Historia de Salta y del Norte Argentino

Historia del Pueblo de Coronel Moldes

BISAGRA ENTE DOS VALLES

Por: María Laura Fuentes de De los Ríos

a historia de Coronel Moldes se remonta a los primeros años de la fundación de la ciudad de Salta (1582), primer asiento permanente del Valle de Lerma. “Puerta de Díaz”, nombre con que se conocía tradicionalmente el sitio hasta los años de 1940, remite a su primer propietario español, don Pero o Pedro Díaz, uno de los vecinos que acompañaron a Hernando de Lerma en la empresa de fundar Salta.

En los primeros repartimentos de tierras jurisdiccionales, Díaz obtuvo en merced tierras entre la serranía y el río de Guachipas, cruzadas por un río que desde entonces se llamó “de Díaz”. Dicha merced arranca de fines del Siglo XVI. Extendida al interior de las serranías, se le concedió un potrero, también conocido por los lugareños como “el potrero de Díaz”. A Pero o Pedro Díaz sucedió en tales propiedades su hijo Antonio. “Puerta de Díaz” fue la denominación de la entrada de la quebrada que llevaba al potrero, en cuyo centro, justamente, nacía el “río de Díaz” (hoy arroyo paloma Yaco) y “Puerta de Díaz”.

A los Díaz les sucedió en la propiedad de las tierras don Melchor Díaz Zambrano, tronco genealógico de la familia del mismo nombre, seculares propietarios de tierras en el valle de los indios Guachipas, en cuyo poder y por herencias sucesivas permanecieron hasta el Sigo XVIII.

Durante el período colonial, la historia de la zona es la misma de la del resto del Tucumán; sin altibajos, aunque siempre con la zozobra de una entrada de indios Calchaquíes, indómitos, aún, que cobraban con sangre su libertad, coartada.

La Independencia

Cuando en el país sonó el grito libertario de mayo y todo el Norte se alzó en armas contra el español, aquellos descendientes de guachipas y españoles americanizados también se apresuraron a reunirse bajo el emblema patriota. En 1812, luego de la derrota de Ayohuma, Belgrano fue perseguido por el enemigo quien, luego de copar todas las posiciones patriotas en el altiplano, inició la invasión hacia Salta.

Para salvar la revolución, la moral del pueblo, en aquellos terribles momentos, se mantuvo alta y digna. De inmediato comenzaron los esfuerzos para rechazar la invasión y así se reunieron en Salta contingentes de toda la Provincia entre los que contaban también los de Puerta de Díaz, Guachipas y otros, reclutados por don Toribio Tedín. Se puso al frente don Pedro José de Saravia.

La población de la Capital y pueblos vecinos se alzó en armas y con muebles, ganados y bienes corrió hasta el valle de Guachipas, lugar elegido por Saravia para hacer resistencia al invasor. La vanguardia enemiga al mando del coronel Saturnino de Castro avanzó hasta Salta y de allí al Valle de Guachipas, fracasado en su intento de dominar a los patriotas por la habilísma guerra de recursos que le hiciera el paisanaje del Valle de Lerma. Es interesante conocer lo que al respecto dice el general San Martín en su parte dirigido al director Supremo, con fecha 23 de marzo de 1814. Dice así: “En oficio de 16 del corriente me avisa el comandante de las avanzadas, por el camino de las Cuestas capitán don Apolinario de Saravia, que el 4 del mismo arribó el enemigo al Bañado con toda la fuerza que tenía en Salta, avanzando sus partidas hasta la Puerta de Díaz, sin duda con el objeto de extraer mulas, según los avisos que había recibido anteriormente. El paisanaje está tan empeñado en hostilizar al enemigo e impedirles la extracción de ganados, que asegurara el mismo Saravia que la expedición que emprendió anteriormente el coronel Castro al mando de 400 hombres avanzando hasta Guachipas no pudo sacar más ganado que el que iba protegido de toda su fuerza, porque los patriotas campesinos de que entre los bosques perseguían, destruían y ahuyentaban cuantas partidas mandaban a recogerlos. Puedo asegurar a V.E. –agrega San Martín- que ellos sólo le están haciendo al enemigo una guerra de recursos tan temible, que lo han puesto en la necesidad de despachar una división de más de 300 hombres con el único objeto de proteger la extracción de mulas y ganado vacuno” (La Gaceta, Buenos Aires, abril 10 de 1814).

El coronel Castro se encontraba detenido en Salta por las partidas de campesinos de Puerta de Díaz y Guachipas, cuando llegó el general Güemes con sus huestes, iniciándose así la terrible lucha conocida en nuestra historia por “la guerra gaucha”. Es decir que, gracias al oportuno esfuerzo defensivo que se sostuvo desde el valle de los Guachipas, fue salvado el movimiento revolucionario de un contraste que podría haber tenido graves consecuencias.

A partir de entonces, la participación de los contingentes de Puerta de Díaz y Guachipas fue permanente, formándose el famoso “Escuadrón de Guachipas”, de destacada actuación en la guerra gaucha.

Apenas un pueblo

Mientras tanto, la propiedad del inmueble “Puerta de Díaz había pasado a manos de Francisco Javier de Figueroa, iniciándose entonces el fraccionamiento progresivo que preparará la existencia de un futuro pueblo progresista. A finales de 1857 el obispo de Tucumán, José Eusebio Colombres, crea el curato de La Viña de Guachipas, separándolo del de Guachipas. Un año más tarde, en noviembre de 1858, la Representación General de la Provincia convierte el curato en departamento del mismo nombre.

Años después en 1878, Puerta de Díaz fue declarada capital del departamento de “La Viña de Guachipas”, en reconocimiento al núcleo poblacional que se había concentrado. Para entonces ya tenía un templo y casa parroquial, y sitio reservado para la casa municipal, comisaría, escuela y cárcel. Pero en 1892 dejó de revestir esa categoría, la que pasó al pueblo de La Viña.

En 1907 se inauguró la estación de ferrocarril Coronel Moldes. Como ocurrió con otros pueblos de la Provincia, Puerta de Díaz perdió su nombre y pasó a ser conocido por el de su estación.

El paso de Felipe Varela

En 1867 gentes procedentes de los Valles Calchaquíes, arrieros, puesteros, o simples viajeros llegaron un día “al poblao” con miedos y noticias de que peligrosos aprestos de gente armada en un número no determinado venían de lejanos lugares avanzando desde los límites con Catamarca, con planes de dirigirse hasta la misma ciudad de Salta. Los habían visto en sus campamentos en el vallisto de Tacuil, donde la tropa se había detenido a vivaquear.

De nuevo se abrió la Puerta para verlos pasar. Eran los montoneros de Felipe Varela camino al Valle de Lerma, con su ciudad capital y pueblos aledaños. Venía la montonera precedida de angustiosos temores para los pobladores indefensos del pequeño pueblo.

Y aquí, la pequeña historia transmitida por una anciana y antigua servidora de la casa de Messonez, única que ofrecía alguna seguridad para sus moradores. Pascuale Gallardo aún recordaba en su vejez lo que vio de niña. La casa de Messonez esperó a la montonera pertrechada de armas y víveres, con toda la peonada en pie de guerra. Cuando como se temía, Felipe Varela y los jefes se detuvieron a descansar en la galería exterior, desde adentro saló algún que otro disparo como para hacer saber que estaban alertas. Los montoneros respondieron el fuego, de lo que aún quedan marcas en la casa, pero no pasó gran cosa porque el objetivo era llegar a Salta.

La típica organización de los pueblos de la Colonia consistía en una calle principal, a cuyos lados se alineaban las casas más importantes con una estructura edilicia que aún se conserva en algunas de ellas. Las calles aledañas eran ocupadas por los pobladores más pobres, quienes construían sus precarias casas de adobe y techos de paja. Dicha calle principal continuaba el camino de acceso al pueblo.

En las casas, la galería frontal de pilares de quebracho o de adobe que miraban a la calle, servía de acceso a la vivienda. Pesadas puertas de algarrobo con herrajes fabricados en el pueblo, enormes llaves y cerraduras de “alcayatas”, umbrales y dinteles de quebracho que todavía hoy conservan las huellas de las pisadas de siglos.

El interior de las viviendas recuerda el tipo de edificación que todavía se ve en algunos pueblos montañeses de España: patio central, galerías con techos de tejas en dos o tres frentes del patio, las habitaciones rodeando el patio de idéntica estructura con materiales de la región. Ahí estaba la enorme cocina de “patilla” con campana, donde ardía permanentemente el fuego de leña. Las habitaciones de la servidumbre siempre numerosa y, en el ala principal, el comedor, sala y dormitorios de los propietarios.
En las casas más suntuosas existía en el cetro del patio un profundo pozo de balde con un brocal que emergía del suelo generalmente hecho de piedra de río; del centro pendía una roldana que movilizaba una gruesa cuerda para extraer el agua que brotaba del fondo del pozo que, a veces, tenía una profundidad de hasta cuarenta metros, todo esto se manejaba desde afuera con un llamado “torno”, donde se envolvía la soga y se movía por medio de una manivela de hierro.

De las cosas más notables todavía se conservan la de don Silvestre Messonez, cuya construcción data de fines del Siglo XVIII y la de larga recova, fundada por una familia de comerciantes españoles, Carabajo y Córdoba. Ambas tenían pozo en el patio. El resto de la edificación se caracterizaba por sus altas e irregulares veredas reforzadas de piedras, las cuales reflejaban el gusto del dueño pero siempre con largas galerías frontales.

Vida cotidiana

Entre finales del siglo pasado y principios de éste, existía una producción propia en base a los elementos que se cosechaban en sus tierras; principalmente maíz, con elaboración doméstica. En un gran mortero hecho de algarrobo, con una “mano”, el personal principalmente femenino, pelaba el maíz para el locro. La harina de maíz molida en los molinos existentes, se usaba para la fabricación de la “chicha”, de gran consumo. La fabricación de los tamales en base al maíz pelado y molido en “pecanas”, y demás alimentos derivados del maíz pelado y pisado. Se consumía carne fresca y la conservada en forma de charqui o tasajo. Quesos y quesillos, dulces caseros de tomate, cayote, zapallo y batata.

Esto constituía lo esencial de la vida diaria donde se movilizaba todo el servicio doméstico, preferentemente femenino, que en el gran comedor de la casa servia los platos en vajilla de porcelana. La vida transcurría con sencillez y austeridad que todavía se conservan en algunas familias tradicionales del lugar.

La vida de familia, siempre bajo la influencia de los valores cristianos, se desarrollaba apaciblemente: misa los domingos, fiestas patronales en las que se comía, bebía y bailaba. La gente del pueblo se divertía con zambas y chachareras.

La principal fuente de trabajo estaba en las tareas rurales. Los puesteros que cuidaban el ganado, principal fuente de riqueza. Unos pocos acudían a la ciudad a aprender oficios como el de carpintero que ejerció don Pedro Salvat, artista de la madera. Otros aprendían herrería, como don Cristóbal Escalante y su hijo. Otros, los más jóvenes, emigraban, algunos a enrolarse en el ejército luego de cumplir con el servicio militar obligatorio.

Lento progreso

Las comunicaciones no existían, salvo algunas que otra movilidad a cuatro ruedas, como las diligencias que hacían la ruta hacia Cafayate. Las noticias eran verbales, se transmitían de boca en boca y era la única correspondencia entre los pobladores.

El progreso más evidente eran los faroles de velas que se encendían al atardecer y se apagaba en la noche. La historia de esta iluminación es interesante: el farolero empezaba su tarea en el extremo sur del pueblo, y cuando llegaba al final de la calle principal, ya era de apagarlos.

El Ferrocarril demoró casi un siglo en llegar allí, a la punta del riel en la estación Talapampa. Era un tren a vapor, una locomotora a leña y unos pocos vagones de primera y segunda clase. Las comunicaciones postales tampoco existían hasta la llegada del trencito que era el encargado de transportar la correspondencia en bolsas. La pintoresca estación de trenes era el punto de atracción de la gente cuando éstos llegaban.

Unos iban a esperar viajeros y los más a recoger correo que se anunciaba desde una de las ventanas de la casa del Jefe. De la estación al pueblo había unos dos kilómetros que se cubrían en un viejo carruaje de caballos conducidos por el cochero Onésimo Valencia.

Además, en la estación se utilizaba el sistema Morse para comunicarse con la estación central. Respecto a la cultura del pueblo, además de las viejas tradiciones que se manejaban en ruedas familiares como cuentos de antaño, relatos históricos, fuentes de información de todo lo sucedido en la región, había poco más que alguna otra expresión artística, como la de una pianista, un guitarrero, un bandoneonista y un cantor de cosas nuestras.

Comienzos de la educación.

Tiempo después vinieron los verdaderos educadores: una escuela primaria privada dirigida por dos maestras chilenas que después fueron reemplazadas por disposición gubernamental de crear escuelas provinciales dirigidas por maestros normales nacionales. Unos quince años más tarde, se estableció una importantísima dependencia del Ministerio de Agricultura de la Nación: la Escuela de Agricultura, donde no sólo concurrían alumnos del lugar, sino de otros países de América. Los alumnos eran internos y aparte de los conocimientos técnicos, cursaban el ciclo básico dirigido por el maestro don Gregorio Caro. Esta escuela, pionera y modelo en su tipo, clausurada en los años 1920, es un antecedente directo de la actual estación experimental del INTA en Cerillos. Fueron sus pioneros los ingenieros Gorostiaga y Mintzer.

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