo. |
|
|
|
Dos momentos
de la televisión argentina: el Negro Brizuela Méndez y Tato Bores |
La década que va de
los años sesenta a los setenta es un tiempo de crecimiento para la televisión,
un momento propicio para la creación de editoriales medianas y pequeñas que
luego compitieron o se asociaron a otras más grandes, como el caso de
Sudamericana.
|
|
Conclusión.
El 25 de Mayo de 1810 fue el
resultado de un estudiado juego político que sibilinamente preparó los
espíritus mediante esos primeros escritos que circulaban por la colonial Buenos
Aires. Saavedra describe aquel momento en sus memorias diciendo que:
“Cubrir a la Junta con el manto
de Fernando VII fue una ficción desde el comienzo necesaria por razones
políticas”.[25]
Mientras esto ocurría en el
Cabildo, “el pueblo”, bajo los balcones, reclamaba “saber de qué se trata”.
He
aquí el punto en cuestión, porque si
bien el 25 de Mayo fue posible sólo cuando el pueblo pudo informarse sobre los
hechos que estaban ocurriendo en Europa y el manejo de esa información fue
creando las condiciones para que de la ficción retórica naciera la Patria, nacieron
también con la prensa colonial expresiones como: “razones políticas”,
“pueblo”, “plan de operaciones”, como
llamara Moreno a las actividades a
desarrollar.
Hasta
entonces, esos habitantes estaban acostumbrados a un régimen como el colonial,
donde existían jerarquías, donde no
había mayor preocupación por la educación en líneas generales y en donde toda
innovación era tenida como peligrosa y subversiva.
De
allí que esta expresión “El pueblo quiere saber de qué se trata”, para
aquellos hombres que habían conspirado desde las páginas de esos primeros periódicos, en la
impronta del metadiscurso se traducirá en la expresión: “El pueblo debe saber de qué
se trata”. De qué se estaba tratando en el interior del Cabildo, una
polémica que tiene mucho que ver con el destino de los argentinos,
precisamente, como pueblo.
Porque
el concepto de “pueblo” sufrió una larga evolución. El “pueblo” era en la colonia
sólo la “parte principal”, la “más sana”: los blancos, los que ejercían los
oficios honorables, los que tenían casa y familia constituida. Estaban
excluidos los negros, los esclavos, los indios, los mulatos, en fin, todos los
que no tenían “la sangre limpia”, como se decía en aquella época.
La
primera misión del periodismo fue hacer notar que todos eran pueblo, aún aquellos que se consideraban fuera de la
sociedad, según los principios más adelantados de ese tiempo y que el poder
residía en ese pueblo. Ese poder que
entrañaba derechos y obligaciones y que sólo podía ejercitarse en la medida que
aquellos se conocieran.
Así
esta idea de pueblo se va ampliando y se desarrolla paralela con el nuevo
“pueblo ilustrado”, un pueblo que accede a la información que antes le era
negada, un pueblo que conoce de temas que se refieren a su destino y que
paulatinamente va participando en las decisiones que les competen a todos.
En
este proceder estaba el concepto de democracia que defendían los hombres a
través de la prensa.
Pero
para que esta noción exista en los hechos, para que la democracia pueda
instalarse en la conciencia de los individuos, para que haya una “voluntad
popular”, según el decir de la Ilustración y que ésta se pronuncie respecto de
las cosas que se le sometan y haya representantes en los puestos ejecutivos y
legislativos, es necesario conocer.
De modo que periodismo, conocimiento,
democracia, libertad, progreso y sistema político, son realidades que están
íntimamente ligadas.
Sin
embargo, aquella expresión “razones políticas”, entraña una forma de
procedimientos que estuvo presente desde el primer número de la “Gaceta”
de Moreno, “órgano oficial” de aquel primer gobierno criollo, desde donde se
llevaría a cabo el “plan de operaciones”; dicho de otra manera, la “primera
operación de prensa”.
Esta
acción de prensa estuvo orientada en dos direcciones; por una parte, “iluminar”
las mentes con las ideas que habían provocado la caída de los absolutismos
europeos y por otra, desde una fórmula dialéctica fundada en los principios del
cristianismo, plantear un discurso libertario.
Por
otro lado trazó un discurso retórico y contradictorio, puramente político, en
virtud del cual la Revolución había de imponerse “aún mediante la violencia y
la muerte”.
Baste
el párrafo antecedente para caracterizar las notas básicas del periodismo
argentino: revolucionario, político, educador, místico. Estilos de pronto
adversos y divergentes, pero que atravesando los tiempos y las circunstancias,
permanecen palpitantes hasta el día de hoy.
Las
“razones políticas” llevaron al periodismo tanto a iniciar el camino de la emancipación como
posteriormente a deponer gobiernos y sostener otros de dudoso origen,
denunciando ese antes aludido carácter contradictorio del hombre argentino.
Asimismo,
el periodismo fue refugio del pueblo cuando las libertades se vieron
conculcadas, aún enfrentando la dualidad de los gobiernos que como se viera,
aunque nacidos de la lucha de la prensa, ofrecieron ese particular
comportamiento de considerar “amigos” o “enemigos” a los periodistas según la
opinión de éstos sobre la conducta de los gobernantes, un vicio político que se
trasladará hasta la actualidad y que descalifica al periodismo denunciante toda
vez que las “razones políticas” se ven afectadas o esgrimidas como contrarias,
según fuere.
La
historia argentina ofrece incontables acontecimientos, cada uno emblemático a
su modo y en su tiempo, donde se confunden y conviven la dialéctica del miedo y
de la libertad.
En
Mayo de 1810, la caída del virrey obedece al decidido efecto del periodismo que
erosionó las bases de aquel colonialismo, pero asimismo, trazó el camino de las
situaciones posteriores según el sentido que los “dueños” de aquella prensa le
impulsaran. El fusilamiento de Dorrego, por ejemplo, se debió a “razones
políticas”, explicadas de un modo que continúa siendo para muchos, un hecho
incomprensible.
Luego,
ese apogeo de la intelectualidad demostrada en los años del gobierno de Rosas
brindó un panorama que por comprometido y sectario, hoy continúa dividiendo las
opiniones. Cuán distinta hubiera sido la versión si aquellas batallas
dialécticas hubieran estado tocadas de alguna objetividad, o al menos se
hubiere respetado en un todo la verdad histórica, la de ambos bandos; lo cual
confirma aquel axioma que sentencia que a la historia la escriben siempre “los
ganadores”.
Prueban
esto último las acciones llevadas adelante aún contra la misma prensa cuando
aquellos hombres que se sirvieron de ella para lograr sus propósitos ocuparon
el gobierno; entonces, invocando esas mismas “razones políticas” justificaron
la prohibición y la censura contra la que antes habían luchado.
Cada
vez que estos procedimientos tuvieron lugar fueron justificados bajo el
subterfugio de buscar la protección del “pueblo”, el
restablecimiento de la “democracia”, impidiendo en realidad el pleno
discernimiento de los ciudadanos, violando aquel derecho que se expresa en la frase: “El Pueblo debe (debería) saber de qué se trata”.
El
periodismo, de este modo, ha forjado la Patria y ha cincelado la cultura
nacional, la idiosincrasia del hombre argentino, esa identidad divergente,
muchas veces equívoca, exitista y hasta vacilante ante los problemas
acuciantes. Aunque sobre esto último debe admitirse que mucho se ha avanzado.
A
este punto se ha llegado porque la sociedad depositó en el periodismo la
salvaguarda de sus derechos cívicos, sin tomar en cuenta que en ese acto iba
también el manejo, muchas veces inescrupuloso de los mismos; pues, cuando la
organización nacional avanzó civilizando los procedimientos, legitimando
derechos, la sociedad, más que protagonista, quedó relegada al lugar de un
observador de los hechos que se ventilaban en los medios de prensa según el
criterio del gobierno y desde tiempos más recientes, del propio complejo
mediático, donde se confunden “libertad de expresión” (y de información) con
“libertad de prensa”; expresiones que deben definirse adecuadamente so pena de
alterar su sentido y caer en peligrosos equívocos, tal como lo ha demostrado el
manejo de la prensa durante oscuros periodos de nuestra reciente historia.
Entiéndase
entonces como “libertad de prensa” el
derecho reconocido en el artículo 14 de la Constitución Nacional que reza: “publicar
sus ideas por la prensa sin censura previa”, sancionado así “un derecho natural del más noble linaje[26].
Este
derecho entraña la “libertad de expresar y publicar todo lo que el ciudadano
quiera, y de ser protegido contra la censura legal y castigo por su
ejercicio...”[27].
Respecto
de la expresión “libertad de expresión”, o “libertad de palabra”, dícese de la
misma que “es cualitativamente similar a la anterior en cuanto corresponde a
las publicaciones orales”, o sea que bajo esta especie se comprenden todas las
formas de exteriorizar y poner en conocimiento del público “ideas, opiniones,
consejos, hechos, ya se presenten en libros, periódicos, hojas sueltas,
circulares, con o sin dibujos, ya de palabra o por escrito en sitios destinados
o no a la publicidad”. [28]
La
extensión de este derecho le compete sin duda al gobierno, pues, ninguna
libertad es absoluta, menos aún ésta que involucra la formación de opinión
pública, de donde el dicho derecho podrá ser invocado toda vez que no incite a los ciudadanos a
asumir actitudes que vayan contra el orden constitucional.
Pero
si bien la importancia de la prensa en todo gobierno republicano y democrático
alcanza un rango similar a la libertad misma, debe quedar claro que la
“libertad de prensa” hoy le corresponde a la prensa misma, es decir, al medio
en cuanto determinación editorial propia, sin que ello repugne el sentido del
pluralismo, pues, al fin, la libertad de “publicar las ideas...”, continúa
siendo absoluta, sólo que la cuestión
correrá por encontrar el medio que desee
hacerlo.
Mientras
estos debates se suceden en el transcurso del análisis, es tiempo de considerar, la importancia del
periodismo en la conformación del tipo social argentino.
No
se debe sino a la prensa la mentalidad con que los asuntos de la República se
tratan, ya desde los gobiernos hasta la misma vida particular. Porque la prensa ha contribuido a instruir y educar
al pueblo, poniendo a su alcance los contenidos esenciales para la elaboración
de las acciones, vulgarizando las ideas, preparándolo y uniformando sus
sentimientos e impulsos en determinado sentido, tal como se ha visto en los
sucesivos episodios de la vida nacional.
El
periodismo ha sido –y es- uno de los más poderosos elementos con que cuenta el
ciudadano para defender sus derechos, su libertad. Así ha quedado demostrado
cuando la tiranía (cualquiera fuera el régimen) avasalló con ellos.
En
cada momento en que el imperio de las instituciones se restableció en la vida
de la sociedad, la prensa ejerció un efectivo papel de contralor, aspecto que
ha cobrado vigor en los últimos años.
De
esta manera, muchos intersticios del poder antes considerados prohibidos,
censurados a la consideración pública, son ventilados y cuando el caso lo
requiere, denunciados y hasta a veces castigados, salvaguardando de esta manera a
la sociedad de la carcoma de la corrupción que últimamente se manifiesta bajo
formas diversas: violencia social, policial, narcotráfico, tráfico de
influencias, ilícitos todos que el periodismo denuncia, investiga y que en
algunos casos son determinantes para su condena.
En
este marco, la relación entre el poder y la prensa es un capítulo que se teje desde los albores mismos de la
Nación y que ha sido causa de desencuentros sociales y equivocados derroteros.
La
prensa le sirvió a Moreno –por simbolizar en él un movimiento- para encender la
chispa libertaria argentina y americana. Se ha visto cómo mantuvo viva la llama
de la organización nacional en los días del Restaurador. Igualmente, de qué
manera contribuyó a forjar el pensamiento ilustrado, plasmado en códigos, leyes
y fundamentalmente en la Constitución Nacional.
Bartolomé
Mitre fue el primero en avizorar este poder y ponerlo a su propio servicio con “Los
Debates” primero, con “La Nación” luego, lo que le
permitió acceder a la presidencia.
El
periodismo fue revolucionario en los noventa y colaboró al advenimiento del
radicalismo. En nuestro siglo, derribó a Yrigoyen y sostuvo al “Régimen falaz y
descreído”. Modeló la clase media e impulsó el crecimiento nacional, generando
una figura de la talla de Juan Domingo Perón que fue el primero en advertir el
modelo mediático europeo de Hitler y Mussolini, aplicando esos procedimientos
de propaganda y uso efectivo de medios de comunicación en nuestro país.
A
pesar de su declaración “Cuando llegamos al poder, no teníamos prensa, y cuando
controlábamos todos los medios, nos echaron a patadas”[29](Sic), tratando de restar
importancia al manejo que hizo de la prensa, el peronismo es un producto de
ella y el primer ejemplo de un partido que la subvenciona y controla desde el
poder.
Este
periodo es el mejor ejemplo de los males de una prensa cautiva, ya por imperio
de la política, ya por determinación económica, pues, “libertad de prensa” y
“libertad de expresión”, pierden sentido y hasta valor, dejan de existir
asfixiadas por las “razones políticas” que nunca coinciden con el bien común
general. Desde los años cincuenta en el fenecido siglo, el carácter político de
la prensa se ha mostrado más desembozadamente, sobre todo en los periodos de
las dictaduras, cayendo inclusive en expresiones serviles y acomodaticias.
Los
tiempos del presidente Arturo Frondizi, inauguraron un proceso de mayor
claridad. Es la época donde aparece un
periódico como “Clarín” con una línea comprometida
con el desarrollo y el progreso, coincidente con el pensamiento de este
presidente, pero además con una característica distintiva de importancia: se mantuvo “independiente” de un partido
definido, situación que hoy no ha cambiado para el ahora “Grupo Clarín” que
juega en el manejo de la información sus propios intereses.
La
prensa alentó también el regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina y socavó
el gobierno de su esposa a la muerte de éste, saludando la llegada del Proceso Militar y durante
algunos años ocultando la realidad que vivía el país, situación a la que
contribuyeron destacados hombres de prensa. Sólo una publicación de corte
satírico “Humo®” mantuvo independencia y mostró hostilidad, ajustando su
pensamiento hacia una izquierda moderada.
|
|
|
|
Portadas
de la Revista Humor que reflejan distintos momentos de la realidad argentina |
El
periodismo avivó la llama nacionalista durante la toma de a las Islas Malvinas
en 1982, propició –consciente o no- el clima de triunfalismo, que desvanecido
días después, se tornó en ácida crítica al régimen que se batía en retirada.
Allanó
el terreno para el retorno a la democracia y comenzó a dividirse desde el
gobierno de Raúl Alfonsín, presidente que distinguía entre la prensa adicta y
aquella que “desestabilizaba” o era “golpista” cuando la crítica se hacía
sentir.
Más
recientemente, el periódico “Página
12” es un ejemplo de una prensa
que se acerca un tanto al concepto de
“libertad de prensa” y de “palabra”, alejándose
de la costumbre de sustentar financieramente medios de prensa por parte
de un partido. Este proceder no excluye, por supuesto, el alineamiento con una
ideología que se expresa claramente e intenta formar opinión pública, muchas veces
de modo tendencioso. Intento fallido de
este sostenimiento económico de medios de prensa fue el caso de “Expreso”
de muy breve aparición y que pretendió ser un vocero político del gobierno del
Dr. Carlos Menem.
|
|
|
|
En
el caso del mencionado “Clarín” resulta el mejor ejemplo de
un grupo económico que entendió que el periodismo debe vender principios,
garantías, sentido de la libertad, democracia, etc.. Sin embargo, es honesto
reconocer los móviles económicos que el grupo a que pertenece persigue, lo que
ha llevado a este matutino, si bien no a defender una ideología, al menos a
denostar al gobierno presente.
No puede quedar fuera de la consideración “Ámbito
Financiero” que llegó a ser el termómetro de la economía del país y
supo atravesar los gobiernos mostrando una diplomática “independencia”.
Hoy
puede decirse que nunca como en estos días el periodismo gozó de tanta
libertad, ejerciéndola como derecho y no como generosidad del poder, tal como
en el discurso político se intenta hacer ver. Nadie puede ser generoso con
aquello que es de todos.
Pero
todo derecho debe legitimarse y esa legitimación en el caso de la prensa surge
del ejercicio del mismo derecho. La
sociedad argentina y como parte constitutiva de ella el periodismo, traen
consigo estigmas ancestrales. Todavía el pluralismo es difícil de aceptar, el
debate recién está ingresando en los diarios y en los estudios de radio y
televisión.
Este
último medio, el más joven, si bien pasó de un régimen cerrado y controlado a
otro más abierto, desnuda la carencia de contenidos formativos. Por tratarse del
medio más dinámico, sus falencias son más significativas. Cuando se critica la
vaciedad de la televisión, ha de advertirse que ésta es el reflejo más
auténtico de la idiosincrasia argentina. La televisión entrega diariamente la
radiografía más completa del producto que es la sociedad actual.
Lamentablemente, es un círculo vicioso que se retroalimenta de antivalores, al
que debe agregarse el aporte de los elementos extranjeros que han invadido y
desplazado los arquetipos nacionales y hasta inciden en el lenguaje hispano.
Son muy contados los periodistas en condiciones de formar
opinión pública de modo objetivo y con altura. Su presencia representa una
influencia muy decisiva en la sociedad, a tal punto que el desparecido Bernardo
Neustad fue capaz de convocar y llenar la Plaza de Mayo, algo que solamente era
concebible en un político y de la talla de Perón.
Ahora
bien, si demostrada está la influencia del periodismo en el pensar argentino,
algunas situaciones se han desbordado, tal vez por un exceso o una mala praxis
en el ejercicio de la libertad de expresión.
Así
se observa que la veracidad de la noticia se discute y se pone en duda,
resultando más creíble el talk
show o el reality donde los analistas arman debates de horas hablando en
definitiva de nada.
La
prensa es el tribunal al cual se acude con la denuncia porque es más confiable
que la justicia, poniendo a todo el sistema en riesgo al desvirtuar la majestad
de los jueces. De este modo, “la prensa es un tribunal donde se formulan
acusaciones, el público hace de jurado, la justicia de testigo, el locutor de
fiscal, los reos de víctimas, los periodistas de jueces, los jueces de
vedettes, las vedettes de psicólogos, los estudios de diván, los gurúes de
científicos, los científicos de sacerdotes, los sacerdotes de políticos,
mientras los políticos terminan siendo empresarios y los empresarios gobiernan”
[30]
¿Puede
mencionarse acaso descripción más elocuente de la realidad y ejemplo de
influencia del periodismo en todos estos desvaríos?
Se
ha visto cuánto de bueno debe el país al periodismo, y también se han
visualizado sus defectos. Ahora bien, en este mundo globalizado donde las
fronteras van reduciéndose cada vez más
sólo a dibujos de libros, donde los medios de comunicación son más importantes
que los sistemas políticos y económicos; ¿cómo hacer para mejorar las
condiciones del periodismo argentino?
Lo
primero es trabajar sobre la legislación. Desde la recuperación de la
democracia el Congreso intenta conciliar una Ley de Radiodifusión, pero la
cuestión es más abarcativa que una ley que regule la actividad mediática. El
problema es de fondo y tiene que ver con la concepción que de la actividad se
tiene en la sociedad argentina.
Los
países europeos, más adelantados que los latinoamericanos tienen resuelto este
problema y sirven de ejemplo. Véase brevemente lo que ocurre en Alemania; allí
la legislación de los Estados Federados relacionada con la prensa le asigna al
periodismo una tarea no solamente informativa sino también crítica y de control
ante las instituciones estatales. Y para que la prensa pueda realizar esta
tarea dispone de derechos especiales de información para con todas las
entidades oficiales.
A
éstos se agregan otros derechos especiales, como por ejemplo la protección de
la identidad de sus informantes –garantizada por el derecho de los periodistas
a negarse a declarar como testigos en juicios, la protección de los asuntos
confidenciales de la redacción y un periodo de prescripción mucho más reducido
tratándose de artículos que puedan ser objeto de demanda judicial.
Que
los medios de prensa estén provistos de estos derechos especiales no significa
que los periodistas sean ciudadanos de primera clase frente al resto de los mortales. Por el contrario, los
periodistas no gozan de mucha popularidad, y su reputación disminuye desde hace
años, según las últimas encuestas. La razón de esos derechos especiales es
otra: el legislador le asignó a los medios periodísticos un rol fundamental en
la democracia. Espacio que con mayor razón debe reconocerse al periodismo en
Argentina donde a él se debe la conciencia democrática del pueblo.
Los
periodistas no sólo deben informar sino también contribuir activamente a que la
ciudadanía se forme una opinión (política), así como ejercer la crítica y el
control del Estado, un ramillete de tareas que deberán ser subsumidas en el
término “interés público”.
En
orden a estas razones, el Tribunal Constitucional Federal de Alemania, ha
subrayado en repetidas sentencias que “la posición privilegiada de los miembros
de la prensa se fundamenta en sus tareas”. Nótese aquí la diferencia;
mientras en Argentina la verdad se confunde con delación y aún sobrevive una
cultura del prontuario, en los países avanzados cuando los periodistas critican
o revelan hechos están actuando en aras de ese “interés público”.
La
República Argentina vivió tiempos de dictaduras, lejanos parentescos de las que
vivieron los europeos durante el Tercer Reich o el Fascismo, pero aquellos
sacaron de esas oscuras experiencias algunas lecciones importantes. La libertad
de prensa significa la independencia de los medios ante el Estado, y que los
medios independientes son los facultados para el control público, no el Estado
o los partidos. Ese control lo ejercen los medios de prensa informando sobre el
acontecimiento político y sus trasfondos. Por esta causa, primero los
periodistas de la prensa escrita y posteriormente los de televisión obtuvieron
los derechos de información mencionados.
En
realidad, nuestra Constitución no solamente reconoce la libertad de prensa sino
que también la asegura contra el poder de una eventual legislación restrictiva,
en el artículo 32: “el Congreso Federal no dictará leyes que restrinjan la
libertad de imprenta o establezcan sobre ella la jurisdicción federal”, por
lo cual los delitos de prensa no son federales sino que corresponde juzgarlos a
las provincias.
Con
toda esa historia sobre sus espaldas y los instrumentos legales que lo avalan,
que seguramente deben aún perfeccionarse, el periodismo argentino pudo contarse
entre los mejores del mundo, a pesar de haber atravesado épocas en que los
recursos con que contaba eran notoriamente inferiores a los de otras latitudes,
lo que no fue óbice para que lograra desarrollar una calidad informativa y
editorial de nota.
Cuando
por doquier se proclama aquello de que se asiste al advenimiento de la
“Sociedad de la Información”, afirmando que cada ciudadano se abastecerá de
informaciones “on line”, pudiendo
requerir en su menú de “noticias a la carta”, existe algo que la tecnología no
podrá reemplazar; y es el espíritu del periodismo.
El
periodismo es ante todo soberbio, con la soberbia no del mediocre sino de la
majestad de su misión. Porque para que en un estado democrático una idea pueda ser puesta en marcha, primero debe
conocerse, difundirse, discutirse. Eso sólo puede hacerlo el periodismo.
La
República Argentina desde sus nacientes ha contado con el mejor material humano
y aún se encuentran esos hombres y mujeres con vocación, con ingenio, que
luchan por la multiplicidad de opiniones, conscientes de que informarse es un
deber ciudadano, que opinar es un derecho ineludible y que todo esto en
conjunto conforma la democracia. Por eso la democracia necesita del periodismo.
El
periodismo forjó para el país las Instituciones y éstas son a la democracia lo
que el espíritu es al cuerpo, y un periodismo vigoroso, sólido y comprometido
es la única garantía de la Patria para hacer realidad un día esa expresión de
deseo que se repite cada vez que la
ciudadanía concurre a las urnas y puede elegir: el país de los argentinos.-
BIBLIOGRAFIA.
ACADEMIA
NACIONAL DE LA HISTORIA. “Periódicos de la Época de la Revolución de Mayo. Tomo
I.
ACADEMIA
NACIONAL DE LA HISTORIA. “Periódicos de la Época de la Revolución de Mayo. Tomo
II. “El Grito del Sud (1812)”. Bs. As. 1961
ACADEMIA
NACIONAL DE LA HISTORIA. “Periódicos de la Época de la Revolución de Mayo. Tomo
III.
ACADEMIA
NACIONAL DE LA HISTORIA. “Periódicos de la Época de la Revolución de Mayo. Tomo
IV
ACADEMIA
NACIONAL DE LA HISTORIA. “Periódicos de la Época de la Revolución de Mayo. Tomo
V.
ALBERDI,
Juan B. “Bases y Puntos de Partida para Organización Política de la República
Argentina. Ed. Plus Ultra. Buenos Aires. 1984.
AUZA,
Néstor. T. “Los Católicos Argentinos”. Buenos Aires. 1962
BOTANA;
Natalio. “El Orden Conservador”. Hyspamérica. Bs. As. 1987.
ECHEVERRIA, Esteban. “Dogma
Socialista”. Biblioteca Argentina de Historia y Política. Hyspamérica. Bs. As.
1988.
BUNGE, Alejandro E. “Una Nueva Argentina”. Hyspamérica. Madrid.
1984.
BUSANICHE, José Luis. “Rosas,
visto por sus contemporáneos”. Hyspamérica. 1987.
EL LIBRO (Órgano de la
Asociación Nacional del Profesorado). Imprenta europea de M.A. Rosas, Belgrano.
Buenos Aires. 1910.
FRIZZI DE LONGONI, Haydee. “Las
Sociedades Literarias y el Periodismo”.
GALVEZ, Manuel. “Vida de don
Juan Manuel de Rosas”. Honorable Senado de la Nación. Bs. As. 1991.
GONZALEZ, Joaquín V. “Rubáiyát
de Omar Khayyám”. Lib. Hachette. S.A. Buenos Aires. 1951.
GONZALEZ, Joaquín V. “Manual de
la Constitución Argentina”. Ed. Estrada. Bs. As. 1980.
GUTIERREZ PALACIO, J.
“Periodismo de Opinión”. Ed. Paraninfe. Madrid. 1984.
IRAZUSTA, Rodolfo y Julio. “La
Argentina y el Imperialismo Británico”. Ed. Independencia S.R.L. . Bs. As. 1982.
LIPPMAN, Walter. “La Opinión Pública”. Bs. As. 1949.
LUNA, Félix. “Yrigoyen”.
Hyspamérica. Dos Tomos. Buenos Aires. 1985.
LUNA, Félix. “Historia de los
Argentinos”. Editorial Planeta. Brasil. 1994
MIRETZKY, y otros. “Historia de
la Nación Argentina”. Ed. Kapeluz. Bs. As. 1979.
PAGES LARRAYA, Antonio. “Prosas
del Martín Fierro”. Hyspamérica. Buenos Aires. 1987.
PERIODICO “El Maestro”. Diciembre de 1998.
PERIODICO “El Maestro”. Octubre de 1999.
ROUSSEAU, Juan. J. “El Contrato
Social”. Ed. Alba. Madrid. 1985.
REVISTA “Todo es Historia” Nro. 212. Diciembre 1984.
REVISTA “Todo es Historia”.
Nro. 230. Julio 1987
REVISTA “Todo es Historia”.
Nro. 242. Julio 1987.
REVISTA “Todo es Historia”.
Nro. 254. Agosto. 1988
REVISTA “Todo es Historia”.
Nro. 258. Diciembre 1988
SARMIENTO, Domingo F.
“Facundo”. Biblioteca de la Nación. Bs. As. 1910.
TAU ANZOATEGUI, Víctor;
MARTIRE, E. “Manual de Historia de las Instituciones argentinas”. Ediciones
Macchi. 5ta. Edición. Bs. As. 1981.
ULANOVSKY, Carlos. “Paren las
Rotativas”.
[1] Quintana, María “Alerta Roja”. Periódico “El Maestro”- Año 3 – Número 15 – Octubre de 1999 – Pág. 2.
[2] Juan 8, 23-24
[4] Ibídem. Pág.228
[5] FRIZZI de LONGONI, Ibídem. Pág.21
[6] SARMIENTO, D. F. “Facundo”. Biblioteca de la Nación. Pág. 100. 1910
[7] Fosfórica: Ardentía: Ardor/Especie de reverberación fosfórica que suele mostrarse en las aguas agitadas y a veces en la mar tranquila.
[8] Manuel Moreno al comentar la obra periodística de su hermano Mariano.
[9] SARMIENTO, Ibídem. Pág. 15
[10] ECHEVERRIA, Esteban. “Dogma Socialista”. Biblioteca Argentina de
Historia y Política. Ed.
Hyspamerica. Bs. As. 1988.
[11] ECHEVERRIA. Ibídem. Pág. 37.
[12] Echeverría. Ibídem. Pág. 126
[13] ALBERDI, Juan B. “Bases...”. Ed. Plus Ultra. Brasil. 1984. Pág. 79.
[14] Alberdi, J. B. “Sistema Económico y rentístico de la Confederación Argentina”. Obras completas. T. IV. Pág. 485.
[15] MIRETSKY y otros. “Historia de la Nación Argentina”. Ed. Kapeluz. Bs.As. 1979
[16] ALBERDI, J.B. “Bases”. Ed. Plus Ultra. Bs.As. 1981
[17] Pagés Llarraya, Antonio. “Prosas del Martín Fierro”. Hyspamérica. Bs.As. 1987. Pág. 54.
[18] Pagés Larraya. Ibídem. Pág. 55
[19] AUZA, Néstor. “Los Católicos Argentinos”. Bs. As. 1962. Pág 87
[20] PAGÉS LARRAYA, Op. Cit. Pág. 73.
[21] ROMERO. J. L., citado por Natalio Botana en “El Orden Conservador”. Hyspamérica. Bs.As. 1985
[22] BUNGE, Alejandro. “Una Nueva Argentina”. Hypamérica. Madrid. 1984.
19 PUJOL, Sergio. “Las revistas culturales de los inmigrantes...” en Todo es Historia. Nro. 212. Diciembre 1984.
[24] E. Grinberg. Integrante del Centro Argentino de Televisión, “La Televisión en la Argentina” en “Todo es Historia”. Nro. 258. Pág. 18
[25] WIÑAZKI, Miguel. “La Revolución de Mayo”. En Revista Noticias. Nro. 56. Mayo 1996. Pág. 56.
[26] GONZALEZ, Joaquín V. “Manuel de la Constitución Argentina”. Ed. Estrado. Bs.As. 1980.Pág. 167.
[27] Ibídem.
[28] Ibídem.
[29] Perón, Juan Domingo.
[30] QUINTANA, María “Alerta Roja”, en periódico “El Maestro”. Octubre 1999. Pág. 2.