Salteños con Historia |
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Dr. Indalecio Gómez
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Por Gregorio Caro Figueroa Más allá de fortuitas coincidencias de calendario, los actuales problemas políticos de la Argentina presentan ciertas semejanzas con los de finales del siglo XIX y principios del XX. Si aquel paso de un siglo a otro coincidió con el agotamiento de un modelo político marcado por las guerras civiles, el tránsito actual de una centuria a otra coincide con una crisis de representación y credibilidad políticas no menos grave, y con un drástico e imprevisto giro dentro del escenario internacional. Las dificultades e incertidumbres de entonces reaparecen hoy multiplicadas. Los diagnósticos, pronósticos y certezas que se elaboraron para que pudiéramos ingresar con paso más seguro en el nuevo siglo, presentan profundas grietas; cuando no, se han derrumbado prematuramente. Las visiones prospectivas sobre el siglo XXI elaboradas a partir de 1950, parecen destinadas a engrosar el género de la literatura utópica o a enriquecer la literatura fantástica. El pasado irrumpe con fuerza brutal conmoviendo el optimismo de la última década del siglo XX. Apelando a la violencia terrorista, esos restos del pasado acaban de manifestar, en los recientes atentados en los Estados Unidos, que no están dispuestos a abandonar la escena de un presente al que parecen reprochar el haberle subestimado y olvidado. La Historia, como proveedora de experiencia y de sentido ha sido, otra vez, fuertemente recusada. Todo ello, lejos de abolir la Historia como instrumento necesario para afrontar nuestra navegación por aguas tan borrascosas, impone una lectura más atenta, más respetuosa y más profunda de ella. En este actual paso por el Cabo de las Tormentas, puede resultar prudente, y también útil, releer el cuaderno de bitácora de aquellos que, como Indalecio Gómez, advirtieron y sortearon parecidos peligros hace más de un siglo. No es rasgo de estadista agotar la preocupación por las dificultades en la mera protesta activa o pasiva, pero siempre huérfana de propuestas y malhumorada: “Los sabios no se sientan para lamentarse, sino que se lanzan alegremente a la tarea de reparar el mal” (Shakespeare). Tampoco lo es pretender superar esas dificultades dando una irreversible vuelta de página capaz de provocar una profunda ruptura con el pasado mediante la recurrente coartada de huir hacia adelante. Lo que sí es inherente a la condición de estadista es empeñarse en forjar una resistente bisagra que permita articular problemas pendientes del pasado con soluciones dictadas por el presente. Este es el primer modo en que se expresa una disposición más amplia a la conciliación y a la búsqueda de síntesis abarcadoras e integradoras. Indalecio Gómez no se limitó a asistir en calidad de testigo a esa transición desde la “República posible” a la “República verdadera”: se ubicó como uno de sus protagonistas más activos y más lúcidos. Gómez advirtió la necesidad de no imaginar el futuro de la Argentina como la mera repetición, levemente corregida, de ese pasado surcado por “la revolución consuetudinaria”. Pero también que, precisamente para que ello no ocurriera, ese futuro no debía imaginarse como prolongación de las sucesivas rupturas traumáticas del siglo que acababa de concluir, sino como reforma gradual, “evolución pacífica” y transición política sin armas y sin violencia. “Pasó el tiempo de los Alejandros (...) La política no es la violencia; la política no es el arrebato”, explicó. Gómez advirtió que nos faltaba mucho aún para “destruir el caudillaje y el espíritu de facción”. Pensaba que la paz entre las jóvenes naciones hispano americanas era una condición necesaria no sólo para su progreso sino para su orden y su organización. “Sud-América escapa a la condición del mundo antiguo. Luego su ley es la paz”, anotó en 1895. La primera tarea que debía encarar esa empresa de regeneración política consistía en desterrar la violencia de sus prácticas y en instalar el imperio de la ley, allí donde hasta entonces se habían enseñoreado la fuerza sin sujeción a ley alguna, el espíritu faccioso y la arbitrariedad. “La fuerza de la espada cede paso al imperio de la ley. A medida que se afianza la estructura del Estado toma conciencia de sí misma la vida republicana”, añadió. Lejos de abrir el camino a ninguna revolución, esa sucesión de permanentes alzamientos, motines, revueltas y entreveros, fue el mejor reaseguro para el inmovilismo, la prepotencia del caciquismo y el atraso. Aquella enfermedad endémica de las “revoluciones” no afectó el “statu quo”. Al cerrar el paso a la posibilidad de reformas graduales garantizó su larga permanencia. “Las revoluciones no aseguran la libertad. La libertad no es planta que se arraiga súbitamente, ni por la violencia, sino por el ejercicio enérgico pero tranquilo de la actividad del ciudadano, con sujeción a la ley”, sostuvo. “La renovación de la autoridad es asunto de comicios, no de campamentos; donde la transmisión del poder se hace por la fuerza de las armas, en ese país no se ve el imperio de la Constitución”, remarcó. Para Gómez, los gobiernos no debían brotar de la punta de las lanzas ni de la boca de los fusiles. Pero tampoco los gobernantes y las autoridades electivas debían surgir de los designios del gobierno de turno erigido en “gran elector”. Era necesario que ese derecho a elegir pasara de manos de la maquinaria gubernamental y el “unicato” personalista, a los ciudadanos. El ejercicio de los derechos políticos implicaba avanzar previa y simultáneamente en la ampliación del número de personas con capacidad de leer y escribir mediante la propagación de la educación. Correctamente, Gómez advirtió que tampoco “es posible educar al pueblo, enriquecerlo, y al mismo tiempo negarle el derecho a votar”. Extensión de la educación y extensión del sufragio debían ser correlativos. La educación común y obligatoria debía abrir paso al sufragio universal y también obligatorio. El ejercicio del derecho a la educación elemental a través del acceso a los medios educativos “se presenta como un prerrequisito sin el cual ninguno de los derechos restantes reconocidos por la ley le sirve de nada a los iletrados”, señala Reinhard Bendix. El ejercicio del sufragio es un derecho y también es un deber. “En el fondo, el voto es una prestación que debe el ciudadano al Estado para los fines de constituir el Gobierno”, dijo Gómez durante el debate de 1911 sobre Reforma del Régimen Electoral. Y añadió: “el mal que nos aqueja es la abstención”. Si, como dijo el Juez Holmes, “los impuestos son el precio que pagamos por la civilización”, el ejercicio del derecho a votar es la contribución que los ciudadanos hacemos para garantizar el sostenimiento y perfeccionamiento de la democracia y sus instituciones. Evasión de impuestos y abstención electoral implican una negativa a pagar esos costos y a eludir esos deberes. ¿Es el voto calificado el remedio para ese mal de la abstención?, se preguntó Indalecio. “¡Pero, señores, si los abstenidos son precisamente los calificados! ¡Querer remediar la abstención de los calificados por la calificación, es calificar la abstención, pero no sacar a los abstenidos de su retraimiento!”, respondió en la sesión del 11 de noviembre de 1911. Es dentro de la ley donde debe ordenarse la convivencia civil. Pero es la ley la que, además, debe garantizar el pleno ejercicio de unos derechos ciudadanos que la Constitución consagró en el texto de 1853, pero que nuestras prácticas enfermas por falta de juridicidad se encargaron de burlar, de retacear y de desvirtuar. El fraude electoral fue una de las herramientas para hacerlo, pero no la única utilizada. La preocupación de Indalecio por la pureza del sufragio, por el caciquismo y la cuestión social, es semejante a las que planteó el “regeneracionismo” en la España de fines del siglo XIX y principios del XX. El interés por la autenticidad del sufragio y la cuestión social lo aproxima a Antonio Maura, conservador reformista y católico. La inquietud por el caciquismo y la educación lo vincula con los planteos impregnados de positivismo de Joaquín Costa. Gómez comprendió que el fraude electoral, al negar el ejercicio de los derechos al ciudadano, lo excluía como actor social de un país en formación y que, al hacerlo, más que contribuir a la consolidación de un grupo dirigente caciquil apuntalando un orden ilegítimo, ilegal e injusto, socavaba los cimientos de ese incipiente Estado nacional. Pero entendió, además, que el fraude era el instrumento clave de ese caciquismo. Nadie se ajusta a la ley: ni los que gobiernan ni los que, desde la oposición, aspiran a gobernar. Los que gobiernan, porque convierten al poder “en patrimonio propio”, en “objeto de posesión personal y no función de un deber”. Los que pretenden gobernar “porque se inclinan más al despojo de quien está encumbrado”, que a hacer triunfar sus ideas “por medio de la legítima administración del bien común”, resume Dell’Oro Maini. El caciquismo es una modalidad elemental de práctica del patrimonialismo. El caciquismo no sólo despliega su estrategia apoderándose del gobierno para administrar los recursos públicos en beneficio de intereses privados: “Se ha considerado el Gobierno como un objeto que se posee”, anotó Indalecio. Ese régimen, además de los bienes materiales públicos, incluye a las personas, despojándolas de sus derechos y considerándolas como una mera extensión de su patrimonio privado. En el régimen caciquil no hay ciudadanos sino servidores sumisos que hacen lo que el patrón ordena. Quienes estaban fuera del radio de control de ese régimen caciquil tenían pues demasiadas evidencias para “sospechar en cada suceso político una intriga, en cada elección de provincia una lucha de voracidades por los puestos públicos o un pugilato de ambiciones del lugar, eslabonadas a otras más altas que las estimulan y sostienen”, observó Indalecio Gómez. El caciquismo “se nutre del Presupuesto y se impone en la Gaceta”, explica Maura. El caciquismo no nace sólo de la voluntad del cacique ni emerge de su cabeza. No se trata de una persona sino de una tupida red de “funcionarios, de jefes políticos, jueces de paz, comisarios, todas las policías; funcionarios en cuya conciencia está impreso el primer mandamiento: ¡no dejarse ganar las elecciones”, afirmó Indalecio levantando aplausos. El caciquismo local no se sostenía a sí mismo: tenía profundas raíces materiales, sociales y culturales y era sostenido, a la vez que le proporcionaba una plataforma de sustentación, por el más vasto caciquismo enquistado en las facciones nacionales y en el gobierno de la Nación. Esas correas de transmisión no desmentían, sino que confirmaban, el deseo de autonomía localista dominante en ese “caudillaje lugareño” que simpatizaba más con una argentina confederal que con un país federal. Más que una esfera de soberanía para desplegar el Estado de derecho, lo ese caudillaje reivindicaba era el mantenimiento y ampliación del poder y del espacio para ejercer sin trabas ni controles su arbitrariedad y prepotencia, resabios del añejo orden estamental. Fue de la “comarca amorfa y ruda” y de la prepotente mano de esos “caudillejos”, de donde salió consagrada la provincia autónoma, “en entidad de todos los derechos, con facultad de constituirse, con facultad de constituir todos sus poderes, de organizar toda la jerarquía de su administración, de sus funcionarios, y de elegir libremente sus autoridades”, escribió Gómez. No es necesario apelar a anacronismos ni incurrir en excesos retóricos para llamar la atención respecto a la actualidad y la utilidad que, en esta encrucijada de un nuevo principio de siglo, adquieren tanto las cuestiones planteadas por Indalecio como el modo de abordarlas y pensarlas. Es de esperar que el rescate de la personalidad y la trayectoria de Indalecio Gómez en el que está empeñado desde hace una década el Centro de Estudios que lleva su nombre en Salta, constituya un importante aporte en esta pendiente y necesaria tarea de reconciliar la acción política con las ideas, y su práctica con la ética. Con esta publicación de los textos de Martín Güemes y Lucía Gálvez sobre Indalecio Gómez, ese Centro de Estudios no sólo culmina un mes de homenaje a la memoria del estadista salteño, sino que clausura una primera etapa que parece anunciar otras promisorias. Antes que a la resignada pasividad, esta aridez que afecta hoy al terreno político salteño deberá comprometernos en las tareas que ya está demandando el paso de una democracia balbuciente y plagada de vicios e imperfecciones, a una democracia madura, exigente, eficiente, intelectualmente sólida y éticamente vigorosa. Según el historiador José Torre Revelo, hacían falta veinte años para que esos precarios caseríos, jactanciosamente bautizados “ciudades”, se afirmaran como tales. Esto era así porque recién dos décadas después de su fundación esos núcleos poblados estaban en condiciones de ser defendidos por “los hijos de la tierra”, criollos nacidos en ella. Se equivocaron los ayer ingenuos optimistas - hoy quejosos pesimistas – que imaginaron la democracia como una obra construida por otros y entregada “llave en mano” en 1983. Una democracia es una construcción social permanente, capaz de reflexionar sobre sus errores y de encontrar mecanismos para corregirlos. En vísperas de cumplir dos décadas, estos nuevos “hijos de la tierra” ¿la mejorarán y protagonizarán el ingreso a su adultez? O, por el contrario, ¿se dejarán adormecer por una insatisfacción pasiva, por el cultivo del malestar huérfano de ideas y por la protesta ruidosa pero estéril? Dice Denis de Rougemont que la decadencia de una sociedad suele empezar cuando el hombre se pregunta “¿Qué va a pasar?” en lugar de preguntarse “¿Qué puedo hacer?”. Frente a las incertidumbres y dificultades de su tiempo, hombres como Sarmiento, Mitre, Alberdi, Avellaneda o Indalecio Gómez no se retrajeron ni se sentaron a preguntarse qué pasaría. Eligieron preguntarse qué podían hacer por el país y lo hicieron, lanzándose a la ardua tarea de “reparar el mal” y construir el futuro. Escrito
en Cerrillos, el 29 de septiembre de 2001. |
Por Martín Güemes Arruabarrena
En 1850, un l4 de Septiembre, nace Indalecio Gómez en San Pedro Nolasco de los Molinos, en los Valles Calchaquíes, Salta. El ámbito: la hacienda que perteneciera al último gobernador realista del Virreinato del Río de la Plata: Don Nicolás Severo de Isasmendi. El lugar: una pequeña casa colonial del pueblo, que aún se encuentra en pie. Fueron sus padres don Indalecio Gómez y Ríos, salteño, y Felicidad González del Toro, de procedencia chilena (de acuerdo a la tradición familiar). Indalecio Gómez y Ríos era hijo de don Martín Gómez y Agudo y de doña Andrea Ríos y Zuleta, nacido en Molinos alrededor del año l800. Desde la estatura de sus doce años presenció el asesinato de su padre, en l862, consecuencia de la lucha entre unitarios y federales. El joven Indalecio cursa la escuela primaria en la Escuela de la Patria (fundada por Don Mariano Cabezón), y la secundaria en la Escuela de Elisa Diez Gómez, trasladándose posteriormente a la ciudad de Sucre, en Bolivia, a los fines de completar sus estudios de bachiller. Su maestro de teología en el Seminario Conciliar de Sucre es Fray Mamerto Esquiú "el orador de la constitución". En sus enseñanzas le transmitió su fe cristiana. Esta visión teológica, trascendental, lo acompañó en su madurez para afrontar el signo de los tiempos. Cuentan memoriosos y testigos, que al realizarse el debate por la ley electoral, antes de ingresar al recinto, el Dr Indalecio Gómez diariamente escuchaba misa para fortalecer su convicción republicana. En l870, viaja a Buenos Aires, e inicia sus estudios de Derecho. En l876, recibido de abogado regresa a su Salta natal, ingresa a la legislatura y ejerce el profesorado en el Colegio Nacional. El hecho de estudiar en el interior de nuestro país, y en la actual Bolivia, produce en el joven Indalecio, un sentido profundo de americanidad, que sumado a su experiencia universitaria en Bs. As, la gran aldea cosmopolita, imprimen en su mentalidad criolla la comprensión exacta de la necesidad de aunar el norte y el sur, el país andino y la pampa gringa, la tradición y el progreso.
La Patria Grande Suramericana Don Indalecio supo de los rigores del Viento Blanco, y de los sacrificios de los arrieros en los senderos de la puna. Conoce los caminos de nuestra tierra norteña como empresario en el comercio de ganado al puerto de Cobija, en el Pacífico. Estas tareas, estos emprendimientos, la empresa: "Puch & Gómez y Cia" integrada por Salvador y David Michel, Martín e Indalecio Gómez y David Puch, a fin de abastecer con mulas y carne al ejército del Perú, lo promocionan como cónsul argentino en Iquique. Las funciones consulares lo constituyen en un observador comprometido en la Guerra del Pacífico, en l879, apoyando a Perú y Bolivia contra la agresión Chilena que exponía la paz continental. Conoce en esta etapa fundamental de su vida a Roque Sáenz Peña (quien lucha voluntariamente del lado Peruano - Boliviano). Juntos escapan de ser fusilados. Solventa de su peculio la manutención de su amigo, encarcelado después de su heroica resistencia a la ocupación del morro de Arica. Asesora al futuro presidente argentino José Evaristo Uriburu, ministro plenipotenciario en la Paz, Bolivia, en las tratativas por la rendición de Lima, entre el gobierno peruano y el jefe supremo del ejército chileno Gral. Baquedano. Contrae matrimonio en l883 con Carmen Rosa Tezanos Pinto, de procedencia jujeña, cuya familia se encontraba exiliada en el Perú. Se emparentó de esta forma con el Dr José E. Uriburu, casado con la hermana de Carmen Rosa. En un viaje, de Lima a Salta, regresó con la esposa peruana. La señora recordaba después, con emoción, el momento en que vió arrodillarse a su marido al llegar al solar paterno para recibir la bendición de su madre. De vuelta en su tierra salteña, es elegido senador provincial por el departamento San Carlos, abarcativo de su suelo natal (Molinos). Años después, asume la diputación nacional por su provincia (Salta) por dos veces consecutivas (l886-l900). En esta función legislativa participa de los debates secretos que se realizan en l893, a causa del protocolo adicional al tratado de l88l con Chile, asimismo, en otros debates e iniciativas memorables. 1891 es el año de la aparición de la Encíclica Rerum Novarum, de las cosas nuevas, el anuncio Papal, es una nueva visión de la revolución industrial, y un cauce distinto para comprender la cuestión obrera. Entre los pioneros del movimiento social cristiano en la Argentina, se encuentra Don Indalecio Gómez. Funda la Unión Católica sin renegar de su conservadorismo raigal (al igual que León XIII). Son sus amigos y maestros: José Manuel Estrada, Pedro Goyena, y Emilio Lamarca, almas afines que se encuentran en la lucha por humanizar las relaciones sociales. No es de extrañar, entonces, que sea Don Indalecio un tenaz opositor de los métodos y las ideas liberales de la república posible, que encarna el unicato Roquista.
Los Pactos de Mayo: Polémica Gómez - Pellegrini En l902 se opone a los Pactos de Mayo, o sea al Tratado General de Arbitraje con Chile. Conforma un movimiento americanista que integran autoridades en el campo de la diplomacia, la cátedra, el foro, y la prensa argentina. Pronuncia un memorable discurso en el teatro Victoria de la Capital Federal, de amplia repercusión popular. Tiene una expresión superlativa: "Nuestra Patria -dice- jamás había anexado nada a nadie porque la espada argentina brilló en el exterior para fundar pueblos independientes", arrebata de entusiasmo a los presentes. Sus efectos en la ciudadanía obligan al Dr Carlos Pellegrini, testigo presencial, a contestarle (a través de cartas publicadas en el "País"). Pellegrini, defensor de la posición de Mitre - Roca, favorable a los pactos con Chile por oportunidad y conveniencia, es contrariado por Gómez, que aduce: la oportunidad, y la conveniencia deben ser afirmadas por la legitimidad. Se refiere a la legitimidad de la causa Sanmartiniana, libertadora de pueblos. La historia obliga a nuestra Argentina a no desentenderse del Pacífico, repite Gómez. Atilio Dell' Oro Maini, en su obra: “La Vida Ejemplar del Dr. Indalecio Gómez” sintetiza la polémica, expresando: Pellegrini transa, Gómez resiste. A Pellegrini, su adversario ocasional, le expresa que no se puede ser opositor político en lo interno y compartir una posición errada en lo internacional. Afirma Gustavo Ferrari, en su documentada obra: "Conflicto y Paz con Chile 1898-1903". El debate de los Pactos de Mayo se insertó en una discusión de contornos más amplios, cuyo tema era una teoría general de la política exterior argentina. Sin duda, aquellas acusaciones de Gómez fueron: "la más terrible requisitoria lanzada en aquellos tiempos contra la Presidencia de Roca”. En 1906, con motivo de la muerte de Carlos Pellegrini, Indalecio Gómez le escribe a Roque Sáenz Peña acerca de la situación argentina: "… Todavía no hemos salido del período embrionario; todavía caeremos en faltas análogas a las pasadas; todavía por nuestras malas pasiones e ignorancias, pondremos, otras veces, a la Patria en peligros tan graves como los anteriores... Miro hacia la Patria y todo me parece confuso y desolado... Estoy triste, Roque". Una opción entre dificultades: El Presidente Manuel Quintana lo designa Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario en Alemania, Austria - Hungría, y Rusia (el l9.7.1905) en reemplazo de Vicente G. Quesada. Molinos, Salta, Sucre, Iquique, Buenos Aires, Berlín… Este salteño enjuto, distinguido y pausado en el andar por las calles europeas, frecuenta la amistad del Kaiser Guillermo II, del Zar Francisco José, Leopoldo de Bélgica, y el Sumo Pontífice. Pocos europeos pueden imaginar que este hombre culto, que pasea su garbo por las cancillerías europeas, naciera en el corazón de los Valles Calchaquíes, en Molinos. El Dr. Indalecio Gómez va auscultando el ritmo que adoptan los acontecimientos mundiales, y piensa las formas de la transformación para su país. Mantiene una fluida comunicación con Roque Sáenz Peña, a la sazón Ministro Plenipotenciario en Italia. Por la entrañable amistad que los une, por el respeto intelectual que se profesan, por el plan elaborado para iniciar el camino a la democracia gobernante, no es de asombrar que al asumir la Presidencia de la Nación, el Dr Roque Sáenz Peña (l2.10.1910) nombre como Ministro del Interior al Dr. Indalecio Gómez, su compañero de luchas pasadas y presentes. El cambio a operar es trascendente: la reforma política, una verdadera revolución por los comicios que abre al pueblo una gran puerta de avance es ¡Un acto de fe en la capacidad del pueblo argentino! Don Indalecio Gómez, expresa: "Pero se me dirá: ese camino ¿es seguro? Tomar un rumbo del porvenir es siempre difícil e incierto. Nadie tiene la presciencia. Es siempre una opción entre dificultades". La mejor definición de la política, encierran esos conceptos lanzados en el fragor de la lucha electoral. El debate en el Congreso Nacional fue arduo y complejo, con paciencia, habilidad y principios, supo Gómez -autor intelectual y defensor de la Ley Sáenz Peña- tejer la trama de la definición legislativa en ambas cámaras. Al frente, en las bancas, en actitud leal e inteligente, estaban legisladores de la talla de Joaquín V. González, los representantes del antiguo régimen. Los radicales, en la calle, esperaban su oportunidad de representar el cambio electoral. Con Gómez, la ley de voto secreto, universal, y obligatorio, fue obra de conciliación, de unidad, no fue obra de un partido, ni de un círculo, ni de una facción, fue el resultado de un anhelo histórico del pueblo. ¿Es original o auténticamente argentina la reforma electoral? ¿No reconoce antecedentes en otras partes del mundo civilizado? Seguramente, como todas las grandes innovaciones, tiene mucho de original y de experiencia ajena. Ortega y Gassett que visitó nuestro país en l9l6, encontró una gran semejanza física entre el dirigente regeneracionista español Antonio Maura y el dirigente reformista conservador Indalecio Gómez. Esta semejanza física se complementa -según Natalio Botana en “El Orden Conservador”- con un pensamiento análogo para encarar los problemas de la España de principios de siglo, y la Argentina del Centenario. En la generación española del 98, en la intención de realizar la regeneración nacional desde arriba, encontramos la coincidencia del pensamiento de Gómez y de Maura. Don Indalecio, como reza el título de un tango de la época (dedicado por su autor, irónicamente, al Vicepresidente Victorino de la Plaza), al compás de su dialéctica excepcional, vigoriza el renacimiento del espíritu popular. La democracia está muerta, pues el pueblo no vota: ¡Quiera el pueblo votar! Al Dr. Gómez, su pensamiento católico, su vocación republicana, y la concreción de la reforma política, le atrajo la mirada esperanzada de sus compatriotas, pero también reacciones, que veían en este accionar popular la posibilidad de su proyección electoral (se habla de la fórmula presidencial: Gómez – Cárcano). Gómez contestó a las inquinas de sus enemigos: "las entrañas de este gobierno, han quedado estériles, absolutamente, para concebir una candidatura oficial" En febrero de 1914 renuncia al Ministerio del Interior, como consecuencia de la muerte del Presidente Roque Sáenz Peña. Abandona la vida pública, recluyéndose en su finca de "Pampa Grande" en el departamento Guachipas, de la provincia de Salta. En una carta íntima posterior a estos hechos, Don Indalecio Gómez escribe: "La renuncia del Dr Sáenz Peña fue atacada por sus adversarios, no en sí misma, sino en mi persona. Retirado ya, queda aquella ilesa —y ya es tarde para combatirlo— así, por un error de táctica, sus enemigos lo han consagrado. En cuanto a mí, de esos ataques no me queda ni una lastimadura, ni una contusión; apenas, si el recuerdo." Don Indalecio –al asumir la Presidencia de la Nación Hipólito Yrigoyen- espera, observa y reflexiona sobre los desbordes populistas, y la ineficiencia administrativa (puesta de manifiesto sobre todo en la segunda presidencia de Yrigoyen). Piensa por ello, en una nueva opción: participa activamente en la creación del partido de la Liga del Sur, o sea la Democracia Progresista, cuyo jefe indiscutido es Lisandro de la Torre. La integran personalidades de diversa procedencia y trayectoria. Entre otros: los salteños José Félix Uriburu y Robustiano Patrón Costas. Años más tarde, el primero de los mencionados, abriría la etapa de los golpes de Estado (6.9.1930), y el segundo verá frustrada su candidatura Presidencial por otro golpe de estado (4.6.1943). Esa fórmula transaccional entre la pampa gringa y el norte andino, entre el país laico y el católico, que representa la Liga del Sur y del Norte, pergeñada por hombres como Joaquín V. González e Indalecio Gómez, esconde en su seno la posibilidad de la realización de un partido republicano de centro popular, auténticamente argentino. Genio y Figura: Nos faltaría expresar que fue el Dr Indalecio Gómez un criollo que supo aunar en su personalidad un espíritu refinado, culto y complejo. En suma: un aristócrata con los pies sobre su tierra, y la mirada en el mundo. Fallece el Dr. Indalecio Gómez, el l7 de Agosto de l920, en Buenos Aires, lejos de la tierra que lo viera nacer. Su vida tuvo un claro destino: aunar la tradición nacional con el progreso, y lograr la consolidación institucional de la República Argentina. Rendir a este prócer de la civilidad esta evocación, es rescatar, para Salta y Argentina, la memoria de uno de sus hijos más dilectos. Salta,
17 de Agosto |
El
debate sobre los pactos de Mayo en la política interna argentina
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